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por Rukkiaa

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7. Novio del demonio

 

–Katsuki me ha invitado a almorzar—dijo Shôto sentándose en el sofá junto a Natsuo.

–¿Almorzar? Entonces no vais a hacer ñaca ñaca.

–¿Y eso qué es?¿Te refieres a sexo?

–Sí. Pero usa protección, eh. Que no sabemos dónde ha metido el pene ese tío.

–¿Quedar para almorzar significa que no va a pasar nada más entre nosotros que los alucinantes besos que ya nos hemos dado?

–No necesariamente... Puedes convertirlo en un almuerzo erótico. Para eso existe el postre—dijo el peliblanco y se carcajeó.

–Si ha quedado para comer, es que vamos a comer. Si quisiera sexo me lo diría, ¿verdad?

Natsuo le contempló unos instantes.

–Sí. Eso es lo típico. Que las personas digan cuando lo quiere hacer. El mundo está lleno de gente haciéndolo en todas partes y a todas horas gracias a eso...Shôto, a veces eres realmente ingenuo.

El menor se quedó pensativo el tiempo suficiente para que fuera interrumpido por el timbre. Se levantó para abrir la puerta, pero Natsuo le sujetó por la muñeca antes de que lo hiciera.

–Sólo hazlo si sientes algo por él. Si estás enamorado. No lo hagas por complacerle, o porque él quiera. Hazlo porque tú quieres. ¿Queda claro?

Su hermano menor asintió y se marchó con Katsuki.

Fueron a un agradable y céntrico restaurante. De amplios ventanales junto a los que se sentaron, pudiendo ver la calle y los transeúntes que pasaban por su lado. Durante el almuerzo el rubio le habló sobre trabajo. Sobre casos de los que se estaba encargando. Shôto intentó mantenerse atento, pero su mente divagaba en la conversación previa con Natsuo.

Katsuki cogió la copa de vino para tomar un sorbo. En ese instante Shôto se dio cuenta de que su otra mano estaba sobre la mesa. Y de un modo natural, puso su mano sobre la del rubio.

El otro se atragantó. –¿Qué estás haciendo?

–Nada—dijo retirando la mano con la misma rapidez con la que la había puesto.

Las mejillas del rubio se habían teñido de un sutil rubor. –Oye, me pillaste por sorpresa. No quise reaccionar as...

–¿Este almuerzo significa que no quieres tener sexo conmigo nunca?

La copa que Katsuki aún sostenía en la mano, se rompió y el vino se derramó sobre el blanco mantel.

–Puedes estar confuso tras nuestros besos. Yo comprendo eso. Estuve confuso mucho tiempo. No tenemos porqué tener una relación romántica.

Los iris rojos no perdían detalle de lo que tenía frente a el. Un Shôto avergonzado, que no se atrevía a levantar la vista de sus muslos. Sentado en aquella silla con un aspecto tan indefenso que ni parecía el mismo chico.

–¿Tú quieres hacer eso conmigo? –preguntó sin saber qué más decir. Le parecía inconcebible que un humano le estuviera cuestionando sobre sexo a alguien como él. Los demonios no tenían esas necesidades. Aunque en esa forma humana que mantenía ahora, y tras lo placentero que se había sentido el besar al menor de los Todoroki; que le fulminaran ahí mismo si no se le había pasado por la cabeza el traspasar ciertas líneas.

–Nunca había sentido la necesidad de tocar a nadie, o de que nadie me tocara—soltó sin pudor alguno.

Katsuki tuvo que sujetarse a la silla para no saltar por encima de la mesa y comérselo con huesos y todo.

–Creo que eso significa...que estoy enamorándome de ti, Katsuki—continuó.

Ni se percató de cuándo pagó la cuenta. Ni de cuándo tomaron un taxi hasta su apartamento.

Todo se volvió borroso hasta que cerró la puerta de su dormitorio y empujó el cuerpo del bicolor contra ella. Aprisionando sus labios como si aquella fuera la única fuente del universo que proporcionara agua. Como si los gemidos de aquel ser humano fueran los únicos sonidos que pudieran orientarle para salir de un complicado laberinto.

Los brazos de Shôto estaban sobre sus hombros, rodeando su cuello. Y sus propios dedos palpaban desesperados la cálida piel que había bajo la camisa. Piel que se erizaba bajo sus roces. Piel que parecía suplicarle que la marcara como suya.

Sentía la necesidad de salir. De mostrarle al otro su verdadero yo. Ese no tan agradable y sí muy oscuro. El que realmente era. El que de alguna manera, había llegado a necesitar un poco de cariño de aquel a quien debía matar.

Las piernas de Shôto rodearon su cintura. Sin despegarse de él ni por un instante. Lo que aprovechó para llevarlo hasta la cama, no muy lejos de ellos. Lo depositó sobre ella tan gentilmente que no se reconoció a si mismo en tal acción. Controlando sus recién descubiertos instintos de un modo increíble.

–Katsuki... –musitó Shôto con el rostro sonrojado y cubierto con una ligera pátina de sudor.

–No tienes ni idea de en lo que te estás metiendo—atinó a decir.

En ese momento su lengua se entretuvo en el cuello del bicolor. Sintiendo con claridad las palpitaciones de su corazón, como si lo tuviera dentro de su boca. Como si pudiera llegar a morderlo. Embriagándose de esa sensación y del aroma que desprendía.

Rompió su camisa sin delicadeza para seguir descendiendo por su cuerpo sin impedimentos. Las manos de Shôto se posaban en sus hombros, en su cuello y en su cabello. Gimiendo y retorciéndose tanto, que llegó a pensar que o le estaba haciendo algo demasiado malo, o algo demasiado bueno. Dejándose llevar por lo que le pedía su propio cuerpo. Sin tener ni idea realmente de nada. Mordisqueando y lamiendo los pequeños pezones sonrosados.

Su propia hombría parecía llamarle a gritos. Reclamándole que se tocara a si mismo del mismo modo en que tocaba al otro. Notó los dedos del bicolor quitarle la camisa con delicadeza, como si tanteara algo de gran valor. Y cuando le rozó la piel de los brazos para deshacerse de la tela, era como si le quemasen con hierro ardiente. Lo cual le provocaba el mayor de los placeres.

Introdujo su mano bajo el pantalón de Shôto, y éste dio un respingo y se cubrió la boca con el puño. Eso se sentía bien. No le cupo ninguna duda. Aunque se cabreó por no haberle arrancado antes los pantalones. Shôto tendría que marcharse de esa casa con la ropa de Katsuki puesta.

Se terminó de quitar los pantalones después de que la simiente del bicolor se derramó en su mano. Lo observó desde su posición; colorado hasta las orejas, y con las gotas de sudor resbalando por su frente y humedeciéndole el desigual cabello. Boca arriba en aquella cama ahora deshecha.

Y si hasta ese momento no tenía ni idea de lo que tenía que hacer para satisfacerse, las dudas se disiparon cuando las rodillas de Shôto se doblaron y dejó plenamente expuesta su íntima anatomía frente a él. Ambos tenían lo mismo, así que sólo había una opción.

Volvió a tumbarse sobre él, con los brazos alrededor de su cuerpo para no aplastarlo. Como si el objetivo de su vida fuera protegerlo y no al contrario. También le besó hambriento. Y le penetró con prisa, escuchando un quejido que ignoró sin querer.

Shôto pronunció su nombre tantas veces que perdió la cuenta. Y él le mordió el cuello en tantas ocasiones que las gotas de sangre mancharon las sábanas de la cama.

Cuando le llegó el clímax, se sintió desfallecer. Dentro del otro. Sujetándole con fuerza como si sus brazos fueran cuerdas. Notando como su miembro era exquisitamente aprisionado y sobre su estómago volvía a sentir aquel líquido espeso cortesía de Shoto.

Cuando recuperó el sentido, se incorporó lo suficiente como para tomar al otro del cuello con ambas manos. Tan frágil entre sus dedos como un pajarillo. Sabiendo que podría ejercer la presión justa tan deprisa, que Shôto Todoroki ni hubiera sabido que iba a morir.

Pero entonces le miró a los ojos. Con el párpado derecho cerrado. Y el izquierdo, de aquel azul turquesa tan hermoso, mirándole. Con la boca entreabierta recuperando el aliento.

Y ahí lo supo. Supo que no podría hacerlo.

Cuando despertó por la mañana, la cabeza de Shôto descansaba sobre su pecho y una de sus manos rodeaban la cintura del bicolor. No pudo evitarlo y le acarició el cabello con la otra mano.

–Buenos días—dijo cuando vio que el otro abría los ojos dispares y le miraba.

–Buenos días—dijo con una leve e inevitable sonrisa.

–¿Qué piensas de lo de anoche? –preguntó el rubio con sincera curiosidad. Nunca hasta esa noche había hecho algo similar, y necesitaba saber la opinión del otro sobre lo que había ocurrido.

–Lo de anoche fue algo...mágico para mí. ¿Y tú qué piensas?

–¿Tú qué crees? –Katsuki acercó el rostro hacia él con la intención de besarlo, aunque finalmente jugueteó como si quisiera morderle los labios. Ambos rieron casi sin darse cuenta.

–Creo que me estás ocultando algo. Y no tienes por qué.

–¿Por qué crees que te oculto algo? –no pudo evitar la seriedad en su tono. No creía que Shôto sospechara que él era en realidad su enemigo mortal.

–Porque yo te dije que estoy enamorado de ti, pero tú no dijiste nada, aunque está claro que no te soy indiferente. Pero no me importa. No hace falta que me lo digas. Sólo quiero que sepas que si tienes algún problema; si me necesitas para lo que sea...

–No te preocupes por mí—se besaron en los labios dulcemente y el Todoroki se acomodó otra vez sobre el pecho del rubio.

–Ojalá se detuviera el tiempo justo aquí y ahora. En este lugar. Y con los dos juntos—apreció Shôto. –Ojalá el mundo entero estuviese dentro de esta habitación.

–Y no preocuparnos por lo que suceda después—aportó el rubio completamente de acuerdo con él.

Shôto se marchó porque tenía que ir a casa a cambiarse y luego a trabajar; pero en cuanto salió por la puerta, Katsuki recibió visita. La misma mujer de la túnica oscura.

Esta vez le molestó su presencia, y fue recogiendo su ropa del suelo para cubrir su desnudez.

–¿Qué haces aquí? –preguntó enfadado, y poniéndose sus pantalones.

–Recordarte tu naturaleza interior, Katsuki. Con la que por tu bien deberías reconectar.

Katsuki pareció obedecerle, porque su piel y su cabello mutaron al color del carbón.

–No te defraudaré, así que déjame tranquilo de una jodida vez.

–Ya lo has hecho. Juraste destruir a los brujos. Y en lugar de eso, te acuestas con uno.

–Fue algo necesario. Shôto habría sospechado de mí si no actuaba como se supone que deben actuar los humanos—se defendió. Sin embargo, mientras hablaba, la mujer hizo aparecer en su mano una afilada daga.

–Si eso es lo que tienes que decirte a ti mismo para convencerte, de acuerdo. Pero encuentra la forma de matar a los Todoroki. O enviaré a otro que sí tenga las agallas.

Katsuki se mordió la lengua y sujetó la daga con fuerza, mientras veía la silueta de la mujer desaparecer ante sus narices.

Así que esa misma noche quedó con Shôto para cenar. Era un restaurante concurrido de música en directo y gente bailando en la pista central.

–Volví a vivir con mis hermanos mayores. Sigo en el mismo trabajo desde hace años. Y espero madurar algún día—dijo el bicolor mientras degustaba su soba frío. La situación era diferente a la del almuerzo del día anterior. Esta vez Shôto era el que hablaba y Katsuki el que le escuchaba.

–¿No te gusta vivir con tus hermanos?¿Por eso te fuiste un tiempo de su casa?

–Me encanta vivir con ellos, pero Fuyumi ha sido mi madre, más que mi hermana. Y no soportaba haberle hecho eso. Necesitaba que ella se despojara de mí y que pudiera vivir su vida...¿Y tú qué?¿Tienes hermanos?¿Hermanas?

–Mi vida no es tan interesante—soltó esquivo.

–Más secretos...

–No me gusta mucho hablar de mi pasado.

–Lo entiendo.

Katsuki lo miró a los ojos unos instantes. El otro le miraba con una leve sonrisa que indicaba claramente que le comprendía.

–Shôto... Hay algo que debo contarte... –se atrevió a decir. Valor que se esfumó tan deprisa como había llegado. –No sé porqué te traje a este restaurante. No sé bailar. Ni me gusta hacerlo.

–A mi tampoco me gusta, tranquilo.

Le acompañó a casa maldiciéndose internamente. Tenía tantas oportunidades para matar al bicolor, y las había desaprovechado tanto, que se avergonzaba de si mismo. Planificando cómo lo haría durante un segundo, y descartándolo al segundo siguiente.

Al llegar, se detuvieron frente a la puerta de la residencia de los Todoroki.

–Lo he pasado genial—admitió Shôto. Katsuki estaba delante suya, con las manos en los bolsillos y visiblemente intranquilo. –¿Te arrepientes de que nos acostáramos la otra noche?

–Claro que no. ¿Y tú?

–Depende de lo que pase de ahora en adelante.

Shôto acortó los pocos centímetros que los separaban y besó al rubio. Katsuki se tensó en un principio. Aquello no era lo que tenían que hacer. Aquello estaba mal. Aquello era terrible. Aquello debía sentirse desagradable. Pero no pudo evitar corresponder al beso con intensidad. Situando sus manos en las mejillas del contrario. Introduciendo su lengua en la boca del otro. Escuchándole gemir contra sus labios cuando cogió una bocanada de aire.

Entonces con su cuerpo empujó a Shôto contra la puerta. Notando su torso pegado al del bicolor. Pero por un momento abrió los ojos y se vio reflejado en el cristal de la pequeña ventana de la puerta.

No debía estar haciendo eso. La sangre de Shôto debía manchar sus manos. Su cabeza debía tenerla como trofeo, al igual que la del resto de los Todoroki. Y recordó la daga que traía escondida a su espalda y la sacó con lentitud, sin dejar de besar al otro. Alzándola por encima de su cabeza para darle la puñalada que acabaría con su vida.

Sin embargo, su ataque de valentía se esfumó y tuvo que esconder la daga de nuevo.

–No puedo... –dijo en medio del beso. Confundiendo a Shôto, que dejó de besarle.

–¿Qué quieres decir?

–No puedo—Katsuki se alejó de él un par de pasos, confundido. Derrotado. –Entra en la casa.

–¿Qué pasa?¿Por qué?

Shôto hizo ademán de acercarse a él, pero algo pareció impedírselo.

–Porque tengo trabajo que hacer. Debo irme y si continúo besándote querré hacer otras cosas.

–Tienes razón. Aunque podrás quedarte a dormir otra noche si tú quieres—como siempre, el otro se mostraba comprensivo, y provocaba en él el más profundo desasosiego. Se le acercó precavido y le dio un rápido beso en los labios. –Buenas noches—concluyó antes de entrar en la casa y cerrar la puerta.

Ardió en deseos de gritar a pleno pulmón. Cabreado consigo mismo y con Shôto por existir. Volvió a coger la daga, esta vez entre sus dedos color obsidiana. El demonio que era, el asesino que era, se encargaría de todo. Si lo dejaba salir. Si le dejaba tomar el control de sus emociones, los Todoroki tarde o temprano acabarían muertos.

Dejó pasar un tiempo prudencial y se cambió de ropa. Utilizando la única prenda que usualmente llevaba en el inframundo; unos pantalones estilo boho del mismo color que su piel.

Tiró la puerta de la casa de una patada, haciendo que la madera cayera sonoramente al suelo y que los tres hermanos entraran en estado de alerta. Y cuando fueron a su encuentro, les mostró la daga que tenía en la mano.

Daga que Natsuo le quitó sin problemas con sus poderes, haciendo que se clavara en la pared.

Shôto se puso en posición de ataque, levitó y le dio una patada en la cara que lo hizo caer sobre su espalda. Gruñendo y maldiciendo se levantó con una rapidez sobrehumana y arremetió contra el bicolor que se dio de bruces contra los escalones.

Katsuki aprovechó para recuperar la daga y lanzársela a Fuyumi que la paralizó en el aire, incluyendo al demonio. Gracias a la ventaja, la chica se la clavó al demonio en el costado derecho, lo que hizo que volviera a moverse. Y Natsuo lo lanzó fuera de la casa al ver que iba a atacar a su hermana.

Aunque no pudieron evitar que el demonio se desvaneciera y perdieran la oportunidad de matarlo.

–Tenemos su sangre—dijo Shôto cogiendo la daga del suelo. –Podremos trabajar en un hechizo para derrotarlo.

Continuará...


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