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Diez mil por qués por Eurus

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Notas del capitulo:

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Que las cosas que quedan para siempre
no es lo material

-Beret
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No era una pistola de mentira, era cien por cien auténtica. A Kaito se le paró el corazón. Era demasiado. Toda esa fuerza que había reunido se esfumó al instante. Su seguridad se transformó en miedo, pero, ¿qué era aquello que no debía olvidar? Exacto, su pokerface, que mantuvo lo mejor que pudo. Tenía que mantenerse inexpresivo a pesar de que estaba sucediendo lo que muchas noches había temido.


Quería decir mil y una cosas, pero no iba a darle tiempo, así que sólo fingió una risa y dijo, ocultándose el rostro con su sombrero:


—Volvemos a vernos, detective.


Desde lejos no se notaba, pero a Shinichi le temblaba la mano. Lo había ensayado muchas veces. Estaba más que mentilazado de que tenía que enfrentarse a su peor pesadilla y mejor error: él, Kaito Kid, más conocido, para él, por Kaito Kuroba. Pero, aún sentía ese "algo" por él que le hacía querer protegerlo e impedir que lo pongan entre rejas.


Enganchó las piernas en varios peldaños no consecutivos de la escalera. Sólo estaba sujetado por sus extremidades inferiores; su mano temblaba demasiado y tenía que sujetarla con la otra. Apretó un poco, sólo un poco el gatillo. No quería matarlo, tenía que apuntar bien...


Pero un estúpido pájaro pasó, le hizo perder el equilibrio y, antes de colgar como un murciélago de la tambaleante escalera, apretó el gatillo. No llegó a ver dónde apuntó, pero se esperó lo peor cuando el público ahogó un grito. No supo si era por él o por Kaito hasta que Megure gritó:


—¡Le... Le has dado, Shinichi!


Y el mundo se le vino abajo. La respiración se le aceleró. Su corazón latía a cien por hora. Le había dado... ¿Dónde le había dado? ¿En el corazón? Ojalá que no. Pero no le dio tiempo a apuntarle en la pierna, y él no solía fallar con la pistola. Se llevó las manos a la cara.


Nunca debió ni siquiera intentarlo. Sabía que se acabaría arrepintiendo. Y de qué manera se arrepentía... Estuvo a punto de dejar sueltos sus pies para precipitarse hacia abajo, para acabar con ese sentimiento de culpa, ese nudo tan fuerte que se había acomodado en su pecho, cuando, arriesgándose, el inspector Megure, que había bajado previamente por la escalera, le agarró por el tobillo izquierdo.


—¡Vamos, Kudo! ¡Tenemos que encontrar su cuerpo! —le dijo, gritando, ya que a causa del viento turbulento producido por las hélices del helicóptero no se oía bien.


Shinichi quiso gritarle que lo último que quería era encontrar el cadáver de Kaito Kid sin vida cubierto de sangre, pero no lo hizo. No lo entendería, y no podía arriesgarse a que lo hiciera.


Con una fuerza cuya procedencia desconocía, Megure subió al detective al helicóptero, y rápidamente, volvió a tomar el control de helicóptero. Shinichi se sentó en el asiento del copiloto, se echó hacia atrás y cerró los ojos. No podía respirar. Le faltaba el aire. Como si el propio Kaito se hubiera llevado el oxígeno consigo. Si no fuera tan él, habría llorado. Pero, ¿para qué? El nudo de su pecho no se aflojaría...


—Shinichi, estás muy pálido —comentó Megure, que lo miró de reojo.


—Yo quería capturarlo, no matarlo —explotó el detective, abriendo de golpe los ojos. Qué mentiraEn realidad nunca tuvo claro su objetivo. La confusión y las ganas de arreglar todo sus problemas no le dejaron pensar con claridad.


El inspector asintió con la cabeza.


—Lo sé. Seguro sólo es una ilusión de Kid, suele dar sustos así—Shinichi asintió. Pero su mente era incapaz de creer que él pudiera hacer algo tan cruel. A lo mejor, no era consciente del daño que hacía. Eso lo tenían ambos en común—. Shinichi, ¿quieres... Quieres bajar?


—No quiero, lo necesito.


***


«Kaito Kid, ¡¿muerto?!»


Esta vez Shinichi no sonrió, sino rió. Qué imbécil. Claro que no estaba muerto. Él era un gran actor.


Simplemente, no encontraron su cuerpo.


Colocó el codo en la mesa, luego el mentón sobre la mano. Kaito tenía miedo de él. Por eso había fingido su muerte, supuso.


Y la verdad era que sí, Kaito tenía planeado su propia muerte, pero no había contado con la presencia de su ex-novio, cuya reputación se pulió rápidamente entre ciertas personas y empeoró entre otras. Y ese le pareció el mejor motivo para justificar su acto; intentar que más gente estuviera contra Shinichi.


Pero no podía justificar que estuviese bebiendo bebidas alcohólicas, teniendo 17 años, en el local de su ayudante, Jii.


—Jo-Joven Maestro... ¿no cree que debería controlarse un poco... Mucho? —le sugirió el hombre (cuya edad rozaba los sesenta y cinco; llevaba mucho tiempo metido en el rollo de la magia, desde el debut del padre de Kaito, Toichi Kuroba), haciendo el amago alejar de él la jarra de cerveza que tenía delante.


Pero el Joven Maestro fue más rápido, agarró el asa de la jarra y la arrastró hasta un punto de la mesa que era inaccesible para Jii, que estaba sentado a su izquierda y se llevó la mano a la frente.


—Debería controlarme, sí —admitió. Le resultaba extraño que el alcohol aún no le hiciera efecto. No se sentía mareado, tenía la voz normal... Tal vez sí que estaba muerto, aunque sentía. Sentía miedo, dolor, ganas de llorar. Tan cuerdo no estaba—, pero no me da la gana.


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