Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Heredero por midhiel

[Reviews - 48]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

El Heredero

Capítulo Tres.

-Despierta, Charles – lo sacudió Hank con fuerza -. Despierta. Tu hijo ya se está yendo.

Con una modorra terrible, Charles bostezó y, al abrir los ojos, quedó enceguecido con la luz natural, que entraba por la ventana que su cuñado acababa de abrir. Los cerró con fuerza y se apretó la cabeza con un gemido. Tenía una jaqueca formidable y le dolía cada rincón del cuerpo. Estiró los brazos y dejó caer la chaqueta con la que David lo había cubierto la noche anterior.

-David – murmuró, sentándose a duras penas y sobándose los párpados.

-David está en sus aposentos preparándose para partir, Charles – avisó Hank. Su tono sonaba a reproche. Le costaba entender cómo un padre que se desvivía por su hijo como lo hacía su cuñado, podía ser tan irresponsable y emborracharse cuando el jovencito más lo necesitaba -. Ya desayunó y está terminando de vestirse. Tienes que despedirte de él. Tal vez sea la última vez que lo veas en mucho tiempo.

Charles estaba observando la chaqueta de David y comprendiendo que su hijo había entrado para arroparlo mientras él dormía el sueño de los beodos. También vio los vidrios y las botellas acomodados prolijamente dentro de la caja. Pensó en cuán dulce y cariñoso era el joven y recordó que estaba a punto de perderlo, probablemente para toda la vida.

Decidido, hizo un esfuerzo por levantarse pero era tal la borrachera que se desplomó en el sillón. Hank quiso ayudarlo pero Charles se resistió. Él había bebido de más y él se haría cargo. Se dio cuenta de que aunque su cuñado estaba ahí, no podía leerle la mente. Eso le ocurría cuando se emborrachaba demasiado, su poder disminuía o desaparecía el tiempo que le durase el efecto del alcohol.

Charles hizo otro esfuerzo y, esta vez, pudo permanecer de pie. Se tambaleó un poco hasta que consiguió estabilidad.

Paso a paso, avanzó y enfiló hacia los aposentos de su hijo.

David se estaba anudando el pañuelo oscuro alrededor del cuello frente a un espejo de pie. Tenía el cabello castaño oscuro revuelto y los ojos azules enrojecidos porque no los había cerrado en toda la noche. Eran demasiadas emociones juntas e intensas para procesarlas. Iba a extrañar su casa, iba a extrañar a sus tíos y, especialmente, iba a extrañar a su padre. Además lo apabullaba la idea de marcharse a otro país, con un idioma y costumbres diferentes, para casarse con una damita desconocida y convertirse en miembro de una familia de la que sabía poco y nada. Para consolarse abrió el relicario que había guardado en el bolsillo de su chaqueta. Ahí estaba en miniatura y en blanco y negro, el rostro de Wanda. Se notaba que era una joven hermosa, dos años mayor, pero tenía los labios fruncidos y la mirada desafiante. En toda su actitud se leía que era una muchacha altiva y desdeñosa.

David se preguntó si lo iba a amar o, al igual que su padre, su destino era ser abandonado pocos años después.

-Me alegra verte observándola – la voz de su progenitor lo devolvió a la realidad -. Se nota que te gusta, David, y eso me complace y alivia.

David cerró el relicario y corrió a abrazar a su padre efusivamente. Ya no iba a volver a verlo, o a escuchar sus consejos, ya no iba a poder abrazarlo más. Apretó los ojos pero no pudo evitar el llanto. Tenía miedo y estaba triste, y necesitaba más que nunca a su papá. ¿Qué haría él solo en el extranjero sin la compañía y ayuda de su padre? Los dos se necesitaban el uno al otro.

Charles todavía no podía leerlo pero sentía cómo temblaba en sus brazos y oía sus hipidos. Él también cerró los ojos para no llorar. Estaba a punto de perder a su único hijo para siempre. ¿Tanto valía Westchester para entregar a su pequeño a un destino incierto? Pero también se planteaba qué sería de David si permanecía con él, un borracho sin cura, en un castillo venido a menos, sin una moneda y solo el pasado de alcurnia de su familia.

Charles tenía que dejarlo marcharse pero no podía permitir que lo hiciera solo. Lo pensó rápidamente y decidió acompañarlo a último momento. Le sentaría bien un viaje y podría conocer en persona la casa y la familia para su hijo. Se separaron y le tomó el rostro con las manos. Eran los dos tan parecidos que sorprendían.

-Quiero acompañarte, David.

-¿Qué dices?

-Digo que quiero acompañarte – aseveró Charles con determinación -. Ven conmigo y ayúdame con el equipaje que estoy un tanto dormido para prepararlo solo. Nos retrasaremos un poco pero llegaremos a tiempo para abordar el barco.

-¿Hablas en serio? – David no lo podía creer.

Charles lo miró directo a los ojos, sus ojos, igualitos a los suyos.

-Nunca te mentí, hijo. Cometí muchos errores como padre pero jamás te mentí. Decidí acompañarte hasta la casa del barón y estar presente en tu boda.

-¿Cuándo lo decidiste? – cuestionó el joven, secándose las lágrimas.

-Lo decidí ahora porque veo cuánto me necesitas – tras decir esto, tomó el pañuelo de su hijo y se lo terminó de acomodar en el cuello -. Estás asustado y no voy a permitir que sigas con miedo si puedo consolarte. Ven a preparar el equipaje conmigo y no te preocupes por la casa, la dejaré en las mejores manos, las manos de tus tíos.

David rio.

-¡Papá! Tú y tus salidas – lo abrazó de cuenta nueva -. Gracias.

Charles lo apretó contra sí y cerró los ojos. Podía ser un borracho perdido, podía ser un inútil para conservar su herencia pero David le importaba más que nadie.

Hank quedó de una pieza con la noticia pero Raven, que tenía una apariencia azul que camuflaba bajo el aspecto de una joven rubia y simpática, no se asombró. Conocía a Charles lo suficiente para saber que se guiaba por el corazón y sabía la excelente persona que era. La pareja le prometió que cuidaría el castillo y le pidió que no se preocupara por ellos.

Dos horas después de lo planeado, el carruaje partió rumbo al puerto para navegar hacia el continente. Por el camino, Charles observó ensoñador el verde paisaje escocés y, al volverse hacia David, que estaba sentado frente a él dentro del carruaje, encontró que se había dormido. Era lógico si había pasado la noche en vela. Tenía la cabeza apoyada sobre la ventanilla y con los vaivenes cabeceaba y se golpeaba contra el vidrio.

Charles se trasladó a su asiento y lo abrazó para que apoyara la cabeza contra su pecho y no se lastimara. Ya se había recuperado de la borrachera y podía sentirlo: miedo, confusión, expectativa, ansiedad, eran las emociones que le transmitía su hijo, y también alivio y consuelo porque sabía que no viajaría solo y que Charles iba a cuidarlo y protegerlo. Le besó la cabeza enmarañada y le acomodó algunos mechones. Al pensar que David partía a casarse, se acordó de su propia boda y de la traición de su mujer. Eso lo enfureció porque Moira nunca lo había merecido a él ni a su apellido, y, menos que menos, se había merecido un hijo como David.


………………..


Dos semanas después

En el palacio del barón, los comensales estaban sentados junto a la larga mesa de roble servida, aguardando al señor de la casa. La etiqueta marcaba que no se podía probar bocado o beber mientras el dueño no se hubiera ubicado en la cabecera. Emma, su detestable primo Sebastian y Wanda esperaban al barón en sus respectivas sillas.

Erik entró con su andar elegante y firme, y dio una rápida mirada a la mesa para cerciorarse de que estuvieran todos. Enseguida notó el asiento vacío de su hijo. Para ser la persona más veloz gracias a su mutación, Peter se las ingeniaba para llegar tarde o a la hora que se le placía. A Erik le costó esconder su enojo y, sin decir nada, se sentó en la cabecera y desplegó la servilleta de seda en su regazo. Acto seguido, hizo una seña a los sirvientes para que se acercaran con la comida.

Los cuatro comensales sintieron una ráfaga de milésimas de segundo en la nuca y apareció Peter, sentado complacido en su lugar, con el cabello plateado revuelto por el movimiento, los ojos negros brillantes de picardía y una sonrisa de oreja a oreja.

Emma y Sebastian lo miraron asombrados porque no conocían su poder, mientras que Wanda le lanzó una mirada reprobatoria. Erik quedó lívido. Su hijo no solo le faltaba el respeto olvidando sus modales, sino que enseñaba en público su mutación. Un poder que podía valerle el ser acusado de hechicero, detenido, torturado y ajusticiado en la hoguera.

Los sirvientes se llevaron tal sorpresa que poco faltó para que las fuentes servidas y el vino se les cayeran al piso.

-Perdón – se disculpó Peter como lo más natural -. Es que andaba paseando y se me pasó la hora. Pero llegué antes de que pusieras el primer bocado en la boca, papá. Eso se llama - sacó su reloj del bolsillo -, ah, las doce y un minuto, eso se llama estar a horario.

Erik soltó el tenedor y el cuchillo, y se puso de pie. Le salían chispas de los ojos.

-Te estuve perdonando mucho, Peter – reprendió furioso -. Tu falta de modales, tu poco progreso en el estudio, tu desobediencia, tus travesuras. ¡Te perdoné todo! Pero no puedo dejar pasar que me faltes el respeto delante de todos. Eres un irresponsable porque te falta disciplina.

Peter se dio cuenta de que había ido un tanto lejos esta vez y se puso serio. También se acomodó en el asiento para quedar lo más tieso posible.

Erik recobró la calma y volvió a sentarse, pero no iba a comer. La actitud de su hijo le había cortado el apetito. Puso la servilleta a un costado y fijó la mirada admonitoria en Peter.

-Te consentí demasiado todo este tiempo y es hora de que asumas responsabilidades. Solo eso te dará disciplina y te convertirá en un verdadero caballero prusiano.

Peter se mordió los labios y miró a su hermana buscando ayuda. Pero Wanda bebió líquido, ignorándolo con desprecio. “Niñita pretensiosa,” murmuró Peter por lo bajo, y tenía razón en llamarla niñita porque él había nacido diez minutos antes.

-¿Qué dijiste? – amonestó Erik, creyendo que se burlaba de él -. ¿Sigues faltándome el respeto?

-No – titubeó el joven, mirando a su hermana, a Emma y a Sebastian -. No, papá.

-Peter, mírame a los ojos y escucha – ordenó su padre. El joven obedeció -. Te falta compromiso, no tienes rumbo. Necesitas ser responsable. Es hora de que empieces a trabajar conmigo. Ya tienes diecisiete años y tienes que comenzar a interesarte en mis negocios.

Peter no se atrevió a responderle que los metales no eran lo suyo, él, en cambio, amaba la velocidad. Pero el tono gélido de su padre no daba para cuestionarlo.

Erik continuó.

-Mañana por la mañana tengo que ir a Dusseldorf para una compra. Te levantarás temprano conmigo y me acompañarás, ¿oíste, Peter?

-Sí, papá.

-Te quiero antes del alba, aquí sentado desayunando conmigo, vestido y preparado para partir, ¿entendido?

-Sí, papá.

-Te daré las instrucciones mientras viajemos y no discutirás nada de lo que te proponga, ¿de acuerdo?

-Sí, papá – ya Peter contestaba cada vez más bajo, es que la humillación de ser reprendido frente a su hermana y la cantidad de obligaciones que su padre le estaba imponiendo le quitaban energía.

-Me obedecerás y serás el hijo correcto y educado de un barón durante todo el viaje.

-Sí, papá.

-Ahora puedes retirarte a tus aposentos. Si tienes hambre, te alcanzarán sopa dentro de una hora. No saldrás de ahí hasta que se ponga el sol.

Peter se puso de pie con el semblante apagado. Estaba avergonzado de lo que había hecho. Caminó lentamente y al pasar junto a su padre, quiso pedirle perdón. Pero su mirada glacial lo detuvo y continuó su rumbo hacia el corredor que conducía a las escaleras.

Erik esperó unos minutos y se retiró de la mesa, todavía enojado.

Los demás comensales continuaron comiendo rodeados de un silencio incómodo.


…………….


-¡No soporto más esta casa, Emma! – gruñó Sebastian, recorriendo la salita de sus aposentos en círculos -. Ese barón es un déspota y su hijo es una aberración. ¿Viste lo que hizo? Se apareció de la nada. Tu poder tiene una explicación, se llama telepatía, pero lo de ese muchacho es brujería pura.

-Sebastian, basta – amonestó Emma, cansada -. Solo debe ser veloz. No sabía que había más gente como nosotros. ¿Me pregunto si habrá algún otro telépata por allí?

Su primo dejó de caminar para desplomarse en el sillón.

-No los soporto más, Emma. Ni a Lehnsherr ni a su familia. Vine a vivir aquí porque me lo pediste y dijiste que estaría lleno de lujos pero no veo lujos, solo enojos, peleas y lo único valioso es la comida abundante en cada cena. Mira mi saco – se palpó la ropa -, está lleno de polvo porque este palacio está lleno de polvo. No nos atienden como corresponde.

-¿Qué quieres que haga? – se quejó la mujer -. Erik ahora quiere expandirse hacia las Islas Británicas y va a casar a su hija con el hijo de un conde tan pobre como nosotros.

-Ah – bufó Sebastian, burlón -. La familia política que le chupará la sangre.

-No, viene solo el jovencito. Concertó la boda aquí para que su hija permanezca a su lado, ya sabes que adora a esa mocosa. Su pretendiente es un crío de quince años, nadie que nos desafíe.

Sebastian se cubrió la cara con las manos. Estaba cansado y aburrido, y en ese estado se le ocurrían las peores ideas.

-¿Por qué no le regateas dinero, Emma? – propuso -. Vamos, métete en su cabeza y que te regale suficiente para que recorramos Europa juntos un mes, no, dos meses, y si nos divertimos mucho, que sean tres o cuatro.

Emma rio, creyendo que bromeaba, pero enseguida lo leyó y notó que hablaba en serio.

-¿Estás loco acaso?

Sebastian se puso de pie. No estaba loco sino determinado a salirse con la suya.

-Vamos, Emma – pidió -. Que nos dé un cofre bien surtido de los cientos que guarda en el sótano bajo llaves y trancas. Después bórrale de la memoria la existencia del cofre, las monedas de oro y que te lo haya dado. Vamos, prima – llegó hasta ella y la tomó de los hombros -. Imagínanos a los dos juntos, divirtiéndonos por el continente a lo loco. Llenos de oro para malgastarlo y vivir a todo lujo, sin tener que adular a nadie, sin tener que fijarse en precios. El cofre puede ser nuestro, solo uno. Vamos, querida. Tienes al barón comiendo de tu mano.

Emma enarcó una ceja, pensativa. No era una mala idea. También ella se estaba cansando de la indiferencia de Erik. Al principio había pensado que metiéndose en su mente un par de veces lo conquistaría. Pero Erik era un hueso duro de roer y carecía de interés en ella.

Sí, ya que con la sutileza no se podía, era necesario tomar medidas drásticas.


………….


Erik seguía disgustado por el mal momento en el almuerzo y ahora acababa de recibir una carta donde el conde Xavier le anunciaba que llegaría acompañando a su hijo. Tenía que impartir órdenes nuevas para que le prepararan aposentos, contratar músicos para más espectáculos, más cenas y reuniones protocolares. El conde Xavier era una persona de estirpe y había que recibirla y acogerla como su abolengo se lo merecía.

Se sentó en un sillón de la sala a beber un poco de ponche antes de volver a trabajar. Sin querer volteó la mirada hacia un tablero de ajedrez que tenía preparado en una mesita. Erik era un apasionado de ese juego pero no contaba con nadie que compartiera su pasión, así que no había jugado en años. Cuando vivía su esposa solía jugar con ella antes de dormir, era raro que una mujer conociera las reglas pero ella había sido una persona especial. Después quiso enseñarles a sus hijos pero Wanda se aburría y Peter se distraía demasiado.

Emma directamente no demostraba interés. Tampoco él tenía interés en ella y es que lo estaba cansando con sus pedidos y reclamos. Además, no sabía cómo se salía siempre con la suya.

Erik pensaba que lo mejor sería terminar con su relación cuanto antes y estaba planteándose hacerlo esa misma noche. Tampoco soportaba a su primo con aires de gran señor, que maltrataba a sus sirvientes y hacía comentarios grotescos en la mesa.

-Erik, querido – sonó su vocecita detrás de la puerta.

-Adelante, Emma – autorizó y dejó el vaso sobre una mesita junto al sillón.

De solo abrir la puerta, Emma leyó que estaba pensando en deshacerse de ella y de su primo, y eso la fastidió demasiado. Así que dejó de lado las sutilezas y fue directo al grano. Entró y se sentó descaradamente en sus rodillas.

Erik la empujó para sacársela de encima y exclamó. ¡No! Pero Emma se metió en su cabeza y tomó el control de su mente y de su cuerpo.

-Vas a entregarme uno de tus cofres llenos de monedas, Erik – le ordenó directamente -. También voy a llevarme uno de tus juegos de cubiertos de plata por si me falta dinero, y algunas joyas de tu esposa. Me voy a recorrer el continente con mi primo y no vas a interferir. Cuando regrese no vas a reprocharme nada y si estoy de buen humor, nos casaremos y si tengo ganas engendraremos un heredero para asegurarme tu fortuna.

Erik quedó con los ojos abiertos como platos, procesando lo que le decía. Había perdido la movilidad y también la libertad para decidir y actuar. Emma había tomado control de su cerebro. Como un autómata, la hizo a un lado para ir a traerle lo que le había ordenado.

-Ah, casi lo olvido – lo detuvo Emma en el umbral -. No vas a recordar haberme dado ese cofre, ni la platería, ni las joyas, ni esta conversación.

Erik asintió y salió a cumplir sus órdenes enseguida.

Emma se arrellanó en el sillón y bebió lo que quedaba de ponche en el vaso.


……………..


Hola

¿Qué les pareció? Ya en el próximo llega el encuentro entre el conde y el barón y comienza lento y seguro el Cherik con todo lo que implica: lemons, muchos lemons, mpreg, drama y amor.












Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).