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Bailame por siempre por aries_orion

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El café comenzaba a surtir efecto, sus sentidos despertaron, el alcohol se sentía lejano y sin sueño. A su lado, Daiki dormía a pierna suelta, el muy cabrón era capaz de dormir hasta en un tubo o a mitad de una guerra y nada le despertaría. Continúo conduciendo bajo el sonido del aire entrando por las ventanas. Un quejido le distrajo un poco, giró hacia donde provenía y para su sorpresa su acompañante daba indicios de resurrección.


–Baja las cortinas.


–Esto no tiene cortinas.


El moreno se talló los ojos ante la luz que se filtraba por las ventanas del auto, se acomodó en el asiento para después mirarle. Contuvo la risa ante la expresión y el cabello desalineado de su pareja.


–Ilumíname.


–No hay necesidad de eso, el sol ya lo hace.


–¡No seas imbécil! Auch… – Después del grito, Daiki llevó su mano a la cabeza, a ciegas busco el pequeño maletero delantero buscando unos lentes de sol que no dudó en colocarse en cuanto dio con ellos en los portavasos. – ¿A dónde vamos?


–Ya lo veras.


–¿Acaso no conoces otra respuesta cada vez que te pregunto el rumbo. ¿Acaso eres un maniático y me estas secuestrando para cumplir algún fetiche y después matarme?


Soltó la carcajada ante las ideas del moreno. – Deja de ver tanta serie policiacas, no te voy hacer nada.


–Eso dices y terminó en cama por todo un día. – Se giró buscando algo en los asientos traseros.


No contestó, le dejó hacer.


–Entonces, ¿Cuál es mi regalo?


–¿Recuerdas?


–Más o menos, quiero mi regalo Taiga.


–Lo tendrás, sólo dame un poco de paciencia y tiempo.


Chito ante su respuesta, se colocó el cinturón y se volvió a acomodar. El paisaje boscoso les recibía majestuoso y orgulloso, el clima cambió a uno más frío. Daiki encendió el clima, más no volvió a hablar sumiéndolos en un agradable silencio, así como tomar su mano para darle pequeñas caricias. Las cuales dejaron de sentirse después de un tiempo, los lentes fuera de lugar le dieron la respuesta, el moreno cayó dormido.


Cuando por fin comenzaba a reclamarle Morfeo, su meta se hizo presente. Rodeada de árboles grandes y frondosos, un camino rocoso y al frente un lago que era alimentado por un río más arriba en la montaña. Con la mayor delicadeza tomó a Daiki entre sus brazos para llevarlo dentro de la cabaña, le colocó sobre la cama y emparejó la puerta al salir.


Del auto sustrajo las compras y un par de maletas. Subió la palanca de la caja de fusibles para que la electricidad corriera por toda la cabaña, esperó lo suficiente para que el refrigerador enfriara y meter las cosas que le necesitaban.


Cocino algo ligero para desayunar, mientras comía el sándwich arreglo la sorpresa para el tonto que yacía durmiendo en la habitación.


No sintió el tiempo hasta que Aomine salía con un habitual caminar perezoso.


–Buenas tardes. – Un gruñido fue su saludo. – Come algo, te mostraré los alrededores.


Le dejó en la cocina con un plato de comida y una taza de café. Cerró cierta habitación, se metió al cuarto de donde había salido el moreno para tomar un cambio de ropa y meterse a la ducha. Un poco de agua helada espanto lo suficiente su cansancio y sueño.


–¿Dónde estamos?


Aomine parado en el umbral de la puerta le miraba un tanto fastidiado.


–En una cabaña.


–No estoy para tus juegos de palabras, sólo contestas.


–Aburrido.


–Estoy crudo, no esperes mucho animal. – Se tiró a la cama, su rostro quedó de lado siguiéndole con la mirada.


–Era una propiedad de mi abuelo, estamos a las afuera del pueblo Aika. – Se subió los pantalones y la camisa quedó a medio abotonar.


–¿Pique estamoch aquim? – La almohada obstruía su voz.


–Nos quedaremos el fin de semana.


–¿Pique?


–Por tu cumpleaños, ahora sal de la cama y metete a bañar.


Aomine acató la orden refunfuñando.


Minutos después estaban fuera, caminaban alrededor del lago, Taiga le contaba a Daiki sobre las aventuras que tuvo ahí junto con su abuelo. Como una vez se perdieron, como le enseño a pescar y gracias a eso poseía un grado mayor de paciencia, de igual forma, gracias a eso no soporta lo ruidos fuertes.


Aomine le escuchaba atento, pero sin mirarle ya que el paisaje capturaba su visión. Era maravilloso, los rayos del sol se colaban entre las ramas dando la imagen de linternas o faros. Descansaron un poso al pie de un risco, con las piernas colgando y una vista de todo el pueblo protegido por el bosque y un par de montañas. No quería ser insistente con el regalo prometido de Kagami, pero él no era un hombre paciente. De hecho, la única vez que se armó de paciencia fue para enamorar al chico pelirrojo, de ahí en más, nada.


Taiga le dio un beso y retornaron a la cabaña. Al regresar de llevó una sorpresa, pues de esta había un pequeño camino de rosas azules, recogió una con un pinchazo como pago por su osadía. Con rosa en mano se giró a su pareja.


–¿Esto…?


–Tu regalo.


Levantó una ceja y Kagami le instó con la mano a continuar recogiendo las rosas. Hubo negras, amarillas, blancas, verdes, rosas, rojas, pero las que predominaban eran las azules y negras. Cuando el camino se acabó se encontraba en la segunda planta, concretamente en la terraza, la cual tenía una vista espectacular del lago y el cielo.


–¿Te gusta?


–Es hermoso.


–Te invito a cenar.


Aomine se giró. –No hay un restau… – Su oración fue cortada ante la mesa puesta con dos sillas, Taiga ya encendía unas cuantas velas. Extrañado y con rosas en mano se acercó. –¿De dónde ha salido todo esto?


–Tienes el sueño pesado, cariño. – Este le vio mal ante el mote. –Sólo por hoy déjate querer.


Otro beso, le quitaron el ramo colocándolo en un florero con agua. Expectante y un tanto dudoso se sentó. Kagami regresó para dejar al descubiertos unos cuantos platillos, el sólo olerlos le abrió el apetito.


Un gesto bastó para comenzar a comer, en cuanto el primer bocado llegó a su boca gimió de lo sabroso que estaba. Taiga sólo sonrió, la plática era llevada por el pelirrojo, pues el moreno se concentraba más en comer. Cuando llegaron al postre por fin Aomine posó sus ojos sobre su acompañante, le sonrió y una copa de vino fue puesta a su alcance.


La plática fue divertida, con intervalos de silencio contemplando la postal que se situaba a un lado de ellos. Kagami contempló a Daiki, con una expresión suave en el rostro, tan relajada como natural, todo un deleite. Inhaló y exhaló, iba a necesitar otra copa o una taza de café si quería seguir despierto, además, su regalo aun no era entregado. Una última mirada y supo que su pareja no notaría sus movimientos.


Se metió a la habitación, regresó con paso dócil para colocarse tras Aomine, quien al sentirlo pego un pequeño brinco ante la sorpresa.


–Avisa, joder.


–Feliz cumpleaños Daiki.


El moreno se extrañó ante sus palabras, pero al sentir algo que colgaba en su cuello dejó de prestarle atención. Jalo con suavidad la cadena, la cual era una pequeña trenza de varios hilos de plata, de ella pendía un dije, un par de negras conectadas entre sí, ambas con un par de iolitas en el comienzo; estas se encontraba pegadas a una corchea más grande, la cual poseía un rubí en forma de gota de agua, tan rojo que por un momento pensó que tenía un pedazo de carbón al rojo vivo. Ambas notas eran de plata.


Intercalo su iris entre el collar y Kagami, quien le observaba divertido.


–No puedo aceptar esto.


–Lo harás.


–No.


–Es tu regalo de cumpleaños.


–Ya me has dado regalos más que suficientes por este, esto ya es demasiado.


–Para ti nunca lo será, no lo uses si no quieres, pero es tuyo. Tú sabrás lo que hagas con él a partir de ahora. – Se llevó la copa de vino a los labios.


Resignado ya no objeto nada, ya llevaba uno, regalo por entrar a la universidad y porque aceptó ser su pareja. Claro él no lo hacía por los regalos, pero el pequeño elefante era muy hermosos como para no aceptarlo. Ahora no podía quitárselo salvo para entrar al agua.


–Eres todo un demente Taiga. – Este sólo subió los hombros restándole importancia. –Ayúdame a ponérmelo.


Kagami acató la orden. Sin embargo, su paciencia poseía un límite y esta hacía mucho quedó atrás. Le abrochó el collar para a continuación jalarlo hacia él y cazar, por fin, ese par de belfos.


–Ahora sigue mi recompensa por lo de anoche.


–¿Qué no era yo el festejado?


–Ajá.


Volvió al ataque, esta vez Aomine no se quedó recibiendo, comenzó a mover sus labios al ton de los suyos. Sus brazos fueron a parar tras sus cuello, sus manos no pudieron quedarse en la cintura, se fueron a los glúteos, un apretón y lo elevó. Sus caderas quedaron atrapadas por las piernas contrarias.


Camino hacia la cama, fue tan lento como sus ansias se lo permitieron, la ropa comenzaba a estor, pero a la vez era estimulante, el calor comenzaba a elevarse. Kagami no podía dejar las manos quietas, sus labios buscaban con desesperación saciar la sed en la boca ofrecida por puro placer. Su corazón bombeaba sangre a lugares delirantes. No podía cerrar los ojos. No podía dejar de ver a Daiki convirtiéndose en una masa de piel y jadeos. Sus manos recorrían su pecho buscando dejar libre su piel de la ropa.


Las piernas se abrían, la pelvis se elevaba, sus manos en los glúteos hacían más presión de la que ejercía Aomine.


Mientras tanto, Daiki peleaba con las cerraduras de su ropa, necesita sentir a Taiga. Piel con piel. Su lengua lamiendo su cuello, sus dientes ejerciendo fuerza sobre sus huesos, sus manos marcando como brasas. ¡Dioses! Las sensaciones se multiplicaban conforme le iba bajando los pantalones, sus piernas expuestas fueron tratadas con rudeza mientras pequeños besos y lamidas eran dados. No pudo evitar no mostrar su intimidad sin pudor, sin vergüenza. Sólo quería que la danza comenzará, moría porque su cuerpo fuera profanado.


Tan malditamente doloroso, asfixiante y caliente.


–Tai mmm… Ya, deja de jugar.


Kagami sonrió, sólo bastó aquello para estremecerlo, llenarlo de expectación, de ansias. El maldito mostraba al zorro que llevaba en el interior. Depredadora, malévola y con muchas promesas. No pudo evitarlo, no se permitió bloquearse como suele hacerlo. Abrió las piernas, mordió sus labios y se acarició el pecho.


A Taiga le brillaron los ojos, un azote de lujuria estremeció su anatomía. Daiki jugaba en ciertos parámetros que prometió no hacerlo si la ocasión no lo ameritaba. Tan malditamente sensual. Sin embargo, debía controlarse, pues cuando alcanzaba un punto alto de excitación olvidaba la delicadeza para caer en la brutalidad. Como un animal marcando de la peor forma a su pareja, comprendía que a Daiki le gustara un poco el dolor mezclado con el placer, pero no quería eso. Al menos, no el día de su cumpleaños.


–Deja de reprimirte, – Una lengua traviesa acaricio su rostro. – hoy lo quiero todo.


–No, no hoy.


–Soy el festejado y lo exijo como mi regalo.


–Lo vas a lamentar.


–Promesas, promesas…


El cliente ordena y la empresa acata. Amo y esclavo. Dueño y objeto.


Las caricia se detuvieron, la ropa fue arrojada a alguna parte del suelo. Un beso, nuevamente piernas abiertas y los preparativos comenzaron, no sin el acompañante extra. La música.


Kagami fue tierno con la premisa, después, todo se volvió una vorágine de sentimientos embriagantes. Narcóticos debería arrestar a Daiki por proveer tal droga. Abrió todo lo que aquellas extremidades largas dieron de sí, el vapor emanaba de ambos. Comenzaba a perderse en la sinfonía de Lucifer, proveniente de las cuerdas vocales del moreno, quien no hacía más que aferrarse a las sábanas o la piel de sus brazos, dejando marcas de un hermoso gatito siendo atendido por su dueño.


Las posiciones fueron cambiadas tantas veces que por un momento creyó que Aomine caería desfallecido de tanto placer.


Daiki recibía palabras obscenas cantadas en sus oídos, aturdiendo a sus neuronas, ya no pensaba con claridad. El pene, duro, venoso e imponente le llenaba de una forma deliciosa. Su miembro pulsaba con cada estocada, con cada roce en su punto g, su cadera se mecía en busca de más. Se aferraba, siempre tratando de aferrarse al cuerpo de Kagami, sólo él. Tan caliente y atractivo. Tan guapo y caballeroso. Ese hombre era suyo, sólo suyo.


La luz de la luna se colaba entre las cortinas, los ojos del pelirrojo brillaban como el mismísimo fuego del infierno. Sus caderas se movían en la búsqueda del miembro que le brindaba placer, que lo llevaba a rozar las nubes y casi tocara el Nirvana.


Sólo Kagami era capaz de transportarlo a otros mundos con sólo una mirada o un beso.


–¡Demonios, que rico! No pares Taiga, no te atreves…


–Lo que el cumpleañero demande.


La sonrisa fue obstruida con sus labios, Daiki necesitaba esos belfos sobre los suyos, que le arrebataran todo el oxígeno de los pulmones.


Mientras el cuerpo era impulsado por el vaivén, sus ojos no podían despegarse de la imagen hecha por su miembro. Su morena perdición tenía las mejillas rojas, los bembos hinchados, el pecho subía y bajaba, pero lo que más sobresalía era el par de cadenas. Ambos brillantes por el sudor de su portador, ambas representando una pertenencia, un dueño. Más aquello se quedaría como pensamiento exclusivo.


Siguieron en la faena hasta que sus cuerpos no pudieron más, casi al alba y, aún en la bruma de los múltiples orgasmos, siguió dándole caricias y besos en la piel que había a su alcance.


Cuando despertó Taiga, decidió preparar el desayuno, le sorprendía el aguante que poseía, pues no durmió nada e incluso terminaron en la danza de la cama.


–¡Taiga!


El grito de Daiki le causó gracia, los fuertes pisotones en las escaleras le advirtieron de un pequeño hurgan entrando por la puerta de la cocina, más la taza de café no abandonó sus labios.


–¡¿Qué significa esto?!


Aomine venía envuelto en la sábana, con el pelo revuelto, una expresión furiosa y de duda. Extendía el brazo izquierdo, mostrando su mano.


–Buenos días, Daiki.


–¡Nada de buenos, ¿qué significa esto, qué hace esto ahí, Kagami?!


–Pues en un anillo, que en el dedo correcto significa compromiso.


–Eso ya lo sé, lo que quiero saber es qué significa. – El ceño del moreno se volvía cada vez más pronunciado.


–Que te vas a casar conmigo y ese anillo es muestra de ello.


–¿Me lo preguntas o me lo estas ordenando?


–¿Tú que crees? – La sonrisa ladina, acompañada de un levantamiento de ceja bastaron para tener frente de sí a un Daiki más pálido que el papel.


No necesito seguir viendo, pues a los segundos ya lo tenía sobre su cuerpo gritando un s mientras le besaba e intentaba subirse a sus piernas.


–Feliz cumpleaños, amor.


–¡Que dejes de ponerme motes cariñosos, joder!


 

Notas finales:

Como siempre llegó tarde para el cumple del negro hermoso. En fin, espero sus estrellitas, comentarios o tomatazos.

Nos vemos en la siguiente locura. 

Yanne xD 


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