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De la miel a las cenizas por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Nuevo domingo, nuevo capítulo.

Capítulo IV

Máscaras caídas

 

 

Lo amaba no porque se pareciera a un joven afable y pensativo, sino porque era horroroso, atroz, aborrecible, y bello al mismo tiempo. Lo amaba del mismo modo en que la gente ama lo perverso, por el escalofrío que causa en la médula de sus almas.

Anne Rice, La reina de los condenados

 

 

Esa noche no entró en su casona antigua por la puerta como lo había hecho hasta entonces. Ya no necesitaba fingir que era un ser humano sino todo lo contrario, debía mostrarle a Ryota lo que era realmente. Tal vez porque esa era la única forma en que él podría entender la decisión que había tomado por el bien de ambos.

El rubio se paseaba de un lado a otro dentro del salón, se mordía las uñas de vez en cuando o exhalaba fuertes suspiros. Estaba nervioso, sus ansias eran evidentes. Él lo observó por un par de minutos a través del visillo transparente de los amplios ventanales. Estaba en el jardín posterior, oyendo el hipnótico y suave sonido del agua corriendo en el estanque dispuesto en el centro del jardín, dejándose perder en los recuerdos. Hacía frío a la intemperie y caía una suave aguanieve que le empapaba el pelo. ¡Qué ironía! Igual que la noche en que conoció a Ryota.

Decidió entrar, y se movió tan rápido, que pareció que se materializaba dentro de la vieja casona, como un verdadero fantasma. Su aparición fue tan fortuita que logró darle un susto de muerte a Ryota. Lo vio abrir los ojos con impresión y retroceder instintivamente, tratando de asirse a lo que fuera que le diera algo de estabilidad, y antes de caer de espaldas al suelo, logró afirmarse de la mesa. Aunque podía oír el latido frenético de su corazón, lo vio luchar para recomponerse y hacer que el miedo desapareciera.

Él lo miró serio, imperturbable, estudiándolo con la mirada. Podía entender el miedo instintivo que generaban los de su especie en todos los humanos. Él mismo lo había sentido la noche que fue atrapado por el monstruo que lo convirtió, y aunque él era un guerrero entrenado para no sentir miedo alguno, esa lejana noche el terror lo paralizó. Por eso no podía entender cómo Ryota parecía recuperarse tan fácilmente. ¿Era porque creía amarlo? ¿Era ese amor lo que le impedía seguir sus instintos?

—¿Cómo lo...? ¿Tú...? ¿Por qué...? —Ryota lo miró con una cara llena de confusión. Sacudió la cabeza y se enderezó; volvía a ser todo gallardo y elegante, como si en ningún momento hubiera sentido miedo—. ¡¿Por qué no habías venido en todos estos días?! Han pasado dos días desd…

—Abrígate. Ponte una chaqueta y zapatos —lo interrumpió. Su voz era grave, átona, sin emoción alguna—. Hay un sitio al que quiero llevarte. 

Ryota no discutió más, algo inusual en él, que siempre parecía tener una palabra en los labios. Hizo un asentimiento de cabeza y luego se perdió en la oscuridad del pasillo. Él lo siguió, pero moviéndose tan rápido que apareció de la nada dentro del cuarto.

—¡Daiki! —exclamó Ryota. Dejó caer la chaqueta que acababa de sacar del clóset y se llevó una mano al pecho. Sólo consiguió hablar otra vez después de varias bocanadas de aire—. ¡Por Dios! No haces ruido y apareces de la nada.

—Fastidioso, ¿no?

—En realidad creo que es fascinante. Pero te aconsejo que de ahora en adelante dejes de aparecer así si no quieres que muera de un ataque cardíaco.

—Esto es lo que soy —dijo mirándolo con la misma expresión serena e impasible—. Esto era lo que tú querías saber ¿no?

—¿Así que estás tratando de asustarme? —preguntó Ryota, sus finas cejas se levantaron en un gesto de incredulidad—. ¿Ese es tu plan?

—No hay tiempo que perder. Hay algo que quiero mostrarte —repitió.

—¿A dónde vamos?

—Hay ciertas cosas que necesitas ver con tus propios ojos, y yo voy a mostrártelas —dijo cruzándose de brazos. Parecía que por fin el rubio se había recuperado de la impresión y volvía a hacerle todas las preguntas que en un principio había esperado.

—No seas así de críptico. —Ryota se cruzó de brazos, imitando su porte. Habló serio y grave, retándolo—. Yo no soy la clase de persona que obedece ciegamente y lo sabes.

—Podría obligarte a ir… y lo sabes.

—Tú y yo sabemos que no puedes. —Ryota alzó el mentón en un gesto orgulloso—. Hay muchas clases distintas de poder, Daiki. La fuerza física es sólo uno de ellos. —Caminó lento hasta ganarse frente a sus narices—. Y aunque tengas una fuerza sobrehumana, sabes bien que no puedes obligarme.

—No me provoques, Ryota.

—¿A dónde vamos? —repitió.

—A veces eres intratable. —Soltó un suspiro largo y por fin se rindió. Aunque tratara de negarlo, era evidente que aquel muchachito lo tenía en su poder—. Voy a contarte la historia de mi vida, voy a mostrarte lo que realmente soy. ¿Vas a venir o no?

—Sí.

Después de asentir, Ryota se calzó unas botas de cuero marrón y una chaqueta negra con gorro ribeteado de piel. Caminó tras los pasos de Daiki hasta el living, pero cuando quiso agarrar las llaves y salir, fue tomado con fuerza entre sus brazos fríos y duros.

—¿Qué estás haciendo?

—No vamos a salir por ahí. —Acomodó el cuerpo de Ryota entre sus brazos y salió con él hasta las ventanas corredizas—. Si vas a conocer quien realmente soy, debe ser por entero, cada parte de mi vida. Tranquilo. No existe la más mínima razón para tener miedo.

Ryota podría haber jurado que sintió el preciso instante en que su corazón se saltó un par de latidos al oír esa frase. ¿Acaso no había sido Daiki quien le dijo eso mismo hace muchos años atrás? No, eso era imposible. Seguramente todo era parte de una de sus alucinaciones.

Como haya sido, no pudo seguir pensando en ello, como cada vez que estaba junto a Daiki. Esta vez fue la sensación de vacío que le revolvió las entrañas lo que lo distrajo. Se elevaron sobre la tierra a más de diez metros por milésima de segundo. Ryota, presa del terror, tensionó todo su cuerpo y escondió el rostro en su cuello mientras trataba de ahora un gritito agudo.

—Echa un vistazo, mira la ciudad desde los aires.

Ryota se despegó lentamente de su cuello y ladeó el rostro sólo un poco. No se había dado cuenta, pero estaban desplazándose a gran velocidad en el aire, viajando por sobre los edificios en medio del lluvioso cielo nocturno del invierno tokiota.

—¿Puedes volar?

—Creo que esto es más bien levitar —dijo acomodando con una mano el gorro del rubio para protegerlo mejor—. Es un don que poseemos los antiguos de mi especie.

A Daiki le llegaron los pensamientos de Ryota de pronto, como en una oleada, y se dio cuenta que él ya no sentía miedo. Hacía frío, el viento le impedía escuchar bien lo que le decía, la lluvia y el viento le daban de lleno en la cara, le lastimaban los ojos y las lágrimas producto de la velocidad le nublaban la vista, pero entre sus brazos duros como la piedra creía sentirse protegido. Esa sola idea le hizo dar ganas de llorar.

Ryota no se dio cuenta cuando aterrizaron sino hasta que fue depositado sobre el suelo húmedo de la acera. Tampoco sabía en qué parte de la ciudad estaban, pero parecían los suburbios de Tokio.

Daiki estaba más silencioso de lo común esa noche; no decía nada ni daba pista alguna de lo que estaban haciendo. Se adelantó hacia un bloque de departamentos, de esos muy pequeños que consisten en un solo ambiente y que abundan en los suburbios. Como si nada, subió las escaleras hasta el segundo piso, caminó entre los pasillos largos y oscuros, y se detuvo frente a una puerta al azar. Giró la perilla con tanta fuerza que la destrozó, pero eso ayudó a que la cerradura cediera.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Ryota en un susurro; estaba espantado—. Esto es violación a la propiedad privada, no puedes hacerlo. —Pero Daiki no le respondió, se adentró al pequeño departamento como si no lo hubiera escuchado, así que a Ryota no le quedó más alternativa que seguirlo.

Primero asomó sólo la cabeza, dudando de entrar. En el interior del departamento la oscuridad era densa y le impidió toda visibilidad. Se bajó el gorro de la chaqueta y dio tres pasos hacia dentro, pero no tardó en chocar con un mueble y el estruendo que provocó resonó por todo el edificio, amplificado por el largo pasillo vacío.

—¿Quién anda ahí? —dijo una voz femenina y asustada. En ese momento Ryota sintió pavor—. ¿Qué quiere?

—Cierra la puerta y enciende la luz —ordenó Daiki. Ryota supo que le hablaba a él—. Y tú, cálmate —dijo ahora a la mujer. Su voz era serena, grave y gélida.

Ryota permaneció inmóvil, con los ojos muy abiertos, respirando agitado, presa del miedo. Fue Daiki quien finalmente volvió a la entrada y encendió la luz. En ese momento Ryota pudo ver a la chica sentada en la cama, con las piernas dobladas hacia su pecho, mirando casi con la misma expresión de terror que la suya.

—¿Q-qué… estás haciendo? —Vio a Daiki caminar hasta la cama de nuevo—. Daiki, es mejor que nos vayamos de aquí. ¡Por favor! —Pero aunque habló, el otro parecía no escucharlo, ni siquiera parecía ser consciente de su presencia, al igual que la chica—. No entiendo qué es lo que vinimos a hacer aquí. Quiero irme —insistió.

Daiki se movía con pasos tan suaves que sus pies no hacían ruido alguno sobre el suelo. Su espalda estaba encorvada al mínimo, su mirada azul estaba fija en la chica y cada uno de sus movimientos era como los de un felino que acecha a su presa.

—¿Qué vas a hacerme? —preguntó la chica con los ojos fijos en Daiki. Se veía tan tranquila ahora, como si hubiera sido encandilada—. ¿Eres el dios de la muerte?

—Ese es un nombre demasiado hermoso para mí —susurró Daiki.

Ryota estaba boquiabierto, en ese instante comprendió lo que habían ido a hacer a ese lugar: él iba a beber de su sangre.

La chica cerró los ojos y relajó el cuerpo, su postura ya no era de defensa ni de temor, bajó las piernas, se recostó contra el espaldar de la cama y cerró los ojos. Daiki apoyó sólo una rodilla sobre la cama y tomó la figura delgada de la chica por los hombros. Cuando la acercó hasta su cuerpo, ella dejó caer la cabeza hacia atrás y expuso el cuello, Daiki apoyó la boca en su piel y la mordió.

Ryota apenas podía respirar, había contenido el aliento durante tanto tiempo que temió haberse olvidado de cómo hacerlo, pero cuando reaccionó, dio media vuelta y salió del departamento.

No estaba seguro de las intenciones de Daiki al llevarlo a ese lugar, pero le pareció un insulto. ¿Le estaba queriendo decir que así como lo visitaba a él por las noches y bebía de su sangre, también lo hacía con ella? Gruñó por lo bajo y apuró el paso, quería marcharse de ese lugar en cuanto fuera posible, pero cuando quiso bajar por la escalera se encontró con Daiki de frente.

—¿Por qué te fuiste? —le preguntó.

—¡¿Qué mierda es lo que tratabas de mostrarme?! —gritó Ryota enfurecido—. Me fui porque no estaba interesado en ver lo que hacías con ella.

—Te traje hasta aquí para que lo vieras y eso es lo que harás.

Daiki no le dio tiempo a protestar ni negarse, esta vez sí lo obligó a la fuerza. Lo tomó del brazo derecho y lo arrastró de vuelta al departamento. Se sentía como un muñeco o un niño pequeño, nunca se había sentido tan impotente en toda su vida. Cuando estuvieron de vuelta en el interior del pequeño cuarto, Daiki lo aventó con fuerza sobre la cama, dejándolo caer directo sobre el cuerpo de la chica.

—¿Cómo te atreves a hacerme esto? ¿Cómo pudiste obligarme a verla a ella?

Ryota se puso de pie y se giró para mirar a la chica, ésta seguía acostada en la cama. Tenía planeado mirarla con desprecio, incluso odio, pero al mirarla por más de dos segundos se dio cuenta que su cuerpo estaba inmóvil, su mirada estaba vacía y su respiración era totalmente nula: estaba muerta.

—¡Oh por Dios! Es-está… Está… muerta… —La señaló con un dedo índice tembloroso y retrocedió hasta chocar con la pared—. Está muerta. ¡Tú la mataste!

—Así es.

Ryota se deslizó por la pared hasta caer al suelo, sus ojos estaban fijos en el cuerpo de aquella chica. Se había equivocado, Daiki no la conocía, nunca antes la había visitado, sólo había entrado ahí para matarla, para alimentarse de ella hasta la muerte.

Aquello era atroz, tan atroz como las violentas imágenes que le bombardearon el pensamiento sin piedad, casi tan atroz como los dos cuerpecitos tirados sobre la nieve, con las alas de colores pasteles de sus disfraces salpicadas de sangre… y la nieve cayendo si parar durante ese invierno, el invierno de su niñez… y los brazos fríos que lo acurrucaron… y aquel terrible designio: «Olvidarás.»

Ryota cerró los ojos, apretó los dientes y se presionó las sienes con las palmas de las manos, hasta que su propia fuerza lo hizo jadear. Necesitaba algo que le permitiera agarrarse a la realidad, aunque fuera el dolor. No podía permitir que las alucinaciones lo ahogaran ahora, si lo hacía, estaba perdido. En ese momento, más que nunca, debía mantenerse cuerdo, porque nunca antes había estado tan consciente del peligro que corría, del peligro que corría junto a su Daiki.

—¿Por qué…? ¿Por qué lo hiciste?

—Porque esto es lo que soy. —La voz de Daiki era ronca y grave, sin una pisca de pena o remordimiento—. Me alimento de la vida de las personas.

—¡Pero no es verdad! —gritó Ryota. Las lágrimas habían empezado a correr por sus mejillas y se tapaba los oídos con ambas manos; sus ojos seguían fijos en el cuerpo inerte de la chica pero su pensamiento estaba con el cuerpo inerte de su padre en la fría sala del forense—. No necesitas matar. Podrías alimentarte de mí como lo has hecho hasta ahora, bebiendo sólo un poco de mí sangre.

—¿Y por qué tendría que hacer eso si esto es lo que soy? —Daiki se acuclilló frente a él y lo miró a los ojos, impasible—. Soy un cazador y me gusta serlo. Nunca he sentido respeto por la vida humana, ¿por qué tendría que sentirlo ahora?

—¿Por qué me trajiste hasta aquí? —Ryota había logrado apartar la vista del cadáver y ahora sus ojos inundados de lágrimas miraban con furia a Daiki—. ¿Qué quieres conseguir con todo esto?

—Ahora puedes verlo con tus propios ojos, esto es lo que soy, un asesino. —Daiki se puso de pie y extendió las manos a los costados de su cuerpo—. No es necesario que mate para sobrevivir, ¿sabes? Lo hago porque me gusta. Podría sobrevivir sorbiendo un poco de sangre de varias víctimas, un pequeño sorbo. Pero no lo hago, no me gusta. Hace dos mil años, cuando luchaba en las falanges espartanas yo era un asesino, y hoy en día, como un vampiro, sigo siendo un asesino.

Ryota negó con la cabeza, usó el puño de su chaqueta para secarse las lágrimas y se puso de pie. Aunque tambaleante, salió del departamento. No avanzó mucho hasta que Daiki lo alcanzó, pero esta vez no lo obligó a volver, se limitó a caminar a su lado.

—Déjame llevarte a tu casa —dijo cuando bajaron a la calle. Seguía lloviendo con fuerza, pero ahora la lluvia no parecía molestar al rubio, estaba absorto.

—No.

—Ryota, ni siquiera sabes dónde estás —dijo con paciencia, aunque seguía habiendo un tono frío y distante en su voz—. Este lugar es peligroso para alguien como tú, déjame llevarte de regreso.

Ryota paró de caminar y se dio la vuelta para mirarlo furioso. Lo estudió con la mirada en absoluto silencio, por varios minutos, y se dio cuenta con sus propios ojos del cambio que efectuaba la sangre en él: el color de su piel era mucho más natural, sus labios tenían un suave tono rojo y la iridiscencia de sus ojos azulinos no era tan llamativa, y comprendió que los cambios que había observado en él desde que lo conoció se debían a la sangre.

—Así que es por eso que a veces te veías diferente, más…

—¿Más humano?

—Más natural —rectificó. Estiró la mano y acarició con la punta de los dedos la mejilla de Daiki—. Y es la sangre la que te da calor.

—La sangre me permite robar vida por unas cuantas horas.

—Dijiste que me contarías tu historia, así que hazlo —dijo con firmeza, con una voz que indicaba que no aceptaría un no por respuesta—. Quiero saber qué eres, por qué eres así. ¡Quiero saber toda la verdad!

—Supongo que no tengo más remedio. —Daiki soltó un fuerte suspiro y envolvió la cintura de Ryota con suavidad—. Pero para conocer esa parte de la historia debo llevarte a otro lugar.

—¡No más muertes por favor! —suplicó agarrando con ambas manos el cuello de la chaqueta negra de Daiki—. No creo poder soportarlo.

—Tranquilo, sólo voy a llevarte a mi lugar de reposo. Está cerca. —Mientras hablaba, comenzaron a elevarse muy lento. Ryota se abrazó enseguida a su cuello y ocultó el rostro ahí—. Debes prometerme que mantendrás los ojos cerrados en todo momento. —Como respuesta, sólo sintió un asentimiento de cabeza.

Notas finales:

¿Qué piensan? ¿Creen que ya han desifrado el misterio?

Me encantaría saber qué es lo que están pensando con respecto a la trama.

Muchas gracias a todos quienes siguen el fic y me dejar llegar sus comentarios.

Besos azul amarelo~


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