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De canto a una moneda por Marbius

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5.- En perfecto equilibrio.

 

You're running around and I'm running away

Running away from you, from you…

5 Seconds of Summer - Youngblood

 

Es… perturbador observar en Remus la culpa. También la admisión de que ha cruzado una línea y sabe que ha hecho más daño del que pretendía. Porque esa es la cara que encuentra Sirius de madrugada al volver a la torre de Gryffindor aterido de frío por haber pasado la noche fuera y sin pegar pestaña, y dicha sea la verdad, no tiene ánimos para lidiar con ella.

—¿Podemos hablar? —Preguntó Remus en un tono que más bien hacía la petición, no la sugerencia.

—No.

—Deberíamos hablar —volvió Remus a la carga, la manta con la que se cubrió para pasar la noche en el sofá junto al fuego cayéndole de los hombros al regazo mientras se reincorpora para enfrentar a Sirius desde una posición de iguales.

—No —repitió éste, reviviendo la escena de horas atrás y experimentando de nueva cuenta una punzada de dolor justo en el pecho, así como también una leve sensación de náuseas estrujándole el estómago.

—Reg vino a verte —dijo Remus un par de octavas de voz más alta, a la vez aguda, mientras Sirius se dirigía a la escalera, y su jugarreta tuvo éxito cuando éste se detuvo a mitad de la sala común—. Vino a desearte un feliz cumpleaños y a... Supongo que a buscar hacer las paces.

—Pareces estar muy enterado de los asuntos que se trae mi hermano entre manos —dijo Sirius a través de dientes apretados.

—Podrían ser tus asuntos si por una vez te dignaras a escucharme en lugar de salir huyendo de tu propia fiesta de cumpleaños —masculló Remus con mayor rencor del que pretendía, y Sirius reaccionó de la peor manera.

—¿Sí? Pues tal vez ayudaría que en lugar de castigarme sin parar admitieras que no me has perdonado en lo absoluto y continuáramos como debió haber sido desde un inicio: Por caminos separados.

Y subiendo las escaleras de tres en tres los peldaños para no escuchar a Remus llamar su nombre, Sirius huyó otra vez.

 

Aquella mañana de jueves Sirius se duchó y bajó apenas Remus subió al dormitorio a buscarlo.

Sin ánimos de estar cerca de él porque apenas podía controlarse para no tener un estallido de magia igual que si se tratara de un crío inexperto que no tuviera control sobre sus poderes, Sirius bajó al Gran Comedor con intenciones de un desayuno frugal y una siesta en la biblioteca antes de que empezaran las clases, pero por supuesto, la suerte no estuvo de su lado cuando más la necesitaba.

Apenas se había servido Sirius un poco de café con una tostada cuando alguien se sentó a su lado en la vacía mesa de Gryffindor, y su sorpresa fue mayor al descubrir que no era ningún compañero, sino aquella persona a quien menos quería ver.

Corrección: La segunda persona, a quien de paso habría entregado sin pestañear la nada despreciable herencia con la que el tío Alphard había decidido ayudarlo luego de que ese verano se fugara de una vez por todas de Grimmauld Place.

Decidido a hacer una demostración de cuán ágil podía ser cuando se proponía escabullirse de situaciones que no le eran nada favorables («Después de todo quizá sí hay algo de Slytherin en mí, siempre deslizándose como una serpiente lejos del peligro», pensó Sirius con acritud), Sirius amagó retirarse, pero Regulus le detuvo con una mano sobre el hombro que se lo impidió.

Del Regulus que Sirius recordaba, débil y un poco enfermizo, no quedaba mucho. La fuerza de su agarre no era una que Sirius no se hubiera podido quitar de encima si se lo proponía, pero fue la calidez de sus dedos a través de la túnica de la escuela que le caló los huesos fríos, y de pronto el deseo de huida desapareció, y sólo quedó el anhelo de afecto al que se había visto desprovisto después de que Remus... Luego de que él...

—¿Qué quieres, Regulus? —Se forzó Sirius a preguntar, y su hermano apretó un poco más sobre su hombro.

—¿Ya no soy Reg para ti?

—No.

—¿Eso es porque Remus me ha llamado así?

Sirius bufó. —¿Desde cuándo lo llames por su nombre? Antes era sólo ‘ese sangre mestiza con el que Madre te ha aconsejado no relacionarte’, ¿o es que de pronto lo has olvidado?

—Las cosas cambian, y yo con ellas —murmuró Regulus, y Sirius lo empujó, quitándose de encima su mano, pues en verdad no quería estar presente cuando su hermano le revelara algo que con toda probabilidad no haría nada sino empeorar el estado de su propio corazón.

—No quiero oírte —gruñó Sirius—. Lo que sea que tengas por decirme, guárdatelo para ti y déjame en paz.

—Cobarde —siseó Regulus—. ¿Es esta la tan famosa valentía de los Gryffindor?

—Quizá soy una serpiente después de todo; no esperes de mí más de lo que aprendí con nuestros padres como heredero Black —escupió Sirius de vuelta, que poniéndose en pie optó por renunciar a su desayuno antes que pasar un segundo más en compañía de su hermano.

Pero claro, Regulus lo imitó, y en un movimiento que le hizo merecedor de la varita de Sirius clavada contra el cuello, reveló del interior de su bolsillo un sencillo estuche negro.

—Para ti —dijo cuando Sirius no dio muestras de bajar su varita—. Por tu cumpleaños.

—Puedes quedártelo, no lo quiero.

—Oh, sí lo quieres —le retó Regulus—. Esperaste diecisiete años por él, y es tuyo por derecho incluso si Madre y Padre creen que no lo mereces en lo absoluto. Yo pienso diferente, e incluso si el riesgo de sustraerlo me acarrea nefastas consecuencias, quiero que lo tengas —dijo al empujar la caja contra el pecho de Sirius y obligar a éste a sujetarla con su mano libre.

—¿Es....?

—Tuyo —repitió Regulus—. No encontraba cómo dártelo y Remus me iba a ayudar, pero mi plan irremediablemente falló. No se lo tomes a mal, fui yo quien insistió y él... en verdad sólo quiere lo mejor para ti.

Aturdido por la repentina revelación, Sirius por fin bajó su varita, y en un acto que después sería crucial para la relación adulta que mantendría después con su hermano, volvió a sentarse a la mesa de Gryffindor e invitó a Regulus a hacer lo mismo.

Así, hombro contra hombro, reconectaron como no lo habían hecho desde Hogwarts, desde que eran críos, desde que los colores de sus respectivas casas se volvieron un impedimento.

Pero al parecer, ya no más.

 

—Te luce bien —comentó Remus en voz baja cuando esa misma tarde volvió Sirius al dormitorio portando el reloj que Regulus le entregara horas atrás como regalo de cumpleaños. No exactamente un regalo de su parte, más bien aquel regalo que desde su nacimiento sus padres dispusieran para él al alcanzar la mayoría de edad como el primogénito Black, heredero del apellido y la sangre más pura que el dinero, el incesto y la ignorancia pudiera proveer, y que Sirius había abandonado el verano anterior.

—¿Sabías que...?

—¿Reg te lo quería entregar? —Suplió Remus desde su cama y con un libro apoyado en el regazo—. Sí. Me pidió ayuda y sus intenciones eran buenas. Por una vez mis instintos lupinos sirvieron de algo, así que...

—Gracias —murmuró Sirius—. Tenías razón: Debí sentarme a escuchar antes de emitir un juicio respecto a todo este asunto. Reg y yo hablamos y... Ahora este reloj tiene otro significado.

—Me alegro —dijo Remus, cerrando su libro y mirando a Sirius con ojos de pupilas dilatadas—. Sólo para aclararlo, entre él y yo no-...

—Lo sé —suspiró Sirius—. Reg me lo aclaró. Y está bien. Incluso si así fuera, no es asunto mío, ¿no?

Remus se mordió el labio inferior pero no lo confirmó. Tampoco lo denegó.

Y ahí donde Sirius antes habría encontrado un atisbo de consuelo, ahora se forzó a apartar cualquier sentimiento residual que quedara entre ellos dos.

A la larga esperaba que fuera mejor. A la larga...

 

—¿Qué pasó ahora? —Preguntó James unos días después, él y Sirius en las gradas del estadio de Quidditch mientras disfrutaban de un extraño día de sol que nada tenía que ver con la temporada.

Noviembre era usualmente tiempo de tormentas, negros nubarrones con cortinas de agua tan tupidas que costaba ver más allá de un brazo de distancia, aderezados con vientos helados que los dejaban ateridos, y así había sido sin falta excepto ese día, que aunque frío y con una leve capa de escarcha en el césped, tenía un tenue sol asomándose por entre dos nubes negras.

Al igual que ellos dos, otros tantos alumnos estaban disfrutando de ese domingo al aire libre, probablemente el único que tendrían en los próximos meses si el clima continuaba como era lo habitual en aquella latitud.

Sirius por su parte no veía cuál era la diversión de estar ahí fuera por más que el sol le calentara la espalda desde su posición. Al fin y al cabo era noche de luna llena, y más tarde estarían de vuelta afuera en los terrenos de Hogwarts y disfrutando ahora de una velada de correrías por el Bosque Prohibido.

—¿Y bien? —Presionó James, que le había dado a Sirius un par de minutos para ordenar sus pensamientos y continuaba tan silencioso como una tumba—. ¿Es que no me piensas contar?

—¿Qué?

—¡El qué! Pues vaya contigo, Padfoot —resopló James—. Evidentemente lo que pasa entre tú y Remus. Hace ya casi una semana que no escucho sus pisadas cruzando de su cama a la tuya, así que supuse que estaban disgustados, pero esta mañana incluso parecían de vuelta un par de desconocidos que no se darían ni la hora del día ni aunque los forzaran a ello. ¿Ocurrió algo?

Sirius cerró los ojos y recargó la espalda contra la grada que tenía atrás. —Nada en realidad. Quizá sólo... Se acabó, esta vez de verdad, y sea lo mejor para todos.

—Algo que nunca ha empezado no puede acabar en realidad —dijo James subiéndose las gafas por la nariz—, y ustedes dos jamás se tomaron la molestia de formalizarlo, ¿o me equivoco?

—No, no lo haces, pero-...

—No hay peros aquí. Se gustan, ya han pasado la barrera del primer beso y Merlín sabe qué más detrás de esas cortinas de dosel... —James fingió una arcada—. Incluso Remus te perdonó ya por aquello que pasó el curso anterior y...

—No realmente —dijo Sirius, abriendo primero un ojo y luego el otro. —Por el bien de nuestra amistad me ‘perdonó’ —enfatizó con comillas en el aire—, pero también me dejó claro que ‘lo otro’ era el precio a pagar.

—¿’Lo otro’? —Repitió James con sus propias comillas—. ¿Y eso que diantres significa?

—Que somos amigos antes que... novios. Supongo —masculló Sirius, encogiendo un hombro.

—¿Y eso es antes o después de colarse a tu cama después de cada una de sus supuestas citas fallidas? Porque sé de buena fuente que fue él mismo quien las saboteó.

—¿A qué te refieres? —Preguntó Sirius, enderezando un poco la espalda y prestando atención como no lo había hecho antes—. Sé más claro; dame ejemplos.

—Vale... —James se pasó la mano por el cabello, atusándoselo un poco más de lo que ya estaba y haciendo memoria—. ¿Dorian Kirkwood de Ravenclaw? Remus le dio caramelos de menta y después se negó a besarlo porque detesta el sabor. ¿Alessia Caravagionini de Hufflepuff? Se dedicó la noche a estornudarle a la cara bajo el pretexto de ser alérgico al pelo de su rana. ¿Adrian Jackson de Gryffindor? Directamente pasó a decirle que no podía ir en serio con él porque quería a alguien más...

—¿En serio?

—Muy, muy en serio —enfatizó James—. Tal vez Remus en verdad no ha terminado de perdonarte del todo, pero eso no implica que no puedan estar juntos y trabajar para conseguirlo, ¿o no? Al menos esa es mi opinión.

Sirius exhaló con lentitud, y con las palabras de James resonando en su cabeza, decidió que haría una primera jugada; se jugaría el todo por el nada.

 

Por escasos minutos, Sirius no coincidió con Remus en la enfermería, y en cambio sí con Madame Pomfrey, que le informó a regañadientes (ella y los Merodeadores habían tenido esa charla en tercer año para aclarar la condición de Remus) que su amigo ya estaba en La casa de los gritos y que no volvería sino hasta la mañana siguiente, así que si hacía el favor de retirarse hasta entonces...

Sirius se debatió entre aguardar o seguir su impulsividad, pero antes de tomar una decisión ya había salido a los terrenos de Hogwarts, y tras asegurarse de que nadie lo veía, se transformó en Padfoot y veloz como una flecha se introdujo en el pasadizo secreto debajo del Sauce Boxeador que lo conduciría a Remus.

El mismo Remus se sorprendió al verlo aparecer, y se quedó congelado en pantalones y con la camiseta que vestía antes entre los dedos. Usualmente Remus esperaba semidesnudo o con una manta en los hombros para no echar a perder un cambio de ropa una vez al mes, y ya que hacía un frío que calaba hasta los huesos, Sirius adivinó sin problemas cuán poco tiempo tenía por delante.

Transformándose de vuelta en humano, Sirius permaneció de rodillas frente a Remus y le miró con ojos de pupilas dilatadas a la penumbra del edificio.

—Lo siento —dijo sin preámbulos—. Lo siento mucho, por lo que hice el curso pasado y la manera en que traicioné tu confianza. De poder cambiarlo, lo haría sin dudar al precio que costara. Excepto por...

—Sirius... —Musitó Remus, que ante el extraño discurso dio un paso al frente—. ¿Qué-...?

—Te amo, Moony —dijo Sirius—. Y si no lo mencioné antes es porque creía que tendría tiempo para hacerlo, pero me equivoqué. Di por sentado que no era necesario hablar de esto que hay entre tú y yo y de nueva cuenta cometí un error. Soy... un idiota redomado, y sólo pido una oportunidad de verdad para cambiar.

—No hay nada que perdonar, Sirius —dijo Remus, sobrecogido por la visión de su amigo de rodillas ante él y suplicando como si la vida se le fuera en ello, que a desconocimiento suyo, así era para éste—. Todo está en el pasado y-...

—Oh no, Moony —replicó Sirius, y el uso del mote provocó en Remus que éste tensara los labios—. ¿Lo ves? Realmente no está en el pasado, y ninguno de los dos podrá continuar adelante hasta que así sea.

—Sirius, yo-... —Empezó Remus cuando de pronto apretó los dientes, y Sirius tuvo claro incluso sin mirar por la ventana que la luna llena estaba apareciendo en el horizonte.

Volviendo a su forma canina, Padfoot tomó el control, y en contra de sus deseos, Sirius aplazó aquella charla un poco más.

 

Moony se mostró fuerte como nunca gracias a la luna que iluminó el Bosque Prohibido sin apenas interrupciones atmosféricas. Cruzando entre los claros y con tres animales moviéndose alrededor de él como sombras, Moony incluso se detuvo a beber de una charca, y en orden el resto de su manada se le unió por turnos para hacer lo mismo.

Padfoot lo hizo a su derecha, y reaccionó con cautela cuando Moony acercó su morro al suyo y le refregó la nariz con insistencia hasta que él hizo lo propio.

Dos hocicos helados y húmedos, y luego sus vagabundeos de plenilunio comenzaron.

 

Remus despertó de espaldas en La casa de los gritos, desnudo salvo por un grueso cobertor que desde siempre disponía Madame Pomfrey para él, y con Sirius (“Es Padfoot”, se corrigió Remus al ver a su compañero de aventuras) recostado a su lado para proporcionarle calor.

Sacando una mano de debajo de las mantas, Remus le acarició la cabeza, y Padfoot le miró con ojos tristes que reflejaban a los suyos de los últimos meses.

Era una petición de perdón, la misma a la que Remus había evitado enfrentarse porque ya no tenía a qué aferrarse para negarla.

Ya no podía ni quería hacerlo, y esa era la única verdad patente aquella mañana helada de noviembre.

—También te amo, Padfoot —murmuró Remus, los párpados pesados y los labios apenas moviéndose, pero el tirón en las orejas del enorme perro negro que le hacía compañía fueron señal de que éste le había escuchado.

Había obtenido su respuesta.

 

A su salida de la enfermería dos días después y sólo porque Remus no toleraba la idea de perder más días de clases incluso si sus costillas se sentían como sacos de boxeo, él y Sirius se despidieron de Madame Pomfrey hasta el próximo mes, todo sonrisas corteses y agradecimientos por su paciencia, pero también...

James arqueó una ceja al ver sus dedos entrelazados. —Ya era hora.

Peter en cambio fue más elocuente con una amplia sonrisa y una leve broma: —Hora de trabajar en sus hechizos silenciadores.

Y las risas compartidas, fueron entre cuatro.

 

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Notas finales:

¿Ven que el asunto entre Remus y Regulus no era tan espantoso como pensaron en un inicio? Y al final tenían que encontrar su punto medio para reconciliarse :')
Graxie por leer hasta el final, y nos vemos el próximo lunes con un fic nuevo~!


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