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El Heredero por midhiel

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El Heredero

Capítulo Dieciséis

Erik salió de los aposentos del conde más muerto que vivo. Regresó como un autómata hacia la sala donde se había desatado la tragedia y llamó por el camino al mayordomo y a varios pajes para que lo ayudaran. Les ordenó que buscaran yelmos de diferentes armaduras que había distribuidas en la mansión y se los colocaran antes de entrar. Emma había recuperado su forma de diamante para protegerse pero al notar a los intrusos regresó a su estado natural para no dejar en evidencia su mutación. La servidumbre se encontró con la escena dantesca y se cubrieron la boca, horrorizados. Erik les asintió indulgente y cargado de culpa.

-No toquen nada. Solo quiero que liberen a la señorita Frost y la custodien en su recámara hasta que el coronel Stryker se haga presente.

-Lo envié inmediatamente después de que usted me lo ordenó, señor – informó el fiel mayordomo -. No debe demorarse más de un par de horas.

-Cuando llegue quiero que hable conmigo primero – dejó asentado el barón -. En cuanto a esta sala – recorrió con la mirada la habitación -. Quedará cerrada con mi llave y solo yo la abriré con el coronel presente, ¿de acuerdo?

Los demás asintieron. Sin que lo notaran, Erik movió con la mirada las varillas para que los sirvientes pudieran quitarlas de las paredes. Emma sintió que la presión en los hombros disminuía levemente, al tiempo que observaba a su ex amante con odio, todavía no podía creer lo que había pasado.

-¡Este hombre aún vive! – exclamó de pronto uno de los pajes -. El señor Shaw todavía respira.

Erik volteó hacia el cadáver y notó que su pecho se erguía y bajaba débilmente. No lo podía creer, a fin de cuentas, quizás no lo había matado y, por lo tanto, no era un asesino. Se lanzó sobre Shaw y le apoyó los dedos debajo de la nariz y sobre la boca. Definitivamente respiraba. Necesitaba atención urgente.

-Busca a mi hijo de inmediato – ordenó al mayordomo -. Dile de mi parte que traiga a Azazel ahora mismo. Él sabrá entender.

El mayordomo corrió a cumplir con la orden. Erik hizo un gesto a dos pajes para que lo ayudaran a levantar a Shaw. Entre los tres lo cargaron: los pajes de los brazos y él de las piernas.

-Vamos a llevarlo a la habitación más próxima – decidió el barón y miró a otros dos sirvientes -. Ustedes vayan a preparar paños, agua caliente y la cama preparada para transportarlo.

-Así que al final la conciencia te carcome – habló Emma, que había estado observando callada -. Hasta para esto eres un cobarde, Erik.

El barón volteó hacia ella y, con cuidado, le indicó a uno de los pajes que tomara su lugar para que él pudiera acercarse a Emma. Los sirvientes retiraron a Shaw de la habitación, tratando de no mover nada.

Erik se arrodilló junto a ella, exactamente donde se había ubicado Charles cuando la leyó.

-Desde que me conocieron tú y tu primo trataron de doblegarme – explicó Erik, serio, escondiendo su bronca con calma fría -. Pero jamás pudiste hacerlo, Emma. Tuviste que hipnotizarme para conseguir que te arrojara monedas, te mudaste a esta casa, quisiste seducirme con tu cuerpo y poderes, pero al final, tu conquista fue un fracaso. El conde Xavier consiguió todo eso y más, solo con su honestidad y buen corazón. No soy un cobarde, querida, simplemente estoy enamorado.

Emma aspiró profundo. No quería mostrar sus emociones pero sus palabras le dolieron.

Erik notó el efecto y se levantó. Movió la mano para que las varillas se incrustaran otra vez.

-Mira si el conde no será mejor telépata que tú – le sonrió con sorna -. Consiguió algo imposible en mí, que sienta compasión por la gente que me estafó comercialmente – y sin esperar una respuesta de parte de ella, se retiró. Cerró la puerta con llave y fue a la habitación donde habían transportado a Shaw para cerciorarse de que todo marchara en orden.

El mayordomo llegó con Peter y un hombre encapuchado. Erik sabía que el médico se escondía para que no le vieran el rostro. Ordenó a sus empleados que los dejaran solos y Peter se retiró al pasillo. Erik permaneció en un rincón de la habitación observando a Azazel atender al enfermo. Con una habilidad increíble, el médico le extrajo la bala con los restos de la ropa para prevenir una infección, le limpió la herida, lo curó y lo vendó prolijamente. Shaw no despertó en ningún momento.

El galeno terminó su tarea y se volvió hacia Erik.

-Afortunadamente la bala no le perforó ningún órgano interno, de haberlo hecho la herida hubiese sido mortal.

Erik asintió. Solo él sabía que al escuchar el grito de Charles había decidido desviarla para no matarlo. No sabía si había tenido éxito, por eso se había sentido en parte un asesino.

-Eso quiere decir que no va a morirse – quiso asegurarse el barón.

-No, gracias a la trayectoria del proyectil – Azazel lo miró a los ojos. Erik parecía un hombre con muchos enigmas pero algo, una intuición de mutante que tenía que refugiarse por su condición y había aprendido cuando confiar en las personas y cuando no, le indicó que era una buena persona -. Si fue usted el que disparó, lo felicito.

-¿Por qué dice que fui yo? – se puso el barón a la defensiva.

-Solo estoy mencionando una posibilidad – respondió Azazel, mientras se lavaba las manos en una cubeta -. Sabe, no me gusta entrometerme en los asuntos de mis pacientes pero Charles no es solo mi paciente, sino mi amigo de años. Por eso le pido que lo haga feliz.

-¿Qué está insinuando? – protestó Erik. Lo sentía como un atrevido.

-Solo eso – replicó el médico sin inmutarse -. Charles sufrió mucho y se merece ser feliz – acomodó sus herramientas dentro de la maletita -. Vigile que revisen su herida cada dos o tres horas para evitar hemorragias y que la limpien cada cinco para evitar una infección. Bien, barón – le extendió la mano -. Es la segunda vez que me despido en veinticuatro horas de usted. Que tenga una buena jornada.

Erik se la estrechó. Apenas la soltó, Azazel se esfumó con un chasquido. Era entendible que no deseara marcharse por la puerta principal enfrente a todos, con su aspecto. El barón observó a Shaw por un instante, que estuviera vivo le había devuelto el alma al cuerpo, y salió para buscar a Emma.

-Papá – Peter le salió al paso. Lo había estado esperando en el pasillo -. ¿Qué pasó? – preguntó ansioso como era.

Erik sacudió la cabeza sin detenerse.

-Ahora no, Peter. Tengo otros asuntos que atender.

El joven era muy observador y notó que esa frescura que tenía su padre se había evaporado. “Problemas con el conde,” suspiró y se encogió de hombros. “Solo espero que no se vuelva gruñón otra vez.”

Erik regresó a la sala con un par de sirvientes, los tres con los yelmos todavía puestos, para escoltar a Emma hasta sus aposentos. El barón volvió a mover las varillas sin que lo notaran. Los sirvientes arrancaron con fuerza el acero del muro y ayudaron a la dama a ponerse de pie. Erik esperó a que la retiraran de la sala y cerró con su propio llavero. Luego los escoltó hasta el dormitorio de Emma para cerciorarse de que la dejaran adentro. Erik cerró la puerta del dormitorio con llave y les ordenó a los pajes devenidos en guardias que no se quitaran los yelmos por nada del mundo, mientras la custodiaban hasta la llegada de Stryker.

Después se retiró a la misma sala donde esa mañana Charles le había pedido hablar en privado, la misma donde habían compartido tantos momentos. Se echó sentado en el sofá y se tomó la cabeza con las manos. Se sentía desesperado por el daño que le había causado a Charles. La mañana anterior habían discutido por el romance entre sus hijos y ahora acababa de disparar a una persona frente a sus ojos. Erik había esperado que al ser maduros y se entendieran tan bien, tuvieran una relación armónica, sin diferencias. Ahora se daba cuenta de que los malos entendidos eran parte de cualquier vínculo humano pero tenían que aprender los dos a no enojarse tanto.

-Papá – oyó dos golpes a la puerta. Era Peter insistiendo.

Erik se preguntaba si lo hacía para que discutieran su relación con David, o por curiosidad por lo que había pasado. De cualquier forma, le costaba estar solo y lo autorizó a pasar.

Peter entró caminando lentamente, con respeto, y se sentó a su lado en el sofá. Cruzó las manos en el regazo y lo miró a los ojos, compasivo.

-¿El conde se encuentra bien? – preguntó, pensando que era Charles la razón por la que había tenido que buscar a Azazel.

-Sí, él está bien – contestó su padre con celeridad -. Fue Shaw el herido esta vez.

Peter rio burlón.

-Seguro habrá tropezado borracho – era prácticamente nulo el aprecio que les tenía a él y a Emma.

-Algo así – murmuró Erik y bajó la cabeza. Seguía avergonzado por su reacción violenta e impulsiva. Justamente él, que regañaba a su vástago por no saber medir las consecuencias -. Fue mi culpa, Peter. Yo lo herí, quiso lastimar al conde y le disparé, o, mejor dicho – se estudió las manos -, manejé una bala para que le penetrase la piel – miró a su hijo con los ojos con lágrimas -. Soy demasiado severo contigo, Peter. Me enfado porque a veces no piensas antes de actuar y yo hago lo mismo.

-De tal palo tal astilla – bromeó el joven para aliviarlo. Luego le sonrió indulgente -. Defendiste a la persona que amabas, papá. Eso no se llama culpa, eso se llama amor.

Erik lo abrazó con fuerza. Estaba aprendiendo, paso a paso, a comprender que Peter podía no ser el joven tranquilo y calculador que había sido él de joven, pero era cálido y comprensivo como lo había sido su esposa. Además tenía razón, él había defendido a la persona que amaba, igual que Peter cuando se enfrentó a él para defender a David.

-¿Estás enamorado de David? – preguntó. Su hijo deshizo el abrazo y le asintió seriamente -. ¿Lo amas?

-Sí, lo amo.

Erik le sonrió.

-Deja que hable con Wanda. No quiero que ella se sienta humillada pero también quiero que tú seas feliz.

-Gracias – contestó Peter con una sonrisa de oreja a oreja.

Charles entró sin llamar. Creía que Erik estaba solo y quedó asombrado de verlo con su hijo.

Erik se alegró de verlo.

Peter se puso de pie y tras saludar a su padre y al conde, se marchó. Charles aguardó a que cerrara la puerta, y se sentó en el sofá junto al barón.

-Estamos construyendo una relación madura y enojarnos y no dialogar no es lo que buscamos – suspiró Charles -. Tu sed de venganza me sorprendió y me causó daño, Erik. Pero también sentí lo que esa gente te hizo y atacaste a Shaw para defenderme a mí.

-Shaw no está muerto – soltó Erik y aspiró -. Lo herí. Peter trajo a Azazel, que lo atendió y está fuera de peligro.

Charles suspiró con alivio y sorpresa. Erik continuó.

-De igual manera, no justifica lo agresivo que fui. Me pedías que me detuvieras y no lo hice – lo miró con una mezcla de ternura y tristeza -. Un oficial de Scotland Yard está siguiendo el caso como te dije porque son dos estafadores buscados. Cuando llegue le enseñaré la habitación, lo que hice, sin mencionar nuestros poderes, y me entregaré.

-Stryker – Charles recordó el nombre que Emma había mencionado -. ¿William Stryker?

Erik asintió.

-¿Lo conoces?

-Es un oficial del ejército que ayuda a Scotland Yard a resolver casos vinculados con la nobleza – hizo silencio y añadió -. Raven, contra mi voluntad, contrató sus servicios de forma extraoficial cuando Moira se marchó para rastrearla.

-¿La misma Moira que se está alojando en mi casa ahora? – quiso bromear el barón para distender el ambiente.

-La misma que trajeron tus invitados – continuó el juego Charles pero luego se puso serio -. Erik, Stryker tiene un hijo que es como nosotros.

-¿Con poderes? – se asombró.

-Sí, se llama Jason y puede manipular la mente de las personas. No puede leer lo que piensan o sienten como un telépata, pero si entrar en sus cabezas y controlarlos. Stryker tuvo una historia triste, su esposa terminó encerrada en un manicomio por lo que su hijo le hacía. Él quiso tratarlo y lo llevó con Azazel un tiempo para que lo ayudara, pero después se arrepintió y no sé dónde lo oculta. Lo cierto es que odia a la gente como nosotros. Por favor – le suplicó -, que no conozca tu don.

Erik se emocionó. A pesar de todo, Charles estaba preocupado por él. Titubeó y al ver que su amante no se negaba, lo abrazó. Lloró contra su hombro.

-Perdona si te lastimé, Charles. Me sentí usado y estafado por esa gente. Quería que pagaran lo que me habían hecho pero me excedí – gimió y soltó con sinceridad -. Cuando vi que sacaba el arma y te apuntaba, no lo resistí. Quise matarlo porque trató de hacerte daño. Pero me pedías que me detuviera y no te hice caso.

-La bala iba directo a su cerebro pero la desviaste – recordó Charles, cerrando los ojos mientras lo apretaba -. A último momento no quisiste matarlo.

-Fue porque te escuché y cuando te vi llorando dolorido en el piso, me di cuenta de lo que te había hecho. Después quise desahogarme con ella pero fue tu rostro el que me detuvo. Fuiste tú el que detuvo la furia en mí, Charles. Te amo.

Charles se apartó y lo sostuvo de los hombros. Erik se había limpiado las lágrimas y lo observaba. No podía seguir sintiendo la traición que sentía como con Moira. Él no lo había traicionado como ella y, además, lo amaba genuinamente.

-Fuiste impulsivo, no me escuchaste pero finalmente te sujetaste – recapituló -. ¿Alguna vez hiciste algo así en el pasado?

Erik se tomó su tiempo para recordar.

-Cuando quedé huérfano, mi vida no fue fácil. Tuve que luchar para sobrevivir. Soy un sobreviviente. Pero nunca traté de matar nadie, Charles. Por eso me dolió darme cuenta de que era un asesino.

-No tuve que haberte llamado así – comprendió el conde con remordimiento. Bajó la mirada y recordó a la criatura que estaba esperando. No se había olvidado en ningún momento pero entendía que esta al fin era la ocasión -. Ayer me enteré de que estoy esperando un hijo tuyo. Esa mujer me arruinó la sorpresa. No sabía que los hombres pudiéramos concebir pero Azazel me explicó que tiene que ver con nuestro proceso evolutivo.

Erik rio de una comisura a la otra y lo abrazó con tanta fuerza que Charles sintió sus pulmones. Charles percibió toda su alegría, esperanza y amor, y suspiró aliviado. Erik lo apartó y apoyó ambas manos en su vientre.

-Aquí hay una vida tuya y mía – reía y lloraba -. Cuando Emma lo dijo, estaba tan aturdido que no lo dimensioné pero ahora . . . ahora lo escuché de ti – lo besó -, te amo, Charles. Aunque crece rapidísimo, ¿cuánto tiempo tiene? – rio más -. A este ritmo será un gigante.

-¡No! – rio Charles -. No llega ni a media pulgada. Debe tener apenas un par de días. Estoy hinchado porque mi cuerpo se está adaptando a él. Es un proceso que tomará unos días, por eso sufrí ese dolor tan agudo.

Erik lo besó de cuenta nueva, mientras lo sostenía de la nuca y le acariciaba el pelo. Era un beso tierno y efusivo.

Cuando se separaron, Charles sintió que tenía que serle completamente sincero.

-Erik, hay algo que debes saber también. Con respecto al parto. . .

Erik lo calló con otro beso. No quería escuchar de partos ni de dolor, solo tener sus labios.

Golpearon a la puerta discretamente. Era el mayordomo para avisar que el oficial había llegado.

Erik aceptó, el mayordomo se retiró, y tras apretar las manos de Charles, se levantó para ir a su encuentro. Charles lo sorprendió poniéndose también de pie.

-No, amor – decidió el conde -. No irás solo.

El barón le asintió feliz. Sería un alivio tenerlo cerca.

Charles no se lo quería decir pero estaba pensando que si Stryker se ponía firme y pretendía apresarlo o descubría su poder, él no dudaría en usar su mutación como Erik había usado la suya para defenderlo.


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