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K O M O R E B I por Valeria Penhallow

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Notas del capitulo:

Muchas gracias por todos vuestros hermosos comentarios!!! Espero que os guste y, recordad, si queréis estar al día de cualquier tipo de encuesta sobre los fics o notas respecto a ellos, incluso las actualizaciones: seguidme en Faebook! 

Kakashi llevaba una hora frente a la tumba de su maestro. Empezaba a hacer frío, ya no solo porque la noche estuviera a pocas horas de distancia, sino por la tormenta que se avecinaba. A lo alto, las nubes se arremolinaban, cada vez más negras, amenazando con dejar caer lo que bien podría ser el segundo Diluvio Universal. Pero Kakashi no estaba pendiente de ello. Su entrecejo fruncido y su mirada fija en el nombre grabado sobre aquella lápida como si allí residiera la solución a todos los problemas del mundo. Aunque Kakashi se conformaría con la respuesta a un mero problema de estúpidos mortales.

Desde que Iruka había salido corriendo, Kakashi no había sido capaz de eliminar ese pequeño peso que pareció posarse sobre su pecho. Al principio no le dio importancia, «un niñato menos por el que preocuparse en el campo de batalla», pensó desconsideradamente. Pero algo pasó, que aquél pequeño peso se fue haciendo más y más grande y más y más pesado con el paso de los minutos y, finalmente, de las horas.

Aquella cara, la forma en la que las cejas de Iruka se arquearon hacia abajo, el temblor de su voz, la rigidez de sus hombros, cómo apretó los puños, la tensión en su mandíbula y aquellos ojos… La forma en que aquellos ojos parecieron enrojecer de furia, de tristeza, de decepción, de esperanzas rotas y de confianza quebrada… Tantas emociones encriptadas en una sola mirada… Y todo ante la mera mención de… de… De ser abandonado… Sí, así es, Kakashi prácticamente le había amenazado con ser dejado de lado… Mejor elimina el «prácticamente»… Diablos, había sido un imbécil; había tirado de una cuerda demasiado delgada y, finalmente, ésta se había deshilachado.

Kakashi miró el informe de Umino, tirado sobre el esponjoso césped. Si solo se hubiera molestado en leerlo detenidamente en lugar de dejarse llevar…

Después de superar el programa KOMOREBI, a Kakashi había empezado a gustarle la idea de tener un equipo genin a su cargo. Es decir, no es como si le chiflara la idea, pero… ¿Quién sabe? Quizás tener a tres criaturillas del mal rondándole pudiera ser divertido. Además, siempre había querido parecerse a su maestro. Si bien es cierto que nunca osaría compararse con Minato, Kakashi era muy consciente de lo que su sensei había querido transmitirles: amistad, compañerismo, fortaleza, valor… Todas ellas, cosas que superaban la mera fuerza física, que trascendían hasta una fuerza de carácter espiritual. Y Kakashi quería tener a quien poder impartirle la sabiduría de su maestro, a quien traspasarle la voluntad del fuego. Y cuando por fin había dado con un genin que parecía poseer el suficiente potencial, iba él y la cagaba… y a lo grande, ni más ni menos.

Kakashi suspiró. Su mirada volvió a repasar los bordes de aquella mortuoria inscripción.

—Ya, ya… Iré a disculparme; no hace falta que me regañe, sensei…

Una leve brisa sopló; el frío calándole hasta los huesos. El invierno estaba por llegar, pero Kakashi sonrió, dándose la vuelta, emprendiendo su camino nuevamente. A su espalda, Rin regañaba a Obito por haberle llamado a Kakashi bruto y abusón, y Minato observaba divertido la escena.

 

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Se quedó allí, de pie en aquella habitación en penumbra, tan fría y solitaria, sin sentir nada. Había sentido tanta rabia y decepción cuando finalmente Kakashi le confirmó sus peores temores… Y, sin embargo, ya no había nada… ¿Para qué? De nada servía sentir…

Hacía varias horas que Iruka había regresado al piso en el que vivía. No, no era su casa; su casa desapareció el día que el Kyuubi desató su furia sobre la aldea. Y aunque no hubiera sido así, ¿de verdad alguien querría vivir en la casa de sus padres muertos, viendo su recuerdo en cada esquina, esperando ver en el reflejo de cada espejo sus rostros aparecer desde la puerta, sonriéndole y dándole los buenos días? Para qué, si al girarte no iban a estar…

Por primera vez en mucho tiempo, viró su mirada hacia la derecha. Junto a la fotografía de sus padres, había otra, con el cristal quebrado por un puñetazo y la imagen crtada por la mitad. Pese al desgaste del objeto, todavía podían verse tres jóvenes rostros que sonreían abierta y vivarachamente. Anko y Darui habían sido sus mejores amigos. Creían que la amistad lo podría todo, y que la suya en especial era completamente indestructible; pensaron que sus lazos eran fuertes… Pensaron mal… No había nada que aquél hombre no hubiera estado dispuesto a destruir; nada que mereciera la pena mantener vivo. Porque su sensei podría dejar gente con vida, pero nunca viva… Iruka hacía tiempo que había aprendido la diferencia entre ambos términos. Permanecer con vida era una condición física; estar vivo era una cuestión de voluntad. Y su maestro tenía un don natural para arrebatar la voluntad.

Miró a su alrededor. Sopesando nuevamente sus opciones… No, quedarse ya no era una opción. ¿Para qué? ¿Para ser el hijo fracasado de dos héroes de la batalla contra e Kyuubi, la vergüenza de la familia Umino? ¿Para que la aldea entera lo mirara con frustración, con molestia y con pena? ¿Para que le dijeran que no era nadie, que nunca llegaría a nada, que era mejor abandonar? ¿Para ser dejado de lado? No.

Iruka llevaba mucho tiempo intentando que otros le vieran, que alguien extendiera su mano hacia él de forma honesta, no por ser una obligación, no por ser una orden, sino por el mero hecho de ser Iruka. Pero nadie vino…

Cerró los ojos. Respiró profundamente. No, nadie iba a venir. Nunca nadie lo hizo, ¿por qué iba a ser distinto ahora? Se había engañado inútilmente durante años, pensando que si hacía el suficiente ruido y trastadas, finalmente alguien le oiría y vería… Pero no. Entonces, ¿iba alguien a notar que se había ido? Y en el improbable caso de que notaran su ausencia, ¿importaría?

Era Iruka—problemas—Umino, y por todos es sabido que, cuando un problema desaparece, es plato de buen gusto para todo el mundo. Sí, así todos saldrían ganando, se dijo. Dirigió una última mirada hacia la fotografía de sus padres. Su corazón se encogió hasta alcanzar el tamaño de un garbanzo y empezó a  costarle respirar. No, estaba haciendo bien.

Tomó la imagen de sus progenitores y la puso boca abajo. No quería que la última vez que sus padres lo vieran fuera de espaldas y huyendo de la villa, a punto de ser llamado traidor.

Iruka sabía que, en cuanto atravesara las lindes de Konoha, lo tacharían de serlo. ¿Y qué? Mejor muerto que abandonado, repudiado por la villa, solo.

Tomó aquél hitai-ate que había encontrado en el campo de batalla cuando, tras el ataque del Kyuubi, trató de dar con sus padres. Intentó sentir aquella fuerza que a veces parecía emmanar de aquella bandana. Pero solo percibió la frialdad del maltrecho metal al tacto.

Se sorprendió; no le temblaban las manos. Lo comprendió entonces, que una parte de sí mismo hacía tiempo que lo había entendido; el hecho de que nunca más emanaría fuerza de aquella hoja simbolizada.

El agarre sobre el hitai-ate se intensificó.

Konoha ya no tenía nada que ofrecerle, ni siquiera esperanza. Ya no.

Se dio la vuelta. Cerró la puerta.

Simplemente se fue.

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Kakashi se dirigía hacia la casa de Iruka dispuesto a hacer algo mínimamente parecido a una disculpa (es Kakashi, tiene una reputación que mantener), cuando vio una silueta cruzar de tejado en tejado con extrema velocidad. Los oscuros nubarrones se cernían sobre Konoha como fueran a derrumbarse sobre ella, aplastándola. La silueta aprovechaba la eterna penumbra y el atronador sonido de rayos y centellas para camuflar su avance y el sonido que debían hacer sus pisadas sobre las tejas, pisando siempre al compás de los truenos.

La lluvia empezó a caer de pronto y porrazo, gruesa y espesa, metiéndosele en los ojos. Aun así, Kakashi pudo distinguir entre fogonazos de luz la pequeña figura de Iruka… Pero lo que le cortó la respiración fue ver aquél hitai—ate cortado en el centro que Iruka llevaba sobre la frente.

Su cuerpo se movió antes que su cabeza, y cuando volvió en sí, se encontró a sí mismo a la caza de aquella ágil sombra que guiaba el camino. No tardó en alcanzarlo. Iruka ni siquiera se dio cuenta de su presencia hasta que prácticamente lo tuvo encima; la tormenta camuflando los rápidos avances del ninja copia del mismo modo que los suyos.

Kakashi agradeció el clima casi maligno, pues parecía ser que, gracias al mismo, la huida del crío había pasado desapercibida para cualquier otro ninja. Si tenían suerte, ningún ANBU se habría fijado tampoco e Iruka podría evitar terminar ante el departamento de Interrogatorios, al otro lado de una mesa presidida por la bestia de Ibiki.

Un segundo más tarde, Kakashi se encontraba frente a Iruka, cortándole el paso. El castaño paró en seco. Sus miradas chocaron.

—¿Se puede saber en qué estás pensando, mocoso?— le preguntó pasmado, casi sin creer lo que veían sus ojos.

—¿Acaso no es obvio? Y te llaman genio…— respondió con ironía el más joven, aunque Kakashi echó en falta ese brillo malicioso que había resplandecido en los ojos del otro durante su último encuentro.

—Te lo estoy preguntando por las buenas, chico.

—Por las buenas, claro…— rio Iruka, pero el gesto no alcanzó sus ojos. Kakashi tembló por dentro. Era la segunda vez que le pasaba. La primera fue cuando el viejo Hokage le obligó a abandonar el ANBU.

Kakashi imaginó aquella cuerda deshilachada que había elucubrado anteriormente pero, esta vez, muchísimo más débil y maltrecha, casi rota por completo, a un pequeño tirón de partirse del todo. Por un momento, recordó cómo había pensado antes de leer el expediente de Iruka, la errónea reacción que les había llevado a ambos hasta ese punto. De haber seguido siendo ignorante, Kakashi seguramente seguiría pensando que aquél chiquillo no se merecía nada de él; que todo lo que tenía y le ocurría, él solito se lo había buscado. Pero tras leer su historial, quién fue su maestro, quienes compusieron su equipo, lo que ocurrió, el estado de su familia… Aquél chiquillo estaba tan perdido como él lo había estado antes de que el Hokage decidiera intervenir.

Kakashi lo comprendió todo, de pronto; el motivo por el cual el viejo Hokage había decidido darle finalmente a Umino como genin. No era un castigo por ser un quebradero de cabeza; no del todo, al menos. La verdadera razón por la que se lo había confiado radicaba en que Kakashi, mejor que nadie, entendería cómo se sentía Iruka, con una excepción: que Kakashi tenía de qué enorgullecerse respecto a su sensei.

Su sensei…

Respiró hondo. Iruka  estaba al límite; la cuerda tan tensa que en cualquier segundo podría romperse. No, debía ser inteligente, no podía simplemente decir cualquier cosa y esperar que Iruka reflexionara por sí solo. Uno no tomaba una decisión como la de abandonar a su villa y convertirse en traidor de la nada. Pero aún estaba a tiempo; Iruka aún no había cruzado los límites de la ciudad; tampoco nadie había visto su bandana rayada en símbolo de rebeldía.

—Nada en esta villa es por las buenas… — susurró Iruka.

—Claro que sí. Hay cosas en esta villa que son buenas.— Iruka resopló. Kakashi prosiguió.— No existe el lugar idílico, donde todo el mundo sea feliz y no haya sufrido nunca ningún tipo de dolor, Iruka… Pero por eso mismo lucha con tanta fuerza la gente, para mejorar allí donde viven, para que sus aldeas sean lugares seguros, santuarios, si lo prefieres.

—¿Santuarios? ¡¿Santuarios?! ¿Pero acaso vives en la misma aldea de hipócritas que yo? Porque si es así, ¡estás ciego! ¿Acaso no ves la falsedad de estas personas? Dicen ser honorables ninjas, buenos maestros y modélicos ciudadanos, pero yo solo he conocido gente que no es capaz de ver más allá de su propia nariz. Tratan a los demás como basura y solo se preocupan por sí mismos. Pretenden ser grandes y dicen tener nobles intenciones, pero te miran por encima del hombro y te desprecian, no son capaces de ver nada que no quieran ellos mismos ver… Te juzgan sin haberte conocido…

—Te juzgan por quien fue tu maestro…— terminó Kakashi. Iruka lo miró ojiplático. Kakashi observó cada músculo del más joven agarrotarse y su tez palidecer.

—Así que lo sabes…— susurró con voz casi rota que Kakashi  apenas logró escuchar, ya que un trueno hizo retumbar los cimientos del edifico sobre el que estaban. El peliplateado asintió finalmente.— Y, entonces, ¿qué haces aquí? ¿Qué más te da lo que pase con uno de los alumnos de Orochimaru? Deberíamos estar todos muertos…

—Eso jamás… Un alumno jamás debería responder por los crímenes que cometió su sensei, del mismo modo que un hijo jamás debe ser culpado por los errores de su padre.

Iruka frunció el ceño y lo miró con desconfianza. Kakashi dudó. De nuevo, allí estaba pasando algo que se le escapaba, pero ¿el qué?

—Iruka, recapacita, por favor… Tú no eres como Orochimaru… No puedes serlo…

—¡¿Y tú qué sabrás?! ¡No me conoces! ¡Nadie me conoce! ¡Podría ser un asesino como él!

—BASTA.

La voz de Kakashi retumbó al mismo tiempo que un nuevo trueno. Iruka tragó saliva. Pero ¿por qué se lo estaba poniendo tan difícil aquél maldito idiota?

—Iruka…

—Y de todos modos, ¡¿a ti qué más te da?!— Kakashi cerró la boca, sorprendido por la fiereza con la que habían sido pronunciadas aquellas palabras; el rencor que las teñía.— ¡Solo soy una carga para la villa! Si nadie me quiere, si nadie me aprecia, si nadie me ve ni me oye, entonces… ¡Estaría mejor muerto!

Fue entonces que Kakashi hizo un nuevo descubrimiento: Iruka no quería traicionar a la villa; quería fingir hacerlo, confundir a los guardias, que avisarían al ANBU, y estos tendrían la obligación de detenerlo o matarlo, según la situación. Seguramente, Iruka hubiera puesto todas las trabas necesarias para obligar a los ANBU  a la opción final. El chico nunca había pensado en sobrevivir a la noche.

Gruesas lágrimas se agolparon en las cuencas de los ojos castaños, que se unieron a las espesas gotas de lluvia que colgaban pesadamente de sus pestañas, y de pronto Iruka no era capaz de ver nada; todo estaba demasiado borroso, todo dolía demasiado. El castaño calló de rodillas sollozando.

—Estaría mejor muerto…

Y por fin Kakashi vio lo que el viejo Hokage había visto en él mismo el día que decidió retirarlo del ANBU.

 —Eso nunca, Iruka…— le dijo, esta vez a menos de un metro de distancia. El chico se tensó levemente, pero estaba tan cansado… Kakashi pensó que parecía un pajarillo en medio de una ventisca, como si en cualquier momento fuera a morir de frío y de miedo.

Una mano grande se posó sobre su delgado hombro. Era la primera muestra de afecto que Iruka recibía en más de 3 años, y no pudo evitar sollozar aún más fuerte.

—¿Por qué?— preguntó desolado. Kakashi se arrodilló frente a él.

—Porque tú eres valioso, tanto como cualquiera de esta villa…

Una serie de truenos se sucedieron; tan fuertes que, durante varios minutos, el ruido fue ensordecedor. Pero Kakashi estaba lo suficientemente cerca como para ver el rostro descompuesto de Iruka, sus hombros sacudiéndose como las ramas de un árbol en medio de un huracán, y la boca agrandándose en cada estruendoso quejido. El chico estaba tan ido que ni siquiera opuso resistencia cuando Kakashi lo tomó entre sus brazos y lo teletransportó mediante un jutsu hasta el salón de su casa.

 

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Kakashi miró a su alrededor nada más aterrizar en el apartamento de Iruka. El chico debía vivir en una de las casas que fueron reparadas tras el ataque del Kyyubi, seguramente en la zona pero afectada por el mismo, según lo que leyó en el informe del otro. Solo así podrían explicarse las malas condiciones: techos con goteras, paredes con parches de madera por doquier… Era una casa pequeña y congelada (Kakashi se preguntó cómo narices era capaz de pasar el invierno allí Iruka y no morir en el intento por hipotermia). Eso sí, estaba impoluta; tan limpia y ordenada que parecía casi irónico, al compararlo con el estado de la habitación.

—¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué me has traído de vuelta?

—Porque esta es tu casa…

—Mi casa fue destruida hace cuatro años… Aquí solo vivo…— le dijo, y sin embargo, en lugar de tratar de zafarse, Iruka se acurrucó contra el amplio pecho de Kakashi, que no pudo evitar reforzar su agarre y mantenerlo junto a él.

—Solo hemos venido a que recojas aquello que más ansíes mantener contigo. Esta noche la pasarás conmigo…

Iruka lo miró sin entender.

—Acabas de intentar darte a la fuga para que otros tuvieran que matarte porque tú no tienes el valor de hacerlo por ti mismo… No pensarías de verdad que te iba a dejar andar a tus anchas, a ver si te apetecía volver a probar suerte…

Iruka se tensó y apartó la mirada. Kakashi se pateó mentalmente. Muy bien, Hatake. Cojonudo. Respiró profundamente.

—Lo siento… Aún estoy trabajando en mis habilidades sociales…

—Son pésimas…

—Lo sé…

—De lo peor…

— … El punto es… Recoge todo lo que necesites.— le dijo, un tanto avergonzado por tener que aguantar semejante conversación de tarados con un mocoso llorón en brazos.

Iruka volvió a mirarle. Esta vez su mirada era mucho más suave. Aún estaba un poco afilada, como si no terminara de entender muy bien qué pasaba allí, desconfiando. Pero Kakashi lo entendía. Además, mientras Iruka hubiese vuelto en sí, tenía algo con lo que trabajar.

Pasaron unos segundos mirándose fijamente hasta que Iruka negó con la cabeza. Seguidamente, volvió a esconderla en el cuello de Kakashi.

—Bien… Pues vámonos…— anunció antes de volver a esfumarse en el aire.

 

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Nada más aterrizar en el apartamento de Kakashi, Iruka notó el cambio en el ambiente. Ya no olía a humedad ni hacía frío. Este piso era cálido y olía a té, a aceite para limpiar armas, a pergamino y a perro. Espera… ¿perro?

—Espera aquí… Iré a buscar unas toallas…— le dijo Kakashi al tiempo que lo dejaba en el suelo. Inmediatamente, el peliplateado desapareció por una puerta lateral. Iruka n sabía qué hacer. ¿Qué diablos acababa de pasar? Hacía unos minutos había estado dispuesto a suicidarse y ahora iba a pasar la noche en casa del ninja copia… ¿Qué maldito hervor andaba mal en su cabeza? Era vergonzosamente inaudito lo mucho que se había dejado llevar por unas pocas palabras reconfortantes y un simple abrazo… Se sonrojó, de pronto… ¡Pero qué diablos…!

Kakashi, por su parte, aprovechó que el otro parecía demasiado ocupado hablando consigo mismo y lo estudió desde la puerta. Iruka estaba extremadamente delgado. A través d la ropa mojada, Kakashi podía ver perfectamente las costillas y la clavícula. Si a eso le sumaba el hecho de que vivía en un cuchitril… Kakashi contuvo una maldición. En aquella villa había demasiado por hacer… Por mucho que el Hokage se esforzara, tardarían al menos una generación más en recuperarse y poder alcanzar cierto bienestar social…

Sacudió la cabeza. De nada servía en pensar en todo eso en ese instante. Lanzó las toallas, que cayeron con precisión sobre la cabeza de Iruka.

—Abrígate con ellas mientras preparamos el baño o a este paso pillarás una hipotermia…

—¿Pre-preparamos?

—Ajá… No pongas esa cara tan rara: ni soy la criada de nadie ni me fio de ti como para dejarte solo más de 20 segundos, así que mueve tu trasero.

Iruka tuvo ganas de sacarle la lengua, pero estaba demasiado desconcertado por ver a Kakashi en modo mamá gallina. Una imagen de Kakashi vestido de gallina y con delantal de pollitos se le vino a la mente. Contuvo una risa en la garganta, pero el ruido fue suficiente para alertar al jounin de que Iruka se estaba riendo de él a su costa.

—Perdón, perdón…

Si las miradas matasen…

 

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—¿Puedo preguntarte algo?— inquirió súbitamente Kakashi, sentado en el borde de la bañera de mármol, observando el agua rellenar el contenedor. Iruka asintió, sentado en un taburete de plástico mientras disfrutaba del calor que ofrecían las esponjosas toallas y el vapor del agua caliente.

—¿Cómo es que con 16 años sigues en la Academia ninja? Es decir… Según tu expediente, ya te graduaste… Eres genin… Y aun así, volviste a la Academia… No lo entiendo…

Iruka lo miró fijamente antes de responder.

—Después de que los crímenes de Orochimaru salieran a la luz y de que huyera, mi equipo quedó completamente destrozado. Sensei nos utilizaba como conejillos de indias para algunos de sus experimentos, tanto médicos como psicológicos, pero nosotros no nos dábamos cuenta; pensábamos que era todo algún tipo de entrenamiento extraño… Era uno de los tres sannin legendarios, ¿qué podía hacernos?...— Una amarga sonrisa se asomó, pero en seguida volvió a dejar paso a una seriedad inusitada.— Cuando Darui murió de forma tan extraña, las alarmas sonaron por todas partes. Al parecer, sabían que algo pasaba con Orochimaru, que tenía comportamientos extraños y andaba estudiando pergaminos que habitualmente estarían prohibidos para cualquiera, pero…

—Pero era uno de los tres sannin, uno de los alumnos del Hokage…— susurró Kakashi. Iruka asintió en silencio.

—Nadie quiso intervenir hasta que hubieran pruebas fehacientes sobre sus crímenes pese a que habían claros indicios… Eso supuso que nadie hiciera nada hasta que Darui murió, aunque tras eso se descubrió su laboratorio secreto y decenas de cuerpos más. Cuando se le dio caza, Orochimaru vino a por Anko y a por mí. Ambos éramos blancos fáciles, huérfanos por el ataque del Kyuubi, y desde que había empezado a experimentar con nosotros, estábamos siempre débiles.

—Pero ya se sabía que él era responsable… ¿Por qué querría malgastar tiempo de huida en ir a por vosotros?

—Anko llevaba sobre sí una marca muy extraña a la altura del cuello… Creo que quería seguir experimentando con ella…

—¿Y tú?

—Ah… Por mi habilidad con las barreras… Decía que era interesante que alguien que provenía de una familia sin Kenka Gekkan pudiera llevar a cabo jutsus tan elaborados… Al principio me lo tomaba como un cumplido… — sonrió sin ganas— Qué estúpido…

—Tú no podías saber lo que tramaba, Iruka…

—No, pero debería haber sido más listo… Solo así podría haber salvado a Darui… Quizás Anko y yo siguiéramos en contacto…

—¿No lo estáis?

Iruka negó con la cabeza.

—Después de aquello, Anko pasó mucho tiempo en el hospital, ya que aquél sello le provocó mucho dolor; no dormía, no comía, apenas hablaba… Un día dejó claro que no quería volverme a ver… Y así lo hice… En cierto modo la entiendo, soy lo único que le quedaba del equipo 7; mi mera presencia le traía recuerdos dolorosos… De todos modos, nunca volvió a ser la misma…

Kakashi decidió respetar el silencio que se instauró de forma casi ceremonial. Estaba claro que Iruka estaba obviando datos sobre el comprtamiento de Anko y la muerte de Darui, pero él mejor que nadie lo entendía. Tampoco Kakashi iría contando por ahí cómo murieron Rin u Obito.

Una duda sin resolver lo asaltó.

—¿Pero cómo es que sigues en la Academia? Ah… Perdona, me he excedido…— se disculpó en cuanto se percató de su atrevimiento. Iruka ya había sufrido bastante por una noche; no era necesario seguir pinchando el globo.

—No, tranquilo, está bien… Es normal que te lo preguntes… Lo extraño de verdad debería ser el hecho de que preguntes… En más de 3 años nadie se molestó en preguntar… Aunque creo que es porque muchos pensaban igual…

—Pensaban igual sobre ¿qué?

—Que un alumno de un traidor no tiene derecho a convertirse en ninja…

Algo en Kakashi quiso gritar.

—¿Perdón?— dijo, en su lugar, demasiado sorprendido.

—B-bueno… Yo…

Iruka agachó la cabeza y Kakashi tuvo ganas de romper algo. Hijos de puta…

Kakashi se acercó hasta Iruka, se acuclilló frente a él y le levantó el mentón para que le mirara.

—Nunca agaches la mirada por lo que una panda de hipócritas hicieron o dijeron…

Las mejillas de Iruka se sonrojaron levemente mientras el chico asentía con lentitud.

—Nadie quería formar equipo con el alumno de un traidor… Ni los genin ni los jounin, así que, al final, decidieron devolverme a la Academia… Como fue decisión de un capitán jounin…

—Todo capitán jounin que así lo considere puede devolver a los miembros de su equipo de vuelta a la Academia… Sí, conozco la teoría…

—Eso mismo… Y como en teoría yo era —soy— genin y acababa de entrar a formar parte de su quipo…

—Es técnicamente legal…— comprendió Kakashi. De nuevo: hijos de puta. Respiró hondo para tranquilizarse.—  ¿Y no te has podido graduar?— Iruka negó con la cabeza.

—Siempre había sacado buenas notas en la Academia… Puede que no sea el gran Hatake Kakashi, pero tampoco soy estúpido…— Kakashi sonrió. Hablar le estaba haciendo bien a Iruka; se estaba abriendo.—  Aun así, pocas veces me dejaron pasar los exámenes con algo más que un 5 y para cuando llegaban los finales siempre había algún tipo de traba. Y si no, el capitán jounin simplemente me devolvía a la Academia…

—Ya… Y las payasadas…

—Creía que si hacía el tonto, caería bien a la gente y al final se olvidarían de quién había sido mi maestro…

Kakashi sintió ganas de ir a quemar la Academia hasta los cimientos y después ir a hacerle una visita al Hokage para que le explicara cómo demonios había podido dejar pasar tantas infracciones. Pero no; era consciente de que en ese mismo instante lo que Iruka necesitaba no era un vengador, sino un cuidador… ¿Quién lo diría? Hatake Kakashi, legendario ninja copia, haciendo de niñera. Sabía que Obito, Rin y Minato se estarían riendo de él, pero también sabía que se sentirían orgullosos de en lo que finalmente se había convertido.

—Iruka…— le dijo, tocándole levemente la mejilla para llamar su atención, ya que parecía perdido en sus propios pensamientos.— De ahora en adelante, estarás a mi cargo… Eso significa que pienso hacer de ti alguien de quien estar orgulloso… No los demás, sino tú de ti mismo… Con un poco de suerte, conseguirás que yo también me sienta así…— añadió a modo de broma.— ¿I-Iruka?

—P-perdón…

—¡Pero no llores, hombre!

—¡¿Pero y qué quieres que haga si me dices esas cosas tan bonitas?!

¡¿Bonitas?! Definitivamente ese niño necesitaba un referente… Lástima que el Hokage lo hubiera juntado con Kakashi…

 

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Para cuando el reloj marcó la media noche, Kakashi se encontraba observando a Iruka dormir. Tras el baño, le había dado uno de sus pijamas, que obviamente le estaba gigante, y le había hecho la cena. Kakashi nunca había sido buen cocinero, pero sus habilidades eran pasables, al menos no envenenaba a la gente como Gai. En todo caso un buen bol de arroz, sopa de miso y un poco de carne hicieron maravillas en el chico.

Iruka comió poco, pero Kakashi entendió que simplemente estaba acostumbrado a ello, seguramente porque los orfanatos de Konoha no habían dado abasto tras la sangrienta noche y se habían producido muchas infracciones. Sin embargo, el sistema también estaba colapsado, así que nadie hacía nada pese a que todo el mundo tenía problemas. Posiblemente, uno de los principales problemas en el orfanato en el que fue acogido Iruka fue la falta de comida, no por nada había poca carne en aquellos huesos. Lo que se preguntaba el ninja copia era cómo diablos Iruka era capaz de mantener semejantes velocidades al correr y saltar, si apenas debía tener masa muscular.

Iruka se removió en sueños. Kakashi sonrió levemente, sin poder evitar un ramalazo de ternura. Desde que Kakashi lo había cogido en brazos, el mocoso no se separaba demasiado de él y a veces parecía mirarlo como un cachorro cuando busca caricias. Cuando se acostaron (en la misma cama porque Kakashi nunca tiene una cama o un futón de más, pero esa es otra historia que Iruka quiere saber) Iruka agarró una de las mangas de Kakashi. Completamente sonrojado le confesó que le gustaba sentir el tacto de otra persona… Kakashi cayó entonces en la cuenta; si nadie lo había querido cerca, posiblemente Iruka llevaba tres años sin contacto humano alguno que fuera bueno… Y tras aquella epifanía, Kakashi no pudo negarse a nada que le pidiera Iruka. No esa noche y no, al menos, con esa vocecilla tímida.

Suspiró.

Su mano libre jugueteó con las hebras castañas, ya completamente secas tras el baño. La sedosidad del cabello le relajó.

Había trabajo que hacer. Pero al menos era uno que merecía la pena hacer.

 

CONTINUARÁ...

 

Notas finales:

 

 


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