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El Heredero por midhiel

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El Heredero

Capítulo Quince


-Hola, Erik – saludó Emma con su vocecita melosa, al entrar en la sala. Se había cambiado el vestido de viaje por uno digno de un baile de gala. A las claras se notaba que quería impresionarlo -. ¿Cómo te trató mi ausencia?

Erik estaba de pie junto a una mesa de estructura de bronce, que sostenía un espejo enmarcado en oro y varias estatuas pesadas de bronce también. A su alrededor había sillas tapizadas con tachuelas metálicas. En el centro de la sala estaba colgado un candelabro, y las tres varillas que sostenían el cortinaje de los ventanales eran de acero. Además de dos armaduras originales de soldados medievales en cada rincón de la sala. Metales, estaba rodeado de metales para defenderse y atacar.

Emma lo leyó enseguida y sonrió con sorna. ¿Creía que con su poder podía hacerle frente a ella, la única telépata?

Charles abrió la puerta de golpe. De inmediato envió un mensaje mental a su amante.

“Erik, ella es telépata como yo. Te estuvo controlando todo el tiempo. ¡Protégete! No dejes que se meta en tu cabeza.”

Erik extendió el brazo hacia una de las armaduras de hierro y le quitó el yelmo. Se lo colocó con ambas manos fijándolo en la cabeza y se alzó la visera. Emma notó que ya no tenía acceso a su cerebro. Se volvió hacia Charles y toda su silueta se cubrió de diamante. Charles trató de meterse en su mente pero recibió una descarga poderosa, que lo hizo parpadear y frotarse la cabeza.

-No sé quién eres, encanto, pero dudo que puedas conmigo – contestó la dama y sonrió bajo su forma -. Ah, ya veo. Eres un telépata como yo, así habrás conquistado a Erik, aunque no tienes mi poder para formar este escudo.

Charles volteó hacia Erik.

-¡Hay que sujetarla! – ordenó.

El barón asintió y los dos al mismo tiempo corrieron hacia ella. Emma quedó estática porque sabía que no podían dañarla, su cuerpo ahora era diamante sólido y, por lo tanto, impenetrable. Los dos hombres la tomaron de los brazos y la empujaron contra una de las paredes. La mujer chocó su espalda y cayó sentada; aunque su escudo vibró, no logró quebrarse.

Erik se apartó y parpadeó. Dos varillas volaron, logrando que las cortinas de desplomaran pesadas en el piso, y rodearon a Emma de los hombros. Luego se incrustaron en la pared y presionaron para que golpeara contra el muro. Emma trató de liberarse pero estaba bien sujeta, sin embargo, seguía bajo la forma de un diamante.

-Es irrompible – suspiró Charles, alejándose.

Erik no habló. La tercera varilla dejó el cortinaje y se ubicó justo debajo del mentón de Emma. Rodeó su cuello y comenzó a ejercer presión.

Charles notó que se estaba ahogando.

-Erik – lo llamó, preocupado -. Erik, es suficiente.

El barón sacudió la cabeza con la mirada concentrada en la varilla.

-¡Erik!

Emma empezó a respirar entrecortado pero no quería ceder. Pensó que el tonto barón no podía estar venciéndola. Ella era superior.

Erik fregaba el metal contra su cuello y presionaba más y más. Iba a tener que ceder o moriría asfixiada.

-Erik, es suficiente – seguía reclamando Charles.

Finalmente, cuando el conde estaba a punto de intervenir, el escudo de diamante se quebró y Emma perdió su forma. Estaba furiosa y agotada.

-Es toda tuya, Charles – invitó Erik y retiró apenas la varilla de su cuello -. Léela y cuéntame cada detalle. Ella y su primo me estafaron y necesito saber qué me hicieron. Si intenta convertirse en un diamante otra vez, dale un golpecito.

Charles apoyó una rodilla en el piso frente a la mujer y se llevó el índice a la sien para concentrarse. Rendida, Emma tuvo que enviarle toda la información con completa impotencia. Charles leyó cómo había sometido a Erik desde el momento en que lo conoció en una fiesta social en Berlín dos años atrás. Vio cómo había conseguido joyas, dinero, oro y una vida lujosa a costa de manipularlo de forma constante. También vio cómo lo subyugaba sexualmente. Esto fue demasiado para él y se volvió hacia atrás avasallado. No podía seguir hurgando lo que le había hecho esa arpía sexual a la persona que amaba.

Erik se había acercado a la licorera para calmar la ira con un poco de alcohol.

-Charles, por favor, continúa – rogó, al ver que había cedido -. Sea lo que sea, léela porque necesito saberlo.

Charles se volvió hacia Erik con los ojos acuosos. A su amor lo había estafado y prácticamente violado.

Emma rio.

-¿Qué pasa, encanto? – se mofó con una sonrisita -. ¿No te gusta saber que tú no fuiste el único que disfrutó de ese cuerpo?

Furioso, Charles quiso enviarle una descarga mental para acabarla. Erik lo notó, se le acercó y le apoyó la mano en el hombro.

-Charles – insistió -. Hay un oficial listo para apresarlos por sus crímenes, pero necesitamos tener la información.

-¿Stryker? – lo oyó Emma y rio burlona -. Ese inglés estúpido hace una década que no consigue nada.

Charles respiró profundo para tranquilizarse y volvió a enfocarse en ella. Siguió observando cómo lo había controlado para quitarle el cofre de monedas, la platería y las joyas de su esposa.

-Emma, ¿estás aquí? – interrumpió Shaw sin un ápice de respeto por la privacidad del dueño de casa. Estaba tan borracho que el aroma a whisky invadió el espacio.

Charles sintió nauseas por el embarazo y se cubrió la boca y la barriga. Emma leyó enseguida que estaba esperando una criatura del mismísimo barón.

En medio del sopor etílico, Shaw vio a Charles retorciéndose frente a Emma y sacó su pistola y le disparó.

La furia de Erik se acrecentó. Iba a soportar cualquier afrenta, menos que dañaran a Charles. Su Charles lo era todo y si alguien lo lastimaba desatarían en él una furia asesina. Extendió una mano hacia la bala y la detuvo en pleno vuelo, luego, dirigió la otra hacia el cuello de Shaw y comenzó a estrangularlo con un collar grueso de oro, que el hombre llevaba puesto. Sebastian soltó el arma y cayó de rodillas, tratando de quitarse inútilmente la joya.

Charles comenzó a sufrir el dolor agudo del día anterior. Luchaba vanamente por recuperarse y no tuvo tiempo de ver el proyectil dirigido a su persona hasta que el barón lo detuvo. Lo que sí vio fue cómo Erik estrangulaba violentamente a su agresor y quiso meterse en la cabeza de su amante pero el yelmo se lo impedía.

-¡Erik, por favor! – suplicó, desesperado. El dolor fuerte había regresado producto de las náuseas y de la situación estresante. Además Shaw no tenía la mente bloqueada y podía sentir su agonía directo en su cabeza -. ¡Erik! ¡No!

El barón continuaba impávido, con la mirada clavada en el collar con el que lo estaba asfixiando, y la bala que sostenía. Movió los dedos y la munición hizo una curva en el aire y se apuntó directo hacia Sebastian. Emma estaba atónita, sin poder reaccionar.

-¡Erik! – lloraba Charles, de rodillas, sujetándose el vientre con una mano y golpeando el piso con la otra, totalmente impotente -. ¡Por favor! Detente o no habrá vuelta atrás. ¡Por favor! Sé un mejor hombre, tú mismo dijiste que somos superiores. Patea el arma lejos de él y suéltalo. ¡No lo hagas, por favor!

Erik movió el índice para que la bala volara directo hacia la cabeza de Shaw. Toda la ira que había acumulado hacia ese prepotente que se metió en su casa y abusó de su hospitalidad estaba por desatarse. Además, no podía dejar de recordar que ese proyectil había estado destinado al conde. ¿Qué tal si lo hubiera herido? ¿Qué tal si lo hubiese asesinado? No iba a perdonarle la vida a alguien que no había dudado en quitársela al hombre que amaba.

Charles lloraba con impotencia mientras se masajeaba la panza para mitigar el dolor.

-Erik – rogaba.

Sebastian se había puesto azul. Apenas podía reaccionar entre la borrachera y la asfixia, pero veía la bala que se acercaba a su frente.

-Me estafaron los dos, me usaron, robaron joyas que les pertenecían a mis hijos – declaró el barón -. Pero hoy, tú, hijo de puta, trataste de asesinar al conde.

-¡Erik! – lloraba Charles.

Erik observaba como la bala llegaba hasta su sien pero, a último momento, oyó la voz de Charles y desvió la munición hacia su torso. El metal le atravesó la piel cerca del estómago, y Shaw cayó pesadamente al piso. El collar dejó de ejercer presión.

Emma soltó un grito entre asustada y asqueada.

Charles fue juntando aire para tranquilizarme. Lloraba de angustia e impotencia.

Erik recién cayó en la cuenta de lo que había ocurrido y al verlo sufriendo, se agachó para reconfortarlo. Charles lo empujó y luchando contra el dolor en la barriga, se esforzó por ponerse de pie. A duras penas se asió al borde de una mesita para conseguir apoyo. El barón trató de ayudarlo pero el conde se lo quitó de encima. Se miraron y Erik se sorprendió de sus pupilas azules cargadas de ira, tanto que se hizo a un lado.

-Charles, él quiso lastimarte – musitó.

Charles caminó tambaleándose hasta Shaw y quiso inclinarse con dificultad para ayudarlo. Pero una punzada fuerte lo hizo doblarse en dos. Se sostuvo de otra mesa para no azotar el suelo.

Emma se había recuperado y volteó hacia el barón.

-Sí que la arruinaste, encanto – espetó con malicia -. Lo peor es que tu condecito no tuvo tiempo de darte la buena nueva: está esperando un hijo tuyo, un bastardo de tu sangre.

Erik quedó de una pieza.

-Charles – murmuró y los ojos se le humedecieron -. ¿Era eso lo que tratabas de decirme hoy?

Charles lo miró con bronca. El dolor iba cediendo. Se puso de pie y, a duras penas, se marchó en el mayor de los mutismos.

Erik volteó hacia Emma. Necesitaba desahogarse.

-¡Esto es tu culpa! – gritó y comenzó a asfixiarla con la varilla de cuenta nueva.

Emma soltó un grito ahogado y los ojos se le abrieron como si se le fueran a salir de las órbitas. Erik quería matarla. De repente la mirada calma y limpia de Charles se le coló en la mente. Tenía el casco puesto y Charles se había alejado así que no era su poder telepático sino el recuerdo amoroso que tenía de él. Sintió remordimiento por lo que acababa de hacer y bajó la mirada. La varilla cedió y Emma respiró a horcajadas para recuperar el aire, tenía una línea roja alrededor del cuello.

Llorando, Erik le sujetó más las barras en los hombros para que no pudiera escapar, cerró la puerta con llave y corrió a buscar al conde. Se cuestionaba qué era lo que acababa de hacer. ¿Se había convertido en un asesino? No sabía si era el remordimiento por quitar la vida de Shaw, o la idea de perder a Charles pero estaba tan desesperado que todo el metal de la casa tembló como si la Tierra se resquebrajase.


……….

Charles llegó a su recámara y bebió un trago de la pócima que le había dejado Azazel. Se sentó en una punta del lecho. No podía pensar, no podía razonar y no podía entender lo que estaba sintiendo. Estaba lisa y llanamente en shock. Se apretó el vientre y se dio cuenta de que se le había abultado más y al mismo tiempo se estaba ablandando. Se frotó los párpados. Tenía los ojos enrojecidos por lo abrumado que estaba. No podía creer lo que acababa de ocurrir: Erik había asesinado a un ser humano frente a sus narices. Estaba al límite de la desesperación. Quería buscar a su hijo y marcharse de allí. David se había enamorado de Peter pero no iba a dejarlo solo en esa casa. Pensó en Azazel que le había prevenido de lo peligroso que podía ser el parto. ¿Y si viajaba a Viena y se quitaba esa criatura? ¡No! Jamás lastimaría a un hijo suyo y, además era de Erik también.

Lloró, balanceándose hacia adelante y hacia atrás, y pensando que ese asesino no podía ser Erik, su Erik, y, sin embargo, lo era.

-Charles – oyó la voz suplicante de Erik en la antecámara.

Charles no le respondió.

El barón titubeó si entrar en el dormitorio o no. Se quitó el yelmo y lo arrojó al suelo. Charles oyó el estruendo y sintió la mente de Erik otra vez.

-¡Erik, vete! – ordenó desde su recámara.

-Charles – rogó, casi llorando -. Perdóname. No sé lo que hice.

Furioso, Charles se levantó de la cama y fue a abrir la puerta. Se enfrentaron cara a cara.

-No es a mí a quien debes pedir disculpas – espetó el conde -. Lamentablemente esa persona ya no puede oírte.

Erik estaba llorando. Charles sintió que su dolor era sincero. Ahora el barón comprendía que se había dejado llevar por la cólera y había cometido un crimen. Se hincó de rodillas y abrazó las piernas de Charles. El conde solo lo observó con furia.

-No sé qué me pasó – lloraba -. No era yo. . . sí, lo era pero la sed de venganza me desbordaba, Charles. Esa gente se había burlado de mí, me había usado, tengo recuerdos de que ella hasta abusó de mí. ¡Por favor! – alzó la cabeza para mirarlo a los ojos -. ¡Charles! Tú lo eres todo para mí. Pero hasta que apareciste y me enseñaste tu bondad, esta gente me controló y estafó.

-¿Sabes quién era la mujer que vino hoy con Shaw? - preguntó Charles severo. Sus ojos echaban chispas -. Moira MacTaggert, mi maldita exesposa. La mujer que nos dañó a mi hijo y a mí. ¿Crees que no quería meterme en su mente y hacerle volar la cabeza? ¡Claro que lo deseaba, Erik! Pero me contuve porque no soy un asesino.

Erik pasó saliva. ¿Asesino? ¿Eso era él para Charles ahora?

Charles retiró las piernas con cuidado de sus brazos y entró en el dormitorio. Seguía tan agobiado que no podía ni pensar siquiera. Recordó el dolor intenso que le provocó Moira cuando lo abandonó y sintió lo mismo que aquella noche. Charles sentía que Erik lo había lastimado profundamente. Era tal su angustia, que le transmitió mentalmente sus emociones y el barón las percibió y desesperó más todavía.

Charles fue hasta la cómoda y recargó ambas manos sobre ella mientras inclinaba la cabeza hacia el piso.

-No sé qué sentir, Erik – confesó trémulo -. Lo que hiciste me horrorizó. No parecías tú pero eras tú.

Erik se puso de pie. No se atrevía a entrar y apoyó la mano contra el umbral de la puerta.

-Te dije que no era yo – replicó y seguía llorando -. Era la sed de venganza lo que me empujaba y – suspiró -, ese bastardo quiso lastimarte, no lo soporté. Quería entregarlos a la policía hasta que sacó su pistola y te disparó. No pude soportarlo. ¡No soporté que alguien quisiera hacerte daño, Charles!

-Te grité, te supliqué que te detuvieras y no me hiciste caso – recordó Charles, temblando -. Me estaba quebrando de dolor en el vientre y lo mataste delante de mis ojos.

-Perdóname – fue todo lo que Erik pudo musitar y bajó la cabeza.

Charles volteó hacia él con los ojos enrojecidos. Los dos lloraban.

-¿Qué ocurriría si alguna vez sientes que debes vengarte de alguien más? ¿Harías lo mismo? ¿Qué tal si esa persona fuera yo? – Erik sacudió la cabeza con vehemencia, jamás levantaría un dedo contra su Charles -. ¿Qué tal si fuera mi hijo? – cuestionó el conde horrorizado. No, no iba a permitir que tocara a David -. Hoy no te reconocí, Erik.

-Yo tampoco – sollozó.

Se miraron entre las lágrimas. Charles se masajeó el vientre.

-Déjame solo, por favor – suplicó y trató de calmarse.

-No – contestó Erik y dio un paso hacia adentro -. Charles, quiero que hablemos, quiero que me entiendas que. . .

-Que ese hombre no eras tú – terminó Charles -. Pero lo eras. Supongo que Emma también está muerta.

-No, me contuve – contestó Erik y bajó la cabeza.

Charles podía sentir lo arrepentido que estaba pero sentía . . . ¡Increíble! Charles sentía que el barón lo había traicionado.

-Erik, déjame solo, por favor.

El barón quería insistir pero otra vez le llegó el oleaje de sentimientos de Charles con la traición que estaba sintiendo. No, ¡Charles sentía que él lo había traicionado! Le había fallado al hombre que amaba. Se pasó la mano por el rostro y quiso enjuagarse las lágrimas pero era imposible porque seguía llorando desconsolado.

-Tú lo eres todo para mí, Charles – confesó desde el alma -. Solo quería que supieras eso. Adiós.

Erik se retiró y cerró la puerta. Alzó el yelmo y se lo llevó acomodado debajo del brazo para que Charles, si lo deseaba, pudiera sentirlo. Tenía un remordimiento tan profundo que sentía que podía perforarle el corazón.

Charles se sentó en la cama de cuenta nueva. Se cubrió la cara y lloró.

Primero Moira y ahora Erik. La persona que amaba, otra vez, lo había traicionado. ¿Por qué se había enamorado tan profundo de él? ¿Por qué, a pesar del dolor, seguía sintiendo que estaban destinados el uno para el otro?


………….

¡Hola! Este es el capítulo que más me costó escribir, me llevó un montón redactarlo, revisarlo, cambiarlo, corregirlo porque para mí fue demasiado difícil tener que hacerlos discutir y sufrir.

Ya se solucionará el asunto más adelante.





















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