Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Speak politely to an enraged dragon por Valeria Penhallow

[Reviews - 12]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Siento muchihihismo la tardanza, pero aquí está el nuevo capi! A cambio de la espera, prometo acción y sorpresas!

 

―Pero mira qué tenemos aquí…― dijo estruendosamente una voz a espaldas de ambos ninjas. Kakashi e Iruka se giraron. Allí, de pie frente a ellos, un hombre acompañado de un pelotón se alzaba imponente. Algo en el interior de Kakashi invocó a gritos desesperados su parte ANBU, aquella parte de su ser que mataría a ese hombre en milésimas de segundo y de la forma más fría y rápida posible. Porque había algo en la forma en la que ese hombre pasó de largo la presencia de Kakashi y posó su mirada en Iruka, como si fuese algo que hubiera estado deseando durante mucho tiempo… Algo en los ojos de aquél hombre, tan claros que parecían glaciares, hizo que Kakashi quisiera plantarse entre Iruka y él y partirle el cuello de mil formas diferentes. La forma en la que Iruka se atragantó con su propio aliento al reconocerlo, fue todo lo que Kakashi necesitó para empezar a acumular chakra y activar el sharingan.

―Fujikawa Homura… El asesino del clan Hisakawa…

El asesino de ojos glaciares y rostro marcado sonrió de forma torcida.

―Hisakawa Haruka… La última vez que te vi sangrabas bastante… ¿Qué pasó? ¿Ni siquiera en el infierno te quisieron?― dijo, con una sonrisa macabra formándose en sus labios. Kakashi no movió ni un músculo, pero los tomoe del sharingan empezaron a girar con velocidad espasmódica.

―Y según recuerdo yo, tu rostro lucía mucho más... ¿entero?― respondió Iruka con una frialdad que sorprendió a Kakashi. Homura miró al castaño con inconmensurable odio.

―Ah… Es cierto que la puta de tu madre y su estúpido Seishin me dejaron un bonito recuerdo de su mísero paso por el mundo… pero no te preocupes, pronto esta cicatriz estará equilibrada… Una débil mujer podrá haberme marcado de por vida, pero yo terminaré de una vez por todas con su estúpido hijo y, ya de paso, con su querido clan… ¿No es maravilloso cómo funciona el destino? Ojo por ojo, chico… Ojo por ojo…―repitió con lentitud, saboreando las palabras con gusto.

Los ojos de Iruka se llenaron de una emoción que Kakashi pensó jamás vería reflejada en aquellos preciosos orbes castaños. El joven sacerdote apretó con fuerza la mandíbula, tan fuerte que las muelas prácticamente rechinaron. Homura sonrió satisfecho.

―Iruka… Solo quiere desequilibrarte… Un enemigo fuera de sí es fácil de vencer… No caigas en su trampa… Mantén la cordura…― escuchó la voz Kakashi, casi como un bálsamo.

―¡Pero mira nada más! Pero si el joven Haruka-sama se ha conseguido un perro… Dime, ¿además de consejero real también es limpiabotas?

―Iruka…― advirtió Kakashi al ver los puños de Iruka apretarse con fuerza.

―Lo sé, maldita sea… Pero…― dijo, desviando momentáneamente su mirada hacia el lado en el que Shiban na Gaku batallaba contra decenas de shinobis junto a una enorme sombra humana que luchaba a destajo y precisión monstruosa a sus pies. Su maestro… Tenían que llegar hasta él…

―Ni lo pienses, alteza…

¿Alteza? Kakashi sacudió aquella palabra de su mente. Aquél no era momento para escuchar los desvaríos de un asesino desquiciado. Iruka tenía razón; debían llegar hasta Kazuo y los demás; debían poner a Naruto a salvo. Kakashi miró con ansiedad a Iruka, que no despegaba sus ojos del asesino; era como si ambos hubieran estado esperando aquella batalla mucho tiempo… Demasiado… Kakashi sintió su corazón constreñirse dolorosamente. Quería sacar de allí a Iruka; tomarlo en brazos y apretarlo fuertemente contra su pecho, destruir a todo aquél que osara acercarse a ellos, buscar a Naruto y llevarlos hasta un lugar seguro donde nunca nadie más pudiera tocarlos.

―Kakashi… ¿Me harías un favor?― preguntó Iruka con voz extraña y un brillo en los ojos.

―¿Qué…?― Kakashi no comprendía nada. Y menos cuando Iruka, de pronto, se giró y, atreviéndose a darle la espalda al enemigo, se acercó a él hasta quedar a apenas milímetros del albino.

―Fuerzas como Homura solo pueden ser vencidas por fuerzas como yo… Debes llegar hasta ellos, debes poner a salvo a Naruto…― susurró el castaño. Kakashi cada vez entendía menos. Viró su mirada hacia el asesino, y este, en lugar de tratar de aprovechar que Iruka le daba la espalda para atacar, se limitó a ver la escena con cierto deje de satisfacción. De hecho, cuando notó la mirada confusa de Kakashi sobre él, tuvo la desfachatez de sonreír cínicamente; como si él supiera algo que Kakashi no.

―¿Iruka…?

―Por eso… Por eso, dile a Naruto que lo siento… Que siento no haber podido mantener mi promesa…

Kakashi lo miró sin comprender… Pero entonces Iruka vertió sus ojos sobre los de Kakashi de tal forma que Kakashi sintió como si el mundo se hubiera puesto del revés y él estuviera cayendo en picado… Nada más importó, sin embargo, cuando Iruka enmarcó su rostro con delicadas manos y posó sus labios sobre los enmascarados del albino. Kakashi se congeló. Su corazón voló fuera de su pecho, y como una mariposa cuyas alas estaban hechas de sueños, batió sus extremidades hasta llegar por encima de las nubes. Cerró los ojos. Olvidó dónde estaba. Quiso bajarse la máscara y disfrutar de aquél contacto con todo su ser.

Las cálidas manos de Iruka viajaron en una suave caricia hasta su pecho, y los brazos de Kakashi por fin cobraron vida. Quisieron envolver a Iruka y estrujarlo hasta sentir el latido de su corazón contra sus tendones. Pero entonces, Iruka se separó, y con los ojos húmedos volvió a pedir perdón. Su voz, sin embargo, no estaba rota; era completamente firme.

Entonces, sin previo aviso, Kakashi sintió un gran impacto sobre su pecho que lo mandó volando varios tejados más allá, fuera del círculo de enemigos que se había formado alrededor de ellos dos en cuanto Homura llegó. Kakashi, gracias a su entrenamiento espartano, logró soportar el impacto sobre las tejas y rápidamente se puso en pie. Desde su posición logró ver a Iruka dándose la vuelta nuevamente, encarando una vez más a Homura, que sonrió aún más ampliamente.

Kakashi lo entendió entonces, que Homura solo tenía interés en Iruka; que para él, Kakashi solo era una molestia en su camino y que poco y nada le interesaban los quehaceres de un estúpido ninja de la Hoja con un niño rubio del que aquél asesino quizás no tuviera ni idea de lo que llevaba dentro…

Iruka le estaba dejando el camino libre… Y una parte de Kakashi, la analítica y lógica, lo entendió y agradeció. Porque su misión desde el principio había sido Naruto. Siempre Naruto. Y ya le había fallado demasiadas veces por cuestiones egoístas; no podía fallarle otra vez. Sin embargo, había otra parte… Una que Kakashi creía ya muerta, una que gritaba con voz desgarradora: “Iruka se está sacrificando”. Y Kakashi, de pronto, se sintió más humano que nunca, porque se vio obligado a elegir entre las dos mitades en las que, de un tiempo a esta parte, su corazón se había dividido: Naruto e Iruka.

――――― ――――― ―――――

Iruka se dio la vuelta, aun sintiendo sus dedos bombear por la energía que había utilizado para crear el hechizo que lanzó por los aires a Kakashi.

―Siempre he sabido que eras inteligente, Haruka… pero en serio… ¿Enamorarte?― se burló. Iruka lo miró impasible.

―No espero que un asesino comprenda lo que es el amor… Así que ¿por qué no terminamos de una vez por todas lo que tú no fuiste capaz de acabar años atrás?

―Como quiera su majestad…― susurró con tono lúgubre. Los ojos azul glaciar de Homura se fueron aclarando hasta que, finalmente, quedaron completamente blancos, como si los de un cadáver se tratara. Un círculo de luz blanca se formó a los pies del asesino y, poco a poco, runas esquemáticas se dibujaron sobre la tierra, dejando surcos sobre la misma. El aire se volvió gélido, tanto que era difícil respirar sin sentir agujas en la garganta. El humo de las bombas y los incendios empezó a arremolinarse alrededor de Homura y aquél torbellino negro pronto fue rodeado de rayos de luz blancos que surgían de las runas a sus pies. Cuando el humo se disipó, tras el asesino se encontraba un gigantesco dragón de escamas azules y plateadas que en su día había sido majestuoso, pero que hoy, pese a la fuerza y el portentoso espacio que todavía ejercía, poseía una apariencia cadavérica. El rostro de aquella bestia, una vez bello y lleno de serenidad, hoy solo mantenía la mitad del rostro cubierto de carne y escamas; el resto era puro hueso; una calavera putrefacta. No había cabida para las nobles facciones que antaño habían marcado aquel rostro dragonil; ahora solo era una bestia feroz y sangrienta. Los ojos del dragón se abrieron, y en lugar de preciosos zafiros, Iruka encontró dos orbes blancos y muertos.

Iruka sintió la ira acumularse en su pecho y agarrotar los músculos de su cara. Definitivamente, aquél sería su último día en la Tierra, pero lo haría sabiendo que había acabar por fin con una de las peores plagas de los Seishin y los Kantoku. Si iba a reunirse con su familia, si por fin iba a encontrarse con ellos de nuevo, al menos tendría una historia que contar.

Tomó aire y dejó fluir el chakra. Figuró una puerta en su interior. A través de ella observaban dos orbes dorados que le miraron con incertidumbre y tristeza. Pero Shinwa era demasiado vieja; una de las primeras Seishin, y como tal sabía que Iruka solo era un guardián más, un cuerpo más. Había habido muchos que la albergaron antes que aquél joven; habría otros tantos que vendrían después de él. Y aun así…

Cuando Shinwa volvió a abrir los ojos, lo hizo desde lo alto del firmamento. A varios metros más abajo, justo delante de ella, Iruka se paraba orgulloso mientras a sus pies brillaba un círculo tan dorado como sus ojos o los de Shinwa. Había llegado la hora. Shinwa se despediría aquella misma noche de un joven Kantoku dispuesto a pelear al asesino de su clan, que había robado al legendario Seishin Nadaraku del alma del difunto Hisakawa Ikkaku. Shinwa también ansiaba venganza desde hacía tiempo; Homura había cometido un grave pecado, y debía responder por él. Sin embargo, Shinwa era consciente de que Nadaraku había sido el primer Seishin nacido de la unión entre el Espíritu del Agua y el Espíritu del Aire; Nadaraku era el primero de su estirpe, el primer Seishin de hielo, y como tal no sería una batalla fácil; incluso aunque aquello no fuera más que una sombra de lo que fue aquél legendario dragón en sus días de gloria.

Incluso las leyendas caen, pensó…

――――― ――――― ―――――

Kakashi vio el espectáculo que frente a sus ojos se desarrollaba. Definitivamente, fuerzas como Homura solo podían vencerse con fuerzas como Iruka… Pero aun así…

Finalmente, se decidió. No podía dejar allí solo a Iruka, y que le partiera un rayo si no sabía que Naruto estaba en buenas manos. ¿Tres ninja de elite de nivel ANBU y un viejo guerrero con malas pulgas y un dragón que bien podría ser el dios de la guerra? Kakashi sonrió. Lástima tenía de los pobres ilusos que creyeran que podrían contra esa unión de fuerzas. Saltó al tejado de abajo y se dirigió a toda prisa hacia la batalla que estaba a punto de comenzar.

No era estúpido; sabía que aquella sería una batalla complicada, pero su objetivo no iba a ser Homura, del mismo modo que el de Homura nunca fue Kakashi. Iruka se encargaría de aquél monstruo; Kakashi tenía su propia tarea. Sabía perfectamente que aquellos ninja que acompañaban a Homura no eran meros espectadores, sino que, en caso de fallar Homura, tratarían de acabar ellos con Iruka o, en todo caso, intervendrían en la batalla para dificultarle a Iruka su tarea.

Pobres imbéciles… Morirían de ingenuidad si creían que Hatake Kakashi les iba a permitir acercarse siquiera un centímetro a su amado sacerdote.

Mientras corría entre las sombras, hizo una invocación. De pronto, ocho sombras corrían junto a él, como una manada siguiendo a su alfa.

La masacre comenzó.

――――― ――――― ―――――

Una gran bola negra chocó contra un escudo dorado. Homura extendió los brazos y aseguró sus pies, hizo fuerza con los hombros e intentó avanzar un paso, tratando de romper la barrera con la que Iruka había detenido el impacto. Iruka no se lo permitió. Mantuvo su eje y los brazos firmemente extendidos tras aquellas filigranas de oro dibujadas en el aire que formaban un gran círculo protector.

Entonces, Iruka manejó la energía hasta que el escudo poco a poco se ablandó, acoplándose a la forma de aquella bala negra y la envolvió. Con un giro brusco y rápido de sus brazos, Iruka obligó a la bala a girar y la lanzó de vuelta a Homura, que no tuvo tiempo de esquivar el ataque. Nadaraku se interpuso y recibió el golpe por su ilegítimo amo; era su naturaleza como Seishin, proteger a su guardián.

Iruka contuvo el aliento. Nadaraku emitió un rugido de dolor, pero entonces se levantó por completo sobre el aire en toda su envergadura, y como si de un meteorito se tratara, Iruka lo vio cernirse sobre ellos.

No muy lejos de allí, Bull arrancó la cabeza de un ninja de la Niebla mientras Kakashi esquivaba dos ataques simultáneos con un salto y aprovechaba la caída para atravesar el corazón de uno de aquellos dos estorbos con un chidori. Más allá, tres de sus clones acababan con la vida de cuatro shinobis mientras el resto de la manada se lanzaba cual jauría de sombras sobre el resto de enemigos.

―Kakashi…― susurró casi sin voz Pakkun, completamente boquiabierto mientras miraba al cielo nocturno. Kakashi volvió la mirada hacia el negro firmamento justo a tiempo para ver la colisión de los dos dragones. La fuerza del golpe fue tal que el impacto hizo temblar la tierra y Kakashi se vio obligado a agacharse para no caer estrepitosamente. No tardó en tener que saltar sobre otro tejado, siendo que la casa en cuyo tejado había estado luchando quedó completamente derruida por el momentáneo sismo.

No tuvo mucho más tiempo para entretenerse, pero le dio tiempo de localizar visualmente a Iruka. Ahora que había cambiado de posición y había eliminado a un tercio del enemigo, pudo divisar a Iruka, y por un momento el aire le faltó.

Antes, una parte de sí mismo había querido proteger a Iruka y llevárselo de allí. Todavía quería. Pero ahora había otra parte… Esta otra miraba con admiración el espectáculo de fuerza descomunal, belleza inaudita, que frente a ella se desarrollaba. Iruka bloqueaba los ataques de Homura con velocidad, contraatacando, esquivando; a veces lanzándose el uno contra el otro y chocando con la suficiente fuerza como para levantar una ola de energía que levantaba el viento alrededor del círculo de batalla que parecía haberse establecido alrededor de los dos Kantoku. Y Kakashi no podía evitar ver la belleza en aquellos ojos dorados y fieros, en aquél cabello largo y suelto, completamente enredado, que ondeaba como una oscura bandera tras cada ágil y poderoso movimiento de aquél esbelto cuerpo. Veía con fascinación cada chispa de luz que aquellos dedos invocaban justo un segundo antes de formar runas en el aire y lanzar un hechizo.

―¡Céntrate, chico! Podrás pedirle en matrimonio cuando salgamos de este infierno…― gruñó Pakkun. Kakashi sonrió.

―¡Formación!― ordenó. Y al momento, otros siete perros, todos magullados, pero espléndidos, formaron alrededor de Kakashi y de Pakkun.― ¡Atacad!― gritó. A continuación, una sucesión de movimientos perfectamente ejecutados terminó por acabar con otros ocho enemigos.

――――― ――――― ―――――

Kazuo miró a su alrededor; aquello era una carnicería. Civiles, ninjas de la Niebla… Buscó con la mirada hasta localizar a todos y cada uno los de la Hoja. Asuma y Tenzo se encontraban luchando brutalmente contra seis enemigos cada uno y, aunque eran fuertes y lograban acabar con ellos con relativa rapidez, no tardaba en llegar otro ninja que ocupara el lugar del recién asesinado. Incluso aunque Shiban na Gaku lograra matar a varios de un solo golpe… Simplemente eran demasiados.

Shiban na Gaku se removió al recibir el fuerte impacto de un jutsu enemigo, pero no retrocedió. Kazuo sabía que el antiguo ser hacía tiempo que habría alzado el vuelo para cernirse sobre el campo de batalla cual demonio del Averno y acabar con todo hacía bastante, pero tenía algo importante que proteger… A cualquiera le extrañaría ver a un dragón en plena batalla asentado sobre el suelo, enrollado sobre su propio eje y sin moverse más de lo necesario… A menos que supieras que dentro de ese muro formado por su cola, Shiban na Gaku escondía a un pequeño y asustado Sol, en todo momento custodiado por Shiranui Genma, que mataba sin previo aviso a todo aquél que osaba acercarse al poderoso dragón por la espalda.

Aquello nunca iba a terminar, comprendió de pronto Kazuo.

Giró la mirada hacia el oeste. Tan solo varios kilómetros más allá, Shinwa y Nadaraku volvían a estrellarse el uno contra el otro. Unos metros más abajo, Iruka luchaba contra Homura sin darle un respiro, golpe tras golpe, sin detenerse. Kakashi y sus ninken luchaban cual horda de demonios contra el séquito del asesino Hisakawa.

No… Aquello debía acabar. Sabía lo que pretendía Iruka; siempre había sido capaz de ver a través de aquella fachada de amabilidad. Sabía que a pesar de su bondad natural, Iruka estaba profundamente herido, que una parte de su alma clamaba por venganza, por justicia. Pero aquél era su alumno, a quien había llegado a amar como a un hijo, y él era un viejo guerrero que ya no tenía nada más que enseñar.

Miró nuevamente a Iruka. Tan de lejos y podía ver como aquellos rayos de oro partían la oscuridad de la noche en dos, ahogándola en cada ataque de luz cegadora, como un faro en medio de la tempestad, como el Sol.

No… ya no tenía nada más que enseñar…

Los ojos de Kazuo, ya teñidos de un rojo infernal, se oscurecieron hasta que las pupilas de sus ojos se difuminaron por completo. Genma, Asuma, Yamato y Kakashi, de pronto, escucharon la voz del viejo guerrero en sus cabezas.

―Sacad a Naruto de aquí. Dirigíos hacia Kakashi y ayudadle a terminar con el séquito de Homura. Dadle a Iruka unos minutos. Si para entonces no ha logrado terminar con Homura, sacadlo de ahí a como dé lugar. Esos minutos es el tiempo que necesito para realizar un Meikaku no mahō, un jutsu lo suficientemente poderoso como para matar a gran parte del enemigo de un solo golpe, pero…

―Pero si nos quedamos cerca, la onda expansiva nos alcanzará a todos…― susurró Asuma mientras esquivaba un ataque.

―Exacto. Ahora… ¡Marchaos!

Así lo hicieron. Genma tomó a Naruto entre sus brazos y saltó sobre la poderosa cola de Shiban na Gaku. Dirigió una última mirada a aquella magnifica bestia, que le devolvió el gesto. Genma se sintió sobrecogido. Entre el polvo y el humo, decidió pararse, y con Naruto aferrándose a su cuello con ojos aterrorizados, el ninja hizo una reverencia frente al dragón.

Genma no lo vio, pero Naruto sí; Naruto vio a aquél draco de armadura negra alzar la cabeza orgulloso, como un dios magnífico a punto de morir en batalla.

―¡SHIBAN!― gritó al viento con voz rota mientras Genma saltaba hacia el primer tejado, raudo como el sonido. A sus flancos, Asuma y Yamato formaron rápidamente, rechazando cualquier ataque enemigo con impactante velocidad.

Llegaron hasta Kakashi. Los tres shinobis luchando espalda contra espalda rodeados por los ocho ninken, y Genma y Naruto en el centro, siempre protegidos. Entre todos, no tardaron en hacer caer al resto del séquito de Homura. Los cinco alzaron la vista al cielo.

Las embestidas entre Shinwa y Nadaraku eran cada vez más poderosas. Tanto, que ya pocos edificios quedaban en pie. Asuma miró en dirección al templo. Los continuos sismos habían terminado por abrir brechas en el suelo tan profundas que el antiguo edificio se encontraba completamente reducido a escombros y medio enterrado.

Kakashi buscó a Iruka con la mirada. Aunque cansado, el joven Kantoku lograba mantener el ritmo de la pelea, que cada vez era más brutal.

El viejo Kazuo había dicho unos minutos. No era muy concreto, desde luego; pero Kakashi empezaba a ponerse ansioso. Por como había hablado el sacerdote principal, aquel iba a ser un jutsu que ninguno de los allí presentes quería presenciar en primera persona.

Un ataque de Homura lanzó por el aire a Iruka, que rodó a pocos metros de los jounin. Kakashi hizo un ademán de acercarse, dispuesto a terminar él mismo con ese bastardo.

―¡Ni un solo paso más, Kakashi!― le advirtió Iruka mientras se volvía a poner el pie. Kakashi observó todas sus heridas, sintió el poderoso chakra que de él emanaba… Por un momento lo visualizó con una bandana de Konoha sobre la frente, como uno de los portadores de la Voluntad del fuego…

―¡Debemos irnos!―le respondió.

―¡Pues marchaos! ¡Esta nunca fue vuestra batalla, de todos modos!― le dijo al albino mientras volvía a acumular energía en la palma de su mano derecha. Con la izquierda hizo una serie de signos y, tras varios gestos rituales, un enorme círculo se formó frente a Iruka. Entonces, un poderoso haz de luz salió disparado en dirección al asesino. Homura contraatacó con un hechizo idéntico y ambas fuerzas embistieron entre sí, casi con la misma fuerza que los dragones que luchaban entre ellos sobre sus cabezas. El impacto fue suficiente para hacer retroceder a Iruka, pese a que el castaño mantuvo los pies firmemente clavados en el suelo.

Un sólido cuerpo fue el que lo hizo frenar y mantener su posición por fin.

―¿No te das cuenta, Iruka? Esta es una lucha demasiado importante, demasiado difícil… No puedes pretender vencerla en una sola jugada. No puedes vencerla tú solo. Y créeme, no la lucharás solo… ¡Déjalo, Iruka, que viva unos días más sabiendo que de nuevo no pudo vencerte!― le dijo Kakashi mientras trataba con todas sus fuerzas de no dejarse arrastrar por la fuerza del contraataque de Homura.

Iruka apretó los dientes e invocó toda la energía que le quedaba. Solo un poco más… Sus ojos se volvieron de un dorado tan brillante que Kakashi pensó que bien podrían estar albergando el Sol. Entonces, el circulo a través del cual salía disparado el ataque de Iruka, se vio reforzado por una serie de otros tantos círculos concéntricos al inicial y una serie de runas comenzaron a dibujarse a su alrededor. El ataque de Iruka se intensificó tanto que Kakashi, esta vez, tuvo que aferrar sus pies al suelo con chakra, ya no por la fuerza que ejercía Homura, sino por el propio poder que Iruka estaba despidiendo despiadadamente.

―¡Maldita sea, Iruka!

―Solo un poco…más…― jadeó el castaño, al borde del desmayo por la cantidad de energía empleada durante la batalla.

Kakashi decidió que ya había tenido bastante. Con una seña, ordenó a los ninken atacar. Lo malo de estar tan centrado en un solo oponente, tan obsesionado con él, y utilizando ataques tan poderosos y extenuantes, se dijo Kakashi, es que no tenías tiempo de centrar tu atención en nada más.

En unos segundos, Homura vio sus extremidades completamente paralizadas por ocho poderosas mandíbulas cuyos colmillos desgarraron la carne hasta incrustarse en el hueso. Desde el cielo se escuchó un alarido de dolor. Nadaraku sentía como suyo el dolor de su amo. Ahora que Homura tenía al menos un brazo roto y no podía moverse, su ataque se vio interrumpido, y el de Iruka logró por fin seguir su curso.

Pudo haberlo matado allí mismo, pudo haber terminado con todo… Pero sintió a Kakashi estremecerse tras él, temblar por una fracción de segundo. Y entonces despertó del fragor de la batalla; abrió los ojos y vio los ocho canes que, nobles y leales, esperaban dignamente morir en el cumplimiento de su deber. Y se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer… Estaba a punto de convertirse en alguien como Homura, alguien dispuesto a pasar por encima de todo y de todos con tal de conseguir sus objetivos.

Iruka dejó caer los brazos a sus lados, deshaciendo la seña que mantenía activado el hechizo, y el haz de luz dorado se desintegró apenas unos centímetros antes de impactar contra Homura y los ninken. Kakashi sintió sus rodillas temblar ante la fuerza que durante varios minutos había estado proyectando contra el suelo para poder mantenerse firme junto a Iruka. Pese a todo, logró mantenerse en pie y sostener el peso de Iruka contra su cuerpo.

El castaño se giró a mirarlo con ojos horrorizados y llenos de culpa, y Kakashi sintió que el pecho se le hinchaba de orgullo. Iruka había elegido a ocho perros que no significaban nada para él, pero todo para Kakashi, por encima de su venganza personal; lo había elegido a él por encima del asesino de su familia.

Kakashi apoyó su frente en la cabeza de Iruka y cerró los ojos unos segundos. Tras dos respiraciones, volvió a levantar la cabeza y, con mirada firme, habló.

―Tenemos que salir de aquí. Ahora.

Sin más dilación, dio una orden a Pakkun desde la distancia e hizo una seña. El líder de la manada asintió y, al segundo, los ocho perros aseveraron la presión de sus mordidas sobre Homura, que terminó de rodillas al sentir varios huesos quebrarse ante la potencia. El asesino trató de deshacerse de los perros, pero Bull, que estaba sobre su espalda y mantenía sus colmillos demasiado cerca de la yugular, era demasiado pesado y no le permitía moverse. Los ocho perros sabían que podrían soltarle y matarlo, pero nunca se habían enfrentado a algo como ese Homura y, por tanto, no sabían de lo que era capaz. Se conformarían, por tanto, de incapacitalo.

Iruka y Kakashi se reunieron con el resto del equipo y empezaron a correr hacia la salida de la ciudad. Mientras corrían, Iruka empezó palidecer y a relentizar su paso. Una nueva onda de poder resquebrajó el suelo de la isla. Shinwa rugió de dolor desde lo alto de las nubes. Iruka cayó de rodillas con gesto doloroso.

―¡Iruka!― exclamó Kakashi, arrodillándose junto a él.

―¡Necesita deshacer el hechizo que mantiene a Shinwa presente en este plano astral!― comprendió Yamato― O a este paso… ¡Ha perdido demasiado chakra!

Iruka lo miró con los ojos entrecerrados, blanco y respirando trabajosamente. Llevó una mano temblorosa hasta el brazo de Kakashi.

―S-si deshago ese hechizo… Nadaraku perderá su única distraccón… ¿Entendéis lo que os digo?

Y tanto que lo entendieron; de golpe y porrazo, además. En cuanto el legendario Nadaraku se viera librado del único ser allí presente que le estaba presentando batalla, ellos serían su siguiente presa, teniendo en cuenta de Shiban na Gaku no había entrado en batalla con él y que Nadaraku parecía demasiado obsesionado con Shinwa como para interesarse en el otro Seishin. Tan enfermo como lo era la obsesión de Homura por Iruka… Sí, no sería de extrañar que Nadaraku, siguiendo sus instintos, pretendiera seguir con la batalla atacando a Iruka… o a todo aquel que se interpusiera entre él y Shinwa, en su defecto.

Los de la Hoja se miraron entre sí y en unos segundos parecieron llegar a un acuerdo no verbal.

―Entonces, solo tenemos que correr más que él, ¿no?― dijo Genma, socarrón. Iruka lo miró como si se hubiera vuelto loco. ¿En serio pretendía ser más rápido que un espíritu de miles de años de antigüedad?

―Hazlo.― le dijo Kakashi. Iruka lo miró aterrorizado.

―No puedo…

―¡Confía en mí por una vez, maldita sea!― ladró Kakashi. E Iruka le complació. Tras un profundo suspiro, sus ojos se cerraron de forma pesada y, de pronto, la presión que hasta el momento había estado gobernando el ambiente, se liberó un poco. Los de la Hoja miraron al cielo; la figura de Shinwa desintegrándose en el aire entre pequeños haces de luz dorada, su estilizado cuerpo de serpiente desdibujándose entre las estrellas opacadas por el humo.

Iruka se dejó caer, completamente exhausto. Kakashi le sujetó fuertemente, observando por segunda vez en su vida aquellos oros viejos desdibujarse en vetas cada vez más oscuras hasta que los ojos de Iruka volvieron a poseer aquél tono de whisky añejo.

A lo lejos, Nadaraku bramó iracundo. Su mirada muerta buscó entre cadáveres, sangre y escombros hasta dar con la vasija humana de la que salía toda esa energía que le había sido ordenado destruir. El gran dragón movió su pesado cuerpo para redirigirlo al grupo de guerreros.

Kakashi tomó a Iruka en brazos y el grupo salió corriendo a máxima potencia.

―¡Iruka!― gritó angustiado Naruto, que veía al joven sacerdote demasiado pálido y casi completamente inerte en los brazos de Kakashi. Iruka sonrió débilmente con la cabeza apoyada sobre el hombro de Kakashi, que lo aferró con más fuerza mientras apretaba el paso. Todo iba a estar bien. Todo…

―… ¿Y el maestro?― preguntó Iruka con apenas un hilo de voz, al darse cuenta de la ausencia del sumo sacerdote.

―Nos ha dicho que se encargará de todo…― respondió Yamato.

―¿Qué…? ¿Pero cómo…?

―Maikaku no mahō, lo ha llamado…―dijo sin despegar la vista del camino Asuma.

De pronto, Iruka pareció sacar fuerzas de donde no parecía antes haberlas. Separándose casi peligrosamente del pecho de Kakashi, el joven Kantoku miró con horror a Kakashi.

―¡Eso no es un jutsu! ¡Es un sacrificio!

Y de pronto, el aire se estremeció. Iruka miró por encima del hombro de Kakashi y, más allá del terrible dragón que los perseguía, Iruka vio un sinfín de cadenas rodear a Shiban na Gaku hasta aprisionarle. Un círculo de magia rojo se dibujó sobre la cabeza del dragón. El poderoso rugido del dragón negro fue el único aviso que tuvieron antes de que una ola de oscuridad saliera despedida de forma violenta de aquél circulo carmesí y engullera todo lo que hubiera un par de quilómetros alrededor de Shiban na Gaku, azotando la tierra con tal fuerza que el sismo partió la montaña completamente en dos.

―¡MAESTRO!

CONTINUARÁ…

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).