En el otoño de 2009, sucedieron dos cosas paralelamente. Min Yoongi perdió a la persona que más amaba víctima de las complicaciones de un parto prematuro y ganó al ser por el que tenía que continuar viviendo.
Con apenas 19 años de edad, Min Yoongi había tenido que experimentar la mayor prueba de su vida, con un pequeño Kook en brazos y sin nada que ofrecerle ni a dónde ir, aquel día de setiembre, tuvo que arreglárselas a como de lugar para conseguir un tarro de leche en polvo y un biberón para poder alimentar a su bebé recién nacido. Maia, la mujer que más había amado en su vida, aquella muchacha a la que había seguido desde Corea hacia Francia a los 16 años después de ser abandonado por su familia y conocidos, había fallecido durante el parto.
Las cosas se habían complicado, el trabajo la había agotado, el esfuerzo y el estrés que el rechazo de su familia le había producido al enterarse de su embarazo, al fin le cobraron cuenta aquel primero de setiembre, cuando la fuente se le había roto por la madrugada y la fiebre se había apoderado de ella.
Yoongi sintió que su corazón se resquebrajaba con aquella última sonrisa, una sonrisa llena de dolor y de preocupación, aquella sonrisa que Maia le había dado al entrar de emergencia a la sala de operaciones. Quizo odiar al mundo, quizo ir a reclamar a su familia, se enojó con Dios y quizo morir, pero el suave llanto de un bebé recién nacido hizo que su corazón se reponga, ahora tenía a alguien por quien vivir.
Aquel primer mes, fue el más complicado para un joven Yoongi de 19 años, ahora desempleado y más solo que nunca, con un bebé en brazos, una bolsa en la mano y la generosa ayuda de parte de un convento, Yoongi se dirigía al aeropuerto rumbo a Corea, aquel país que había dejado completamente enamorado de su adorada Maia, aquel país en el que su familia le había dado la espalda y sin saberlo quizás, el país en el que volvería a encontrar el amor.
Una vez en su país, Yoongi había pensado en mil y un cosas para poder cuidar del bebé por si solo, pero casi nadie quería darle trabajo a un joven con un bebé a cuestas, pasaron semanas en las que tuvo que hacer que sucedieran milagros para poder conseguir algo de leche para su pequeño bebé y un poco de alimento para él, fue a mediados de octubre, que al fin un hombre caritativo le dió posada y alimento a cambio de un trabajo de 10 horas al día y un suelo mínimo. A esas alturas Yoongi estaba tan desesperado y temeroso por la salud de su bebé que habría aceptado trabajar 20 horas al día si le daban algo para alimentar al pequeño, 10 horas no eran nada y la oferta era bastante buena.
Los meses pasaron y el pequeño, a quien llamó Jungkook, cumplió su primer año en aquel sucio y desgastado almacén de víveres, al lado de una torta bastante simple y acompañada de una pequeña vela, la pequeña familia de dos, parecía ver algo de futuro.
En todo aquel tiempo, Yoongi había estado ahorrando todo lo que ganaba, ya que no tenía que gastar en alquiler ni comida tenía algo bastante decente como para llevar al pequeño a un jardín de infantes, sin embargo Kook no iría hasta los tres años cumplidos y él tenía que hacer algo para poder conseguir un mejor trabajo y darle una buena vida al pequeño.
Jungkook había sido la luz de sus ojos desde aquel trágico día, la sonrisa del pequeño había iluminado su vida día tras día y se había vuelto más risueño desde que le salieran sus dos pequeños dientes, dandole así a su bebé, la apariencia de un lindo conejo.
Yoongi había trabajado duro y fuerte para poder conseguir un descanso cada fin de semana y se había inscrito en un curso a distancia para estudiar administración de negocios.
Entonces, cuando el pequeño cumplió los 6 años, Yoongi era un profesional titulado y poseía un buen empleo.
Cuando Kook cumplió los 7 años, Yoongi ya tenía una empresa y compró una pequeña casita cerca al centro de la ciudad, la vida iba bien, o eso es lo que se veía.