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Er rennt durch den wald por canneloni

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Bartholomäus admiró su nueva habitación con cautela. Era amplia y acogedora, bastante iluminada por el enorme ventanal de madera oscura que ocupaba casi por completo la pared. Dicho ventanal daba a una especie de balcón pequeño, en donde yacía una tabla unida al barandal que cumplía la función de banco.

Todo se veía bastante antiguo, pero en buen estado, con un poco de limpieza y decoración se vería hermoso. Con determinación, se decidió por sacar todo el polvo posible con los pocos materiales de limpieza que tenía.

Con un paño remojado en desinfectante, frotó la puerta del baño de su cuarto, el cual se mantenía bastante bien. Con baldosas blancas cubriendo en su totalidad las paredes, excusado de loza blanco y un lavamanos de mármol negro. Un pequeño estante negro en un costado, lleno de telarañas. Encima del grifo del lavamanos estaba colgado un espejo redondo algo rayado, pero aún útil. La ducha tenía una mampara de vidrio, la cual limpió con fervor hasta dejarla reluciente. Al dar una mirada total, se dio cuenta que el baño era bastante pequeño pero práctico.

Bartholomäus, después de terminar con el baño, empezó a barrer todo su cuarto. El piso era de parquet, se decidió a lustrarlo después junto a las puertas, el ventanal y el balcón. Con la escoba comenzó a quitar las telarañas de las paredes, para después barer nuevamente. Siguió así por un rato, hasta que cansado fue a buscar algo para beber.

Al salir de su habitación y caminar por el pasillo, se chocó con su padre. El impacto lo hizo caer sentado, pero a su padre no lo movió ni un milímetro. El hombre lo levantó con extrema facilidad, lo cual no era raro debido a la pequeña y liviana compleción de Bartholomäus. Günther sostuvo a su hijo de los hombros, apretándolos con sus grandes manos. Examinó su delicada cara en un silencio pesado, se escuchaban claramente sus respiraciones.

Günther elevó una de sus manos lentamente, utilizó sus regordetes dedos para apartar el cabello del rostro de su hijo, revelando su ojo usualmente oculto por la larga capa de pelo negro. Colocándolo detrás de su pequeña oreja, dejándole una caricia por su mejilla, hasta llegar a los rosas labios del menor y meter su pulgar en medio de ellos, separándolos.

— Tu cara es muy bonita para esconderla así, Bartholomäus. — habló arrastrando las palabras pausadamente, suspirando. El niño mantenía sus ojos en extremo abiertos, observando cada movimiento de su progenitor. Sintiéndose asqueado y temeroso, en completo estado de alerta, esperó a que su padre lo soltara. Se tardó varios segundos, mientras el hombre humedecía su dedo con los labios de su hijo. Günther cerró sus ojos soltando un gran suspiro, quitó sus manos del pequeño cuerpo y el muchacho no dudó en seguir con su camino a paso rápido. El mayor lo siguió con la mirada hasta que se perdió en el pasillo. — Tan pecaminoso... — Murmuró y se dirigió a su alcoba algo ausente.

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El adolescente al ya no sentir la mirada de su procreador sobre su cuerpo, empezó a aumentar la velocidad de sus pasos hasta el grado de correr. Olvidando su original idea de calmar su sed, optó por salir de su casa. Pensó en el bosque, lo asustaba e intrigaba al mismo tiempo, pero prefirió eso a quedarse allí sólo. Se internó entre los espesos árboles, que poseían una altura descomunal y un grosor en sus troncos que resultaba grotesco. Impresionado, pero sin olvidar el mal augurio, se metió más profundo entre esas oscuras ramas y hojas. Los árboles tomaban formas macabras, doblándose en formas extrañas.

Había bastante niebla, por lo que se le dificultaba ver. Se extrañó, cerca de su nueva casa no había visto ni un poco de niebla. El día estaba bastante nublado para ser verano, eso sí.

Al no ver bien sus pies, terminó casi tropezando con una piedra. Vislumbró un sendero de piedras, por el moho en ellas calculó que tenían tiempo allí. Con curiosidad, caminó por él para ver a donde guiaban. A lo lejos, colgando de una torcida rama, vio a

un collar con péndulo de cristal. La piedra tenía una coloración violeta y estaba envuelta en una especie de red del mismo material que la cadena que colgaba en lo alto.

Le pareció bastante bonito, por lo cual no se explicaba el por qué alguien lo dejaría allí sin más. Extrañado, intentó alcanzarlo dando saltos, pero no llegaba. Maldiciendo su escasa altura, intentó bajarlo con una rama media podrida. Ésta al ser larga, logró su objetivo.

Ya entre sus pequeñas manos, el chico se dedicó a examinarlo de cerca. Era... singular, se sentía maravillado al verlo. Estaba consciente de que tampoco era la joya más hermosa que haya visto, pero tenía algo especial.

Estaba por ponérselo, pero el sonido de su celular en una llamada entrante lo distrajo. Simplemente la guardó en su ajustado bolsillo y contestó la llamada.

¿Dónde mierda estás, Barth? — Escucha la voz enojada de su hermana, reprendiéndolo. — Te busqué por toda la jodida casa y no te encontré, agradece que ni madre ni padre se dieron cuenta. Mejor trae tu enorme culo aquí ahora mismo. — Y cortó sin más, no le dio tiempo siquiera de contestarle.

Resignado, guardó su IPhone en su bolsillo trasero y emprendió el camino de vuelta a su nuevo hogar.


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