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Si tienes que elegir: quédate conmigo. por Ulala

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Escuchó los pasos tranquilos resonar por el piso de madera, como si hubiera estado  toda su vida en aquella casa, recordando dónde estaban los muebles para no chocarlos, como si habría estudiado cuidadosamente la situación. Cerró las cortinas e incluso en la penumbra que quedó ante la ausencia de la luna, lo siguió con la mirada dirigirse al botón de la luz para luego prenderlas. Entrecerró sus párpados con molestia y al cabo de unos segundos, pudo verlo. Estaba ahí, parado a tan sólo unos metros de él, observándolo como si el tiempo que había transcurrido no fuera más que una falacia, su cabello estaba igual, su manera de pararse. Lo miraba fijamente, como analizando si en aquellos cuatro años, algún detalle de su rostro había cambiado y superficialmente parecía que no, pero lo contemplaba como si fuera un simple desconocido.




El rubio jaló con ambos brazos, buscando alguna absurda posibilidad de escabullirse. Estaba esposado al apoyabrazos de un sillón de metal, que en aquel momento se arrepentía de haber comprado. Intentó levantarlo, pero era demasiado pesado. Sus muñecas, por otra parte; eran demasiado grandes para deslizarse por la hendidura. Había visto en algunas películas, que una forma de quitarlas era romperse el pulgar. Descartó esa idea momentáneamente.



—¿No vas a decir nada? —preguntó el rubio. Y había tantas cosas que Sasuke en ese momento podría decir, pero en lugar de eso; se quedó en silencio.



—¿Tendría? —inquirió con sarcasmo. Se dirigió a la cocina, como si fuera su casa. Lo siguió con la mirada, llena de resentimiento, de repugnancia. Volvió con una botella de whisky y un vaso, se sentó tranquilamente en el sillón con las piernas cruzadas, sacó un cigarrillo de su bolsillo y lo prendió. Al cabo de unos segundos, la ceniza cayó en la alfombra. Ese detalle, pasó desapercibido por el rubio, que se encontraba en una situación la cual aquello era prácticamente insignificante.




—¡¿Qué diablos está sucediendo?! —lo exasperaba su indiferencia. No lo miró, fingió ignorarlo mientras servía la bebida en el vaso hasta la mitad. Dio un sorbo corto, sintiendo como el líquido quemaba su garganta—. ¡Sasuke! —levantó los ojos con molestia.




—Sigue gritando y voy a amordazarte, Naruto —clavó su mirada en él haciendo que un escalofrío recorriera su columna, sus ojos parecían carentes de vida —. No te olvides que estás hablando con un asesino —sonrió, para luego tomar otro trago.




El rubio se quedó petrificado. La última vez que lo había visto, la sangre le caía de la punta de sus dedos; pasó un año buscándolo y los otros tres, teniendo pesadillas acerca de ese día. En todo ese tiempo, Naruto había llegado a la conclusión de que algunos días no eran buenos, simplemente eran menos peores. En algunos crecía que él era culpable —y esos eran los peores—, otros; había una explicación completamente racional y simplemente todo lo que continuó al hecho, fue una suma de eventos desafortunados. Luego de todo aquello, de todos esos días que parecieron siglos, ahí estaba Sasuke, mirándolo como si toda la situación fuera indiferente para él, admitiendo ser un asesino. Apretó los puños y si en aquel momento no hubiera estado esposado, lo habría golpeado con un frenesí que creería impropio de sí mismo.




—Tú la mataste —susurró. Se sorprendió a sí mismo afirmando. Fueron unos segundos, en los cuales todas sus dudas y toda la confianza  que se había empecinado en tener, eran tapadas por la ira. Las palabras que habían pronunciado le dolían en lo profundo de su alma—, ¿¡La mataste, Sasuke!? —sus ojos se llenaron de lágrimas, gritaba, forcejeaba contra la silla creando un ruido metálico que casi aturdía. Él no lo miraba y cuando finalmente lo hizo, Naruto pudo observar que su rostro se había deformado con una expresión que no llegó a comprender—, ¡Contéstame! —se levantó y caminó hacia la cocina —. ¡¿Por qué lo hiciste?!  —sintió que rompía su garganta en cada grito, pero siguió haciéndolo hasta que lo vio agacharse frente a él. En aquel momento pudo jurar, que estaba enojado—, no te atrevas, hijo de put —lo pateó nuevamente, pero era tarde, había colocado un trapo alrededor de su boca, atándolo por detrás fuertemente hasta un punto que era doloroso. Intentó contener las lágrimas, pero no dejaban de brotar.





—Eres realmente molesto —masculló, tomándolo fuertemente de los cabellos y haciendo que lo mirara directamente. Se reflejó en aquellos ojos azabaches, que alguna vez lo habían mirado con amabilidad, que alguna vez rieron junto a él y Naruto comprendió que ese no era su mejor amigo y que todo el tiempo que habían compartido, había muerto.




No supo cuánto tiempo pasó o cuánto tiempo estuvo en la misma posición, pero sus muñecas dolían, se fijó cansado en su reloj, las diez y cuarto: tres horas. Poco a poco, sintió los dedos acalambrados y al levantar su cabeza, tenía la marca del apoyabrazos marcada en su frente. Intentó gritar durante un rato, hasta que entendió que carecía de sentido. El olor a cigarrillo cubría la habitación, había perdido la cuenta de cuántos había fumado ya. La suma de sentimientos que revolvían su interior, lo hacían confundir. Sin embargo, se llenó de temor cuando sus pesadillas golpearon la puerta de su mente, amenazando con entrar. Debía mantenerse ocupado, pero no supo cómo. Sasuke iba, venía, volvía; recorriendo su casa de tal manera que lo ponía nervioso.




En aquel momento se preguntó por qué no lo había matado. Quizá aún tenía algún tipo de utilidad para él, torturarlo, recordarle que podía hacerlo aún más miserable si ese fuese su deseo. Si a Naruto Uzumaki le hubieran preguntado horas antes, si todo aquello que rodeaba su vida podía hacerlo más infeliz, hubiera dicho que no. Pero actualmente, se daba cuenta que  se habría equivocado. Escuchó un ruido en la cocina y giró su cabeza, el intruso, descaradamente estaba revisando su refrigerador. Quiso suspirar, rendido ante la situación, pero la mordaza se lo dificultó.




Sasuke lo observaba detalladamente, luego de haber examinado el lugar; desde la barra desayunadora, apoyado en sus codos. Conocía bien esa mirada, calculadora, indiferente. Caminó hacia el rubio, que quiso retroceder pero no pudo. Se agachó a la altura de sus ojos.




—¿Vas a seguir gritando? —le preguntó, como si Naruto no tendría una verdadera razón para hacerlo. Giró su cabeza hacia un lado, pensando por un segundo la situación, para finalmente negar. Estiró su brazo hacia detrás de su cabeza, desajustando el agarre. Cuando la tela cayó, sintió que pudo volver a respirar con normalidad—, ¿tienes hambre?




—Como si te importara —susurró. Y realmente estaba  hambriento, pero su orgullo no le permitía decirlo. Al escuchar sus palabras, Sasuke sonrió de lado.




—Sería una pena que mueras por inanición —lo tocó con su dedo índice en la frente de manera burlesca.




En el momento en que tenía su brazo frente a él, el rubio pensó qué tan fuerte podría morder, qué tanta carne podría desgarrar de aquella pálida piel si lo mordía. Se odió a sí mismo cuando las pesadillas rompieron las puertas de su cabeza, todas ellas, entraron gritando que no importaba lo que hiciera, incluso si era culpable: nada había cambiado.




—Sólo mátame y ya —musitó, quiso llorar nuevamente de la impotencia, clavó sus ojos celestes en el suelo para aguantar. Si Naruto en ese momento, hubiera visto aquellos orbes azabaches, quizá hubiera comprendido muchas cosas.




Se levantó bruscamente, se dirigió hacia la nevera nuevamente. Había revisado superficialmente su departamento, era exactamente como se habría esperado de él. Demasiado colorido para su gusto, desordenado y casi se atrevería a decir, que estúpidamente hogareño. Estaba llena de comida chatarra e incluso había una caja entera de pizza, la sacó y la abrió: Seis porciones. Sacó un plato y las colocó en el microondas. Sasuke sentía la mirada celeste fulminar su nuca, seguir cada mínimo movimiento que hacía. Se aseguró de no girarse. Colocó tres en un plato y sacó las aceitunas. Dejó uno en el asiento del sillón, de manera que pudiera comer. Lo observó con rabia, sin siquiera mirar la comida. Lo dudó por varios segundos, mientras observaba al moreno comer con toda la tranquilidad del mundo sentado en la mesa, dándole la espalda.




—Idiota —quiso soltar una carcajada sarcástica, pero no lo hizo—. Me encadenas a mi propio sillón y aún así me das tus estúpidas aceitunas.




Sonrió a sus espaldas, pero en aquel momento; quiso reír por todas aquellas risas que no habían tenido juntos. Había perdido la cuenta de cuál había sido la última, pero quizá nunca se lo había preguntado. Se quedó en silencio, sin poder quitar aquella expresión, escuchando a Naruto quejarse reiterativamente de lo incómodo que era comer encadenado. Cerró los ojos, queriendo imaginar que sólo era una cena más, común y corriente, con su mejor amigo.

 


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