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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

Bellezas mías, les comunico que he estado muy ausente por las preparaciones de los XV de mi hermana (invitación xD). Por tal motivo y porque ya es la semana feliz, hoy les traigo 2 x 1. Doble capítulo.

 

Anuncios y aclarativos parroquiales abajo.

 

Va!!

 

Capítulo 28.

 

Pasó cerca de un mes y medio después del día de los muertos, y lo único que quedó seguro en ese tiempo, es que la energía negativa que emana de una persona es a veces peligrosa onda expansiva que pudre todo alrededor, más si son dos.

 

Ian tardó demasiado en comprender que de buenas intenciones está hecho el camino al infierno y que no porque hagas algo con el mejor de los propósitos tiene que ser una buena acción.

 

Misha cerró toda posibilidad de diálogo yéndose a refugiar en los brazos de Amy. Eso, que terminó de una forma muy inconveniente, se remató cuando el rumor se corrió gracias al todavía novio de la muñeca morena. Desde que Ian se enteró de ello, abortó toda intención de ir a arreglar las cosas, se molestó, se amargó y se autocompadeció de sí mismo, con todo lo que los rumores y los chismes causaron. Misha un poco igual.

Ninguno de los dos era ya el mismo. Sus cuerpos, sus mentes y sus sentidos aún se extrañaban, se necesitaban… Pero ellos mismos se fijaban diario como meta no verse, ni extrañarse, ni necesitarse en lo más mínimo.

 

Amy con toda la situación se moría de vergüenza y después de la escena de Sebastián no quiso ver ni a Misha ni a Ian ni a nadie que fuera demasiado cercano a ellos. Ariadna fue a verla, discutió con ella y la morena de cabello chino le dijo dos o tres verdades; sin embargo al final se disculpó porque como feminista reflexionó que el error era de dos y no solamente recaía en ella. Tomás dejó de hablar y frecuentarse tanto con Ian y la asamblea de gays porque claro, Owen estaba por sobre todo del lado de Misha y le comentó que le parecía un poco feo que le siguiera hablando tan bien a “el ex novio mamón de Misha que se cree todo lo que le dicen”. Pavlovna dejó de hablar con Amy y luego ahora sí con Ian, por evitar fricciones de hermanos. Ariadna al mes dejó de buscar algún indicio para “volver a juntarlos” y adoptó una posición neutra para no causar conflictos, pues asumió que ya era asunto perdido y que debía evitar hablar de uno con el otro, como se hace con los fantasmas del pasado.

 

Tampoco las asambleas de gays ya fueron lo mismo; Joaquín y Antonio hablaban mucho menos luego de la declaración de la (que ahora sabes que es) castaña y Antonio estaba distante con ella, un poco agresivo con todos y a la vez tenía pena de hablar con Ian porque ya sabía que él se había enterado de sus sentimientos. Si no hubiera sido porque Ari un día fue a hacerse un despunte y terminó quedándose a charlar un rato cada día y la hacía de pegamento entre los amigos, la asamblea habría acabado disuelta.

 

–Bueno a ver chicos –aplaudió ese día– Ya hay que alivianarse.
Ari se levantó de su silla y aplaudió dos veces más. Todos la miraron como alienígena.

–Yo no estoy triste –contestó Antonio– Es diferente estar pensativo y estar triste.
–Ya ya, pues ya fue mucho pensar también –respondió ella– Chicos, la vida sigue y los problemas son sólo una parte chiquita.

–Ja ja ja… ¿Se dan cuenta? Tomás no está y está Ari –rió Joaquín– Ahora sí es una asamblea de gays.
–Pero tú no…

Joaquín le hizo ojos a Ariadna para que guardara discreción. Antonio todavía no sabía nada de su verdadera identidad.

 

–¿Pues qué voy a ser, Ari?? –fingió– ¡Yo con mujeres ni a la esquina! Ja ja ja…
–Coincido –dijo Antonio, levantando la mano. Joaquín hizo como que no escuchó eso.
–De lo que se pierden, chavos –sonrió Ari, en tono de juego.
–Lo siento, Ari, aquí en mayoría votamos por que la que se pierde eres tú, ¿Verdad, Ian?

El moreno estaba leyendo una revista.

 

–¡Ay, Ian! –Exclamó Joaquín– ¡Haznos caso!
–Estoy oyendo –Ian levantó la vista– Y sí, Ari, aquí la de los malos gustos eres tú.
–Groseros, ja ja ja ja –se carcajeó ella– Machistas opresores ja ja ja…
–Ja ja, pues arriba el patriarcado.
–El patriarcado gay, ¡ja ja ja ja!
–Sí, Ariadna, aquí ya votamos…–agregó Joaquín. El ambiente estaba empezando a ser agradable.

 

Luego, Antonio siguió…

–Aquí somos gays puros, no como otros que se ponen a pescar mujeres en cuanto dejan al pololo.

 

Ian se dejó de reír. Antonio puso tensión otra vez.

–Estúpida… cállate –le dijo Joaquín.

–¿Pero por qué? –alegó el chileno– No estoy diciendo ninguna mentira, y lo peor es que se arrugan para aceptar que les gustan los hombres.
–Chicos… –intervino Ari– Toño…
–¿Cuál es tu problema? –le preguntó Ian al moreno claro.
–¿Yo??
–Sí, tú –Ian nunca antes se había peleado con él– Ya bájale, ¿no?
–…
–Ya nadie estaba hablando de eso, cállate.
–Es que eres un hueón, Ian.
–¿Cómo?
–No hablas de eso, pero no puedes quitar esa cara tan ahueonada que no sé si alguien más te lo dice, pero a mí me carga.
–¿¿Te afecta mucho mi cara, pendejo??
–No tanto como ver que la pones por un maraco que se ofende porque piensas en lo mejor para él y luego se come con la misma mina de siempre.
–¿Y a ti qué te importa?? –contraatacó Ian–¿Qué? ¿Estás viendo a qué hora hago lo mismo?? ¿Quieres que me coma contigo??
–…

 

Pasaron dos segundos de muy fea tensión ambiental antes de que Antonio saliera disparado del coraje por la puerta de la estética.

 

–Dale tiempo, Ian –le dijo Joaquín.
–¿Tiempo de qué?? –Ian la miró con fastidio.
–De que se componga, Ian. Imagínate ver a alguien que quieres para ti pasar por estas cosas. Obvio te encabrona.
–¿Y yo como por qué tengo la culpa??
–No seas así.
–Carajo, pues que se encabrone en silencio. Ya tengo suficiente conmigo mismo. No puedo pasar un pinche día sin que algo me lo recuerde.

–Oye, nena –le dijo Ari a Joaquín– Es que también Toño tiene la culpa. No está en paz si no dice nada. No tenía necesidad de sacar eso.
–Pero pues también tiene razón, Ari –respondió ella– Tú, Ian, estás como ido, no te dan ganas de nada y ya te enojas mucho. Así no estabas. Y eso, para alguien a quien le gustas, es muy pesado de ver. Y eso a él le está afectando.

–Que no me vea y listo –dijo Ian.
–Nena –intervino Ari– Ian ahorita está pasando por un proceso, Antonio no. Él es el que debería de comportarse, aunque sea porque sabe que eso le hace daño a Ian.
–Es que a veces uno no puede controlarse tanto, Ari –respondió Joaquín.
–Pues que intente –la castaña hizo puchero– Y además, no es como si nadie aquí pasara por problemas…

–Pero Antonio no era tu pinche novio, Joaquín –irrumpió Ian– Tú no le llamaste hasta con el inconsciente por las noches hasta que te diste cuenta de que no quería hablar contigo. Tampoco te diste de topes en la cabeza por cosas que sabes que hiciste mal. Y perdón pero, tampoco has sabido que Antonio a las tres semanas de cortar se vaya a acostar con su ex y tampoco has tenido que aguantar que ahora resulta que todo mundo sabía que algún día él te iba a cambiar por una vieja y menos por la misma puta de siempre que encima tiene novio.

–Pues, mi cielo –le contestó la ex teñida de rubio, que ya ahora era castaña de nuevo– Tú quisiste andar con un bisexual.
–Sí.
–No le puedes pedir nada a alguien que ni para ser gay se puede decidir.
–Pues fui un pendejo.

 

Ese punto de la conversación a Ari ya no le gustó.

 

–¡Woooow, chicos! –Ari se levantó– No sabía que ustedes pensaban así.
–¿Así cómo? –preguntó Ian.
–Chicos, ¿con qué cara piden respeto a nosotros?
–¿Con qué cara, de qué?
–Ian, que Misha sea bisexual no tuvo nada que ver y no está indeciso. Él tampoco escogió ser así.
–Claro…
–Creí que ustedes mismos sabrían qué se siente que digan que está mal sentirse de una u otra forma. Sobre todo tú, Joaquín… No, los dos.
–Pues, discúlpame Ari –pronunció el moreno, mirándola directo– Pero yo no fui el que se cansó de estar con un hombre.

 

 

Se sintió el cambio en el ambiente. Ari ahora sí se enojó de plano.

 

–¿Tú crees que él se cansó de que seas hombre?? –cuestionó ella.
–¿Qué me dice lo de América, Ariadna?

Fue una mala respuesta.

 

La pelinegra dejó su punto neutro acostumbrado.

Ian no estaba preparado para lo que sus oídos oyeron:

 

–Ian, eres un idiota –sentenció Ari.
–¿Qué?
–Y no sólo eres un idiota… Estás bastante idiota.
–…
–Mira, Ian, no te lo había dicho y, la verdad, no sé porqué no te lo dije porque ahora me doy cuenta de que he sido siempre más considerada contigo –empezó la morena– Pero ¿Te digo algo como amiga? Eres EL REY de los idiotas.
–…
–Misha no te dejó por ser bisexual, ni porque se haya cansado de ti, ni porque prefiera estar con Amy. Te dejó porque le hiciste una pendejada.
–…Ari…

–¿¿Qué parte de “tienes que ser valiente con él” no entendiste??  –siguió ella– Y ahora estás ahí aplastado… estás bien aplatanado en tu amargura y ahora también… –ella abrió bien la boca– ¡Ahora resulta que él te dejó porque se iba a ir con Amy!!
–Pero él mismo dijo que conmigo su vida iba a ser difícil, Ariadna…
–Sí, e hizo mal. Hizo algunas cosas mal, pero al menos él lo reconoce.
–Ah, se me olvidaba que también eres su amiga…

Ahora sí despertó al demonio.

 

Ari abrió un poco más los ojos, lo miró justo a los ojos y lo observó con una mirada que jamás le había dedicado a su mejor amigo.
La misma que le ponía a Misha. Ahora sí la iba a conocer.

 

–¿¿¿Yo lo justifico porque es mi amigo??? –preguntó Ari, casi gritando.
–…
–¡Idiota, sí, es mi amigo!!! –gritó– ¡Y precisamente porque es mi amigo yo sé porqué hizo lo que hizo y sé cómo ha estado él desde que hiciste tus estupideces!
–…
–Cabrón, él no está con Amy. Y sí, también hizo una estupidez, pero tú… Tú te tardaste tres pinches semanas dándole vueltas llamándole por teléfono, ni siquiera tú has de saber para qué, porque ni querías regresar con él, ni te pinches disculpaste.
–Pero lo hice porque yo tam...
–¿Y para qué, Ian?? ¡Ya te diste cuenta de que fue una pendejada! ¿No?
–…
–¿Para qué hiciste todo eso??
–…
–Rompiste tu relación a lo idiota.
–¡Pero lo llamé, Ariadna!! ¡Antes de lo de América, quise…!
–¡¡Al pinche cuerno con tus intenciones!!
–…
–Una disculpa de ese tamaño no se pide tres semanas después, Ian. Se pide ese mismo día, al día siguiente… A la maldita semana. Y no se hace lo que tú hiciste después. Eres un pedazo de bruto… ¿Entonces ahora por qué quieres escudarte en excusas que sabes que valen menos que el carajo? ¿De verdad crees que él te dejó por ser bisexual, porque se le antojaba Amy o por otra estupidez de esas que te crees en la vocacional y vienes a vomitar acá, donde sabes que Joaquín te las aplaude??
–…

–¡No, tamaño de pendejo! –Ahora sí lo estaba regañando como a cualquier tipo– La raíz de lo que Misha hizo, fue que quería ir a olvidarse de lo que tú le hiciste. Él mismo me contó y le contó a Amy que estaba cansado de que lo llamaras a lo idiota. Y a lo sí se equivocó en no tener la suficiente delicadeza de dejar pasar más tiempo para acostarse con alguien más, Ian… Pero al final, es SU puta vida y SU propio cuerpo y tú no puedes quejarte de nada porque Misha es soltero y puede dormirse con quien se le pegue la gana, porque TÚ LO DEJASTE y porque todo esto se habría evitado si TÚ no hubieras agarrado el valor que tenías que tener para estar con él y lo hubieras desperdiciado en traerle largas para cortarlo, sólo porque TÚ pensabas que eso era lo que él quería.
–…

–Y lo que más me caga de tu actitud, es que ahora te quieres sentar a compadecerte de ti, en lugar de haber hecho algo. Ya pasó casi mes y medio, y ninguno de los dos ha podido hacer pinches nada por ustedes. Y peor por ti, tú debiste ir a arreglar las cosas. Por TU culpa Tomás ya no viene, Pavlovna no te habla y como siempre, la mujer del asunto se llevó la peor parte y Amy no puede ir por la calle sin que la bajen de puta cuando Sebastián también se mete con cualquiera pero para todos tú eres el pobrecito y ella la maldita zorra que te quitó a Misha… Y todo eso porque preferiste ponerte a llorar con tus pinches alcahuetes de la escuela cuando podías enfrentar tus errores y NO-HICISTE-NADA.
–…
–Pero adelante, sigue oyendo a tus amigos… De haber sabido que ibas a hacer eso, mejor ni te hubiera ayudado a estar con él.
–Ari…
–No te habría llevado a la fiesta, ni te hubiera dicho nada de él. Ni nada.
–…
–Lo hubiera ayudado a no ceder por ti. Estaba bien siendo el odioso del parque. Al menos se veía más feliz peleando conmigo… tenía planeado salir con Ana.
–…
–No valió la pena que dejara eso por ti.

 

¿Se acuerdan de cuando en la película Hulk zarandea a Loki y lo deja helado en el piso?...

Así se veía Ian. Pero con la cabeza baja.

 

Ariadna tomó el pequeño morral que traía de la mesa de cepillos y se despidió con la mano de los dos amigos.

 

–Los veo luego a los dos y por favor, si van a ponerse a hablar esas estupideces sobre la gente bisexual no lo hagan enfrente de mí, porque no me quieren escuchar…
–Ari…

 

La pelinegra viró hacia Ian justo cuando éste dijo su nombre.

–¿Qué pasó?
–…
–¿Qué quieres, Ian?

Ian tomó aire, porque sabía que la pregunta que iba a hacer ya sonaba a estupidez.

 

–¿Crees que si voy a…?
–No lo sé, Ian –se le adelantó su amiga– Yo, si fuera él, te mandaría por un tubo.
–…Ya lo sé.
–Eso era para ayer, Ian… Era para hace un mes.
–…

Para ese punto, Ariadna ya no buscaba revivir nada entre Ian y Misha. No había regañado a Ian para hacerlo reaccionar sino para hacerle ver sus grandes errores.

 

Pero algo en la mirada del moreno reaccionó. Y ella lo notó.

 

–Aunque, bueno –agregó–… Yo soy yo. Quién sabe… Aunque también él es algo orgulloso, y no ha hablado bien de ti en todo este tiempo. Menos con lo que le han dicho.
–…
–Ian, quieres ser valiente, sé valiente y ya. A mí no me preguntes, no le preguntes a Joaquín o a nadie más. Hasta me sorprende de ti. Cuando te conocí eras mucho más valiente que esto. Nunca pensaste tanto las cosas.
–Es que Ariadna, yo siempre vi por mí mismo.
–…
–…Esto es diferente.
–…Pues –Ari volteó los ojos– en vista de que no te salen las cosas viendo por Misha, aunque sea deberías volver a hacerlo por ti. Por no vivir con la idea de que te pasaron los meses y no fuiste a buscarlo.
–…
–Te dejo para que lo pienses.
–…
–Lo peor que puede pasar es que él te saque de su casa y de su vida.
–…
–Pero al menos lo intentaste. O bueno, también puedes seguir aquí y ayudarlo a borrarse mutuamente uno de la existencia del otro. Van bien, par de zoquetes.

 

Un impulso llevó la mano de Ian hacia la silla contigua al sillón donde estaba, tomando su chaqueta azul. La misma de la fiesta.
La vida da muchas, muchísimas vueltas, y el que alguna vez fue el lastimado, hoy puede que tenga que pedir perdón.
Aunque sea demasiado tarde.

–¿Lo vas a hacer? –preguntó Ari, viendo la reacción de Ian.
Él se detuvo y contempló la chaqueta entre su mano, como si esperara una señal divina u otro gramo de valor para su cabeza.

 

Ella metió la mano en una bolsa chiquita de su morral, esculcó adentro, sacó un billete y se lo extendió a Ian.

–Ya que lo vas a hacer –dijo– te encargo esto.
Ian tomó el billete y la miró con cara de interrogación.
–¿Qué es esto?
–Es que Pavlovna me encargó que le llevara consomé de pollo a Misha, trae una gripe de perro.
–Me lo va a vaciar encima, Ari.
–Te lo mereces, por bruto –resopló ella– Oigan, ya me di cuenta. A ustedes se les tiene que jalar las orejas para que se arreglen entre ustedes, una tiene que interceder por el otro. Ya va siendo hora de que ustedes solos tengan el valor de hablarse de frente.
–…
–En tu defensa, le puedes dar una patada, porque tampoco hizo bien con lo de Amy, ya ves cómo se puso loco Sebastián. Eso sí puedes hacerlo.
–No voy a hacer eso.
–¿Y qué vas a hacer?
–…
–…
–No lo sé. A terminar de salir de su vida, creo…
–…
–Pero al menos no lo haré como un maricón.

 

Ella lo miró, complacida.

–Vaya… Ian volvió.

 

 

Se despidieron de Joaquín y salieron juntos de la estética. El viento helado hizo que ella se aferrara al brazo de él mientras hacía como que temblaba de frío.
Pero a cada paso que daba, él dejaba de sentir el clima y la temperatura sobre él y se iba calentando, de pura adrenalina, de pura decisión. Sudaba de las manos, tanto, que el viento no se las podía secar. Aclaraba repetidamente su garganta y empezó a caminar un poco cada vez más rápido. Ella lo supo.

 

–¿Nervioso? –le preguntó al moreno. Estaba ido.
–… ¿Eh?
–Que si estás nervioso.
–…
–Así te vi el día de la fiesta.
–…Pero no es igual –se le notaban los nervios.
–No, pero igual vas a hacer algo que va a definir muchas cosas.
–…
–Ian, no te he preguntado.
–¿Qué cosa?
–…Que yo ya te estoy animando a ir, pero…
–¿Qué?
–¿Tú sigues sintiendo lo mismo por él?

 

El viento le soplaba en la cara, pero él no le hacía caso.

–Ari, es como él mismo dice –respondió el de ojos negros.
–¿De qué?
–…Siete años no se me olvidaron en un mes.

 

Y ella sonrió. Ian sabía que ella también se emocionaba con eso.
Sabía que ella era la más feliz con todo eso, porque el granito de arena que quería aportar se traducía, además de todo lo que hacía, en ver a sus amigos ser felices. Se traducía en el mundo que ella, más allá de sus corrientes y sus filosofías, quería construir; porque ella era una persona de ésas que quieren ver un jardín, donde otros quieren ver arder.

La miró sonriente, mientras llegaban a la esquina donde sus caminos se separarían. Antes que feminista, ella era una buena persona.

 

Una buena persona no es lo que es por sus afiliaciones, ni por sus grupos o las ideas que le lanza al aire, formando sus consignas.

Una buena persona lo es cuando mira a sus semejantes, cuando siente su dolor, cuando es feliz dando trocitos de su vida a cambio de ver feliz a alguien más.

Personas como su amiga Ariadna, son las que alzan la voz. Son las que, gracias a ellas, ahora podía mirar al cielo, respirar la frescura del aire y sentirse libre de saber y decir que amaba a Misha; al menos, un poco más libre cada vez.
El mundo lo hacen las personas valientes. Ahora lo había terminado de entender.

 

–Le compras dos litros y le dices a la señora…
–Que le ponga más pollo que consomé.
–…
–Ari –sonrió– Como si no conociera a mi ruso…
–¡Ay! –Ella se emocionó y dio unos brinquitos– ¡Le voy a rezar al cosmos para que se den de zapes pero se quieran bien!
–Gracias, Ari.

 

Él la acompañó hasta donde ella debía tomar el taxi y Ari le dijo que cualquier cosa le llamaba. La vio alejarse a bordo, hasta perderse entre el océano de autos de la avenida fluida de a lo lejos.

 

Así, se dirigió al local de comida de doña Úrsula a comprar el encargo y se secó las manos como pudo, para recibir la bolsa con el bote lleno del caldo.

Estaba a punto de tirar a la basura sus propios miedos. Como en una especie de terapia. Tomó el microbús que se dirigía a las cercanías de la casa de Misha, tratando de encontrar las palabras que le permitieran hablar más de diez segundos con él, sin que le cerrara la puerta.

 

Era el 15 de diciembre de 2013, cerca de las cinco y media de la tarde.

 

 

Y como eran vacaciones, Ariadna no llevaba la cuenta de los días.
Era una buena persona. Pero también una muy distraída.

 

 

 

Capítulo 29

 

Ya eran un poco pasadas de las seis y media cuando divisó la casa de Misha por la calle; primero, como un punto apenas distinguible en la distancia; luego, como el gran y cada vez más cercano punto de explosión de todos los nervios que traía encima.

Tragó saliva.

 

Sabía que Misha, siendo justo con su corazón, también le debía una disculpa. Aunque fuera por pura vergüenza. Haberse entregado a Amy apenas tres semanas después de su final no había sido ninguna gracia ni era nada qué aplaudir. Técnicamente no le debía nada, porque para ese entonces ya no eran novios; pero sí le había hecho pasar cierta pena ajena, por haber sido, a los ojos de los demás, el ex novio dejado y superado en tiempo récord, como si hubiera sido cualquier noviecito. Misha también tendría que reconocer lo mal que había hecho por su parte.

Aunque, fuera de cualquier excusa, el que mayores disculpas tenía que ofrecer era él. Y las iba a dar. Sin ninguna explicación mediocre, porque no la tenía. Pero las iba a dar. Lo demás, perdón u olvido, corría por cuenta de su chico de cabellos de oro.

Y lo que fuera, lo iba a respetar.

El cuerpo le temblaba de adrenalina pura.

Llegó a la puerta, las luces estaban encendidas y había algo de ruido de la televisión desde adentro.
Sintió que otra vez estaba dando un paso que marcaría el resto de sus días. Como cuando tenía doce años. Como cuando fue a la fiesta. Como cuando fue desesperado a preguntarle al rubio de toda su vida por qué rayos nunca le había contado de sus más horrendas pesadillas.

Pero éste día era más importante que todos esos juntos.
Porque éste día, se iba a ir a casa con las manos vacías, o con el aroma de Misha entre sus brazos. Cualquiera de las dos. Y cualquiera de las dos, la tomaría sin quejarse.

Tocó la puerta.

Estaba a punto de averiguar todo.
Se lo comían las ansias por verlo.

Con todas las consecuencias.


Lo primero que se asomó detrás de la puerta, fue su blanca y hermosamente masculina mano, a la que le seguiría un mechón de rizos, un pie vestido únicamente con su pantufla negra y, como gran final, su imagen completa.

¿Te has sentido así? La persona que te gusta.

Esa embriagante imagen. Está en los puros harapos y aún así, es sexy y sorprendente.

 

–¿Qué haces aquí? –preguntó Misha. Fue como música.

El viento helado pasó por ahí, y gracias a él Ian pudo aspirar, después de mucho tiempo, esa fragancia tan dulce que producían las glándulas de todo ese alto y fuerte cuerpo de ruso, mezclándose con sus características hormonas que siempre que inundaban su nariz, lo hacían volverse loco y ponían su corazón a bailar.

El olor de la persona que más amamos nos pone idiotas de placer. Nadie nunca lo puede negar. Ése se vuelve el perfume más precioso de la vida. Ése perfume nos pone a soñar en automático.

 

Tal vez por eso Ian no se dio cuenta los primeros treinta segundos, porque estaba idiotizado por ver y oler a Misha. No se dio cuenta de que, más que por molestia, el rubio le había preguntado qué hacía allí con una cara de espanto y los pelos rubios alaciados de puros nervios.

Tal vez por estar idiotizado, Ian se dio cuenta hasta las quinientas, de que Misha lo estaba empujando de su puerta, mientras preguntaba insistentemente lo mismo:

 

–¿Qué rayos haces aquí?? ¿Qué haces aquí??

Pero cuando el efecto de estupidez pasó, Ian recobró la conciencia.

 

–Vine a verte, Misha. Yo…

El güero con pecas le dio un gran empujón, que lo mandó lejos del marco de la puerta y casi lo hace caer.

 

–¡No puedes estar aquí!! –Le susurró Misha– ¡Vete!
–…
–¡Que te vayas Ian, demonios!!
–…
–¡Vete!!

 

El moreno no hizo caso de que Misha estaba hablando en una voz muy baja y, de inmediato, su mente se concentró en que lo estaba corriendo sin siquiera darle tiempo a decir nada.
Sólo pensó en que era la forma en que menos esperara que lo mandara fuera de su vida, definitivamente.

–Misha, no. No me corras.
–…
–Vengo a entregarte esto –dijo, extendiéndole la bolsa con el consomé.

El ruso recibió en sus manos la bolsa con el bote de unicel caliente.

Pero antes de que Ian se diera media vuelta, lo miró directo.

 

–… ¿Sólo a eso viniste? –interrogó el rubio.
–…Me estás corriendo.
–Mierda…
–Pues, si quieres, adiós.
–¡No te vayas!
–…

El ruso estornudó, le dirigió una mirada al interior de su casa, y fue hasta entonces que Ian, con todo y su mente privilegiada para las lenguas, entendió. Misha tenía compañía, y no oportuna…

 

–Espérame aquí –le dijo Misha.

Y le cerró la puerta unos minutos. Lo escuchó estornudar de nuevo al interior.

 

Durante ese tiempo, Ian volvió a sentir frío. Frío del ambiente, pero también un escalofrío helado por la espalda, de saber que por poco provoca un desastre.

 

Unos seis o siete minutos después, Misha salió con suéter y guantes, además de tenis normales. Ahora sí lo miró con la cara molesta que Ian se esperaba desde el principio.

–Vamos caminando –le dijo– Rápido.
El eslavo apretó el paso hacia la siguiente esquina e Ian caminó justo atrás de él, hasta alcanzarle el paso.

–Misha…
–Vamos más al fondo.

 

Doblaron por la esquina y recorrieron la oscura calle hasta toparse con las paredes de una casa grande llena de enredaderas, la esquina menos alumbrada de la cuadra. Sólo los iluminaba adelante a lo lejos un pequeño farol en la puerta de la propiedad. Estaban totalmente solos; solamente se escuchaba el ruido lejano de los autos transitando y los intentos del pecoso por controlar sus estornudos y el flujo de la nariz. Aquí, Misha se detuvo totalmente.

Ian trató de mirarlo a los ojos, pero el ruso lo esquivó.

 

–Perdón –le dijo el avergonzado moreno– Por venir hoy. No sabía.
–…
–¿Quién está?
–Mi madre.
–¿Y tu papá?
–Ya se fue.
–…
–Mi madre ya no irá a trabajar, renunció. Ya es ama de casa otra vez.
–…Eso… ¿es un problema?
–…No. ¿Para qué –el eslavo alzó los hombros– Ya no tengo nada que esconder.
–…
–Para eso te fuiste.
–Misha…
–¿A qué vienes ahora?
–…Sólo vine.
–¿Para qué, Ian?
–…
–¿Qué? ¿Vienes a ver si regreso contigo? ¿A ver si te puedo aceptar de nuevo?
–No, en realidad sí venía por lo del consomé.

 

Ian le había dado justo en el clavo.

Al decir eso, la expresión de Misha se tornó diferente. Pudo notar esa leve desilusión en sus ojos azules.

Él también lo había extrañado.

 

–No, no es cierto –rectificó el latino–… Sí vine a hablar contigo.
–¿Por qué?
–…
–¿Por qué hasta ahora?
–… Porque hasta ahora me vengo a dar bien cuenta de mis estupideces, Misha.
–…
–Lo siento mucho –Ian bajó la cabeza– Por lastimarte así.
–…
–Yo de verdad creía que te estaba haciendo un bien. Te juro que nunca fue para mí.
–…
–Yo no quería dejarte.
–Pero lo hiciste.
–Es que…
–Ya no importa, Ian.
–… ¿Y lo de Amy es prueba de eso?
–…
–¿Ahora sí amas a Amy otra vez?
–Déjate de estupideces. Lo de Amy fue porque estaba harto.
–…
–A decir verdad, fue más un favor para ella.
–¿Le haces ese tipo de favores a tus amigas?
–No.
–¿Entonces?
–¿Entonces qué, Ian? ¿Soy tu novio como para que me reclames??
–…
–Amy estaba pasando por un momento muy malo.
–…Vaya –suspiró Ian– Entonces… qué bueno que ya no era tu novio.

 

Eso le pegó al rubio.

 

–¿Por qué??
–Porque así le pudiste servir mejor a tu amiga.
–Vete al infierno –dijo Misha, luego estornudó.
–…
–Ella me necesitaba, tú te largaste.
–Para mí también fue muy malo saber lo de Amy, Misha. Mucho muy malo. Como no te das idea.
–No lo hubiera hecho si estuvieras conmigo.
–…
–Eso es tu culpa.
–¡Yo no te obligué a que tuvieras relaciones con ella!
–…

 

A Ian se le quiso escapar una lágrima de rabia repentina, pero se contuvo con las pocas fuerzas que no le robaba el intenso frío que empezaba a hacer.

 

–De eso yo no me hago responsable, Misha –añadió–Yo vine a pedirte perdón. Por mis propias idioteces.
–…
–No te imaginas la falta que me has hecho.

 

En este punto, Ian se dejó vencer por sus propias emociones y comenzó a hacérsele el ya tan familiar nudo en la garganta. El que ya hasta parecía parte de sus cuerdas vocales.

–Fui un tonto –agregó– Porque te dejé ir.
–…
–Pero es que cuando supe eso… Puta mierda.
–Lo siento –respondió Misha– Disculpa si te lastimé.
–¿Lastimarme?? ¡Fue peor que todas las palizas que me metieron!
–…
–Dijeron de mí que me habías dejado porque te habías vuelto “normal”, o porque fui un experimento, o que te dejé porque tú querías a Amy… cosas así.
–Pero te consta por qué te dejé realmente.
–Intenté dejar de quererte.
–…
–Con esas cosas que me decían me hice otras mil chaquetas mentales para justificar que no había venido a buscarte, y de por qué tú habías decidido estar con Amy… Y hasta Ariadna me regañó por pensar todas esas pendejadas.
–…
–Y mira, al final estoy aquí buscándote, en medio de este puto frío, porque a pesar de todo eso te sigo amando, Misha… Te juro que te sigo amando igual.
–Yo no.
–¿No??

 

Ian sintió de repente que el mundo se le hacía pedazos.

 

–Ian, te dije que ya no quería nada contigo –siguió Misha.
–…
–No quiero nada con alguien que cree que tengo que vivir bajo las sombras para estar con él.
–Te acabo de decir que ya me di cuenta de mis estupideces.
–¿Cómo se que no vas a cambiar otra vez después?
–…
–Creo que me hiciste entender con quién debo estar para ser feliz.
–… ¿Amy?
–¡Ni loco! Amy es peor que tú. Tiene suerte si sobrevive hasta los cuarenta con la vida que lleva.
–…
–No la he conocido. Está por algún lado.
–…
–Pero no eres tú.

Misha sintió el cosquilleo de un germen de estornudo en su nariz, pero se lo controló, con tal de hacerle parecer más a Ian que lo que decía iba totalmente en serio.

 

–Entonces –Ian tragó saliva– ¿Ya no me amas?
–No quiero amarte, Ian.
–¿Ya no me amas?
–…
–…
–Ian, no soy de piedra.
–…
–Tú sabes que estas cosas no se quitan en un mes. Estas no.
–¿Entonces??
–Ya no quiero volver a los mismos problemas contigo.
–…
–Yo te puedo amar con todo mi corazón. Y lo hago.
–…
–Pero ya no quiero nada contigo.
–…
–…
–Entiendo.
–¿Entiendes?
–Misha… No te voy a mentir –suspiró el moreno– Yo… Yo sí venía con la firme intención de ver si todavía lo nuestro podía volver otra vez.
–No.
–No, ahora yo tampoco quiero.
–…

 

Ian había visto en Misha la firmeza con la que se toma una decisión digna de llamarse importante. La firmeza junto con la decepción, la aplastante e hiriente decepción.

–¿Por qué? –preguntaron esos ojos azules fijos en su rostro.
–Porque… –replicó Ian–… te veo muy decidido.
–…
–Eso, o puedo quedarme aquí toda la noche de rodillas. En serio.
–No voy a estar aquí toda la noche.
–Podría estar enfrente de tu casa. No sé, en tu ventana. Aunque me muriera de frío.
–…
–Pero si algo he aprendido de ti es que por más que te ruegue, nunca cedes. No hasta después… Y eso no va a pasar ahora, porque la decisión que estás tomando implica que ya le pongamos un punto final. Tú ya se lo pusiste desde hace mucho, Misha. Y tienes razón, me lo dijiste.
–…
–De todas formas yo de camino acá ya me había hecho a la idea de que tú ibas a tener la última palabra. Y la voy a respetar.
–…

Una lágrima salió y atravesó la mejilla color canela de Ian.

 

–Pero al menos quiero que me perdones –su voz tembló.
–… ¿Para qué quieres entonces que te perdone?
–Es que al menos, si no te tengo, quiero saber que no me recuerdas como un imbécil.
–…
–Yo te amo, Misha. Y te voy a seguir amando todavía mucho tiempo.
–…
–Va a pasar mucho tiempo para que pueda quitarte de mi corazón. Y será peor que antes porque esta vez sé que el que echó a perder todo fui yo. Yo voy a vivir con la idea de que perdí a lo que más amaba… Y lo peor es que todo por miedo. Por querer hacer sacrificios que tú no pediste.

 

Por un fugaz momento, Ian se vino a dar cuenta de sus lágrimas e hizo un recuento de todas las que había llorado por ese firme chico.

Ya habían sido muchas, bastantes. “Aún para un chico gay”.

 

¿Y Misha?...

Él siempre odió verlo llorar. No había cosa que detestara más…
Sobre todo si sabía que era por él.
Eso siempre era su punto débil…

 

Por eso se volteó.

–…Al menos tuviste buena intención –reaccionó Misha.
–…
–No te preocupes, Ian. No te voy a guardar rencor.
–…Gracias.
–…Sí.
–…

 

El viento helado volvió a soplar y le hizo a sus respectivos cabellos bailotear con él. Ian cabizbajo sacó un suspiro y Misha un papelito de su bolsillo para limpiarse la nariz un poco.

 

–¿Estás muy mal con esa gripe? –preguntó el dueño de las noches en sus ojos.
–Algo.
–Cuídatela.
–…Me hice el té que tu mamá te dio esa vez que tú te enfermaste.
–Ah… bueno –sonrió Ian un poco– Ya vas a mejorar entonces.
–Ya mejoré.
–…
–…

 

La velocidad del aire le secaba las lágrimas a Ian. Sintió el frío de las gotas en su cara y se pasó la manga de la chaqueta por toda la zona.

–Entonces… –pronunció el pelinegro– Ya me voy. Regresa a tu casa antes de que estar aquí afuera te haga más daño.
–Te acompaño a la esquina del camión.
–…Gracias.
–…
–…
–Pues, vamos.
–Sí.

 

Sin mirarse, ambos jóvenes dieron media vuelta y comenzaron el trayecto de regreso hacia la calle de la casa rusa. No estaban hablando, ni había contacto visual. De hecho, el aire gélido pasaba como triunfante entre ellos, por la distancia considerable a la que caminaban uno del otro, aunque pretendieran que caminaban juntos. Soplaba y les enfriaba los brazos. Misha volvió a estornudar con toda libertad. Las únicas palabras que cruzaron entre ellos por varios minutos fue “Salud”, de Ian y “Gracias” de Misha.

 

La chaqueta azul de Ian estaba muy delgada para el frío que se soltó de repente en la ciudad. Al tiempo en que iban caminando, él juntaba sus morenas manos sobre su boca para exhalar y calentarlas un poco, porque se iban helando como de muerto desde las yemas de los dedos.

Pero el frío que estaba sintiendo en su cuerpo no se comparaba a lo que estaba sintiendo por dentro. El frío del exterior era lo que menos ocupaba sus percepciones.

Por dentro, el frío de la desolación, no del clima, lo traía muriéndose de penas.

 

Llegaron a la esquina donde el microbús se detenía para llevar a Ian y dejarlo a diez minutos de su casa, como siempre.
¿Sería ésta la última vez?

–Misha.
–… ¿Qué?

 

Se detuvieron y echaron un vistazo para ver si el transporte ya estaba cerca, pero no lo vieron. Se quedaron frente a frente, sin mirarse, en espera de que el hielo se rompiera de alguna forma. Al menos así se habían quedado.

–¿Qué tienes, Ian?
–…
–¿Estás llorando?
–Ya no.
–…

 

E Ian soltó la pregunta.

–Misha, ¿Te voy a volver a ver?

–…
–…
–No sé.
–…
–¿Tú te refieres a que si podemos ser amigos?
–…Como tú quieras.

 

Misha se tomó su tiempo para decir la próxima palabra:

–No ahora.
–… ¿Después?
–No lo sé.
–…
–No creo que sea buena idea ahora.
–…Sí, tienes razón.
–…
–¿Vas a buscar a Ana?
–No sé dónde está.
–¿Nadie la conoce?
–Tal vez el señor Kunin. Una vez le dejó un número de teléfono para mí, pero se le olvidaba dármelo.
–Búscala.
–…No.
–…

Misha se lamió los labios–No quiero a nadie en mi vida en mucho tiempo.
–…Está bien.
–…
–…
–Tú tampoco hagas tonterías, Ian.
–Voy a estar bien. Siempre estoy bien.
–…
–Sé cuidarme solo.
–…Cuídate mejor. No sólo te escondas.
–…
–…
–Lo tendré en cuenta.

 

La luz del bus apareció en el horizonte lejano, dando como seña de reconocimiento el cartel iluminado de la ruta a recorrer.

Era la hora.

 

–Oye –llamó el ruso al latino.
–¿Qué?
–Dile a tu amigo el raro una cosa.
–… ¿A quién?
–Al de la estética, cuando me llevaste.
–¿Joaquín?
–¿Él es el de acento extraño?
–¿El de las palabras que no pudiste traducir, que no conocías?
–Sí, el extranjero. El otro extranjero.
–Antonio.
–Eso creo.
–¿Qué quieres que le diga?
–…Que se esfuerce.

 

Ian supo perfectamente a lo que se refería. Pero fingió demencia.

–¿Cómo que se esfuerce?
–Dile que lo noté ése día en tu casa. El día que llegó a manosearte como una loca y habló de hombres contigo.
–¿Qué notaste?
–…Él sabrá.
–…
–Dile que si quiere algo, no sea idiota y abra la boca.
–…

 

No supo qué contestarle a Misha.

–Sé que me odió –continuó el extranjero– Pero a pesar de que es raro, supe que si pudiera, él lo haría bien.
–¿De qué me estás hablando?
–Tú sólo dile así, Ian.

 

¿Por qué estaba diciendo eso?

 

–¿Y eso a qué viene, Misha? –preguntó el de piel canela.
–Nada.
–…
–Ian, prométeme que ya no vas a malgastar tu vida pensando en esto.
–…
–Necesito estar seguro de que vas a hacer lo mismo que yo y te vas a olvidar de todo esto. No quiero que vivas remordiéndote la conciencia, igual que yo hace años.
–…No, no lo haré.
–Yo puedo seguir con mi vida más rápido si sé que tú haces lo mismo.
–…Sí, entiendo.
–Gracias.

 

El gran y ruidoso camión, con el letrero luminoso y la música de salsa emanando de su interior se detuvo por fin a un metro de ellos.

En un intento nefasto del cosmos por marcar ese momento como un final, la canción que se oía era una que hablaba de que por qué será que los amores prohibidos dolían más, o algo por el estilo. Ian lo sabía perfecto, porque además de que ya se había cansado de sufrir esa melodía tan fuera de su gusto en la mayoría de sus viajes en transporte, desde que fue novio del rubio a veces se permitía reírse un poco de sí mismo con la letra de aquel suplicio.

 

–Que estés bien –se empezó a despedir Misha.
–Gracias.

Ian viró y se dirigió a la puerta de entrada del vehículo, de donde la gente que bajaba ya había terminado de hacerlo, excepto por un anciano. Se incorporó a la fila de la gente que se aglomeró desde distintos puntos de la calle para subir junto a él. Le cedió su lugar en la formación a una señora con una gran bolsa y quedó hasta el final. No le interesaba irse sentado.

Si hace minutos estaba triste, ahora estaba molesto por las cosas que el pecoso se había atrevido a decir.

 

Misha le acababa de hacer lo mismo, a su parecer.
Él no tenía derecho a dictar a quién entregarle su corazón, ni qué hacer con él.
Ahora se sentía igual que él. Y había entendido una cosa más en el día.

Nadie podía decirle cuándo amar y cuándo no.

 

Misha cedió a sus ganas de nuevo y se acercó.

–Adiós, Ian –le dijo, sin regresarle la mirada que el moreno le estaba dando.
–…Adiós.

 

La fila avanzó, y el ruso sólo estaba esperando el momento en que Ian abordara para marcharse a su casa.

Entonces lo oyó.

 

–No le voy a decir ni madres a Antonio, ¿eh?

Misha lo miró al instante.

 

–No soy idiota, Misha –añadió Ian– Yo no quiero estar con Antonio.
–…
–Ya entendí qué se siente que te hagan esto.
–…

 

Misha todavía no podía decir nada cuando Ian se subió al transporte. Éste sacó pronto unas monedas y se las entregó al chofer.

Afuera, el mar lo miraba perplejo con todas sus olas.

 

–¡¡TE AMO, MIJAÍL!! –se oyó el grito.

 

Los pasajeros también lo miraron al instante, con los ojos bien abiertos y las cabezas desordenadas. No le importó.

 

Antes de que se detuviera a ver la reacción inmediata a la sorpresa en el rostro de Misha, un impulso le llamó y supo que, así como las lágrimas que recorrían cada cierto tiempo sus mejillas, esa escena estaba muy gastada ya.

Ya basta de irse, tomar ese mismo camión y dejar todo a medias para pasarse la noche en vela llorando.

Ya basta. Y si Misha quería dejar ir todo y él prometió respetarlo… pues a la mierda con el respeto.

 

Se hizo espacio junto al señor que subía para bajar él mismo. Lo hizo corriendo, sin importar tampoco que acabara de entregar el costo del pasaje sin saber realmente si traía para pagarse otro.

No importó, porque el chofer cerró con cara de asco la puerta tras de la silueta delgada del pelinegro y reanudó la marcha como en carreritas.

 

Allí seguía Misha, pero ya se había dado la vuelta para intentar huir a caminata rápida hacia su casa.
No más.

–¿¿A dónde vas?? –le gritó.

El de apellido Lébedev oyó al moreno tras de él y se maldijo a sí mismo por no haberlo dejado de acompañar cuando cruzaron por su hogar; por no haberse ido lo suficientemente veloz como para que los problemas no quisieran volver a él para seguirlo aprisionando, para seguirlo lastimando tal vez, para seguirlo amando.

La verdad es que podía haberlo hecho desde el principio, pero no se hizo caso.

Ya no le quedaba de otra.

 

–¿¿Por qué carajo no te fuiste?? –Se volteó y le dio la cara. Sólo tuvo que esperar a que Ian se acercara.

–…
–¿No entendiste??
–No –sonrió cínico el moreno– No hablo ese tipo de pinche ruso.
–…
–¡Ya estuvo bien de estas cosas, Misha!!

Ian se detuvo a un paso de él y le dio justo en las pupilas con la mirada encendida de muchas cosas.

 

–¿Y qué quieres?
–¡Que ya nos dejemos de esto, ruso idiota!
–¿No ya habíamos hecho eso y por eso te ibas a ir, animal??
–Te vas al diablo.

 

El moreno le tiró un pequeño golpe en el abdomen que hizo el efecto suficiente para que Misha se inclinara para protegerse la zona y, cuando lo hizo, Ian atascó su cabeza entre sus manos e intentó besarlo; pero el rubio se movió rápido y forcejearon, hasta que el de ojos negros logró algo de lo que quería. Le rozó los labios lo suficiente para detener la lucha de fuerzas.

Misha lo miró enfurecido por el acto.

 

–¿Esto quieres, imbécil?? –el euroasiático gruñó de coraje– ¿Esto quieres??

 

El ruso agarró a Ian desprevenido y dejó de empujarlo por los hombros, para deslizar un brazo hasta la cintura de éste y con la mano del otro lado alzarle la cara. Si estaba usando fuerza un poco excesiva, poco le interesó en el momento; porque en lo único en que se concentró fue en chocar el cuerpo de Ian con el de él, aprehenderlo en su agarre y, con la fuerza de su enojo y de las ganas que le traía, besar sus labios y reacomodar los suyos en la boca de Ian bruscamente una y otra vez, hasta que sintió que el pelinegro abandonaba toda resistencia y se quedaron dándose un beso definitivo.

 

Ian, más que resistirse, se dejó hacer por Misha por completo y se sujetó de nuevo de su rostro, para asegurarse de que el pecoso no se arrepintiera de ese beso suave, ardiente… Tan dulce. Tan alucinante.

 

Ninguno de los dos quiso arrepentirse.

Ninguno de los dos estaba haciendo algo que no quisiera.

Ninguno estaba haciendo nada que no deseara desde hacía un buen tiempo.

 

Descargaron todas las ganas de tenerse que se habían tragado durante todo un mes y medio. Misha cargó a Ian entre sus brazos y chocaron juntos contra un enorme árbol, que daba una sombra aún más negra que la oscuridad de la noche y el alumbrado deficiente resultado de una lámpara pública rota. Se quedaron cubiertos por las hojas que colgaban desde arriba y siguieron besándose con todo el furor que sacaron de sus cuerpos, esclavos de las feromonas y la oxitocina. Esclavos de sí mismos, cuando realmente, su intención nunca había sido estar separados. Nunca en el corazón.

 

Y así por un rato pasaron camiones y automóviles, cada vez menos personas por la esquina y ni un alma por aquella calle. Oyeron la puerta de un vecino cercano, pero el árbol y su follaje les hacían un favor tan bueno, que ni las sombras ni los susurros se les notaron por ningún lado. Sólo resonaban en la pared cercana.

 

Misha, al igual que Ian, estaba agitado de amor y de ira. Clavaron ferozmente la boca del uno en la del otro y se permitieron acariciarse un poco, extendiendo los mordiscos de los besos hasta sus cuellos y de regreso. La posición hacía que sus partes más íntimas rozaran un poco por el movimiento de sus acciones y eso sólo fue a aumentar de ritmo sus pulsos, deseando que en lugar de estar a la sombra de un viejo árbol de la calle, estuvieran en la cama, en la alfombra, en el sillón o en la mesa de cualquiera de los dos; tal como en los viejos tiempos. Como tanto habían soñado que pasara de nuevo.

 

Lo único que pudo pararlos, por casi media hora de aquel desenfreno, fue su propia conciencia de las cosas. Poco a poco, fueron recuperando el conocimiento de la situación en la que estaban y cómo habían llegado ahí. Así, de forma gradual, fueron dejando quietas sus manos y Misha puso de nuevo a Ian parado en el suelo.

Sus narices chocaron una con la otra y se quedaron así, justo para volver a mirarse y regresar a la realidad de las cosas.

 

–¿Esto querías? –murmuró Misha, justo frente a la boca del otro.
–…
–Ian, contéstame.
–Te amo –Ian seguía embelesado.
–¿Esto querías?
–Sí.
–…
–…
–Oye, Ian –Misha se dio una pausa para exhalar– Esto es mejor para mí que cualquier hombre o mujer en el mundo. Y oye, en definitiva…
–…
–Yo prefiero una noche como ésta contigo que un millón con una mujer que entre a casa de mis padres. En serio que la prefiero, Ian.
–Ya sé.
–…
–…
–¿Es igual para ti?
–Sí.
–¿Qué harías por estar así conmigo toda una vida?

Después de decir esto, Misha le plantó al sudoroso chico moreno un beso en sus acalorados labios rojos de fricción. Ya hasta sentían ardor en toda la zona y la barbilla.

 

–Hasta vendo mi alma, mi amor –suspiró el moreno.
–…
–Te amo.
–Esta es la vida que quiero, Ian.
–…
–No me la quites.
–…
–Si me tengo que pudrir en una clínica por ti… Ian, yo me pudro con gusto.

 

Una lágrima fluyó entre las pecas de ese ruso condenado.
Pero no de tristeza.

–Te juro que me pudro con gusto.

 

Ian lo abrazó con todas sus fuerzas y Misha se venció entre sus brazos, estrechándolo también.

 

–Yo lo hago contigo –le sentenció el moreno. El rubio le contagió un poco más de felicidad.

 

La carga emocional del momento era tan fuerte, que cuando Misha escuchó sonar su teléfono dentro de su bolsillo trasero, quiso lanzarlo diez kilómetros lejos hacia la avenida.

–¿No vas a contestar? –preguntó Ian.
–No me interesa.

 

El güero pecoso volvió a lanzar sus labios rosas hacia la boca de Ian. Poco a poco, las lágrimas fueron dando paso a sonrisas que terminaban y empezaban en pequeños nuevos besos que les hicieron perder la noción del clima y les pusieron las mejillas coloradas de calor y de emoción. Las manos de Ian ya no se congelaban y Misha ya no estornudaba. El romance que habían perdido luego de la pelea con Martín había vuelto y no había cosa en el mundo que llenara más de alegría esos tiernos y apegados corazones. Así era como se sentían ellos.

Se abrazaron como si intentaran pegarse para siempre.

 

Pero el teléfono de Misha seguía insistente y vibrante en su pantalón.

–Mierda…

No le quedó de otra más que contestar la llamada– Slushayu?

 

Mientras se secaba las pocas gotas de sudor que le salieron por el vigor, Ian pudo escuchar la voz de una madre enojada porque Misha ya se había tardado mucho en la casa de un amigo. El eslavo le hizo saber que ya iba de supuesto regreso a su casa y se despidió amablemente de Inessa.

De inmediato, Ian recordó que la cama, la alfombra y el sillón de Misha iban a tener que esperar un siglo, de menos, para usarse de nuevo.

Misha colgó el teléfono.

 

–Ian, tengo que irme –Ian lo miró de reojo.
–…
–¿Qué?
–¿Qué vamos a hacer con eso? –preguntó el de ojos negros.
–¿Qué cosa?
–…Tu mamá.
–…

El ruso se quedó pensativo. No se había detenido mucho en eso.

 

–…Misha…
–Ya sé, Ian. Ya sé que eso.
–… ¿Entonces?
–…
–Tengo que hablar contigo de algo que pasa. Conéctate hoy cuando llegues a tu casa.
–…De acuerdo.

 

Ian se acomodó los cabellos y se palpó los bolsillos del pantalón. Se sintió bendecido por la vida (más) cuando percibió el billete de 20 que se olvidó que traía en un bolso trasero.

 

–Ian…

Volteó otra vez hacia el rostro de Misha, que lo miraba atentamente.

–¿Qué? –atendió el latino.
–Oye…
–…

 

El niño que había visto en sus ojos aquel día de la pelea, entre las bolsas de cubitos de hielo, se asomó tímidamente.
Las ciento cincuenta y siete pecas de su amado a veces lo ayudaban a parecer más tierno y frágil de lo normal para él.

 

–Olvida lo que te dije.
–¿Qué cosa, amor? –sonrió Ian.
–Lo que te dije hace un rato.
–…
–Ian, ya pasé mucho tiempo queriendo dejarte de amar.
–Yo también, ricitos rubios.
–Prefiero pasar por diez clínicas que volverte a perder.
–… Mi Misha.

 

Misha sí que sabía darle justo en el clavo a Ian.

El chico de la gorrita abrazó a su ángel del Renacimiento tan fuerte como pudo y éste le correspondió una vez más.
El aire hizo bailar sus cabellos una vez más, pero ya no los tocaba a ellos.

 

–Mi Ian.
–Nunca te voy a soltar otra vez.
–Y yo a ti tampoco.

 

Aprovecharon la sujeción del abrazo para aspirar uno el aroma del otro y se embriagaron una vez más de sus fragancias preferidas. Sintieron sus latidos y, cuando tuvieron que despedirse de nuevo ante un microbús distinto, cada uno casi pudo ver en el aire el trocito de su alma que el otro se llevaba con él.

No era la despedida definitiva del día, pero sus cuerpos físicos se dijeron uno de los hasta luego más emotivos y cálidos que en su ya algo larga historia habían tenido.

 

–No olvides estar esta noche –le recordó el ruso al latino cuando estuvo a punto de abordar el transporte.
–Jamás, mi Misha.
–Hablamos allí.
–¡Te amo, Misha!!

 

Ian volvió a entregar el pago del pasaje y la gente de nuevo se le quedó viendo cuando dijo la última frase con un grito de alegría.
Y otra vez no le importó.

 

–Sí, él es mi novio, gente –dijo, señalando al de ojos azules– Me saqué el premio mayor.

Y la gente lo miró más desconcertada todavía y un par no contuvo la risa.

 

–Bendiciones, muchachos –le dijo una viejita. Y los dos amantes rieron y se despidieron con la mano antes de que el camión partiera.

 

El bus ya iba mucho más vacío que el anterior (a capacidad media) e Ian pudo encontrar libre el lugar junto a la ventana del penúltimo asiento de la fila izquierda. Le sirvió de rinconcito para perderse en sus pensamientos toda la duración de su viaje, sin que nadie perturbara su repaso mental del sabor de todos los besos que Misha le había dado esa noche, en la cual llegó sin esperar mucho… y se llevó todo.

 

La anciana estaba sentada a dos asientos de él y le alzó las cejas a su hija, una mujer madura que venía con ella.

 

–Qué se le va a hacer. Se ven muy contentos estos jóvenes.
–No, pues sí, mamá.
–Sí hija… Bueno. De todo hay en la viña del Señor.

 

 

 

Notas finales:

Aclaración respecto al capítulo 26:

 

Como se habrán podido dar cuenta, la narración fuera de texto (la de Yulia con Johanna) es de 37 años en el futuro. Lo escribí de esa forma porque se supone que es algo que se va descubriendo y aclarando con el tiempo y después es parte misma de la historia, pero he visto que puso a algunos de ustedes en un modo preocupado así que hago la aclaración: Lo dicho en esa narración no significa nada, ni que se quedan juntos o que se separan (ya han visto que no se separan aquí). Aún así, debido a la confusión que causó, cerraré esta parte de la historia con toda la aclaración sobre quién es Johanna y todavía más importante, quién es Yulia. Pero eso sucederá en el prólogo (si se lo preguntan, ya faltan unos cuatro o cinco capítulos cuando mucho). 

 

Que estén muy bien, gentes hermosas. Disfruten su semana y muchas, muchas gracias por seguir aquí. 

 

Se les adora <3

 


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