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Seamos una familia por Lola_Star

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Notas del capitulo:

He estado ocupada, por lo que voy escribiendo de a poco.

El llanto potente de Haru despertó a Chiaki de golpe. Por la forma en que lloraba, adivinaba que tenía el pañal sucio. Con delicadeza apartó el brazo de Hatori que lo rodeaba para ir por su bebé. No podía dejar de pensar que estaba soñando y que en cualquier momento despertaría en la habitación de la casa de sus padres, donde había vivido casi sin percatarse del pasar de los años, todos los días haciendo casi lo mismo. En muy poco tiempo eso había cambiado, y era difícil de asimilar.

Encendió la lampara junto a la mesa de noche, divisando la expresión molesta de Haru, quien alargó los bracitos en cuanto lo vio. Chiaki extendió el plástico de dibujitos sobre la cama antes de agarrar al bebé.

—Ya, ya, Haru —le habló con voz suave— deja de llorar —le besó la frente, lo puso sobre el plástico y empezó a desvestirlo. El olor a popó inundó la habitación antes de siquiera quitarle el pañal.

El llanto del nene fue bajando de intensidad hasta ser solo un murmullo, ya que veía a su papi encargarse de su incomodidad.

Era tan desastroso que hasta la tela del mono se había ensuciado. Con la paciencia y maestría que había desarrollado esos últimos dos meses en el arte de cambiar pañales, Chiaki limpió a su bebé. Gastó una pequeña montaña de pañitos húmedos y luego puso un pañal y un pijama limpios.

—¿Mejor? —le preguntó a su bebé agarrando sus manitas, a lo que Haru sonrió.

Chiaki se desabrochó la camisa y el corpiño, llevando la boquita de su bebé al pezón que sentía más hinchado. El nene comenzó a succionar con fuerza sin perder de vista a su papi.

La estrategia para que volviera a dormir era masajear en círculos la cabecita cubierta de pelitos castaños desordenados mientras lo alimentaba y le cantaba una nana.

Recargado sobre el marco de la puerta, Hatori escuchaba la dulce voz de Chiaki. Sus ojos no perdían detalle de la delicada silueta que sostenía con adoración el cuerpecito del nene.

Cuando Haru estuvo satisfecho, Chiaki se puso en pie para sacarle los gases. Luego lo meció sobre su hombro, repitiendo la nana al tiempo que acariciaba la pequeña espalda.

Hatori decidió regresar a su cama ya que no quería incomodarlo.

Haru volvió a dormirse ante las técnicas de su papi, esas que había desarrollado totalmente por instinto. Lo puso nuevamente en la cuna, donde parecía un angelito.

Chiaki se sentó sobre su cama, pensando en si era lo correcto regresar con Hatori. Su corazón se aceleró al recordar los besos y la sensación cálida que dejaron sobre sus labios. Muchas noches había soñado con dormir entre esos brazos, entonces, ¿por que no? Se mordió los labios y respiró profundo antes de apagar la lampara y regresar la habitación contigua.

Se metió en la cama, descubriendo que Hatori había cambiado de posición y se decepcionó un poco creyendo que tal vez ya no lo abrazaría por lo que quedaba de la noche.

—Que bonita voz tienes —dijo el alfa, sorprendiéndolo.

—Eh…gracias… —contestó al tiempo que sentía sus mejillas arder.

Hatori sonrió en medio de la oscuridad, por lo que Chiaki no pudo verlo. Se acomodó a su lado, abrazandolo nuevamente.

El chico sintió un nudo formarse en su garganta. Si era un sueño, que nadie lo despertara nunca.

***

Haru los despertó por la mañana, a eso de las siete. Mientras que Chiaki fue a atender a su hijo, Hatori se dispuso a preparar el desayuno.

Comprendiendo que era mucho para procesar, el alfa actuó como cualquier día y se abstuvo de comerselo a besos. Notaba los nervios y la ansiedad en el chico, lo que le decía que aun debía tener algo más de paciencia. Con el paso de las horas, lentamente, Chiaki dejó de estar tan ansioso y se contagió de su calma.

Era domingo, por lo que dedicaron la mañana a la limpieza y la lavandería. Después del almuerzo, Hatori propuso dar un paseo por un parque cercano. A pesar de que hacía frío, porque el otoño estaba acabando, la tarde pintaba agradable.

Llevaron a Haru muy abrigadito en su carriola acompañado por su conejito rosa. Hatori empujaba la carriola con una mano, y con la otra sostenía la de Chiaki. Hablaban tranquilamente de banalidades. Luego de un rato decidieron sentarse en una banca, uno muy cerca del otro, con el nene sobre el regazo de su papi. Las hojas de los arboles eran de colores amarillos y naranjas, y se esparcían por todo el prado. Muchas familias disfrutaban la tarde con sus mascotas. Haru estaba embobado con los perros, y cuando un amigable perrito se acercó a saludar, el nene estalló en risas.

—Es tan gratificante escucharlo reír, hasta me dan ganas de conseguirle una mascota —dijo Hatori sonriendo.

Chiaki soltó una risita.

—Nunca hubiera imaginado que fueras tan condescendiente. Y no creo que sea un buen momento para una mascota, aun está muy pequeño.

—¿Significa que más adelante tendremos una?

El chico sintió un calorcito en el pecho al darse cuenta que Hatori consideraba un futuro juntos.

—Si, un perrito de albergue que necesite una buena familia.

—Siendo así, podrían ser incluso dos.

Chiaki lo miró preocupado.

—Pero…no tenemos suficiente espacio.

Hatori sonrió con ternura y le robó un besó fugaz al muchacho. Este se sonrojó de inmediato.

—¿Hatori-san? —se escuchó una voz que rompió la burbuja de ambos.

Chiaki volteó a ver al frente avergonzado, encontrándose con un omega joven, de cabello castaño, ojos verdes y muy bien vestido. El chico se sintió intimidado enseguida por su belleza y elegancia, por lo que bajó la mirada y abrazó con un poco más de fuerza a su bebé.

—¿Onodera-san? —contestó Hatori extrañado de ver a su colega de trabajo.

—Oh, lamento interrumpir —Ritsu comprendió muy tarde que había arruinado el momento, pero se sorprendió tanto de ver a Hatori en esas condiciones, tan relajado y en plan familiar, que pensó en voz alta y terminó llamando su atención.

—No se preocupe, aprovecho para presentarle a mi familia. Él es mi pareja, Chiaki —el chico se sonrojó hasta las pestañas al ser nombrado de esa manera, e hizo una reverencia con el nene en brazos—, y este pequeño es nuestro hijo, Haru.

El corazón de Chiaki dio un vuelco y casi quiso llorar de felicidad.

—Onodera Ritsu, compañero de trabajo de Hatori-san, editor de Esmeralda —correspondió la reverencia del chico, al tiempo que detallaba al joven y al bebé. Estaba sorprendido ya que no sabía que Hatori tuviera familia, aunque en realidad no sabía muchas cosas de él. Pero lo que más llamaba su atención era el nene y lo joven del muchacho que lo sostenía. El parecido físico entre los dos era tremendo, y por la mirada embelesada que el alfa les dedicaba, parecía muy contento con eso.

—Es un bonito domingo para dar un paseo, ¿no es así?

—Si, bueno, yo solo pasaba por aquí…—balbuceó Onodera, sintiendo que sobraba. El chico le dedicaba una mirada que no lograba descifrar, como entre curioso e intimidado, y sus brazos protegiendo al pequeño tan abrigadito, le produjeron un sentimiento extraño.

—Un buen lugar para pasear con Takano, por ejemplo.

Ritsu se sonrojó ante la sola mención de ese hombre. No podía creer que el estóico Hatori estuviera molestándolo con eso.

Chiaki vio con curiosidad la expresión burlona del que ahora era oficialmente su pareja, captando los detalles de esa faceta que empezaba a conocer.

—¡Pe-pe-pero qué cosas dice…! —contestó escandalizado.

Ciertamente esa reacción causó algo de gracia a Chiaki, quien intentó esconder su risa tras el gorrito que llevaba su bebé. Hatori, sin contenerse, dejó salir una audible carcajada.

—Todos en la oficina saben que en el fondo ustedes se aman —palabras que cayeron como balde de agua fría a Ritsu—, así que quizá deberían darse una oportunidad. Puede ser aterrador en tu posición —posó la mirada sobre su pareja y su hijo, pensando en todas las dificultades que la vida les puso para juntarlos— pero vale la pena intentarlo. Nunca había sido tan feliz como ahora.

Chiaki estaba a punto de colapsar, por lo que Hatori le dio soporte rodeándolo con sus fuertes brazos.

En el fondo, Ritsu no podía evitar fantasear con esa imagen protagonizada por él, Takano, y algún retoño de los dos.

—Yo…debo irme —pronunció Ritsu, alejandose casi corriendo.

Chiaki lo vio preocupado.

—¿Estará bien?

—¿Onodera? Si, tiene la manía de huir cuando se siente incomodo. Pero quería decirle eso ya que anoche tomé un par de copas con mi jefe, Takano, quien muy abiertamente acepta que lo ama.

El chico se alegró de saber que aquellas copas habían sido entre colegas. Sonrió sin que Hatori lo viera, ya que otro perrito se había acercado a saludar y Haru atraía toda la atención con sus carcajadas.

***

Ritsu caminó la más rápido que le permitieron sus piernas desde el metro hasta finalmente encontrarse frente a la puerta de su apartamento. Y tan rápidas como sus piernas, sus manos ingresaron la llave en el cerrojo y su cuerpo se deslizó adentro, cerrando y asegurando la puerta en un segundo. Se recargó contra la pared junto a la entrada y dejó que su cuerpo se deslizara hasta que sus nalgas tocaron el suelo. Se abrazó a sus piernas y recargó su cabeza sobre sus rodillas.

—¡Ritsu! —la potente voz de Takano del otro lado de la puerta le hizo temblar. Este tocó varias veces repitiendo su nombre, pero el castaño no tenía energías ni ganas para contestarle.

—Ven a cenar a mi apartamento. Es un hecho que mi comida es mejor que esas bebidas energéticas que guardas en tu refrigerador —Ritsu sonrió en silencio porque sabía que era cierto.

Luego vino un mutismo extraño. Takano, afuera de su puerta, dudaba. Odiaba ser el acosador, casi tanto como que Ritsu no contestara.

—Te estaré esperando —terminó en un tono desilusionado.

Ritsu quiso decirle algo, pero las palabras simplemente no le salieron. Escuchó los pasos de Takano alejándose, ingresando a su propio apartamento.

Había sido un día horrible, empezando por la reunión con su madre para el almuerzo, pasando por el encuentro con Hatori en el parque, terminando con la insistencia de Takano afuera de su puerta.

Se sentía asustado, confundido y presionado.

 

Tienes un compromiso pendiente —arrojó su madre después de haber acabado su comida. Hasta entonces había sido una tranquila platica de cómo iba su vida y su trabajo. Pero bien sabía Ritsu que eso nunca duraba mucho.

No…—le tembló la voz— no tengo ningún compromiso pendiente.

Claro que sí —insistió su madre—, el joven Kohinata habló conmigo ayer, y está dispuesto a continuar con el compromiso a pesar de lo grosero que has sido.

Mamá… —musitó.

Ya nos has dado suficientes decepciones —dijo con voz dura—, no entiendo por qué ahora que se presenta esta oportunidad para reivindicarte con la familia, actúas de esta manera.

¿Cómo podría casarme con alguien que no amo?

Había reproche, tristeza, frustración y hasta cierta rabia en su pregunta, pero todo eso fue ignorado olímpicamente por la señora Onodera.

¿Cómo te vas a enamorar de alguien a quien ni siquiera te has esforzado en conocer? Es muy guapo, tiene muy buenos modales y está en la edad perfecta para ti. ¡Solo imagina la descendencia que tendrían juntos! ¡¡Y ni hablar de la asociación entre las familias Kohinata y Onodera!!

Madre— la interrumpió.

¿Qué ocurre, Ritsu?— preguntó exasperada.

Amo a alguien más, lo sientose levantó de la silla y abandonó el restaurante antes de que su madre pudiera formular otra pregunta.

 

Lo había admitido. Su madre no estaba enterada, pero lo había admitido.

No se imaginaba casado con alguien diferente a Takano Masamune.

El sentimiento le embargó todo el cuerpo y millones de recuerdos aparecieron en flashes en su memoria. Cada mirada, cada gesto, cada palabra, cada roce, cada beso…estaba total y completamente enamorado y se moría de ganas por refugiarse en sus brazos y que el resto del mundo dejara de importar.

Derramó un par de lágrimas, sintiendo como de nuevo su amor desbordaba y lo dejaba sumiso y desarmado, tal como diez años atrás.

 

Es hermoso. La manera en que lo abraza y lo protege, y el brillo en sus ojos. Para él no hay nada más preciado en el mundo que la criatura que sostiene en sus brazos. No hace falta preguntarle, porque salta a la vista que ama a su bebé.

 

Esa imagen, la pareja de Hatori y su hijo, terminaron de quebrarlo.

Tenía que contarle la verdad a Takano, no podía seguir arrastrando ese peso. Si lo perdonaba, entonces, tal vez sería capaz de perdonarse a si mismo.

Se limpió la cara y decidió tomar un baño. Estaba decidido.

 

Más de una hora después, Ritsu se plantó frente a la puerta de Takano. Estaba decidido pero muerto de miedo. Cada vez que intentaba levantar el puño para tocar la puerta, era presa del pánico y diez mil teorías de lo mal que podía terminar todo se formaban en su cabeza, y de nuevo desistía.

Del otro lado, en la cocina, Takano captó el aroma de Ritsu mezclado entre los olores de su comida. Se lavó las manos y bajó el fuego a las ollas, dirigiéndose a la entrada, agudizando su olfato para asegurarse de que no deliraba.

Sonrió, despejando su pesimismo que le decía que Ritsu lo iba a dejar plantado, otra vez, y abrió la puerta. El castaño brincó ligeramente por la sorpresa, y sus piernas temblaron un poco más.

—Adelante —Takano se hizo a un lado, invitándolo a pasar. Tenía miedo de que huyera, por lo que se abstuvo de molestarlo.

Como si tuviera plomo en los zapatos, Ritsu ingresó caminando torpemente.

—Con…permiso…

—Siéntate en el comedor —Takano le indicó la mesa de cuatro plazas mientras se metía en la cocina— yo aun no he terminado aquí.

Ritsu detalló el apartamento, con la misma distribución que el suyo, pero mucho más limpio y organizado. Tembloroso, se acomodó en una de las sillas del comedor, desde donde podía ver a Takano.

El pelinegro sacó la conversación adelante, contándole qué preparaba y preguntándole si prefería esto o aquello. A pesar de que las respuestas de Ritsu eran muy escuetas, ambos sabían que estaba esforzandose. El alfa notaba la tensión en él, una más intensa de la normal.

Cuando la comida estuvo lista, Ritsu ayudó a poner la mesa. Ambos agradecieron por la comida y empezaron a servirse. Takano notó que su castaño tomó menos comida de la usual, lo que disparó su preocupación.

—¿Te gustó? —preguntó dudoso porque para su paladar era de sus mejores recetes.

—Si —respondió Ritsu, acabando lo que quedaba en su plato —eres bueno cocinando, Takano-san…

—Entonces, ¿por qué comiste tan poco? —el castaño levantó la mirada de su plato, viendo sorprendido al pelinegro.

—Eh…yo…

—Dime qué ocurre —Takano alargó su mano hasta tomar suavemente la de Ritsu. Sorpresivamente, este no la apartó. Se sonrojó y lo miró dudoso, mordiéndose los labios.

—Sabes que puedes decirme lo que sea —insistió, temiendo que fueran malas noticias.

—Hay…algo que debo contarte…

Takano sintió miedo recorrerle. Se imaginó mil cosas, cada una peor que la otra. Sin darse cuenta, apretó un poco más la mano de Ritsu.

El castaño, por su parte, temblaba entero. Las palabras se atoraban en su garganta y tenía ganas de salir corriendo, pero las piernas no le respondían.

—Yo…yo…tuve un aborto…

Takano frunció el ceño. Eso si que no se lo esperaba. Pensaba que se trataba acerca de renunciar a Marukawa para volver a la editorial Onodera, o tal vez sobre el estúpido compromiso con Kohinata, o en el peor de los escenarios, que había estado con otro hombre. Una ola de sentimientos confusos le atravesó.

—¿Era mío?

Los ojos de Ritsu se llenaron de lágrimas, apartó su mano de la de Takano y se puso en pie molesto.

—¡¡¡NUNCA HE ESTADO CON OTRO HOMBRE!!!

Takano reaccionó rápido, levantándose y tomándolo de la muñeca para evitar que huyera.

—Pero Ritsu, desde que nos reencontramos siempre he usado protección porque así lo has pedido…

Los ojos cargados de lágrimas que lo miraron fijamente le hicieron darse cuenta.

—Fue hace diez años…

Era demasiado, mucho para procesar. Caminó hacia el sofá sin soltar al castaño, por lo que este lo siguió. Ambos se sentaron, abrumados.

Ritsu estaba muy molesto. ¿Cómo se atrevía Takano a preguntar si era suyo?

—¿Cuándo ocurrió? ¿Cómo?

—Ya que no crees que era tuyo, déjame ir —contestó enfadado.

—Ritsu, no te vi durante diez años y nunca hablas sobre eso. No sabía que he sido el único hombre con el que has estado, pero nunca pregunté porque, al fin y al cabo, estás aquí y eso es lo que importa, ¿no?

—Ya no quiero estar más aquí.

Takano no intentó detenerlo porque sabía que era inútil. Cuando Ritsu se calmara, podrían conversarlo. No había preguntando con malas intenciones, solo salió de su boca sin pensarlo. Se revolvió el cabello desesperado. La había cagado.

Notas finales:

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