Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Flor de Noche. Especiales. por princessTai

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Especial correspondiente a la historia Flor de noche. Este capítulo corresponde a la segunda parte de Flor de noche.

Especial 10º. No puedo quitarme…

Como cada sábado, me ducho con tranquilidad hasta que veo en mi móvil que es la hora de regresar a Madrid para encontrarme con mi padre. Desde que vivo fuera de la casa donde crecí, todos los sábados almuerzo con mi progenitor y con mi hermano pequeño y con la familia de éste. Comer en silencio en aquella casa es un tormento, pero no tengo más remedio; mi padre nos lo exige a los dos. Antes de salir del piso, entro en el salón donde me encuentro con Marcos, mi pareja actual. Él es piloto en una aerolínea importante, por lo que no pasa mucho tiempo en casa, pero eso no ha hecho que nuestra relación se desgaste en los años que llevamos juntos. A pesar de su trabajo que le produce que apenas esté, nos va bien ya que, cuando él regresa en casa, intentamos pasar la mayor parte del tiempo junto a él. E intentamos hacer cosas que nos implican a los dos.

-Me marcho. Intentaré venir antes de que te vayas – le digo tras ponerme a su lado.

-Sabes que no tienes que hacerlo – me dice levantándose, se acerca y se detiene enfrente de mí.

El hecho de que no le haya dicho a mi padre que soy homosexual, hace que él no pueda acompañarme a estas comidas. Muchas de las veces, lo he necesito a mi lado, pero tengo que encontrar el valor de contarle este secreto a mi progenitor. Hablar con él sobre este tema es demasiado difícil. Suspiro sin darme cuenta y escucho que él sonríe. No he podido contarle mi desliz con Brais, aunque muchas veces lo he intentado, pero siempre acabo arrepintiéndome y me callo. No quiero hacerle más daño de lo que le hago ocultándole a mi padre su existencia y mis verdaderos sentimientos. Estoy con él por comodidad, pero desde que volví a ver a Brais, he recordado lo que sentía por este capullo que siempre me tuvo atado a él, aunque no estuviera a mi lado.

-Es mejor que te vayas antes de que tu padre se enfade – escucho que me dice.

-Sí, creo que es mejor que vaya tirando… – le digo, aunque no me muevo.

-Tranquilo, Diego. Sé que podremos vernos antes de que me marche.

Asiento, no muy convencido. Conociendo a mi padre, me tendrá todo el día en su casa, escuchando como la Policía ha cambiado, sobre todo el respeto de los civiles hacia el cuerpo. Suspiro con los ojos cerrados y me marcho antes de cambiar de idea. Tengo pocas ganas de soportar otra vez la historia donde casi atrapa al El Copias, el mayor falsificador que haya podido tener España. O sus comentarios sobre los homosexuales. Creo que, como algún día se entere de mi secreto, lo mato o me retira la palabra… aunque esto último me trae sin cuidado. Si no respeta mi orientación sexual, que me retire la palabra es lo que menos me importa.

Camino hacia el coche, que está aparcado en la puerta del edificio, y me monto, pero no arranco. Todos los sábados me decido a contarle la verdad, pero cuando lo tengo enfrente de mí, me acobardo. Unos golpecitos en la ventana hacen que mire hacia mi derecha y veo a Marcos sonriéndome. En silencio, veo que se monta en el coche, acerca sus labios a los míos y deposita un beso. Le correspondo al contacto, poniendo una mano en la mandíbula de él y cierro los ojos. Sus besos son de los que más me gusta de él, junto a su pasión cuando hacemos el amor. Él coloca una mano sobre mi nuca, lo que provoca que el beso sea más profundo. A los pocos segundos, se separa de mí y me dice:

-Por si no nos vemos.

- ¡Marcos! – Voy a replicar y él me tapa la boca con su mano para que no hable.

-Diego, conociendo a tu padre, no te dejará marcharte fácilmente – me corta. Lo miro serio durante unos segundos y no puedo evitar reírme. – ¿Ves? Tengo razón – le beso en los labios una vez más, mientras que sonrío.

-Me marcho antes de que mi padre comience a llamarme – le digo después de separarme de sus labios.

-Te amo, Diego – me dice y lo besó de nuevo en los labios.

-Y yo a ti, Marcos – le digo.

Me despido de él con otro beso y le prometo regresar antes de que se marche. Deseo estar con él antes de no verlo por unos días. Por lo que me ha contado, viajará a varios países antes de regresar a casa. Le miro una última vez, cuando se baja del coche, y lo veo saludándome con la mano, mostrando su natural sonrisa. Se lo devuelvo y me incorporo cuando el tráfico me deja hacerlo sin ningún peligro. Suspiro mientras recorro la ciudad para salir y me pongo a pensar en lo que me ha pasado en estos dos últimos años. El regreso de Brais, su hermana pequeña que, casualmente, es la mujer de uno de mis hombres y el hecho de seguir enamorado de ese hombre que, a falta de uno, tiene cuatro nombres. De los cuales, dos de ellos son impronunciable. Tal vez, se deba a la parte sueca que recorre por sus venas. Al menos eso me contó cuando nos conocimos.

Para ser sábado, hay mucho tráfico y los coches apenas avanzan unos metros antes de pararse. Pongo la radio para hacer la espera me sea más amena, pero nada. Los vehículos no quieren avanzar. Me paso una mano por mi corto cabello, pego la espalda contra el asiento y canturreo la canción que está sonando en ese momento en la radio. Gracias a Paula, me ha dado por escuchar música en vez de los típicos programas de tertulias o de noticias. Desde hace dos años, y más desde que Paula perdió a su marido en una misión en el extranjero, quedo con ella una vez al mes, en un pueblo o ciudad diferente para saber cómo está. Le prometí a Brais que cuidaría de ella y yo siempre cumplo lo que prometo. Aunque sé que, a ella, aquello no le gusta. Se lo noto cuando la llamo para recordarle que ese fin de semana tenemos que vernos y se lo veo en la cara cuando estamos juntos.

De pronto, comienzan a sonar los pitos de los coches, mostrando así la desesperación de los conductores que, al parecer, tienen prisa para ser un sábado por la mañana. Apoyo la cabeza sobre mi mano, que está posada sobre la puerta de mi coche y no puedo evitar pensar en ese idiota que consiguió hundirme en una desesperación y depresión durante dos años, que tuve que ocultar por mi padre, cuando desapareció de pronto. Amé a Brais como un completo loco y sé que era correspondido de la misma manera. Se le notaba cada vez que me besaba o me miraba. En aquel tiempo, no nos teníamos que decir “Te quiero” porque ambos los sabíamos…

El recuerdo de sus manos en mi piel, se repite cada noche desde que, hace dos años, pasamos una noche llena de pasión que no puedo olvidar. Tal vez con los años me he vuelto más pasional o sólo fue porque era él. Creo que Paula tiene razón y los años me están afectando más de lo normal. Aunque tengo que reconocer que, desde que me lo crucé en el supermercado de Guadalajara, las cosas parecen más complicadas y, para colmo, aquella noche lo único que hicimos fue hacer el amor como nunca antes lo habíamos hecho. Sin duda, una de las mejores noches que he podido pasar en mi vida… Y me la tuvo que dar Brais. ¿Cómo es posible que, siendo él quien más daño me ha hecho, puede regalarme momentos únicos y no Marcos, que es mi pareja y se supone que es quien amo?

Por suerte, antes de que me dé cuenta, la fila avanza y consigo salir de Guadalajara. Salgo a la autovía donde mantengo la misma velocidad con la que siempre voy, con los cincos sentidos puestos en la conducción, pero, gracias a una canción, me despisto un poco de mi propósito. Miro la radio de reojo y maldijo en silencio al reconocer la canción. Es la canción que le gusta a ese capullo que, secretamente, adoro. Le doy un poco más de voz a la canción que está en antena y comienzo a cantar Whis you were here de Pink Floyd.

Sus manos…

Sus labios por mi cuerpo…

Su cuerpo junto al mío….

Aunque no se lo haya dicho a nadie, todavía tengo sus caricias recorriendo todo mi cuerpo, sus labios tocando cada poro de mi piel y cada noche, cuando estoy o no con Marcos, tengo que reprimirme para que nadie se dé cuenta de lo que me ocurre, ni si quiera él. De pronto, me tengo que desviar de mi camino porque no puedo soportar el calor que me está entrando. Entro en el desvío de la gasolinera y me detengo al lado de otro coche. Me desabrocho el cinturón, me bajo del vehículo para que el aire fresco me dé en la cara y me alivie este calor que siento. Me miro a mi entrepierna y maldijo al percatarme que estoy excitado al pensar en lo que hice aquella noche con él. Entre nosotros, el sexo nunca ha sido un problema y siempre ha sido bueno, pero la otra vez, fue colosal. Intento apartar aquellos pensamientos de mi mente, pero me he imposible y a cada segundo tengo más y más calor…

-No sabes lo que daría por olvidarte, Brais – murmuro mirando el cielo.

 

Como es común en mi familia, en el comedor sólo se escucha los cubiertos. Hoy estamos todos callados, cosa que hace que me pregunte que habrá pasado entre mi padre y mi hermano. Éste estaba cuando he llegado y es raro que Mariela, su mujer, no haya venido. Ni los niños tampoco. A pesar de que mi hermano Antonio tenga veintiocho años, ya es padre de tres criaturas a cuál más traviesa, pero les quiero muchísimo. Sin previo aviso, me tengo que remover en la silla al pensar en Brais al recordarlo con su sobrina en brazos. Estaba tan… Cojo la servilleta y me limpio los labios, sintiendo como el calor vuelve a mi cuerpo otra vez. Tengo que disimular antes de que se percaten. Me disculpo para poder levantar y caminar hacia el aseo. Necesito darme un poco de agua en la nuca y hacer que mi abultada entrepierna se relaje. Al cabo de unos minutos, regreso de nuevo y compruebo la gran tensión que todavía existe entre mi hermano y mi padre. Me siento en mi silla y continúo con mi alimento.

- ¿Cómo te va con los de tu unidad? – Escucho de pronto.

Al levantar la mirada, observo que mi padre me mira de reojo a la vez que continúa comiendo. Me aclaro la garganta para que no se note el estupor que me provoca su pregunta y sigo comiendo. ¿Cómo decirle que algunos están decaídos desde la muerte de los cuatro agentes que murieron hace dos años? Bebo un poco de la copa de vino que descansa delante de mi plato y cuando me trago el líquido, contesto:

-Bastante bien. Estoy contento con mi puesto.

-Me alegro – dice secamente mi progenitor.

-Oye, Diego. ¿Tú qué opinas de los homosexuales? – Me increpa mi hermano de golpe, lo que provoca que me atragante y tenga que beber vino para dejar de toser.

- ¿A qué viene esa pregunta? – Consigo balbucear después de volver a ser yo.

-Viene a que…

-Antonio, basta – le corta mi padre. – No voy a permitir ese tipo de conversación bajo mi techo.

- ¿Ocurre algo? – Inquiero preocupado por las miradas que se echan mi padre y mi hermano.

-Sí, que papá sigue siendo el mismo de hace unos años – responde mi hermano de mal humor. – Los homosexuales no…

- ¡He dicho que basta! – Grita Gabriel, mi padre donde un fuerte golpe en la mesa.

Mi progenitor ha conseguido muchos logros a lo largo en su carrera como Policía Nacional, y ahora pertenece a las altas esferas del cuerpo, siendo Comisario General. Durante unos segundos, los miro sin entender que es lo que pasa. Nunca los había visto de aquella manera. Según todas las personas que nos conocen, dicen que soy una calcomanía de mi padre de cuando era joven. Incluso mi madre lo decía. También decía que podía ser lo que quisiera, pero desde muy pequeño siempre me ha llamado la atención el Cuerpo de Policía y decidí seguir los pasos de mi padre. Sin darme cuenta, mi hermano y mi padre se enzarzan en una discusión y deseo que mi madre estuviera aquí para cogerles a los dos de las orejas. Así era como se acaban las discusiones en mi casa cuando ella vivía. Apoyo mi cabeza en una mano y los miro sin interés. Ya se cansarán…

-Diego, ya que el cabezón de tu hermano no quiere hacerme caso en lo que le digo, espero que tú sí – dice mi padre tras acabar con un bufido que deja a Antonio en silencio.

- ¿Hacerte caso en qué, papá?

-A ver, Diego, ya tienes una edad que… – cruza los dedos delante de su rostro, mientras apoya los codos sobre la mesa y me mira fijamente. – Estoy preocupado porque todavía no estás casado. Ni si quiera he conocido a ninguna novia que hayas tenido. Siempre que te decía que la trajeras a casa, decías que habíais roto… – este tema no me gusta nada.

Es cierto que siempre pienso en alguna excusa para no presentarme con ninguna mujer a casa de mi padre, pero todavía me cuesta decirle que estoy con un hombre. Aunque el hombre con el que estoy no es de quien estoy realmente enamorado. Por desgracia, mi padre es de esos que son tradicionales y que una persona esté con una persona de su mismo sexo, le cuesta aceptarlo. También influye que sea católico.

- ¿Me estás escuchando? – Oigo de pronto.

-Lo siento, papá. ¿Qué decías? – Respondo.

-Decía que, si en tres meses no me presentes a tu novia, tendré que tomar medidas. Y créeme, que…

-No me obligarás a casarme con alguien que no quiera, ¿verdad? – Le interrumpo molesto. – Mamá no…

-Por desgracia, mamá nos dejó y tengo que asegurarme de que mis hijos tengan una familia. Sobretodo…

- ¡Papá! – Me levanto golpeando la mesa con las manos. – Me casaré con quien yo ame, no con quien tú me digas. No estamos en la Edad Media.

-Cuando me traigas a tu novia, que no sé por qué no ha venido hoy, y vea que eres feliz, dejaré el tema.

-Pero… – comienzo a decir, molesto.

- ¡Pero nada! El idiota de mi hijo menor ya me da bastantes calentamientos de cabeza para que mi hijo mayor también me los dé. Así que, o me presentas a tu novia o te casarás con la hija del Mayor Martínez – sentencia mi padre, mirándome fijamente en los ojos.

- ¡Ni hablar! – Grito sin pensarlo. – Papá… Si no me he casado todavía es porque estoy bien así, y no necesito a nadie que…

-No hay discusión, Diego. O me presentas a tu novia en un plazo de tres meses, o te casarás con la hija del Mayor Martínez – me corta con el gesto serio que le corresponde y que hace que me calle insofacto.

 

Cuando salgo de casa de mi padre después de comer, cabreado con él por tener que decidir con quién me debo casar, conduzco por las calles de Madrid en busca de un lugar donde iba cuando era joven. No sé si sigue viviendo allí, pero no pierdo nada con ir. Media hora después, consigo llegar a la calle Serrano y aparco cerca del bloque de pisos donde me pasaba las tardes cuando estaba en la universidad. Antes de bajar, recuerdo que en ese piso ahora vive Paula junto a sus amigas y que él se había mudado a otro edificio. Golpeo varias veces el volante con las palmas de las manos, molesto, hasta que pongo mis manos sobre él y luego mi cabeza sobre ellas. ¿Qué es lo que hago buscándolo? Debería volver a casa para estar con Marcos, pero aun así estoy en busca de mi ex. De pronto, me acuerdo de que en mi cartera tengo su tarjeta de visita que me entregó dos años antes, cuando nos vimos en el supermercado. ¿Dónde puedo encontrarlo? Sólo me queda llamarlo. Sin salir del coche, saco el móvil y marco su número. Pero, cuando responde, cuelgo. ¿Por qué narices le he llamado? Sin pensarlo, regreso a casa donde espero que Marcos continúe allí y que todavía no se haya marchado.

Pero mi gozo se va por un pozo cuando compruebo que él ya no está y que el piso está vacío y muy silencioso. Me siento tan mal por no haber venido antes. Cojo el móvil y mando un mensaje a Marcos que, seguramente, leerá cuando aterrice o cuando pueda. Sólo espero que tenga cuidado y que regrese a casa como siempre me pide a mí que haga, aun sabiendo que yo me encargo de dirigir a al G.E.O. y al G.O.E.S. y no hago ninguna intervención a no ser que sea estrictamente necesario. Aunque de las intervenciones ya se encargan mis agentes.

-Por tu culpa, no te puedo quitar de mi cabeza – murmuro una vez que estoy sentado en el sofá tras cambiarme de ropa. – Si hubieras seguido desaparecido, no estaría tan confundido como lo estoy desde que te vi.

 

Tres días después, el martes, salgo de la Base de los G.E.O. donde soy Comisario desde hace tres años y me encuentro con que Paula está hablando con un grupo de mis hombres. Esa joven ha cambiado desde hace dos años. Ahora tiene el cabello rubio, del mismo color de Elián, tiene los ojos de un extraño verde oscuro y también está más alta. Durante estos dos años, he quedado con ella en diferentes puntos de España una vez al mes. Brais me pidió que cuidara de ella y, desde la muerte del esposo, he estado pendiente de esa joven que, mes a mes, he visto el gran cambio que ha dado. Pero no sólo ha cambiado físicamente, sino su personalidad también. Sus ojos, cada vez que los he visto, reflejaban una profunda tristeza que jamás pensé que se podía ver en una persona. Tras un suspiro, me acerco a ese grupo y me doy cuenta que se tratan del Inspector del Castillo, el Inspector Gutiérrez, del Inspector Jefe Díaz y del Inspector Jefe Arez. Este último es el marido de la joven. Él regresó hace unos meses, sorprendiéndonos a todos de que continuara con vida. Pero él sufre de amnesia, lo que provoca que no recuerde nada de cuando estuvo con ella. Lo sé porque me lo ha contado Díaz. Creo que ella desconoce ese hecho.

-Buenas tardes – los saludo cuando llego a la altura del grupo. – Gracias por venir, Paula – le dijo a ella.

-Me has llamado y estaba en la ciudad – me dice encogiendo un hombro, girando la cabeza levemente hacia mí.

-Espera, ¿has quedado con el Comisario? – Habla el Inspector del Castillo, con claro gesto de sorpresa. – Yo pensaba que habías quedado con el nenaza.

- ¿Por qué quedaría conmigo? – Suelta el Inspector Jefe Arez con una ceja levantada. – No sé por qué os empeñáis que esté con alguien que no me gusta nada. Además, a la que amo es a Noelia.

-No nos empeñamos en que estés con nadie… pero ella es tu esposa, Inspector Jefe Arez – comenta el Inspector Gutiérrez.

-Quedar… lo que se dice quedar… no. Más bien me ha ordenado sutilmente que viniera – dice ella tras el comentario que ha hecho su esposo y, por lo que me dice el tono de voz que emplea, ya que sus ojos están tapados por unas gafas de sol Carrera con cristales azules, le ha hecho daño. – Con quien sí he quedado, es con amigo que se llama Víctor para cenar. ¿Algún problema? – Veo como la ceja se levanta mientras posa su mano sobre las caderas.

De reojo, miro al Inspector Jefe Arez y observo que tensa la mandíbula al escuchar aquello. “Eso te pasa por soltar eso delante de ella” pienso. Es cierto que últimamente Paula pasa mucho tiempo con Víctor, un amigo suyo de Madrid, y no entiendo por qué no está al lado del Inspector Jefe Arez. Aunque creo que puedo entenderla. Si mi pareja no se acordarse de mí, no podría permanecer al lado de él sin sentir un gran dolor. Y estoy seguro de que es eso lo que siente cada vez que está cerca de él. Sólo hay que mirarla a los ojos para comprender lo que ocurre, aunque ella lo niegue en todo momento. Algo me dice que todavía sigue enamorada de él a pesar de querer mostrar frialdad delante de todos.

-No, claro que no… – responde del Castillo y sé que le mira sorprendido. Me pasa lo mismo cuando me dice que ha quedado con algún chico. – No es por meterme en donde no me llaman, pero…

- ¿Querías algo, Comisario? – Me pregunta aquella joven de mala gana.

-Sí, pedirte un favor – ella se gira del todo hacia mí. – Vamos a tomarnos algo y te lo cuento.

-Me gustaría regresar desde aquí. Es una hora de camino y no quiero que se me haga de noche – contesta malamente. – Además, van a venir a buscarme aquí. Así que date prisa en decirme lo que me tengas que decir.

-Tienes la misma mala leche… – murmuro cerrando los ojos.

- ¿De quién? – Pregunta el Inspector Gutiérrez.

-De quien se parece físicamente – contesto sin prestar mucha atención al agente. – Sé que me vas a bufar, pero creo que deberías tener cuidado. Recuerda… – comienzo a decir, sabiendo que ella me va a interrumpir.

-Recuerdo perfectamente que tú y Brais me estáis agobiando bastante, diciéndome siempre lo mismo – me interrumpe mirándome de mala leche y con una ceja levantada. – Y te digo lo mismo que a él: estoy cuándo quiera, dónde quiera y con quién quiera cuando me dé la gana.

Si no conociera a los Abades Bisen me sorprendería por su actitud fría e indiferente, pero sé que es un muro de protección que se ha impuesto para proteger su corazón, y así hacer frente a que quieran matarla y que su marido no la recuerde. Le miro el brazo derecho que está escayolado del último secuestro que ha sufrido y luego le miro el rostro. Estamos en octubre y las heridas que sufrió ya están casi curadas, excepto el brazo. Todavía recuerdo cuando la visité en el hospital. Estaba inconsciente y muy magullada, con el labio partido por varios sitios, varios moratones por el rostro, un ojo morado e hinchado y, por lo que me dijeron sus amigos, también con varias costillas rotas. Sin duda, daba pena verla. Esos hombres se ensañaron con ella, aunque no entiendo por qué se la llevaron y Brais tampoco me contó nada sobre el secuestro. Aquel día, cuando me enteré en qué hospital estaba, intenté pasar a verla, pero dos armarios empotrados me impidieron el paso hasta que Brais, Elián y Jano aparecieron y les ordenaron que me dejasen pasar.

Miro de reojo al Inspector Jefe Arez y lo veo demasiado tenso. Quizás su inconciencia le hace molestarse con lo que ha dicho Paula. Según me ha contado Díaz, Arez está raro desde que la vio recién salida del hospital, un día que habían quedado con Raquel, Carlota, Patricia y Paula para rememorar los viejos tiempos. Pero ninguno se esperaba verla de aquella manera. Díaz también me preguntó si la pareja actual de Paula le pegaba, a lo que yo le respondí que no. Conozco al hombre con el que ella salía y con el que se iba a casar en mayo, pero, con la aparición de Arez, ese enlace no se llevó a cabo. Y desde entonces, ella ha dejado de ser la chica que le costó volver a ser. Yo he visto lo afectada que estaba cuando le tuve que decir que él había muerto y como, poco a poco en estos dos años, volvía a ser la misma que conocí… pero sin llegar a serlo del todo. Creo que todavía falta algo para que vuelve a ser la misma chica risueña de siempre.

 -Pero yo no soy él – me justifico haciendo que ella me siga mirando de la misma manera. – Ya te lo he dicho, Paula. Algún día te llevarás un susto…

- ¿Otro más? – Me suelta con pura ironía.

- ¿Cómo que otro más? – Interviene el Inspector del Castillo arrugando el entrecejo. La miro imaginando que no dirá nada.

-Tuve un susto hace un año… aunque hace dos también lo tuve – responde y suspira. – En serio, dime que es lo que necesitas. No tardarán en venir a recogerme.

-Está bien. Ya que no quieres tomarte nada, te lo diré aquí – le digo tras un suspiro. Esta muchacha es cien por cien la versión femenina de Elián. Ambos tienen la misma mala leche. –Necesito que me acompañes a casa de mi padre – suelto sin más y soy consciente de las miradas de asombro de todos.

- ¿Cómo a casa de su padre? – Habla Díaz con sorpresa.

- ¿Por qué me pides eso? – Dice ella.

-A parte de que paso más tiempo contigo que con ninguna otra persona…. – encojo los hombros. – No hay otro motivo.

-Pero… pero… Espere, Comisario. ¿Desde cuándo sois tan cercanos? – Habla Díaz todavía atónito.

-Bueno, siempre nos hemos llevado bien – respondo sin darle importancia. – Todavía me acuerdo de aquel vestido rojo…. Te lo sigues poniendo, ¿no?

-Claro. A Alex, Rasta y Víctor les gusta mucho… sobretodo quitármelo – sonríe de medio lado y levanta las cejas varias veces seguidas.

Pongo los ojos en blanco y niego con la cabeza al escucharla. Esta chica ha cambiado mucho durante este tiempo. Vuelvo a mirar a Arez y lo veo serio, demasiado, por lo que creo que se va a romper la mandíbula de tanto apretarla. Díaz le da una palmada en la espalda y le aprieta el hombro izquierdo. Algo me dice que siente celos de esos tres muchachos. Alex es su ex prometido y con el que se iba a casar en mayo, pero no llegó a hacerlo. Rafael, alias Rasta, es un amigo suyo médico con el que tuvo un rollo hace ya algún tiempo y me consta que han retornado esos encuentros. Y Víctor, un miembro de UIP, Unidad de Intervención Policial, es como un pajarillo revoloteando alrededor de su madre. Cada vez que la visito en Madrid, él está cerca. Por lo que ella me ha contado, él le ha confesado que está enamorado de ella, pero Paula sólo siente amistad por él. Sinceramente, si fuera Arez, haría lo que fuese para recuperar la memoria si no quiere perderla para siempre. Porque, como siga así y no quiero ser pájaro de mal agüero, la va a perder. Miro de nuevo a la joven rubia que tengo enfrente a la espera de su contestación, pero está entretenida hablando con del Castillo.

-Creo que debemos quedar de nuevo todos juntos. Para hacer una barbacoa de las nuestras – comenta Díaz y Paula gira la cabeza hacia él. – Apenas sabemos que ha sido de tu vida en estos dos años, aunque por lo que vemos, las cosas te van bastante bien con tus libros.

-Estoy demasiada ocupada para quedadas – responde seria. – Pero si queréis hacerla, bien, pero yo no tengo tiempo para esas chorradas.

- ¿Qué es lo que te pasa? Antes no eras así – dice el hombre rubio, creo que un poco molesto por la actitud de la joven.

-Las personas cambian, ¿acaso no lo sabías? – Dice ella poniéndose una mano sana en la cintura. – Y al parecer, no he sido la única.

-Paula… – masculla Díaz y los demás la miran sorprendidos. No reconocen a su amiga.

- ¿Y no puedes hacer hueco en tu apretada agenda para nosotros? – Le pregunta Gutiérrez también molesto.

-Podría, pero otra cosa es que quiera – le dice con una frialdad que me temo que el alma de Elián haya entrado en su cuerpo. Suspira hondo y se lleva la mano a la parte de atrás de su pantalón, concretamente al bolsillo, y saca el móvil. – No me malinterpretáis. Aunque Damián esté con Carlota y Lucas con mi prima, no quiere decir que tenga que quedar con vosotros siempre. Si en estos dos años no nos hemos visto, ha sido porque yo no he querido – les dice mientras escribe algo en el móvil.

-Te voy a decir una cosa, Paula. Tu manera de ser va a conseguir que te quedes sola. Lo extraño es que no lo estés ya – le advierte Díaz con gesto serio. – Nadie aguanta a una persona que es borde con todo el mundo.

-Por suerte, Carlos, no lo estoy a pesar de mi bordería. Mi marido me quiere tal y como soy y no tengo que demostrarle nada – guarda el móvil en el bolsillo trasero del pantalón. – Mira, no es mi intención ser desagradable con vosotros, y menos después de lo que hicisteis por mí hace dos años, pero, sinceramente, es mejor que sigamos así. Yo por mi lado y vosotros por otro. No quiero tener nada que me recuerde lo que pasó desde que llegué, hace tres años, a Sigüenza – dice con una voz más suave, pero puedo percibir hay tristeza en sus palabras.

- ¿De verdad quieres eso? – Le pregunta del Castillo. Paula agacha un momento la cabeza, pero acaba asintiendo con lentitud. – ¿Al menos podremos vernos de vez en cuando?

-Siempre que tenga algo de tiempo… claro – sonríe levemente, pero es una sonrisa triste. – Aunque lo dudo. En cuanto se me cure el brazo, comienzo una gira que me tendrá en el extranjero la mayor parte del tiempo. E incluso… puede que… me vaya antes de tiempo. De hecho, mañana me voy de viaje…

-Paula… no estás para viajar – comenta Díaz llamando la atención de todos.

-Sí que lo estoy. ¿Quién no te ha dicho que no? – Gira la cabeza hacia el brazo y lo levanta. – ¿Lo dices por el brazo? – Niega con la cabeza. – Me temo que una simple fractura no hará que me quede en España. Tengo muchos planes que debo cumplir y esto no me retendrá ni provocará que mis planes se cancelen – se puso una mano sobre la cintura. – Y, aunque me quede un mes de vida, tengo pensado aprovecharla junto con mi marido y con Mateo.

Me quedo mirando a mis agentes y a la chica que tengo delante, intercalando las miradas entre todos. Mi vista se centra en Arez. Por alguna razón, parece que esas palabras han calado más en él que en los demás. ¿Por qué siento que él esconde algo que no quiere mostrarle a Paula? Veo como el puño de Arez afloja la presión y siento cierto dolor al ver aquel como deja caer su mano. Le comprendo perfectamente, porque algo me dice que acaba de darse cuenta que no estará con ella, aunque recupere la memoria. Y eso me hace sospechar que realmente se acuerda de ella, pero no entiendo por qué no se lo dice. Hasta yo me he dado cuenta que ella ha cortado con todos los lazos, o al menos eso quiere, que le unía a Sigüenza. Empezando por lo que sentía por Arez.

-Por lo que vi la última vez, ahora te queda mucho mejor, el vestido digo. Has dado un buen estirón y tu cuerpo ha cambiado con respecto de cuando te conocí – intervengo cuando noto que la tensión que se ha quedado tras esa pequeña conversación.

-Sí, pero su pechonalidad sigue siendo la misma – dice del Castillo mofándose, aunque presiento que no está para bromear.

-Créeme, del Castillo, que tiene mucha razón. He tenido la oportunidad de comprobarlo. El verano pasado la vi en bikini y las miradas de los hombres que había en la playa, me decían que no la miraban a la cara precisamente – les cuento, ganándome una mirada de sorpresa de todos, excepto de ella, que tiene los ojos cerrados. Y, también, una mirada de odio por parte de Arez. – Pasamos juntos las vacaciones, en Las Palmas de Gran Canarias.

-Si tú dices que tres días es tener vacaciones… – ironiza la joven. Todos nos giramos al escuchar un coche llegar. – Me voy. Con respecto a ir a casa de tu padre, te llamaré con lo que decida. Mañana salgo de viaje por Europa y no sé cuándo volveré. Depende del itinerario que tenga que seguir.

- ¿No crees que deberías relajarte un poco? La última vez… – comienzo a decir, pero me detengo porque me mira seria bajándose un poco las gafas para advertirme de que me calle y no diga nada. – De acuerdo. Cuando sepas la fecha de regreso, avísame – le digo. Y no sólo para confirmarme si me acompaña o no a casa de mi padre, sino para asegurarme que irá a la cita que tengamos cuando regrese y que no le ha sucedido nada. – Llámame, que no se te olvide – insisto.

-Nooo, papá – dice antes de darse la vuelta, sin despedirse de los demás, y camina hacia el coche que está aparcado no muy lejos de donde nos encontramos. De pronto, se gira hacia nosotros. – ¡Si quieres, papá, puedo llamar a mamá y así los dos dejáis de darme tanto la lata! ¡Sois más pesados que una vaca escocesa! – Nos grita, arruga los labios a la vez que mueve levemente la cabeza hacia un lado y se vuelve a girar para continuar acercándose al coche.

-Una vaca escocesa… – murmuro con pesar.

Soy consciente de que todos miramos cuando un joven sale del coche. Es un hombre moreno con un flequillo no muy largo e inclinado hacia un lateral y, como anteriormente lo he visto, sé que tiene los ojos negros. También porta unas gafas negras y grises. También lleva una barba de pocos días. No puedo negar que es un hombre bien apreciado, pero no es mi tipo. A mí me gustan que sean despreocupados, pero, cuando el momento lo exige, sea serio, que su cabello sea castaño con los ojos marrones y que tengan un dragón chino tatuado en el cuello… Suspiro al darme cuenta que estoy describiendo al idiota de Brais. Sin querer escuchar, oigo como mis subordinados hablan sobre el acompañante de la joven y, al mirar, comprendo por qué. Rafa le está dando un hermoso ramo de flores, tal vez las que le gustan a ella. Observo de reojo a Arez y algo en él me hace sospechar que no está realmente amnésico. Díaz le sujeta la muñeca para que no camine mientras que sus puños están apretados, tan apretados que los nudillos están blancos. Miro la hora y, al ver que son las ocho y cinco, me giro hacia mis agentes y les digo:

-Espero que tengáis una buena noche.

-Oye, comisario…

-Dígame, Gutiérrez.

- ¿Qué clase de susto es ese que dice Paula? – Me pregunta.

- ¿El del año pasado? – Me pongo a pensar, sin saber si debo ser yo quien se lo revele, pero acabo por darme cuenta de que ellos están preocupados. – Bueno, pensaba que podía estar embarazada, al igual que hace dos años – contesto y me meto las manos en los bolsillos dentro de los pantalones. – Tengo que marcharme. He quedado con alguien.

-Pero, ¿lo estaba? – Insiste Díaz con gesto serio.

-Por eso se iba a casar hace cinco meses – contesto antes de girarme y caminar hacia mi coche.

 

Cuando llego a mi piso, me descalzo mientras camino hacia mi dormitorio. A las nueve he quedado con Marcos para hablar con él por Skype. Siempre hablamos por ese programa cuando está de viaje. Una vez que me pongo el pijama, camino hacia el salón, pero me detengo cuando escucho el timbre de la puerta. Extrañado, ando hacia la salida y abro la puerta. Mis ojos se agrandan al encontrarme con Brais. ¿Qué hace aquí? De pronto, siento un calor inmenso recorrer mi cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Esto no me puede estar pasando a mí. Yo quiero a Marcos, no a Brais. Aunque tengo que reconocer que estoy enamorado hasta el tétano de este sinvergüenza que está delante de mí. Sin previo aviso, él da un paso hacia a mí, me pone sus manos en mis mejillas y me planta un beso que hace que me tambaleé hacia atrás, pero él hace que me ponga contra la pared. No sé cuánto tiempo pasamos besándonos, pero, cuando nos separamos, mi respiración y la de él están agitadas. No puedo apartar mi vista de la de él. Ese beso no me lo esperaba para nada. Sus manos todavía descansan sobre mis mejillas y siento como mi piel se eriza hasta la última parte de mi ser. Acerca sus labios a los míos, pero no me besa en ningún momento. Me irrito al darme cuenta que deseo que lo haga. Poco a poco, él me vuelve a besar lentamente varias veces, produciendo que mi calor suba a cada minuto. Y no sólo mi cuerpo está reaccionando a sus besos. Mi entrepierna comienza a llamarlo, pero, por suerte o no, a él también le está pasando lo mismo. Noto como ambos miembros se están poniendo duros y sólo han sido unos besos.

-Te odio… – balbuceo cuando se separa de mis labios, pero ambos cuerpos continúan pegados.

-Tu cuerpo no dice lo mismo – me atrapa el labio inferior entre sus dientes y tira suavemente.

 

Me giro hacia él después de haber hecho el amor por tercera vez. Brais continúa durmiendo ajeno al sentimiento de culpa que siento por haber engañado nuevamente a Marcos. Pero, cuando él está cerca y me besa, pierdo la cordura y hago cosas que nunca haría; como, por ejemplo, engañar a mi pareja. Le aparto el flequillo para ver su rostro dormido y, como si fuera un completo bobo o la primera vez que lo hemos hecho, me quedo mirándole. Este hombre me desquicia a veces con su personalidad, pero no puedo evitar quererlo. “Me encantaría poder presentarte como la persona a la que amo” pienso pasando un dedo por su definida ceja. Creo que necesito aclararme antes de provocar algún daño.

- ¿Se puede saber qué piensas? – Me dice con los ojos cerrados.

- ¿Por qué debería estar pensando? – Le pregunto.

-Porque, cuando pensabas y estábamos juntos, me tocabas la ceja – abre los ojos. Maldijo en silencio al darme cuenta de que tiene razón. – ¿Qué ocurre, Diego? – Se sienta en la cama y yo le imito, tapándonos de cintura para abajo.

-Lo de siempre. Mi padre.

- ¿Qué ha hecho el señor Nogueroles? – Le miro de reojo al notar cierta guasa.

-Quiere conocer a mi “novia” y me ha dado tres meses para ello – le cuento.

- ¿Todavía no le has dicho que te gustan los hombres? – Niego con la cabeza. – ¿Por qué no?

-Sabes perfectamente el “amor” que siente hacia los homosexuales – suspiro. – He intentado muchas veces decírselo, pero, cada vez que lo intento y sobre todo cuando me mira, me entra el miedo y me quedo sin voz – vuelvo a suspirar. – Ese hombre sabe cómo intimidar.

-Yo no conozco a tu padre, pero por lo que me cuentas, debe ser un hombre bastante recto.

-Recto no es la palabra, pero está acostumbrado a tratar con delincuentes… Y desde que murió mi madre, se ha empecinado en controlar la vida de mi hermano y la mía. Él… bueno, es feliz con una esposa e hijos, pero, en los últimos años, le ha entrado en la cabeza que yo también debo hacer lo mismo. Quiere que me case, que tenga hijos y que siga ascendiendo en la Policía – le cuento. Esto mismo se lo he contado miles de veces a Marcos. – Sólo espero que, cuando tenga el valor de contárselo, mi pareja no se haya hartado de esperar.

-Si quieres, puedo ayudarte a que tu padre te deje en paz – le miro.

- Ya le he pedido ayuda a tu hermana. Sólo espero que acepte.

-Lo hará. Estamos hablando de un Bisen, ¿recuerdas? – Me dice con una pequeña risa. – Y, desde hace un tiempo, ella se parece a Elián, aunque no porque haya estado junto a él mucho tiempo – me coge de la mano y entrelaza nuestros dedos.

-Hoy he estado con ella. Creo que el hecho de que Arez no se acuerde de ella, la pone tiste. He podido notarlo en la seriedad con la que hablaba – le comento. Él suspira.

-Creo que es hora de que comencemos con los preparativos.

- ¿Qué preparativos? – Le pregunto girándome del todo hacia él.

-Nos la vamos a llevar a Estocolmo. Allí estará más segura que en España – no puedo evitar abrir los ojos, sorprendido. – Ella ya sabe que es nuestra hermana y no nos podemos arriesgar de que mi tío la encuentre. No le hemos dicho nada, pero que sea escritora no le proporciona el anonimato que necesita – vuelve a suspirar. – Nos va a odiar, pero lo hacemos por su seguridad. Si al menos…

- ¿Si al menos…? – Repito.

-…si al menos su marido se acordarse de ella, quizás las cosas serían diferentes. Tal vez, tendría más seguridad de la que yo puedo proporcionarle.

-Tu hermana se ha cuidado muy bien en estos dos años. No creo que tu tío sepa quién es, aunque la vea en la contraportada de un libro.

-Se parece mucho a mi madre, pero con los ojos verdes. Elián y ella son los que más se parecen a ella – me mira con una pequeña sonrisa. – Espero que continúes pendiente de ella mientras terminamos de preparar todo.

-Ya te dije que sí, que la cuidaría – le pongo una mano en la mejilla y se la acaricio. – Aunque yo no pueda confiar en ti, tú si puedes confiar en mí.

-Lo sé, por eso te pedí que la cuidaras – me sonríe y nuestros labios se vuelven a unir. – Porque sé contigo va a estar bien cuidada…

-Shh… no hables… – murmuro antes de besarlo de nuevo.

 

Llevamos tres noches encontrándonos en mi piso por las noches. Desde el momento en que entró de aquella manera y me besó, mi cuerpo y mis labios lo llaman a cada instante. Hacemos el amor lentamente, varias veces, donde los besos y las caricias son las protagonistas de nuestros encuentros. En un momento dado, me parece escuchar la puerta abrirse, pero Brais no me deja salir para ver que ha sido ese ruido y eso que hemos terminado. De golpe, la puerta de la habitación se abre y yo me quedo helado al ver allí a Marcos, de pie, debajo del marco de la entrada. Nos está mirando pasmado. Creo que yo estaría igual que él. Me siento sobre la cama, sin poder dejar de mirarle. Pero, cuando me decido decir algo, Marcos se da la vuelta y se marcha de la estancia. Maldiciendo porque no esperaba que él regresase tan pronto, me levanto de la cama y, mientras camino hacia la salida, recojo mis calzoncillos. Me los pongo llegando al salón donde está él. No puedo evitar sentirme culpable. Su gesto serio y enfadado es más que claro. Y lo comprendo. Pero, sin esperarlo, él me abraza estrujándome entre sus brazos y su pecho. No entiendo nada. Acaba de pillarme poniéndole los cuernos… ¿y me abraza?

-Pensaba que te había pasado algo – me murmura en el oído, bajo mi claro signo de sorpresa.

- ¿Qué…? – Consigo decir a pesar de sentir cierta opresión en la garganta.

-Estaba preocupado porque no te conectabas al Skype, así que pedí el primer viaje para España – me separa de él, pone sus manos sobre mis mejillas y junta su frente con la mía, a la vez que tiene los ojos cerrados. – Me alegro de que estés bien, Diego.

-Marcos…

-Lo sé, soy un tonto. Llevamos lo suficiente para saber que no te pasará nada, pero sentía algo extraño en el pecho y no he podido aguantarme estar diez días más sin verte – pongo las yemas de los dedos sobre el rostro de él y le doy un cálido pero corto beso.

-Bienvenido a casa – le digo con los ojos cerrados.

Durante tres días, intento hablar con él sobre lo que pasó en la habitación y quien era la persona que estaba conmigo, pero cada vez que saco el tema, él lo cambia o se marcha. Por lo que, al cuarto día, decido no intentarlo cuando regreso a casa. Al entrar, lo veo todo oscuro hasta que paso al salón y abro los ojos sorprendido al comprobar que Marcos ha preparado una cena romántica en el salón, a la luz de las velas. Le miro con claro gesto de sorpresa, ya que no me lo esperaba. Pero mi perturbación es mayor cuando lo veo sacar un ramo de rosas de su espalda y me lo da. Lo cojo como un robot y las huelo. ¿Por esto estaba tan raro? Cuando lo vuelvo a mirar, mi pareja mete la mano dentro del bolsillo y se agacha ante mí, hincando una rodilla en el suelo. Abre la caja, dejando un precioso reloj, que seguramente le ha costado un riñón, y me pregunta:

-Diego Nogueroles Collados, llevamos ya varios años juntos y ya no me imagino la vida con otro que no sea contigo. Quizás pienses que así estamos bien, pero, ¿me harías el favor de casarte conmigo y así hacerme el hombre más dichoso del mundo?

Notas finales:

Espero que os haya gustado.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).