Aun sabiendo que era un amor prohibido, aun así le di alas. Pero como negar lo que palpita en mi corazón, lo que grita mi alma y ansia mi razón. Ya ha finalizado el curso, quedan en el los recuerdos todo lo que ha pasado,. Sentimientos que creía que nunca despertarían en mí. Si se me diese la oportunidad no cambiaría nada; quizás realmente todo ha sido un sueño… Pero si algo se con certeza es que tú has sido mi salvación, mi ángel.
Era el primer día de clase, un curso mas; un año mas; cuando apareciste por la puerta, altivo, desafiante, parecías querer comerte el mundo con tu andar seguro y tu mirada despierta; tu ajustada camiseta dejaba ver un cuerpo dulcemente cincelado.
Te presentaste a los otros alumnos y yo esperaba nervioso a que llegases a mí. Antes que ocurriera esto, entró una amargada profesora a clase y todos nos sentamos, casi me caigo de la silla cuando te acercaste al vació asiento a mi lado y te sentaste ofreciéndome la mano.
-Me llamo Yoa ¿y tu? -dijiste casi en un susurro-
-Ren- contesté con una ridícula voz, fruto de los nervios. Mientras tomaba tu mano por dentro suspiraba largamente-
-Un placer- comentaste mientras fijabas tu atención en la señorita-
Fue un día bastante aburrido, pues los profesores hicieron tediosas sus presentaciones en un vano intento por ganarse nuestro favor desde el primer día, exageraban chistes y poses . Pero el tiempo paso para mí como un suspiro al tenerle a mi lado, ¿por que me atraías tanto? . Poder observar tus apetecibles labios, que parecían pétalos de rosa, las suaves líneas de tu cuello que realzaban una nuez de Adán delicada y primorosa.
A la salida intenté seguirte pero un coche con los cristales oscurecidos te recogió a la entrada. Me quede con las ganas de saber donde viviría mi ángel; quizás tenia la pueril esperanza de poderte acompañar todos los días
Me marche a casa e intente apartarte de mi mente, no entendía mis sentimientos, ¡Eras casi un desconocido!… Pero tu imagen seguía allí clavada, no podia hacer mas que pensar en ti. En cada gesto, cada mirada, cada instante a tu lado. Al llegar a mi cuarto arranque todos los pósters que tenía de famosos de cuerpos hermosos y torsos descubiertos, sin dudarlo los guarde bajo la cama. Estaba seguro de al tenerte a ti en mi mente no necesitaría mas esas imágenes de falsos mitos.
Los días fueron pasando, las sonrisas que me dabas se iban guardando en mi corazón. Nos sorprendiste a todos cuando en gimnasia exhibiste unas magnificas dotes deportivas, a pesar de que a mi me agrado mas verte vestido únicamente con aquel pantaloncito de licra y una camisa que marcaba sutilmente toda tu figura, la sangre ardía en mis venas al mirarte, pero me contentaba con ello ¿como soñar con nada mas?
Te apuntaste al equipo de fútbol, y que decir que subiste enseguida al equipo titular. Viendo una oportunidad me apunté como ayudante del entrenador, para estar aun mas cerca de tí. Mi trabajo consistía en llevar las actas de los partidos y preparar las bebidas a los jugadores, aunque pesado, a cambio de esto podía acompañarte en los desplazamientos.
Creía vivir un sueño a tu lado. Tú no confirmabas mis deseos, ni siquiera me atrevía a preguntártelo. Para mi amargura incluso desconocía si compartías mi forma de ver la vida. Pero tu sincera amistad era suficiente para calmar mi alma de deseo, me ayudabas en algunas asignaturas y en otras era yo quien te apuntaba, a los ojos de todos nos convertimos en camaradas.
Era domingo, lo recuerdo bien. El sol brillaba en un cielo inmáculo sobre el pequeño campo de las afueras; dos equipos de jóvenes luchaban encarnizadamente por el esférico. Antes, en otro tiempo que ya parecía tan lejano como otra vida, estas visiones habrían embriagado mis sentidos y extasiado mi razón, pero ahora solo tenia ojos para ti. Por ello fui el mejor testigo de como un jugador, quien sabe con que intenciones, te golpeó con su mas oscura saña. Caíste al césped y rodaste sobre el. Cojeando y ayudado por tus compañeros llegaste junto al entrenador y le enseñaste el feo moratón en tu tobillo derecho. El entrenador preocupado te mando al hospital e incapaz de abandonar el campo me mando a que te acompañara como parte de mis funciones.
A la salida del estadio cogimos un taxi que nos llevo en pocos minutos al hospital. Era un lugar frío y antiseptico, flotaba en el aire un olor artificial que mataba los olores. Tras unos minutos de espera una enfermera te aplico una crema calmante en el tobillo y nos hizo esperar en una sala vacía al medico especialista, que te haría una inspección mas detallada. Estábamos los dos sentados en silencio el uno al lado del otro. Aunque yo deseaba oír tu voz y hablar contigo, era la primera ocasión en la que estábamos los dos realmente solos, sin nadie que molestase, sin ojos que juzgasen.
Desee ser capaz de levantarme y gritarte que te amaba, que te deseaba, pero no me salían las palabras, un nudo se me formo en el estomago y me impedía hablar. Sin duda me ruboricé en esos momentos. Oí una risa ahogada y cuando gire mi cabeza pude ver que sonreías mirándome.
-De veras te que gusto, estás muy tierno con las mejillas encendidas -comentaste dándome un infantil cachete-
Fui incapaz de contestarte, únicamente baje la mirada avergonzado. ¿Tan descarado había sido?, me quise morir de vergüenza allí mismo. ¿Acaso te rias de mi?, ¿Qué querias decir?
-O vamos Ren, no te preocupes -dijiste mientras me alzabas delicadamente la barbilla con dos dedos- A mi no me molesta, es mas, sinceramente me agrada que te guste… -
Ante mis atónitos ojos te acercaste a mí y me diste un dulce beso en la mejilla. Aquello me turbo aun mas y casi me sentí desmayar, el dulce tacto de tus labios contra la tersa piel de mi mejilla me provoco un escalofrió que recorrió todo mi cuerpo. Pocos segundos después entró el doctor y pasaste a su consulta donde afortunadamente constato que no era nada grave, solo necesitarías usar muletas durante una semana.
Me quede contigo hasta que llegaron a recogerte, me despedí mientras tu coche se alejaba. Extrañado me pregunté si tu padre tendría varios coches pues ese no era el mismo que te recogía todos los días a la salida del instituto. Olvidando estos pensamientos me dirigí a mi casa a descansar y a pensar a pensar a acerca de ese prometedor beso.
Al día siguiente te encontré intentado subir las escaleras del instituto con una incomoda muleta en cada mano, mientras la maleta te colgaba cómicamente del brazo. Con una sonrisa te quite la maleta y me la colgué al hombro. Me saludaste y me diste las gracias. Pase el día cargando con tu maleta y caminando a tu lado. Pero no me importo pues mientras tanto conversábamos tu yo de tantas cosas que me cuesta recordarlas todas.
A la salida te acompañe a la entrada donde esperaba que te recogiese el coche con los cristales oscuros. Pero esta vez el conductor se había bajado del coche y nos esperaba apoyado en el. Era un joven, alto, rubio, de ojos caoba vestido con una camisa holgada, un pantalón beis y una sonrisa tan seria como felina.
-Hey chico, gracias por llevar la maleta de Yoa- dijo mientras me quitaba tu maleta de las manos- ya puedes irte -
-¡Eri! -Le gritaste enfadado mientras abrías la puerta del coche- es un buen amigo, no le trates así-
Eri se detuvo, pareció mirarme de arriba abajo, atravesarme con la mirada, ver mas allá de mi piel y otear en mis mas recónditos pensamientos. Sin duda erais hermanos, compartíais la misma secreta mirada. Alzo la mano y me dio un doloroso pellizcó en la mejilla.
-¿Este es tu nuevo amigo Yoa? -Pregunto Eri con una malévola sonrisa que dejaba ver todos sus dientes- Están bajando tus gustos hermanito.
-Yo… - conteste mientras me ruborizaba de inmediato-
-Escúchame- Eri se había inclinado sobre mi y se apoyaba en mis hombros mientras me susurraba al oído- No te enamores de mi hermano si no quieres pasarlo muy mal.
- ¿Qué le estas diciendo? Volviste a gritar mientras te dejabas caer en el asiento del coche- Vamos que llegaremos tarde.
-Adiós- dijo Eri antes de subir al coche y desaparecer detrás de los cristales oscuros.
Antes que tu cristal terminase de subir sentí como me mirabas ¿ Que quería esa mirada? Algún día me lo deberás contar.
Me quede allí plantado en la acera mientras veía como el coche se alejaba. ¿Qué había querido decir tu hermano con esas palabras? Sin llegar a comprenderlas, esas palabras habían abierto un agujero en mi corazón. Era posible que nuestro destino juntos nos estuviera vetado por los faustos del destino.