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Matrimonio... ¿de conveniencia? por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Hola niñas, primero que nada feliz año nuevo, espero sean muy felices con sus familias y amigos. Este año nuevo espero poder compartir con ustedes muchas historias. Aqui les dejo el ultimo capitulo de este año, nos vemos el año que viene. Se les quiere, un abrazo enorme y mis mejores deseos para todas. 

Conviene no mentir.

 

 

—Desayuno en la cama. — declaró una voz risueña, entrando en una habitación en penumbra.

 

Shinobu se arrebujó entre las revueltas sabanas, su rostro relajado y feliz miraba sonriente y perezoso al apuesto hombre, que colocaba una bandeja llena de comida sobre la cama.

 

—Es de madrugada aun. — se quejó risueño.

 

Miyagi besó los cálidos labios sonriéndole amorosamente.

 

—Son las diez de la mañana esposo mío y tenemos una boda  a la que asistir hoy.

 

Sentándose en la cama, Shinobu comenzó a comer lo que había en la frugal bandeja.

 

—Tu hermano debe estar muy emocionado y nervioso.

 

—Misaki ha esperado este momento por años. — murmuró Miyagi sonreído, recostándose en la revuelta cama. —Hoy es el día en que su más preciado sueño se hará realidad.

 

— ¿Lo ha amado desde hace tanto? — preguntó Shinobu, maravillado por la intensidad de aquel amor.

 

—Desde que era un niño y Akihiko un adolescente rebelde que se paseaba del brazo de cualquiera. Los novios le duraban un día o menos y Misaki siempre mantuvo la esperanza de que el último seria él.

 

Miyagi se paró de la cama y caminó hacia la ventana para abrir las cortinas y dejar entrar la deslumbrante luz de sol.

 

—Me preocupa un poco ¿sabes? —le dijo a su esposo, mirándolo con un dejo de ansiedad. —Tanto amor, guardado por tanto tiempo, tantos sueños, tanta devoción. Misaki basó su vida en ese amor y si Akihiko le falla, si lo decepciona de alguna forma, temo que mi hermano no lo soportaría.

 

Shinobu extendió la mano y Miyagi se acercó a él, besando los labios frescos que se le ofrecieron con dulzura.

 

—No tienes por qué pensar lo peor. —le aconsejó Shinobu entre besos. —Tu hermano es una hermosa persona, estoy seguro que su futuro está lleno de felicidad.

 

Miyagi sentía su corazón henchido de amor, mirar aquellos ojos dulces, aquel rostro perfecto, aquellos labios tentadores.

 

“Que afortunado era”

 

—Sabes que yo te…

 

El teléfono sonó, interrumpiendo lo que quizás habría sido una muy esperada confesión. Miyagi, suspirando, se separó de su esposo y fue a atender, dejando a Shinobu ansioso por escuchar lo que su esposo iba a decirle.

 

— ¿Podrías calmarte? Comienza desde el principio, no he entendido nada de lo que has dicho.

 

Shinobu se sentó en la orilla de la cama, preocupándose enormemente al ver el rostro de su esposo ensombrecerse a medida que pasaba el tiempo.

 

—Eres un maldito idiota ¿cómo se te ocurrió hacerle algo así? — gritó Miyagi exasperado. — ¿Y cómo demonios quieres que no te grite? Hiroki tiene toda la razón de estar furioso contigo... No se te ocurra ni siquiera pensar en no ir… Hoy es el día de Misaki y no vas a arruinarlo con tus idioteces… Me importa un comino, iras a la fiesta sin Hiroki y luego lo buscaras y le pedirás perdón de rodillas, maldito imbécil.

 

Shinobu hizo un respingo cuando vio a Miyagi colgar la llamada con violencia.

 

—Tengo un hermano imbécil. — murmuró contrariado.

 

Shinobu se paró a su lado, acariciando su rostro con ternura.

 

— Sea lo que sea, no puede ser tan malo, seguro se resolverá.

 

Miyagi besó los finos dedos que le acariciaban, mirando a su esposo con resignación.

 

—Embarazó a Hiroki a propósito y el de ellos no es un matrimonio convencional.

 

Shinobu lo miró con aprensión y Miyagi asintió contrariado.

 

— ¿Ahora ves? No es tan fácil como parece. Hiroki tiene toda la razón para estar furioso con Nowaki y… justamente hoy.

 

Miyagi suspiró cansado, y caminó para salir de la habitación.

 

—Voy a prepárame algo fuerte, el día no comenzó bien.

 

 

Ese era un día de celebración, se suponía que las cosas no debían salir mal.

 

Se suponía.

 

 

Ryu estaba en el salón principal, la mañana había comenzado encantadora, un desayuno delicioso en compañía de su esposo. Una despedida romántica pues Kaoru trabajaría un poco en la empresa esa mañana y luego, cuando Kaoru se fue, Ryu se dedicó a ultimar los detalles de la encantadora fiesta de esta tarde.

 

A pesar de las advertencias de su esposo, había hecho contacto discretamente con el organizador de los preparativos de la fiesta. Conversaban alegremente y el joven le informaba de  cada detalle. Ryu solo deseaba que aquella fiesta fuera memorable para su hermano.

 

—Me parece bien esa elección de vinos y es encantadora la cristalería que escogiste… Oh sí, yo también había pensado en orquídeas, pero las rosas azules también fueron una grandiosa elección.

 

Cuando más entretenido estaba en su conversación, Harumi entró al salón, con el rostro cargado de angustia.

 

— Ryu sama. — murmuró temerosa.

 

Ryu se disculpó con su interlocutor y le dedicó su atención a la chica.

 

—Dime Harumi. — frunció el ceño al verla tan pálida. — Harumi ¿qué pasa?

 

La chica señaló la entrada de la mansión.

 

—Allá afuera está… está…

 

— Tu madre. — Dijo entonces una voz más fuerte y decidida.

 

La mujer pasó por el lado de la nerviosa chica, mirándola con desdén.

 

—Es evidente que ni para llevar una casa sirves. — le espetó con desprecio, sentándose majestuosamente en un sillón. — Tus empleados son tan inútiles como tú.

 

—Madre. — murmuró Ryu casi sin aliento.

 

La mujer lo miró con un odio tal, que causó un escalofrió en todo el cuerpo de Ryu, haciendo que este se sentara precariamente en un sillón.

 

— Ryu sama. — exclamó Harumi preocupada, corriendo a auxiliar a su jefe.

 

—Muchacha. — espetó entonces la madre de Ryu. — vete a la cocina y no regreses.

 

Ella miró a Ryu consternada, su amo estaba más pálido que un fantasma.

 

—Ryu sama. — preguntó bajito, como temiendo hablar o moverse de aquel lugar.

 

—Ve Harumi, ve… — le rogó Ryu, tratando de recomponerse.

 

A regañadientes la chica salió, pero no a la cocina. Salió en carrera a llamar a su jefe.

 

— ¿A que debo tu visita, madre? — preguntó Ryu, cuando pudo recobrar un poco de su aplomo.

 

La mujer se puso de pie y se acercó a él, lo que lo hizo estremecer. Su madre era una mujer alta, quizás no corpulenta, pues su estructura ósea era delicada y femenina. Pero sus ademanes, su comportamiento, eran los de una amazona. Una mujer recia, dura, cruel. Hermosa por fuera tanto como espantosa y podrida estaba por dentro.

 

—Tu maridito cree que hizo mucho alejándote de mí. Prohibiéndote ir a casa, llevándote lejos por quince largos días.

 

Ryu temblaba, cuando ella le hablaba con una suavidad atemorizante, rodeándolo como un depredador a punto de atacar a su presa.

 

—Ka…Kaoru no…

 

—Cállate. —  le espetó con furia. — hablarás solo cuando yo te lo ordene.

 

Ryu se sintió de nuevo un adolescente. Siempre asustado, su rostro continuamente magullado por los golpes de un feroz látigo. Nunca recordaba porque le estaban riñendo, solo sabía que estaba aterrado. Aquella escena se había repetido tantas veces…tantas.

 

—Mamá… por favor.

 

El primer golpe no lo tomó por sorpresa. La bofetada calló en su rostro con una contundencia tal, que de no haber estado sentado habría caído al suelo. Su cabeza se sintió aturdida por segundos y su mejilla comenzó a arder de dolor.

 

—Te dije que te callaras, maldito bastardo. Te dije que te iba a castigar cada vez que no obedecieras ¿lo recuerdas?

 

Ryu puso una mano en su magullada mejilla y asintió silenciosamente.

 

— ¿Crees que porque el asesino de tu marido te defiende, estas a salvo de mí? 

 

Ryu se acurrucó cuanto pudo en el sillón, se sentía indefenso, asustado. Aquella mujer lo dominaba, siempre lo había aterrado, se sentía como un niño, ella lo llenaba de terror.

 

— ¡Responde infeliz!

 

—Por favor. — suplicó asustado, sabiendo que ella lo iba a golpear una vez más.

 

Pero el golpe no llegó y Ryu sollozó con alivio, cuando una voz potente llenó el salón.

 

—Le conviene cesar toda agresión… Kusama sama.

 

Kaoru había dejado a Koeda a cargo de la seguridad de Ryu. El hombre aun no entendía como aquella mujer había logrado entrar a la mansión, pero tampoco tenía tiempo de averiguarlo, ahora tenía un problema mayor que resolver. Sacarla de allí.

 

—En esta casa todos los sirvientes son unos impertinentes ¿Tienes idea de lo que te hará mi marido si sabe cómo me has tratado?

 

Koeda no le prestó atención a la arrogante advertencia de la mujer.

 

— Harumi, lleva al amo Ryu a la habitación.

 

Hanako Kusama miró al hombre con desprecio, para luego dirigir la mirada hacia su atribulado hijo.

 

— Si te paras de ese mueble atente a las consecuencias. Tú sabes Ryu, tú sabes lo que yo puedo y voy a hacerte.

 

Ryu la miró aterrado, ella le sonrió con soberbia.

 

—Dile al sirviente que se largue.

 

Ryu miró a Koeda, suplicante. De su garganta no salía ruido alguno, estaba paralizado por el temor.

 

—Ryu sama, vaya con Harumi, se lo suplico, confíe en mí. Confíe en Asahina sama.

 

“Kaoru”

 

Ryu, evocó el nombre en su mente. Ese hombre que había dado tanto por el, que lo protegía, que lo amaba. Cerrando los ojos tomó la mano que le ofreció Harumi y ante la mirada perpleja de su madre, salió del salón sin mirar atrás.

 

Harumi lo recostó en la cama y le dio un te dulce y caliente. Vigiló su sueño por largo rato hasta que la puerta de la habitación se abrió.

—Está dormido, le costó un poco, pero le di el sedante que le recetó el doctor.

 

— Gracias Harumi.

 

Le dijo Kaoru. Sintió que le había costado una eternidad llegar hasta allí, pero antes de ir con su esposo tenía que poner a andar su plan. Era hora de que la madre de Ryu recibiera lo que merecía.

 

Se desvistió y se metió entre las sabanas, aún faltaban unas horas para la fiesta y como sabía que Ryu se empeñaría en ir, decidió dejarlo descansar, metido entre sus brazos, protegido allí, como siempre debió estar.

 

— Pensé en darte  tiempo mi amor, pero ella no me dejó otra opción. Solo espero que seas lo suficientemente fuerte para soportar lo que viene.

 

Kaoru besó los labios de su esposo y se acurrucó con él, esperando que despertara.

 

 

Despertar fue bastante difícil, para alguien que apenas logró dormir entrando la madrugada.

 

— Te ves hecho un desastre.

 

Hiroki miró consternado, al hombre que parado en la puerta de la habitación provisional que había ocupado, lo veía con un dejo de tristeza.

 

—Así me siento. — aceptó desganado.

 

Aparecer en la casa de Iwaki a media noche no había sido la mejor de sus ideas, pero Nowaki había entregado su antiguo departamento así que sin ganas de volver al que ahora compartían, se había quedado sin opciones.

 

—El desayuno está listo ¿por qué no te das un baño y vienes a comer? Después podemos irnos juntos al hospital.

 

La sugerencia de Iwaki no era muy bien recibida, no tenía apetito e ir al hospital era lo menos que quería hacer.

 

Hiroki lo miro con sorna.

 

—Ir al hospital. — murmuró consternado. No sabía si tendría fuerzas aquel día para enfrentar el ir y venir del hospital, aunque por lo menos tenía el consuelo de que no vería a Nowaki. Afortunadamente ese día estaba de permiso por el matrimonio de su hermano.

 

Iwaki se sentó en la cama mirándolo con seriedad.

 

—Desde que te conozco te he admirado, siempre fuiste un estudiante dedicado y sé que serás un gran médico. No arruines las cosas ahora. Kusama no se merece que eches a perder tu vida por él.

 

Iwaki salió de la habitación y Hiroki se quedó mirando el techo pensativo.

 

Era tarde para preocuparse, ya su vida estaba destrozada. No sabía cómo terminarían las cosas entre él y Nowaki ahora que esperaban un hijo.

 

Al poco rato, metido debajo de la ducha, no dejaba de darle vueltas a su situación ¿qué haría ahora? ¿Cómo enfrentar un embarazo que no deseaba? Un embarazo que significaba el fin de todos sus planes, de todo por lo que había luchado tanto.

 

Se recostó de la fría pared del baño y suspiró cansado, ya no tenía ni fuerzas para llorar. Lo había hecho todo el rato que había pasado deambulando por las calles. No lograba entender como Nowaki había podido hacerle aquello.

 

Iwaki no preguntó de más, ni siquiera cuando lo vio aparecer demacrado y lloroso en la puerta de su casa. Había sido si, muy solicito. Lo había instalado en la habitación de invitados, le había servido una taza de té y lo había ayudado a acostarse en la cama, cuando no tenía ni fuerzas para caminar.

 

Comieron en silencio. Iwaki esperaba que él se abriera, no quería presionarlo, pues Hiroki se veía tan frágil y tan tenso que parecía que iba a quebrarse en cualquier momento.

 

En la entrada del hospital los recibieron miradas curiosas, pero a él no le importaba y Hiroki estaba tan absorto que ni lo notó.

 

Haneda sensei recibió a Hiroki cuando este llegó a la sala de residentes.

 

—Pensé que no venias hoy  ¿no es el matrimonio de tu cuñado?

 

Hiroki negó con la cabeza y bajó la mirada.

 

—Yo…yo no voy a ir. — murmuró apesadumbrado.

 

La mujer también pudo notar la tensión en su cuerpo y no preguntó más.

 

—Bien, ve a cambiarte, tenemos mucho trabajo el día de hoy.

 

Cuando Hiroki caminó por el pasillo del hospital, seguido por el nutrido grupo de compañeros, sintió que esa era su vida, que por eso había trabajado años, que no era justo que tanto esfuerzo le fuera arrebatado por un capricho de Nowaki. Entonces lo odió con más fuerza por haberlo puesto en aquel predicamento.

 

—Kamijou san, vienes conmigo — pronunció Iwaki con fuerza, sacándolo de sus pensamientos.  No había notado que estaba en la ronda de selección y que ya muchos de sus compañeros se marchaban con los especialistas de turno.

 

Haneda lo tomó de la mano cuando este camino como sonámbulo tras Iwaki.

 

— ¿Hiroki, estas bien?

 

No, no lo estaba, estaba peor de lo que podía expresar y la idea que tenía en su mente lo estaba atormentando, carcomiendo todos sus principios.

 

— ¿Haneda sensei puedo hablar…hablar con usted, a solas?

 

La mujer asintió, sonriendo maternalmente.

 

—Claro que sí, ven, vamos a mi consultorio.

 

Hiroki se dirigió entonces a Iwaki.

 

—Lo… lo alcanzaré en un momento.

 

El médico asintió solemne.

 

—Tomate el tiempo que necesites.

 

Cuando finalmente se encontró a solas con la bondadosa mujer, esta le preguntó con ternura.

 

— Bien mi niño ¿qué pasa? ¿Tienes problemas con Nowaki?

 

Hiroki la miró y sus ojos instantáneamente se llenaron de lágrimas.

 

—Haneda sensei, estoy… estoy. —Hiroki no podía ni mencionar su situación. — estoy embarazado y no quiero… no quiero tener este bebé.

 

La mujer no cambió su expresión, quizás si suavizó un poco más su mirada.

 

Para Hiroki fue liberador dejar salir aquella confesión, no le gustaba la forma en que se  sentía, pero estaba confundido, molesto, dolido con Nowaki. No le había dejado decidir, no le había consultado, había violentado todos los años de amistad que los unían y lo había traicionado ¿cómo podía sentirse bien en aquella situación?

 

Haneda lo abrazó con ternura.

 

— ¿Quieres abortar? — Preguntó serenamente.

 

Y allí estaba el meollo del asunto, pues ciertamente Hiroki no quería ese embrazo, pero ¿abortar? Eso iba contra todos sus principios.

 

— No lo sé. — musitó quedito. —No sé qué quiero hacer.

 

Haneda supo que tendrían una contundente conversación ese día, porque esa decisión no iba a ser fácil de tomar.

 

 

Decir que si era la mejor decisión que había tomado Misaki en su vida y esa mañana cuando despertó y vio su hermoso traje brillando con la luz del sol, supo que había decidido ser feliz para siempre y se lo agradeció a la vida.

 

No había espacio en su corazón para un gramo más de felicidad, ese era el día más perfecto de su vida. Bajó y desayunó con su padre, extrañado por la ausencia de su madre. Conversó amenamente con su padre y luego de un rato, subió a su habitación, solo le restaba esperar a que el tiempo pasara rápido para poder ser por fin el nuevo señor de Usami.

 

La casa entera bullía de movimiento. Ya estaba todo casi listo, los empleados eficientes ultimaban detalles y Misaki caminaba por su habitación hablando con su mejor amigo y padrino.

 

—Sí, me tiene extrañado que ella no esté en casa…Ay no fastidies ha de estar de compras o algo así… En vez de estar molestándome, preocúpate por ponerte muy guapo para esta noche, quizás seas tú el próximo en casarse…. Shinnosuke por todos los cielos hasta cuando vas a estar con ese encaprichamiento con Nowaki, mi hermano ya está casado… Si, si, deja de fastidiar y ve a darte un masaje.

 

Misaki colgó el teléfono y lo tiró sobre la cama, cuando sonó nuevamente suspiro con fastidio. Sentimiento que se borró al ver quien le llamaba.

 

—Yo pensé que iba a estar muy ocupado la mañana de hoy, Usami sama.

 

Akihiko firmaba un montón de papeles cuando se le ocurrió llamar a Misaki. Ese día sentía la necesidad de reafirmar que lo que estaba haciendo no saldría mal.

 

—Para hablar con mi futuro esposo siempre tengo tiempo.

 

Misaki suspiró emocionado al escuchar esa voz tersa y sensual.

 

—Ya quiera que fuera de noche y que estuviéramos en tu avión camino a nuestra luna de miel.

 

Akihiko sonrió forzadamente, aunque de cierta forma él también lo deseaba, acabar de una vez con aquella farsa y comenzar su vida con Misaki, intentar hacerlo feliz, mientras cumplía con los objetivos que se había trazado.

 

—Yo te adelanto más en mi fantasía, pues a mí me gustaría estar ya en el hotel pasando nuestra noche de bodas.

 

Misaki esbozo una sonrisa tonta, sonrojado ante la sensual sugerencia.

 

—Te amo Akihiko san, no sabes lo feliz que soy.

 

—Lo sé, Misaki y lucharé para que no dejes nunca de ser feliz. Nos vemos en un rato.

 

Cuando Akihiko colgó, Misaki sintió una cierta desazón. Había algo en aquella declaración. Akihiko no le decía que lo amaba con palabras, pero Misaki estaba acostumbrado a eso, por un momento sintió temor por lo incierto, por aquello que no podía controlar, por los sentimientos de Akihiko que no conocía.

 

Sacudió la cabeza y esbozó una brillante sonrisa.

 

—Soy un tonto… un gran tonto. El me ama. —murmuró sonriendo y poniéndose de pie caminó hasta un espejo, para mirarse y reír por lo brillante y feliz que se veía. —Akihiko me ama… me ama y hoy va a casarse conmigo.

 

Después de afirmarle a la radiante imagen del espejo lo que en su corazón sentía con certeza, se recostó en la cama, para mirar soñadoramente el precioso anillo que Akihiko le había regalado cuando le pidió que se casaran. Muy pronto llegarían sus amigos y el estilista que lo peinaría esa tarde, así que en ese instante solo se dedicó a imaginar su futuro y la dicha que le esperaba.

 

Vestido con un smoking y arrebatadoramente apuesto, esperaba Nowaki esa tarde a la salida del hospital. Todo el mundo lo miraba con admiración pero apenas respondió al saludo de algunos, mirando ansioso las puertas del hospital, en espera del que había buscado como loco desde la noche anterior.

 

Finalmente suspiró con alivio y caminó apresurado al encuentro de Hiroki.

 

Al verlo, Hiroki dio un respingo de molestia y su acompañante le dio una mirada de reprobación a Nowaki.

 

—Kusama, te hacía en el compromiso de tu hermano.

 

Nowaki miró a Hiroki con desesperación, queriendo obtener alguna otra reacción que no fuera el desprecio que veía en sus ojos.

 

—Haneda sensei, buenas tardes, yo solo… solo vine a hablar con Hiroki un momento.

 

—No tenemos nada que decirnos, Nowaki. — espetó Hiroki con violencia, pero la mano de su mentora lo hizo desistir de huir como hubiese deseado.

 

— Habla con el mi niño, te esperaré en el auto.

 

La mujer miro entonces a Nowaki con un dejo de advertencia.

 

—Hiroki se va a quedar en mi casa unos días, mientras arreglas el desastre que causaste. Espero que tomes esta vez decisiones más sensatas.

 

Nowaki la miró con impotencia y ella se marchó, dándole una suave sonrisa de aliento a Hiroki.

 

Después de unos segundos, en los que ninguno de los dos supo que decir, fue Nowaki el que finalmente habló.

 

— ¿Te quedaste anoche con Haneda sensei?

 

Hiroki lo miró con molestia, pensando en si responder o no, finalmente negó con la cabeza.

 

—Me quedé con Iwaki sensei.

 

Nowaki apretó los puños con impotencia. Solo que no tenía derecho ni argumentos para armar un escándalo por aquella información.

 

—Sabes que tenemos que hablar.

 

—Él bebé está bien. — Dijo Hiroki impulsivamente.

 

Había tenido mucho tiempo para pensar aquel día y sobre todo había tenido la ayuda de una sabia mujer, que le había guiado por entre sus enmarañados sentimientos. Guiándolo hasta un punto donde razonar lo que le estaba ocurriendo, no era tan tormentoso y doloroso como en un principio.

 

— Tiene apenas unas semanas, es muy pequeño, pero ya tiene latidos y Haneda sensei dice que… que está muy bien.

 

— ¿Le contaste todo?

 

Hiroki lo miró con dolor.

 

— ¿Te refieres a nuestro fiasco de matrimonio? o ¿Quizás hablas de la manera asquerosa en la que me engañaste para embarazarme?

 

Nowaki lo miró con impotencia.

 

—Tú también estabas allí, Hiroki, quizás si fui culpable por no usar ningún método anticonceptivo, pero no entraste en esto obligado. Estabas muy consiente todas y cada una de la veces en las que hicimos el amor.

 

No podía rebatir aquello, y era una de las cosas que Haneda le había hecho enfrentar. No era Nowaki el único culpable de aquel embarazo. Quizás sí, su inexperiencia lo había sumido en un letargo conveniente para Nowaki, pero eso no lo eximia. Como médico y como adulto responsable que era, no podía culpar solo a Nowaki por la falla en los métodos de anticoncepción.

 

—Yo, no estaba pensando claramente… estaba enfermo y…

 

Nowaki tomó sus manos, mirándolo con disculpa.

 

—No me estoy eximiendo de culpas, sé que lo que hice estuvo mal, pero necesito que me escuches, necesito que entiendas porque lo hice.

 

 

Hiroki negó con la cabeza, estaba cansado física y mentalmente. No quería pensar en Nowaki o en el hijo que esperaban. En aquel momento solo quería dormir y recuperar sus fuerzas, para poder pensar razonablemente en lo que deseaba hacer con su vida en adelante.

 

 

—No ahora Nowaki… dame tiempo. Ahora no tengo fuerzas para hablar contigo. No confío en que no me vayas en envolver en tus engaños y me manipules nuevamente. No quiero encontrarme de pronto representando una farsa en la que no creo.

 

Nowaki suspiró y soltó sus manos, no podía insistir más. Hiroki estaba visiblemente alterado y no quería presionarlo más.

 

— ¿Me dirás cuando quieras hablar?

 

Hiroki asintió y entonces Nowaki lo dejó marchar, con el corazón dolido y asustado.

 

Cuando Hiroki se subió al auto de Haneda y se marcharon, Nowaki escuchó una voz a su espalda.

 

—Supongo que no supiste conservar lo que de manera tan torpe arrebataste.

 

Nowaki miró a Iwaki con desprecio.

 

—Hiroki jamás fue suyo.

 

El hombre rio con ironía.

 

— Y tuyo tampoco, por lo visto. — pasó por un lado de él y se dirigió al estacionamiento. — Ahora yo tengo una ventaja más a mi favor Kusama, yo jamás le he hecho daño ¿puedes decir tú lo mismo?

 

Cuando Nowaki finalmente se subió a su auto, golpeó el volante con furia. Ciertamente todo le había salido mal y estaba a punto de perder a Hiroki.

 

Las copas de fino champan se servían por doquier y ya un montón de invitados recorrían el lujoso salón de la mansión Kusama, que decorado soberbiamente gritaba opulencia y elegancia. Miyagi había llegado hacía unos minutos con un muy elegante y hermoso Shinobu a su lado. Unos segundos después de que Miyagi saludara a sus padres y a algunos invitados, llegó Nowaki, con el rostro sombrío y cansado. Shinobu se quedó sentado en la mesa que les correspondía, mientras Miyagi se llevó a su hermano para cantarle unas cuantas verdades.

 

En la entrada principal un elegante auto hacia su entrada.

 

— ¿Te sientes bien? —preguntó Kaoru por enésima vez.

 

Ryu miró a su esposo con entereza. No se sentía bien, todo aquel encuentro desagradable con su madre lo había desestabilizado enormemente. Pero aquel era el día de su hermanito, necesitaba estar bien y acompañarlo en aquel especial evento. Así, cuando despertó entre los brazos de su esposo, hizo acopio de toda su fortaleza, para sonreír, para fingir que todo estaba bien, para mantenerse estable, aunque solo fuera aquella noche.

 

— Deja de preocuparte. — le pidió con dulzura, tomando su mano con aplomo. —Estoy bien.

 

Kaoru sabía que mentía, pero no podía hacer nada, menos aquel día. Ryu adoraba a su hermano y ese día era importante, era muy especial. Lo menos que deseaba era entrar en aquella casa y ver a su suegra, pero se confortó pensando que al día siguiente seria el quien reiría, pues su plan ya estaba en marcha.

 

Entraron a la mansión y Kaoru puso su mejor cara, sus cuñados los recibieron encantados, aunque en la cara de Nowaki notó cierta tensión, supuso que se debía a la ausencia de su esposo.

 

Se sentaron todos en la mesa familiar, cuidando Kaoru de mantener bien alejado a Ryu de su madre. Estaban enfrascados en una conversación, cuando llegó Akihiko y todo el mundo se apresuró a recibirle. El imponente hombre, ataviado con un elegante y sobrio traje, saludó a todo el mundo con una serena sonrisa. Los padres de Misaki lo recibieron con cortesía, pero no se le escapó a la madre de Misaki, que varios hombres que no conocía le acompañaban.

 

— No sabía que ibas a traer a tus propios invitados, Akihiko san.

 

Akihiko la miró sin inmutarse ni un poco.

 

—No se preocupe por ellos, se irán pronto.

 

Haruhiko y Fuyuhiko, que estaban a su lado, intervinieron para que la mujer no se sintiera ofendida con la escueta respuesta y se llevaron a los Kusama entre conversaciones de negocios y sobre la gloriosa decoración.

 

Akihiko se quedó mirando la majestuosa escalera, deseando que Misaki descendiera por ella de una vez, para acabar con todo aquello y largarse de aquel lugar que más bien parecía un baile de máscaras.

 

Su deseo se hizo realidad unos largos minutos después. El primero en aparecer fue el hermoso padrino, que ataviado con un hermoso kimono azul, arrancó unas cuantas expresiones de admiración. Akihiko, al verlo, le dio la orden a los hombres que le acompañaban de tomar sus lugares y ante la mirada perpleja de todos, un libro de actas fue colocado en una mesa y uno de los hombres comenzó a hablar solemnemente.

 

— Nos hemos reunido hoy para celebrar un matrimonio. Ese lazo inquebrantable que une a dos almas que decidieron pasar su vida juntos, intercambiando promesas de amor y lealtad que juraran honrar por siempre.

 

Los aplausos y las risas emocionadas hicieron eco en el salón, cuando una hermosa música comenzó a tocar, sirviendo de telón para que la magnífica figura de Misaki descendiera por las escaleras, ataviado con el más hermoso de los trajes.

 

Ryu tuvo que reprimir las lágrimas, su hermanito se veía perfecto, pues más allá de los soberbio de su atuendo, era su rostro enamorado y feliz, lo que lo hacía lucir encantador.

 

Akihiko lo recibió al final de la escalera y besó su mano con elegante caballerosidad. Misaki le sonrió enamorado y entonces ambos se dirigieron a su sorprendida audiencia.

 

—Muchos se preguntarán. — comenzó Akihiko. —por qué las palabras del juez de paz que hoy me ha acompañado. La verdad es que viendo a mí prometido, que hoy no puede lucir mar hermoso y perfecto, no creo que tenga que explicarles mucho, porque no he querido esperar más para atarlo a mí.

 

Todos rieron encantados y los murmullos corrían por todo el salón.

 

—Esta fiesta ya no es una fiesta de compromiso, es una fiesta de matrimonio, así que bienvenidos y gracias por acompañarnos en este feliz momento.

 

Misaki saludó a sus hermanos con una brillante sonrisa, apenas miró el rostro lívido de su madre y le sonrió con ternura a su conmovido padre.

 

Akihiko lo llevó hasta la mesa donde el juez los esperaba y todos escucharon encantados como el hombre los unía en matrimonio. El resto de la fiesta, luego de que la ceremonia terminara, se llevó a cabo con relativa tranquilidad. Como se esperaba, en medio del barullo, la madre de Misaki no pudo decir o hacer nada, los invitados, desde políticos prominentes, hasta los más encumbrados empresarios, les felicitaban con entusiasmo. Así que, para guardar las apariencias, ella lucia encantada y feliz.

 

Misaki se sentó con sus hermanos cuando por fin cesaron las felicitaciones.

 

— Te ves increíble. — le dijo Ryu con ternura.

 

— Hasta que por fin lo atrapaste. — se burló Miyagi con una dulce sonrisa.

 

—Cuídense, quiéranse mucho y nunca se digan mentiras. — le aconsejó Nowaki con una serena expresión.

 

Misaki sintió sus ojos llenarse de lágrimas, ese era el día más feliz de su vida.

 

—Aun no lo puedo creer. — confesó casi sin voz y Ryu lo abrazó enternecido. Abrazo al que se unieron todos los hermanos, contentos de que por fin su hermanito más pequeño había alcanzado la felicidad.

 

En la madrugada, cuando la fiesta estaba en su apogeo, Akihiko y Misaki se marcharon, con la algarabía de felicitaciones y buenos deseos.

 

Ryu, que ya estaba al límite de sus fuerzas, fue el primero en marcharse, seguido casi de inmediato por Nowaki. Miyagi bailó un rato más con su esposo y una hora después de irse sus hermanos, se marcharon.

 

Ya  en el aeropuerto, Misaki no pudo más que maravillarse con el poder que ostentaba su ahora esposo. Subieron a un elegante avión y fueron atendidos con esmero. Misaki se había pasado el viaje hasta allí, como envuelto en una nube, apenas podía expresar la felicidad que sentía. Tanto que ni había notado que Akihiko estaba más tenso a cada momento.

 

—El vuelo solo dura dos horas, mi amor. — le informó Akihiko. —al final del avión hay una habitación con todo lo que puedas necesitar para que descanses un poco.

 

Misaki perdió un poco del brillo en su sonrisa.

 

—¿No vienes conmigo?

 

Akihiko miró su celular, que en ese momento sonaba insistentemente.

 

—Tengo unos asuntos que atender, cariño. Ve tú, yo te alcanzo en un momento.

 

Misaki asintió casi para él, pues Akihiko se alejó, atendiendo el teléfono como si su respuesta no le importara mucho. A solas en la lujosa habitación, se sentó en la acogedora cama, mirado a su alrededor con un dejo de consternación. No era así como esperaba pasar sus primeras horas de casado. Akihiko, a parte del beso que le había dado cuando sellaron sus votos, no lo había besado más y hasta ahora comenzaba a notar que su  esposo había pasado toda la fiesta tan tenso como las cuerdas de un violín.

 

—No hagas una tormenta en un vaso de agua. — se aleccionó, tratando de no caer en el nerviosismo que siempre lo atacaba cuando Akihiko no correspondía su efusivo amor.

 

Se acercó a la maleta que estaba en el suelo y poniéndola sobre un mueble comenzó a buscar algo más cómodo que ponerse. Mientras lo hacía, hablaba consigo mismo, tratando de alejar sus dudas y temores.

 

—Recuerda que es un  hombre importante y ocupado. Sabes que papá también se la pasaba trabajando día y noche. Ahora dirige dos grandes corporaciones, debe tener un montón de cosas que hacer.

 

Cuando finalmente entró al baño para refrescarse, se miró al espejo y esbozó una tímida sonrisa.

 

—Seguro está tratando de despejar un poco su agenda, para dedicarte todo su tiempo. Después de todo, esta es nuestra noche de bodas.

 

Tras aquel comentario, Misaki rio sonrojado, pues finalmente estaba por conseguir que Akihiko le hiciera el amor y al mirar su soberbio aro de matrimonio, sonrió enamorado, porque ahora sería suyo para siempre.

 

Dos horas después se despertó cuando Akihiko lo sacudió suavemente.

 

—Despierta pequeño, ya llegamos.

 

Misaki lo miró confundido ¿se había dormido?

 

— ¿Me quedé dormido?

 

—Si. — le informó Akihiko con una benévola sonrisa. —Cuando entré a buscarte estabas tan cómodo dormido en la cama, que no quise molestarte.

 

Misaki sonrió un poco avergonzado.

 

“Pudiste despertarme con besos”

 

Pensó un poco incómodo, por la ya molesta actitud pasiva de Akihiko.

 

—Pronto estaremos en el hotel, allí podrás descasar mejor.

 

Misaki se sentó en la cama y lo tomó de la mano, para atraerlo hacia él y darle un suave beso.

 

—Yo ya no tengo sueño. — murmuró con una traviesa sonrisa.

 

Sonrisa que Akihiko no correspondió y que unas horas después se convertiría en lágrimas, cuando Misaki recibiera dos grandes golpes que acabarían con  su felicidad.

 


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