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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

Akari Uchiha

• Dantaliana

• eduardo

• Ana

 

Mil gracias por sus reviews. Espero y disfruten este cap.

¡A leer!

CAPÍTULO IX

 

¿Por qué no puedes ser tú?

 

—¡¿Irá a tu casa a cenar?! —preguntó William asombrado, mientras caminaba por los pasillos de Stratford tras haber terminado las clases, siendo acompañado por Isaac.

Era el día viernes, veintiocho de abril. William estaba tan emocionado por la información recibida que había olvidado por completo que ese día tenía que reunirse con Dantalion para realizar el trabajo.

—Sí, es amigo cercano de la familia —le respondió el pelirrojo con una sonrisa—. ¿Quieres venir a conocerlo?

A William le brillaron los ojos de alegría. ¿Conocer a un importante político en persona? ¡Más que un honor, era una oportunidad única en la vida! Si lograba acercarse lo suficiente, conseguiría tener conexiones que le ayudarían en su importante camino que lo llevaría directo a la fama. ¡Por supuesto que aceptaría!

—¡Sí, iré! —dijo decidido.

—¡Oh! —Recordó Isaac de repente—, pero hoy es viernes. ¿No tienes que trabajar con Dantalion?

William salió de la ensoñación en la que había entrado, al saber que estaría cerca de un político.

—Dantalion se puede ir al infierno y no regresar. Esta es una oportunidad que no pienso desaprovechar.

—¡Vaya! —Se sorprendió Isaac—. Decir algo así de la persona que te gusta, es… —no pudo continuar cuando William le cubrió la boca con una mano.

—No hables de eso en voz alta —le reprendió.

—Sí, lo siento —se disculpó Isaac cuando su boca fue liberada.

—Además, ha estado insoportable últimamente.

—¿Insoportable? ¿A qué te refieres?

William miró alrededor los pocos estudiantes en el pasillo, cada uno atendiendo sus asuntos o conversando muy concentrados con algún compañero. Aflojó el nudo de su corbata hasta desamarrarla y poder desnudar disimuladamente su hombro izquierdo, dejando ver la gracia de Dantalion.

—A esto es a lo que me refiero.

—¿Eso es… —pronunció Isaac sorprendido— una «marca de propiedad»?

—No, es un: «estoy aburrido y contigo me entretengo» —dijo molesto, cubriendo de nuevo su hombro y retomando su caminar.

—¿Acaso ustedes… se acuestan por rato? —preguntó aún más sorprendido.

—¡¿Q…?! ¡No! A él solo le pareció gracioso hacerme una marca. Y cuando digo que «se entretiene conmigo», me refiero a que le gusta hacerme enfadar. Lo golpeé en la entrepierna por ello y ni eso funcionó.

Isaac hizo una mueca de dolor al imaginarlo, pero luego agregó tranquilamente:

—¿Por qué no le sigues la corriente?

—¿Seguirle la corriente? —preguntó William con una ceja alzada.

—Sí. Si él solo te quiere hacer enfadar, no te enfades. Así se aburrirá y no lo hará más.

—Es que… —murmuró William—, las cosas que dice…

«¿Te estabas masturbando cuando yo llegué?»

Al recordarlo, se sonrojó y desvió sus ojos.

—¡Eso no importa! ¡Iré a tu casa a conocerlo! —cambió de tema rápidamente.

—Ah, está bien. Pero creo que deberías decirle a Dantalion que no trabajarán hoy.

—Sí, tienes razón. Vamos a buscarlo —adelantó el paso, obligándole a Isaac a imitarle.

—¿Por qué no lo llamas? —preguntó Isaac.

—No tengo su número telefónico.

—¿De verdad? —dijo sorprendido.

—Sí, de verdad. Camina —ordenó William.

Recorrieron toda Stratford buscando a Dantalion, pero no dieron con él en ningún momento. Ya ambos estaban sudados de tanto subir y bajar escaleras. ¿Dónde se había metido? ¿Se habría ido ya para su casa?

—¡Ah! ¡Está saliendo del baño! —dijo Isaac, llamando la atención del rubio.

—Bien —dijo William aliviado de haberlo encontrado—, vamos.

Ambos trotaron hasta donde estaba Dantalion y William lo detuvo un tanto brusco por el brazo.

—¡Hey, Dantalion!

El pelinegro se sobresaltó al ser interrumpido de tan forma de sus pensamientos, volteándose en modo defensivo. Defensa que dejó al ver de quien se trataba.

—Oh, William. ¿Qué ocurre?

Inmediatamente detalló a los dos con el ceño ligeramente fruncido. Los dos con una leve capa de sudor, la corbata de William desamarrada y ambos respirando un poco agitados.

¿Qué era lo que sucedía? ¿Será que aquellos dos…?

«¡¿Y a ti qué te importa?! —se regañó mentalmente—. ¡William puede hacer lo que se le plazca, con quien se le plazca, en lo que a ti respecta!

—Hoy no podremos trabajar porque se me presentó algo importante, trabajaremos mañana y el domingo —dijo William sacándolo de sus pensamientos.

—¿Algo… algo importante? ¿Te encuentras bien? —preguntó Dantalion preocupado, algo que no pasó desapercibido por Isaac.

—Sí, no es nada porque alterarse. Pero eso no le quita lo importante.

—Ah… está bien —dijo un tanto desilusionado y sonriendo nostálgico.

—Bien. Nos vemos mañana —se despidió el rubio agitando la mano.

—Nos vemos, Dantalion —se despidió Isaac con una sonrisa.

—Nos vemos —alcanzó a decir Dantalion para luego suspirar.

Tenía planeado hablar con Solomon ese día en la mansión Twining, pero no se iba a poder.

—Está bien. Será para mañana —susurró con una sonrisa desilusionada.

 

 

—Dantalion se oyó bastante angustiado cuando te preguntó si te encontrabas bien —dijo Isaac extrañado.

—¿Tú crees? —preguntó desinteresado.

—Sí, pareciera que ustedes dos se hubieran vuelto más cercanos.

—¡Claro que no! —negó firmemente William.

—¿En serio? Porque Dantalion realmente se escuchó preocupado. Como si estuviera dispuesto a ayudarte si lo necesitaras.

—Estás imaginando.

—Si tú lo dices. Pero, ¿no ha ocurrido algo que los haya acercado un poco más? ¿O siquiera ha ocurrido algo?

William desvió la mirada y, en un pequeño, pero audible susurro, confesó:

—Nos volvimos a besar.

—¡¿Qué?! —gritó Isaac llamando la atención de todos alrededor.

—¡Shhh! —le ordenó callar el rubio con el dedo índice sobre sus labios.

—Lo siento —se disculpó, bajando la voz—. ¿Y cómo que se besaron?

—Él me preguntó si era bueno besando y luego si besaba mejor que «el idiota que me gusta». Le dije que los dos besaban iguales y me dijo que debería besarme para que tomara una decisión y… creo que ya te imaginas el resto.

—Se besaron —completó Isaac con una sonrisa.

—Bueno, fui yo quien lo besó —confesó sonrojado—. Él solo lo hizo para molestarme.

—¿Molestarte?

—Esa es una de las cosas que él hace para «entretenerse» conmigo. Me pide que lo bese, que me acueste con él, que le regale algo para su cumpleaños y… demás cosas.

—Pareciera alguien que quiere estar contigo.

—No te hagas ideas. Solo lo hace para molestarme.

—¿Y si no es así? —insistía Isaac.

William suspiró y habló lentamente para que su amigo entendiera:

—Él me aclaró que le gusta molestarme. Incluso el viernes pasado, entró al baño, mientras yo me duchaba, y tomó la toalla para que yo no saliera de la bañera.

Isaac le miró y sonrió. No quería preguntar detalles del porqué Dantalion había estado en la casa de William cuando éste se bañaba, así que solo optó por decir:

—Dicen que a los hombres les gusta molestar a la chica que les gusta —dijo el pelirrojo mirando al cielo en señal de meditación.

—Te tengo noticias —dijo William con cansancio—; no soy una chica.

—Pero, de todos modos, a él le gusta molestarte, ¿no?

—Ya te dije que es para entretenerse de lo que ocurrió con Solomon. Él… —hizo una pausa, desviando la mirada— solo me está usando.

—William —susurró Isaac melancólico.

—Aunque, ahora que lo pienso, estuvo muy tranquilo durante toda la semana —dijo William bastante extrañado.

—¿Esperabas que te molestara? —preguntó un curioso Isaac.

—N-no es que lo esperaba, es solo que pensé que lo haría después de lo mucho que lo hizo el fin de semana. Tal vez pasó algo.

Isaac guardó silencio, mirando al rubio fijamente. Estaba jugándose la vida al soltar la pregunta que rondaba en su mente, pero aun así, la formuló:

—William, ¿a ti te gusta que Dantalion te moleste?

William se sonrojó y miró al pelirrojo enojado ante semejante estupidez.

—¡Por supuesto que no! ¡¿Tienes idea de lo insoportable que es?! ¡¿Por qué piensas sandeces como esas?!

—Porque de esa forma, toda la atención de Dantalion te pertenece —dijo Isaac como si fuera bastante obvio.

William abrió los ojos sorprendido.

A veces, cuando la cabeza de Isaac no estaba llena de su obsesión con lo oculto, decía cosas que, incluso, ponían a pensar al mismo William Twining.

—Eso no tiene nada que ver —dijo finalmente, sonrojándose un poco—. Sin importar si su atención es mía o no, odio cuando me molesta. Es muy insoportable cuando actúa así.

Isaac solo sonrió mirando hacia arriba.

Él sí tenía fe en que Dantalion terminara enamorado de William. Después de todo, cualquier cosa podía suceder.

 

 

Dantalion llegó a su mansión y, luego de una merecida ducha que le hizo sentirse fresco y relajado, se arrojó a su cama.

A pesar de que tuvo toda una semana para prepararse, no sabía lo que le diría a Solomon.

Él no era muy bueno pidiendo disculpas, y menos al mayor de los gemelos, porque éste nunca le había dado motivos para disculparse y ni siquiera sabía cómo comenzar.

«Dantalion, agradecería que solo te presentaras para realizar el trabajo. Es lo único que te pediré.»

Recordó de repente aquellas palabras y la seriedad que usó Solomon al pronunciarlas.

Él estaba bromeando con William y le exigía que le regalase algo para su cumpleaños. Lo había tumbado a la cama y se posicionó arriba, atrapando las muñecas del rubio para impedirle cualquier movimiento.

Luego, si mal no recordaba, había hecho un comentario sobre lo delgado que estaba William y le subió la camisa, colocando una mano en su torso.

Solomon entró en ese momento y no supo cómo disimular su asombro. Luego de que William se había retirado a hablar con su tío por teléfono, Solomon había pronunciado esas palabras. Con una seriedad que había resultado escalofriante.

—¿Estaría celoso? —murmuró con su corazón latiendo fuertemente—. ¿Será posible que Solomon sienta algo por mí?

«¡Sólo escúchate! ¡Siempre fantaseando con estupideces! ¡Aprende a ser un poco más realista, idiota!»

Casi pudo escuchar la voz de William diciéndole aquello y no pudo evitar reír, sabiendo que tenía razón. Solomon no podía estar celoso y menos por Dantalion. Debía ser realista. No debía olvidar la posibilidad de cinco a diez por ciento.

Con ese pensamiento, cerró los ojos y cayó dormido.

 

 

Abrió sus rubíes con cansancio, tomando su celular mientras bostezaba. Solo había dormido una hora y estaba hambriento.

Se levantó para pedirle a su mayordomo Baphomet que le preparara algo de comer y, mientras esperaba en el comedor, pensaba en lo que le diría a Solomon y, sin quererlo, se ponía ansioso solo de imaginar que todo volvería a ser como antes.

Una sonrisa traicionera se dibujó en sus labios ante aquel pensamiento. Si existía realmente la posibilidad de que Solomon sintiese algo por él, entonces no debía preocuparse por nada más que por su hermoso Solomon y creer que algún día podría presumírselo a todos como su novio. Después de todo, había obtenido «la bendición» de William.

Rio levemente al recordarlo. William podía ser adorable cuando se lo proponía… demasiado adorable… tanto así que daban ganas de molestarlo más y más solo para verlo de esa manera.

Entonces pensó en lo mucho que había deseado estar sexualmente con William. Era cierto que no había estado con nadie en un año y medio, aproximadamente, y era normal tener ciertas necesidades, pero era algo que solo le sucedía con William. La vez en la que fue a buscar a un conocido para solucionar ese problema, no había podido hacerlo.

Mientras Baphomet colocaba los platillos delante de él, Dantalion meditaba sobre ello. Quizás sí era por querer arrebatarle ese orgullo que William jamás abandonaba. O tal vez el pasar demasiado tiempo alejado de su Solomon de verdad le estaba afectando.

«¿Realmente crees que es por eso?»

—¿Dijiste algo? —le preguntó a Baphomet.

El mayordomo lo miró con extrañeza en sus ojos dorados, pestañeando varias veces.

—No, amo, no dije nada.

—Ah… —balbuceó Dantalion extrañado—. Creí haber escuchado algo.

—Debería descansar después de comer —recomendó Baphomet con una sonrisa.

—Dormí un poco hace raro. Saldré a caminar para despejar mi cabeza después de que coma —le sonrió a Baphomet quien le devolvió la sonrisa.

—Está bien —el mayordomo se inclinó un poco en señal de reverencia antes de retirarse.

Después de terminar de comer, salió a caminar, perdiéndose en sus pensamientos. Extrañaba estar cerca de Solomon, sentir sus suaves caricias, observar su hermoso rostro, oír su dulce voz. Extrañaba todo y cada cosa de él.

Solo esperaba que no ocurriera ningún inconveniente que le impidiera ir al siguiente día a la mansión Twining.

La razón por la que había decidido hablar con Solomon un fin de semana era para estar a solas con él sin ninguna interrupción molesta —Sitri y Camio—. Poder conversar con el rubio con calma y luego pasar el resto del día junto a él.

Caminaba con una gigantesca sonrisa que delataba su felicidad, mientras sentía el viento mover sus cabellos, cuando de repente sus ojos observaron cierta cabellera rubia. No podía ver el rostro, porque lo obstruía un cuerpo delante, pero supo perfectamente de quien se trataba.

—¡Solomon! —susurró con una sonrisa.

Era la oportunidad perfecta para arreglar las cosas con él.

Llevó su mirada a la persona que estaba frente a Solomon, que le obstruía la vista hacia él, y pudo reconocer perfectamente esa melena.

—¿Camio?

Recordó que había ocasiones en las que Solomon iba a la casa de él, pero, aun así, los celos lo invadieron. Y lo hicieron aún más cuando Camio se inclinó a la altura de Solomon.

Dantalion abrió los ojos sorprendido.

No era posible que es estuvieran besando, ¿cierto? Seguramente solo le estaba susurrando algo, ¿verdad? Todavía existía una posibilidad de que Solomon sintiera algo por él y poder estar juntos en algún futuro, ¿no es así?

Sus dudas se disiparon cuando el rubio colocó una mano en la nuca de Camio.

Quedó completamente en shock.

—Está bien. Nos vemos —se despidió el representante con una sonrisa.

—Sí, nos vemos —se despidió Solomon, agitando levemente la mano.

Cuando Camio entró de nuevo a su hogar, cruzó la entrada principal y se sorprendió de encontrarse con el pelinegro allí.

—¿Dantalion? —dijo—. ¿Te ocurre algo? —preguntó acercándose a Dantalion, preocupado ante aquella expresión, pero éste solo retrocedió tres pasos antes de salir corriendo.

¿Cómo pudo ser tan estúpido? Solomon ya parecía estar feliz al lado de Camio. Ya él sobraba en su vida.

No supo por cuánto tiempo estuvo corriendo, pero, al divisar cierto lugar, se detuvo y entró. Decían que las penas no se olvidaban con alcohol, pero con agua tampoco, así que solo bebería y bebería hasta no recordar nada al día siguiente.

La ventaja de medir un metro ochenta y cinco a los diecisiete años, era aparentar más edad de la que realmente tenía y, de esa forma, no necesitó mostrar la identificación. El hombre de la barra confiaba en que Dantalion era mayor de edad y, de un momento a otro, ya había latas de alcohol vacías frente al pelinegro,

—Dame otra —pidió el moreno al beberse la última lata.

—¿Te encuentras bien? —preguntó el cantinero, dándole otra cerveza.

—Tranquilo. Tengo dinero —dijo destapando la lata, bebiendo un trago de ésta.

—No es eso a lo que me refiero —aclaró el hombre con una sonrisa—. Pregunto el motivo de quererte embriagar de esa manera.

—¿Sabes lo que se siente amar a alguien y que ese alguien esté con alguien más?

—¡Ah, sufres por amor!

—¿Sufrir? —Se burló Dantalion—. ¡Estoy muriendo por amor! ¡Lo peor es que lo veo todos los días porque estudiamos en la misma institución! ¡Y los fines de semana debo ir a su casa a realizar un trabajo con su hermano! ¿Sabes lo tortuoso que eso es?

—Te compadezco —dijo el hombre un tanto divertido, estando acostumbrado a oír ese tipo de historias—. ¿Eres universitario? —preguntó interesado.

—¡No! —Respondió dándole un trago a su cerveza—. ¡Estoy en la secundaria!

—¡¿S-secundaria?! —Se sorprendió el hombre—. ¡¿Qué edad tienes?!

—Diecisiete —respondió tranquilamente.

—¡¿Die…?! —se detuvo sorprendido—. ¡Tú no deberías estar aquí!

—¡Pero ya estoy aquí! —Dijo Dantalion con obviedad y con una sonrisa—. ¡Déjame seguir bebiendo! ¡Ya me serviste alcohol!

—¡Por supuesto que no! ¡Pagarás tus bebidas y te irás de aquí! ¡Me meterás en problemas!

—¡Claro que no! ¡Nadie se tiene porque enterar que soy menor de edad!

—¡Con lo alto que estás gritando, ya todos en el bar lo saben! —Dijo molesto el cantinero—. ¡Te irás ahora mismo!

—¡Qué molestia! —se quejó Dantalion sacando su tarjeta para pagar y, cuando estuvo hecho, se retiró con la última lata de cerveza que le quedaba y que aún estaba casi llena.

 

 

—¡No puedo creer que tenga su número telefónico! —chillaba William de alegría, mientras esperaba a su chofer, e Isaac le hacía compañía.

—¡Parece que le agradaste y se quedó asombrado de lo brillante que eres, y lo mucho que te interesa la política! ¡Eres impresionante, William! —dijo Isaac con los ojos brillando de admiración.

—Por supuesto que lo soy —presumió el rubio cruzando los brazos, cerrando los ojos y sonriendo con superioridad.

—¿Ese es Dantalion? —dijo Isaac de repente.

—¿Huh? —William abrió los ojos y, efectivamente, Dantalion se estaba acercando a ellos.

—¿Qué le sucede? —preguntó William al ver cuánto se le dificultaba a Dantalion caminar.

Cuando el pelinegro llegó hasta ellos, tropezó con sus propios pasos y casi cae encima de William si no es porque éste lo sostuvo a tiempo y logró encontrar el equilibrio, quedando la frente de Dantalion sobre el hombro del rubio.

—Hey, Dantalion. ¿Te encuentras bien? —preguntó William sacudiéndolo, un tanto preocupado por el comportamiento del más alto.

El moreno se enderezó tambaleándose un poco, quedando su cara muy cerca de William, con los ojos entrecerrados, intentando reconocer aquel rostro.

—¿William?

Cuando esa palabra salió de la boca de Dantalion, el rubio cubrió su nariz inmediatamente ante aquel aliento que chocó con su rostro.

—¡Apestas a alcohol! —regañó fuertemente—. ¿Cuánto bebiste?

—Muy poco.

Dantalion llevó la lata de cerveza a sus labios, que aún estaba hasta la mitad, pero, antes de que pudiese tomar, William se la arrebató salpicándole a Dantalion en la ropa.

—¡Devuélvemela! —reclamó el moreno intentando tomar la lata de nuevo.

—¡Por supuesto que no! —Dijo William—. ¡Isaac, deshazte de esto! —le pasó la cerveza.

—S-sí —tartamudeó el pelirrojo, tomándola y alejándose un poco de Dantalion.

El moreno, olvidándose por completo del alcohol, se acercó a William y lo miró muy de cerca, haciendo sonrojar levemente al rubio.

—William… —susurró suavemente—, ¿por qué eres más adorable que tu hermano?

—¿Qué? —se sorprendió William, sonrojándose ferozmente.

—Mírate —sonrió Dantalion—, provoca pellizcarte las mejillas cuando te sonrojas de esa manera.

—¡Te dije que no me dijeras adorable! —reclamó con su cara asemejándose a un volcán a punto de estallar.

—Dijiste que no te dijera «tierno» —se defendió Dantalion.

—¡Es lo mismo!

—Es que… —susurró el pelinegro—, eres más emotivo que tu hermano. Eres adorable cuando de enojas, pero lindo cuando sonríes.

—Si lo dice ebrio, lo piensa sobrio —aportó Isaac ganándose una mirada asesina de parte de William.

—¡Ah! ¡Y te ves sexy cuando miras a otros con arrogancia! —continuó Dantalion, enrojeciendo más las mejillas de William por la vergüenza.

—¿S… s… se… s-sexy? —logró decir el rubio en medio de su tartamudeo.

—¿Sabes que deberíamos hacer? —Prosiguió el moreno, acercándose peligrosamente al rostro de William—, ir a tu habitación y terminar lo que tu hermano interrumpió.

William se sonrojó ferozmente e Isaac también, sabiendo exactamente a qué se refería Dantalion.

—¡P-por supuesto que no! —gritó el rubio con fuerza.

—¿Por qué no? Ambos queríamos —se acercó aún más a William con una sonrisa traviesa—. Había una parte de tu cuerpo que delataba cuanto querías que continuáramos.

Si bien se pensaba que el rostro de William no podía enrojecer más, estaba equivocado. Ahora, tanto su rostro, como el de Isaac, eran una antorcha encendida.

Era increíble que, aún ebrio, Dantalion encontrara entretenido molestarlo.

—¡¿C-cómo dices esas cosas?! —gritó William exasperado.

A él no le importaba hablar de la reproducción humana sin titubear, incluso podría hablar de ello con una dama presente y no importarle si sus palabras la incomodaban o no. Pero de aquí a que Dantalion dijera a los cuatro vientos lo que estuvo a punto de ocurrir entre ellos, y remarcara que una notable erección abultaba los pantalones de William, era un asunto completamente diferente.

—Es la verdad —dijo Dantalion con naturalidad—. Eres lindo cuando sonríes, adorable cuando te enojas o te avergüenzas, sexy cuando presumes y delicioso cuando pierdes todas esas facetas —lo abrazó por la cintura y unió sus cuerpos—, cuando dejas de ser el prefecto William y caes rendido, cuando ese orgullo ya no existe. Te viste realmente delicioso cuando me pediste que siguiera ba… —el rubio cubrió su boca rápidamente antes de que terminara esa frase.

—Cállate —susurró William notablemente enfadado.

Dantalion quitó la mano del rubio sobre su bica y le sonrió entre sincero y perverso.

—Si tanto queríamos, debemos repetirlo, pero esta vez llegando al final —besó los labios del rubio con algo de salvajismo, sonrojado a William y sorprendiendo a Isaac.

—D… detente —logró decir William entre besos, pero Dantalion no cedía—. ¡Suficiente! —gritó apartándose del beso, pero no del abrazo.

—Vamos, quiero que me beses —intentó tomar de nuevo los labios ajenos, pero William lo impidió alejando su cabeza y empujando a Dantalion lo más que pudo.

—¡Ya te dije que no! ¡¿Por qué te embriagaste?! —regañó fuertemente, como si un padre estuviese regañando a su hijo por haber llegado a altas horas de la noche.

—Por amar a alguien que no me corresponde —respondió recostando de nuevo su frente en el hombro de William.

—¡¿Solo por eso?! —se indignó el rubio.

—¿Qué quieres que haga? —Reclamó enojado Dantalion—. ¿Qué disfrute de la vida mientras la persona que amo no me corresponde? Tú también tienes un amor no correspondido, ¿verdad? —Se enderezó para mirarlo a los ojos—. Deberías comprenderme.

—Sí, es cierto —aceptó William—. Estoy enamorado de alguien que no me corresponde, pero no lo uso de excusa para arruinar mi vida.

Dantalion cayó de nuevo sobre el hombro del rubio y presionó los puños con frustración.

—Lo amo —murmuró con tristeza—. Amo demasiado a tu hermano.

—Lo sé. Nunca te esforzaste por ocultarlo.

—William, ¿por qué no puedes ser tú?

—¿Por qué no puedo ser yo, qué? —preguntó el rubio confundido.

—¿Por qué no puedes ser tú la persona de quien me enamoré? ¿Por qué no puedo ser yo el idiota que te gusta? ¿No sería más lindo si nosotros dos nos amáramos y estuviéramos juntos?

William tenía los ojos sorprendido ante esas palabras y, sin saber qué decir, optó solo por desviar la mirada, antes de preguntar:

—¿Por qué sueltas eso de repente?

—Me la he pasado bien contigo —confesó el pelinegro—. Me haces olvidar todo, de quien soy, de mi dolor, de mi pasado… de Solomon. Me gustaría que los dos olvidemos a los idiotas que nos hacen sufrir —susurró lo último, hundiéndose en el cuello de William para aspirar su aroma—. Si escogiéramos de quienes nos enamoramos, posiblemente te escogería a ti.

William tenía un ligero sonrojo en sus mejillas, pero no tan pronunciado como minutos atrás.

—No llames «idiota» a mi hermano, solo yo puedo llamarlo así —dijo el rubio, intentando evitar dar otro comentario sobre lo dicho por Dantalion—. Además, no deberías usar de excusa tu amor unilateral para arruinar tu vida.

—¿Arruinar mi vida? —se burló Dantalion, enderezándose y mirando los verdes ojos de William entre enfadado y triste—. ¡¿Qué más la voy a arruinar?! ¡Mi vida ya está arruinada!

Una sonora y fuerte cachetada se escuchó en la mejilla derecha del pelinegro que le hizo girar el rostro con brusquedad.

Dantalion e Isaac estaban completamente paralizados. Ninguno de los dos se había esperado una reacción tan violente de parte de William.

—¡Deja de decir estupideces! —gritó enojado—. ¡Lo entiendo, la persona que amas no te ama, sé cuánto duele! ¡Pero no es excusa para estropear tu hígado con alcohol! ¡¿Dices que tu vida está arruinada?! ¡Bien, está arruinada! ¡Pero entonces busca la manera de arreglarla, en vez de estropearla más de lo que ya está! ¡¿Crees que es el fin del mundo?! ¡Eres joven y atractivo, en cualquier momento encontrarás a alguien!

—Nadie como Solomon —completó Dantalion con tristeza.

—¡Esa es la idea, animal! —gritó William bastante molesto—. ¡¿Quieres encontrar a alguien igual a Solomon?! ¡¿Para qué?! ¡¿Para que te haga sufrir así como te está haciendo sufrir Solomon en este preciso instante?! ¡¿Tan masoquista eres?!

—¡Tú no lo entiendes! —gritó Dantalion con lágrimas acumuladas en los ojos.

—¡¿No entiendo qué?! ¡¿El cómo tu cerebro se quedó estancado en los cinco años?!

Las lágrimas comenzaron a bajar frenéticas por las mejillas de Dantalion, mientras éste se llevaba una mano al rostro y su respiración se agitaba.

—William… —susurró Isaac, pidiéndole que se detuviera con su riña.

—Tú no lo entiendes… —repitió Dantalion en un susurro—. Hice algo horrible y Solomon no me juzgó por ello, al contrario de las demás personas —recostó su frente de nuevo en el hombro de William, mientras seguía sollozando, sintiendo como el rubio lo sostenía de los hombros—. No sabes lo que sentí cuando no dijo nada y continuó tratándome como siempre. Sentí que había encontrado a la persona para mí. Pensé que si permanecía a su lado, él terminaría enamorado de mí, pero… sus hombros se movieron agitadamente por tener que decir aquello—, soy solo uno más en su larga lista de pretendientes.

—¿Cuál lista? Solo son dos idiotas que están tras él; Sitri y tú.

—Camio también está enamorado de él —le recordó Dantalion.

William apartó la mirada. Ese era un rumor que circulaba por Stratford, pero que nadie sabía si era cierto o falso. El representante tampoco es que se tomaba la molestia de aclarar el asunto, así que nadie sabía con certeza si sentía algo por Solomon o no.

—Y puede que todavía hayan más que ni tú ni yo conozcamos —terminó de decir Dantalion.

—Hablas como si Solomon tuviese una vida alocada fuera de casa.

—Tal vez la tiene.

—No seas idiota —murmuró el rubio.

—William… —susurró Dantalion lentamente—, yo no nací para ser amado.

—Solomon te quiere —aseguró William—. El hecho de que no corresponda tus sentimientos, no quiere decir que no seas alguien importante para él.

—Te equivocas —negó Dantalion—. Por lo que hice, no merezco ni mencionar la palabra «amor», pero cuando Solomon me hizo sentir de manera especial, pensé que si alguien como él me amaba, entonces, tal vez la vida no era tan mala como creía. Pero, la verdad, es que hasta él mismo rechaza mi amor. No… yo no… —hizo una pausa sollozando—, yo no merezco ningún querer. No merezco ser amado. Hoy me he dado cuenta de ello, es por eso que nadie me quiere, incluyendo a Solomon.

William mordió su labio, desviando la mirada, y después regresándola a la negra y brillante cabellera de Dantalion.

—Yo te quiero… —confesó William, sorprendiendo a Isaac.

—Lo dices por lástima.

—Yo no soy ese tipo de persona. Hablas como si no me conocieras —se ofendió William—. Yo me refiero a que… a que estoy enamorado de ti.

—¿Qué? —dijo Dantalion sin despegarse del hombro contrario y sonando bastante sorprendido.

—Que eres tú el idiota que me gusta. Yo… —se sonrojó ferozmente—, yo te amo —terminó de decir muy rápidamente.

—¿De verdad? —susurró Dantalion, enderezándose un poco, pero manteniéndose a la altura de William y con sus rostros muy cerca.

—¿Crees que lo mereces? —preguntó el rubio alzando una ceja.

—No.

—Yo tampoco —admitió el rubio—. Pero, lo merezcas o no, te amo, y es una verdad que no puedo cambiar.

Tras decir eso, besó los labios de Dantalion con delicadeza, olvidándose por completo que Isaac estaba ahí, quien llevó incómodamente la mirada a otro lugar. Pero no podía evitar mirar de reojo de vez en cuando.

El pelinegro correspondió el beso, mientras solitarias lágrimas aún resbalaban por sus mejillas. Acunó el rostro de William entre sus manos y profundizó el beso, pero sin llegar a introducir su lengua.

Dantalion se separó lentamente, mirando muy de cerca los ojos contrarios. Recostó su frente de la de William, acunando más su rostro entre sus manos.

—William —susurró más con aire que con voz—, salgamos —propuso, sorprendiendo tanto a William como a Isaac—. Intentémoslo y olvidémonos de todo.

El rubio tenía los ojos completamente abiertos. Había querido escuchar esas palabras de Dantalion desde hace un tiempo atrás. Pero sabía que todo era síntomas de su embriaguez y no quiso hacerse ilusiones; más sin embargo…

—Yo… —intentó decir algo, pero su voz no pudo articular palabra alguna.

—¿Por qué pones esa cara? —Sonrió Dantalion burlista—, ¿no quieres estar conmigo?

—S… s-í, pero…

—Entonces solo salgamos.

El auto de los Twining acercándose, hizo a William salir de su trance y pensar con algo más de claridad.

—Ahí viene el auto, vámonos —fue lo único que dijo el rubio, subiendo al auto junto con Dantalion cuando se estacionó—. Nos vemos —se despidió de Isaac.

—S-sí, nos vemos —tartamudeó el pelirrojo antes de ver el auto marcharse.

William miró de reojo a Dantalion, quien se hallaba recostado en su hombro y abrazaba al rubio con ambos brazos por la cintura.

Suspiró mentalmente.

Lidiar con el pelinegro en ese estado era verdaderamente molesto.

—¿Llevará a ese joven a su casa primero? —preguntó el chofer, mirándolo por el espejo unos segundos.

William suspiró pensativo.

No podía ir a la mansión Huber con el pelinegro en estado. ¿Qué les iba a decir?: «¡Entrega especial! Aquí les traigo a Dantalion borracho. ¿Dónde se los dejo?»

Mejor no.

No quería que sus familiares lo vieran de esa manera. La excusa perfecta.

—No —respondió—, lo llevaremos a mi casa.

—Como ordene.

 

 

Fue difícil introducir a Dantalion en la habitación en el estado en que se encontraba. Cuando finalmente lo logró, lo arrojó a la cama, sentándose él a su lado con cansancio.

Algo que deseó ese día era nunca tener que lidiar con borrachos de nuevo.

Le quitó los zapatos a Dantalion y procedió a masajearse uno de sus hombros con agotamiento.

Cuando quiso levantarse, el pelinegro lo jaló del brazo y lo abrazó protectoramente antes de tomar sus labios entre los suyos y besarlos apasionadamente. Era impresionante que, aun con ese horrible sabor a cerveza, los labios de Dantalion fuesen tan dulces.

Pero William no quería que aquello ocurriera otra vez. Ya estaba harto de estar a punto de intimidar con Dantalion por culpa de la carencia de cordura del pelinegro. No permitiría que sucediera una vez más.

—Detente —pidió William tomándolo de los hombros y alejándolo un poco.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Dantalion confundido—. ¿No dijimos que saldríamos?

—Yo nunca…

«Accedí a eso», terminó en su mente, al verse interrumpido por un beso de Dantalion.

—Te dije ya que te detuvieras —volvió a decir William, separándolo de nuevo por los hombros—. No quiero tener sexo con alguien de esta manera, ni siquiera contigo.

—¿En qué momento dije que te haría el amor? —Preguntó Dantalion alzando una ceja—. Yo solo quiero besarte. Tranquilo, no intentaré propasarme. Lo prometo.

William sabía que, a pesar de esas palabras, debía detenerlo. No debía confiar del autocontrol de Dantalion en ese estado de ebriedad. No importaba lo que dijeran sus palabras, no debía confiarse en que no se propasaría.

William lo sabía.

Sin embargo, su agarre lentamente se aflojó y dejó que sus labios fuesen completamente capturados por Dantalion, en un beso pasional, pero no lujurioso.

Cuando sus lenguas se encontraban, no luchaban frenéticas; bailaban lento una con la otra como si de un vals se tratase.

A veces dejaban sus labios para mirarse a los ojos por un largo rato, hasta que volvían a unirse con más pasión.

Los besos variaban, en algunas ocasiones sus lenguas participaban, en otras solo eran sus labios moviéndose sobre los contrarios y a veces solo eran pequeños besos cortos que le daban seguidamente a la boca contraria.

Dantalion pasaba sus besos de los labios a todo el rostro de William, para volver a besarlo como si el mundo fuera a acabar en cualquier momento. Y cumplió su promesa. Nunca se propasó con él.

Cuando Dantalion ya no soportó más el cansancio, hundió su nariz en el cuello de William, quedándose dormido.

El rubio soltó un agotador suspiro, mirando fijamente el cielorraso.

—¿Salir? —susurró levemente enojado—. ¿En verdad me has propuesto eso? —Frunció el ceño y lo observó de reojo—. Idiota.

Minutos después, él también cayó dormido.

 

 

Era sábado veintinueve de abril, llegando el día siguiente, pero Dantalion no lo supo cuando abrió sus ojos. Apenas sintió los rayos del Sol sobre su rostro, una fuerte jaqueca se apoderó de él.

Gritó con frustración sosteniendo su cabeza para intentar que así el dolor se aliviara, cosa que no funcionó.

Cuando se estómago se revolvió, sin fijarse en el lugar donde estaba, corrió al baño y, todo lo que tenía dentro, lo vomitó en el inodoro.

Hacía mucho tiempo que no bebía de esa forma, pues solo lo hacía con algún motivo de por medio y hace mucho que no tenía motivos para embriagarse.

Salió del baño con una mano en la cabeza y lo primero que vio fue una mano extendiéndole una aspirina y un vaso con agua.

—Gracias.

Aceptó el gesto sin ver quien se lo ofrecía, pues el dolor le obligaba a mantener los ojos cerrados y su desordenado flequillo en su rostro no ayudaba mucho.

—¿Quién eres, por cierto? —preguntó al terminar de beberse el agua, concluyendo que, en medio de su embriaguez, tuvo sexo alocado con alguien.

—¿Tienes el descaro de preguntar quién soy?

Al reconocer esa voz, volteó a verlo rápidamente.

—¿William? —dijo sorprendido.

—El mismo que miras y admiras —suspiró con pesadez mientras le quitaba el vaso—. Eres todo un desastre, ¿lo sabías?

A Dantalion le entró pánico. Recordaba perfectamente haber visto a Solomon y a Camio besarse y por eso temía haber llegado ebrio a la mansión Twining y haber hecho una escena frente a Solomon.

—¿Qué hago yo aquí? —preguntó mirando asustado a William.

—¿No recuerdas nada?

Cuando Dantalion negó con la cabeza, William solo desvió la mirada.

—No suelo recordar lo que hago al embriagarme —aclaró Dantalion—. ¿Ocurrió algo entre los dos? —preguntó sin horrorizarse de la situación como lo había hecho la vez en la que encontró una marca en su labio y temió haber intimidado con William.

—¡Por supuesto que no! —negó rápidamente el rubio—. ¡¿Crees que yo dejaría que algo pasara entre tú y yo?!

—Entonces ¿por qué apartaste la mirada de esa forma?

—Por nada, es solo que… —hizo una pausa desviando la mirada y regresándola a Dantalion de nuevo—. Te cacheteé.

—¿Me cacheteaste? —Llevó sus manos a sus mejillas, sintiendo un leve dolor en la derecha—. Me golpeaste fuerte; aún me duele un poco, pero, ¿por qué lo hiciste? ¿Llegué a altas horas de la noche borracho y haciéndole una escena a Solomon? —preguntó lo que más temía.

—Si hubieras hecho eso, no estarías aquí —aclaró William—. Kevin se hubiera encargado de echarte de la casa, a patadas si es posible.

—¿Entonces? ¿Me intenté propasar contigo?

William suspiró negando con la cabeza antes de sugerir, señalando a la cama con su cabeza:

—Recuéstate. No es largo, pero sí tedioso de contar.

Dantalion le obedeció, impregnándose con el aroma de William al acostarse en aquella cómoda cama.

El rubio se sentó a su lado, colocando el vaso en la mesa de noche.

—Acepté una invitación de Isaac a cenar a su casa, porque un importante político es amigo cercano de si familia y dijo que tal vez yo estaba interesado en conocerlo.

»Luego de cenar, esperaba a mi chofer fuera de la casa junto con Isaac, cuando apareciste tú tambaleándote y cayendo en mis brazos.

»Empezaste a decir cosas de tu amor no correspondido y que por ese motivo fue que te embriagaste. Dijiste que tu vida estaba arruinada y te cacheteé por idiota.

—Pero si es la verdad —murmuró Dantalion—, está arruinada.

El pelinegro sintió un fuerte dolor en su mejilla izquierda cuando William se levantó de la cama y lo cacheteó nuevamente, empeorando su jaqueca y alborotando más su flequillo.

—¡¿Por qué haces eso?! —se quejó sosteniendo el lugar lastimado.

—Te diré lo que te dije cuando estabas ebrio —dijo William autoritario—: no sé qué fue eso tan horrible que hiciste como para que digas que no mereces ser amado; no sé cómo te sentiste cuando Solomon no dijo nada al respecto; no sé qué sientes en este momento y que tan grande es tu tristeza. Pero no puedes pasarte la vida entera lamentándote que la persona que amas no te ama.

»Te lo dije, eres joven y atractivo. Lograrás encontrar a alguien que no le importe nada de lo que hayas hecho.

»Sé que dices que no encontrarás a nadie como Solomon, pero se supone que esa es la idea. Si consigues a alguien igual que él, estarás sufriendo de la misma manera que estás sufriendo en este momento.

»Si dices que tu vida está arruinada, entonces busca la manera de arreglarla y no de empeorarla aún más.

Dantalion lo observaba con los ojos abiertos sin saber muy bien qué decir.

—¿Me dijiste todo eso?

—Sí —contestó William—, pero como no lo recuerdas, te lo repito.

—William, yo…

El de cabellos negros estaba completamente mudo y no sabía cómo reaccionar.

—Yo… —volvió a tartamudear como seleccionando las palabras adecuadas—, ¿te parezco atractivo? —terminó de decir, con una sonrisa burlona.

El rostro de William se tornó carmesí al mismo tono que los ojos de Dantalion, quien seguía divirtiéndose molestando a William, a pesar de lo que había visto de Solomon.

El rubio apartó la mirada totalmente avergonzado.

«Eres joven y atractivo».

Por supuesto que Dantalion le parecía atractivo, pero se supone que éste no debía enterarse nunca.

—¡Y-yo solo repito lo que los demás dicen!

—¡A yajá! —dijo Dantalion sin creerle.

—¡Es la verdad! ¡¿Por qué alguien como tú me parecería atractivo?!

—Está bien, te creo. Pero también creo que deberías… —jaló a William para que sus rostros estuvieran cerca— mirarme bien y decidir si te parezco o no atractivo.

—¡Suéltame! —ordenó intentando librarse, pero era inútil.

William llevó la mirada a su mesa de noche y observó dos pequeños platos de metal donde guardaba objetos pequeños. Los tomó vaciándolos y golpeándolos entre sí muy cerca del oído de Dantalion.

—¡No hagas eso! ¡No hagas eso! —se quejó el pelinegro soltando a William y sosteniendo su cabeza con ambas manos.

—Te lo mereces —regañó el rubio levantándose de nuevo de la cama.

Dantalion lo observó por un largo rato, pensando en el resumen que le había dado William de lo que había hecho estando ebrio y su sermón sobre no arruinarse la vida. Había algo que quedó rondando en su cabeza y tenía que sacarlo de sí o terminaría por enloquecer.

—William, ¿yo mencioné sobre algo que hice en mi pasado?

—Sí, dijiste que habías hecho algo horrible.

—¿Es todo lo que dije?

—Es todo lo que dijiste.

Dantalion mordió su labio inferior, mirando fijamente a William masajearse un hombro con cansancio.

—¿Y no piensas preguntar sobre ello? —cuestionó con dudas y temor en su voz.

—No pienso a preguntar sobre ello —respondió William desinteresado.

—¿Por qué? —quiso saber Dantalion.

—Porque no creo que sea asunto mío.

El pelinegro no le apartaba la mirada. No quería contarle nada a William, por temor a su reacción. Pero, aunque el rubio tenía razón en decir que no era asunto suyo, el pelinegro sentía que éste merecía saberlo, aunque no fuese así en realidad.

—¿No sientes curiosidad?

William le miró agotado, como si se estuviera cansando de la conversación y de la insistencia de Dantalion.

—Está bien, Huber —aceptó el rubio—, si tanto quieres que pregunte, lo haré. ¿Fue muy horrible lo que hiciste?

Dantalion desvió la mirada y asintió con la cabeza.

—Sí, lo fue —respondió quedamente.

—¿Lo volverás a hacer? —preguntó William alzando una ceja.

—¡P-por supuesto que no! —se apresuró a responder Dantalion alterado.

—Bien. Esas son todas las preguntas —dio la media vuelta para organizar algunos libros fuera de los estantes.

—¿De verdad? —preguntó Dantalion desconcertado.

—Para algo que no es mi asunto, esas dos preguntas es lo único que me deben importar.

Dantalion se quedó completamente sorprendido. No podía creer que a William no le interesaba lo que había hecho, solo que no lo volviera a hacer. No sabía si sentirse mal por la indiferencia del rubio o bien porque a éste solo le importaba el presente.

Sea como fuera, sentía estar ligeramente feliz.

—Por cierto, Huber —dijo William sacándolo de sus pensamientos.

Dantalion se sintió amenazado cuando William lo llamó por su apellido dos veces seguidas. No le gustaba el tono en que lo decía.

—La verdad, no es asunto mío lo que hagas o dejes de hacer con tu vida —prosiguió William—. Si quieres arruinarla, adelante, pero hazlo cuando terminemos el trabajo y yo obtenga mi nota perfecta. ¿Queda claro?

—Sí, excelencia —sonrió Dantalion—. ¿Qué día es hoy?

—Sábado. Espero que podamos trabajar mañana.

—Ah… está bien.

—Además —William se giró a verlo—, te he visto sufrir otras veces por Solomon, pero no hasta este punto. ¿Por qué esta vez llegaste a embriagarte?

—Yo había decidido seguir tu consejo y hablar con Solomon ayer, pero tú cancelaste el trabajo porque te había surgido algo importante —miró a William con reproche, haciendo que éste desviara la mirada.

Había ido a cenar a la casa de Isaac solo porque un político importante iba a asistir. Eso no era nada urgente y le había mentido a Dantalion. Se sentía un poco avergonzado por ello.

—Entonces decidí que lo haría al siguiente día —continuó Dantalion—; es decir, hoy. Salí a despejar mi mente y lo vi a él… en la casa de Camio. Ellos dos están juntos.

—No digas tonterías —negó William rápidamente en defensa de su hermano—, sabes bien que Solomon tiene la manía de ir a la casa del representante.

—¿Y por qué crees tú que lo hace tanto? Es obvio que ellos dos están juntos —insistió el pelinegro.

—No es cierto. Solo estás cegado por los celos.

—Los vi besándose —aclaró Dantalion.

William abrió los ojos sorprendidos y guardó silencio por unos segundos, antes de hablar:

—No… —negó levemente con la cabeza y sentándose de nuevo en la cama—. No. Tuviste que haber visto mal.

—Yo sé lo que vi, William.

—No. Si fuese así, Solomon me lo hubiera dicho ya.

—Por supuesto, tu hermano te dice hasta cuántas veces va al baño —dijo Dantalion con ironía.

—Pues, no, pero él no me ocultaría algo como eso. Acordamos no escondernos cosas como esas.

William se oía tan decidido en sus palabras que Dantalion sintió algo de pena. Se escuchaba como si estuviera perdiendo la confianza de su hermano. Y si no puedes confiar en tu propia sangre, entonces, ¿en quién? Eso Dantalion lo entendía.

—Tal vez ayer decidió aceptar estar con Camio y aún no te lo ha dicho —agregó el de ojos rojos, intentando animar un poco a William.

—Me lo hubiese dicho ayer.

Tras decir aquello, guardó silencio dudando y sintiéndose indignado si la información de Dantalion era verdad.

Quizás era un poco hipócrita de su parte cuando él tampoco le era sincero respecto al idiota que le gustaba. Pero, pensándolo con detalle, era un asunto completamente diferente, puesto a que William no estaba saliendo con nadie. Si fuera así, Solomon sería la primera persona en enterarse.

—¿Estás seguro que los viste besándose? —preguntó sin creérselo todavía.

—Sí, los vi.

William seguía negando con la cabeza sin creerle.

—Incluso vi cuando Solomon lo tomó de la cabeza para corresponderle —insistía Dantalion—. Si no los hubiese visto, no me hubiera molestado en embriagarme —suspiró—. ¡Ahora tengo jaqueca! —se quejó tomando su cabeza con rudeza.

William lo observó con una ceja alzada.

—Aquel que no se responsabiliza de sus actos, sufre sus consecuencias.

—No uses tu filosofía conmigo —se quejó Dantalion—. En serio me duele la cabeza.

—Entonces descansa y trata de dormirte otra vez —recomendó William tomando el vaso de la mesa de noche y retirándose.

Llegó a la cocina y miró el vaso por unos segundos, observando cómo la saliva de Dantalion aún estaba un poco —solo un poco— fresca. Tragó grueso y una idea absurda cruzó le cruzó por la cabeza.

Lleno el vaso con agua y bebió el contenido por el mismo lugar que Dantalion había hecho, relamiendo la huella que había dejado.

Era un poco tonto recibir un «beso indirecto» cuando ya antes se había besado varias veces con Dantalion de una forma muy directa. Pero no pudo evitar cerrar los ojos y sonreír.

—¿Amo William? —dijo el mayordomo sacándolo de su ensoñación.

—¡Kevin! —se sobresaltó colocando el vaso en su lugar.

—¿Por qué tenía esa sonrisa? —preguntó el hombre entre extrañado y curioso.

—Por nada en específico —respondió recuperando la compostura.

Guardó silencio por unos segundos y mordió su labio inferior.

—Oye, Kevin.

—Dígame.

—¿Alguna vez te has embriagado?

—¡Como muchos! —respondió con una sonrisa apenada—. Pero eso fue hace mucho tiempo.

—Y… ¿has recordado lo que hiciste y lo que dijiste cuando volvías a estar sobrio?

—¡Nunca! Así que si hice algo vergonzoso, agradezco no recordarlo.

—¿Y crees que exista la posibilidad de que una persona sobria que no recuerda nada, recuerde de repente lo que hizo en su momento de embriaguez?

—Sí, es posible que lo haga —calló por unos momentos intentando de descifrar esa extraña conversación que tenía con su señor—. No estará pensando en embriagarse, ¿verdad?

—¡¿Qué?! ¡Claro que no! —Negó William rápidamente con la cabeza y con ambas manos—. Solo era curiosidad. Me retiraré a mi habitación.

Se fue dejando al mayordomo solo y confundido.

Llegó a su alcoba y Dantalion ya estaba dormido. Lo observó por unos momentos antes de suspirar y sentarse en una de las sillas frente a su escritorio.

No podía creer que Dantalion le hubiera ofrecido salir, claro que él nunca accedió a hacerlo. No porque Dantalion hubiese estado borracho, porque si hubiera estado sobrio, también lo hubiera rechazado.

«Si lo dice ebrio, lo piensa sobrio.»

Recordó las palabras de Isaac y frunció la boca. Y, como si lo hubiese invocado, su celular sonó avisándole que Isaac lo estaba llamando. Atendió la llamada, saliendo al balcón para que Dantalion no se despertara por el ruido de la conversación.

—¿Qué ocurre? —preguntó William imaginándose a qué había llamado el pelirrojo.

¿Qué ocurrió con Dantalion? —preguntó Isaac sonando bastante entusiasmado.

Pareciera que hubiese esperado desde el día anterior poder hacer esa llamada.

—Nada. Él está dormido.

¿Lo llevaste a tu casa? —preguntó sorprendido.

—No quería que su familia lo viera en ese estado —aclaró William—. Deja de hacerte ideas.

Bueno, ¿y qué ocurrió? Él te pidió salir, ¿no es así? ¿Qué ocurrió después?

—¿Preguntas si tuvimos sexo —preguntó sin titubear.

¡N-no me refería a eso! —William se pudo imaginar el sonrojo de su amigo ante aquello—. Me refiero a si ya son novios.

—No, él no recuerda nada de lo que hizo o dijo.

¿En serio? —se oyó desilusionado.

—Sí. Yo le puse al tanto, pero omití ciertas partes.

¿Y por qué lo hiciste? —reprochó Isaac.

—Porque no quiero salir con él —dijo William cortante.

P-pero… —titubeó Isaac—, tú dices que estás enamorado de él.

—Y no miento —aclaró el rubio mirando a Dantalion desde el balcón—, y es por ese mismo motivo que no quiero estar con él. No así.

¿A qué te refieres?

—A que no quiero ser un reemplazo o un objeto para olvidar. No quiero estar con él, si solo me va a usar para sacar a Solomon de su vida. Podría fingir ser feliz conmigo, pero por dentro sé que estaría extrañando a Solomon. No quisiera ser su novio y sorprenderme escucharlo susurrar su nombre a escondidas. No quiero ser feliz a costa de su dolor. No quiero ser el «segundo plato» cuando sé que a él le gusta más el principal.

William… —susurró Isaac.

—No digas nada de lo que ocurrió a nadie —amenazó William.

No lo haré —aseguró Isaac.

Cuando William vio a su hermano entrar a la habitación y posar su mirada confundida en Dantalion, se dirigió de nuevo a Isaac:

—Hablamos luego.

S-sí, adiós —se despidió el pelirrojo.

William finalizó la llamada justo en el momento en que su hermano cruzó mirada con él y fue al balcón también.

—¿Qué hace Dantalion durmiendo? ¿No deberían estar haciendo el trabajo?

—Me lo encontré después de cenar en la casa de Isaac. Estaba ebrio. Me lo traje y pasó la noche aquí.

—¿En serio? —preguntó Solomon algo sorprendido.

—Se embriagó porque no le correspondes. Incluso lloró —se acercó a su hermano y pellizcó sus mejillas—. Si se supone que tú eres su enamorado, ¿por qué soy yo quien debe aguantarse sus lloriqueos?

—Lo lamento —se disculpó Solomon sintiendo alivio cuando sus mejillas fueron soltadas.

—Dijo que tú eres el único que no lo ha juzgado por algo que hizo, así que no puede renunciar a ti.

—Ya veo… —murmuró Solomon mirando a Dantalion con tristeza.

—¿Fue tan malo? —preguntó William en un susurro, mirando fijamente a Dantalion también.

—¿Qué cosa?

—Lo que hizo.

—Depende de cómo lo veas.

La verdad, William sí sentía curiosidad al respecto, pero era la vida de Dantalion y sabía que no debía involucrarse de esa manera.

Miró a su hermano de reojo, recordando las palabras del pelinegro. Tenía que aclarar aquello de una vez por todas y reclamarle el habérselo ocultado.

—Hey, Solomon —le llamó, obteniendo la atención total de su gemelo—. ¿Tú y el representante Caxton están juntos?

—¿Juntos? —repitió confundido.

—Ya sabes… —tartamudeó William—. ¿Están saliendo? ¿Son pareja?

—¿Por qué preguntas?

—Responde —exigió William sin mirarlo a la cara.

—No, no estamos saliendo.

William lo observó de reojo con el ceño levemente fruncido.

—Dantalion me dijo que los vio besándose.

Hubo un momento de silencio, mientras Solomon miraba incrédulo a su hermano.

—Yo y Camio nunca nos hemos besado —aclaró el mayor, pensando en lo que pudo haber visto Dantalion, recordando cómo había salido corriendo cuando él se había despedido del representante estudiantil—. Supongo que vio mal.

William sabía que Solomon no saldría con nadie sin decírselo, pero si no se estaban besando, ¿qué estaban haciendo?

—Entonces ¿qué fue lo que vio Dantalion?

Camio y yo hablábamos de un asunto delicado en la puerta de su casa y recostó su frente de la mía. Como Camio estaba de espaldas de donde estaba Dantalion, supongo que lo interpretó como si nos estuviéramos besando.

—Me alegra oír eso —dijo William—. Pensé que salías con él sin habérmelo dicho.

—¿Cómo puedes pensar eso de mí? —se quejó Solomon con una sonrisa.

—Es por eso que no le creí —aclaró el menor de los dos—. Me parecía irreal que tú y el representante estuvieran juntos.

—¿No me ves con Camio?

—No te veo con nadie. Eres demasiado extraño para imaginarte en una relación amorosa.

Solomon rio con las palabras de su hermano.

Todo permaneció en silencio después de eso. Los dos miraban fijamente a Dantalion.

William no sabía cómo su hermano podía vivir sabiendo que alguien sufría por su causa. Solomon podía ser alguien muy insensible a veces.

—Si no vas a intentar hablar con él, no seas tampoco tan amable —ordenó William levemente enojado y rompiendo el silencio.

Solomon lo miró sin entender.

—¿A qué te refieres?

—A que Dantalion ha estado demasiado quejica con respecto a todo esto —dijo William hastiado—. Admito que ayer fui yo quien canceló el trabajo para ir a casa de Isaac, pero las otras veces en que no hemos podido trabajar, ha sido culpa de él y de todo lo que ha ocurrido contigo.

»Si no piensas intentar hablar con él, si no quieres aceptar su amor, entonces míralo a la cara y dile que pierda las esperanzas, en vez de hacerlo sufrir con todo esto.

»Ya estoy cansado.

»Pareces esas personas que abandonan a un perro en la calle y éstos se niegan a ser adoptados por otras personas y esperan creyendo que regresarán por ellos.

»Si él no quiere arreglar las cosas, hazlo tú y que se termine esta locura en la que me están involucrando.

Solomon guardó silencio, observando a su hermano de reojo, mientras éste mantenía los ojos cerrados y una mano en la frente con agotamiento.

—No es que no quiera —respondió al fin el gemelo mayor.

—Pues, parecieras que no quieres —se quejó William sin abrir los ojos.

El silencio volvió a reinar entre los dos, por unos cuantos minutos, siendo roto de nuevo por William:

—Solomon, ¿qué sientes por Dantalion?

Solomon pareció meditar bastante esa pregunta, antes de responder:

—Le quiero.

—¿De la forma en la que él te quiere? —preguntó William alzando una ceja.

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? —cuestionó confundido.

—Nunca me he tomado la molestia de averiguarlo.

William le observó en silencio por unos segundos sin saber qué pensar al respecto.

—Supongo que con Sitri tampoco te has tomado las molestias —aseguró William llevando de nuevo su mirada a Dantalion.

—Sé perfectamente lo que siento por Sitri —dijo con una sonrisa—, no me siento confundido al respecto. Pero Dantalion…

—Le quieres, pero no sabes de qué forma.

Solomon asintió con la cabeza.

—¿Y por qué no lo averiguas? —propuso William.

—¿No te molestaría?

—¿Por qué habría de molestarme?

—No lo sé —se encogió de hombros—. Pensé que Dantalion te molestaba. Como no te llevabas bien con él, creí que no quería que estuviéramos juntos.

William intentaba por todos los medios mantener la calma durante la conversación. Pero los celos le carcomían. No quería que Dantalion y Solomon estuvieran juntos, era cierto, pero no por los motivos que Solomon imaginaba.

—A mí me da igual la relación que mantengas con Dantalion —dijo William finalmente—. Mientras estés bien con él, yo estoy bien.

—Si ese es el caso…

Y hasta ahí Solomon dejó la frase.

William sentía que todos sus órganos se retorcían en su interior y su sangre le hervía.

Había una frase muy famosa de los enamorados unilaterales: «no importa que estés con alguien más; mientras te haga sonreír, yo seré feliz».

Una vulgar mentira.

Nadie era feliz cuando veía a la persona que amaba con alguien más. Todos deseaban en su interior ser el motivo de aquella sonrisa. Esa frase solo era para ocultar las apariencias. Para fingir estar bien, cuando por dentro estaban completamente destrozados.

Una vulgar mentira.

 

 

Cuando Solomon regresó a su habitación, William se acercó a la cama, sentándose con mucho cuidado de no despertar a Dantalion. Pero supo que no lo logró cuando lo sintió removerse.

—¿William? —susurró medio adormilado.

—Vuelve a dormir —aconsejó el rubio sin mirarlo a la cara y sonando más como una orden.

—William —susurró acostando al rubio a su lado y abrazándolo, recostándose en su pecho—. ¿Por qué no puedes ser tú?

El rubio abrió los ojos ante eso, recordando las mismas palabras que Dantalion había dicho en sí estado de ebriedad.

—¿Por qué no me enamoré de ti? —Prosiguió Dantalion—. ¿Por qué no puedo ser yo el idiota que te gusta? Me la he pasado muy bien contigo durante el trabajo y no me pareces tan mala persona como lo creía.

»Mi relación contigo es mucho más normal que la que tengo con tu hermano. Me hubiese gustado enamorarme de alguien con quien llevase una relación así. Ni siquiera sé qué clase de relación tenía con Solomon. No sé lo que era yo para él.

William entrecerró los ojos con tristeza. Si tan solo supiera la conversación que había tenido con Solomon minutos antes.

—Ya duérmete —volvió a decir con más autoridad.

El tono de voz de William al decir la orden, pareció haber dado resultados. Dantalion cerró los ojos y volvió a caer dormido.

Aprovechó que Dantalion solo estaba recostado de su pecho, y no arriba de él, para levantarse con cuidado y salir de la habitación.

Lo dejaría descansar tranquilo.

 

 

Para cuando Dantalion despertó, su jaqueca ya se había ido. Miró la hora y era algo tarde, pero no tanto.

Llevó su mirada a la ordenada habitación y los estantes llenos de libros. Quizás la mayoría de importantes mentes científicas que hicieron un gran aporte a la ciencia moderna.

Observó la habitación por un largo tiempo, recordando lo que le había dicho a William. Estaba medio adormilado, pero lo recordaba con claridad.

No pudo evitar sentir vergüenza. Era cierto que ese pensamiento se había cruzado por su mente, pero no planeaba decírselo nunca.

Al parecer la tristeza de no ser correspondido pudo más.

—¡Despertaste! —Dijo William entrando a la habitación—. ¿Te sientes mejor?

—Sí, mucho mejor —sonrió Dantalion—. Por alguna razón, esta cama me hace olvidarme de todos mis problemas.

—¿En serio? —preguntó William desinteresado.

—Sí. Quizás porque tiene impregnado tu olor.

William se sonrojó y apartó la mirada.

—¡No seas idiota! —susurró ligeramente alto.

Dantalion no lo había dicho en broma para molestarlo. Él hablaba en serio. Pero ver ese exquisito sonrojo fue un postre extra que no pudo evitar devorar con la mirada.

William, por otro lado, lo observaba de reojo mientras mordía su labio inferior.

—Dantalion —le llamó con la mirada desviada.

—¿Qué?

«Solomon y el representante no están juntos», esas palabras William las pronunció en su mente y quiso de verdad decírselas, pero no pudo. No salieron de sus labios.

«De esa forma, toda la atención de Dantalion te pertenece.»

Las palabras de Isaac resonaron en su mente e hicieron eco.

Toda la atención de Dantalion le pertenecía mientras se mantuviera alejado de Solomon. Era una verdad que no podía negar.

Cuando se dio cuenta lo que pensaba, se regañó mentalmente. Él no era esa clase de persona.

Se suponía que debía mantenerse alejado de Dantalion para dejar de estar enamorado, no mantenerse cerca de él. Era obvio que debía decirle lo del representante y Solomon y zanjar el asunto de una vez por todas.

—¿William? —Le llamó Dantalion, sacándolo de sus pensamientos—. ¿Qué ocurre?

«De esa forma, toda la atención de Dantalion te pertenece.»

«Me pertenece —pensó—. Aun así, debo decírselo».

—¿Cuándo irás a casa? Deben estar preocupados por ti —fue lo que dijo y se maldijo por ello.

—Iré en un momento…

Dantalion guardó silencio por un segundo, llevando la mirada avergonzada hacia el rubio.

—William… —le llamó despacio—, sobre lo que dije hace poco… —desvió la mirada y rascó su nuca, sin saber cómo continuar—. No diré que fue un pensamiento momentáneo a causa de la tristeza que sentía. De hecho, lo pensé unos días atrás.

»No es que… —suspiró sin saber cómo ordenar sus palabras—. Lo que quiero decir es que lo pensé. Solo eso.

»Estaba tan absorto en mi dolor que por un momento pensé en que haberme enamorado de alguien con quien mantuviera una relación un poco más normal que la que tengo con Solomon, habría sido increíble. Entonces pensé en que tú y yo nos hemos llevado muy bien estos últimos días y nuestra… uh… relación se puede etiquetar entre lo «común» y relacioné ambos pensamientos.

»No quiero que te hagas ideas equivocadas sobre eso. Solo fue un pensamiento sin importancia. Yo…

—¿Puedes tranquilizarte? —le cortó William algo exhausto—. Primero que nada, tú y yo no soportamos vernos las caras. Tú estás tan concentrado en que Solomon no te corresponde que no estás muy al pendiente de lo que sucede a tu alrededor.

»Tú y yo no nos llevamos bien, solo tenemos una tregua que impide que discutamos mientras continuemos con el trabajo. Una vez que terminemos, la tregua dejará de existir y todo volverá a ser como antes, te lo aseguro.

»Tú solo te estás hundiendo tanto en tu tristeza que, inconscientemente, buscas la manera de ser feliz y piensas que la has pasado bien conmigo olvidándote por completo que se trata de una simple tregua. Así que deja de complicarte la existencia. Tú y yo nunca congeniaríamos.

Dantalion lo meditó por un segundo.

Por más que fuese entretenido molestar a William y se hubiese llevado bien con él durante el trabajo, pasar el resto de su existencia con alguien que no pensaba más que en sí mismo, no sonaba nada bien.

Como amigo, era perfecto. Como algo más… no, no era posible. Como amigo con derecho, tal vez.

Sacudió la cabeza mentalmente ante ese pensamiento.

—Tienes razón… —admitió con una sonrisa—. Tal vez solo esté confundido. Porque, ahora que lo pienso, no me gustaría pasar el resto de mi vida con alguien como tú.

Como si fuese una flecha enterrándose en su piel, el corazón de William sintió un fuerte dolor que casi siente morir, pero supo cómo seguir actuando con naturalidad.

—El sentimiento es mutuo —respondió el rubio cerrando los ojos con superioridad.

Dantalion rio y estiró su cuerpo.

—Bien, iré a mi casa. Ya he abusado mucho de tu nobleza.

Se levantó colocándose los zapatos y se acercó al rubio para revolverle un poco sus cabellos.

—Gracias por todo lo que has hecho por mí estando ebrio. Sobre todo por no dejarme abandonado en la calle.

—Aunque te lo merecías —dijo el rubio, haciendo reír a Dantalion—. No te soporto —aclaró—, pero tampoco te dejaría en la calle en ese estado. No soy esa clase de persona.

—Muchas gracias —se acercó a la puerta y se volvió hacia William—. Nos vemos mañana.

—Sí, hasta luego.

Dantalion se retiró de la mansión, sin pensar que en algún momento pudo haberse encontrado con Solomon, aunque no fue así.

Decidió irse caminando para tener mucho tiempo para pensar.

—¿Tregua? —susurró camino a su casa.

No creía que fuera posible que dos personas que se llevaban tan mal actuaran de manera muy amigable por una simple tregua. Si fuese así, ¿no se notaría a leguas la hipocresía? ¿Por qué con William no era así? Es como si fuesen amigos de toda la vida. Como si ambos estuviesen bien al lado del otro. Con tregua y sin tregua.

Sacudió la cabeza para no pensar en esas cosas, pero se arrepintió de haberlo hecho cuando a su mente le llegó la imagen de Camio y Solomon besándose.

«La fe es la trampa más mortífera para los soñadores»[1]

Ahora entendía las palabras de William.

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero, aunque sea lo último, algún día se perderá.

 

 

—¿Dónde ha estado, amo? —preguntó Baphomet acercándose con preocupación a Dantalion.

—En la casa de William. Prepárame algo de comer —le sonrió a su mayordomo, quien le devolvió la sonrisa.

—Como ordene —se inclinó antes de retirarse a la cocina para cumplir la orden más repetida de su señor.

 

 

Durante todo el día, Dantalion estuvo distraído y le dirigía pocas palabras al resto de los habitantes de la mansión al tener la imagen de Solomon y Camio en su mente, llegando así la noche.

De un momento a otro, cuando intentaba dormir, el insomnio había decidido llegar a pasar la noche sin avisa.

Le frustraba.

Dio vueltas en la cama, intentó varias posiciones, pero sentía que estaba durmiendo sobre ladrillos rotos.

—¡Imposible! —se quejó enderezándose, molesto de no poder dormir.

Desordenó su cabello con ambas manos para alejar esa molesta frustración y borrar la imagen del chico que amaba besando a alguien más.

—¡Piensa en otra cosa! ¡Piensa en otra cosa! ¡¡¡Piensa en otra cosa!!! —se repetía golpeándose ligeramente la cabeza.

De repente, le llegó otra imagen que, por razones que desconocía, le hizo enfadarse: Isaac y William, perlados de sudor y la corbata del rubio desamarrada. Era un recuerdo que le molestaba mucho más que el de Solomon, y no entendía por qué.

—¡Arg! —Se arrojó a la cama—. ¡No voy a poder dormir esta noche! —se quejó como un niño pequeño, mientras cubría su rostro con una almohada.

 

 

Cuando a las dos de la madrugada se tiene una guerra mental sobre permanecer bajo la tibieza de las cómodas sábanas o atender las funciones corporales y necesidades del cuerpo, es frustrante que el vaciar la vejiga siempre venza en la batalla.

William se levantó con desgano hacia el baño, sintiéndose mucho mejor después de orinar. Lo que le molestaba era tener que volver a dormir luego de levantarse.

Se acostó en la cama nuevamente, abrazándose al cuerpo a su lado, para intentar conciliar el sueño de nuevo.

Siempre era un problema aquello, odiaba levantarse en la madrugada porque después le costaba volver a dormirse. ¡Ese maldito metabolismo que le daba por querer regresarle a la naturaleza a altas horas de la noche lo que había consumido!

Si no tuviera que levantarse temprano, no habría problema, pero…

Detuvo abruptamente sus pensamientos al darse cuenta de algo; ¿había un cuerpo al lado de su cama? ¿Y lo estaba abrazando?

Rápidamente se enderezó para encender la lámpara en la mesa de noche, encontrándose con su compañero de trabajo muy cómodo en su cama.

—¡Apaga la luz! —se quejó Dantalion cerrando con fuerza los ojos.

—¡¿Y tú qué demonios haces aquí?! ¡¿Cómo entraste?! —gritó con fuerza y sin saber si aquello era real o producto de su imaginación.

Esperaba no encontrarse dentro de un sueño y haberse orinado en la cama.

—Entré por el balcón —respondió con simpleza cubriendo sus ojos con su brazo para protegerlos de la luz.

—¿Escalaste hasta aquí? —se sorprendió el rubio.

Si no estuviese confundido por la presencia del pelinegro, hubiese hasta pensado que aquello era muy romántico. Aunque, desde otra perspectiva, muy enfermizo.

—Sí —fue lo único que recibió William como respuesta.

—Al caso, ¿qué haces aquí? —preguntó de nuevo enojado.

—No podía dormir —respondió Dantalion como si fuera obvio—. Te dije que cuando sufriera de insomnio, vendría a dormir contigo.

—Y yo te dije que ni siquiera lo pensaras.

—¿Me echarás de tu casa? —preguntó el pelinegro fingiendo estar indignado y destapándose los ojos para mirar al rubio—. ¿Sabes lo peligroso que es andar a estas horas por la calle?

—¡Pero si no tuviste problemas en venir hasta aquí! —gritó el rubio ya un poco harto de aquello.

—¡Claro que sí!

—¿Te sucedió algo?

William no pudo ocultar su tono de preocupación al preguntar. Temió que hubiesen atacado a Dantalion y lo hubiesen herido, o algo peor. Sabía que éste era fuerte, pero dudaba que pudiera hacer mucho si le superaban en número.

—Sí —respondió Dantalion—. Cuando venía a mitad de camino, olvidé traer una muda de ropa y tuve que devolverme.

—¡¿Una muda de ropa?! —se quejó con venas palpitando en su frente.

—Vine con la intención de hacer el trabajo en la mañana. No trabajaré en pijamas.

—Bien —se resignó el rubio—. ¡Pero respeta mi espacio personal!

William colocó una almohada entre ambos y le dio la espalda al pelinegro, apagando la luz.

—Fuiste tú quien me abrazó —dijo Dantalion.

—Porque no sabía que estabas ahí —se defendió William acomodándose para dormir.

Dantalion sonrió travieso y apartó la almohada, abrazando a William por detrás, uniendo por completo sus cuerpos.

—¡¿Qué te acabo de decir?! —gritó William.

—Durmamos así —susurró Dantalion, muy cerca del oído del rubio.

William se estremeció y perdió toda su fuerza de voluntad. Además, sabía que era imposible soltarse de los fuertes brazos de Dantalion, así que solo lo dejó y cerró los ojos para dormir.

El pelinegro mantenía los ojos abiertos, perdido en sus pensamientos, mientras acariciaba con las yemas de los dedos el brazo de William, de arriba abajo. Su nariz permanecía hundida en los cabellos rubios, inhalando ese dulce aroma.

Recordó de nuevo a Isaac y a William con una leve capa de sudor, la corbata de William sin el nudo y frunció levemente el ceño.

—William —susurró, obteniendo solo un «¿hmm?» —. ¿Todavía eres virgen?

—¿Dejas ya de involucrarte en mi intimidad? —se hartó el rubio con un ligero tono color rosa en sus mejillas.

—¿Ya… ya no lo eres? —preguntó sorprendido y, por alguna razón, un tanto molesto.

—Sí, todavía lo soy —contestó cansado—. ¿Con quién demonios estaría yo?

—¿Con Isaac, tal vez? —murmuró.

—¿Disculpa? —se molestó William girando la cabeza para mirarle, pero la oscuridad del lugar no lo permitía—. No sé qué clase de problemas tienes para pensar en semejante estupidez. Mejor guarda silencia y ya duérmete.

Dantalion colocó una mano en el vientre de William, atrayéndolo un poco más para pegarlo a su cuerpo, como si fuera posible unirlos más.

—¡Qué te duermas! —repitió el rubio, sorprendiéndose al ser volteado bruscamente por Dantalion, quedando frente a frente.

El pelinegro volvió a unir sus cuerpos, rodeándolo con sus brazos.

William se sonrojó ferozmente.

En esa posición, con su cuerpo completamente pegado al de Dantalion, cierta extensión de su anatomía tocaba la de su acompañante.

—D-Dantalion —quiso separarse, pero el pelinegro no lo permitió.

Por alguna razón, Dantalion no quería soltarlo. Como si no fuera a permitir que alguien profanara el cuerpo de William mientras él viviera.

Introdujo una mano debajo de la camisa del rubio, acariciándole la espalda con las yemas de los dedos. Entregándole a William un agradable cosquilleo que lo estremecía de pies a cabeza.

Con sus ojos buscó los del rubio hasta conectar ambas miradas. En medio de la oscuridad, pudo observar ese delicioso sonrojo que tanto le gustaba provocar.

William no hacía más que intentar en vano separarse, pero con cada movimiento rozaba la intimidad de Dantalion con la suya.

—Tranquilo —susurró Dantalion escondiendo su nariz en los cabellos de William, cerrando los ojos—. Buenas noches.

El rubio desvió la mirada, soltando un suspiro.

Intentó alejar cada pensamiento de su mente y conciliar el sueño, mientras sentía como la mano del pelinegro se escabullía de nuevo por debajo de su camisa para volver a acariciar su espalda con las yemas de los dedos.

William mentiría si dijera que no se sentía bien. Poco a poco fue pestañeando, hasta cerrar los ojos y caer dormido.

A pesar de que ya William se hallaba en el mundo de los sueños, Dantalion continuaba acariciándolo, perdido en sus pensamientos.

«¿Por qué me importa tanto si William permanece virgen o no? —Pensó frunciendo la boca—. Es su cuerpo, su vida, su virginidad. Él puede hacer lo que se le plazca y entregársela a quien se le dé la gana. Entonces ¿por qué…?»

¿Por qué temía tanto? ¿Era solo que estaba considerando a William de nuevo su amigo y no quería que lo lastimaran? ¿Se estaba convirtiendo en ese amigo sobreprotector que amenaza a todas y a cada una de las personas con torturarlas si se atrevían a herir a su amigo? ¿Era eso?

«¿No, no es por eso?»

Se sobresaltó al escuchar eso y llevó la mirada a William para corroborar que estaba dormido.

—¿Qué fue eso? —se preguntó a sí mismo sacudiendo la cabeza.

Soltó un sonoro suspiro y cerró los ojos, cayendo rápidamente dormido.

 

 

Ambos abrieron los ojos al mismo tiempo y se encontraron abrazados en medio de la cama, con las piernas entrelazadas y sus rostros muy cerca, como si no se hubieran movido durante toda la noche.

—¿Me sueltas? —dijo William al notar que los brazos de Dantalion se apretaron con un poco más de fuerza al ver al rubio a su lado.

—¿Por qué no me sueltas tú? —dijo Dantalion burlón.

—Porque, prácticamente, estás encima de mí y no puedo moverme.

El pelinegro se fijó que era cierto.

A pesar de que ambos estaban frente a frente, su cuerpo estaba casi arriba del de William.

Se alejó lentamente para estirar su cuerpo con fatiga.

—¿Me prestas tu baño? —pidió enderezándose.

—¿Tengo opción?

Dantalion sonrió y se levantó de la cama pasando por encima de William —a causa de haber dormido en el lado contra la pared—, mientras el rubio le evitaba la mirada.

Era día domingo, treinta de abril, lo que significaba que tendrían que trabajar junto. La ventaja era que al día siguiente tendrían que ir al colegio y William podía mantenerse alejado de Dantalion durante toda la semana hasta que llegase el viernes.

Después de que éste había entrado por su balcón en la madrugada, William supo que ya todo aquello se estaba saliendo fuera de control y debía detenerlo. No podía seguir así.

 

 

Dantalion entró a la ducha, sintiendo como las gotas de la regadera recorrían su cuerpo.

Podía sentir que de verdad había descansado, pero sentía que estaba comenzando a depender demasiado de William.

Para olvidarse de su dolor, bromeaba con William; para poder dormir, buscaba a William; para desahogar su tormento, hablaba con William; para satisfacer sus necesidades sexuales se moría de ganas por buscar a William, pero sabía que no era posible. Aun así, era William en quien pensaba cuando se auto-complacía.

Si seguía de esa manera, su felicidad entera terminaría dependiendo de William y nada más que de William.

Aquello ya se le estaba saliendo de las manos.

Después pensó que aquello no era tan malo como él pensaba. No era un crimen buscar un poco de tranquilidad en otra persona o tener a alguien con quien desahogarse en sus momentos de frustración.

Aunque lo deseaba sexualmente, William solo era un amigo y hasta ahí llegaban. No cruzarían ese límite.

Cuando terminó de asearse, salió del baño, encontrándose a William recostado en su cama, observando silenciosamente el cielorraso.

—¿En qué piensas? —se atrevió a preguntar, acercándose al escritorio donde había dejado su ropa la noche anterior.

—En lo molesto que eres y lo mucho que deseo que este trabajo termine.

Llevó su mirada a Dantalion y notó que éste estaba a punto de sacarse la toalla de la cintura.

—¡¿Qué crees que haces?! —se alteró William, deteniendo los movimientos de Dantalion al sobresaltarlo.

—Me voy a vestir. No trabajaré desnudo.

—¡¿Y no puedes hacerlo en el baño?!

Dantalion alzó una ceja sin entender la actitud del rubio.

—Ambos somos hombres —aclaró—. ¿Cuál es el problema?

«¡No quiero averiguar cómo reaccionaría mi cuerpo si te veo desnudo!», pensó William con un enorme sonrojo y sin mirarlo a la cara.

—Iré a asearme —fue lo único que atinó a decir antes de levantarse, tomar algo de ropa y dirigirse al baño.

—¿Qué le pasa? —susurró Dantalion, sacándose la toalla para terminar de secarse y poder vestirse.

Cuando William salió del baño, el pelinegro estaba sentado en una de las sillas, mientras la hacía girar, y observaba detenidamente el cielorraso.

—¿Vendrás a desayunar?

Lo único que obtuvo William por respuesta fue una mirada avergonzada y desviada.

El rubio sabía que Dantalion no podría desayunar en el comedor si Solomon estaba presente.

—Está bien —dijo William soltando un suspiro—. Les pediré a las cocineras que nos traigan el desayuno. Mientras tanto, enciende la laptop.

—Está bien.

Cuando William cruzó la puerta soltó un profundo suspiro para después dirigirse a la cocina.

Entendía perfectamente la actitud de Dantalion y el no querer encontrarse con Solomon, pero, en primer lugar, no debió entrar por el balcón a media noche.

—Oigan —llamó obteniendo la atención de sus empleadas—. Tengo un invitado en mi habitación. Sírvanle desayuno a él también y lo suben a mi habitación.

—Como ordene —dijeron las mujeres.

Cuando William regresó a su habitación, encontró su celular en las manos de Dantalion.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —reprochó enojado.

No es que tuviera algo que le avergonzara, o estuviera ocultando algo —si fuese así, lo mantendría bloqueado—, pero seguía siendo parte de su privacidad.

—No estoy husmeando —aclaró Dantalion—. Solo estoy anotando mi número. Es extraño que seamos compañeros de trabajo y no hayamos compartido números antes. No quisiera tener que llamar a Solomon para comunicarme contigo.

Dantalion se llamó a sí mismo del celular de William, colgando apenas sonó y así obtener el número telefónico del rubio.

—Claro —fue lo único que dijo William, sentándose a su lado—. Trabajemos mientras nos traen el desayuno.

—Bien.

Se dispusieron a hacer el trabajo, hasta que las sirvientas llegaron con los platillos y pautaron un momento para comer.

—No desmerezco a mis cocineras —dijo William—, pero la comida de aquí no es como la de Baphomet.

—Mientras sea comida decente, por mí está bien.

Ambos comenzaron a comer en silencio cuando la puerta se abrió de repente, dejando ver a Solomon.

—¡William! ¡¿Te encuentras bien?! ¡Me dijeron que has querido comer aquí! —dijo preocupado.

—¿Y eso que tiene de raro? —se quejó William con los ojos cerrados.

—Creí que podías encontrarte enfermo y no podías levantarte de la cama.

Cuando William notó que Dantalion le evitaba la mirada a Solomon mientras se llevaba lentamente bocados muy pequeños a la boca y los mascaba con la misma lentitud, supo que debía correr a su hermano de ahí antes de que el ambiente se tornara incómodo.

—Solomon, si no tienes nada que hacer aquí, ¿podrías retirarte? Ya te has dado cuenta que estoy bien.

—Está bien —sonrió para retirarse.

—No deberías hablarle así a tu hermano —reprochó Dantalion mirándole con desaprobación.

—Yo le hablo así a quien se me dé la gana. No te involucres.

—Tu hermano siempre te trata bien —continuó Dantalion—. No es correcto que lo trates así.

—Calla y sigue comiendo —ordenó.

Dantalion obedeció un poco molesto.

Esa actitud de William aún le parecía un poco irritante, cosa que le hizo dar de cuenta que estaba mal de la cabeza pensar que habría sido lindo enamorarse de alguien así.

Luego de desayunar, ninguno de los dos habló más de lo necesario, solo con lo que respectaba el trabajo.

—Hoy sí dormirás en tu casa, ¿cierto? —rompió William el silencio mientras guardaba el trabajo.

—¿Ah? Sí, supongo que sí.

—¿Supones? —preguntó William alzando una ceja.

—Después de lo que ocurrió con Solomon y Camio, no puedo dormir bien. Deja de ser tan mala persona y deja que duerma contigo.

—Eso ocurrió el viernes y solo ha sido una noche que no has podido dormir. Deja de exagerar.

—Si no dormí bien por una semana, cuando me dijo que no soy lo suficientemente bueno para él, imagínate tratar de dormir cuando lo vi besándose con Camio.

William lo observó de reojo y suspiró cerrando la laptop.

—Estoy casi seguro que Solomon no te dijo eso —aseguró mientras se levantaba.

—Pero es lo que quiso decir.

—Es lo que tú quisiste interpretar —contradijo William arrojándose a la cama.

—Bueno, ¿y eso qué? Él ya está con Camio y se ve feliz. Con alguien que es lo suficientemente bueno para él.

William sabía que tenía que decirle que todo fue un mal entendido, que Solomon y Nathan no estaban juntos, pero su voz no respondía. No quería responder.

—Eres un idiota —dijo—. Solo no pienses en eso.

—¿Cómo no quieres que piense en eso?

—Distrae tu mente con otra cosa. No puedo recibirte a mitad de la noche, cada vez que te plazca venir —reprochó William con cansancio.

Dantalion suspiró observando el escritorio con algunos libros sobre él.

—¿Te gusta leer mucho? —preguntó para cambiar de tema.

A Solomon también le gustaba leer. Eso sería haber encontrado algo en común en aquellas dos personas tan distintas.

—Sí, me gusta —respondió William mirando los libros sobre el escritorio—. De hecho, debería ordenarlos o acabaré con una habitación similar a la de Solomon si no lo hago.

William se levantó para colocarlos en el estante en completo silencio.

—¿Realmente crees que encontraré a alguien? —susurró Dantalion.

—Sí, ¿por qué no? —respondió William despreocupado sin apartar la mirada de su labor.

—La verdad, no me veo con nadie que no sea Solomon.

—¿En serio? Es irónico, yo a Solomon no lo veo con nadie.

—Bueno —murmuró Dantalion jugando con sus manos—, está ahora con Camio, ¿no? Y sobre eso, ¿Solomon no te ha dicho nada al respecto?

—No me ha dicho que esté saliendo con él —respondió William fingiendo indiferencia.

—Hmm —rio Dantalion.

William solo lo miró de reojo. Sabía que lo mejor era decirle que Solomon no estaba saliendo con el representante, pero se mantenía callado. Alguna fuerza no le permitía darle esa información.

«Toda la atención de Dantalion te pertenece.»

Las palabras de Isaac resonaban en su mente y, aunque fuese bastante estúpido hacerle caso, sabía que quería seguir teniendo a Dantalion solo para él, y no podía evitarlo.

Continuaba viéndolo de reojo y sostenía el estante al mismo tiempo. Sin darse cuenta, lo jaló un poco y sin querer, lo atrajo hacia sí.

—¡William! —gritó Dantalion rápidamente, levantándose y jalándolo antes de que el estante le cayera encima.

Dantalion terminó en el suelo con las piernas abiertas, abrazando a William por la espalda. Ambos respiraban agitadamente viendo el estante en el suelo, mientras William se preguntaba si era una especie de broma.

—¡Lo que me faltaba! —Se quejó William—: ¡que tus mentiras se vuelvan realidad!

Dantalion rio. No lo pudo evitar.

—¡No te rías!

—Ahora sí te salvé —dijo Dantalion entre risas—. No tienes excusas.

—Cierra el pico —murmuró William levemente sonrojado.

—Hablando en serio —calló sus risas y miró a William preocupado—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy bien.

—Me alegro —le sonrió sincero a William mientras le alborotaba los cabellos.

El corazón del rubio palpitó con fuerza y apartó la mirada para no arrojarse a los labios de Dantalion —que ganas ya le habían entrado—.

—Tú ya vete a casa, se te hará más tarde —se levantó sacudiendo su ropa e intentando tranquilizarse.

—Primero déjame ayudarte con eso.

Dantalion logró levantar el pesado estante él solo, y le ayudó a organizar los libros. Le dijo a William que estuviera en la cama para que no ocurriera otro accidente.

A pesar de quejarse al principio, el rubio accedió mirando a Dantalion desde su lugar.

Pensaba en lo de recién, cuando el pelinegro lo salvó de ser aplastado. Por alguna razón, sintió haber estado en una situación similar antes. Como una especie déjà vu, cosa que le extrañó.

Decidido no pensar en eso, comenzó a recorrer el cuerpo de Dantalion, casi que violándolo con la mirada.

—Listo —informó el pelinegro sacando a William se su ensoñación.

—Ah… gracias.

—Bien. Creo que ahora sí debo irme. Nos vemos mañana en Stratford.

—Sí, nos vemos.

—Y ten más cuidado para la próxima.

—No me trates como a un niño —se quejó William apartando la mirada y escuchando reír a Dantalion.

—Bien. Hasta mañana —se despidió, saliendo de la habitación con una sonrisa.

—¿Cuándo llegaste tú? —preguntó Kevin con el ceño ligeramente fruncido al verlo salir de la habitación de su amo.

—Pasé la noche aquí —respondió con simpleza, terminando de salir de la mansión.

El hombre, sorprendido, fue directamente a la habitación de William, entrando cuando tuvo la afirmación.

—Amo William, ¿«el idiota cabeza de chorlito» durmió aquí? —preguntó preocupado.

—¿El idiota cabeza de chorlito? —preguntó confundido—. ¡Ah! ¿Dantalion? Sí, durmió aquí.

—¿Cómo? —exigió saber.

—Entró en la madrugada por mi balcón.

—¡¿Qué?! —Se sorprendió el mayordomo—. ¡No debe dejarlo abierto!

—Sí, sí. Ya lo sé-

—Amo William —murmuró—, ese chico no me da buena espina.

—Tranquilo, solo es un compañero de clase, no un asesino en serie.

—¿De verdad? ¿Sabe algo sobre él?

William pensó en lo que se supone que hizo Dantalion en su pasado y frunció el ceño.

—Eso no importa —negó con la cabeza—. Somos compañeros y cuando terminemos con el trabajo, seguramente no lo verás por aquí.

—Aun así, tenga cuidado con él.

—Te preocupas demasiado.

Kevin frunció levemente el ceño.

A partir de ese día, se dedicaría a vigilar cuidadosamente a ese tal Dantalion Huber. Mientras él viviera, ninguna persona mal intencionada se acercaría a su preciado amo. Lo juraba ante Dios.

Notas finales:

Espero y les haya gustado. ¡Nos leemos!


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