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El Heredero por midhiel

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El Heredero

Capítulo Dieciocho

Ya casi de madrugada, Charles se coló por primera vez en los aposentos del barón. En los dos meses que llevaban intimidando, era Erik el que visitaba cada noche los suyos. Pero esta noche era especial para los dos, así como lo había sido la primera en que decidieron tener relaciones.

Erik no se había acostado porque lo estaba esperando ansioso. Cerró las ventanas para que no entrara el frío y cuando Charles al fin llegó, lo estaba aguardando con unos bocaditos dulces germanos, que el conde devoró. Erik bromeó que el embarazo le estaba dando hambre, a lo que Charles respondió con un beso y fue incentivo para que se desnudaran.

Una vez que terminaron de hacerse el amor, Charles se acomodó sobre el pecho de su amante y dejó que este le acariciara el cabello. Sus latidos y los mimos lo iban adormeciendo.

-Tenemos que hablar con nuestros hijos – decidió Erik. Charles abrió los ojos y asintió -. Peter ya descubrió nuestra relación y se puso contento. Es muy observador. Pero todavía no sabe que tendrá un hermano.

Charles sonrió.

-Tu hijo es un muchacho muy inteligente.

-Así es – admitió el barón. Estaba aprendiendo a comprender que Peter no era como él y a valorarlo por eso -. ¿Qué sugieres? ¿Los reunimos mañana a los tres y lo hacemos oficial, o cada uno lo hace por su lado?

-Cada uno por su lado – decidió Charles con firmeza -. Estos últimos días fueron muy difíciles para David: tuvo que defender su relación con Peter, el accidente que tuve y la llegada y discusión con su madre. Deja que hable con él tranquilo.

-Está bien – Erik le besó la cabeza -. Mañana platicaré con Wanda antes del desayuno.

-Me parece bien – contestó el conde con un bostezo.

Charles se durmió enseguida agotado por la laboriosa jornada, pero Erik permaneció despierto un rato más. El conde dormía sobre su pecho desnudo y Erik le acariciaba el pelo, mientras lo observaba. De a poco iba dimensionando el hecho de que sería padre otra vez. Sus tres primeros hijos lo habían sido con la mujer de la que había estado enamorado y este lo sería con la persona que amaba. Lo preocupaba lo que Charles le había dicho sobre el alumbramiento. No quería que sufriera y no iba a perderlo. La vida sin Charles. . . No, no podía imaginar una vida sin Charles. Tenía esperanzas en la plática con Azazel. Sería un inquisidor de tantas preguntas que le haría para quitarse cada duda. Erik sonrió, imaginaba a Charles asombrado con tantas preguntas a su médico amigo, y le besó la cabeza.

Erik se arrellanó en la almohada y cerró los ojos para dormir arrullando a su amante.

Cuando el amanecer despuntaba, la pareja despertó y Charles se sintió remolón y quiso permanecer un rato más en la cama, después de todo, era la de Erik y eso lo incentivaba a no querer dejarla. Erik, en cambio, se preparó para bajar a desayunar. Era tan temprano que la mesa no estaba preparada todavía. Volvió al salón donde estaba la escalera principal y se cruzó con Moira. Ella no había pegado el ojo en toda la noche. A la ilusión de creer que podría disfrutar de la fortuna de su hijo pasó a la decepción de saber que no habría boda y a la irritación de darse cuenta de que Charles, el iluso y aburrido Charles al que ella había abandonado, había rehecho su vida con el mismísimo barón y tendrían un hijo. Era demasiado para una mujer que se jactaba de haber usado y abandonado a su esposo.

-Buenos días, Lady MacTaggert – la saludó Erik formalmente con una inclinación -. Espero que sus aposentos hayan sido confortantes y esté lista para partir.

Moira asintió mecánicamente, aunque no estaba nada lista para partir, de hecho, no tenía un lugar donde caerse muerta en Dusseldorf.

Erik lo notó por su expresión y, aunque no le perdonaría jamás lo que le había hecho a Charles, la compasión que el conde le había enseñado a sentir aplacó un poco su ira hacia ella.

-¿Dónde vive usted, señora?

-¿Dónde vivo realmente? – Erik asintió -. Bueno, en París – contestó y suspiró pensando en la modesta pensión que había sido su casa en los últimos seis meses. No podía acceder a nada más porque estaba sin una moneda. Nunca había sido buena para ahorrar, de hecho, se había gastado una buena parte de la fortuna de los opulentos Xavier ella sola.

-Si me aguarda un momento, iré a mi despacho y le haré un cheque para que se aloje hoy en un hotel de Dusseldorf y parta esta tarde en tren hacia Paris.

A Moira se le iluminó la cara. Ya estaba pensando en dormir en las calles y hacer quien sabe qué para regresar a la Ciudad de las Luces.

-Aguarde, por favor – pidió Erik y enfiló hacia su despacho. Por el camino ordenó a unos pajes que tuvieran listo el carruaje y transportaran el equipaje de la dama antes de que los demás despertaran. No iba a darle a Charles el disgusto de tener que cruzársela.

Moira se dejó caer en un sillón y suspiró. La vida la había favorecido bastante con lo irresponsable y egoísta que había sido. Pero ahora le llegaba la cuenta. No pudo evitar sentir envidia hacia Charles por el hombre maravilloso que había conseguido y en la persona en que se convirtió; un excelente y noble caballero escocés correcto, serio y orgulloso. Todavía no podía digerir lo que le había dicho la noche anterior y lo que más le dolía a Moira era darse cuenta de la verdad en cada palabra. A fin de cuentas, Charles se le había plantado y le había dejado las cosas en claro como nadie jamás se había atrevido a hacerle.

Más tarde, Erik volvió con el cheque y Moira se marchó. El barón observó el jardín desde uno de los ventanales y vio que Wanda andaba paseando con una sombrilla rosa. Todavía era temprano pero ya despuntaba el sol otoñal.

Erik decidió que era el momento oportuno para que dialogaran y salió a su encuentro.

Wanda se mostró feliz de verlo. Realmente adoraba a su padre. En el fondo, había aceptado casarse con David porque él se lo había pedido.

Se saludaron con un abrazo y un beso, y Erik la invitó a que se sentaran en el banco de madera donde había encontrado a Charles la noche que platicaron y le aconsejó sobre sus hijos. Tenía un paisaje espectacular del bosquecillo que se abría hacia adelante.

Wanda quiso cerrar su sombrilla un poco cansada de llevarla, pero su padre se ofreció a sostenérsela para que no le molestara el sol.

-Soy consciente de que te pedí que te casaras con el hijo del Conde hace medio año por motivos puramente comerciales – admitió Erik.

-Sí, papá.

-Y me obedeciste como buena hija.

Wanda suspiró.

-Me casabas con la crema de Escocia, según tus palabras – recordó -. Leí sobre el tal Robert, the Bruce, un héroe para su gente, pero eso no le da dinero. También leí sobre su hijo, David II, un gran rey escocés pero de qué le sirve a mi prometido si no le pagan por llevar su sangre, ni me pagarán a mí por darle hijos con su estirpe.

-Eso quiere decir que no estás satisfecha con el enlace – reconoció Erik con alivio -. ¿Qué me dices si te libero de ese compromiso? – Wanda abrió los ojos como platos. Su padre le sonrió -. Cancelaré la boda, hija.

-No – exclamó la joven con una actitud que lo sorprendió -. ¿Qué hay de mi fiesta? ¿Qué hay de mis amigas? ¿Qué hay de los invitados?

Erik se maravilló.

-¿Te importa eso más que quedar enlazada de por vida a una persona que no te satisface? – increíble, pero su pregunta la hizo reflexionar. Erik quería ser sincero y le apretó la mano con ternura -. Mira, Wanda, te diré la verdad: David, tu prometido, se enamoró de otra persona y ni tú ni él serán felices juntos. Yo me encargaré de que no resultes humillada. Hay muchos príncipes prusianos cuyos padres desearían cerrar un trato conmigo, también jóvenes hijos de comerciantes prósperos como yo, hay partidos, muchos, para una niña hermosa como tú.

Pero Wanda no lo escuchaba. Solo pensaba en una cosa: al fin se sacaría a ese condecito pobretón de encima.

-Bueno, papá – suspiró complacida -. Si ya no hay compromiso ni boda, será un alivio para mí que él y su padre dejen esta casa cuanto antes.

Erik sonrió.

-Creo que eso no será tan sencillo – murmuró y se preguntaba si no era el momento de que platicaran de la cuestión de su relación secreta y del bebé.

-¿Cómo podría complicarse? – insistió la jovencita con desdén -. Mira, papito. Hace tiempo que quería decírtelo: esta gente abusa de tu hospitalidad. Ese conde es dueño de un castillo que se está viniendo abajo, no tiene más propiedades ni tierras de las cuales sacar rentas, en definitiva, es pobre. David todo lo que va a heredar de él es una propiedad en ruinas. Cuando vinieron a esta casa y vieron la fortuna que tenemos, se sintieron a sus anchas y hoy los dos comen y se visten con tu dinero. Es hora de que como buen comerciante que eres te los quites de encima.

Erik se sintió lastimado.

-¿Es eso lo que piensas de ellos, hija? – la interrogó tan suave como le salió -. ¿No ves la excelente persona que es el conde, el corazón que tiene, su bondad? Nunca te interesó David pero no vas a negar que es un jovencito sencillo y noble como su padre, es inteligente y se hace querer. ¿No lo notaste?

Wanda suspiró hondo, melodramática y molesta.

-Papá, ¿qué hizo esa gente contigo? ¿Por qué los defiendes tanto? No tiene dinero como nosotros.

-¿Para ti el dinero es todo lo que vale? – se asombró y entristeció -. Wanda, ni tu madre ni yo te educamos así – sintió remordimiento al pensar que quizás era su culpa por haberla consentido tanto -. Eres buena, hija, lo sé. Pero estás equivocada al pensar que el dinero es lo que hace que una persona valga.

-No importa – Wanda se encogió de hombros -. De igual manera se irán de esta casa.

-No se irán, Wanda – dejó asentado Erik con firmeza.

-¿Por qué no? – reclamó la joven, asombrada. Sacudió la cabeza y se acomodó los bucles, estaba inquieta -. Papá, tienen que irse de aquí. No voy a soportar a David comiendo de tu mano ningún minuto más. En cuanto al Conde, será bueno pero es un vividor – Erik abrió los ojos como platos -. Lleva tres meses viviendo como tu invitado de honor, se encierra horas contigo, se entromete en tus negocios, opina, es un ventajista.

-Wanda, voy a pedirte que te retractes ahora mismo – ordenó Erik, imperante.

-¡Papá! – se escandalizó la jovencita y lo miró de arriba abajo -. ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes con ese aprovechador, pobre y miserable?

-¡Lo amo! – confesó su padre desde el alma.

Wanda se echó hacia atrás y comenzó a temblar.

Erik cerró los ojos y juntó aire para calmarse. Definitivamente Wanda lo sacaba de quicio.

-¡No puede ser cierto, papá!

El barón se volvió hacia ella y la tomó de las manos con delicadeza. Tenía que decírselo tarde o temprano.

-Wanda, hija mía, escucha – trató de ser lo más suave posible -. Me enamoré de Charles y sostenemos una relación desde hace dos meses – hizo silencio para esperar su reacción. Ella simplemente lo miraba con los ojos abiertos como platos -. Estoy enamorado de él y él lo está de mí. Nos amamos.

Wanda se sacudió para soltarse y se levantó del asiento. Estaba horrorizada.

-Papá, tú, mi héroe, el hombre más inteligente que conozco – sollozó. Otra vez la manipulación, Erik suspiró al sentirla -. ¿Ahora qué sigue? ¿Se quedó preñado y va a darte un hijo?

Erik asintió mecánicamente. No sabía si era el momento o no, tan solo lo hizo.

Poco faltó para que Wanda se desplomara. Con la desesperación en el rostro, dio media vuelta y entró corriendo a la casa. Era demasiado veloz, aun con su vestido largo y sus zapatitos con tacos.

Erik recién reaccionó y brincó del asiento.

-¡Wanda! – gritó. Alzó la mano para trabarle la puerta y detenerla, pero estaba lejos y lo único que sintió de metal fueron las varillas de la sombrilla, que seguía sosteniendo y arrojó -. ¡Wanda!

La jovencita entró en la casa rápido y enfiló derecho hacia el comedor.

David ya estaba sentado a la mesa, entreteniéndose con su libro. Peter llegaba de sus aposentos por otra puerta, refregándose los ojos adormilado, y Charles lo seguía detrás.

Wanda se plantó en el umbral. Miró con bronca y desprecio a David, que alzó los ojos del libro y la saludó con un frío y cortés: “buenos días, Wanda,” y al conde. Vio el vientre abultado que Charles se estaba acariciando justo en ese instante, y la cólera le brotó:

-¡Esto es una humillación! – los tres brincaron del asombro y la miraron -. Mi padre y el Conde sostienen una relación secreta. El Conde está por darle un bastardo. ¡Miren su barriga!

Charles quedó de una pieza. Peter sabía lo de la relación pero no lo del bebé así que se dejó caer en el primer asiento que encontró, y David, trémulo, volteó hacia el vientre de su padre y lo encontró crecido. Charles lo miró a los ojos sin saber qué decirle.

-¡Wanda! – Erik llegó desesperado.

Wanda miró a su padre, llorando y temblando de nervios.

-¿Cómo lo permitiste, papi? – reclamó -. ¿Cómo permitiste que esta gente nos quite todo?

La joven volteó hacia Charles otra vez. Pocas veces se había sentido tan agitada. Una energía profunda brotó de sus entrañas, extendió los brazos y soltó un campo de energía, que impactó en una estatuilla sobre una mesita. El mármol se pulverizó.

Wanda se desplomó y Erik apenas alcanzó a sujetarla para que no azotara el piso. Con cuidado, la cargó para depositarla con cuidado sobre el suelo y le sostuvo la cabeza con la mano para que no se lastimara. Le apretó los dedos, que estaban helados.

Charles corrió y se arrodilló junto a ellos. Se introdujo en la mente de la jovencita y le envió calma. Wanda se sacudió y soltó un gemido suave, mientras su padre la sujetaba con más fuerza.

“Tranquila, niña,” le pidió el conde mentalmente. “Todo está bien. No te agites, no sientas más miedo. Estamos aquí contigo para protegerme. Duerme, Wanda.”

Charles la llenó de paz y las facciones de la joven se fueron suavizando. Al cabo de unos segundos, comenzó a respirar lento y profundo, envuelta en un sueño.

Erik seguía desesperado. Charles le masajeó el hombro.

-Ella está bien – lo tranquilizó -. Solo se asustó. Hay que llevarla a su recámara para que descanse y se recupere.

El barón miraba a su hija y el polvo que había quedado del mármol de la estatua.

-¿Qué tiene, Charles? – preguntó casi llorando.

-Es su poder – explicó Charles con serenidad -. Acompáñala mientras duerme y después iré a verla. Cuando se despierte y esté calmada, trataré de entrar en su mente.

Erik asintió. Tenía los ojos vidriosos. Charles lo ayudó a incorporarse con Wanda en brazos e hizo sonar la campanita para que un paje se acercara a ayudarlo.

-Llévala a su recámara y quédate a su lado– le repitió el conde -. Ella te necesita. Yo iré a buscar a nuestros hijos.

Erik miró alrededor y se dio cuenta de que tanto David como Peter se habían marchado.

-Quiero que atiendas a Wanda cuando despierte – le suplicó -. ¡Por favor! Dime lo que tiene y si es peligroso, no sé, voy a dar mi fortuna entera para ayudarla.

Charles le sonrió para tranquilizarlo.

-Sabes que lo haré, mi amor. Parece un poder muy fuerte pero puedo ayudarla para que lo conozca y controle.

Esto calmó a Erik, que se volvió hacia su hija y lloró.

Se presentó un paje con una bandeja, pensando que habían solicitado el desayuno. Charles le indicó que ayudara al barón a llevar a su hija al dormitorio, y se marchó a buscar a los dos jóvenes. Sabía, sin usar su mutación, que David no se debía haber tomado muy bien la noticia. No cuando la había escuchado de boca de Wanda y no de su padre.

…………..

“Mi propio padre me mintió,” era lo que pensaba David al salir del comedor antes de que Wanda hiciera estallar la estatua. Ya en el pasillo escuchó la explosión y se volvió hacia el umbral. Vio el mármol pulverizado y cómo la joven se desplomaba y era atajada por el barón. Su mirada se cruzó con la de Peter, que seguía sentado, arañando el tapizado del apoyabrazos por lo nervioso que estaba.

-¡David! – exclamó el joven.

David volvió a salir al pasillo más aturdido que antes. Enfiló sin rumbo por el corredor y entró en una sala pequeña, que se solía utilizar para leer o beber solo y tranquilo. Peter lo siguió y entró detrás.

David comenzó a caminar en círculos en el centro de la habitación. Peter no soportó verlo así y lo detuvo, cortándole el paso.

-Déjame solo, por favor – pidió el escocés -. Por favor, Peter, en serio. No entiendes, tú no entiendes.

-Oye – rio Peter con sus hoyuelos y su entusiasmo. David sacudió la cabeza pero él lo tomó de los hombros -. David, escucha. ¿Cómo no voy a entender si después de todo, la pareja de tu papá es el mío?

David se sacudió para soltarse y fue a sentarse en un sillón. Se apretó la cabeza con las manos y se fregó los ojos. Estaba enojado y aturdido.

Peter se encogió de hombros y suspiró. Luego se le acercó con mirada seria.

-Entiendo que no debe ser fácil para ti – reconoció -. No cuando llevas con tu papá una relación tan estrecha.

-Peter, no trates de entenderme – reprochó y se sobó los párpados -. ¿No te das cuenta? Siempre confié en él, mis tíos y él fueron todo lo que tuve, y él era mi padre y lo sentía más cercano. Nunca le guardé nada – se apretó los ojos, estaba tan desilusionado que quería llorar -. Pensé que él hacía lo mismo conmigo, nunca me mintió, siempre fue honesto. Nunca me engañó con respecto a mi madre, nunca quiso que yo creyera que era un hombre perfecto. Me amó y nunca me mintió, Peter. ¡Nunca! Hasta ahora.

Peter se fregó la nariz, nervioso. No sabía qué decirle.

-Tal vez estaba buscando el momento para decírtelo hoy y la brujita escarlata lo arruinó todo – sí, Peter estaba furioso con su hermana.

David lo miró, enojado.

-Tú no eres ingenuo, Peter. Están esperando un hijo, ¿cuánto tiempo crees que ya llevan intimando?

Peter pasó saliva. Sí, lo del bebé. Eso lo había impactado.

David se levantó y fue hasta la pared. Estaba tan enojado que descargó el puño contra el muro. Mala idea porque le dolió.

-David, ¿qué haces? – suspiró Peter y se le acercó para apretarle el brazo. David ahora lloraba de furia. El alemán le envolvió la mano con su propio pañuelo -. Tienes razón en enojarte – reconoció con calma. El escocés parpadeó -. Tu padre tuvo que haber confiado en ti y no lo hizo.

-¡Toda su vida me dijo que yo era lo más importante para él! – soltó David su bronca y dolor. Peter quiso abrazarlo pero se le apartó. No quería abrazos ni consuelo, solo liberar lo que sentía -. ¡Siempre me hizo sentir que nos teníamos el uno al otro! Solos los dos para protegernos. Cuando iba a venir, me aterrorizaba dejarlo y todo cambió cuando decidió acompañarme. Se suponía que éramos los dos contra el mundo y ¡ahora me abandonó!

Peter lo observó, lastimado.

-Sabes, David. Lo que dices de tu papá, de tenerse el uno para el otro, protegerse y luchar juntos contra el mundo, eso era lo que pensaba que teníamos nosotros.

David lo miró, sorprendido, y pensó que sí, eso era lo que él tenía con Peter. Pero por otro lado estaba su padre con el barón, y, ¿dónde quedaba él para su padre?

-Sí, Peter – reconoció -. Es lo que siento por ti, pero mi padre. . .

Peter sonrió, al fin lo estaba entendiendo. Eran celos. Se le acercó y volvió a apoyarle las manos sobre los hombros. David lo dejó.

-¿No quieres que tu padre sea feliz, Dave?

David sacudió la cabeza.

-No se trata de felicidad sino de honestidad el asunto.

-Bien – Peter juntó aire. La paciencia no era una virtud en él pero por David la conseguiría de dónde fuera -. Vamos a analizar como hace el señor Summers cuando me presenta un problema, paso a paso y parte por parte. Tu padre y el mío empezaron un romance secreto, tan secreto que no lo sabía nadie – hizo silencio, no, pensó, no era el momento para revelarle que él ya se había enterado un par de días atrás -. Decidieron como pareja guardarlo un tiempo, tal vez estaban buscando una razón especial, no sé, y la noticia de un bebé cambió todo – suspiró -. Lo del bebé todavía no lo entiendo ni sé cómo tomarlo pero sigamos – acomodó sus ideas un momento -. Era muy probable que tu padre quisiera decírtelo hoy a solas, quizás después del desayuno, pero el mío se adelantó para hablar con Wanda, ¿recuerdas que hoy tenía que contarle que se rompía el compromiso?

-Claro – reconoció David -. Wanda venía de platicar con él. Ahí tu padre se lo soltó.

-Y conociendo a mi hermana, habrá disparado furiosa y mi padre no tuvo tiempo de detenerla. Entró y nos lo dijo, tan enojada como estaba.

-Tiene sentido – suspiró David. La paciencia y presencia de Peter lo estaban tranquilizando.

-Si te molestó lo de tu papá, tienes que decírselo cuando estés calmado, pero no olvides que él está feliz – lo miró a los ojos -. Tú también lo estás, yo también, mi papá. Si todos estamos felices. . .

-Yo no debería seguir enojado – terminó David con un suspiro.

Peter sonrió.

-Si mi padre ya canceló el compromiso entre tú y Wanda, eso significa que eres libre y – no pudo seguir, sus labios, su cuerpo, todo lo llamaba a besarlo.

David se sintió igual. Habían esperado por respeto a la joven y no debían seguir haciéndolo. Habían sido honestos con sus padres y, lo más importante, con ellos mismos. Eran jóvenes maduros que sabían lo que deseaban. David enlazó los brazos alrededor del cuello de Peter, prácticamente se colgó de él. Peter sonrió divertido y ansioso. Se miraron y solo se leyeron el amor que se sentían. Habían sido pacientes. David tomó la iniciativa y acercó su boca a la de Peter pero titubeó un instante, y Peter aprovechó para besarlo. Fue una sensación tan especial sentir la piel del otro en los labios. Se recorrieron cada tramo y como era la primera vez de cada uno, chocaron las narices y rieron.

Peter lo apretó contra sí. Rieron más, cómplices y felices. Pero siguieron besándose entre la risa. Se separaron y se miraron. David le acarició la mejilla con el dedo. Peter lo observaba extasiado.

-Somos libres – murmuró David, dándole todo el sentido a la frase -. Podemos estar juntos sin que nadie se lastime y tenemos la aprobación de nuestra familia.

Peter no resistió y volvió a besarlo con más ganas. Otra vez chocaron las narices y rieron pero enseguida se pusieron serios para seguir besándose y se apretaron más.

Charles entró y los encontró en pleno beso. Sonrió enternecido y feliz.

Peter lo oyó y soltó a David de inmediato.

-Creo que llegué en un mal momento – observó el conde y miró a su hijo -. David, perdóname – exclamó con sinceridad -. Iba a decírtelo después del desayuno.

-Entiendo, papá – contestó el joven con calma y miró a Peter y a su padre -. Peter me hizo ver que eres feliz y eso para mí es lo que vale.

Charles miró a Peter agradecido. David corrió a abrazarlo.

-¡Felicidades!

-Felicidades a ti también, hijo – lo apretó contra sí -. Puedo sentir lo feliz que eres con Peter.

-Felicidades, señor Conde – dijo Peter desde la distancia.

Charles rio.

-¿No crees que ya es tiempo de que me llames Charles?

-Está bien – sonrió el joven -. Felicidades, Charles.

-Papá, ¿qué es eso de un bebé? – interrogó David confundido -. No puede ser posible.

Charles rodeó a su hijo del hombro y miró a Peter, que también buscaba una explicación. Los guio hacia un sofá para que se sentaran y él acercó una silla y tomó asiento frente a los jóvenes.

-Nuestros poderes tienen que ver con el proceso evolutivo de la especie humana – comenzó -. Ya te había explicado la evolución que propone Darwin hace un tiempo, ¿recuerdas, David? – el joven asintió -. No sé cuánto sabes de eso, Peter.

-No mucho pero supongo que significa que por nuestros poderes somos diferentes a los demás – razonó el joven.

-Charles Darwin, un científico naturalista, diría más evolucionados – contestó el conde -. En un paso siguiente hacia la evolución, parece que nuestra especie nos preparó a los hombres con nuestros poderes con capacidad para gestar. De cualquier forma – se acarició el vientre -. Mi cuerpo se está adaptando para conseguirlo y si todo “evoluciona” favorablemente, tendremos en nueve meses a un nuevo miembro.

Peter abrió los ojos y soltó un suspiro de asombro. David solo asintió.

Charles se divirtió con la expresión de los jóvenes y aprovechó para sermonear.

-Eso significa, jovencitos, que deben tener mucho cuidado hasta donde llegan.

-Sí, claro – contestó Peter mecánicamente -. Mi padre me mataría si hiciera algo así.

-Aunque él ya lo hizo – murmuró David por lo bajo y ambos rieron.

Charles les sonrió con indulgencia.

-Cuando sean lo suficientemente maduros y se sientan preparados, saben que la posibilidad existe, ¿de acuerdo los dos?

-Sí – prometieron al unísono.

-¿Qué pasó con mi hermana? – preguntó Peter. Se acordó de pronto y estaba preocupado.

-Manifestó su poder – contestó Charles con calma -. Pero se asustó y se desmayó. Tu padre está acompañándola ahora, Peter. Yo iré a verla para conversar con ella y ver cómo puedo ayudarla – se frotó el estómago con hambre -. Bueno, jóvenes enamorados, ¿qué me dicen si me acompañan a desayunar?

-Sí, yo tengo hambre – advirtió Peter y miró a David, que asintió.

Los tres se levantaron y enfilaron hacia el comedor para desayunar más tarde que lo previsto. Por el camino, Peter tomó la mano de David afectuosamente, se miraron y se dieron un beso corto.

-Escuchen – aprovechó Charles, que los estaba siguiendo -, pueden demostrarse lo que sienten cuando estén solos o acompañados de su familia, pero cuiden que nadie más los vea. Como los poderes que tenemos que ocultar, esto es algo que los demás no entenderían.

Los jóvenes le asintieron y Peter, preocupado, quiso soltarle la mano a David. Charles le sonrió con complicidad.

-No hay nadie por el pasillo ni en el comedor, así que tómense de las manos si lo desean.

-¡Claro! – aceptó Peter, alegre, y tomó a David con entusiasmo -. ¿Ves? El poder que tiene tu papá y que es el tuyo es el mejor del mundo, Dave.

Charles rio y sacudió la cabeza.

………..


¡Hola! Disculpen si quedó muy largo, pero escribo y, luego, voy enlazando los capítulos.


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