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El Heredero por midhiel

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El Heredero

Capítulo Ocho

Wanda había recibido la visita de sus tres mejores amigas, las hijas de acaudalados comerciantes de Dusseldorf: Jean, Kitty y Laura. Tenían su misma edad y sus padres se relacionaban por medio de negocios. Erik tenía buen trato con los de Jean y Kitty, pero al de Laura, un viudo próspero salido de la burguesía como él, no lo tenía en gran estima y trataba de evitarlo.

El tema de las jóvenes era, obviamente, la boda de Wanda y sugerían más gastos y pompa que repercutirían en las arcas del barón. Wanda no escatimaba en gustos, si iba a casarse con “un condecito pobretón”, como llamaba a David despectivamente frente a sus amigas, haría que la fiesta y su apariencia valieran su sacrificio.

Cuando las tres se marcharon, Wanda enfiló derecho al despacho de su padre para plantearle las sugerencias y reclamos de sus amigas y un sastre nuevo para su vestido.

Pero apenas quiso tocar el tema, Erik dijo con frialdad.

-Wanda, necesitamos hablar – y le indicó una silla frente al escritorio.

Wanda quedó perpleja y se sentó acomodando cada pliegue de su ropa.

-Papito, si el problema son los gastos del vestido, quiero que veas el modelo que tengo en mente – sonrió compradora -. Vas a imaginarme en él y te darás cuenta de que bien vale cada moneda que inviertas.

-No se trata de eso, hija mía – cortó Erik, echándose hacia atrás. Pensó en Charles, que le había hecho notar el daño que le estaba haciendo al criarla tan presumida -. Se trata de algo básico: vas a casarte pronto y todavía no hiciste las paces con tu prometido.

-¿Paces? – repitió sin entender -. ¿Qué paces?

Erik juntó las manos sobre el escritorio.

-Nunca te disculpaste, Wanda. Por lo tanto él sigue ofendido y no pueden casarse así.

Wanda quedó tan desorientada que sonrió. Hasta le sonaba a broma.

-No te estarás refiriendo a la noche en que me ofendió, ¿cierto?

-Él no te ofendió – refutó su padre seriamente -. Es un joven educado y correcto, no dijo ni hizo nada para enojarte, solo fuiste tú la que malinterpretó su accionar.

-¡Papá! – la joven se puso de pie, exaltada -. ¡Me llamó una persona vacía y cruel! ¡Es él quien debe pedirme disculpas!

-Reaccionó así porque lo lastimaste. Heriste sus sentimientos. No fue tu intención, lo sé, pero lo lastimaste y por eso reaccionó de esa manera.

-¿Lo estás defendiendo? – exclamó Wanda entre furiosa y sorprendida.

-Wanda, siéntate – Erik le mostró la silla -. Así no podemos dialogar.

-¡No! – se cruzó de manos y siguió de pie -. Esto no es un diálogo, esto es una reprimenda, padre. Me estás castigando.

Erik no soportó más y soltó.

-Te estoy castigando porque mereces un castigo.

La joven quedó estática, observándolo con los ojos trémulos. Se mordía el labio tan fuerte, que su padre temió que le fuera a sangrar.

-No voy a disculparme – dejó asentado con firmeza y convicción -. Si sigues insistiendo tampoco me casaré.

Erik juntó fuerzas. Tenía que mantenerse firme. Recordó que lo estaba haciendo por ella. Su hija necesitaba límites y reconocer que hería a los demás.

-Vas a obedecerme – replicó su padre con autoridad -. Primero, dejarás de actuar como una niñita consentida porque no eres más una niña y debes asumir las consecuencias de tus actos, segundo, bajarás y buscarás a tu prometido para disculparte, tercero, te disculparás con él, y cuarto, subirás y me lo contarás.

Wanda quedó boquiabierta. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Iba a llorar, a llorar a mares.

Erik pasó saliva, haciendo un esfuerzo supremo para no conmoverse.

-Wanda, estoy esperando.

La joven se echó en la silla a llorar sin consuelo.

El barón se pasó la mano por la cara. Esto le estaba costando como lo había imaginado.

Wanda lloró y lloró. Cuando se quedó sin lágrimas, comenzó a hipar y toser para llamar la atención de su padre.

-Wanda – habló Erik con suavidad -. Estoy esperando que cumplas con mi orden.

-¿Por qué eres tan malo? – gimió Wanda en un tono desgarrador.

-Porque necesitas disciplina.

-¡No soy Peter! – chilló, ofendida.

-No – aceptó Erik y la miró con dolor -. Peter no hubiera hecho lo que hiciste tú.

La joven quedó tan asombrada que dejó de chillar para mirarlo. No podía creer lo que acababa de escuchar.

-¿Papá? – preguntó con su voz melosa -. ¿Papito? ¿Estás diciendo que prefieres a Peter por sobre mí?

Su manipulación hizo que Erik dudara. Tal vez había ido demasiado lejos y no podía exigirle que se humillara pidiendo perdón. Tal vez estaba actuando como un pésimo padre.

Wanda notó el efecto de sus palabras y se puso de pie. Despacio se acercó al asiento de su progenitor y lo envolvió en un abrazo.

-Tú me prefieres a mí, ¿cierto?

Erik casi cedió, pero entendió el mensaje: Wanda pensaba que ella estaba por encima de su hermano. Otra vez pensó en Charles y se dio cuenta de cuánta razón tenía cuando le hizo notar los sentimientos de Peter.

-Ninguno está por encima del otro – contestó con la voz trémula -. Peter no es mi preferido pero tampoco debes serlo tú. Wanda – la miró a los ojos, sus hermosos ojos verdes, los mismos que los suyos -, por favor, te pido que bajes y te disculpes con David.

-¿Papá? – murmuró la joven, asombrada de la insistencia.

-Baja y hazlo, mi ángel – pidió -. Hazlo por mí.

Wanda se alejó del asiento, temblando.

-No puedo, papá.

Erik juntó aire. No le quedaba más que decirlo.

-Hasta que no te disculpes con ese joven, quedan cancelados los preparativos de tu boda.

-¡Papá! – exclamó -. No estás hablando en serio.

-Estoy hablando en serio – confirmó Erik decidido -. Mientras no te disculpes, no habrá fiesta, ni vestido, ni preparativo alguno.

Wanda volvió a llorar. Erik no sabía de dónde sacaba tantas lágrimas. La joven dio media vuelta y se marchó entre hipidos.

Erik se arrellanó en la silla y quedó observando la puerta. Sentía haberla lastimado pero, por primera vez, sintió que la firmeza con su hija era la adecuada, y no sabía cómo agradecérselo a Charles.

………….

Charles se detuvo a observar la licorera surtida que el barón coleccionaba en una de sus salas. Podía ser la envidia de cualquier noble. Tenía los licores europeos más finos y en el sótano, una cava completa con vinos franceses, españoles e italianos de selección. Lo que a Charles le llamaba la atención era que no se había emborrachado ni una vez desde que dejara Westchester. Increíble que lo hubiera conseguido. Se notaba que el cambio de ambiente y la expectativa por el futuro de su hijo lo habían ayudado. Pero también estaba el barón. Bebía cuando estaba con él, mientras conversaban, jugaban o paseaban. Eran momentos íntimos y especiales. Charles sentía que el vínculo entre ambos se fortalecía día a día y podía sentir que el barón le tenía una estima alta.

Charles estaba enamorándose más y más aunque bloqueara sus sentimientos. Los bloqueaba porque no quería quebrar ese vínculo y también porque temía que Erik lo lastimara como lo había hecho Moira. Erik no era Moira, no tenían nada en común, sin embargo, el corazón de Charles nunca se había reparado y seguía herido.

-¡Charles!

El conde volteó y se encontró con Erik, que entraba alegremente.

-Seguí tu consejo de anoche con respecto a mi hija.

-¿Y?

Erik se mordió los labios sin perder la sonrisa.

-Me mantuve firme y no tendrá nada de la boda hasta que no se disculpe con David.

El barón estaba tan emocionado que Charles lo leyó sin buscar hacerlo. Reprodujo nítida en su memoria la escena y se sorprendió de la determinación de Erik.

-Te felicito – contestó -. Mantente firme como lo has hecho y Wanda aprenderá a ceder a sus caprichos. Es una buena joven, solo necesita firmeza y límites de tu parte.

-No sé cómo agradecértelo – replicó Erik feliz -. Jamás pude con ella y ahora me rompió el corazón verla llorar pero entendí que es por su bien. Necesita moldear su carácter.

-Y necesita saber que lo haces porque la amas. Algo que se dará cuenta tarde o temprano.

-Así lo espero.

-Y así será – respondió Charles, convencido.

Erik lo miró a los ojos. ¡Dios! Esos ojos que titilaban como fuego. Su boca roja. Sintió el impulso de besarlo y parpadeó ante la idea. Era inaudito, era extraordinario. ¿Cómo iba a querer besar a Charles, su amigo?

Charles leyó su pensamiento y estuvo a punto de abrazarlo. Pero se echó hacia atrás. No sabía cómo Erik podía reaccionar porque jamás había sentido antes el deseo de besar a un hombre.

-Todavía no hablé con Peter, que era la otra parte del trato – recordó el barón rápidamente -. ¿Sabes dónde está?

-Lo vi cerca de las caballerizas – contestó Charles, un tanto frustrado de que se acabara el encanto -. Supongo que saldrá a cabalgar con David. Ah, no espera. David está en la biblioteca estudiando. Creo que saldrá a cabalgar solo.

-Cabalgar suena a un buen momento para una plática entre padre a hijo – admitió Erik y sonrió -. Gracias, Charles – le extendió la mano.

Charles la tomó y sintió que Erik se la apretaba con más fuerza que otras veces.

-Nos vemos en el almuerzo – se despidió el barón.

El conde asintió.

…………..

Peter llevaba de las riendas a su corcel blanco mientras caminaban alejándose de la casa. Quería pasar la mañana cabalgando bajo el sol del verano. Tal vez se perdiera un rato por un bosquecillo, que le resultaba fresco y atrayente, o tal vez se acercaría al riachuelo que solía frecuentar su padre y arrojaría piedras en el agua. No tenía claro hacia dónde se iba a dirigir pero quería cabalgar.

De repente, sintió los cascos de otro caballo y, al voltear, vio que su padre se le acercaba al trote de uno pardo.

-Hola, Peter – lo saludó Erik con una sonrisa -. ¿Cabalgamos juntos? ¡Vamos! – y jaló las riendas para que el animal acelerara.

Peter subió al suyo pensando en una sola cosa: ¿Qué había hecho últimamente para ganarse un sermón de su padre? Hasta donde recordaba se había portado como todo un caballero, había repasado sus lecciones y no había molestado a Wanda.

-¡Peter, vamos! – insistió Erik -. Es irónico que tenga que apurarte a ti justamente – bromeó.

El joven jaló las riendas y lo alcanzó pronto.

-¿A dónde quieres ir, hijo? – peguntó el barón.

-¿Ocurrió algo? – cuestionó Peter, preocupado -. ¿Todo está bien?

Erik sintió un nudo en la garganta. ¿Cómo su hijo podía desconfiar de un paseo con él? ¿Tanto lo había relegado y durante tanto tiempo?

-No, Peter – contestó, suspirando -. Solo quiero pasar un rato contigo. ¿Estás de acuerdo?

Peter asintió pero siguió pensando qué motivo podía haber para que su padre procediera así. De repente, recordó en qué fecha se encontraban.

-Es por ella, ¿cierto? – Erik lo miró sin comprenderlo -. Me refiero a Nina. Ayer fue su aniversario. ¿Estás triste por ella, papá?

Erik quedó atónito.

-¿Tú lo sabes? ¿Conoces su aniversario?

-Suelo ver su tumba cuando salgo a pasear y allí está la fecha – contestó el joven -. Está cerca de aquí, en un claro, dentro de aquel bosque. Ayer se cumplieron, ¿veintiún años, papá?

Erik asintió, mordiéndose el labio.

-Sí, Peter. Veintiún años ya – hizo silencio y recordó que no la había visitado todavía. Era porque no podía hacerlo solo. Había pensado pedirle a Charles que lo acompañara, pero pensó que sería un pedido extraño -. Tengo que ir a verla más tarde.

-¿Te parece si vamos juntos ahora?

Erik se emocionó con el ofrecimiento. Si no era Charles, ¿qué mejor compañero que su propio hijo para visitarla?

-Claro. Me sorprendiste, Peter. Pensé que ya nadie recordaba esa fecha, solo yo.

-Fue mi hermana – contestó el joven -. Sabes cuánto me importa mi familia.

-No, no lo sabía – confesó Erik, arrepentido -. Peter, detente, por favor – padre e hijo jalaron las riendas -. Quiero que sepas que yo – le costaba decirlo pero pensó nuevamente en Charles y sus consejos -. . . yo pienso que eres una persona noble y generosa, y me recuerdas a tu madre no solo en lo físico sino en lo interior.

Peter parpadeó emocionado. No se esperaba tal reconocimiento y, por un segundo, pensó que estaba soñando. Erik jaló otra vez y espoleó su caballo.

-Su tumba no está lejos, ¿qué me dices si jugamos una carrera?

-Papá, la velocidad es lo mío – rio -. Te ganaría en un abrir y cerrar de ojos.

-Sabes que adoro los retos – y sin decir más nada, el barón apuró a su animal.

Peter no se quedó atrás y cabalgó rápidamente para alcanzar a su padre y superarlo.

……………..

Padre e hijo llegaron hasta el claro y desmontaron cerca de la tumba. Era una lápida sencilla de granito, con la inscripción de su nombre, la fecha de su fallecimiento y la dedicatoria sencilla de sus padres: “A la memoria de nuestra querida hija.” Erik recordó que su esposa había decidido la frase. Él había quedado tan destruido cuando ocurrió la tragedia que no podía ni hilvanar una.

También notó que esta era la primera vez que se sentía a gusto visitándola. Siempre llevaba el peso del dolor en el corazón pero esta vez la presencia de Peter lo aliviaba. Permanecieron en silencio. Erik recordaba nítidamente cuando la sostuvo en brazos por única vez, recordaba su cara, recordaba cómo se movía, recordaba hasta su llanto. Sin querer comenzó a tararear la canción de cuna que le había cantado. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se los secó con el puño.

Peter no tenía recuerdos de ella pero pensó en cómo habría sido su vida si Nina hubiera vivido. Habría sido divertido tener una hermana mayor. Tal vez lo hubiera acompañado en sus momentos más difíciles. Wanda no era una mala persona pero su egoísmo la volvía distante y Peter no podía contar con ella cuando la necesitaba. Por eso congeniaba con David. El joven escocés era solidario y estaba atento a los demás. Eso sin contar que lo estaba fascinando poco a poco.

Después de un rato, Erik le propuso regresar. Peter se dirigió a los árboles para desatar los caballos. Montaron en silencio porque estaban conmovidos y enfilaron hacia la casa.

Por el camino, Peter observó.

-Me agradan estas salidas, papá.

Erik volteó hacia él y le sonrió ligeramente.

-A mí también me gustó pasear contigo. No imaginas lo que significó para mí recién que me hubieras acompañado a su tumba.

Peter se emocionó y sacudió la cabeza para que no se le notara.

-Sabes, me gustaría que lo hiciéramos de seguido, esto de pasear. A ti te serviría para despejarte un poco. Ya sabes, de tu trabajo, de los problemas, de la boda de Wanda . . .

-Creo que la boda no será un problema por un tiempo – explicó Erik con frialdad -. Le avisé a tu hermana que los preparativos quedarán cancelados hasta que se disculpe con David.

Peter abrió los ojos como platos. ¿Su padre había regañado a la perfecta, consentida y “buena en todo” Wanda?

Erik continuó.

-Wanda tiene que disculparse con su prometido. Lo hirió esa noche.

-Sí – asintió Peter, poniéndose serio -. Lo maltrató, David no quiso decirme lo que había pasado pero lo encontré furioso esa noche en el jardín. Es un joven bueno, papá.

-Sí, se nota que lo es.

Peter hizo silencio. Había platicado mucho con David y se habían contado prácticamente sus vidas enteras.

-Su madre lo abandonó cuando era un bebé.

-Sí, así fue, Peter. Sufrió mucho.

-Su papá, el conde también sufrió mucho – Erik pasó saliva. Charles, sabía que había sufrido pero la mención lo conmocionó. Peter no se dio cuenta y continuó explicando -. Cuando se marchó, ella le quitó casi toda la fortuna y el conde hizo lo que pudo para darle un hogar feliz a David. Lo llenó de amor, David me lo repite siempre, pero para apagar su dolor se encerró en la bebida.

Erik lo sospechaba por la manera en que Charles solía rehusar sus tragos y lo moderado que se mostraba al beber.

-Charl, quiero decir, el conde se esfuerza por controlarse con la bebida – comentó -. Su fuerza de voluntad es muy loable.

Peter asintió. Pero quería que su padre se diera cuenta del corazón que tenía David.

-David es un buen hijo. ¿Sabías cuántas veces cuidó de su padre cuando se emborrachaba? No me lo contó para jactarse o dejar mal parado al conde. No, me lo dijo porque su miedo más grande al venir aquí, con nosotros, era que su papá se iba a quedar solo y triste en Escocia, y no iba a tenerlo a él para que lo cuidara.

Erik jaló las riendas y se detuvo. Peter lo imitó, sorprendido.

-¿Pasó algo, papá?

-¿Charles sufría tanto y su hijo lo cuidaba? – repitió para darle dimensión a lo que Peter acababa de decirle. Dios, había imaginado su dolor pero no pensó que el daño fuera tan profundo. Tampoco se dio cuenta que había mencionado al conde por su nombre de pila.

-Ellos viven con unos tíos suyos, que son buena gente – siguió Peter -. David los adora a los dos y quiere que vengan para su boda. Ah, eso no se animaba a pedírtelo él, pero te lo pido yo: ¿Pueden alojarse sus tíos aquí?

-Claro, Peter – Erik sacudió la cabeza para acomodar las ideas -. ¿Pero qué tienen que ver sus tíos? ¿Por qué los mencionaste?

Peter se mordió el labio, sonriendo. Era tan acelerado a veces, que hablaba sin seguir el hilo. Solo repetía los pensamientos a medida que se le presentaban.

-Quiero decir que los tíos de David los ayudaron mucho a él y al conde – explicó más despacio. Erik asintió, recordando que Charles ya se lo había contado una vez -. David se alivia al saber que cuando el conde regrese a Westchester, va a tenerlos a ellos para que lo acompañen.

¿Por qué Charles tendría que regresar a Escocia si estaba tan a gusto en Alemania?, se cuestionó Erik. Se dio cuenta de que no quería que Charles se marchara más y deseaba que permaneciera con él largo tiempo, tal vez para siempre. Aturdido, sacudió la cabeza para acomodar lo que estaba pensando. No lo podía creer.

Peter lo miró, preocupado.

-Papá – lo devolvió a la realidad -. ¿Estás bien?

-Sí, por supuesto – contestó el barón y jaló las riendas -. Regresemos, hijo.

Peter obedeció y los dos cabalgaron hacia la casa.

…………..

Erik quedó conmocionado con lo que Peter le había contado de Charles. Era consciente de que su amigo tenía que haberse afectado con el abandono de su esposa, la pérdida de su fortuna y el tener que criar solo de un bebé. También sospechaba que se debía haber refugiado en la bebida para mitigar la angustia, pero no pensó que había sufrido tanto. David tenía dos años menos que sus hijos y, sin embargo, se había comportado con su padre como un adulto al cuidar de él. Ahora entendía por qué padre e hijo tenían ese vínculo tan profundo, los dos se protegían y acompañaban para hacer frente al dolor.

Más se enojó con la actitud de Wanda. Su hija, con su insolencia, había lastimado a una persona tan pura y bondadosa como David. Eso le dio más valor para mantenerse firme hasta que la joven se disculpara. No iba a dar el brazo a torcer.

También pensó en cuánto Charles lo había ayudado. Se trataba del mismo conde que había sufrido tanto que su hijo temía dejarlo solo. Desde que lo conociera, Charles jamás le había llorado sus penas y había estado solícito para aconsejarlo. Ahora entendía la angustia secreta que guardaba en su corazón.

“Charles”, repitió mentalmente el nombre. ¿Por qué no lo había conocido antes? Lo que hubiesen podido compartir, sentía que lo valoraba más que a ningún otro amigo. Lo estimaba, lo quería, lo amaba, ¿lo amaba?

Erik parpadeó. Estaba solo en su despacho, cerrando cuentas y no podía creer lo que acababa de pensar. ¿En serio pensó que amaba a Charles? No, no lo pensó, simplemente lo sentía.

-No, es imposible – suspiró y se sirvió un poco de coñac para despejarse.

Golpearon la puerta. ¿Quién iba a atreverse a interrumpirlo? Wanda no lo haría con lo ofendida que estaba. Miró el reloj de pared: eran las seis y cuarto de la tarde. ¡Claro! Le había sugerido a Charles que jugaran algunas partidas antes de las siete.

Erik guardó los papeles bajo llave en el cajón y se levantó.

-¿Charles? – quiso cerciorarse -. ¿Eres tú?

-Perdón si te interrumpí – se disculpó el conde detrás de la puerta -. No decidimos la hora exacta y creí que ya te habías desocupado.

Erik se apresuró en abrirle.

-Adelante, Charles – lo invitó y se dirigió a su escritorio de cuenta nueva -. Está bien que lo hayas hecho, a veces necesito dejar de trabajar tanto.

Charles sonrió.

-El descanso es tan saludable como el trabajo.

-Por favor, siéntate – le pidió el barón -. Quiero terminar de guardar estos libros y te acompaño.

Charles se sentó y acomodó las piezas en el tablero para ganar tiempo. Hacía dos semanas que habían traído el juego de la salita al despacho para que pudieran jugar más tranquilos. Erik se acercó enseguida.

El conde se dio cuenta que, a diferencia de otras veces, no traía ningún trago.

-¿No beberemos nada? – preguntó. Fue en ese momento que leyó a Erik y quedó atónito. Leyó todo lo que Peter le había contado. Tendría que haberse sentido avergonzado de su pasado beodo pero lo emocionó saber que el barón, lejos de juzgarlo, se había conmovido. También percibió sus sentimientos y el amor que le estaba teniendo pero no se animaba a relucir.

Con un suspiro, Charles desbloqueó su propia mente, mejor dicho, su corazón. Dejó fluir por sus venas el enamoramiento que lo abrasaba desde el primer día. Se ruborizó porque amaba al barón con locura.

Erik dudaba qué trago ofrecerle. Volteó hacia la licorera para sugerirle alguno y, sin quererlo, volteó hacia Charles otra vez. Se miraron.

Al conde le habían enseñado a refrenarse, que ser impulsivo no era digno de su clase noble. Tenía que saber controlar lo que pensaba y lo que sentía. Pero sentía a Erik y podía leer su amor. Los dos estaban enamorados, eran hombres pero lo estaban.

La única vez que Charles se había dejado llevar por el impulso fue cuando decidió casarse con Moira. No le había resultado nada bien, pero, ¿tenía el pasado que repetirse indefectiblemente? Si ahora su instinto le decía que tenía que besar a Erik, ¿podía equivocarse otra vez? Ya no era un jovencito inexperto. Erik tampoco lo era.

El barón no resistió. Sus ojos azules, su boca carmesí, sus mejillas, todo Charles lo encandilaba. La sociedad le exigía que para actuar como un verdadero barón tenía que controlar sus impulsos. Erik envió tal mandato al demonio. Sin mediar palabras, sin resistirlo más, se acercó a Charles. Titubeó porque el conde lo miraba y él no se decidía.

-Erik – suspiró Charles. Alzó la cabeza, lo tomó de los hombros y acercó los labios a los suyos.

El barón dudó. ¿Cómo iba a besar a un hombre? Pero Charles Xavier no era cualquier hombre. ¿Cómo iba a enamorarse? Pero, ¿cómo no enamorarse de alguien cautivante como Charles? Toda su vida Erik había respetado las reglas, toda su vida se había regido por lo socialmente aceptable. Pero esta vez era su corazón el que regía. No titubeó más, con valor y determinación humedeció sus labios en los de Charles y sellaron un beso.

El conde se echó hacia atrás e inhaló para sentir cada partícula de sus labios. Su sabor y textura eran tal cual lo había imaginado. Erik sintió la piel de su boca y el aroma de su piel. Charles sabía a una mezcla picante de limón y flores exóticas. Tal vez se trataba de su perfume, o tal vez era la esencia misma de su ser encantador. El barón lo retuvo del cabello para que no se moviera y, con un suspiro, hizo presión en sus dientes para que abriera la boca.

Charles lo invitó a explorarla. La lengua del barón recorrió la humedad de su interior y su tacto le provocaba cosquillas y caricias a la vez. Erik estaba fascinado su boca. La recorría por cada rincón. Lo empujó contra él para sentir el resto de su cuerpo.

Charles sintió que estaba ardiendo. La mente se le nubló, no podía pensar en nada y solo podía sentir el beso que le regalaba Erik. De repente, necesitaron aire y tuvieron que separarse muy a su pesar. Sin embargo, siguieron mirándose directo a los ojos.

Charles rio de lo nervioso y emocionado.

Erik lo miró sin entender.

-¿Perdón? – cuestionó el barón.

Charles recuperó el aire y, sin titubeos, solo por impulso, lo envolvió en un abrazo y lo besó con fuerza.

A Erik le habían enseñado que los británicos eran adustos, fríos y soberbios. Especialmente los nobles. Sin embargo, parecía que el conde Charles Xavier era la excepción. Sonriendo en medio del beso, Erik lo apretó contra sí. Definitivamente él también se había enamorado con locura.

…………..


¡Hola!

¿Qué les pareció? Espero que les haya gustado.

¡Saludos para todos!















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