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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

 

Bueno amores... Se ha jodido mi computadora una vez más. Estoy actualizando a como puedo desde mi teléfono y con datos. Usé el editor de la app del guatpad para pasar el texto del PDF a algo decente; aún así, sí notan cosas raras o feas en la distribución del texto, sepan que hice lo que pude :'v 

 

Pasó el lunes o martes a corregir redacción, si puedo hacerlo.

 

Volviendo al cap, espero que luego de este capítulo no me odien. Se vienen capítulos muy tristes de nuevo, al menos por un tiempo 

 

Va!

Por la cercanía del límite entre zonas, desde la estética hasta la casa de Misha se hacía alrededor de 20 minutos de camino a paso normal, pero logró hacerse siete milagrosos minutos, los carros casi atropellándolo a él, él casi atropellando niños, ancianas y señoras gordas cascarrabias de ésas que no se mueven un milímetro de su posición al caminar porque parecen muy cómodas estorbando.

Rogaba internamente por llegar a la casa rusa y correr hacia su habitación para darle el sermón de su vida, en lugar de tener que ver heridas graves o verlo en algún estado deplorable. Se lo suplicó al cosmos entero.

 

Primero, se asomó por una pequeña ventana al costado de la casa, para asegurarse que no iba a abrir la puerta como desesperado sólo para toparse con la pesadilla (los padres). En eso lo vio Pavlovna desde allí y le hizo señas a través del vidrio para que se acercara de nuevo a la puerta. Volvió a la entrada y la rusa le abrió.

 

–¿Dónde estabas?? –preguntó ella– ¡Te hablé desde hace dos horas!
–¿Qué le pasó?? Pavlovna…
–Ya sabes –respondió ella, volteando los ojos– Lo que le encanta que le pase.

Le acercó sus pantuflas mientras él se quitaba los zapatos y sus ganas de darle un zape al ruso crecían.

 

–Carajo –dijo– ¿Por qué mierda tiene que hacer esto?
–Le pegó a un chico porque casi lo mete en problemas.
–¿Qué pasó??

 

Al tiempo en que Ian se colocaba las pantuflas y recogía sus tenis con la mano, Pavlovna le relató las gracias de Martín y la reacción de Misha. Le dio también una versión resumida de quién era Ana, para que entendiera. Misha nunca le había contado de Ana a Ian pero eso era irrelevante en aquel momento. Subió las escaleras como loco y entró al cuarto del rubio.

 

 

La luz estaba apagada y Misha estaba acostado. Traía bolsitas con hielos en varias partes, una pequeña puntada en la frente y algunas venditas; además de uno que otro morete y el rey de ésos era una marca espantosa que alcanzaba a vérsele por la parte trasera del cuello, casi llegando a la nuca.

Con todo y eso había puesta algo de su música más tranquila en su teléfono, conectado a una pequeña bocina que no estaba allí la última vez y que supuso que alguien le había regalado en su cumpleaños. La cosita ya tenía incluso un rayón en una esquina… El pastel y las otras tres sorpresas que el latino iba a regalarle seguían almacenados en su casa, y las flores con las que pensaba ponerlo color jitomate ya se estaban muriendo. Ésas ya no llegarían a sus manos.

 

Ian lo miró a él. Misha lo veía fijo desde que apareció en el marco de la puerta, pero desvió la mirada cuando le fue correspondida. Sabía que la había armado en grande, lo suficiente como para romper el acuerdo que tenían. Y ni siquiera lo había hecho meramente por amor. Lo hizo por ira. Tal vez había dado frutos en el sentido de que toda la escuela la pensaría dos veces antes de abrir la boca como Martín (muy conveniente ahora), pero realmente ésa era una consecuencia. La causa había sido un mero desquite. Ahora lo reconocía.

Cuando oyó a Ian tomar aire para emitir una palabra, se esperaba un reclamo y se preparó.

 

–¿Cómo te sientes?

No fue lo que esperaba.

 

Volteó hacia su chico de ojos negros.

–¿Te duele mucho? –Volvió a oír esa voz tan dulce para sus oídos.

Se detuvo unos instantes para darle un vistazo.

 

Ian tenía la costumbre de sentarse justo en la misma orilla de la cama cuando iban a hablar. La ventana le daba una luz hermosa en su rostro coloreado de azúcar caramelizada. Ese dulce moreno le contó una vez que, en los primeros días de su nueva historia, más concretamente el día en que salió de su casa para casi pelear, él lo había visto también bajo esa luz y su cabello dorado, ojos azules y piel blanca lo hacían ver como algún príncipe de la Luna, como algo venido de una leyenda de la Europa medieval.

 

Sin embargo, Misha nunca le había dicho a Ian que él también apreciaba verlo no sólo a la luz nocturna, sino también a la del Sol. A la luz de la Luna, lo había visto las mismas veces que Ian a él; el moreno había hecho latir agresivamente su corazón bajo el encanto de la noche.

En esa ya lejana vez, la Luna le permitió ver en sus ojos al mismo niño que amaba desde años atrás; eso lo hizo desistir de agredirlo (hasta que el insolente de quince le hizo volver a la realidad) y también provocó que le diera un ataque de palpitaciones que Ian casi nota en el abrazo que le pidió. Casi se sintió descubierto. Ése latido le dio vergüenza tanto tiempo y, ahora, era un símbolo físico que hacía fidedigno el amor que sentía por él.

 

Pero a diferencia de Ian, que gustaba más de ver a su ruso con la Luna, Misha gustaba más de ver al moreno con el Sol. Bajo su luz dorada lo vio aquel día en el parque, cuando las cenizas dentro de él se prendieron de nuevo. Bajo un rayito dorado que dejaban pasar sus cortinas veía su cuerpo derretirse al contacto con el suyo cuando se amaban. Bajo el Sol se sonrojaba de calor y su piel se volvía dorada con el atardecer. A veces creía que se volvía enfermo de cursilería, pero se decía a sí mismo que tal vez un propósito del Sol era darle a Ian para hacerlo más hermoso para él. Era una compensación del universo, por todas las noches que había llorado en secreto.

Los hombres pueden subestimar demasiado la hermosura que proviene de ellos. La redondez de una mujer es bella y tentadora, pero cuando un hombre desata todo lo bueno en él de todo límite de expresión, es la estrella más brillante del cielo.

 

–¿Misha?

Pero no era momento para perderse.

 

–¿No me vas a contestar? –insistió Ian. Misha volvió en sí.

–No… –respondió– Bueno, no, no me duele… Mucho.

Ian tomó una de sus manos. –¿Qué pasó??

 

Misha esperaba no tener que contarle él mismo. Ni modo.

 

–Tuve una pelea.
–¿Por qué??
–…
–Misha…
–¿No te lo dijo Pavlovna?
–Me dijo qué fue lo que pasó, pero quiero oír de ti por qué lo hiciste.
–…
–Dime.

 

Aprovechando la calma de Ian, el rubio intentó hacerle saber lo que sintió.

 

–Hice lo que tenía que hacer –dijo.
–¿Qué tenías que hacer? ¿Golpear a alguien?
–Callar a un tarado.
–¿Por qué?

 

¿De verdad no entendía??

 

–Bueno, si Pavlovna te lo contó, ya sabes qué pasó, ¿no?
–…Es que trato de saber de ti qué fue tanto como para que nos arriesgaras así.
–…
–Sí sabes que captaste mucho la atención, ¿verdad?

 

Vaya. Misha se esperaba algo más que una reclamación. No estaba de más un “gracias” por callarle la boca a un idiota que seguramente algún día podría hasta chantajearlos.

 

El ruso resopló.


–¿Para qué te digo las cosas, Ian? –habló– ¿Me estás entendiendo?
–…
–Sí, está bien, me excedí, pero…
–Misha, lo dejaste peor que él a ti. Tiene roto un pie.
–…
–Sabes que tienes que tener cuidado.

 

Ian era hermoso, pero su lógica a veces era bastante fastidiosa para el rubio.

–¿Tú qué habrías hecho en mi lugar? –preguntó el pecoso.
–…
–Hablar con él y tratar de razonarlo para que se riera de ti en la cara, ¿no?

–No.
–¿Lo amenazas?
–No.
–¿Entonces qué haces?
–¡No lo dejo como para irse al hospital sabiendo que me puede sacar trapos al aire, Misha! –exclamó un Ian ya externamente molesto– Carajo.
–…

 

La dulzura se había ido, pero ambos intentaban darse paciencia.

 

–Perdón –sopló Misha, relajándose.
–…
–Esto no es fácil, Ian.
–No, no es fácil. Nunca te dije que iba a ser fácil.
–Me tiene hasta la madre tener que tragarme las cosas.
–Ya sé, ya sé… –asintió el moreno.
–…
–Pero entonces acepta que hiciste las cosas por coraje.
–No sólo fue por eso –eslavo negó con la cabeza. Quería comprensión.
–¿Entonces, por qué?

 

Ian podía sacarlo del mundo, pero también podía sacarlo de sus casillas.

 

–…Porque si no, ése idiota podía seguir metiéndonos en problemas. ¿No ves??

–¿Y tenías que casi abrirle la cabeza para asegurarte de eso?
–Sí.

 

Esa afirmación hizo a Ian exhalar de fastidio.

 

–Bueno, ya lo lograste –dijo– Ahora tus padres están en tu escuela para arreglar la sanción que vas a tener y están rodeados de idiotas que también pueden decirle por qué te peleaste…
–Es el turno de la tarde, Ian. Soy un desconocido ahí.
–Alguien habrá de saber porqué fue tu bronca y los administrativos obviamente van a preguntar…
–Pavlovna les dijo lo de Amy y Ana…
–¿Quién era Ana?
–¿Importa??
–¿Te consta que ni el pendejo ése o sus padres que también allí están digan nada???
–…
–¿Qué hacemos ahora???

 

Sonó el teléfono en la sala y les pegó un susto por el sonido.

 

Pavlovna contestó.

Luego les vendría un susto todavía mayor.

 

Slushayu (Escucho)… Papa? –oyeron la vocecita de ella.

Se quedaron petrificados oyendo atentamente, viendo a la puerta.

Sintieron vuelcos en sus corazones.

 

–¿Misha? Chto sluchilos? (¿Qué pasó?) –le preguntó la rubia a su padre por teléfono. Lo dijo en un tono que les hizo saber que de menos, estaba molesto.

 

Esperaron…

 

–Niet… Niet, papa!

 

Pavlovna estaba tratando de calmar al señor. No se oía tan preocupada, pero ellos sentían que se iban a desmayar.

 

Minutos atrás, Ian había soltado la mano de Misha, pero en ese momento no sólo la volvió a tomar; la apretó y sintieron cómo se congelaban juntos del miedo.

 

–Papa!! NIET!! – Pavlovna le gritaba al teléfono, desesperada– Papa!!!

La rubia, para infortunio de los dos, había empezado a llorar, mientras parecía que estaba escuchando a un papá encolerizado por el auricular.

 

Ella balbuceó trozos de otras palabras que no llegaba a completar porque seguramente, el señor alzaba la voz para imponer su exasperación sobre la voz de su hija.

Ella estaba empezando a decir otra cosa cuando se calló de repente; el señor le había colgado. La pecosa se quedó un minuto a llorar ahí mismo.

 

Ellos se quedaron congelados, resignados a la clara realidad.

 

Había sucedido sin que estuvieran preparados.

No había escapatoria.

 

–Vete.

Al oír esto, Ian se volteó inmediatamente hacia Misha.

El rubio no lo miraba.

 

–No –contestó Ian.
–Vete –repitió Misha.
–¡No!
–Fue mi error.
–…

Se miraron a los ojos, al tiempo en que sus manos enrojecían por la fuerza de su agarre.

 

Misha tenía una cara de desesperanza terrible, que hizo que a Ian se le viniera (más) el mundo abajo.

–Perdóname –susurró el rubio.
–No me voy a ir, Misha, entiende.
–No quiero que te hagan nada.
–No me importa lo que puedan hacerme Misha. Ni loco te dejo solo.
–¡Que te vayas, Ian!!
–¡Carajo, no me voy a ir!!!
–¡Por favor vete, Ian!!!
–¡NO voy a dejarte solo! ¡Cállate!!

La desesperación aumentaba.

 

–¡Me hace más daño ver que se meten contigo, mierda, vete!!! –suplicó el pecoso.
–¡NO!! –gritó el otro.
–¿Por qué no me escuchas??
–¿Por qué chingada no me escuchas tú a mí??
–¡¡Pues déjame afrontar mis consecuencias solo, Ian!!! ¡¡Me hará más daño ver que algo te pase!!!

Estaban tan irritados, tan aterrados y tristes, que sus ojos comenzaron a escurrir de a poco.

 

–¡Me lleva el diablo! –se desesperó Ian– ¡¡NO ESTÁS SOLO, Misha!!
–¡¡¡Mierda Ian!!! –su chico lo empujó– ¡¡Yo soy su hijo y me tendrán más consideración, A TI NO!!!

Y aún así, aunque oyeran el fuerte llanto de Pavlovna en la sala, no soltaban sus manos.

 

–¡Me importa un bledo su pinche consideración, NO ESTÁS SOLO! ¡¡NO te voy a dejar solo!!!
–¡¡Te digo que me dejes!!! ¡VETE!

–¡¡Misha!!! –la voz desgarrada de la melliza se escuchó desde abajo. Se escuchó cómo se aproximaba a la escalera.

 

Le dedicaron un segundo de atención antes de volver a mirarse.

–¡Que te vayas Ian, estoy solo!!!
–¿Cómo...?? ¿Cómo te atreves a decir que estás solo??? ¿No me tienes a mí??
–¡NO!
–¿No me quieres contigo, Misha???
–¡NO!!!

 

Se soltaron.

 

–¿No me quieres contigo?? –interrogó Ian– ¿¿No soy tu novio o qué chingada madre me estás diciendo??

–¡NO, Ian, no!!!
–…
–¡NO soy tu novio ya!!! ¡¡¡Ya vete!!!
–…

 

Pavlovna se aproximaba, subiendo a paso arrastrado, penando como un alma.

–¡Quiero que te vayas, Ian!
–…

 

–¡Misha!!! –La rusa entró al cuarto, estaba hecha un mar de lágrimas. La miraron al instante.

–Pavlovna… –comenzó Ian. Pero ella no contestó de inmediato. Se limpió la cara y sus pulmones se estrujaban en horribles sollozos.

–¿Galina? –la llamó su hermano.
–Vete, Ian, ya debes irte –le dijo ella al moreno, con mucha urgencia.

Más lágrimas le salieron a la bailarina de jazz, inundando sus ojos de laguna.

–Pavlovna, no me voy a ir –insistió el latino.
Pavlovna se quedó atónita por la respuesta.

–Que te vayas, Ian –pidió otra vez.
–No me…
–Ian, papá y mamá vienen para acá. No tienes mucho tiempo.

–Me voy a quedar con Misha.
–¿Qué??? –Pavlovna puso cara de estupefacción– ¿Y qué quieres hacer aquí, esperar a que se los lleve el demonio juntos??
–¡Sí, Pavlovna, carajo, si es necesario sí!

 

Ella no entendía ese comportamiento.

–Mijaíl –le habló a su hermano– ¿Quieres decirle que se vaya?? ¡No sé qué está pensando! ¿Ian, eres tú??
–Sí, soy yo, Pavlovna –exclamó el moreno– ¡Y aunque me digan trescientas pinches veces que me vaya no me voy a ir!!
–¿Pero qué te pasa???
–Ian, también ella te lo está diciendo –intervino Misha.
–…
–Por favor, vete.
–…

–¿Te puedes ir, Ian??? –Casi le grita la rubia, roja del coraje– ¡Ya va a ser suficiente con lo que va a pasar para que todavía te cuelguen a ti!!
–¡Tú a mí no me gritas, Galina!!
–¿Pero por qué mierda NO TE QUIERES IR??

 

Ella de verdad había perdido la paciencia. Sentía sus ganas de arrastrarlo a la puerta.

Pero él fue recio, inflexible.

Aunque ni siquiera Misha lo entendiera… y prefiriera romper de una manera absurda con él.
Allí estaría. Nada era tan grande como para hacerlo perder el valor. Se iba a quedar junto a su ruso.

 

–No me voy a ir –soltó su palabra final– Háganle como quieran.

 

 

Pavlovna abrió la boca, enfurecida.

–¿PERO QUÉ NO VES QUE TE TIENES QUE IR O SI NO LOS VAN A DESCUBRIR??

–… ¿Qué?

 

¿Qué?

 

La interrogación se dibujó en las caras de los dos chicos.

Y ella estaba roja viva de fastidio.

 

–¿¿O qué?? –ella puso sus manos en la cintura– ¿¿Te quieres quedar a ver cómo me castigan y me obligan a terminar con Sasha???
–…
–…

Ruso y latino se echaron un vistazo de desconcierto.

 

–¿Qué te dijeron papá y mamá? –preguntó Misha.

Al tiempo que oyó esa voz, el semblante se le puso a ella como el de un diablo y le dio una mirada de odio agresivo a su hermano.

 

–¡¡¡IDIOTA!!! –Soltó con la ira del infierno– ¡¡GRACIAS!!
–…
–¡¡¡Gracias por hacer tus idioteces!!!
–…
–¡Papá y mamá fueron a arreglar tus cosas, y mientras a ti lindamente te van a suspender un día, porque ahí estaba Owen y tus amigos y te salvaron el cuello con su versión, a uno de esos imbéciles se le salió hablar de Sasha y ahora creen que soy una idiota que se aguanta los cuernos como una maldita dependiente!! ¡¡GRACIAS, IDIOTA!!! ¡¡Ya vienen prontos a cagarme y rogaré a Dios porque no quieran hacer un escándalo hasta casa de él!!!

 

La irritada rubia extendió su mano y presionó con una dolorosa fuerza una de las bolsas de hielo, que Misha tenía en el pecho justo en un morete.

–¡AY!! –se quejó el pecoso.
–¡¡Qué gusto, vete al rábano!! –gritó la eslava– ¡¡¡Ya estarás contento, estúpido orangután sin control!!!

 

Dicho esto, ella salió disparada de la habitación y corrió a encerrarse en la suya. La oyeron maldecir adentro.

 

 

Aún con los principiantes llantos de su hermana de fondo y el inicio de algo de White Zombie en la bocina, sintieron como sus almas regresaban a salvo a sus cuerpos y el calor de la vida volvía también. Pasaron de cadáveres fríos a resucitados locos de alivio.

Cuando volvieron a mirarse, no sabían si abrazarse, besarse o limpiarse el sudor frío primero. Antes que todo eso, se rieron como drogadictos, ahogados en alegría de salvación.

 

Luego de la risa marihuanesca, vino una carcajada como jamás en su vida la habían pegado. Así se debía sentir sobrevivir a una destrucción masiva extraterrestre.

Aún con todos los dolores que tenía, Misha se incorporó en la cama y apretó al moreno entre sus brazos. Ian le correspondió el fuerte abrazo. Las bolsas de hielo cayeron al piso.

 

Se rieron una vez más, comprimiéndose el uno al otro, con todas las fuerzas de sus corazones y sus brazos. Sólo se separaron cuando sintieron ganas de saborearse los labios, en el beso más doloroso que se habían dado (porque chocaron), pero también uno de los más dulces.

 

La euforia de haberse creído condenados y pasar a ser salvados duró unos minutos más. Se fue desvaneciendo gradualmente, desde que se recostaron juntos, se besaron, se miraron con amor y espiraron hasta quedar en calma. Así, el efecto desapareció por fin.

 

Ahora era el momento de seguir hablando.

 

–¿Por qué, Ian? –Misha fue el primero en abrir discusión, una vez abrazados en la cama él, su amado pelinegro, y el silencio pacífico de la casa y la música a volumen bajo.

 

El moreno estaba recostado en el pecho blanco del formulador de la pregunta. Se reacomodó para verle la cara, con los ojos azules apuntando a la luz de la ventana. Brillaban como zafiros.

 

–¿Por qué, qué? –preguntó Ian.
–…
–Misha…
–¿Por qué tengo que pasar por esto?
–Ah –El de ojos negros arqueó una ceja– ¿“Tienes” o “Tenemos”? No estás solo en esto, ya te dije, aunque quieras terminar conmigo.
–…Perdóname.
–No, está bien.

 

Misha exhaló profundo


–…Estaba desesperado.
–Ya lo sé.
–Si hay algo que odio, Ian, es saber que algo te va a pasar.

 

Ian lo miró como el héroe más valiente del mundo y a la vez como el niño más temeroso de la Tierra. Los vio a ambos tatuados en su expresión. Era una cosa divina.

 

–¿Y en serio pensabas que me iba a ir? –cuestionó a su eslavo.
–…
–Yo voy a pasar muchas cosas contigo. Te amo –le revolvió los rizos– Si no quisiera pasarlas no estaría contigo. Vaya, ni siquiera hubiera salido del clóset.
–…
–Y es más, amor –le sonrió– De todas las cosas por las que he tenido que pasar, las que paso por ti son las que más han valido la pena.

 

Misha conectó sus pupilas marinas con las suyas, cargadas de sentimientos.

–Te esperé mucho tiempo… desde que dijiste tu primera palabra en español –continuó Ian– …Hasta que te oí gritarle a Ariadna como camionero rabioso…

–Ja ja ja… –Misha rió como niño. Ian buscó su mano llena de pelitos de oro en el colchón y la entrelazó con la suya.

–No me pidas que no arriesgue todo por ti –le dijo.
–…
–Tampoco digas las cosas como que “tú pasas” por esto. No. Los dos.
–No me refería a eso, Ian.
–¿Entonces… a qué?

 

El ruso se dio tiempo y aire para contestar.
–A que nunca pasé esto.

 

E Ian por fin entendió.

Misha aspiraba a la facilidad de una relación heterosexual; siempre que vio a una pareja gay, le había parecido que tenían el camino muy sencillo, todo mundo parecía tan ridículamente a su favor… Tuvo que probar con dureza esta nueva vida para enterarse de que, así como él alguna vez lo hizo, había gente que, aún con tanta otra a favor de él, seguía empeñada en tratarlo como algo nefasto.

 

–¿Por qué, Ian? –continuó– ¿Por qué tienen que joder sólo porque estoy contigo?
–Ya sabes.
–Hubiera preferido que jodieran con mis novias.
–Bueno, eres bi –añadió el latino– Aunque estuviéramos en el mundo al revés, igual alguien te hubiera jodido.
–Jodieron sólo con Larissa, y eso porque ella tenía ocho años y sus padres decían que estábamos muy mocosos.
–Pues, mi Misha, lo estaban.
–Pero ya no.
–…
–Ya estoy suficientemente grande como para saber que quiero estar con alguien. Y ése alguien eres tú. Se joden.

 

Ian lo miraba tan paciente, mientras analizaba lo que decía.

 

–¿Por qué piensan que puedo estar mal por quererte, sólo porque tenemos las mismas malditas partes? –volvió a quejarse.
–Así es esto, Misha.
–No es justo.
–Muchas cosas no son justas –Ian enrollaba un rizo dorado entre sus dedos– Y te vas a dar cuenta.
–Me di cuenta desde el primer momento.
–¿Entonces, Misha, cuál es tu duda? Ya la contestaste.
– Pero me caga –resopló– Me caga el conformismo.
–…
–Yo no quiero esta vida, Ian. No la quiero para ti.
–Bueno, tampoco estamos tan mal. Sólo son tus padres.
–Mis padres se van a encargar de pudrirme la existencia a partir de que les diga y siempre que tengan la oportunidad. Y lo peor es que… Ian, el pendejo que mi hermana se consiga y sus hijos van a tener todo el derecho en casa. Y tú no. Jamás. Aunque seas lo que más ame, siempre vas a tener la puerta cerrada… Y yo también.
–…
–Voy a ser el hombre de una familia que será familia de la nada, porque no tendrá a nadie para llamar así.
–No digas eso.
–…
–Podría ser peor. Muchísimo peor. Podríamos estar en tu país recibiendo macanazos por estar en la calle –Ian trató de sonar gracioso– Hay muchas formas de estar peor.
–¿Por qué??
–…
–No tendría que ser peor nunca.

 

Ian negó con la cabeza.


–Eso es ser muy idealista, amor –respondió.
–Nadie me dijo que era muy idealista cuando estaba con Amy y aún sabiendo cómo era ella dije que me casaría y la tendría en casa con cuatro hijos.
–Je je… ¿En serio dijiste eso?
–Eso sí es ser muy idealista, Ian. –También esto, amor.
–¿Que te acepten en mi familia?

 

La familia. No podía faltar en la conversación de un joven rusito formado toda la vida para una.

 

–¿Tus papás saben lo que te pasó? –preguntó el pelinegro.
– ¿Qué parte?
–…
–No.
–¿Por qué?
–El trato para salir de ahí antes de tiempo era no decir nada de lo que había pasado. Y me lo callé también por vergüenza.
–Tal vez si supieran…
–No –el ruso concluyó.
–…
–Les daría mucha tristeza y enojo, pero igual sabrían que no salí de ahí por curarme. Incluso pueden pensar que lo inventé para justificar mis tendencias, o para darles lástima.
–No sabes…
–Lo que sí sé es que no necesitan saber eso. No quiero que me tengan lástima, quiero que entiendan que estoy contigo. Ya da igual si me hicieron algo o no.
–Pero es que así podrían entender que lo que te hicieron…
–No van a entender, Ian.
–…
–Ya estoy hecho a la idea de que, cuando les diga todo, tengo que salir corriendo. Sobre todo por papá.
–…
–Tiene medio hijo, y luego no tendrá nada.
–Pero, tú no puedes correr así de fácil.

–…

–¿A dónde vas a ir? –Ian se incorporó en el colchón y lo vio– ¿A dónde vamos a ir?

–…
–¿Qué pasa con tus papeles, tus cosas? ¿Cómo te aseguras seguir aquí?
–Tendré que arreglar eso.
–Si quisieran, te encontrarían muy rápido.

 

En ese momento, Misha le correspondió la mirada y se sonrió. Le tomó la mano y la acarició.

–Bueno –jaló aire el ruso, y se estiró– Pero si resulto un tonto para planear escapadas te tengo a ti –le regaló una sonrisa soñada– Tú eres el listo de los dos, je je…
–¿Yo?
–Ja ja, ¿Quién más, Ian? Sí vamos a estar siempre juntos, ¿No?

 

Misha apretó su mano morena.

–¿Verdad? –Volvió a preguntar– Les diremos juntos.

 

Ian sintió que dejaba de ver al héroe por un momento, y sólo veía al niño.

– ¿Por qué ansías tanto decirles, si sabes que no va a pasar nada bueno? –interrogó.
–… ¿Por qué tú saliste del clóset? –Misha le devolvió otra pregunta.
–Porque si no, iba a vivir una vida que no quería.
–Exacto.
–…
–Ian, no me he resignado.
–… ¿En qué?
–Quiero formar mi vida contigo.

 

La música desapareció.

 

“Quiero formar mi vida contigo”…

Algo como eso enciende el corazón de cualquiera.

 

–Ian, yo sueño con una vida –continuó Misha– Quiero un hogar contigo. Quiero pedir tu mano, quiero esperarte en un altar y me importa un rábano si no es de la iglesia ortodoxa. Quiero trabajar para ti, compartir una casa… Hacer lo que sea necesario, como sea… quiero llegar a casa como papá cuando yo era niño. Verte a ti y ver…

 

Eso inunda los ojos de cualquiera.

–… ¿Niños? ¿Quieres niños, Misha?
–Se puede ¿No? –rio el ruso– No sé sobre esas cosas, pero creo que si uno de los dos pone su…
–Sí, sí, sí se puede, –Ian lo interrumpió, afirmando a su duda– … ¿Tú quieres que tengamos hijos, Misha??
–¿Por qué no?

–…

–Tienes razón, podríamos estar peor. Pero estamos aquí. No es como en Rusia, gracias a Dios… Sé que se puede.
–…
–Quiero que lleven mi apellido, el tuyo, verlos crecer, ser felices como yo cuando jugaba en la nieve y entraba a la casa a la hora de la comida.
–…
–¿Te acuerdas de lo que dije esa vez? ¿Lo de la chica perfecta?
–¿Tus planes de vida? –rememoró el moreno.
–Tú eres.
–…
–Tú eres esa persona.
–…Dijiste que te habías olvidado de eso.

–No puedo. Llevo planeándolo toda mi vida.
–…
–Por eso quiero tanto terminar con la joda del mundo.

 

Ian no era tan fuerte como para no llorar.

–¿Por qué lloras? –le preguntó el ruso.
–…
–¿No te gusta?

 

Ian tuvo que morderse la lengua.
Aspiró y le sonrió tan tiernamente como él se lo hacía.

–Es perfecto –respondió.

 

Misha, embelesado y complacido, se acercó a su rostro para darle un beso, tan parecido en forma y escenario a ese primer beso a la luz de la saliente luna, ya muchos meses atrás.

 

Sonaba perfecto… pero no lo era. No para un Ian que sabía que para Misha, sería muchísimo más fácil decirlo con cara de enamorado, que hacerlo en las narices del mundo.

 

Era el sueño perfecto y a la vez… Nada en eso era perfecto. No a costa de que él se arriesgara a que, en lugar de salir adelante, el infierno se lo volviera a tragar.

Como en la clínica.

Como con su padre.

 

–Te amo, mi Misha –le dijo, inmediato después del beso.
Ya tebya lyublyu, Ian.

 

Miró esos ojos azules tan llenos de esperanza, de ganas, de prisa por enfrentarse al mundo.

 

Palabra.

 

¿Y para qué lo metes en problemas a él?

 

El moreno se dedicó a observar a su ruso y a acariciarle la cabeza unos minutos más.

 

Y mientras lo observaba, el remordimiento le comía el corazón.

Misha Lébedev. El apuesto, maravilloso e increíble Misha. El príncipe guerrero de la Luna. Quería irse a la guerra por Cenicienta… una guerra en la que jamás esperó combatir. Nunca. Una guerra de la que se estaba quejando, con lo poco que había probado de ella.

 

Él no tenía otro problema en su vida. Él podría, si quisiera, casarse en una iglesia, tener hijos y escucharlos en el vientre de su chica; verlos correr orgullosos por las calles sin que los hijos de los “abortos” llegaran un día a fastidiarles la existencia. Él podría encontrar a su mujer perfecta y llevarla con sus padres, sin que le dijeran que era poco o nada de hijo o le cerraran la puerta en la cara. Podría ver crecer a su hermana, ver su boda y mirar a sus sobrinos, en lugar de tener que esconderse de su familia, cargando con la pena de ser un paria en el árbol genealógico; un tache con cinta, censurado, negado, obstaculizado… como si fuera un error que jamás existió.

 

La palabra tenía tanta razón, que parecía una profecía.

 

Ian Lima. La Cenicienta políglota… ¡Qué cara le salía Cenicienta en su vida! Ian podría intentar darle aquella vida, con todo el amor de su corazón. Porque amor le sobraba en cuerpo y alma…

Empero, como a un muchacho humilde que no alcanza a sostener una casa para su joven esposa, a él ese amor no iba a alcanzarle, porque Misha el tradicionalista, era un nato hombre de familia.

 

Un hombre de familia en plena formación, que ansiaba un hogar mágico, rústico, tradicional, rodeado de sus seres más queridos.

Y él mismo, él, Cenicienta… ¡Conclusión tan cruda, tan triste!

 

Él era la piedra que se había topado en el camino ese nato hombre de familia.

 

Las piedras, cuando estorban, te hacen tomar el atajo de la arena movediza.

 

Se dio cuenta que todo este tiempo, Misha no había sido el de los miedos más grandes.

Era él.

Y a sus dieciséis años, creía tener los cimientos más sólidos para cada uno de sus temores.

 

"Soy yo el que debería irme de tu vida".

 

...

Se fue de la casa, dejando a su ruso durmiendo como un bebé, con una sola decisión en su mente. Ya estaba tomada.

 

El próximo viernes, la historia dulce del niño gritón y el rusito de los aborígenes se acabaría.

 

Notas finales:

Por la situación es probable que actualice hasta el domingo. Les había comentado que no podría adelantar un fin de semana y parece que será el siguiente. Les pido muchas disculpas.

 

Que estén bien. Abriguense mucho (o en Sudamérica, gocen el calor que yo desearía tener ahora, odio el maldito frío :'c)

Se les quiere mucho. d84;


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