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One Night Stand por Aomame

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One night stand


Yuxtaposición

Natasha abrió la puerta que la enfermera señaló como la habitación en la que Steve estaba. El click de la puerta hizo que, casi por reflejo, tanto Tony como Steve se separaran y miraran en dirección a ésta.

—¿Cómo estás, Steve?—preguntó Natasha nada más entrar—Tony estaba muy preocupado por ti—añadió maliciosamente y notó el efecto de sus palabras en las mejillas del ingeniero.

—Estoy bien, Nat—Steve, por el bien de Tony fingió no haber escuchado lo último.

—En ese caso, te llevo a casa, ¿te parece bien? Bucky ya está allá, descansando.

Steve asintió.

—Nos acompañas ¿verdad, Tony?—preguntó.

—S-sí.

 

El viaje de vuelta al departamento de Steve fue silencioso. Un silencio incomodo que, sin embargo, hiciera reír internamente a la pelirroja.

Tony estaba aún estresado por el miedo que había sentido. El terrible miedo de perder a Steve lo había aterrorizado demasiado; pero lo que más lo ponía tenso era ese beso, ese breve, brevísimo beso que se habían dado unos minutos atrás. Se preguntaba qué había pasado ahí. Por qué Steve había aceptado ser besado sin ningún problema. Tal vez, se dijo, lo había tomado por sorpresa y por ello no reaccionó ¿Por qué carajos lo había besado? Las cosas de por sí ya eran raras; y no quería perder a Steve, no por un beso impulsivo. Se lamentó durante todo el trayecto y resolvió que hablaría con él nada más llegar al departamento. Se disculparía y así, el statu quo se mantendría y ellos seguirían siendo amigos. Después de todo, era a eso a lo único que podía aspirar, era lo único que no quería perder.

 Por su lado, Steve, en la parte trasera del auto, meditaba con la mirada en las calles, que se sucedían tras la ventanilla. Se golpeaba mentalmente. Era evidente que Tony se había sentido incómodo con ese beso. ¿Por qué, maldita sea, lo había besado? No quería perder la amistad de Tony, era lo único que tenía de él, y haber tenido ese impulso, sin duda, había puesto en peligro eso. Temió, muy profundamente, que su relación con él se viera mellada por ese pequeño descuido. Resolvió que, en cuanto llegaran al departamento, pediría hablar un momento con él. Se disculparía por su imprudencia y esperaría a que todo quedara olvidado.

***

Bucky ya se había duchado y puesto el pantalón del  pijama (porque así estaba más cómodo) cuando ellos llegaron.

—Hey, ¿cómo te sientes?—le preguntó a su mejor amigo nada más verlo.

—Todo bien, Buck, ya sabes cómo exageran esos médicos.

Bucky rió y se puso de pie. Se quitó las placas de identidad y se las tendió a Steve.

—No fue necesario—dijo sonriendo.

—Afortunadamente—contestó Steve, y se abrió la chaqueta para sacar las placas de Bucky de su cuello con más libertad.

Se intercambiaron las placas ante las miradas interrogantes de los dueños potenciales de éstas: Tony y Natasha. Ninguno esgrimió algún comentario al respecto, pero no por ello, se vieron exentos de la curiosidad.

—Bucky, déjame vendarte de nuevo—dijo Natasha y cruzó la habitación en dirección al baño, para sacar vendas del botiquín. Bucky asintió, con un suspiro se dejó caer en el sofá y buscó a tientas el control de la televisión.

“Es el momento” pensaron sincronizados, pero sin saberlo, Tony y Steve.

—Tony/ Steve—hablaron al mismo tiempo

—Dime/¿Si?

—¿Puedo hablar contigo?/ Quiero decirte algo

Callaron y rieron brevemente. Eso distendió un poco la tensión interna que ambos habían acumulado durante el corto viaje.

—Hablemos en mi habitación, si no te molesta…—dijo Steve

—No, no… quiero decir, está bien, hablemos ahí.

Steve asintió y esgrimió un torpe movimiento para indicar a dónde había que moverse; Tony también tuvo un primer paso hacia  allá, torpe y pesado. 

Cuando Natasha volvió con la vendas, sólo vio a Bucky despatarrado en el sofá con la mirada perdida en la pantalla.

—¿Y los otros dos?

—Confesándose… espero—respondió el soldado.

***

Tony se tronó los dedos. De pronto, de nuevo, estaba más nervioso que antes. Y es que nunca había estado en la habitación de Steve. En la torre Avengers sí, pero no ahí, en ese departamento que era el hogar actual del capitán. La habitación, como era de esperarse, era sobria y estaba ordenada. Tenía un ligero aroma inconfundible: el aroma de Steve, o al menos de la colonia que solía usar.

—¿Quieres sentarte?—preguntó Steve. Tony negó, pensó que si se sentaba, ya no habría querido salir—Bueno, Tony, quería…

—Yo primero—interrumpió el ingeniero.

Steve cerró los labios y tragó saliva.

—El beso de hace rato—empezó Tony, pero pronto se dio cuenta que no sabía cómo continuar, fue como si le bajaran un interruptor y las palabras hubieran dejado de fluir. Se le secó la garganta  y tuvo que carraspear más de una vez. Necesitaba decir solamente: “Lo siento, Steve, no era mi intención” Mas no podía, no podía mentirle. Cualquier otra cosa habría sido sencilla, pero esa mentira, esa en particular, le dolía  a él. Sí había sido su intención besarlo, había sentido tanta alegría de verlo sano y salvo, que tuvo ese impulso. Y no, no lo sentía, en el fondo de su alma, no tenía remordimientos por ello.

Steve se mordió el labio inferior mientras Tony peleaba con su lengua. Ese bendito beso… estaba esperando el reclamo por parte del castaño. Algo como: “Steve, lo que pasó entre nosotros sólo fue esa noche, ¿de acuerdo? No quiero que te confundas. Creí que habías entendido que sólo se trató de  una relación sexual de una noche.” Entonces, él diría algo así como “Lo siento, Tony. Mi error. Comprendí que lo que pasó entre nosotros sólo fue un momento, no te preocupes.” Y Tony diría: “¿Y por qué me besaste, si lo habías comprendido?” Y él diría que: “Fue sólo un estúpido impulso. No volverá a ocurrir.” Eso, esas últimas palabras le dolían en el alma: “No volverá a ocurrir”. Pero, pensó, si digo eso estaría mintiendo. Al menos parcialmente. Le había quedado claro que tipo de encuentro habían tenido, eso era verdad, pero no lamentaba para nada haberle besado en el hospital; y si Natasha hubiera llegado un poco más tarde, habría profundizado en la caricia.

—Olvídalo—terminó por decir Tony, aunque más bien se lo decía a sí mismo. “Olvídalo, Tony, no puedes mentirle ni tampoco a ti mismo”.

Steve asintió automáticamente. No había sido tan horrible como lo había pensado. 

—Yo…—Tony  no había terminado—Yo sólo… te… te traía tu… tu ¿dónde la deje?

—¿Qué?

Tony no le contestó, salió de la habitación y volvió unos segundos después  con la chaqueta del capitán entre las manos.

—La… la dejaste en mi casa esta mañana. Debiste haberla olvidado con las prisas…—se la tendió, pero evitó hacer contacto visual con él.

Steve miró la prenda sin moverse por unos cuantos segundos. Después, suspiró y sin querer dejó escapar una carcajada breve. Tony lo miró extrañado.

—Gracias—el capitán estiró la mano y tomó la prenda.

—¿Por qué te reíste?—Tony, ahora sí, levantó la vista. Esperaba ver la sonrisa de Steve, pero lo que vio fue un semblante ensombrecido.

—Nada, es que…

—¿Qué?

Steve clavó sus pupilas en las de Tony, y pasó de nuevo: se le escapó algo que no debía dejar salir.

—Ir por ella era mi pretexto para visitarte.

Tony sintió un vuelco en el estómago. ¿Por qué querría el Capitán América visitarlo? Él no necesitaba un pretexto para irrumpir en su vida. Steve podía aparecerse frente a él cuando, donde y como quisiera. Era él, Tony, quien necesitaba un pretexto para poder tener contacto con él, llevarle la chaqueta lo era y ahora, se arrepentía, porque una vez entregada, ya no tendría más excusas para hacerlo.

—No, al revés—dijo con la latente tentación de arrebatarle la chaqueta y salir corriendo, diciéndole algo como “te la devuelvo después”. Tal vez, podría inventarse una especie de juego de Sherezada para mantenerlo cerca durante días.

—¿Cómo?

—Era mi pretexto para volver a verte hoy. Y me he quedado sin él.

—No necesitas uno para verme, Tony. Estaré ahí, siempre que lo necesites.

—No digas eso

—¿Por qué no?

—Porque no es verdad.

—Lo es.

—¡No!

Y sin saber porque, Tony comenzó de nuevo llorar. Necesitaba de Steve ahora, lo necesitaba una hora atrás, y ayer, y antier; lo necesitaría mañana y dos días después, un año después, siempre. Lo necesitaba siempre. Y sabía que nunca lo tendría, no como realmente lo necesitaba. Ese pensamiento irrumpió en su psique y le golpeó dolorosamente, así que simplemente lloró. Intentó controlarlo, pero cada intento lo hacía llorar más, y comenzó a odiar ese yo llorón suyo que hace muchos años no asomaba la cabeza.

Como si no fuera suficiente, sintió que Steve lo rodeaba con su cuerpo, sintió su abrazo; y el llanto se volvió incontenible. Tony se aferró a la fuerte espalda del capitán, hundió la nariz en su cuello y le empapó la playera.   

—No llores, Tony. Lo siento—dijo Steve, aunque no estaba seguro del porqué se disculpaba.

—Steve… Steve… yo… te necesito—logró decir entre un sollozo y otro—… ahora.

La respuesta que obtuvo fue un beso, un beso más, un beso mejor, un beso que no se detuvo por nada, ni siquiera por lo saldado de sus lágrimas. Cerró los ojos y lo disfrutó, sin cuestionarse nada, sin siquiera pensar. Se desconectó del mundo, y todo en lo que podía concentrarse era en ese beso, tanto así que dejó de llorar.

Steve rodeó la cintura del castaño y lo atrajo hacia su cuerpo, afianzándole ahí, sin darle ni un pequeño espacio para la huida. Él también dejo de pensar, dejo de darle vuelta a las cosas y se dejó llevar por el momento. No tenía caso, no. En ese instante tenía lo que deseaba, en ese momento que sabía efímero, abrazaría a la persona que amaba, eso era todo, eso era lo que importaba.

Cayeron en la cama, sin romper el beso, rodaron por ella y buscaron la comodidad de sus cuerpos uno contra el otro. Se quitaron la ropa sin separarse del todo, y cuando sus pieles se encontraron, cuando ninguna barrera los mantuvo lejos, se miraron. Un precario pensamiento osciló en sus mentes: sería una segunda noche, un segundo encuentro. Ya no sería sólo una noche de desfogue o de experimentación, no. Ni siquiera estaban ebrios.

Tony se obligó a apartar la mirada de las pupilas de Steve, unas pupilas que ya no tenían el azul cielo conocido, sino un azul oscurecido por el deseo. Se mordió la mejilla interna. Si quería detenerse e irse, ese era el momento. Sin embargo, carecía de la fuerza para apartar el cuerpo del capitán del suyo, y también, de la voluntad para ello. Sus ojos tropezaron con el brazo vendado del soldado, tocó la tela con la punta de los de dedos.

—¿Te duele?—preguntó con un hilo de voz, “porque si te duele, podemos parar” pensó una oración que no dijo.

—No en realidad—contestó Steve distraídamente—. ¿Tony…?— “¿quieres irte?” fue la oración que el capitán no pronunció.

Al escuchar su nombre, Tony,  levantó la vista, pero sólo un poco, para evitar la mirada que tanto temía. Se detuvo a tiempo, entre el pecho y la barbilla: justo en el cuello, de dónde pendían las dos placas de identidad. Tony, está vez, estiró la mano y sujetó las placas. Leyó claramente en ellas el nombre del capitán.

—¿Por qué las tenía Barnes?

—Porque así, si desaparecía—dijo Steve—, él pudiera dártelas.

—¿A mí?

Steve asintió.

—¿Por qué a mí?

—Porque…

Tony sintió como los dedos de Steve apresaban su barbilla y lo obligaban a mirarle a la cara; al capitán nada se le escapaba, sabía que había estado evadiéndolo. 

—¿Por qué?—insistió el castaño, para desviar su propia atención.

—Porque te pertenecen.

Tony abrió la boca para preguntar otra cosa, cualquier cosa, pero Steve no le dio tiempo. Tomó esa oportunidad para besarle a su antojo. Para morderle los labios y acariciarle el paladar y la lengua, para hacerle gemir suave y bajito. Tony apenas fue consciente de su voz. Se dejó llevar, como se dejó llevar la primera vez. Adivinó lo que Steve quería, tanto como éste adivinó lo que él quería.

Y pronto, una vez más, se encontraron unidos,  frente a frente, mirándose a los ojos, con tanto deseo y a la vez, con tanta añoranza que ninguno se atrevió a hablar de nuevo. Ni siquiera cuando el orgasmo los arrasó y derribó contra el colchón como dos piltrafas humanas, sin fuerzas ni aliento. Al menos, Steve tuvo un instante de capacidad de reacción, antes de caer en un profundo sueño: atrajo en un apretado abrazo a Tony. Éste, a su vez, quería decirle cuanto lo quería, pero sólo atinó a sonreír antes de acurrucarse en el pecho de Steve, y enredar entre sus dedos la cadena de las placas de identidad.

***

El primero en despertar fue Tony. No abrió los ojos de inmediato, se estiró en la cama y bostezó antes de hacerlo. Encontró, para su sorpresa, a Steve durmiendo a su lado. Sonrió enternecido y le acarició la mejilla con la punta de los dedos, muy someramente, para no despertarlo. Debía estar cansado, no olvidaba que había vuelto de una misión, donde además había sido herido.

Hizo un recuento rápido de lo que había pasado, de lo que Steve le había dicho y de lo que él dijo. Si no estaba mal, ambos habían dejado salir cierta información que cambiaba todo. Más bien, información que daba esperanza, al menos a él, de que se querían, de que Steve lo quería. Esa noche, no había sido una noche cualquiera, no era para nada algo fugaz, ya no.

Su pensamiento se vio interrumpido por el tono de llamada de su teléfono móvil. Dio un respingo y casi se cayó de la cama, aunque, de todas maneras, tuvo que bajar de ella y buscar su pantalón para apagar el bendito aparato. Cuando lo logró, volteó a ver a Steve, éste sólo se había  girado ligeramente en la cama; seguía dormido. Tony suspiró aliviado, no quería interrumpirlo en su descanso.

Revisó la llamada perdida: era de Pepper. “Cierto” se dijo, aún  tenía que arreglar ese asunto. Se puso de pie y recogió en silencio el resto de su ropa y, así mismo, se vistió. Tenía que decirle a Pepper la verdad, tenía que terminar con aquello y después, sin ataduras de ningún tipo, le diría a Steve una confesión de amor en forma, como debía ser. Por primera vez, en mucho tiempo, se sentía contento y optimista.

—Te veo luego, cap—dijo y salió de la habitación de puntillas. 

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado! 

Tal vez ya lo notaron, pero sí, nos acercamos al final. Al menos que quieran que los haga sufrir un poco más (risa malvada de fondo)

Hasta la próxima!

continuará...


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