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Our Child (Cherik. Wolversilver) por midhiel

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Cambié la portada gracias al excepcional trabajo de  @SamiKim9 ¡Es toda una artista!

 

También quería agradecer a @KiKaLoBe por leer una parte en la que tenía mis dudas.

 

Our Child

 

Capítulo Tres: Confesión

 

-¡Erik, no! – exclamó Charles desesperado. Movió la silla hacia su amante, que estaba vestido con su traje de batalla y su capa, y se aprestaba a colocarse el casco para cortar cualquier comunicación telepática con él. Charles se apretó el vientre hinchado mientras suplicaba -. Erik, no lo hagas, por favor – sollozaba -. Detente por nuestro bebé y por mí. Piensa en nosotros, ¡vas a destruirlo todo con tu sed de venganza!

 

-Ellos se la buscaron – contestó Magneto impávido. Iba a ponerse el casco pero lo sostuvo un rato más -. Tienes el poder para detenerme, Charles – lo desafió -. Congélame.

 

-Sabes que no voy a someterte – contestó el telépata ofendido -. No trato de controlar a los que amo, no controlé a Raven frente a la Casa Blanca y no voy a hacerlo contigo. Piensa en nosotros, Erik. Siente en tu corazón la bondad, la ternura, ese lado tuyo que solo yo conozco. Déjalo fluir, por favor.

 

-¡Basta, Charles! – lo cortó Magneto y se calzó el casco -. Ya estás sonando patético – y huyó a través del ventanal, dejando en su recámara a un embarazado Charles llorando.

 

Scott entró un rato después. Charles todavía no podía recuperarse.

 

-¡Charles! – exclamó y se acercó a la silla -. ¿Qué pasó? Magneto salió volando, lo vimos por la ventana. No pudiste detenerlo.

 

No poder no era el término correcto, Charles simplemente no había querido hacerlo. Si tenía que calmar la ira de su amante congelándolo, eso significaba que su relación no era tan fuerte como él pensaba y que Erik seguía manteniendo ese lado oscuro que no deseaba dominar a pesar de las súplicas del telépata.

 

Charles respiró profundo para calmarse. Podía sentir que la criatura se movía nerviosa en su interior.

 

-Reúne a todos, Scott – suspiró otra vez. Sentía que su hijo se tranquilizaba -. Tienen que partir a Washington a detenerlo y yo tengo que conectarme a Cerebro de inmediato.

 

-¿Eso significa que Magneto atacará a esos hombres?

 

-No si podemos evitarlo – contestó Charles decidido.

 

……………

 

Tres años después

 

Erik se recargó contra la pared en el descanso de la escalera. Estaba llorando de amargura, furia y odio hacia sí mismo. Esa había sido la última vez que estuvo con Charles consciente, esa había sido su despedida. La siguiente vez, Charles ya estaba en coma, no oía ni sentía nada, y los mutantes doctores se preparaban para practicarle una cesárea de urgencia para que al menos su hijo pudiera vivir. Erik le sostenía la mano y se la llenaba de besos y caricias con el remordimiento más profundo que había sentido.

 

-¡Yo lo arruiné todo! – gimió y golpeó el puño contra la pared. Sabía que los recuerdos lo acosarían pero nunca pensó que le dolerían tanto -. ¡Soy un monstruo! ¡Un monstruo hijo de puta!

 

Oyó arriba pasos y puertas que se abrían suavemente. Iba a despertar a toda la casa con sus gritos y ¿qué ganaba? Charles no iba a regresar, se había ido por su culpa, ¡por su maldita culpa! Se secó los ojos como pudo y también, como pudo, siguió subiendo hasta el primer piso. El corredor era largo y la habitación de Charles se encontraba al final. Pasó caminando lúgubremente por las puertas cerradas hasta que reparó en una que tenía pegatinas de dinosaurios y un dragón amigable y sonriente. Erik recordó que en esa habitación con Charles habían preparado la nursery cuando él todavía no imaginada lo bajo que podía llegar a caer. Se detuvo y apretó el picaporte. No se animaba a bajarlo y apoyó la frente sobre la madera de la pared. Cerró los ojos y volvió a suspirar. Sentía que las lágrimas le seguían corriendo. Se llamaba así mismo un monstruo pero quizás el nombre le quedaba corto para lo que había hecho: hacer pedazos la vida de la persona que más había amado. Miró hacia el cielorraso y reparó en algunas manchas de humedad. Así sentía su cuerpo, mojado y carcomido.

 

Erik dudaba si entrar o no porque estaba demasiado triste. Sin embargo, oyó una vocecita.

 

-¿Quén etá ahí? No es tío Hank.

 

Erik abrió rápidamente la puerta y se topó con David, vestido con su pijama a rayas, de pie descalzo junto a la cama. La habitación era cálida pero igual Erik se asustó.

 

-Vamos a la cama, pequeño – decidió, al tiempo que se acercaba a cargarlo en brazos para acostarlo -. No debes pisar el suelo estando descalzo.

 

-Te sentí, Edik – comentó en su media lengua. Magneto lo depositó en el colchón y él gateó para acomodarse justo en el medio de la cama doble. Era inmensa para un cuerpo tan pequeñito.

 

-¿Me oíste? – indagó Erik avergonzado de haber gemido alto.

 

-No – sacudió el niño la cabeza -. Te sendí aquí – y se tocó el corazón. Su padre quedó de una pieza, David tenía tres años y ya percibía a las personas, sin dudas, tendría un poder más fuerte que el de Charles -. ¿Pod qué tas tiste?

 

Erik sintió un nudo en la garganta y pasó saliva.

 

-¿Puedes sentir que estoy triste?

 

David asintió.

 

Su padre indagó más.

 

-Esta mañana en la pastelería y por la tarde en tu fiesta, ¿pudiste sentir cómo estaba?

 

-No tabas tiste – enfatizó sacudiendo la cabeza -. Tabas feliz.

 

Erik alzó las sábanas para arroparlo. Le sacudió la almohada y cuando notó que David extendía el bracito hacia su mesa de luz para alcanzar un dragón rojo, se lo entregó.

 

-Buenas noches, David – le besó la cabeza.

 

-Quedo un cuento.

 

Erik lo miró extrañado.

 

-No es algo que haga a menudo pero, ¿tienes algún libro por aquí? – observó los rincones de la habitación perfectamente arreglada.

 

-Ya los leyó tío Hank – explicó el pequeño con un suspiro -. ¿Sabes un quento?

 

-Cuento – corrigió su padre con una sonrisa -. Recién lo pronunciaste bien – se sentó en el colchón a su lado y le acomodó los mechones sobre la frente. El niño lo miraba con esos ojos gigantescos de Charles -. Déjame pensar en alguno.  

 

Erik hizo memoria. Tuvo que remontarse a su niñez cuando su madre le contaba a él y a otros niños cuentos hebreos medievales para inculcarles costumbres de su cultura. Erik recordó uno que le apasionaba de un mercader que se topó con un príncipe y después no se acordaba bien, así que inventó el final del relato. Rio interiormente al pensar lo que había hecho y se alegró de notar por la expresión de su carita que a David le había fascinado.

 

-No tas más tiste – observó el pequeño.

 

Erik rio ahora de forma exterior. No, definitivamente la desazón se le había ido.

 

David rio al verlo reír y le extendió los brazos.

 

-¡Abazo! – pidió y su padre lo abrazó. Sin soltarlo, Erik se acomodó en la cama con su hijo apoyado sobre su pecho y lo apretó contra sí -. Teno sueno – confesó en medio de un bostezo.

 

-Entonces, duerme – susurró Erik y le besó el cabello. Definitivamente tenía el aroma de Charles -. ¿Quieres que me quede aquí mientras te duermes?

 

David asintió ya con los ojos cerrados. Magneto cerró los suyos porque se estaba relajando. El niño no tardó en dormirse y Erik también, manteniéndolo sobre su pecho.

 

 

………………….

 

-David – lo llamó Hank, golpeando a su puerta -. Dave, ya es hora del desayuno, pequeño dragón.

 

Hank entró y quedó de una pieza, mitad asombrado y mitad enternecido. El niño yacía sobre el pecho de su padre, los dos abrazados y cubiertos con las sábanas: David hasta el cuello y Erik hasta el pecho. Erik roncaba y se sacudió levemente. El niño bostezó en sueños y se acurrucó más contra su piel.

 

Hank decidió que lo mejor sería dejarlos tranquilos, pero al dar media vuelta, oyó la voz somnolienta de Magneto.

 

-¿Qué hora es, bestiecita? – bromeó y se frotó los ojos antes de consultar su reloj -. Las ocho, nunca duermo hasta tan tarde.

 

Con extremo cuidado, cargó a su hijo para depositarlo en el colchón y poderse levantar. Hank se acercó a ayudarlo y despertó al niño con suavidad.

 

-Dave – le susurró -. Vamos, dormilón, parece que la fiesta te cansó demasiado – rio.

 

David abrió los ojos y se los frotó con la manito. Parpadeó para ubicarse y recordó que estaba en su cama y con su padre a su lado.

 

-Hola, Edik – lo saludó con una sonrisa.

 

-Hola, dormilón – le contestó y le besó la cabeza. Acto seguido, se levantó mientras que David se sentaba todavía adormilado y Hank abría los cajones para sacar la ropita que usaría esa mañana.

 

-¿Dragones o serpientes? – preguntó, alzando dos camisetas.

 

-Dagones – decidió el niño con un bostezo.

 

Erik se calzó los zapatos que se había quitado para acostarse y, riendo, se acercó a Hank.

 

-Deja que lo vista yo, por favor.

 

Hank comprendió que Erik intentaba fortalecer el vínculo con su hijo y le dejó la ropa extendida a los pies de la cama. También unos calcetines de dinosaurios azules y unos zapatitos cómodos y oscuros.

 

-Tiene sacos en el closet – explicó señalando el armario -. Que baje con alguno porque querrá salir a jugar y hasta un poco antes del mediodía hace frío en el jardín.

 

Erik asintió y esperó a que se marchara para preparar a su hijo. No era un experto en el tema, de hecho, no había vestido a nadie todavía pero David lo guio con indicaciones en su media lengua y le extendía ya el brazo y ya el pie para facilitarle los movimientos. En menos de lo que había pensado, Magneto tuvo al niño listo para bajar.

 

-El saco – le recordó David mientras se deslizaba de la cama.

 

Erik fue al armario y sacó uno gris. Acompañó a su hijo al baño para que se aseara y después bajaron juntos a desayunar.

 

Padre e hijo pasaron el día jugando y divirtiéndose. Erik aprendió mucho de David, que le gustaban los monstruos porque así no les tenía miedo, que lo entretenía patear la pelota, si lo columpiaban despacio se aburría, le encantaba que le contaran cuentos con finales desopilantes, detestaba el brócoli y la lechuga en cualquier comida y eso le recordó a Charles, y que casi todo lo hacía reír. David aprendió de Erik que a pesar de mantenerse serio y calmado podía ser muy divertido, que sabía buenos finales de cuentos y en el transcurso de la jornada le enseñó cómo columpiarlo adecuadamente. Para la hora del almuerzo los dos intercambiaban risas cómplices y para la cena, al niño no le alcanzaba la lengua para describir todo lo que había hecho con “Edik.” También llenó a todos de ternura cuando le preguntó si estaría en la casa por la mañana para seguir compartiendo el día. Un conmovido Erik le respondió que sí.

 

Durante los días siguientes disfrutaron pasar el tiempo juntos y Magneto se unió a los demás mutantes para ayudar en los quehaceres como había hecho durante su estancia cuando Charles quedó embarazado y decidieron convivir juntos. Todavía lo seguía amando y la sola mención o recuerdo del telépata lo emocionaba. Disfrutaba de la jornada con su hijo pero por las noches volvía a extrañar locamente a Charles como lo había hecho durante los últimos tres años.

 

-Creo que ya es tiempo de que se lo digas – sugirió Raven, mientras ponían juntos la mesa en el jardín. Era un día soleado y querían almorzar todos al aire libre.

 

Erik entendió que se refería a confesarle su paternidad a David y no respondió sino que siguió ubicando los platos en silencio y acomodándose de vez en cuando las gafas de sol.

 

Raven insistió.

 

-Si tienes dudas, te aseguro que él te adora y se sentirá feliz de saber que tiene a un padre vivo con él, que lo quiere.

 

-¿Cómo sugieres que le explique que me alejé sus primeros años porque no soportaba la culpa? ¿Qué voy a hacer si me reclama que yo no?

 

-Erik – interrumpió Raven con autoridad -. ¿Realmente crees que esa criatura inocente se va a convertir en un tribunal inquisitorial para juzgarte? Es demasiado puro para esas cuestiones. No, al contrario, se alegrará y comprenderá por qué comparte tanto en común contigo.

 

Erik permaneció callado y pensativo. Raven se le acercó con una sonrisa.

 

-David necesita un padre, no el recuerdo que le damos de Charles sino uno vivo que lo ame y proteja aquí y que él lo sienta – le apoyó la mano sobre el hombro fraternalmente -. ¿Imaginas cuánto bien puedes hacerle si le dices la verdad? No pienses como un adulto rencoroso, Erik, piensa como David y entenderás que no estoy equivocada.

 

Erik quería continuar la plática pero justo llegaron Scott y Jean con David. Traía cada joven una jarra de limonada y el niño las servilletas. Raven tuvo que callarse pero su palabra caló hondo en el corazón de Magneto.

 

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Erik no sabía cómo decirle la verdad a su hijo. No es que ahora tuviera miedo de su reacción sino que eso sellaría el vínculo entre ambos y la idea lo fascinaba. Se convertiría oficialmente en su figura paterna, en su protector, en su guía y en la persona en la que David depositaría su confianza y afecto. Raven tenía razón: aunque Charles perviviera en el corazón del pequeño, estaba ausente y David necesitaba un padre aquí y ahora.

 

Esa tarde, Erik llevó a su hijo de paseo en coche. Fueron al Parque Central en el corazón de Nueva York y le compró un algodón de azúcar de color verde, que David devoraba a una velocidad asombrosa. Erik rio al ver cuánto lo disfrutaba y quitó un trozo para llevárselo a la boca. El niño le sonrió y masticó otro. Se sentaron en un banco junto a un lago.

 

Erik se planteaba cuánto le habían contado al niño sobre su nacimiento. Por lo que le había dicho, el pequeño sabía que su padre estaba dormido cuando se lo quitaron de adentro, y que ahora una parte suya descansaba en el mausoleo mientras que el resto de él lo cuidaba y amaba desde arriba. David sabía lo justo y necesario, sin duda los mutantes habían sido sabios al explicárselo.

 

Erik pensaba cómo encarar el tema cuando el niño lo sorprendió.

 

-Tas pensado papi – comentó inocentemente en su media lengua.

 

-¿Si estoy pensando en tu papi? – tradujo Magneto asombrado. David le asintió mientras le daba otro mordisco a su algodón de azúcar -. ¿Sentiste aquí que estoy pensando en él? – se tocó el pecho. El niño asintió de cuenta nueva. Erik suspiró -. Sí, David. Estoy pensando en él.

 

-Tas tiste – observó con rapidez, frunciendo el ceño -. ¿Es podque no ta más?

 

-Exacto – respondió Erik con melancolía -. Para mí es muy doloroso que no esté porque lo amaba. Nosotros estuvimos juntos como los padres de tus amigos lo están y los cuidan.

 

David reflexionó que efectivamente sus amiguitos tenían dos padres, él solo tenía uno que no podía ver ni sentir. Eso lo puso triste y bajó la mirada.

 

-Oye – le sonrió Erik, mientras le levantaba el mentón con el índice para que lo mirara -. ¿Qué pasa, Dave?

 

-Mi papi no ta aquí – gimió.

 

Erik lo envolvió en un abrazo y cerró los ojos. Era el momento preciso para confesarle.

 

-También tú tienes dos padres, David – hizo silencio -. Papi Charles era uno y yo soy el otro.

 

El niño se apartó para mirarlo lleno de asombro. Erik continuó.

 

-Cuando naciste, yo me sentí muy mal, no por ti sino por algo muy feo que había hecho y me tuve que marchar – confesó desde el corazón, haciendo pausas para encontrar las palabras adecuadas -. Pero nunca dejé de pensar en ti ni en tu padre. Junté valor, como lo juntas tú para comer los brócolis que no te gustan, y decidí encontrarte. Y bueno – sonrió con picardía -, aquí me tienes.

 

David quedó un rato procesando la noticia con los ojos abiertos de curiosidad y el dedo en la boquita. Cuando su padre ya no sabía si lloraría o gritaría, el niño lo abrazó con fuerza y exclamó.

 

-¡Teno papi! ¡Teno papi!

 

Erik le devolvió el abrazo no menos efusivo y, sin resistirse más, lloró. Raven estaba en lo cierto: no podía haber razonado como un adulto rencoroso, sino que tenía que hacerlo como David.

 

 

………………

 

 

La noticia los vinculó más todavía. Erik comenzó a mejorar en su aspecto: a subir de peso, a rasurarse y esas ojeras desaparecieron de su rostro. También su mirada comenzó a encenderse y ya la tristeza no era perenne en ella. David se volvió más locuaz de lo que era, contaba a todo el mundo de su “nevo papi” y lo presentaba a amigos y conocidos. Encantado con la mutación de Erik, le reclamaba dragones, monstruos y demás juguetes con metales que encontraba y traía a la casa. De más está aclarar que Erik jamás se negaba a ello.

 

Pasó un mes, dos meses y cuando se acercaba el tercero, una mañana en que la mayoría de los mutantes había salido de la mansión, incluidos Magneto y David, llegó James Howlett, alias Logan.

 

Solo Scott estaba en la casa ejercitándose y cuando Logan bajó al gimnasio y lo encontró subieron juntos para compartir cervezas. En la plática salió la razón principal por la que Wolverine había regresado, Scott ya la deducía y era Peter Maximoff.

 

Hablando y hablando, Scott le soltó lo de la estadía de Erik Lehnsherr.

 

Logan escupió el trago de la sorpresa.

 

-¿Cómo dejaron entrar a Magneto después de lo que ocurrió?

 

Entretanto, Erik y David regresaban de la ciudad. Magneto detuvo el coche en la entrada de la mansión para que el niño ingresara en la casa y condujo hacia el estacionamiento.

 

David entró corriendo hacia la sala de juegos pero por el pasillo reconoció la voz de Logan en una habitación. La puerta estaba entrecerrada así que la abrió con sus manitas silenciosas y sonrió. Cuando estaba listo para saludarlo y que Wolverine lo cargara en brazos, vio al mutante enfurecido.

 

-¡No puede ser, Scott! ¿Cómo dejaron que volviera ese monstruo a Westchester?

 

-Es el padre de David – respondió Scott con calma.

 

-¡No! – rebatió Logan y comenzó a recorrer la habitación con zancadas -. Es su padre sí, no lo niego, pero huyó cuando el pequeño más lo necesitaba.

 

David pasó saliva.

 

Scott se acomodó las gafas.

 

-Sabes que lo hizo por el dolor y porque no se sentía preparado.

 

-No puedo creerlo – Logan sacudió la cabeza furioso -. No entiendo cómo permitieron que Magneto pisara Westchester. ¿No lo recuerdan? Su dolor, su remordimiento fue por lo que le hizo a Charles. ¡Erik Lehnsherr asesinó a Charles Xavier!

 

David se llevó la mano a la boca. No conocía el término “asesinar” pero sonaba como algo muy malo.

 

Ajeno a su presencia, Logan añadió.

 

-Erik lastimó a Charles, Charles hoy no está con nosotros, no pudo disfrutar a David por culpa de ese bastardo. ¡Hoy Charles no está con nosotros por culpa de Erik Lehnsherr!

 

David se cubrió las orejas. No quería seguir escuchando. Presa de una angustia que no había sentido antes en su corta existencia, echó a correr hacia la salida sin rumbo. Los jardines eran enormes, la tarde estaba cayendo y pronto haría frío pero no le importaba. No podía creer que Erik hubiese lastimado a su papi y que hoy él no pudiera disfrutar de Charles por culpa de “Edik.”

 

 

………………

 

¡Hola! Perdón el drama. No es lo mío pero lo necesitaba.

 

También muchas gracias por el apoyo a la historia.

 

Besos y no me odien más.

 

 


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