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Matrimonio... ¿de conveniencia? por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Holaaa, siii por fin les traje el capitulo. Ufff pense que no lo lograba. Espero lo disfruten, se les quiere. Nos vemos pronto.

 

Gracias por leer y no olviden dejarme su mensaje.

 

ButterflyBlue

¿Qué tan conveniente es enamorarse?[B1]  (2da. Parte)

 

 

Dos tazas de té, una revista especializada en bebés y cuarenta minutos después, hicieron que el enojo de Ryu se trasformara en un ligero enfurruñamiento. La azafata le había informado que el retraso de Kaoru se debía a problemas en el tráfico. Eso ya no le importaba, ya estaba decidido que saldría de la ciudad ese día y como nada podía evitarlo, decidió renunciar a protestar.

 

Finalmente arribó Kaoru al aeropuerto, acalorado y de mal humor.  Su chofer bajó las maletas y las entregó al personal del avión. Kaoru respiró profundo unos segundos antes de subir, pues no quería que su mal humor chocara con la furia que intuía debía estar sintiendo su esposo.

 

Mas su sorpresa fue mayúscula al encontrarlo charlando afablemente con el piloto y el asistente de vuelo.

 

—Kaoru sama, bienvenido. — saludó el piloto.

 

Kaoru saludó con una leve inclinación de cabeza.

 

—Lamento el retraso ¿podemos irnos ya?

 

Tanto el piloto como su asistente se pusieron en movimiento, mientras una azafata le ofrecía a Kaoru una bebida fría.

 

Ryu observó la reverencia con la que todo el mundo trataba a Kaoru. Esperaba que su esposo le hiciera algún comentario sarcástico, pero el parecía decidido a ignorarlo, así que optó por darle el mismo tratamiento.

 

Tomó la revista que había estado hojeando con interés y siguió leyendo el artículo que le había llamado la atención. No le prestó atención al resto de personas que subieron al avión ni a su marido, que impartía ordenes como si fuera un Rey. Solo dio un respingo de sorpresa cuando Kaoru puso sus manos alrededor de él, abrochando su cinturón de seguridad.

 

—Ya vamos a despegar. — le informó Kaoru, al ver su sorpresa

 

Ryu ni siquiera había escuchado los motores encenderse. Suspiró y puso la revista sobre sus piernas, mirando por primera vez a su esposo.

 

— ¿Puedo saber a dónde iremos?

 

Kaoru sonrió con esa arrogancia que el tanto detestaba.

 

— ¿No te dijo la azafata que es sorpresa?

 

Ryu cerró los puños con molestia.

 

—Tengo derecho a saber a dónde me llevas. — espetó, tratando de no alzar la voz.

 

— ¡Ah! Me preguntaba cuando ibas a perder la compostura. — observó Kaoru con cinismo. —Me extrañó que no empezaras a gritarme desde que subí al avión.

 

Ryu se dijo que no iba a permitirle hacerle perder el control. Relajó sus manos, posándolas suavemente sobre la revista en sus piernas.

 

— ¿Tomaste en cuenta que tengo poco más de siete meses de embarazo? Y que…

 

Kaoru rio con ironía, interrumpiendo la pregunta de su esposo.

 

—Si no hubieses estado tan… distraído en tu revista, habrías notado que abordaron dos médicos y una enfermera al avión.

 

Ryu giró su rostro y notó entonces, las personas que estaban sentadas unos asientos más atrás del suyo.

 

—No iremos lejos de todas formas. Para cerciorarme hablé con tu doctor y me dijo que no había problema si viajabas cerca.

 

Ryu miró por la pequeña ventanilla del avión, ya habían empezado a moverse y la línea blanca de la pista parecía correr con prisa. Así como a prisa latía su corazón. Kaoru lo tenía todo controlado y él ya no podía hacer nada, solo resignarse.

 

 

—Ryu, solo relájate, disfruta de estas pequeñas vacaciones. —le pidió Kaoru con ternura, mientras tomaba su mano suavemente.

 

Ryu apartó la mano como si el contacto de Kaoru le quemara, su mirada se tiñó de resentimiento cuando lo vio.

 

—No se puede disfrutar de algo que te imponen sin tomar en cuenta tu opinión.

 

Kaoru endureció el gesto y se encogió de hombros con indolencia.

 

—Entonces peor para ti, querido esposo. Pásate todo el viaje enfurruñado y amargado, si eso es lo que quieres. Lo cierto es que lo hecho, hecho está y no puedes hacer nada al respecto.

 

 

Kaoru desabrochó su cinturón y se fue hasta la cabina, donde se encerró por largo rato. Ryu se adormeció con el vaivén del avión y despertó cuando alguien le llamó suavemente.

 

—Ya llegamos. — le informó la azafata cuando este abrió los ojos con cansancio.

 

Ryu se desperezó despacio y revisó su reloj, constatando que solo habían pasado poco más de dos horas.

 

— ¿Mi esposo? —preguntó a regañadientes, pues no veía a Kaoru por ningún lado.

 

La chica se vio de pronto un poco apenada, hasta que finalmente se resignó a responder.

 

—Asahina sama bajó del avión apenas aterrizamos.

 

Ryu asintió lentamente e intentó sonreírle a la chica.

 

—Gracias por todo, el vuelo fue muy agradable.

 

Cuando descendió del avión, lo esperaba ya el grupo de seguridad de Kaoru y el equipo médico que este había contratado, pero de su esposo no había ni rastro.

 

Se subió al auto que le esperaba y respiró profundo, tratando de controlar sus emociones. Poco a poco se fue relajando, toda vez que el paisaje ante él era de un esplendor tal, que lo conmovió.

 

Okinawa era un lugar irreal, parecía sacado de un sueño. El mar le saludaba con sus aguas cristalinas y el increíble verdor de la vegetación era perfecto a sus ojos.

 

Ryu sonrió mirando las pequeñas barcas de los pescadores que zarpaban de un frágil puerto. Las casitas enclavadas a orillas del mar le parecieron como trozos de una exquisita obra de arte y la arena blanca le invitaba a hundir sus pies en ella.

 

Estaba absolutamente conmovido y feliz cuando por fin llegaron a su destino. La casa estaba enclavada en una pequeña duna de arena. Un caminito bordeado de piedras llevaba a una escalera de madera que conducía a un fascinante porche con un acogedor sillón que invitaba a mirar el paisaje hermoso que circundaba el lugar.

 

De la casa salió de pronto un rostro conocido.

 

—Ryu sama… Ryu sama. —Le saludó una voz cantarina y feliz.

 

—Harumi.

 

—Sorpresa Ryu sama, sorpresa ¿verdad que es hermoso?

 

La chica estaba tan entusiasmada como él, lástima que no pudiera dejar salir su emoción con la libertad con la que ella lo hacía.

 

—Sí, Harumi, es hermoso, muy hermoso.

 

La chica lo tomó de la mano y lo llevó al interior de la casa, alabando todo el esplendor de esta.

 

—Hay una terraza increíble Ryu sama y cuando vea su habitación, es enorme, también hay…

 

La voz de la chica se perdió en su mente, Ryu la siguió como desconectado. Estaba avergonzado por haberse comportado como un tonto. Aquel lugar era mágico y allí había estado él, quejándose como un malagradecido, pero Kaoru solo quería cuidarlo, consentirlo.

 

Se sintió mal por sus palabras y Kaoru no estaba por allí para que pudiera disculparse. Quizás ya se habría devuelto a Tokio sin que él pudiera darle las gracias por aquella bonita sorpresa.

 

 

Una verdadera sorpresa se llevó Misaki aquella tarde, cuando cruzó el umbral de la casa Usami. No solo el recibimiento había sido impresionante, para ser la primera vez que visitaba aquella casa, pues Akihiko tenía un lujoso departamento en el centro financiero en el que vivía la mayoría del tiempo. También estaba el hecho de que el mismísimo Fuyuhiko Usami, estaba aquel día franqueado por sus dos hijos, recibiéndolos en una simple tarde de té, que bien parecía una reunión extremadamente formal.

 

Misaki había intercambiado pocas palabras con su próximo a ser suegro. Lo recordaba como un hombre serio y circunspecto, con todo el aire de hombre de mundo que lo había convertido en el líder financiero del país. No por nada era el presidente de las Industrias Usami.

 

—Sean bienvenidos. —les saludó el hombre con una serena sonrisa.

 

Tanto Hanako, como Ishiro, se mostraron complacidos por aquel inesperado placer. Que te recibiera el mismísimo Fuyuhiko Usami era el mejor símbolo de estatus que podía existir. Aun así, Misaki fue más allá del aspecto social, él pudo notar los surcos en la frente, las arrugas de los ojos, la delgadez apenas disimulada y un rictus de tristeza que le daban al otrora Rey del mundo, un aire de desamparo un poco abrumador.

 

Misaki reverenció con educación al patriarca de los Usami y este le regaló una suave sonrisa.

 

—Misaki kun, estoy agradecido con la vida por haberte puesto en el camino de mi hijo.

 

Misaki sonrió complacido y el hombre tomó su mano con delicadeza.

 

—Eres como mucho el salvador de esta familia.

 

Las palabras del hombre fueron confusas para Misaki, pero no tuvo tiempo de reaccionar, pues Akihiko interrumpió de pronto la conversación.

 

—Padre, permite que salude a mi prometido.

 

Fuyuhiko se tensó un poco y Misaki pudo notar el ambiente áspero entre padre e hijo. Lo vio alejarse con paso lento y escoltar a sus padres al interior del salón, donde ya los esperaba la servidumbre para atenderles.

 

—Hola. — le saludó Misaki con una sonrisa dulce. — estas muy apuesto hoy Usami san.

 

Akihiko suspiró y besó con ternura sus labios.

 

—Tú estás perfecto como siempre.

 

La risa de Misaki aligeró el ambiente.

 

—No me habías dicho que tu padre estaba en la ciudad. —le reprochó.

 

Akihiko lo miró con seriedad, pues él tampoco se esperaba que su padre estuviera en la ciudad, por lo menos no hasta el matrimonio.

 

—Regresó para el compromiso. —mintió, pues ni el mismo sabía por qué su padre había regresado.

 

—Hey ustedes, los enamorados. Los estamos esperando.

 

Misaki le sonrió abiertamente a su cuñado, que les llamaba desde la entrada del salón con su sempiterna sonrisa.

 

—Vamos pequeño.

 

Akihiko miró a su hermano con molestia y tomó de la mano a Misaki para entrar al salón, esperando que todo en aquella reunión saliera bien.

 

— ¿Y ya hicieron planes para la luna de miel?

 

El tiempo trascurrió entre charlas de negocios y los preparativos para la boda. El gran evento que paralizaría el país. Hanako hablaba emocionada de todo lo que se había adelantado y de como en todos los medios sociales se hablaba con expectativa de la boda del año.

 

—No iremos lejos. Nos quedaremos en Japon. — respondió Akihiko a su suegra y Misaki se tensó, esperando la pregunta que estaba seguro haría su madre.

 

— ¿Habiendo destinos tan románticos? ¿Porque no eligieron Paris o Roma?

 

Haruhiko, que estaba enterado del motivo por el cual su hermano y Misaki habían planeado quedarse en el país, trató de desviar el tema.

 

—Japón también tiene destinos idílicos para una luna de miel Kusama sama ¿No  les parece increíble la cobertura que le han dado los medios a este matrimonio?

 

—Misaki, no me habías dicho que pensaban quedarse en el país.

 

Misaki sabía que su madre no dejaría el tema en paz, así que decidió terminar con el interrogatorio de una vez.

 

—No mamá no te le dije, fue una decisión que tomamos los dos.

 

Akihiko tomó su mano para darle apoyo y Misaki le sonrió con amor.

 

—Nos quedamos en el país, porque Ryu dará a luz por esas fechas y yo quiero estar con él cuándo mi sobrina nazca.

 

—Me parece una razón muy válida, hijo. — le respaldó Ichiro, mirando a su esposa con un brillo de advertencia.

 

Misaki le sonrió a su padre agradecido y no se atrevió a mirar el rostro de su madre en aquel momento, pues sabía, debía estar furiosa.

 

Con éxito sortearon las conversaciones siguientes y un rato después, cuando ya estaban por despedirse, Misaki y Akihiko aprovechaban un momento a solas. Fuyuhiko, junto con Haruhiko, se habían llevado a los padres de Misaki para los jardines, donde degustaban un fino licor, mientras platicaban.

 

—Todo salió bien. — murmuró Misaki abrazando a Akihiko.

 

Este besó su frente cariñosamente.

 

—No tenía por qué ser de otra forma.

 

Misaki adoraba toda esa confianza que exudaba Akihiko, le encantaba su carácter fuerte y decidido, pero lo que más le gustaba era lo seguro que lo hacía sentir.

 

Se separó de sus brazos y se puso en las puntas de sus pies para darle un dulce beso.

 

—Ya quiero que estemos casados. — murmuró con emoción. — quiero despertarme todos los días entre tus brazos.

 

Akihiko lo miró con una sombra de dolor en su mirada. Se sintió muy culpable y deseó no necesitar a Misaki, deseó no tener que estar en aquella posición. No quería lastimar a aquel hermoso joven que le ofrecía un amor tan hermoso y perfecto, pero que él no podía corresponder.

 

— ¿Akihiko? —  Misaki notó su desazón. — ¿Dije algo malo?

 

Akihiko negó con vehemencia.

 

—Nada mi amor, no dijiste nada malo. Estoy un poco cansado.

 

Lo besó con pasión, dejándose llevar por el instinto. No lo amaba, pero lo deseaba. Deseaba a aquel cuerpo joven, de suaves curvas, aquella boca cálida que sabía a dulce. Se dejó llevar por el sentimiento primitivo de la pasión y se dijo que con eso sería suficiente, llenaría los espacios que dejaba la falta de amor, con deseo, con lujuria. Dejaría saciado aquel pequeño y perfecto cuerpo, tanto,  que el amor no haría falta jamás.

 

Misaki recibió encantado la erótica caricia. Akihiko tocó con descaro su redondo trasero y metió una pierna entre las suyas rozando con lascivia su erecto pene.

 

De no haber estado en compañía de sus padres, habrían hecho el amor allí mismo, pero Akihiko recobró el sentido y separó sus labios de Misaki, dejándolo jadeando y ruborizado.

 

—Ve a refrescarte un poco. —Le pidió, besándole una vez más. — Si tu madre te ve así, va a armar un escándalo.

 

Misaki asintió, mirándolo embobado y caminó con pasos inciertos hasta el baño que Akihiko le señaló. Toda su piel ardía y su corazón latía con tal desenfreno, que pensó iba a escapar de su pecho. Cuando se miró al espejo, todo sofocado y sonrojado, sonrió emocionado.

 

“Ahora me va a costar más esperar”

 

Rio con picardía, pues se sentía exultante de amor y si eso era una muestra de lo que le esperaba con Akihiko, pensó que sus noches serian increíbles.

 

Cuando salió a reunirse con su prometido, ya sus padres le esperaban. Akihiko le sonrió cuando se paró a su lado y Misaki se sintió feliz, como si compartieran un íntimo secreto.

 

—Fue una tarde encantadora Fuyuhiko. — se despidió Hanako.

 

—Espero podamos reunirnos pronto. Ahora que nuestras empresas se van a fusionar tenemos mucho que conversar.

 

El ambiente se puso un poco tenso con las palabras del padre de Misaki. Fuyuhiko, visiblemente incomodo, habló con un dejo de inquietud.

 

—Ishiro, será un gusto reunirme contigo para hablar del mercado, de acciones y de negocios, pero en lo que concierne a la fusión de las empresas, tendrás que… que hablar con mi hijo.

 

Akihiko miró a su suegro con seriedad, sin mirar al manojo de nervios en el que de pronto se había convertido su padre.

 

—Mi padre ya no quiere encargarse de los negocios, Kusama sama, por eso me dejó el mando a mí.

 

Una vez más, fue Haruhiko el que aligeró el ambiente.

 

—Bueno cuñadito, nos veremos en la fiesta de compromiso. Espero que no te pongas muy hermoso ese día, porque aquí, el Rey, no querrá que alguien te robe de su lado.

 

Haruhiko besó con descaro la mano de Misaki y este solo rio, negando con la cabeza por las ocurrencias de su cuñado.

 

—El Rey sabe que yo solo lo amo a él.  —murmuró Misaki, mirando a Akihiko con una enamorada sonrisa.

 

Akihiko le devolvió la sonrisa, pero en la suya solo había preocupación y dolor.

 

Se despidió de Misaki con un beso y de sus suegros con una reverencia.  Esperó hasta que este y sus padres subieran al auto y se perdieran por la larga avenida, para entrar de nuevo a la casa.

 

—Hijo tenemos que hablar.

 

Akihiko miró a su padre con desdén, estaban en el medio de la estancia que había mandado a restaurar. Haruhiko ya no estaba por todo el lugar.

 

—No tienes nada que decir que yo desee escuchar. No sé por qué regresaste, cuando te dije claramente que solo volvieras para el matrimonio.

 

Fuyuhiko se acercó mirándolo con disculpa.

 

—Tenía que evitar que cometieras el peor error de tu vida. Ese niño te ama, solo hay que ver cómo te mira. Si descubre la verdad, si se llega a enterar que lo usas…

 

— ¿Quién se lo va a decir? ¿Tu? Aprovecha y le cuentas como destruiste todo nuestro patrimonio. Dile como nos dejaste en la calle. Cuando le cuentes, dile que todo esto es tu culpa, tu  maldita culpa.

 

Furyuhiko retrocedió ante la furia de Akihiko.

 

—Tu madre no quiere esto para ti, ella quiere que seas feliz. — murmuró con suplica.

 

— ¡No hables de ella como si estuviera viva! — le gritó Akihiko, mirándolo con odio. —Está muerta, muerta, acéptalo de un maldita vez.

 

Akihiko salió de la casa dando un portazo. Fuyuhiko se quedó en medio de la estancia, mirando a su alrededor. Notando el dolor de su hijo, que había recreado palmo a palmo el hogar que tuvo alguna vez, el hogar que él destruyó, en medio de su dolor.

 

Una mano cálida se posó de pronto en sus hombros. Fuyuhiko bajó la mirada derrotado.

 

—Nunca va a perdonarme.

 

—Lo hará, él lo hará tarde o temprano. Solo espero que Misaki no sufra mucho, cuando inevitablemente lo lastime. Ojalá, Misaki sepa entender que solo actúa llevado por un dolor tan grande, que ni el mismo entiende.

 

Fuyuhiko miró entonces a su hijo mayor.

 

— ¿Tú me perdonaste?

 

—No todo fue tan malo, papá. — respondió con una de sus tristes sonrisas. —Y ella no querría que entre nosotros hubiese rencores.

 

Fuyuhiko asintió, palmeó la espalda de su hijo y le  sonrió agradecido.

 

—Ella te ama hijo y yo también, aunque no siempre fui un buen padre.

 

Haruhiko lo vio caminar con paso cansado y subir lentamente las escaleras, con un peso muy grande sobre sus hombros.

 

A veces había problemas sin solución y otras veces había personas que veían problemas donde no los había.

 

Miyagi tenía casi una hora intentando crear un plano. Su laptop estaba sobre la mesa del comedor y una taza de café descansaba al lado de esta. Miyagi, sentado frente a ella, miraba embelesado el culo de su esposo, que ajeno a la intensa observación del que era objeto, decoraba la nueva biblioteca que había llegado.

 

El mueble en cuestión era enorme y habían decidió colocarlo en un rincón  de la sala, junto con los muebles color crema que Shinobu acababa de decorar con llamativos cojines café y naranja, además de una manta bordada que descansaba en el espaldar del mismo. Se decidía por un portarretrato con una foto de su luna de miel por Paris o un adorno de cristal, cuando sintió que alguien le miraba. Giró su precioso y estilizado cuello y sus hermosos ojos grises se posaron  en Miyagi. Este repasó la escena ante él. Shinobu vestía un pantalón de chándal ligero de color blanco, que se pegaba a su silueta, una camiseta negra sin magas y una bandana que apartaba los rubios mechones de su frente. Lucia adorablemente encantador y Miyagi no pudo más que sonreír.

 

—Pensé que estabas trabajando. — le dijo Shinobu, devolviéndole la sonrisa. Finalmente se decidió por el adorno de cristal y se volvió para colocarlo en el lugar que había escogido.

 

Miyagi desistió de intentar trabajar y caminó hasta el sofá, tirándose sobre él.

 

—Tú no me dejas. — le reprochó con picardía.

 

Shinobu lo miró, alzando una ceja en protesta.

 

—Eres tú, el que solo piensa con lo que tiene entre las piernas.

 

Shinobu siguió acomodando los adornos, tratando de ignorar a su esposo y este rio a carcajadas.

 

—Sabes que te gusta lo que tengo entre las piernas.

 

Shinobu volteó su rostro para mirarlo con molestia, pero no le duró mucho el gesto, pues Miyagi se veía realmente apuesto, en aquella pose relajada sobre el nuevo sofá.

 

— ¿Ves que si te gusto? — le provocó Miyagi, al ver que este lo miraba embobado.

 

Shinobu volvió su atención a lo que hacía y le espetó con indignación.

 

—Idiota, vete a trabajar.

 

Miyagi se puso de pie y se acercó sigiloso hasta él, lo tomó de la cintura, girándolo con cierta brusquedad, para luego encerrarlo entre sus brazos y besarlo intensamente. Sus manos se pasearon descaradas por las redondas nalgas, pellizcaron traviesas los erectos pezones y cuando estuvo satisfecho, lo soltó, riendo con placer.

 

— Ahora si me puedo ir a trabajar.

 

Shinobu se quedó excitado en medio de la sala, mirando sorprendido como Miyagi recogía su laptop, para caminar hasta el estudio donde se encerró.

 

Se sentó como pudo en uno de los sillones e intentó recobrar la compostura. No era el hecho de que Miyagi lograra excitarlo de aquel modo, era la rapidez con la que lo lograba. La forma en lo que lo hacía perder el control de sí mismo. Lo hacía querer perderse en sus oscuros ojos, dormirse para siempre entre sus brazos, sentir el calor de sus labios, disfrutar de sus manos recorriendo su piel.

 

“¿Que estoy haciendo?”

 

Pensó Shinobu, mirado a su alrededor. Aquella casa tenía ahora su sello, ahora era parte de él. Eran dos, ya no era solo él. Miyagi vivía en su interior, en sus pensamientos, en su corazón. Ya no era solo sexo, era amor. De pronto ya no podía respirar, se sintió perdido y desolado.

 

 

 

“¿Qué va a pasar cuando él se canse? ¿Qué pasará cuando ya no esté? ¿Y si se cansa antes y si ni siquiera me queda un año a su lado?”

 

Sus ojos se llenaron de lágrimas y sintió la necesidad de correr, poner distancia entre él y lo único que no podía tener. El amor de su esposo.

 

Miyagi estaba en el estudio. Hablaba por teléfono entusiasmado.

 

—Sí, por favor que sean blancas… Sí, quiero cuatro docenas… Claro, me gustaría que escribiera “Por los días felices que me has dado”…Gracias.

 

Sonrió y cuando iba a sentarse en su escritorio, escuchó la puerta de la calle. Extrañado salió a la sala y al encontrarla vacía, sintió temor. Shinobu llevaba aquella ropa ligera y en aquella época hacia frio en la ciudad, los zapatos de salir aun descansaban en el genkan. Corrió a buscar su chaqueta y la de Shinobu y salió de la casa.

 

En la calle había poca gente, había escogido esa zona para vivir pues era tranquila. Caminó calle abajo mirando a su alrededor, su mente estaba solo concentrada en encontrarlo. No entendía que podía haber pasado. Quizás su actitud lo había molestado, quizás sus muestras de afecto lo irritaban. Después de todo, el de ellos era un contrato, un matrimonio que no era tal.

 

Lo buscó por casi una hora, dando vueltas por todos los lados que habían recorrido en otras ocasiones. Cuando se le ocurrió volver a su departamento, rogando que este hubiera regresado, el conserje del edificio lo esperaba ansioso.

 

—Kusama sama, vinieron a buscarle, su esposo…

 

Un rato después, estaba en la sala de espera de un enorme hospital. Una enfermera finalmente salió a darle información.

 

—Kusama san, su esposo está estable. Solo tiene algunos raspones. La doctora le espera en el piso seis, para hablar con usted. Después podrá verlo y llevarlo a casa.

 

Miyagi subió tras ella y finalmente llegaron con la mujer que los esperaba.

 

—Kusama san, que bueno que llegó rápido. Su esposo nos dijo donde localizarlo.

 

— ¿Él, está bien? — preguntó con temor. — ¿qué fue lo que ocurrió?

 

Ella lo evaluó unos segundos. Antes de responder decidió formular sus propias preguntas.

 

— ¿Tuvieron alguna discusión?

 

Miyagi negó con la cabeza, viéndose ahora más consternado.

 

—Pues según el policía que lo trajo, su esposo estaba bastante alterado. Al parecer cruzó una calle sin mirar a los lados y una moto intentó esquivarlo, pero no lo logró, golpeándolo, aunque ligeramente.

 

Miyagi se sentó, sintiéndose culpable y miserable. Quizás no debió comportarse de aquel modo, quizás debía entender que Shinobu y él no tenían un matrimonio normal.

 

—Kusama san, él está bien. Solo tuvo unos raspones en brazos y rodillas. Lo trajeron al hospital porque se desmayó y ese desmayo es el porqué de que quise hablar con usted, antes de que lo viera.

 

Miyagi levantó su mirada del suelo, donde la tenía clavada y miró a la mujer con angustia.

 

—Su esposo está esperando un bebé. El embarazo está muy reciente, pero lo pudimos detectar cuando hicimos exámenes de sangre.

 

La noticia fue un shock para Miyagi.

 

— ¿Él lo sabe? —preguntó en un murmullo.

 

—Sí, se lo dijimos. No me gusta meterme en la vida de mis pacientes ni en como toman sus decisiones. Lo único que voy a decirle es que su esposo es muy joven aun. Los embarazos son situaciones estresantes y delicadas, felices sí, pero depende del contexto. Yo no sé cómo está su matrimonio, no conozco nada de ustedes. Así que solo les voy a recomendar que conversen tranquilamente sobre todas las opciones que tienen, si sienten que esta situación no van a poder llevarla hasta el final. Y Kusama san, tenga mucha paciencia con su esposo. Es un solo un muchacho y en estos momentos está confundido, vulnerable, apóyelo por favor.

 

La mujer lo llevó hasta la puerta de la habitación donde estaba Shinobu, le dio varias recetas de medicinas que debía comprarle y su tarjeta para que le llamara por cualquier cosa.

 

Miyagi luego de pensarlo unos segundos, finalmente entró.

 

Shinobu estaba semi sentado en la cama, con una horrible bata verde que lo hacía lucir muy pálido. Cuando lo vio, sus ojos se volvieron cristalinos y sus brazos instintivamente se extendieron hacia él.

 

Miyagi corrió a sentarse a su lado y lo metió entre sus brazos, aferrándolo a su pecho.

 

—Lo siento. — murmuró Shinobu, recostado en su pecho.

 

Miyagi sabía porque se disculpaba y sintió que el dolor en su pecho se intensificaba, porque quien debía disculparse era él.

 

 

—Lo siento. — murmuró Hiroki también aquella tarde, pero sus razones para disculparse eran distintas.

 

Nowaki acomodó la sábana, arropándolo más abrigado y besó su frente amorosamente.

 

—Deja de disculparte y descansa. Te voy a hacer una sopa.

 

Hiroki se acurrucó entre las sábanas y se dejó vencer por el sueño. En la cocina, Nowaki se movió con pericia y le preparó una rica sopa. Estaba concentrado en su labor, pero su mente estaba en las palabras de Iwaki. Ese hombre le había lanzado una advertencia y tenía que hacer lo que fuera para evitar que Hiroki se enamorara más de él.

 

Cuando volvió a la habitación, las mejillas de Hiroki estaban coloradas. Tocó su frente constatando que la fiebre había subido.

 

— Hiroki despierta. Vamos cariño, abre los ojos.

 

Hiroki despertó a duras penas.

 

—Tengo que desnudarte, tu fiebre está muy alta, voy a darte un baño.

 

Hiroki apenas asintió y Nowaki lo desvistió despacio. Lo ayudó a ponerse de pie y caminaron lentamente hasta la regadera.

 

— Te vas a mojar la ropa. — murmuró Hiroki, cuando vio que Nowaki entraba con él a la regadera.

 

—No te preocupes por eso.

 

Nowaki lo bañó despacio, refrescando su acalorada piel, pero la ropa húmeda no le dejaba moverse.

 

— ¿Puedes sostenerte en pie un momento?

 

Hiroki abrió los ojos con esfuerzo y lo miró con duda.

 

—Tengo que desnudarme, la ropa me pesa y nos podemos caer los dos.

 

Hiroki pareció pensarlo, pero se sentía muy mal y aletargado. Tanto, que asintió, recostándose de la pared.

 

Nowaki se desnudó en segundos y entró a la regadera, abrazando a Hiroki.

 

—Vas a enfermarte tú también.

 

Nowaki sonrió cuando lo sintió recostar la cabeza de su pecho.

 

—Eso no va  a pasar, tú sabes que yo soy más fuerte que cualquier resfriado.

 

Hiroki asintió despacio, adormecido con el agua que caía sobre su piel y las manos de Nowaki dándole un suave masaje a su espalda. De pronto pensó en algo.

 

—Estamos desnudos.

 

Nowaki asintió sonriendo.

 

—Si ¿y?

 

—No deberíamos.

 

—Estamos casados. — le recordó Nowaki.

 

—Pero no es real. — se quejó Hiroki

 

Nowaki besó entonces los hombros de Hiroki, mientras acariciaba con ternura la fina cadera de su esposo.

 

—Bueno, pues hagámoslo real.

 

Hiroki juntó toda su fuerza, para separar la cabeza del pecho de Nowaki y mirarlo con confusión.

 

— ¿estas seduciéndome?

 

— ¿Lo estoy logrando?

 

—Estoy enfermo ¿sabes?

 

Nowaki le sonrió de aquella forma que lo desarmaba.

 

—Lo sé, por eso estoy cuidando de ti.

 

Hiroki no se creía ni media palabra, pero le dolía la cabeza, tenía fiebre y el cuerpo débil. Además adoraba aquella sonrisa y las caricias de Nowaki también le estaban gustando.

 

Cansado y sin ganas de protestar, se recostó de nuevo en el pecho de Nowaki.

 

—No estás cuidando de mí, me estás manoseando bajo la regadera.

 

Nowaki rio sonoramente, tomó el jabón y una esponja, para frotar la piel de Hiroki suavemente.

 

—Y ¿te gusta que te manosee bajo la regadera?

 

Hiroki no pudo evitar una sonrisa, cuando aquella sensual voz hizo esa pregunta, mientras lo enjabonaba con la suave esponja.

 

—No voy a contestar esa pregunta, estoy enfermo y bajo los efectos de la medicina. — le respondió en un murmullo.

 

Nowaki decidió no molestarlo más. Terminó de bañarlo y lo envolvió en una toalla antes de sacarlo del baño. Con cuidado lo sentó en la cama y rebuscó en las gavetas un pijama. Luego de vestirlo y arroparlo, tomó su temperatura.

 

—Bajó un poco. — anunció, mirado el termómetro. — ¿te sientes bien para comer algo?

 

Hiroki estaba recostado de las almohadas, la luz estaba baja para no intensificar su dolor de cabeza y el baño le había hecho sentirse mejor. Así que asintió suavemente.

 

Cuando Nowaki salió en busca de la sopa, se sonrojó, pensando en las caricias que este  le había prodigado y en lo mucho que le habían gustado.

 

— Estoy débil y estoy enfermo, eso es todo. — murmuró para sí mismo, intentando justificar su comportamiento, pero muy en el fondo sabía que aquello no era verdad. Que de alguna forma y no sabía cómo, había empezado a dejar de ver a Nowaki como solo un amigo y aquello era peligroso, muy peligroso.

 

— Aquí esta, come despacio para que no te caiga mal.

 

Nowaki puso sobre sus piernas una bandeja con una sopa, un jugo y unas pastillas. Hiroki lo miró agradecido.

 

— ¿seguro no tienes que volver al hospital? — le preguntó, tomando la cucharilla para empezar a comer.

 

Nowaki negó con la cabeza y se recostó a su lado, mirándolo comer.

 

—Haneda sensei me dio la tarde y el día de mañana libre para que cuide de ti.

 

Hiroki negó con la cabeza, todos se confabulaban en su contra.

 

Terminó de comer y Nowaki se llevó la bandeja. Hiroki pensó que lo dejaría solo un rato, pero volvió a la habitación y se acurrucó a su lado.

 

—Vamos a ver tele un rato, hasta que te de sueño.

 

Así se durmió mucho rato después, con Nowaki a su lado, en una escena que parecía extremadamente familiar para dos recién casados.

 

 

Ryu no era un recién casado, pero aquel idílico lugar era digno de una luna de miel. Lástima que no podía compartirlo con Kaoru. Harumi lo había llevado hasta su habitación y lo había ayudado a cambiarse y refrescarse un poco. La chica que había llegado horas antes, ya había preparado todo en la casa y le informó que los médicos y la enfermera se hospedaban en un hotel  cercano.

 

Almorzó con ella, se tomaron unas bebidas sentados en unas cómodas butacas en el porche y luego Ryu se retiró a su habitación, para descansar un poco. No preguntó por su esposo en ningún momento, pero resintió su ausencia y sintió no haber sido agradecido.

 

La noche llegó con un delicioso frescor. Ryu tomó un chal y se lo puso cuando salió de la habitación.

 

— Ryu sama. — le saludó Harumi en medio del pasillo. —Iba a buscarle para la cena. Asahina sama lo espera en el comedor.

 

—¿Mi… esposo está aquí?

 

La chica asintió contenta, sin notar el nerviosismo de Ryu.

 

— Si, Ryu sama, llegó un ratito después que usted se retirara a descansar. No quiso molestarlo, por eso no le informó de su llegada.

 

Ryu sonrió tenuemente.

 

—Gracias Harumi.

 

Caminó lentamente hasta el comedor y encontró a Kaoru parado frente a unas puertas, que daban a una enorme terraza desde donde se podía ver el espectáculo de la oscuridad coloreando el mar y escuchar el arrulló de las olas.

 

—¿Descansaste? —preguntó Kaoru, sin voltear a mirarle.

 

Ryu se acercó a su lado y miró junto con él, el brillo de las estrellas reflejadas en el oscuro mar.

 

—Si.

 

Kaoru asintió.

 

—Le dije a Harumi que pusiera mis cosas en la otra habitación para no molestarte. Me quedare hasta mañana, así que no tendrás que tolerar mi presencia estos días. La única condición será que te quedes aquí hasta el día antes de la fiesta.

 

Ryu lo tomó suavemente por el brazo cuando lo vio marcharse.

 

—Kaoru… lo siento. — susurró avergonzado.

 

El gesto logró que Kaoru se detuviera, mirándolo intrigado.

 

— ¿Que sientes Ryu? Me marcho como querías ¿No? No quiero estar aquí si tú no lo deseas, si vas a estar amargado por mi presencia. Disfruta el lugar, descansa y olvídate un poco de tu tristeza.

 

Ryu lo soltó. Kaoru estaba demasiado molesto y él no sabía cómo traspasar esa barrera de frialdad. Siempre pagaba su amargura con Kaoru, siempre lo llevaba  a los límites, era él quien siempre lo lastimaba.

 

Al ver la falta de respuesta, Kaoru hizo un gesto de desdén y le dio la espalda para marcharse. Ryu lo miró impotente y trató de llenarse de valor para seguirle.

 

—Kaoru. — le llamó, cuando ya este subía las escaleras, y su niña, que estaba sintiendo la tensión en su madre, le llamó la atención con una patada, que lo hizo perder el aliento.

 

Kaoru en seguida se devolvió, cuando lo escuchó gemir.

 

— ¿Qué pasó? ¿Qué sientes?

 

Ryu recobró el aliento y acarició con cuidado su costado, donde su hija estaba pateando con fuerza.

 

—Es… es ella, que está pateando un poco fuerte.

 

Kaoru lo llevó con cuidado hasta el sofá y lo recostó sobre unos cojines.

 

— Voy a llamar al médico, no está lejos, vendrá en seguida.

 

Ryu lo tomó de la mano, cuando hizo el ademan de pararse.

 

—No llames al médico. — le pidió con una suave sonrisa. —es normal que ella se mueva y no me duele, solo es un poco incómodo.

 

Kaoru pareció relajarse un poco y se quedó sentado a su lado.

 

— ¿Qué quieres que haga? ¿Te traigo algo de beber?

 

Ryu negó con la cabeza y con un suspiro se armó de valor, para decir lo que tenía que decir.

 

—Quiero que te quedes aquí conmigo y… y quiero darte las gracias por haberme traído a este hermoso lugar.

 

Ryu trató de sentarse y Kaoru lo ayudó a acomodarse a su lado en el sofá. Tomó la mano de su esposo y lo miró con disculpa.

 

—Lo siento Kaoru. A veces no sé cómo reacciono y digo cosas que no debo decir. Por favor, no te vayas.

 

 

Kaoru apretó su mano cariñosamente, en su rostro había una expresión de alivio y de emoción.

 

— Ahora no me iré ni aunque me lo pidas, estas advertido. — lo amenazó con una brillante sonrisa.

 

Ryu negó con la cabeza y rio aliviado también, pues era agradable volver a estar tranquilos. Bajó la cabeza con un poco de vergüenza y sonrojado murmuró apenas:

 

—Puedes decirle a Harumi que lleve tus cosas al cuarto.

 

Kaoru quería pararse del mueble y ponerse a dar brincos como un niño feliz, pero se limitó a sonreír satisfecho, como el adulto que era.

 

—Se lo diré en un rato, ahora vamos a dar un paseo por la playa antes de comer ¿quieres?

 

Ryu asintió y cuando se pusieron de pie. Kaoru lo abrazó con ternura y le dio un dulce beso en los labios, que Ryu recibió complacido.

 

—Vamos a dar un paseo, hermosa, a ver si así te relajas un poco. — le dijo entonces a la niña, mientras acariciaba el vientre de Ryu suavemente.

 

Kaoru lo llevó tomado de la mano por la blanca arena y conversó de mil cosas, que hicieron reír a Ryu y mirarlo atentamente. Quizás no lo estaba escuchando, quizás solo estaba disfrutando de la alegría de tenerlo a su lado. Quizás solo estaba disfrutando de la paz que de pronto sentía, de estar juntos en aquel idílico lugar.

 

 

Idílico no era precisamente el momento, para los que cruzaban de nuevo el umbral de su hogar. Shinobu caminaba despacio y Miyagi tras él, vigilaba cada paso.

 

—Vamos directo a la habitación, la doctora dijo que tenías que descansar.

 

Shinobu negó con la cabeza y se recostó en el sofá que apenas esa mañana acababa de decorar. De hecho, muchos de los adornos estaban regados por doquier, esperando que él terminara de colocarlos.

 

Shinobu cerró los ojos y hundió el rostro en el cojín. Aun no asimilaba lo que estaba pasando, era como una mala broma de la vida y le asustaba y también le molestaba que Miyagi pareciera tan tranquilo.

 

— Voy a hacerte un té.

 

Miyagi se perdió en la cocina, Shinobu suspiro aliviado, necesitaba unos momentos a solas. Se sentó en el sofá mirando a su alrededor. Había bonitos adornos, libros y fotografías por doquier. Cosas que habían escogido juntos, en divertidas salidas de compras. Se puso de pie y aunque le dolían los raspones en sus piernas y brazos, no quería estar recostado, pensando.

 

Colocó despacio los pequeños adornos y libros, en los estantes vacíos. Tomó los portarretratos y los acomodó, mirando sus expresiones de alegría en cada foto.

 

—Siéntate un momento para que te tomes él té, luego yo te ayudo con eso.

 

Le dijo de pronto Miyagi, sorprendiéndolo, mientras miraba una foto donde la habían pasado particularmente bien.

 

— ¿Eso fue en los campos elíseos no? — peguntó Miyagi, quitándole la foto y mirándola con interés.

 

Se sentaron el sofá, Miyagi miraba la foto mientras Shinobu se tomaba el té despacio.

 

—Fue una tarde divertida. —murmuró Shinobu.

 

Miyagi lo miró con una suave sonrisa y abrió sus brazos para que Shinobu se acurrucara en ellos. Sin pensarlo si quiera, Shinobu aceptó la silente petición, dejó la taza en la mesa de centro y se acomodó entre los brazos de Miyagi, cobijado con su calor.

 

—Sabes que aceptaré cualquier decisión que tomes.

 

Le dijo Miyagi, besando su frente dulcemente.

 

— ¿Te refieres a si quiero abortar?

 

Shinobu había pensado mucho en eso. Desde el momento en que la doctora le había dicho que estaba esperando un bebé.

 

—Sí, me refiero a eso o también en el caso de que quieras…tenerlo.

 

Miyagi también lo había pensado, pero era una decisión de dos y entre los dos tenían que pensarlo. Ahora que estaban relajados y en su hogar, quizás podían hablarlo.

 

Shinobu se acomodó mejor, para poder mirar a Miyagi, pero aun así, seguir acurrucado entre sus brazos.

 

— ¿Qué quieres hacer tu? ¿Estarías bien si decido no tener al bebé?

 

Miyagi lo miró y un suspiro de cansancio se escapó de sus labios.

 

—Para ser sincero, no sé cómo me sentiría. Nunca me vi como un papá, pero si tenía la idea de casarme alguna vez y tener familia. Lo más cerca que he estado de una situación así, es con mi hermano y todos estamos entusiasmados con nuestra sobrina.

 

Miyagi miró preocupado a su pequeño esposo, pues era el quien llevaba el mayor peso en todo aquello.

 

—Yo solo quiero que estés bien. Esto es culpa mía, yo soy el que se supone debe ser el más responsable y mira lo que termine haciéndote.

 

—No es tu culpa.

 

— Si lo es Shinobu. Aunque me cuidé en nuestra luna de miel y lo he hecho hasta ahora, no lo hice las primeras veces y mira lo que ocasioné.

 

Shinobu se separó de los brazos de Miyagi, mirándolo con seriedad.

 

—Estamos claros que yo no entré en esto, siendo una inocente y virginal criatura. También sabia de métodos anticonceptivos, Miyagi.

 

— Si, pero…

 

— No Miyagi, sin peros. No me trates como si fuera la victima aquí, porque no lo soy. Ambos somos responsables y ahora tenemos que tomar una decisión.

 

Shinobu se puso de pie, tomó las fotos que quedaban por colocar y se dispuso a ponerlas en su lugar.

 

—No me digas que aceptarás lo que yo decida. — murmuró con dolor, pues no quería  aquella responsabilidad solo en sus manos. Quería a Miyagi con él, lo necesitaba respaldándolo. — Quiero que pensemos bien esto, los dos.

 

De pronto, los brazos de Miyagi lo envolvieron y sintió sus cálidos labios en su frente, en sus sienes, en  sus mejillas húmedas por las lágrimas. En sus labios ávidos de aquel cariño.

 

— Te propongo algo, no pensemos en nada hoy. Te ayudaré a terminar aquí, haremos una rica cena, veremos una película y nos acostaremos a dormir. Mañana, cuando estemos más calmados, tomaremos una decisión.

 

Shinobu asintió.

 

— ¿Me harás el amor esta noche?

 

—Solo si tú lo deseas. — respondió Miyagi, besándolo dulcemente.

 

Shinobu le ofreció sus labios murmurando entre besos:

 

—Lo deseo, lo necesito Miyagi, te necesito.

 

Miyagi le sonrió con ternura.

 

—Entonces ven, vamos a terminar de decorar nuestra casa, así se nos pasa el tiempo más rápido.

 

Shinobu asintió con un dejo de dolor.

 

“Nuestra casa”

 

Se dijo en su mente, pensando que eso era lo que le había hecho salir corriendo, sentir que aquel lugar era su lugar.

 

Quien no se sentía en su lugar era Hiroki. Cuando despertó en medio de la noche, Nowaki aún estaba a su lado, pero ahora lo tenía abrazado y estaban acurrucados bajo las sabanas.

 

Se dejó llevar por el pánico por un segundo y luego, luego comenzó a sentirse diferente. El calor de Nowaki era agradable. Sus brazos abrazándole eran agradables y el aliento cálido que acariciaba su nuca era agradable. Se relajó y permaneció quieto, sintiendo las placenteras sensaciones, era una locura, pero no le importó en ese momento.

 

Nowaki debió percibir el cambio y se desperezó con flojera.

 

— ¿Estás despierto?

 

—Acabo de despertarme. — respondió Hiroki con monotonía, tratando de ocultar su excitación. — Deberías ir a dormir a tu cama.

 

Nowaki tocó su frente y le sonrió cariñosamente.

 

—Si me quedo en mi cuarto no podré cuidarte. Parece que la fiebre ya bajó por completo.

 

Se paró de la cama y miró la hora.

 

—Te toca el antibiótico, déjame traerte un vaso de agua.

 

Hiroki se quedó en la cama con el corazón acelerado. Nowaki estaba desnudo y él no se había dado cuenta. Habían dormido juntos y el muy cretino estaba desnudo.

 

—Lo voy a matar. — murmuró con molestia, tratando de ponerse de pie.

 

Nowaki regresó con el vaso de agua y las pastillas,  corrió a la cama cuando vio a Hiroki tambalearse.

 

— ¿Estás loco? Quédate en la cama, no ves que aun estás débil.

 

—Tu…tu, maldito cretino.

 

— ¿Qué demonios te pasa?— preguntó Nowaki confundido, al verlo tan furioso

 

— ¡Estas desnudo! —gritó Hiroki, señalándo lo evidente.

 

Nowaki seguía sin entender el escándalo.

 

—Si  ¿cuál es el problema? Tú sabes que yo duermo desnudo.

 

De pronto una almohada fue a dar en su cara.

 

— ¡Duerme desnudo en tu maldito cuarto! —gritó Hiroki, ya sin fuerzas.

 

Nowaki rio a carcajadas.

 

— ¿Eso es lo que te molesta? — preguntó, cuando pudo controlar la risa. —Has dormido todo el rato conmigo así y no te quejaste.

 

Hiroki se recostó en la cama, ya no tenía ganas de pelear. Con un mohín de disgusto se acomodó bajo la sabana, dándole la espalda.

 

— Tomate la pastilla.

 

Se dio la vuelta con un suspiro y sentándose en la cama, aceptó que Nowaki le diera el vaso de agua y la pastilla.

 

—Vete a tú cuarto, no te necesito  aquí.

 

Cuando se tomó la pastilla se volvió a acurrucar entre las sábanas, dándole la espalda a Nowaki. Dejó que pasara un rato y no escuchó ruido alguno en la habitación. Supuso que Nowaki se había marchado, así que se relajó. Pero su sorpresa fue grande cuando se giró y lo encontró recostado en el sillón, con un pantalón de chándal puesto.

 

—Te dije que te fueras a tu cuarto. — gruñó entre dientes.

 

—Yo no dije en ningún momento que estaba de acuerdo con eso.

 

— ¡Ahhh, no te soporto!

 

Hiroki volvió a acomodarse entre las sabanas, enfurruñado. Después de un rato, escuchó la respiración pausada de Nowaki, pero él no podía dormir. Estaba haciendo frio y aquel pequeño mueble era muy incómodo para el tamaño de Nowaki. Se movió con inquietud varias veces, no encontraba acomodo.

 

—¡Maldita sea, ven a la cama! — gritó finalmente, abriendo las sabanas para Nowaki.

 

—Creí que no me querías allí.

 

—¡No me provoques Nowaki, estoy enfermo y débil, pero aun puedo golpearte! — le advirtió a su provocador esposo. —Ven de una maldita vez, no puedes dormir allí.

 

Nowaki se mordió los labios para ahogar la risa y se acomodó entre las cálidas sabanas.

 

— ¿No me das un beso de buenas noches?

 

Hiroki, harto de las provocaciones de Nowaki, se dio la vuelta para golpearle y se encontró de frente con el rostro hermoso, dibujado perfectamente en la semioscuridad de la habitación. Algo se despertó en él, algo íntimo, sensual, algo que quizás había estado escondido en su interior.

 

—Deja de molestar. — murmuró casi sin aliento, pero ya era tarde.

 

Nowaki se acercó y lo besó, con una suavidad tal, que desarmó todas sus defensas. Había sido él quien invitó al lobo a entrar y ya era tarde para arrepentirse.

 

Misaki repasaba esa noche en su cama, los acontecimientos de esa tarde. Akihiko lo había acechado como un lobo a su presa y lo había desarmado con aquel beso erótico y apasionado, pero pensándolo fríamente, su prometido había estado más bien distante.

 

Desistió de dormir y se paró para caminar a la cocina por un té. Sentado en la terraza de la casa, pensó también en la actitud de Fuyuhiko. El hombre se veía acabado emocionalmente y aquellas palabras.

 

— ¿Qué quiso decir con que salvé a la familia?

 

Volvieron entonces las aprensiones a su mente, las palabras de su madre taladraron su corazón.

 

—No… no Misaki, no pienses así. — se reprendió como molestia. —Esto no es un maldito negocio. Akihiko te ama, él va a casarse contigo por amor.

 

Pero no estaba seguro de lo que él mismo se estaba afirmando. Luego de darle vueltas un rato en su cabeza, las ideas se enfriaron y también la taza de té que nunca tocó.

 

Subió hasta su cuarto y se sentó en su escritorio. Prendió su laptop para mirar con emoción, todas las fotos que tenía con Akihiko.

 

—Somos felices, el me ama. — murmuró, mirando las fotos donde él sonreía feliz, pero Akihiko, rara vez sonreía.

 

Inmerso en su felicidad, no había notado aquel detalle y eso lo confundió aún más. Desesperado, tomó una mala decisión. Buscó y buscó, hasta que encontró lo que deseaba, las cientos de fotos que la prensa rosa había sacado de Akihiko y su primer amor. Al compararlas, su corazón se estrujó con violencia.

 

Akihiko le sonreía a Keichi, lo miraba a los ojos con amor, sus fotos parecían genuinas y no la fingida pose que de pronto le parecieron, las que él guardaba celosamente.

 

— ¿Por qué te estás haciendo esto?

 

Le preguntó a  su imagen, reflejada en el espejo.

 

Miró su mano, donde el anillo de compromiso brillaba con intensidad. Le daba miedo pensar.

 

Se metió en el baño, se visitó con rapidez. Salió de su cuarto corriendo escaleras abajo. Cuando sacó el auto del estacionamiento, ya no sentía ni el latir de su corazón. Se comió las avenidas, que aquella noche estaban casi desiertas. Lo pensó unos segundos al estacionarse en el edificio de Akihiko, pero pese a todas sus aprensiones y dudas, abordó el ascensor.

 

Akihiko no dormía tampoco. Estaba en su estudio, revisando unos papeles importantes, cuando el timbre sonó.

 

— ¿Quién será a esta hora? — se preguntó con molestia.

 

Su sorpresa fue mayúscula, cuando al abrir la puerta, se encontró a un serio Misaki.

 

—No quiero esperar más. —murmuró Misaki, rezando para que Akihiko, aquella noche no le dijera que no.

 


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