Las cosas suceden por azar, sin predecirlo o esperarlo. Y aquellas cosas por azar me perseguían en mí día a día. No puedo decir que no me enorgullezca de ser el perfecto atractor de rarezas, pero tampoco puedo decir que sea lo mejor del mundo, especialmente cuando desapareces de la nada y eres el objeto de un demonio.
No me malentiendan, no es nada grave en realidad, pero estar en una dimensión controlada por aquel rubio y que para peor es una extraña paradoja de lo anormal, bueno, eso sí es malo. Normalmente descansaba en un cuarto, donde lo único rustico y humano eran los muebles, pues las paredes y por decirlo más sencillo, el todo, era de un tono morado-negro-azul y cuadriculado. Sí, cuadriculado, como una hoja de papel para hacer tablas.
Era algo que nunca me haría sentir cómodo. Pero lo más incómodo de todo era el dueño de aquella casa tan extraña. Era rubio, alto, atractivo como él solo, y completamente diabólico. Y no lo decía solamente por llevarme a su dimensión como prisionero en contra de mi voluntad, más bien era por hacer que mí día a día se volviera más tortuoso. Todos los días iba a mi cuarto, apareciendo de la nada, sonriendo burlonamente, ofreciendo un trato de paz, y como no, una ofrenda de cariñosidad. Si es que se le puede llamar cariño a que te regale perlas hechas con los ojos de aquellos que te habían hecho daño.
Bien, la situación es compleja, y se remonta unos años atrás, cuando, por mero azar, nos topamos con aquella criatura diabólica que nos hizo la vida imposible a mi gemela y a mí. Allí empezó todo. Con su repentino interés en mí y en mi tío Stanford. Pero, como todo humano, mi tío, el autor de los diarios que llevaría al fin de aquel sujeto, murió, y solo quede yo. La cuestión era que todos pensaban que los diarios habían desaparecido. Pues NO, yo los tenía, escondidos en algún rincón de mi mente, y allí permanecieron hasta que cumplí los veinte y volví a Gravity Falls para terminar lo que en un comienzo mi tío inicio.
Pero como dije, las cosas extrañas me persiguen, y a pesar de tener una placa implantada en mi cerebro, eso no evito que Bill, el demonio, me secuestrara, dejando a mi tío Stanley y a mi hermana Mabel completamente solos.
Pero yo resistía bastante bien los maltratos de aquel demonio, por lo cual ya habían pasado nueve años en la tierra, y yo aún no revelaba el secreto. Mi físico no cambio para nada, y los años humanos pasaron como días para mí, pues en esa dimensión todo era extraño. Así que, bueno, seguía con mi cara de adolescente, casi infantil, con mi cabello desarreglado, pero con una mente de ya un sujeto que piensa mejor en todo.
Y planeaba escapar. Todos los días me dedicaba a leer mentalmente los diarios, buscando alguna falencia en aquella interdimensional dimensión (vaya paradoja) pero, no fue sino hace poco, que la encontré y até cabos.
Cada vez que Bill me iba a visitar, me daba un cuchillo para comer sopa (sí, este demonio no entendía como se debía alimentar una persona y la utilidad de los cubiertos), dos panes duros, y un jugo de limón sin azúcar.
Ese día, al tomar el cuchillo cuando me soltara las cadenas de las manos, me cortaría la garganta. Y no para morir, para que, al sentir dolor, algún demonio se apodere de mí y me permita enviar un mensaje a la tierra de los vivos estando mi alma fuera de mi cuerpo. Le diría a Mabel que debe hacer para sacarme de aquel lugar, o por lo menos decirle que estaré bien.
Pero entonces, pasó lo inesperado.