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La Fuerza del Destino por clumsykitty

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Notas del fanfic:

Esto fue publicado originalmente en mi página mininesca en Facebook a modo de drabble que más tarde se hizo este pequeño fic.

 

Derechos: nada me pertenece, Marvel es el dios.

Advertencias: es un AU doloroso pero con final feliz (?).

 

LA FUERZA DEL DESTINO

 

 

Tony odiaba dos cosas con todo su corazón con la fuerza de mil huracanes de máxima categoría azotando por mil años alrededor del planeta. La primera de ellas eran los hospitales, el color blanco que remitía a las paredes, las luces iluminando cada rincón, todas las batas que iban y venían, los uniformes de las enfermeras, las sábanas manchadas de sangre, luego pulcras pero con tubos e intravenosas descansando sobre ellas. Los guantes que tocaban el cuerpo de su esposo en coma, luego apretando su hombro en gesto compasivo. Steve había sufrido un accidente, un maldito ebrio se había estrellado contra su auto cuando venía de regreso de su viaje, sacándole fuera de la autopista. Había sido un milagro que estuviera con vida, había sido un milagro que no terminara como vegetal, pero no despertaba y él desesperaba desde lo más profundo de su alma, sacando más lágrimas que no creyó derramar más cuando se despedía otro día más, al caer la noche y volver a una casa que se sentía fría.

Sus clases eran lo único que le mantenían a flote, las constantes risas y preguntas de sus inquietos estudiantes universitarios haciendo miles de cuestionamientos sobre el mundo, sus misterios, sus necesidades. Rhodey le dijo que debía salir más, Pepper le recomendó ver a un psicólogo. Tony no quiso separarse más de lo debido de Steve, temía que un día despertara y no le encontrara ahí, desorientado luego del coma entre gente extraña porque a su esposo no le agradaba estar entre extraños. Vinieron la ojeras, un cuerpo más ligero al perder peso, le costaba demasiado trabajo llevar un alimento a su boca, calmar la rabia interior por aquel accidente que le había arrancado su felicidad por un estúpido que había creído que celebrar hasta vomitar y luego manejar a toda velocidad no tendría sus consecuencias. Siempre había sido de aquellos que jamás guardaban rencores en su corazón, pero por aquella vez, Tony no quiso perdonar.

Steve despertó, en plena madrugada. Le llamaron del hospital y él rompió en llanto mientras se dirigía hacia el cuarto donde descansaba. Blanco, mucho blanco. Sonrisas blancas tranquilizantes que le advirtieron que no sabían el daño cerebral, habría que ir con cuidado, sin presiones. Él solo quiso entrar, abrazarle para susurrarle al oído que se encargaría de todo. Steve no le reconoció, esa parte de su memoria estaba perdida, solo recordaba sus años de juventud luego de haberse graduado de la universidad, después de eso todo era simplemente una cinta vacía, un hueco enorme que jamás iba a recuperarse, el accidente se había cobrado esa parte de su memoria de largo plazo. No memorias, no matrimonio… no amor.

Tony lo intentó, por todas las fuerzas fundamentales del universo que en verdad lo hizo. Llevó a casa a Steve una vez que fue dado de alta, trajo a su madre para que le ayudara con sus recuerdos, fue paciente con la distancia que puso entre ellos cuando comprobó que en verdad estaban casados desde hacía varios años. Trató de reconquistarle, ser su amigo primero y después volver a ganarse su amor porque estaba seguro que en algún rincón de su mente, Steve podía sentirle. Las estrellas en el firmamento fueron testigos de sus lágrimas en silencio las noches en que sintió rendirse, añorando a su esposo que ya no sentía nada por él, quien le miraba cual extraño. Como se mordió la lengua hasta sangrarse cuando Steve le pidió irse de vuelta a casa de su madre porque estaba más que incómodo en donde fuera su hogar, viéndole partir con una sonrisa falsa.

La segunda cosa que más odiaba Tony eran los abogados, en sus pulcros trajes de seda fina con sus corbatas de discretas rayas y voces cual serpientes mientras tendían ante él una demanda de divorcio. Steve ya no quiso seguir intentándolo, no podía sentir algo que no recordaba. Necesitaba tiempo y espacio para volver a construir la persona que había sido durante esos años, pero sin la presión de corresponder o rechazarle. Consejos de los médicos en sus blancas batas, tan insensibles como los abogados. Jamás había sentido una pluma fuente tan pesada como en aquella ocasión en que firmó con mano temblorosa, sin salir a despedir al abogado de su oficina dentro del instituto donde se quedó hasta que no hubo más estudiantes, hasta que el conserje tocó a su puerta llamándole porque apagarían todas las luces.

Por primera vez en quince años, Tony durmió en un hotel hasta que ya no tuvo más lágrimas que derramar.


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