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El Heredero por midhiel

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El Heredero

Capítulo Nueve

Charles y Erik continuaron besándose un buen rato hasta que la necesidad de respirar los obligó a separarse nuevamente. Se miraron a los ojos. Tenían ganas de seguir tocándose, abrazándose, desnudándose, explorándose y amándose. Pero sintieron que con un beso ya era suficiente por el momento. El autocontrol impuesto que tenían los hizo refrenarse. Erik miró distraído el reloj y vio que marcaba casi las siete. Tenían que bajar a cenar.

-Mañana debo viajar a Dusseldorf – recordó el barón muy a su pesar -. Regresaré después del té.

-No sé cómo voy a hacer pero me las arreglaré para esperarte – bromeó Charles, aunque, en el fondo de su corazón, hablaba muy en serio. Se sentía un adolescente otra vez, ansioso y feliz de estar con la persona que amaba

-¿Por qué no me acompañas? – sugirió Erik.

Charles rio.

Erik se mantuvo serio y lo tomó de las manos.

-No es una broma, Charles – se las besó suavemente -. Me gustaría que me acompañaras para no sentirme solo.

-¡Erik! – rio el conde, entre divertido y enternecido.

-¿Por qué no vienes y me ayudas en los negocios? – insistió el barón muy decidido.

-¿Cómo podría ayudarte si no sé nada?

-Leyendo a mis socios y empleados, Charles. Mira, mañana tengo que cerrar un acuerdo para expandir mi planta de Núremberg, y quiero estar seguro de que no me están engañando. Los libros que guardé recién – volteó la mirada hacia su escritorio -. En esos libros llevo las cuentas de los movimientos de los últimos tres años de esa fábrica. Mis socios me sugieren que la amplíe y así duplicar la producción, pero también podrían tener otras intenciones para tal sugerencia.

-Entonces – quiso aclarar el conde -, quieres saber si la gente que te acompaña es honesta y puedes confiar en ella.

-Sí, Charles.

Charles lo pensó. No era partidario de utilizar su mutación para hurgar en los demás, pero sentía un deber ayudar al barón. Si solo se concentraba en lo que la gente pensaría sobre la transacción y no en sus secretos íntimos, podía cooperar con él.

-Acepto. Pero solo me inmiscuiré en cuestiones de tus negocios, no leeré a nadie de más.

-¿Te refieres a averiguar secretos personales? No, Charles – le sonrió -. No quiero que hagas eso. Algo que admiro de ti es cómo con semejante poder, no te conviertes en alguien manipulador como bien podrías serlo. Eso habla de tu honestidad.

-Erik – lo miró directo a los ojos -. No me halagues así que apenas estoy conteniéndome.

Erik entendió el mensaje y sonrió. A él bien que le estaba costando horrores contenerse.

El reloj dio dos campanadas para avisar que eran las siete en punto.

El conde y el barón se levantaron para dirigirse al comedor. Charles llegó primero a la puerta y antes de que moviera el picaporte, Erik lo abrazó por detrás y lo hizo girar hacia él. Hacían todo lo posible por contenerse pero no pudieron evitar darse un último beso apasionado antes de la cena.


………………….

Wanda quedó de una pieza cuando esa mañana se enteró de que su padre se había mantenido firme en su postura y la organización de la fiesta estaba detenida. Quiso ir a plantársele y armarle un berrinche pero se dio cuenta de que había partido con el conde y no tenía a quién reclamarle. Suspiró y se encogió de hombros. Si algo le había enseñado su padre era a ser práctica y reconocer el camino más directo en cuestiones de negocios. Wanda tenía que negociar y la mejor manera de alcanzar lo que buscaba era disculparse con David de una buena vez.

Lo seguía viendo como un condecito pobretón y no iba a cambiar de idea, pero quizás una disculpa breve solucionaría el embrollo. Decidida, se dirigió a buscarlo.

David estaba leyendo la carta de su tío Hank, que había recibido esa mañana. Él y Raven les escribían al joven y a Charles para avisarles que sus asuntos seguían en orden y para asegurarle al conde que podía permanecer en Alemania todo el tiempo que quisiera. Es que David les contaba cuánto había mejorado su padre y sus tíos se alegraban y lo alentaban a seguir disfrutando.

El joven se encerró en la biblioteca con un tintero y varias hojas para redactar una carta a cada tío. A Hank le contaba del empeño que ponía por aprender las costumbres de su nueva tierra, de sus aventuras y cabalgatas, y a su tía Raven le escribía hojas enteras sobre cuánto se divertía con Peter.

Bueno, Peter era la razón de que no declarase su boda como un completo fracaso. Wanda ya no le caía bien. La consideraba hermosa, sí, pero con una belleza fría y hueca, que no lo seguía fascinando. Si no fuera un joven de palabra y su padre no estuviera mejorando como lo hacía, David hubiese cancelado el compromiso. Era cierto que no tenía tal poder porque al estar bajo la tutela de Charles, era su progenitor quien podía decidir si se casaba o no. Sin embargo, David sabía que a la menor duda de su parte, su padre iba a cancelar la boda, aunque le costara Westchester.

Pero David no quería eso. No iba a quitarle a su papá lo último que le quedaba de su familia, ni la alegría y el ambiente saludable que lo estaban curando de sus heridas del pasado. Por eso el joven seguía adelante con el compromiso. Por eso y porque Peter le caía demasiado bien, tanto que hacía valer su estadía en el palacio.

-Buenos días, David – saludó Wanda, fría y distante, bajo el dintel de la puerta de la biblioteca.

David guardó la pluma dentro del tintero, sorprendido.

-Buenos días, Wanda – saludó, inclinando la cabeza.

La joven se acercó a la mesa. Movió una silla para sentarse pero titubeó y permaneció de pie. No quería sentarse, estaba demasiado ansiosa para quedarse quieta.

-Vengo a pedirte disculpas – soltó con un cierto temblor en la voz -. Si te molesté esa noche durante la fiesta, quiero que aceptes mis disculpas.

Quiero, vengo, eran palabras directas que mostraban que Wanda no iba a tomar una postura humilde para pedir perdón. Jamás. Ni siquiera estaba convencida de que debiera disculparse.

David lo notó pero también comprendió cuánto tendría que estarle costando hacerlo.

-Disculpas aceptadas, Wanda – contestó en el mismo tono frío y distante.

Wanda suspiró. Ahí tenía su padre, había pedido disculpas.

David sabía que la joven no sentía culpa de lo que había hecho y que todo se reducía a una mera función protocolar. Así que sin ganas de seguir soportando esa farsa, sacó la pluma para seguir escribiendo.

“Yo, justamente yo, tener que disculparme con este condecito pobretón.”

David volteó furioso hacia ella. Wanda se paralizó con su mirada.

-¿Qué dijiste? – preguntó alzando la voz.

“¿Quién se cree para levantarme el tono? Su padre come y vive gracias a la generosidad del mío.”

Estupefacto, David notó que Wanda no movía los labios. La voz era la suya pero no estaba hablando. Eso quería decir que lo estaba pensando y él, ¡increíble!, podía escuchar lo que ella pensaba. Telepatía, el don de su padre.

“Lo aborrezco pero tengo que disculparme para que papi continúe pagando mi vestido.”

-Eso quiere decir que te disculpaste porque tu padre te castigó y quieres que te quite el castigo – exclamó David sin contenerse.

Wanda se cubrió la boca, horrorizada.

“¿Cómo lo supo?,” pensó.

David sacudió la cabeza, enfadado.

-Te diré algo, Wanda, parecido a lo que me dijiste esa noche – era una cuestión que le había quedado atragantada en la boca -. Me dijiste que solo te casarías conmigo porque tu padre te lo había pedido y a él no puedes negarle nada. Pues a mí me pasa lo mismo. Viajé hasta aquí porque mi padre decidió firmar el acuerdo, y yo no voy a desobedecerlo porque es mi padre. Somos hijos y ellos son nuestros tutores, les debemos obediencia y respeto.

-Estoy de acuerdo contigo – congenió la joven con actitud gélida.

David suspiró. Lo que iba a decirle le dolía porque se trataba de su candor herido con la insolencia de su prometida.

-Cuando me entregaron el relicario con tu fotografía, pensé que eras bella, pero cuando te conocí en persona me dije que no podía haber alguien tan hermoso como tú – Wanda abrió los ojos como platos, y su indignación cedió -. Me quedé enamorado de ti al instante y me dije que era demasiado afortunado de convertirte en mi esposa. Pero esa noche, en el jardín, cuando me dijiste por lo que ahora vienes a pedir perdón sin sentirlo, todo lo que sentía se esfumó, Wanda. Me pareciste hermosa pero vacía y cruel, y toda tu belleza se evaporó para mí.

Wanda se estrujó los dedos y bajó la cabeza. Por primera vez sintió que se había equivocado. Había enamorado a su prometido con su hermosura exterior y lo había desilusionado con su vacío interior. Un cúmulo de emociones negativas la invadió y, por primera vez, sintió un verdadero remordimiento.

David se pasó la mano por la frente. Los sentimientos de Wanda eran demasiado intensos y no podía controlarlos. Antes de que la cabeza le estallara, abandonó la biblioteca corriendo.

Fue hasta la salita donde su padre solía pasar las mañanas para encontrarlo, y se acordó de que no estaba en el palacio. No tenía a nadie. Una mucama pasó y David escuchó que estaba fascinada con el nuevo paje que el barón había contratado la semana anterior. El joven se apretó la cabeza. No podía resistir. No podía dejar de oír y no quería oír. Desesperado subió para salir a la terraza y tomar aire fresco. Se aferró a la baranda y aspiró el aire con fuerza. Cerró los ojos, mientras aspiraba y exhalaba. De a poco, muy lento, se fue tranquilizando.

-¡Oye! – Peter le dio una palmada en la espalda -. ¿Qué te pasa, David? – vio que estaba pálido y se preocupó -. ¿Estás bien?

David abrió los ojos y lo miró. No, no estaba bien, pero no podía explicarle el motivo. Necesitaba a Charles pero se sentía un chiquillo reclamando por su padre.

-David – lo llamó Peter, asustado, y lo miró a los ojos -. ¿Qué te ocurre? ¿Quieres acostarte? ¿Quieres que llame a alguien para que busquen a un médico?

-No – pidió el joven escocés y tragó más aire -. Peter, es solo que . . . Bueno, te he contado todo de mi vida pero no esto. Como tú, mi padre tiene una mutación, es telépata, puede escuchar y entrar en la cabeza de las personas.

-¿Qué? – exclamó Peter y quería reírse pero se contuvo. La expresión de David no daba para risas.

-Tú y tu padre no son los únicos con poderes – explicó David seriamente -. Mi papá también tiene el suyo.

Peter recién se acordó y soltó un bufido.

-¡Claro! Ahora que lo recuerdo, cuando estaba en el río, él me hablaba directo en mi cabeza. ¿Se estaba comunicando conmigo por medio de su mente?

-Sí, eso se llama telepatía – David hizo silencio y se dio cuenta de que no estaba escuchando lo que su amigo pensaba -. Parece que se fue.

-¿Qué es lo que se fue?

-Peter, acabo de descubrir que yo también tengo el don de mi padre y es horrible – suspiró. Se pasó la mano por la cara, no quería llorar pero estaba desesperado -. Adentro escuchaba lo que los demás pensaban. Escuchaba sus voces en mi cabeza. No me dejaban en paz. ¡Fue horrible!

En lugar de consolarlo, Peter soltó una carcajada.

-¡Esto es maravilloso, David! – rio -. ¡Tienes el don más fascinante que existe en el universo! Sabes lo que piensan los demás. Escuchas lo que piensan aunque no vayan a decírtelo. Imagina, ya nadie va a engañarte en toda tu vida. ¡Lo que daría por tu poder!

David sacudió la cabeza.

-Peter, no es tan divertido como crees – contestó serio.

Pero el entusiasmo de Peter no decayó.

-¡Claro que sí! A ver, David – cerró los ojos -. Dime qué estoy pensando.

-Peter, así no funciona.

-¡Vamos! – lo alentó y apretó más los ojos para concentrarse.

David suspiró y cerró los suyos. No escuchaba nada pero se focalizó en su amigo y, para su sorpresa, pudo leer lo que estaba pensando. Abrió los ojos.

-¿Un pastel de nuez de manzana?

-Sí – rio Peter -. Es que a esta hora tengo hambre. Intentémoslo otra vez.

-No, Peter – sacudió la cabeza.

-¿Por qué no?

David volteó hacia la baranda, compungido.

-Porque esto no es un juego. Es algo serio y triste para mí.

-David – Peter lo llamó con suavidad. No se estaba riendo más -. Mi mutación apareció cuando tenía nueve años. Sí, era un niño apenas. Fue horrible. Ver el mundo lento y pausado, y yo quería correr y mis padres se desesperaban por protegerme. Recuerdo una vez que corrí por la casa y ¡zas! Cuando me di cuenta estaba en Dusseldorf. Me asusté y tenía mucho miedo. Un banquero amigo de papá me encontró y me trajo hasta aquí – David lo miró -. Sufría yo y veía sufrir a mis padres. Fue muy difícil. Pero entonces, me di cuenta de que si lo tomaba como un juego, no iba a ser más horrible. Por eso quiero que te diviertas. Es difícil, bien lo sé yo, pero si le ves el lado positivo, tal vez – juntó aire -, tal vez, no te entristezca tanto.

David se mordió el labio. Las palabras de Peter lo habían tocado más de lo que su amigo se pudiera imaginar.

-Gracias, Peter.

Peter le palmeó el hombro.

-De nada, David. Ven, vamos a cabalgar un rato. Pero antes de venir, pasé por la cocina y realmente hay un pastel de nueces y manzana que quiero robarme. ¿Podrías meterte en la cabeza del cocinero y ordenarle que se marche para que se lo quite?

-¡Peter!

Peter rio.

-Está bien, está bien. Usaré mi don y con mi velocidad, ni se enterarán de que estuve allí.

David sonrió y entre los dos emprendieron la marcha hacia la cocina del palacio. Por el camino, David pensaba en lo maravilloso que sería si en lugar de Wanda, pudiera tener a Peter. Solo para que los dos se divirtieran todo el día. Su amigo era la clase de persona que él buscaba: compañero, solidario y siempre estaba de buen humor. Pero tenía que casarse con su hermana, además, no podía casarse con él, ¿cierto? Bueno, suspiró con resignación, si Peter se quedaba para siempre en el palacio con ellos, la vida no le resultaría tan agobiante.

…………..

La tarde se iba poniendo cuando el coche del barón se acercaba a la finca. Charles había acompañado a Erik, había leído las intenciones de sus socios y le había asegurado que ninguno lo engañaba. Erik había cerrado el acuerdo con éxito. Ahora regresaban felices y cansados. Cuando antes de partir de la ciudad, Hans cerró las puertas, los dos estaban sentados enfrentados, pero una vez que dejaron Dusseldorf atrás, en la soledad de la campiña, Erik se sentó junto a Charles y le apretó la mano. Se sonrieron y en silencio, compartieron el viaje con las manos entrelazadas.

El conde observaba el paisaje con fascinación. Había vivido en un territorio de bruma misteriosa y frío, y ahora se encontraba con un paisaje bañado por el sol. La luz, el calor y especialmente la presencia de Erik lo hacían sentirse bien. Era un alivio que su hermana y su cuñado lo incitaran a permanecer en Alemania y manejaran Westchester sin inconvenientes.

-Charles, escucha.

Erik lo sacó de su meditación. El conde volteó hacia él.

-Me ayudaste más de lo que te imaginas – comenzó el barón -. Además eres discreto y todo un caballero. Serías un excelente hombre de negocios, Charles. Por eso quiero proponerte algo.

-¿Qué es? – preguntó intrigado el conde.

-Quisiera que me acompañaras de seguido en estos viajes – Charles sonrió cómplice -. No solo por tu compañía sino para que me ayudes como lo hiciste hoy.

-Erik, mi poder no es un medio que puedas utilizar en tus transacciones – dejó en claro Charles con seriedad y pensó que era sorprendente lo práctico que era el barón. Bueno, así se explicaba cómo había llegado tan lejos en los negocios -. Sabes, te puede parecer que con mi poder podría lograr lo que deseara pero no es así. Siempre me culpo de no haber leído a mi exesposa a tiempo.

Erik le sonrió compasivo, mirándolo directo a los ojos. Podía percibir la frustración de Charles sin necesidad de su telepatía. Lo habían engañado más de una década atrás y era lógico que aún se sintiera herido. Le apretó la mano entrelazada a la suya y se la acarició con el pulgar.

-No estoy siendo sincero, Charles, y no me estás leyendo por eso no lo sabes – murmuró -. No necesito que leas a mis socios todo el tiempo, el acuerdo de hoy sí era especial y necesitaba tu ayuda, pero con los otros puedo arreglármelas solo. Sé lidiar con mis colegas y les leo las expresiones, sus movimientos, las palabras que usan y por eso sé cuándo cerrar un trato y cuándo no – suspiró -. La razón por la que quiero que me acompañes en estos viajes es simple: quiero estar contigo y te necesito a ti, no a tu poder.

Charles se arrellanó en el asiento y dejó caer su cabeza sobre el hombro de Erik. El barón sonrió. Se sentían tan a gusto juntos, que parecían jóvenes amándose por primera vez. Desde que se conocieron hacía ya un mes habían congeniado y ahora que podían expresar lo que se sentían, se daban cuenta de lo necesarios que se eran el uno para el otro. Permanecieron en esa pose el resto del viaje.

Cuando el coche entró en la avenida, recién Charles alzó la cabeza y Erik regresó a su asiento. Se miraron y sonrieron con complicidad.

Sus tres hijos estaban en la puerta principal para recibirlos. Erik abrazó a Wanda, que se veía acongojada, y su padre pensó que el castigo la estaba haciendo meditar. Luego estrechó la mano de del alegre Peter.

Charles abrazó a David. El joven le murmuró al oído.

-Papá, tengo tu poder. Hoy se me apareció. Pude oír lo que la gente piensa.

Charles lo tomó de los hombros para estudiarlo con seriedad.

-¿Cuándo te sucedió esto?

-Esta mañana – explicó el joven y bajó la mirada. No se sentía a gusto -. Pero duró un momento. Ahora no siento más nada.

-Así me pasó a mí – sonrió su padre con orgullo -. Exactamente igual. Ven, David. Vamos a encerrarnos que tienes mucho que contarme.

-Papá – suspiró, mientras enfilaban hacia las escaleras de la entrada -. Quiero estar solo.

-¿Quieres que te deje solo?

-No, quiero que me acompañes pero no quiero bajar a cenar. Necesito estar solo contigo.

-Por supuesto, David – concedió su padre y aunque le dolía dejar a Erik, no dudó -. Nos quedaremos los dos solos. Tienes miedo de que tu poder se vuelva a manifestar por eso no quieres a nadie cerca, solo a mí.

-Sí, papá.

Charles lo abrazó mientras caminaban. No podía creer que su hijo tuviera su mismo don. Era fascinante e intrigante al mismo tiempo y lo llenaba de orgullo. Pero entendía lo asustado que David se debía sentir y decidió acompañarlo.

Erik los vio alejarse y suspiró en medio de una ligera sonrisa. Pero enseguida se acercó un paje con la correspondencia que había llegado cuando se encontraba ausente, y tuvo que enfocarse de cuenta nueva en sus asuntos.

El conde y su hijo dialogaron largo y tendido, y cenaron juntos en los aposentos del joven. Luego David quiso acostarse y se durmió enseguida. Charles sonrió, mientras le acariciaba el pelo. Iba a quedarse a pasar la noche a su lado. Pensó en Erik y, aunque lo extrañaba, sintió que su hijo lo necesitaba en ese momento más que nunca. David solía tener pesadillas cuando estaba alterado y aunque ya tuviera quince, a Charles le costaba dejarlo solo. Ya antes de cenar, le había escrito una nota al barón y se la había enviado en un sobre lacrado con su sello personal de la Casa Xavier para que solo él lo abriera. Allí le explicó que David había descubierto su don mientras estaban ausentes y que pasaría la noche a su lado para apoyarlo. Le prometía que se verían por la mañana en el desayuno y se despidió con un “te amo.”

Meses atrás, Charles hubiera pensado que una despedida así sonaba a cursilería pero había cambiado tanto desde entonces. Se sentía joven otra vez, volviendo a amar. Estaba feliz, tan feliz como no lo había estado en largo tiempo. Atrás quedaban el alcohol, el láudano y los prostíbulos londinenses. Si David le había salvado la vida cuando Moira lo abandonó, hoy Erik se la devolvía al enamorarse de él.

Horas más tarde, una mucama golpeó a la puerta de los aposentos y el conde abrió con el candelabro en la mano. Ella le entregó los papeles y el tintero que David se había olvidado en la biblioteca. Charles fue a depositarlos en el escritorio de su hijo y, al pasar, leyó las primeras líneas de la carta que había empezado a escribirle a su tío.

“Querido, tío Hank:

Estoy feliz porque papá está cada día mejor. No imaginas cuánto ha cambiado y todo gracias a este lugar.”

-Todo gracias a Erik – corrigió mentalmente Charles con una sonrisa y, con el candelabro en mano, se dispuso a volver al dormitorio de su hijo.

Volvieron a golpear a la puerta. Charles abrió y se encontró con Peter. David le había contado el comportamiento que el jovencito había tenido con él cuando descubrió su don, y el conde no sabía cómo pagárselo.

-Señor conde – saludó Peter formalmente -. ¿Cómo está David?

-Está descansando.

-¿Pero él está bien?

-Sí, Peter – le sonrió para tranquilizarlo -. Mañana bajaremos a compartir el desayuno.

-¡Qué alivio! – suspiró -. Buenas noches, entonces.

-Peter – Charles lo detuvo -. Gracias por cuidar de mi hijo. Él me necesitaba y yo no estaba. Pero estabas tú y te lo agradezco. Lo que le dijiste de divertirse con su don, le hizo mucho bien. Gracias, hijo.

-De nada – sonrió Peter y se marchó.

Charles cerró la puerta.

El joven caminó por el pasillo y al llegar a un cortinaje se sentó en el suelo, suspirando. No sabía lo que le pasaba porque se sentía extraño, con algo en el pecho que le pesaba. No era dolor sino un sentimiento que quería explotarle desde adentro. Lo único que Peter tenía claro era que desde hacía un tiempo sentía la necesidad de estar con David.

………….

¡Hola!

Primero, en el próximo capítulo llega el lemon. Espero que les haya gustado este y el resto de la historia.

Segundo, disculpen pero cometí un error. En el año en que se sitúa el fic, 1879, ya Alemania existía como tal, como imperio alemán al mando de Bismarck, y Prusia se había disuelto, pero los alemanes seguían llamándose a sí mismos prusianos. Perdón, pero cuando nombré a Prusia en capítulos anteriores fue un error en el tema del tiempo histórico.

Tercero: ¡Muy felices fiestas para todos! Que tengan lindos regalitos.

Midhiel












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