Aquella mañana, Ludwig salía de su apartamento camino a la oficina.
Era temprano y decidió caminar por hoy. Disfrutaba del orden y la tranquilidad imperantes a esa hora en la ciudad. Rara vez ocurría algo similar
La vida de un ingeniero de sistemas no era tan apacible. Sin embargo, él disfrutaba de la disciplina con la que realizaba sus tareas. Conforme recorría las calles, analizaba las características de sus compañeros. No piensen mal, solo servía para tener una mejor perspectiva de ellos.
Eran de múltiples países —gracias a las exigencias de la multinacional— y también, de diversas personalidades.
El que más le agradaba era Kiku Honda, un japonés con problemas de socialización. Incluso peor que las suyas. Pero si respetabas sus costumbres y "espacio personal" , ganabas su confianza y lealtad: algunas de las virtudes rescatables en él.
Su mente divagó por varios nombres. Vash, un suizo que juntaba el dinero necesario para traer a su hermana y poder matricularla en un prestigioso conservatorio de música.
Yao, de nacionalidad china. No conocía mucho de él pues solo compartieron algunas cortas frases. Cortesía pura.
Pero, gracias a Francis, sabía que le apasionaba la gastronomía. El anteriormente mencionado era francés y hacía honor a todos los estereotipos de su país. Era uno de los mejores amigos de su hermano desde que tenía memoria. Además, valoraba el esfuerzo que realizaba en tratar de integrar a los miembros de esa sección.
Por último, se encontraba Iván Braginsky. Ruso, atemorizante (Según "vox populi") y misterioso. Esto abrumaba a Ludwig, presentía que escondía algo debajo de su capa de aparente "amabilidad".
Quizás se excedía y daría la razón a su hermano: se estaba volviendo paranoico.
Las palabras de este resonaban como si de la voz de su conciencia se tratáse. «Deberías salir más, consigué una novia» «Relájate un poco, el mundo no se acabará si tomas un descanso»
Faltaba solo dos cuadras para llegar al edificio. Un estruendo lo sacó de sus cavilaciones y pudo observar a una joven con larga cabellera rubia bajar de un auto con lunas polarizadas acompañada de un hombre con abrigo largo e imponente porte.
Se dirigían hacia su dirección. Optó por esconderse entre los grandes botes de basuras del callejón cercano, esperanzado en la ayuda que la penumbra le podía brindar en cuestión de no lograr ser divisado.
Del coche también bajaron la seguridad de las dos personas.
A los 5 minutos llegó otro vehículo solo con 3 personas que no alcanzó a ver.
El rubio decidió guardar silencio y esperar a que todo acabara. Ambos grupos empezaron a discutir enérgicamente.
Dentro de todo el espectáculo que montaban, hubo algo que captó su atención: un joven castaño con un peculiar rulo. Parecía el más asustado como si no estuviera familiarizado a ese ambiente. Actuaba como un niño pequeño que observa a sus padres discutir.
Se había perdido en la escena antes su ojos. Solo reaccionó ante el sonido de la sirena policial. Era su oportunidad perfecta para poder escapar sigilosamente del lugar, no sin antes dar una última mirada.
Los agentes parecían entrenados específicamente para este momento. Las miradas de determinación lo probaba.
El castaño había sido atrapado. Ludwig infirió que pudo haber sido debido a su poca experiencia. Escuchaba los gritos desesperados de otro.
Los autos emprendieron su marcha veloz dejando atrás al lloroso joven.
El alemán menor, luego de narrar brevemente lo que recordó, comenzó a hablar con tranquilidad. Algo no característico de él. Sobre todo en una situación tan límite.
— No lo hubiera comentado a no ser por lo que ocurrió una semana después... Smith me encargó unos trabajos fuera de mi sector, en el área de administración. Ahí encontré a la rubia del "incidente", la que iba con el hombre que no logré reconocer.
El austriaco enarcó las cejas ante lo narrado
— ¿Conoces algún dato de la misteriosa señorita?
— Le pregunté a Francis.
— ¿A mí Francis?—gesticuló dramaticalmente Gilbert recibiendo un gesto asesino de su "bruder", una pequeña risa de la morena y un suspiro cansado del "aristócrata".
— Me dijo que se llama Natalia. Intentó salir con ella hasta que lo amenazó con navaja en mano cuando quiso sobrepasarse.
— Podría decirse que es agresiva pero no prueba nada— acotó el abogado— conociendo a tu amigo.— continúo, esta vez dirigiendo la mirada al albino— Puedo comprender su actuar.
Ludwig asintió
— Pero tuvo un mensaje que , en su momento, no di la importancia debida.
"Si tú o algún imbécil de tus amiguitos se mete conmigo o mi hermano, no dudaré en matarlo. Los conozco, me di el tiempo de averiguar sobre ustedes. No querrás que pase algún desafortunado accidente con alguno de ellos, ¿no?"
— Entonces es hermana de Braginsky — afirmó de forma prudente la húngara — ¿hermana de Kiku? No, es hijo único. ¿de Yao? Su familia está en China. Descartado Vash y Francis. Solo queda como opción el ruso.
— ¡Esa es mi chica! — gritó emocionado el peliblanco.
— Bien...Así que tenemos a una sospechosa con cierta fijación por su hermano. Genial — respondió sarcásticamente Roderich.
— Señores, el horario de visitas se ha terminado — se escuchó decir con autoridad al policía encargado.
— Yo estaré bien. No se preocupen.
Fue sorprendido por un abrazo de la mujer quién le susurró un "sé fuerte" de manera reconfortante. Le siguió un apretón de manos por parte del austriaco acompañado de la promesa de resolver su caso cuanto antes.
Ambos se retiraron dando espacio a los alemanes.
— Ludwig, solo resiste un poco más. Tú eres inocente y lo demostraremos.—el rubio halló cierta tristeza en el rostro de la única familia que le quedaba.—Mantente a salvo. ¿No querrás ver enojado a tu "bruder"?
El menor sonrió levemente ante la ocurrencia.
—Ich vertraue dir— Gilbert dijo lo último mirando a los ojos del más alto.
Quería reconfortarle y al parecer, lo consiguió pues vio la expresión más relajada del otro.
Le dio unas palmaditas en la espalda y se unió a sus acompañantes que lo esperaban en la puerta del recinto.