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Designio por Leana

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Notas del capitulo:

Este fic no ha sido beteado, así que me disculpo por los errores. 

II

 

 

Dos semanas. Catorce días completos en los que no lo ha visto. Jean se lleva una mano al cabello y lo agita con fuerza. Se siente desesperado, muy enojado, y se pasea de un lado a otro dentro de su tienda, como un animal en una jaula. Se siente hambriento, anhelante de Marco.

Su padre les prohibió verse hasta que se llevara a cabo el cumplimiento de su trato. Sí, así lo llamó su padre, tener un hijo es parte de un trato. El período fértil de Mikasa estaba por comenzar.

Jean se acerca a la entrada de la tienda, donde un guardia custodia su salida, la cual no está permitida, ni siquiera le han dejado ver la luz del sol, ha estado confinado ahí días enteros. Erwin quiere asegurarse que se llevará a cabo su encuentro con Mikasa y su confinamiento es parte de ello.

Sabe que es de noche, hace mucho que le trajeron su cena y unas mujeres fueron enviadas para prepararle un baño dentro de la tienda, un lujo que se tiene solo cuando están enfermos o para las embarazadas.

Pero Jean sabe que se debe a que esa noche se concretará aquello.

Se sienta al borde de la cama y agita su pierna de arriba abajo con rapidez, intentando mitigar su ansiedad. Respira una y otra vez, tratando de calmarse.

La cortina de la entrada de la tienda se abre y Jean observa a una chica de bellos cabellos negros entrar. Su expresión fría se vuelve aguda cuando sus ojos se encuentran.

Mikasa lleva una bandeja, una botella y dos vasos en ella. Las pone a un lado de la mesa sin decir palabra alguna, para comenzar a servir el líquido. Le tiende el vaso a Jean mientras ella se bebe el propio de una sola vez. El chico la mira confundido, frunciendo el ceño, aún más inquieto por su actuar.

— Mikasa…

— Terminemos con esto rápido —lo interrumpe, dejando el vaso sobre la mesita.

Se acerca a él, alzando el vaso que tiene Jean desde la muñeca, para instarlo a beber. Con el empuje y la insistencia, Jean traga todo el líquido, que calienta su garganta dejando el sabor a uva impregnado en su lengua. Mikasa se lleva el vaso y cuando se gira, su mirada es intensa, pero su expresión demuestra que no es por felicidad.

Se detiene frente a él y deja caer el abrigo de piel que la cubre, un vestido de tela, ajustado y corto, resalta su figura curvilínea, perfecta.

Jean la mira boquiabierto, el sonrojo se instala en sus mejillas pero no tiene tiempo de decir nada cuando la chica toma el borde de su vestido para alzarlo y subirse a horcajadas sobre él, que siente el peso liviano de su cuerpo femenino, esos muslos sobre los suyos, sus pechos cuando se pega contra su cuerpo. Jean traga con fuerza, algo mareado por el golpe de alcohol y las sensaciones que se arremolinan en su interior. Todo es confuso, es incómodo.

Las manos blancas de la chica se posan sobre su pecho, rozando sus labios pero no llega a tocarlos del todo. Quita la chaqueta de cuero que cubre el torso de Jean y este la mira, con la respiración alocada. Pero no es por su toque, no, se siente extraño, infiel. No quiere hacer eso.

— Espera…

Pero la voz de Jean se vuelve nada para ella, que toma sus manos y las lleva hasta sus pechos, al tiempo que mueve las caderas para frotarse contra él.

— Mikasa, no…

No lo escucha, no quiere. Ella tiene un deber que cumplir, una misión. Eren siempre le ha inculcado que la villa es lo más importante, y no quiere decepcionarlo de ninguna forma.

Solo por eso aceptó aquello. Aunque Annie, su pareja, se sintiera herida, pero incluso ella le dijo que eso es lo que debía hacer. Las órdenes del líder son absolutas porque siempre quiere lo mejor para la comunidad.

Se frota con más insistencia, lamiendo la oreja del chico, que da un respingo ante el toque.

— Solo debes acabar dentro y ya, son dos semanas que no tienes sexo, debes estar en tu límite… será fácil. Haré que sea rápido.

A pesar de su voz deslizándose dentro de su mente, su aliento rozando su cuello y de ese insistente frote contra su miembro, Jean no se siente ni de lejos excitado. Mikasa lo nota, por ello intenta crear más fricción. Cuando las manos del chico se posan en su cintura, cree que por fin aquello iniciará, para terminar lo más pronto.

— Lo siento, Mikasa. Pero no quiero hacer esto —dice Jean, clavando sus ojos dorados en ella, que pestañea varias veces sin creer lo que dijo. Se está negando con mucha convicción.

Jean con delicadeza la quita hacia un lado, se levanta y toma su chaqueta para comenzar a amarrarla a su torso de nuevo.

Antes de salir se gira y ella lo observa sentada sobre la cama, en completo silencio.

— No te preocupes, toda la responsabilidad caerá sobre mí.

Cuando lo ve desaparecer tras las pieles que forman sus paredes, la chica sonríe de lado. Está feliz, aliviada, ahora admite que Jean tiene cojones o es muy estúpido como para desafiar a su padre. Pero lo hace por amor y eso es lo que le hace pensar en Annie, que pronto debe volver con ella y conversar para aclarar ese asunto, para terminarlo. Porque si se lo volvían a ordenar, sería ella la que se negara con aquella convicción.

 

 

Marco mira la lámpara frente a él. La llama se mueve con soltura, natural y aquel baile lo hipnotiza haciéndolo perder la conciencia de sus propios pensamientos.

Jean ya debe estar con Mikasa, estarán juntos en esa cama, la que ellos han compartido tantas veces, ya conoce de memoria la textura, su olor, el sonido amortiguado que produce con sus cuerpos al moverse. Pero ahora está siendo ocupada con otra persona, Jean, su Jean, se está acostando con otra.

Marco sabe que es su deber, que incluso lo está haciendo por ellos, pero eso no evita que le duela en lo más profundo del alma. Lo ama más que a nada, desde que tiene  memoria, y jamás creyó que llegaría un momento en el que se sentiría así. Fue iluso, lo sabe, ellos son hombres, y Jean es el futuro líder, por ello su relación no podría durar para siempre, porque el castaño ceniza debe dejar su legado.

Sus ojos traicioneros se humedecieron, culpa a su mirada directa a la llama pero sabe que es el dolor que le está haciendo un agujero en el pecho, justo bajo la unión de sus costillas.

De pronto las cortinas de piel de su choza se abren y los ojos chocolate de Marco se dirigen a la figura que atraviesa la entrada y frunce el ceño al reconocerlo.

—¿Jean?

—Prepara tus cosas, Marco, nos vamos de aquí.

Marco se pone de pie, su boca se abre y cierra, como un pez fuera del agua, porque sus ideas no se pueden ordenar dentro de su mente, no sabe qué decir primero.

— ¿De qué estás hablando?

— Ya te lo dije, huiremos.

—No entiendo nada de lo que dices, ¿qué pasó con Mikasa?

Jean se gira tomando a Marco del rostro y sus ojos por fin hacen contacto. El pecoso puede ver el brillo oscuro tras esas pupilas y su corazón da un brinco. Aun así, no entiende nada de aquello, así que vuelve a insistir.

—Quiero que me aclares esto, Jean.

—¿Acaso no confías en mí? —Pregunta el chico rozando los labios con los suyos.

—Sí, lo sabes. Pero también soy yo el que tiene que evitar que hagas alguna estupidez —dice componiendo una mueca.

Ante esas palabras Jean se aleja serio, dándole la espalda, sabe perfectamente que lo que va a decir no le gustará nada a Marco, así que se abstiene de mirarlo a los ojos. El escrutinio de Marco siempre lo hace flaquear, pero esta decisión es tan importante que no quiere retractarse por nada del mundo.

— No pude —suelta con voz ronca, a lo que Marco frunce el ceño aún más. No le gusta cuando Jean habla con frases a medias—. No pude acostarme con Mikasa… no puedo compartir esa experiencia con nadie que no seas tú.

—Oh, mierda, Jean… —Por fin Marco comprende lo que pasa. Jean no ha podido tener relaciones con Mikasa, así que huirían juntos—. No podemos irnos, tienes una obligación con la aldea y lo sabes.

— ¡Pero nos separarán! Marco… no quiero a nadie más. —El rubio ceniza lo toma de la cintura, sintiendo esas manos apoyarse en su pecho por inercia. Junta sus frentes mientras cierra los ojos—. Estoy dispuesto a renunciar a todo por ti, por lo nuestro.

Jean alza la mano y desliza los dedos por la pluma colorida que cuelga a un costado del rostro del pecoso, inspirando su aroma antes de decir—: Vámonos, Marco, prometo que te protegeré de lo que sea.

Cuando sus labios por fin se tocan, Marco gime derritiéndose en la gloria. En el fondo de su corazón está feliz, porque aunque sabe que no debe ser posesivo, está contento de saber que Jean seguirá siendo completamente suyo. Con ello en mente, abre más sus labios para permitir que esa lengua caliente se frote contra la suya, demostrándole su alivio.

Jean lo besa con delicadeza, quiere hacerlo sentir seguro, que lo ama sólo a él. Marco es lo más importante en su vida, lo único que tiene.

Se funde en su dulce sabor, por fin el sentimiento de culpa es disipado y Jean lo besa con más pasión, jalando sus labios entre los suyos y apretándolo más contra su cuerpo, sintiendo su calor. Quiere hacérselo ahí mismo, pero sabe que no puede perder tiempo, deben irse de allí cuanto antes.

—Bien, nos vamos.

Y ahí está el lado más sensato de Marco, que se ha alejado otros dos pasos y se cruza de brazos para enarcar una ceja y sonreírle de medio lado, aun así su expresión no refleja diversión.

—¿Sabes que esto es un berrinche? —Pregunta con voz severa, haciendo que Jean lo mire incrédulo.

—¡Mi padre no nos dejará en paz! —Exclama Jean como si eso fuera motivo suficiente para la locura que quiere hacer.

—Escúchame —comienza a hablar el azabache, mirado el suelo y relajando su expresión—. Nos iremos por un tiempo, pero con una condición —agrega haciendo que Jean lo observe cauteloso cuando vuelve a hablar—: Enfriarás tu cabeza, pensarás en esto y en una solución definitiva, luego volveremos.

—Nada nos garantiza que no te quitarán de mi lado si volvemos.

Marco sonríe suave y camina hacia él acariciando su rostro, sonriendo enternecido, porque todos esos sentimientos son mutuos.

—Jean, yo también quiero estar junto a ti por siempre, pero debes pensar en las consecuencias, como también en lo que sucederá si…

—¡Eso es!

—No lo hagas Jean, no utilices mi poder para esto —lo para al notar su mirada intensa.

Jean rueda los ojos, él es el único que tiene control absoluto sobre el poder de Marco y aun así este le pone límites. Aunque lo entiende, si Marco piensa que esto es solo un capricho, no dejará que use su poder, uno dado por los dioses, para algo así.

Asiente lentamente, para luego clavar sus ojos dorados en el chico frente a él, dándole a entender que está determinado a llevar a cabo su decisión. Con un suspiro, Marco se gira y comienza a guardar cuchillas y piedras para hacer fuego. Se abriga un poco más poniéndose pieles encima y se gira para acercarse a Jean.

Sus labios se juntan en un beso leve y cómplice mientras Marco apagaba las lámparas con un soplido y salen por detrás de la tienda, comenzando a caminar hacia la espesura del bosque tras la aldea.

 

 

Jean alza la mirada hacia la noche estrellada, la luna llena sobre ellos es un buen augurio e iluminación, además, conoce ese bosque como la palma de mano, allí ha pasado casi toda su infancia, jugando y corriendo, hasta su adultez, cazando y pescando.

Se abren paso entre la oscuridad, ya no hay espesura que los cubra como cuando recién abandonaron la aldea. Se mueven con cautela, se siente como una aventura para Marco, como un pequeño retiro junto a la persona amada, en cambio para Jean significa mucho más: algo definitivo. Él no quiere a una mujer, no quiere a otro hombre. No quiere un hijo suyo con otro ser que no sea Marco. Porque ello sería la fiel prueba de una traición y eso no podría soportarlo. Pero ambos son hombres y está dispuesto a pagar las consecuencias de no tener un heredero.

Quizás es una simple pataleta de niño, un mero capricho que se le niega ser cumplido, pero aquel capricho es tan importante para él que no puede ignorarlo y ya.

Comenzaron a subir la empinada montaña, donde los arbustos y árboles comienzan a crecer a sus anchas, la nueva espesura ahora si los ayuda a camuflarse, pero también la oscuridad de las ramas altas evitando que la luz lunar de esa noche traspase entre sus densas hojas.

Marco camina a un lado de Jean, que se detiene a la mitad de esa montaña, sobre una pequeña imperfección más plana, que les servirá para dormir.

Comenzaron a desempacar las pieles donde dormirían, cocidos como sacos para meterse dentro. El ambiente no es tan frío, pero la noche refresca y no se pueden arriesgar a un resfriado. Mientras Jean arregla sus cosas, Marco comienza a encender una pequeña fogata con las ramas que han conseguido al paso. Enciende al primero intento y Jean se acerca a su lado para sentarse con una sonrisa de satisfacción.

—Siempre he envidiado tu facilidad para encender fuego, yo, por más que choco estas cosas —dice tomando las piedras que Marco ha dejado a un costado y las mira frunciendo el ceño—, se niegan a obedecerme y lanzar chispas.

Marco sonríe y toma sus manos, las mismas que ahora le rodean desde atrás, para alzarlas frente a sus rostros y que Jean pudiera verlas con mayor claridad.

—Sólo tienes que chocar una hacia delante para que la chispa caiga justo donde quieres. —Explica el pecoso moviendo las manos de Jean para enseñarle justo como se hace.

El contacto de sus pieles tiene el mismo efecto que esas piedras al chocar: encender fuego. Por fin están más relajados y juntos, después de tantos días privados de siquiera verse.  

Marco se gira para poder ver esos ojos dorados brillar ante el fuego, como oro líquido, y su boca fue hambrienta hacia Jean, que lo recibe gustoso, respondiendo con la misma pasión. Su lengua sale a su encuentro mientras Marco gira su cuerpo y se pone de cuclillas frente a Jean. Ese húmedo músculo se frota de manera sugerente contra la del pecoso, que con cada fuerte succión de esos labios, un dulce cosquilleo lo hace estremecer hasta detenerse en su bajo vientre, sintiendo como su hombría toma vida bajo las pieles de su pantalón.

Las manos del azabache desatan los hilos de cuero que mantienen la prenda superior de Jean sujeta a su torso, y la deja caer hacia atrás con un sonido pesado, deslizando sus dedos por el pecho de este. Observa con detención cada parte de esa piel ligeramente tostada, reconociendo las cicatrices de peleas y cazas, de luchas, esas mismas que tanto le gustan. Aun así es tan suave y el aroma a hombre y sudor le llenan las fosas nasales.

Jean es incitante hasta un punto del que no es consiente. Con ese cabello cenizo, pero oscuro en las partes de la nuca, cayendo hacia delante; sus ojos dorados y filosos; sus labios finos. Todo en él le encanta y por fin se siente el dueño por completo.

Marco siempre lo ha amado, pero de alguna manera siempre ha tenido que compartirlo: con la aldea, con su gente, con el deber de ser el futuro líder.

En ese momento, en cambio, se siente diferente, siente que por fin puede reclamarlo como suyo y así lo hará, disfrutará de ese sentimiento egoísta solo por ese instante, porque sabe que volverán y Jean ya no será suyo.

Es su despedida.

Junto al calor del fuego que acaba de encender, observa esa piel levemente tostada y se moja los labios con hambruna, dirigiendo su boca hacia el duro pecho de ese hombre y lamiendo, dejando besos sonoros mientras baja por su vientre. A Marco le fascina su sabor, tan conocido, pero que siempre lo incita. Siente los movimientos de los duros músculos de Jean bajo sus labios, con cada toque, con cada mordida juguetona.

Hace mucho que ha olvidado lo que es la vergüenza, han sido tantas las veces que han estado juntos, que ya no puede más que sentir que eso es lo correcto, que es necesario.

Desata la correa de firme cuero que envuelve la cintura del castaño ceniza y los tironea para sacarlos.

— Marco…

Aquel suspiro ronco, formando un leve vaho al ser Jean el más lejano al calor del fuego, lo hace estremecer. Marco observa la piel cuando sus bellos se erizan, pero sabe que Jean pronto entrará en calor, él lo hará entrar en calor.

Desata sus botas con cuidado, quitando las felpudas telas y observando de vez en cuando a Jean, que parece curioso, pero se deja hacer.

Entonces sus ojos café oscuro se fijan en ese pene a medio endurecer y se relame los labios, dejando que su saliva caliente escurra levemente por ellos y lo toma para acercar su rosto, chupando la punta con delicadeza, ganándose un quejido por parte de su amante. Abre más la boca y lo toma por completo, después lo saca, dejando solo la cabeza dentro de su boca, lamiendo aquel orificio tan sensible y moviendo la mano sobre su eje, sintiendo como se endurece con rapidez.

— ¡Ah! Oh, maldita sea… —jadea Jean frunciendo el ceño, tentado a cerrar los ojos por el abrumante placer, pero no quiere perder ni un solo detalle de lo que le está haciendo el moreno, que como pocas veces, toma el control de esa manera.

Marco alza la mirada y Jean traga con fuerza. El moreno siente el estremecimiento de ese duro miembro contra su lengua y sonríe para sus adentros, le gusta someter a Jean de vez en cuando. Con esa personalidad tan arisca, su voz tan ruidosa y ese ego que sale a flote de manera irritante, pero que a él le parece divertido, un poco tierno e infantil.

Sus labios se expanden e intenta relajar su garganta para recibir toda aquella extensión dentro, hasta que sus labios sienten los bellos cobrizos contra sus labios, ha llegado hasta la base. Reprime una arcada por acto reflejo y lo saca dejando su lengua afuera, con un hilo de saliva uniéndolo a la cabeza del pene.

—Carajo, Marco, quiero follarte ahora. —Sus miradas se encuentran y el pecoso sonríe con ansias.

Jean no puede creer todo aquello, de alguna forma ese encuentro es diferente, intenso, siente como si Marco lo estuviera reclamando como suyo, como si lo estuviera disfrutando con cada beso, con cada succión y eso lo está poniendo tan caliente, que podría correrse en ese instante.

Marco vuelve a su tarea, fascinado por el nuevo descubrimiento. Siempre ha pensado que Jean es su debilidad, pero se está dando cuenta del poder que él tiene sobre el castaño ceniza, de lo que provoca y eso es un nuevo incentivo. Podría durar toda la noche solo con aquella felación.

Mete el duro trozo de carne hasta hacerlo chocar con su mejilla, moviendo la mano y mirándolo de nueva cuenta. Su mano se pasea por sus muslos, suaves y calientes, subiendo por su abdomen, acariciando la línea que forman los oblicuos. Marco está perdido en su aroma y siente su erección doliendo bajo su pantalón, pero no quiere dejar de tocarlo. Está enviciado y le encanta la sensación.

—Me voy a correr, Marco… —Esa voz desesperada, esa mirada ardiente. El moreno le da una lamida a su pene y se aleja solo unos centímetros.

—Hazlo, córrete en mi boca.

—¿Desde cuando eres tan vulgar?

—¿Desde que me junto contigo? —Suelta Marco con un tono sarcástico que a Jean le recuerda a sí mismo, doble efecto a sus palabras—. Ahora… concéntrate.

Jean frunce el ceño, pero todo se va a la mierda cuando esos dientes rozan la cabeza de su miembro. Un escalofrío lo recorre de pies a cabeza, enterrando los dedos en la piel que está puesta sobre el suelo, bajo su cuerpo, dejando que un gemido escape desde lo más profundo de su garganta.

Como ha ordenado Marco, se concentra, centra su mente en esas sensaciones, en esos labios apretando su pene, subiendo y bajando, en la lengua lamiendo de vez en cuando, en el calor y la humedad. Y se corre.

Marco cierra los ojos cuando recibe todo aquel líquido dentro de su boca, deslizándose por su lengua, espeso, y traga apenas, gateando sobre Jean y observándolo intensamente, para guiar dos de sus dedos hacia la boca.

Jean se queda estático, siente su erección despertar casi al instante con un estremecimiento doloroso, apenas puede creer lo que está viendo y todo aquello lo está excitando como nunca. Presintiendo lo que hará el moreno a continuación, baja esos pantalones de piel, tironeando de las cuerdas de cuero y dejando a la vista el trasero del chico, masajeándolo con ambas manos.

—Aahh —suspira Marco, guiando la mano hacia atrás. Jean puede sentir esa mano entre las suyas, que le abren las nalgas para poder facilitar el toque. No puede verlo, pero imaginarlo y en parte sentir el ritmo de la mano de Marco rozando entre las suyas, lo tiene al límite, sintiendo su pene recuperar la dureza total solo con eso.

Marco apoya una mano sobre su hombro para mantener el equilibrio, y Jean aprovecha la cercanía para besarlo, uniendo sus bocas en un beso lento, donde se toma su tiempo para saborearlo, para recorrer su paladar con la lengua y hacerlo enloquecer con cada suave succión cuando sus labios se separan.

— Te amo —dice Jean con la voz enronquecida, mirando las profundidades de sus ojos, rozando su mejilla con la punta de la nariz para aspirar su aroma, varonil pero suave.

El de pecas no dice nada, quita su mano para aferrarse pasando sus brazos tras su cuello de Jean y se sienta a horcajadas sobre él, que acomoda la punta en aquel húmedo agujero, dejando que Marco se deje caer hasta que sus caderas se unen.

—¡Uf! Ah… —Aquellos sonidos eróticos no tardan en salir desde la boca de Marco, hinchada por los besos, con un sabor dulce como el paraíso.

Jean desliza sus anchas manos por su espalda, subiendo la gruesa chaqueta de suaves pieles y tocando su abdomen trabajado, deleitándose con la masculinidad de ese cuerpo que tanto conoce pero que no puede dejar de amar a cada instante.

Se alza lentamente, sintiendo y reconociendo la longitud del miembro de Jean, atrapándolo en la punta, y dejándose caer más brusco. Ya comienza a expandirse y a recibirlo sin mucho esfuerzo, amoldándose a su cuerpo, porque está seguro que los dioses los han creado para estar juntos.

Marco abre la boca para gemir, frunciendo el ceño ante todo aquello, porque se siente incluso más intenso que la primera vez que lo hicieron.

—Te amo… —repite Jean. Porque no hay otro pensamiento dentro de su cabeza, más que el hecho de estar ahí con Marco, haber huido, estar juntos a pesar de todo.

Marco abre los ojos y lo mira fijamente, el frío viento agita la colorida pluma que cae al lado de su rostro y lo hace estremecer, pero el calor de sus cuerpos y del fuego, pronto lo relajan.

Está agradecido, demasiado feliz por ese momento. Se siente completo desde que conoció a Jean. Porque fue él quien descubrió su poder y, con ello, obtuvo el derecho de usarlo. Pero Marco se lo hubiese dado por voluntad propia si hubiese tenido la posibilidad de elegir, así como le ha dado su cuerpo, su corazón. Como le ha dado todo de su persona.

Se deja caer sobre sus caderas otra vez, comenzando un ritmo más rápido, más demandante según su cuerpo lo exige, está abandonado al placer. Pero también un oscuro sentimiento se aloja en su subconsciente. Lo más probable es que esta sea su última vez, sabe que Erwin es de los que hace valer su voluntad y los separará en cuánto vuelvan.

Marco deja caer la frente sobre el hombro de Jean, con un suspiro extraño que llama la atención del otro y, con ello, el castaño ceniza se remueve instando a que Marco alce la mirada.

—No pienses en nada, no aún. Disfrutemos de esto y luego me concentraré en enfrentar lo que sea con tal de tenerte a mi lado.

Jean es un idiota, de esos impulsivos, el hecho de que sea un buen líder es por mero instinto, un talento. Porque él es débil, por ello comprende a la mayoría de su gente. Pero tiene una boca muy vulgar, no piensa antes de hablar y es precisamente por eso que aquellas palabras le llegan en lo más profundo a Marco, porque es una promesa a base de pura sinceridad.

Marco ríe suavemente y Jean se queja por la vibración interna, entonces el moreno recupera su posición y lame sobre sus labios, sobre su nariz y comienza a moverse de nuevo. Jean tiene razón, ese momento es sólo para ellos, luego pensarán en una solución.

—Eres lo único que tengo Jean, te amo tanto…

Y con toda aquella sinceridad, con aquellas confesiones y promesas entre líneas, ambos pierden el control. Con cuidado de no salir de su interior, Jean gira a Marco para recostarlo sobre las pieles y tenerlo bajo su cuerpo, ya ha disfrutado bastante, ahora el que necesita sentirlo es él.

Saca su miembro y embiste con fuerza, deteniéndose en su interior para poder quitarle la chaqueta de piel y dejar su torso al descubierto, donde ataca su pecho con hambruna, lamiendo y mordisqueando sus tetillas erectas, sensibles ante la excitación, ante su toque.

Marco enreda las piernas tras su espalda buscando algo a lo que aferrarse ante los movimientos brutales por parte de Jean.

—¡Ah! ¡Jean! Sí…—gime arqueándose bruscamente, sintiendo como espolea justo sobre su próstata, sabe que no tardará mucho en correrse.

Marco guía la mano entre sus cuerpos, para tocar el punto donde se unen, sintiendo el duro trozo de carne entrar y salir. Jean observa aquello, sin resistirse a besarlo de nueva cuenta, logrando que el pecoso se corra de manera estrepitosa, temblando bruscamente, enterrando sus uñas cortas a lo largo de su brazo y rasguñando desde el hombro.

—Aahh, lo… lo sien-siento… yo… —Marco apenas puede articular palabras, mirando a Jean con los ojos adormilados. Entonces se da cuenta de que falta algo: Jean no se ha corrido—. Vamos, Jean, hazlo dentro.

Jean traga en seco, se ha detenido porque sabe que Marco está sensible, pero ya no le importa, no cuando Marco lo está provocando de esa manera. Embiste un par de veces más y al fin se viene en su interior, calentando y humedeciendo aquellas entrañas. Cuando se separa, el semen escurre hasta manchar las pieles, se ha corrido mucho, a pesar de ser la segunda vez.

Se acomoda a un lado de Marco, pensando en que después limpiará, ahora solo quiere dormir. Ha estado tan tenso esos días y que al fin se permite un relajo. Poniéndole más leña al fuego, se acomoda poniendo otra capa de pieles encima de ambos.

 

 

El silencio nocturno es extraño, tranquilizador al mismo tiempo. El ulular de los búhos, los grillos al cantar, las hojas de los árboles al mecerse. Marco ha olvidado lo que se siente estar así, ya que en la aldea siempre hay bastante ajetreo, desconectarse de todo aquello de vez en cuando no le viene mal.

Gira el rostro despegando su mirada de las estrellas y mira a Jean que duerme plácidamente a su lado. Ronca a ratos, un sonido leve, que le da la señal de que está relajado. Marco sonríe divertido y acaricia sus sedosos cabellos cenizos. De pronto un sonido le llama la atención, es fuerte, alguien pisando las ramas del suelo y sabe que se trata de alguien que no busca esconderse precisamente.

—Jean, despierta —susurra en su oído al tiempo que lo mece, haciendo que el otro se siente de golpe, mirándolo con cierto enojo, para luego observar a su alrededor, desorientado, así que Marco hace una señal con su cabeza hacia el bosque.  

Las pisadas se hacen más audibles y Jean se pone en alerta, tomando una cuchilla mientras Marco intenta sacar una de sus flechas, en caso de equivocarse, con cuidado de no hacer mucho ruido.

De entre los árboles aparece una cabellera oscura y cuando Jean ve esos enormes ojos verdes, suelta un bufido de fastidio.

—¡Maldita sea! —Se queja Eren dándose la vuelta, al tiempo que cierto rubio se le une—. ¿No podías predecir que estarían en esas condiciones? Tendré pesadillas todas las noches.

—Imbécil —Exclama Jean mientras toma la parte sus pantalones y se la pone con rapidez, ante la risa de Marco —. No sé de qué te quejas tanto, el único que tiene pesadillas aquí es Armin cuando está contigo, compadécete de él.

—¿Qué has dicho?

—Eren —lo llama Armin tomándolo por el brazo para detenerlo—. No estamos aquí para pelear, lo sabes.

Eren rueda los ojos y se cruza de brazos. Lo sabe, Armin ya se lo ha advertido antes de salir de la aldea.

Una vez que Jean y Marco están vestidos nuevamente, los cuatro chicos se sientan frente al fuego para poder conservar, aunque Jean es el menos contento de tener compañía.

—Sabía que huirían —suelta Armin con un suspiro—. Jean, tengo un mal presentimiento de esto, vuelvan a la aldea de inmediato, por favor.

—Tranquilo, Armin —le responde Marco con una sonrisa suave—. Volveremos, sólo hay que esperar a que Jean se calme.

—No lo hagas ver como si esto fuera una rabieta, Marco. Sabes muy bien por qué hago esto.

—Yo que tú no sería tan terco y le haría caso a  Armin. Así que levanta tu trasero y volvamos, no vine hasta aquí para regresar con las manos vacías, además él está preocupado —comenta Eren moviendo la cabeza hacia el rubio sentado a su lado—, y no me gusta verlo así, tiene que concentrarse para poder interpretar bien a los Espíritus.

Jean alza una ceja mirando a Eren de manera calculadora, porque él no tiene idea de nada, claro, puede estar libremente junto a Armin, pero Jean con Marco no, debido a que tiene que hacerse cargo de la aldea y además le están exigiendo un hijo.

Meditando aquello, Jean sonríe de medio lado y observa a Eren, mojándose los labios para preparar aquellas palabras.

—¿Sabes lo que se me pide al volver? —Pregunta Jean cruzándose de brazos y sonriendo con autosuficiencia, provocando que Eren frunza el ceño—. Tengo que embarazar a Mikasa. Si me niego, no importa, nos casarán, así que…

—¡¿A Mikasa?! —Exclama Eren inclinándose hacia el frente—. ¡No te atrevas a tocarla! Ella está con Annie… no pueden hacerle esto.

—Para poder seguir con Marco, ella debe entregarle a su hijo, uno que tendrá conmigo y  perderá todo poder sobre él.

—Jean… —susurra Marco.

—No permitiré eso, maldita sea. Es mi hermana, sería mi sobrino, ¿y tendrá que entregarlo? No.  Debo protegerla —dice Eren con los ojos llameando ante su resolución.

Se gira hacia Armin, que no deja de mirar a Jean con esos ojos azules, el chico además de tener el poder de comunicarse con los dioses a través de los muertos, es en extremo inteligente.

Armin sabe lo que Jean está haciendo, pero ya es tarde y Eren ha sido involucrado en el asunto. ¿Por qué Mikasa no les ha contado nada? Ya lo sabe, ella cumpliría con su deber para proteger a su familia. Puede que sean una aldea pacífica, pero Erwin es el líder, la ley, y su palabra lo es todo.

Mierda, todo este embrollo es mucho más complicado de lo que pensaba.

—Podemos hacer un plan, analizar esto y luego regresar todos juntos —propone Armin haciendo que Marco lo mire fijamente.

Marco también es sensitivo, por ello se lleva tan bien con el rubio y sabe que Armin está preocupado por Eren, que combinado con Jean, podrían causar cualquier desastre.

—Estoy de acuerdo, pero insisto en que debemos ser pacíficos, no vernos desafiantes. Podemos apelar a los sentimientos de tu padre, Jean, y evitar alguna pelea —dice Armin.

—No creo que Erwin dé su brazo a torcer. Jean debería demostrar que tiene bolas y revelarse contra él, si gana, será el líder y podrá imponerse—Eren lo mira con una ceja alzada, como si le dijera: eso es lo que debes hacer y lo sabes perfectamente.

—Pero significaría el destierro para Erwin, no podemos hacerle eso. —Marco también está serio, esta vez mirando a Eren. Erwin lo había salvado, lo había traído a su aldea y le había dado un hogar, ¿cómo permitiría que su propio hijo lo desafiara y luego fuera desterrado? No, eso no estaba en discusión.

Los cuatro se miraron unos segundos, el ambiente se ha electrificado y cada uno está en su debate interno, pensando en la mejor decisión, en un plan, en sus seres queridos. Todo aquello está mucho más allá de todos sus sentimientos.

Pero Armin sigue con ese mal presentimiento, no ha podido leer lo que sucedería con claridad porque su poder no es tan específico, solo entrega acertijos, ideas vagas, profecías, pero está seguro de que haber huido de la aldea fue una muy mala decisión.

Entonces su predicción se cumple, cuando de entre los arbustos alrededor de ocho hombres salen con sus arcos y hachas. Para Jean todo es demasiado rápido: sus armas apuntando hacia ellos, no ha podido girar el rostro porque un cuchillo descansa sobre su cuello. Y todo se vuelve borroso.

En cosa de segundos ha reaccionado, y en esos instantes donde se levanta para atacar a aquel hombre que lo amenaza, piensa en lo idiota que ha sido, un irresponsable, porque estaban tan enfrascados en esa discusión que nadie se dio cuenta de que los Samler, un grupo vecino pero con el que nunca se han llevado bien, estaban escondido entre esos arbustos.

Son una aldea cazadora, mucho más antigua que la propia, ya que ellos eran parte de los Vikingos, separados por ideales. Pero los Samler son cazadores ancestrales, muy silenciosos, una aldea de asesinos, peligrosos, por ello su padre nunca se involucró con ellos.

Jean siente miedo y sus ojos pronto buscan a Marco, que armado con su arco arremete con sus flechas a todos aquellos que se le intentan acercar. Son muchos, todos van contra el pecoso y entonces Jean sabe lo que esta pasado: ellos quieren al Oráculo de la aldea.

Corre hacia él sin pensar en nada más, solo quiere estar a su lado para defenderlo y ese es su gran error. Un hombre llega desde el costado derecho, con la espada empuñada, listo para matar. Jean alcanza a echarse hacia atrás por milímetros, pero otro de esos cazadores lo sujeta desde el costado y en instantes su barbilla está sangrando. Jean ha sido marcado por el líder, una “X” marca su mentón con el líquido carmín chorreándole hasta el cuello.

— ¡Jean! —Grita Marco con el miedo enfriándole la garganta, viendo como el mismo cuchillo que marcó a su amado, ahora descansa bajo su cuello.

—No te acerques, Oráculo —le ordena aquel hombre.

Todo está quieto, como si el tiempo se hubiese detenido en ese instante. Armin analiza la escena mientras Eren aprieta la mandíbula con impotencia. Ambos bandos dejan de atacar y se centran en Jean y el líder.

—No quiero tener mayores problemas con Erwin, así que lo haré fácil —habla con voz ronca y que se hace oír por aquel lugar sumido en la oscuridad—. El Oráculo se irá con nosotros y ustedes podrán seguir con vida.

Jean frunce el ceño, ellos conocen a Marco, saben lo que es, ¿olvidaron cómo funciona su poder? Hace muchos años que han dejado de intentar llevarse al pecoso porque es de conocimiento masivo que sólo el hijo del líder tiene poder sobre ese talento. Nadie más puede hacerle preguntas. Ese poder le pertenece más a Jean que incluso al propio Marco.

Abre la boca para decir algo, pero el hombre aprieta aún más, impidiéndole hablar.

—Es tu decisión, Oráculo —dice aquel hombre mirándolo bajo la capucha de piel que cubre su cabeza—. ¿Quieres ser el culpable de la muerte de tu amado? Sabemos que no, así que, ya sabes, sólo debes decir sí, así de sencillo.

Jean no puede hablar y es consciente de que están en desventaja, sabe que no puede hacer nada, pero no puede dejar ir a Marco. No puede hablar, el hombre está apretando tanto su cuello que hasta respirar se le hace dificultoso, se está mareando.

—Voy con ustedes.

—¡Mn! ¡Gh! —Jean se sacude, pero al agarre no mengua y ya no entra nada de aire, más no le importa, él no va a perder a Marco.

Aquel líder hace un gesto con la cabeza y todos sus subordinados comenzaron a moverse, sueltan a Eren y Armin, para luego caminar hacia el pecoso, que suelta su arco y las fechas. Jean las ve caer en cámara lenta, como si neblina se mezclara con el transcurso normal del tiempo, espesándolo todo, volviéndolo lento y pesado.

Marco se gira y comienza a caminar con ellos, está rodeado, pero se ve increíblemente tranquilo.

El líder suelta a Jean, que cae de rodillas mientras hunde los dedos en la tierra y se sujeta la garganta lastimada. Toce, sintiendo el ardor, pero aun así intenta levantarse.

—¡Marco! —Una patada lo hace doblarse de dolor y volver a caer hecho un ovillo, la sangre escurre entre sus labios y alza la mirada viendo a Marco a lo lejos, que lo mira con preocupación mientras el líder camina hacia él por fin.

—¡Debes preguntarlo, Jean! —Grita Armin de pronto y los demás se detienen solo unos segundos para mirarlo.

Jean gira el rostro intentando que el frío aire entre sin hacerle más daño con el roce. Sus ojos buscan la respuesta en los ojos de Armin.

Entonces abre sus ojos y alza el torso, aún de rodillas, para tomar aire y gritar—: ¡¿Cuándo será el mejor momento para que huyas?!

Marco se detiene en seco, uno de aquellos hombres se gira a verlo y frunce el ceño, alejándose unos pasos mientras Marco se voltea hacia Jean. Sus ojos se vuelven dorados, brillando con fuerza en la oscuridad.

—En tres días, cuando la noche se tiña de sangre —contesta Marco con voz ronca, pero de tono suave, está en un trance.

El líder lo observa atento, hasta que Marco cierra los ojos y sacude la cabeza para recuperar su mirada normal. El hombre le da un empujón y el chico comienza a caminar junto a ellos nuevamente.

Jean lo ve perderse en la espesa arboleda y siente su pecho apretarse con el dolor. Lo ha perdido, se han llevado a Marco y eso es en lo único que puede pensar mientras sus lágrimas se pierden bajo su mentón.

La profecía de Armin no deja de resonar por su cabeza.

 

Notas finales:

Samler: Colectores (Noruego) referencia a que esa tribu “colecciona” personas de las tribus que atacan.


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