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El destino de las almas. por Abyss

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No es la primera vez que decide entrar sin anunciarse o pedir permiso en el templo de Leo, sus pasos son lo mas lentos y suaves posibles mientras camina por el lugar sin su propia armadura, evitando llamar la atención del guardián o de cualquier otro que estuviera atravesando el templo. Su infiltración y extremo cuidado, era ni más ni menos por su decisión de ir más allá de los pasillos principales, investigar qué era lo que había más al fondo del templo que siempre parecía recibirle con los brazos abiertos, como si hubiera alguien más ahí, aparte de Aioria, protegiendo aquel lugar sagrado.

Durante su niñez, fue algo que llamó su atención pero que nunca pudo confirmar, por lo que ahora, que al fin tenían tiempo para sí mismos y respirar tranquilos, no tenía planeado dejar pasar la oportunidad de finalmente ir a descubrir qué era lo que tanto llamaba su atención.

— ¿Lo sientes?

La profundo voz del quinto guardián le hizo girarse rápidamente en la dirección de donde provenía, demasiado inmerso en sentir la textura de algunos acabados en las paredes, como para poner atención en si había alguien mas en el lugar, lo que era peor, Aioria no solo se encontraba cómodamente sentado en el suelo de su propia casa, sino que parecía que ya tenía un buen rato así, por lo no estaba seguro si él era quien había llegado a invadir el espacio del León o si simplemente Aioria lo vio y decidió tomar asiento hasta que notara su presencia.

—No te asustes, puedes seguir observando, eres bienvenido por el templo. —aseguró Aioria, mientras se acomodaba un poco mejor en el lugar donde había decidido sentarse.

Es entonces cuando decide guardar silencio, moviendo lentamente sus dedos sobre la pared antes de darle la espalda y tomar asiento de igual manera junto al guardián de Leo. El silencio entre ellos, o al menos de su parte, se sentía muy incómodo, tras lo ocurrido tanto en la guerra santa como en Asgard, no habían tenido tiempo para hablar entre ellos e incluso ahora que al fin tenían tiempo para hacerlo, continuaban ignorándose mutuamente, incapaces de decir algo más que no fuera un escueto "Hola o Adiós" cuando sus caminos llegan a coincidir.

— ¿Soy bienvenido? —pregunta tras varios minutos concentrándose en la atmósfera que había en aquel lugar—. Más que bienvenido me siento asfixiado.

—Hay veces en las que es peor —comenta el león como si aquello no fuera nada, probablemente acostumbrado a sentirse de esa forma—, yo en ocasiones siento que mi propio templo no me quiere aquí.

— ¿Esa es la razón por la cual en ocasiones te la vives en las escaleras de mi casa? —cuestiona el de cabellos rubios mientras alza una de sus cejas, haciendo mención de un hecho que aún ahora continuaba ocurriendo.

— ¡No es mi culpa! —exclamó levemente molesto por aquella observación, soltando un suspiro antes de responder—. Si, bueno, en parte es por eso. —admite avergonzado el león dorado, antes de enderezarse contra la pared, buscando una posición mas cómoda para continuar hablando—. Por otro lado, no es algo que pueda evitar, cuando entro a tu casa me siento... Bienvenido, no se si sea por mi o por la armadura pero, cuando paso o estoy cerca, parece como si algo quisiera que me quedara más tiempo.

— ¿En serio eso sientes?

—Si, ¿Porque, tu no lo haces?

El silencio se instala una vez más entre ellos, con la curiosidad de un lado y la inseguridad del otro sobre cuál sería la respuesta correcta, porque no, no lo habia notado, nunca se había fijado en ese detalle mientras meditaba en su propia casa, aunque eso explicaría el porqué su vecino solía sentirse más relajado cuando lo visitaba con alguna excusa sin sentido.

—Ya no me molesta. —comenta de forma repentina, mientras la presión que minutos antes les estaba molestando, finalmente parecía haber desaparecido.

—Sea lo que sea, tal vez quería que te sentarás aquí.

— ¿Qué sentido tendría hacer eso?

— ¿En serio le vas a buscar un sentido a esta situación?

Finalmente ambos sonríen con aquel último comentario, sintiéndose más a gusto entre ellos así como con el mismo templo que parecía tener vida propia y les obligaba a permanecer ahí.

—Aioria.

— ¿Sí?

—Cuando Saga se convirtió en espectro, luchaste contra él para vengarme, ¿verdad?

Un tosido, aparentemente involuntario, hace eco por el lugar mientras el león dorado parece buscar las palabras adecuadas para responder a aquella incógnita que le había tomado por sorpresa.

—Asesinaron brutalmente a un compañero. —cierra los ojos por un momento, intentando no pensar realmente en aquel suceso que se había dado varios meses atrás, lo ocurrido en la guerra contra hades no era su tema favorito de conversación, mucho menos cuando involucraba las doce tortuosas horas cuando todo empezó—. Como caballero y como hombre, no podía quedarme sin hacer nada.

—Tan pasional como siempre.

— ¿Qué?

Fue demasiado tarde cuando reacciono ante sus propias palabras, aquellas que salieron sin pedir permiso, avergonzando hasta tal punto que puede sentir un ligero bochorno subiendo por su cuello, si estuvieran a momentos de enfrentarse en algún combate amistoso, probablemente podría arreglar sus propias palabras o fingir que salieron por el calor del momento.

Pero justo ahora no puedo hacer otra cosa sino es sonreír y mantener la cabeza siempre al frente, intentando aparentar una serenidad que en realidad no tiene.

—Shaka —el tono serio que Aioria usa le sorprende, pero decide no decir nada, esperando pacientemente a que continúe—. Hace algún tiempo, encontré una curiosa historia grabada en un antiguo pergamino. Sobre dos santos de la era del mito...

Una batalla a orillas del mar, de las ultimas contra los guerreros de Poseidon cerca de las prisiones de Cabo Sunion. Leo y Virgo, espalda con espalda contra distintos enemigos.

Es tan solo un instante en que uno de ellos se descuida, con un golpe es dejado inconsciente y tirado al mar, con la esperanza de que se hunda por el peso del metal. El León, siempre atento a la espalda de su compañero, descuidándose otro segundo es gravemente herido, una herida que ignora por destrozar a aquellos que se atraviesan en su camino, antes de lanzarse al mar por su compañero.

—La historia está escrita de otra forma y con otras palabras, pero cuenta algo parecido a eso.

— ¿Que paso con ellos?

—El pergamino no lo dice, pero al parecer otro santo de Leo pregunto lo mismo e investigo —es ahí cuando se detiene para llenar sus pulmones con aire, él "algo" que vive en el templo parece presionarlo para seguir hablando, como si fuera necesario que aquella información llegará al guardián del templo de la doncella—. El santo de Leo sacó a su compañero del agua y tras asegurarse de que siguiera respirando, se retiró para ser curado. Pero no fue suficiente, al parecer murió poco tiempo después.

—Oh...

Algo retumba en su pecho, sentimientos que claramente no le pertenecen, pero que siguen siendo lo suficientemente fuertes como para hacer que todo su cuerpo se estremezca y las lágrimas comiencen a correr por su rostro.

¿Su pecho? ¿La historia? o ¿Es la presión que el templo ejerce sobre su presencia?

— ¿Eran cercanos? —cuestiona, ignorando el camino húmedo que las lágrimas dejan mientras recorren sus mejillas, escuchando sin ningún problema, el momento exacto en que Aioria finalmente se levantó y pasó a arrodillarse justo a su lado.

—Si, creo que más de lo que uno se podría imaginar —alza una mano, libre del guante de oro, para acariciar las mejillas del rubio y limpiar las lágrimas en el proceso—. Y creo que entiendo a mi lejano antepasado, a mi también me gusta estar contigo.

Tantos años meditando, concentrado únicamente en alcanzar el nirvana, que jamas había mirado hacia el pasado para conocer lo que todos aquellos que anteriormente vistieron el mismo ropaje de oro hicieron. Y solo ahora, que siente su alma vibrar de la emoción ante la cercanía, junto al alivio de la calidez perteneciente a la mano del leo, es que puede respirar en paz, como si junto al templo finalmente hubiera alcanzado un estado de paz que a ciegas había estado buscando durante mucho, mucho tiempo.

—A mi también me gusta estar contigo, guardián de leo.

¿Estar juntos era el destino de sus almas? 

Eso solo ellos podrían decidirlo.

 

 


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