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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

Disculparán la tardanza, llegué de un día pesado y lo iba a subir hace unas horas, pero sentí que le faltaba emoción al final xD

 

Ojalá les guste porque sí me costó trabajo. Gracias al cosmos y a mi novio lo pude acabar jaja. 

 

Los aburro... Va!

 

PD: Error en la parte anterior; dije que ahí también estaba la hermana de Ari, y no.

Mrs. Hunter también esto es por usted <3

Las únicas veces que Misha y Noriko habían podido saber uno del otro fueron tres: cuando el ruso y Ariadna se daban el round a palabrotas, cuando vino el escándalo de las dos novias escondidas de su amigo Owen, y cuando el mismo Owen, sin poder olvidar el pasado, se desahogaba con Misha hablando sobre esa “maldita” que le había robado los brazos de Ari.


De ahí, tanto Misha como Noriko habían aprendido a detestarse, aún sin haber cruzado más allá de cinco palabras a lo mucho. Fuera de esas cinco palabras, la única vez en la que habían intercambiado diálogos fue cuando el ruso la ofendió y la tachó de ser una metida y una enferma que llegó a pudrir a la que fue una de sus más queridas amigas, Ari.
Pero ahora…

 

Misha apreciaba a Ari y el favor que ella le pidiera él se lo cumpliría, pero aún seguía preguntándose cómo dirigirse a esa chica que sabía que Owen aborrecía, pero que él mismo reconocía que la había tratado exageradamente mal y más aún, le debía respeto porque Noriko también era una buena amiga de Ian ahora y porque era la chica de su amiga, la cual confiaba mucho en él otra vez.

 

Ninguno de los dos se hablaba mucho por esa incomodidad. Noriko sabía perfectamente de quién era amigo el ruso y le daba miedo acercarse, desconocía qué reacción podía tener con ella. Por eso aquel camino rumbo a la pastelería donde quedó encargado el pastel, fue muy silencioso en sus primeros diez minutos.

Noriko traía auto propio y le indicó a Misha que se sentara en el asiento de copiloto, pero el ruso insistió en conducir él mientras ella revisaba algunos mensajes y la orden de apartado del pastel, a lo que ella accedió. Por los diez minutos, esa fue la única conversación que tuvieron. En cuanto llegaron a la pequeña pastelería donde habían hecho el encargo, la ojiverde se lo hizo saber al rubio.

Ahora entendía por qué Ariadna le había pedido ese favor: la calle se veía horriblemente oscura y la única luz visible aparte de la del local y dos tiendas era una fiesta donde se escuchaba reggaetón a todo volumen; a unos metros divisó un auto rojo donde unos tipos se divertían bebiendo. No les quitó la vista hasta que entraron a recibir el encargo.

 

El pastel era de nuez y estaba adornado con betún de café, cajeta y pedacitos de nuez triturada; Misha no pudo evitar sonreír cuando lo vio. Definitivamente Ari también conocía bien a Ian; el pastel le iba a encantar.
Hasta se le olvidó la ley del hielo.

 

–Gracias –Noriko pagó lo que restaba del precio del pastel y el encargado procedió a llevárselo para envolverlo en una caja.

–Lo escogieron bien.

Al decir esto, Misha se percató de que la chica de pelo largo y rizado lo miró con una sonrisa de incomodidad. Él reaccionó exactamente igual y por espacio de unos momentos no dijeron nada más.

 

–Lo escogí yo –habló ella, sumamente tímida– Fuimos a comer una vez y tu chico nos comentó que ese era su favorito.

–Ah.

–…Sí.

 

¿Alguna vez has sentido el impulso de romper una barrera con alguien pero no sabes cuál es la manera correcta de hacerlo?...

–Pues… –dijo Misha– Le atinaste…gracias.

…Y te llega la respuesta del cielo.

 

–Ni de qué –contestó ella– La guardia se complace.

Misha se quedó boquiabierto.

 

Noriko ni siquiera lo dijo consciente y como era parte de su vocabulario habitual ni siquiera se dio cuenta, pero había usado la frase más emblemática del Comando Salvatore de la saga de “The Saint War V” un sangriento, horrible y atroz juego de guerra situado en las cruzadas cristianas que era la sensación en el medio para ese año.

Y por supuesto, a Misha le encantaba. Se notó porque de pronto, ella pudo ver que él levantó las comisuras de sus labios en una gran e infantil sonrisa y procedió a contestar:

 

–La guardia se pondrá de pie el último día –como un plus, él hizo el saludo del sargento.

 

Noriko se quedó boquiabierta, ¿Era eso posible??...

–Sirviendo a nuestro Señor con todos nuestros medios y plegarias… –contestó ella, para ver si él sabría.

–…contra el demonio y los hermanos del campo negro –él completó su frase. La sabía perfectamente.

 

Y ahí fue cuando la bella morena clara puso una sonrisa igual de ridícula. Hasta el pastelero que llegaba con el paquete se espantó.

 

 

Cinco minutos después.

 

–¡Ja ja ja ja… Oye fíjate en el camino, zoquete! –La cara de Noriko se descompuso en una risa loca, empujó a Misha del hombro y casi hace que el eslavo se desviara del carril.

–JAJAJA, ¡Cálmate, estúpida!! ¿Qué no ves que chocamos?? –Ella parecía loca, pero él estaba igual.

 

La paz que no había llegado ni por la conexión hecha por Ian y Ari, ni por el cambio de actitud de Misha, ni por una conversación madura y bien hecha acerca de limar las asperezas del pasado, la pudo traer un juego de guerra que había recibido una críticas impresionantes por aplastar a todos los demás videojuegos del año con su repulsiva violencia gráfica, su exageración en las muertes y su pesadez psicológica. Mucha gente había desistido de seguir jugando a la saga en el volumen 3 o algunos más en el 4. Menos un puñado como este par de locos que venían hartándose a risotadas de los chistes del fandom.

Cuando uno encuentra a los de su especie, lo demás viene importando una cosita de nada.

 

–Ja ja ja ja, no sobreviviste al Grifo del final del nivel 4, no seas una maldita mentirosa –Misha venía tan divertido que sintió que llevaba años hablando con ella, sentimiento que estaba siendo plenamente correspondido.

–¿Quieres ver, chilindrino?

–Te reto el jueves a venir a mi casa y si no lo pasas…

–Si no lo paso ¿Qué?

–Mmm… No –el ruso negó con la cabeza– Has de ser muy delicada…

–Ja ja ja, ¿Qué, si no lo paso qué, cara de pizza?

–Te vistes de Sohora Troll.

–Ja ja ja ja ¡Decidido!

–Ja ja ja, perf… –Misha se interrumpió a sí mismo.

–¿Qué pasa?

–…

 

Se le había olvidado quién estaría en su casa ése día.

–¿Puedes mejor el viernes? –le preguntó a ella.

–Sí, claro… ¿Por qué?

–…

–¿Tienes visitas?

–…Creo que…

–Owen –la morena lo miró directo– ¿Verdad?

–…

–Me lo supuse –la alegría desapareció de la nada.

El eslavo guardó silencio.

 

–Mira, si te causa problema… –le dijo ella– Creo que mejor nos quedamos sin hablar, y ya.

–…

–No quiero más problemas y… Yo entiendo lo que piensas de mí, seguro tu amigo te ha hablado mucho…

Sus ojos azules respondieron rápidamente –No, Inés, no pienses.

–Tranquilo.

 

La propuesta que ella estaba planteando parecía ser la mejor por el bien de Owen, pero aún así, el rubio no pudo dejar de sentirse incómodo. Ella se imaginaba todo lo que su mejor amigo podía decir sobre su persona y aunque no estuviera cómoda con eso estaba tan tranquila, anteponiendo el bien de la situación. Sin embargo, él podía ver que nada de lo que Owen decía era cierto. No era una aprovechada, no era vulgar ni era nefasta; simplemente había hecho las cosas mal.

¿Quién es peor, quien comete un error o quien echa pestes de otra persona?

 

Misha también estaba aprendiendo muchas cosas con Ian rápidamente. En el tiempo que ya llevaba su historia desde aquel reencuentro, se topó y se las vio duras con todas las cosas y todos los momentos que siempre evitó para sí, pero que cuando los vio reflejados en los demás rechazó a aquellas personas. Se descubrió equivocado y cobarde como alguna vez fue Ari; se sintió indefenso como Joaquín; se sintió temeroso del futuro como Noriko y se estaba sintiendo tan feliz de estar al lado de Ian, como seguramente lo sintieron esos chicos del pasado que él alguna vez hubiera llamado maricones en la calle. Él ya no se distinguía de ninguno de ellos.

Tenía una disculpa que ofrecer.

 

–…Oye.

–Dime – Noriko contestó muy seria.

–Lo siento.

–¿Por qué?

–Ya sabes. Por lo de ese día.

 

“Eres una puta, ustedes esparcen enfermedades como ratas. Eres una puta horrible y ojalá te maten”

Las palabras son duras de recordar en una mente llena de remordimientos.

 

Inés lo miró atentamente mientras él concentraba la vista en la avenida que cruzaban, ya casi iban a llegar.

–No te preocupes –dijo ella, muy serena– Todos pasamos lo mismo. Ahora también te entiendo.

–…

–Además no habíamos hecho las cosas del todo bien –continuó ella– Era lógico que te enojaras, es tu mejor amigo.

–Me porté como un animal –Él se desahogó– Sobre todo con Ariadna.

–Ella te quiere mucho –contestó la chica– Le dolió mucho cuando dejaste de ser su amigo. Porque eran mejores amigos ¿No?

–Sí –el ruso sonrió– Desde mucho antes de que se metiera a lo del feminismo y todo…

–Yo lo sé. Los vi algunas veces, cuando yo todavía la veía desde lejos.

–Sí… –Cruzaron por debajo de un puente peatonal y el destello de un faro público deslumbró un ojo de Misha– ¿Por qué pelearon?

–¿Quiénes?

–Tú y ella.

 

Noriko capturó en sus pulmones una cantidad considerable de aire como si le faltara la paciencia para lo que iba a decir y el oxígeno se la diera.

–Ella quiere que convenzamos a su hermana para que hablemos con Owen –respondió– Hablando del tema.

–Ah… Pero Alex…

–Alex la trata bien y todo, pero con este asunto sigue del lado de él, no quiere tener nada que ver con estas cosas –continuó ella– Ayer fuimos a su casa y hablamos con Alex, y ella nos mandó a la mierda. Estaba siendo muy grosera así que me peleé con ella, pero Ari se enojó con las dos.

–¿Por qué se empeñan tanto en que Owen las disculpe? –preguntó el pecoso– ¿Por qué simplemente no aceptar que jamás va a dejar de decir que Ari lo quería de verdad y que tú se la robaste?

–¿Dice eso??

–Y más.

 

La chica del vivo verde pardo en los ojos torció el rostro en una mueca un momento, para luego volver a su expresión tranquila.

–…Pues… –ella empezó a decir– Yo no quiero que su familia siga rechazándome, queremos que nos vean del todo bien, sin tener que estar aguantando fricciones cuando la familia de Owen va a las comidas… Cosas así. Pero…

–… ¿Pero? –Misha escuchaba atento.

–…Pero es que también queremos hacer las cosas bien.

–¿Bien?

–Éramos más tontas cuando decidimos estar juntas, por eso comenzamos con el pie izquierdo. Hicimos muchas tonterías –le respondió– Y Misha… cuando se cometen muchos errores así, pesan.

–…

–Creo que lo entiendes.

 

El ruso se puso en un estado muy reflexivo, al tiempo en el que asentía levemente.

–Sí, entiendo.

–Por eso, cuando cometes muchos errores –prosiguió ella– tú lo sabes. Y te quitas de la pena y de todo lo que te estorbe, con tal de hacer las cosas mejor después.

–Entiendo.

–Se siente en verdad bien cuando arreglas los cabos con quien tienes que hacerlo.

–…Lo sé.

 

Noriko le sonrió.

–Es bueno saber eso.

-Oye…

-Dime.

-Si quieres arreglar las cosas con Owen y todo eso… -Misha dudó un poco en hacerlo, pero hizo el ofrecimiento- Si quieren puedo ayudar.

-¿De verdad? –ella respondió enormemente sorprendida.

-Sí.

La sonrisa que Noriko puso le hizo ver al ruso que quizá había hecho su buena acción del día. Le llovieron infinitas gracias casi hasta que llegaron a su destino.

 

Doblaron por la esquina hacia la calle de Ian; Misha no se dio cuenta del último tramo del viaje y había accionado por la inercia. Se quedó pensando en las palabras de Inés.

 

Definitivamente estaba aprendiendo muchas lecciones.

 

 

– – – – – – – –

 

 

–Oye, Ian.

–¿Mande?

La señora arqueó una ceja con una cara de duda– ¿Quién es tu amiga?

 

Ian viró hacia la sala y, efectivamente, era ella.

–Es una amiga de Misha.

–¿De Misha?

–Sí.

Nubia la miró un poco más detalladamente, mientras terminaba de poner los jarros de café en la mesa.

 

–Pues está muy bonita –evaluó.

–Eso creo.

–Cuidado, señor Lima, cuidado con las amiguitas…

–Señora no esté de intrigosa –la interrumpió él. Su madre era la que faltaba.

–Ya ya… Aunque mejor ofrécele un suéter. El frío está horrendo y ella en short y medias rotas, parece que viene de una fiesta. Dile que si quiere más café.

–Ya voy.

 

Ian se levantó, aprovechando que Pavlovna se había ido a ayudar también y que sus amigos hablaban del examen reprobado de uno de ellos. Amy se dio cuenta enseguida, pero desvió la mirada.

–Oye, ¿Quieres más café?

–No –respondió ella, cortante.

–¿Segura?

–…

–¿Por qué vienes vestida así?

–Porque me da la gana.

 

 

Ian respiró hondo y trató de guardar la calma.

–¿Tienes frío?

–Tengo una vida de mierda.

–Y vas a tener una fiebre de mierda si no te pones aunque sea algo más abrigador que ese suéter.

–No me importa.

 

Él estaba haciendo su mejor esfuerzo por llevar literalmente la fiesta en paz con América; sin embargo, como muchas veces las chicas oyen una cosa y entienden otra, Amy malinterpretó el comentario sobre su ropa delgada y vistosa. Empero, de cierto modo, no se le podía echar la culpa; muchas veces siempre tuvo que ponerse a la defensiva. Mejor dicho, cuando se sentía desequilibrada, siempre estaba a la defensiva.

 

–Mira… –Ian se aclaró la garganta– Quiero llevarme en paz contigo, ya que noté que Misha te toma tanta importancia.

–No necesitas llevarte en paz conmigo, limítate a no reaccionar como vieja celópata cuando esté con él. Te ves ridículo.

–…

–Si quisiera seguir en esa manera con él, jamás hubiera terminado con él.

–¿Tú terminaste con él? –el moreno la vio a los ojos.

–Sí.

–¿Por qué?

–…

 

Ella se quedó callada y fingió no contestar por darle un sorbo a su pequeña taza de café negro.

–No es cierto ¿Verdad? –Ian no desistió. Ella se vio acorralada.

–No –se desmintió.

–…

–Dejé de gustarle –la muñeca bajó la cabeza.

–… ¿Y él te sigue gustando? –el latino la vio de reojo.

–No seas pendejo.

–…Ok.

–Yo tengo novio, vivo con él.

–¿Con el que te peleaste?

–No me peleé.

–¿Entonces? 

–¿Para qué quieres saber? –ella era muy recia a hablar. En ese sentido se parecía a él– Él tiene problemas mentales y tuvo un ataque. Me sacó.

–¿Te sacó de su casa?

 

Ahora sí Amy le dirigió la mirada e hizo una mueca como si quisiera sonreír.

–Si es que a eso se le puede llamar casa… –respondió, relamiéndose los labios– Regresaré con mi papá. Pero mañana, porque seguramente está con alguien en su casa y no me va a abrir la puerta ni por obra y gracia de Jebús.

–¿En serio??

–¿Qué te imaginabas? ¿Que vengo a pedir asilo en una casa a expensas de que pienses que me quiero montar en tu novio?

–…

–No empieces a cagarla con él, por favor Ian –la pelinegra negó con la cabeza– Él no está para esas cosas. No porque sea un cabrón que quiera que lo complazcas, sino por lo contrario.

–¿Cómo que lo contrario?

–Lo contrario. Él está dispuesto a soportar muchas estupideces por ti. Su familia, por ejemplo. ¿Ya te pusiste a pensar??

–…

–Doña Mamushka y el señor son malditamente estrictos –Amy adquirió un tono muy duro en su voz– Cuando yo entré a esa casa, tuve que arreglármelas para no estropearlo. Hasta tuve que pedir ropa bonita prestada, para dar impresión de niña santa, lo cual ya te diste cuenta que no soy. A ver qué vas a hacer tú.

–…

–¿Ya pensaste en eso?

–…

–Desde ahora te aseguro que va a ser tu reto del siglo, Ian –alzó su taza– Tan sólo por eso, no deberías hacer estas cosas con Misha. Porque él no te va a cambiar por nada. Y si es por su bisexualidad, estás todo pendejo.

-…

–Gracias por dejar que me quedara –Amy cambió su tono de voz tan repentinamente, que Ian pensó que también había cambiado de humor, como bipolar

–Oye América.

–¿Eh?

–¿Sabes que Ari es feminista? Si quieres ella…

–Ya sé, ella me dijo. Yo atiendo sola mis problemas, gracias.

–…

–Voy por más café.

 

Él todavía la siguió un tramo de su trayecto con la mirada, mientras procesaba todo lo que acababa de hablar con esa chica, que aparentaba tan poco y que en realidad era tanto.

 

Lo que le había dicho le había dejado en claro una verdad: Amy le era muy fiel a Misha; era muy curioso, porque por lo que él le había contado no fue así cuando novios; no en todos los sentidos. Pero con todo y eso, el cariño que ella le tenía a ese ruso era obvio. Tal vez ella lo había perdido, como ella dijo, por hacer alguna estupidez, tal vez ella no lo perdió a propósito ni se le acabó el amor por él… Posiblemente, ella había tardado más en reconstruir su vida sin Misha, tratando de encontrar su cariño en alguien más, porque Ian ahora sabía que el amor que su ruso podía darle era mucho, al punto de haber salido de su cuadrado para estar con él.

 

…Y Amy tenía razón. Aún no había pensado, ni se le había pasado por la mente, lo de los padres de su pecoso.

Se sintió tonto. Cómo no pensar en algo tan evidente como eso.

 

 

– – – – – – – –

 

Cinco minutos después de que Misha llegara, todo estuvo de nuevo listo para la comida y tomo mundo se sentó para hablar alegremente sobre Ian, sobre cosas bonitas y para atascarse de comida. Ian quedó encantado con el pastel y Ari fue la que le aventó la cara a una esquina de éste, por tradición. El moreno sintió la gran diferencia entre el cumpleaños pasado y el presente. Ahora estaba ella, Noriko, muchos más amigos, no había recibido ninguna golpiza y, sobre todas las cosas, ahora podía decir que había pasado un cumpleaños hermoso con Misha.

Este día le había compensado todo el daño que aquel día posterior a sus doce años le causó. Todo a su alrededor fue perfecto, en especial aquellas dos pedacitos de mar azul que lo miraban tan encantado, tan feliz de poder estar allí.

 

Al cabo de unas horas, se retiraron los compañeros de Ian junto con Pía y la amiga feminista. Se fue Tomás y Antonio acompañó a Joaquín en su camino a casa. Pavlovna se adelantó con Amy a la casa rusa. Todos tomaron su rumbo y al final, cuando sólo quedaban Ari y Noriko, ellas se acercaron a despedirse.

 

Ariadna acababa de hablar largo y tendido con Inés para ese momento. En cuanto la morena de ojos verdes le contó a su chica lo que había dicho Misha, Ari corrió a trepársele del cuello al ruso y lo llenó de abrazos y besos en las mejillas por la ayuda. Al fin, se veía una oportunidad para acabar con el asunto de Owen de una vez por todas. Ahora tendrían que prepararse para el siguiente jueves, el día en que por fin aclararían cuentas. Misha se pondría de acuerdo con ellas para preparar el asunto.

 

–¿Están bien? –les preguntó Ian, cuando ya se estaban despidiendo.

–Cómo no voy a estar bien, Ian –Ari besaba con furor a Noriko– Esta mujer me vuelve loca.

–Auch, duele, ja ja ja… –La otra intentaba calmar un poco a su novia– Entonces, Misha…

–Hablamos el lunes –aclaró el ruso.

 

Ambas se despidieron con una sonrisa y unos grandes abrazos finales a Ian. Ya eran casi las diez y media e iban a quedarse en el departamento de la tía de Noriko para que ella no tuviera que regresar a su casa, que quedaba en la calle de la pastelería.

Todo estaba ya recogido en la casa y en perfecto estado.

Entraron y los señores estaban a punto de subir a dormir. La señora Nubia le dirigió una mirada de advertencia a Misha sobre propasarse con su hijo y le ordenó a Ian no tardar más de veinte minutos para subir también.

 

El espacio quedó en absoluto silencio. Veinte nuevos minutos para ellos, para una larga, larga despedida antes de apagar las luces.

Suficiente para lo que Misha quería hacer.

 

El ruso de apellido Lébedev tomó de la mano a Ian en el momento justo en que los señores cerraron la puerta de su habitación.

 

–Ian.

Lo llamó pero no respondió. Volteó hacia él y pudo ver que Ian lo miraba con una sonrisa y unas mejillas tan rojas, que sintió la necesidad de tomarlo entre sus brazos.

Y así lo hizo.

 

Poco a poco, Misha se fue apoderando del cuerpo de su chico y lo aprisionó, apretándolo contra su pecho, de la forma en que Ian podía oír el canto de su corazón y el calor que le ofrecía. Calor de cuerpo en vida, vida que se produce por el alma. Alma que con un abrazo y un beso delicado, Ian supo que Misha le estaba entregando.

 

Misha tenía planeado devorar salvajemente al moreno en el mejor silencio que pudiera y sin dejar de ser un loco desesperado por la pasión que se quedó pendiente cuando Pavlovna llegó a casa; pero ahora, en lugar de eso, el ruso condujo a Ian hacia el sillón más largo de la sala. Se sentó junto con él.

 

–Quiero decirte algo –le susurró a él, e Ian lo miró con una linda cara de interrogación.

–¿Qué?

Pero Misha no dijo nada.

Lentamente, como en una escena puramente romántica, él levantó sus brazos y se deshizo de la sudadera rusa, exponiendo su torso desnudo y lleno de marcas moradas. Sintió el cambio de temperatura, pero la ignoró, ante la mirada enternecida y extasiada de su chico.

 

Las marcas se habían hecho más grandes y notorias con el paso de las horas. Llenaban su piel blanca, lo hacían ver maltratado o atacado, además de que dolían un poco al contacto; pero como si fueran puntitos de placer, tomó la mano de Ian y, cual si fuera un niño pequeño trazando sus primeras letras, Misha guio la manita morena por todas esas zonas, por su cuello, sus tetillas, el pecho, las costillas; bajó un poco al estómago y subió de nuevo al cuello hasta llegar a la cara. Ian sintió el contacto de su piel con las mejillas rosas del eslavo, por sus labios, por los oídos y la frente, rondando por ese potente azul celeste que a pesar de la baja luz, brillaba mejor en los ojos de Mijaíl que en una estrella.

 

–¿Por qué haces esto? –rio Ian, encantado por todo el acto. Misha detuvo el recorrido, le sonrió y acto seguido, colocó la mano del pelinegro justo en el centro del pecho; la primera de sus zonas que Ian había tocado, el día que lo conoció, ya siete años atrás.

–Porque soy tuyo.

–…

–Soy tuyo desde que hiciste esto –dijo, imitando ese golpeteo que Ian había hecho al momento de presentarse, cuando no compartían el mismo idioma. Ahora, ni siquiera necesitaron más palabras para entenderse en el aire después de ello.

 

Ian se acercó y, con cuidado de no lastimar las laceraciones que él mismo había causado, fue acercándose a Misha y se fueron acostando en el sillón de poco en poco, hasta que el ruso quedó totalmente echado de espaldas en el asiento y sus labios volvieron a unirse, húmedos y calientes en la noche ya helada.

Los rusos se cubren en cuanto hace frío, pero Misha no necesitó de nada. Sus brazos y partes del pecho que Ian no cubría se congelaron por la exposición, pero no sintió nunca frío. Fueron cerca de unos diez minutos de los veinte, pero fueron percibidos como horas cuando el amor los invadió por centésima vez en el día.

 

Desgraciadamente, Misha tenía una marca, varias marcas de por vida forjadas en su cuerpo a base de dolor puro. Rasguños de uno o dos centímetros, marcas de castigos corporales de la clínica, marcas de uñas asquerosas quedaron en la parte baja de su espalda, como vestigios crueles de una noche espantosa, marcas en sus muñecas del tiempo en que no amó la vida. Aún cuando llegara a deshacerse de sus propios tabúes que le habían durado toda una vida (y eso ya supondría un acto supremo) tenía una huella permanente en su mente, producto conductista del tipo del experimento del niño Albert, por el cual jamás iba a permitirse dejarse sentir a Ian dentro de él. Estas huellas no podía borrarlas, no podía hacer mucho contra ellas porque iban a estar siempre ahí, como un recordatorio de la perra vida… sin embargo, Ian las amó esos diez minutos. Las besó, las consintió, las acarició cuantas veces quiso y luego Misha, correspondiendo ese contacto silencioso pero bello, se dio un paseo por el cuerpo entero de Ian; donde ya no quedaban marcas pero alguna vez hubo moretes, heridas y tatuajes de marcadores con palabras horrorosas por culpa de los hijos de una generación poco educada en los temas del amor. Besó el pequeño tatuaje de colores del arcoíris que Ian en un acto de hartazgo se hizo a los trece años en un lado del pecho, para hacer enojar a los “abortos”. Se metió dentro de él como si lo que introdujera no fuera su miembro masculino, sino su alma entera.

 

 

Pero fue en el último beso, que ya era casi tradición, que se la dejó.

 

–Perdóname por las marcas –se disculpó Ian, aún así acostado sobre el pecho blanco, morado y caliente del chico de sus sueños.

–Son las marcas más bonitas que he tenido.

–…

–Gracias.

 

Porque para Misha, las marcas moradas embellecían su cuerpo alguna vez destruido por el estado famélico, el descuido y el dolor. Eran realmente hermosas.

Para Ian, lo verdaderamente hermoso era ese cuerpo en sí, ese calor que había conocido desde niño, apreció siendo un muchachito y por fin saboreó en la esquina de sus dieciséis.

 

 

Dulces, dulces dieciséis.

 

 

Notas finales:

Este capítulo es largo porque aproveché para atar ciertos cabitos que serán importantes para más adelante, como lo de Noriko y Amy. Recordarán que el propósito del capítulo es hacer una brecha entre el anterior y el que sigue, que otra vez perdonen, es lágrima (ñaca ñaca).

 

Nos vemos mañana con actualización normal. 

 

Gracias por seguir aquí, no los merezco. 

 

Cuídense <3


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