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Los ojos del Alma por Liesel Meninger

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Capítulo VII: Como jamás debió a ver dejado de ser.


Tony disimuladamente apretó la manga de la camisa que llevaba, logrando confortarse con el olor  leve que la prenda aún desprendía, tratando de ignorar la mirada que se cernía en su figura desde que se había quitado el abrigo que antes lo protegía del clima frío. Bucky  lo observaba con el ceño fruncido, reconociendo la camisa que evidentemente no era suya por la talla y que muchas veces se la había visto lucir a Steve antes del accidente.


—¿Estás bien? —Natasha inquirió,  captando la atención de James. El mencionado asintió dejando finalmente de escudriñar con la mirada a Tony—. ¿Qué sucedió?


Bucky suspiró, sentándose en el sofá que estaba en la estancia pequeña, antes de responder a la pregunta.


—Steve sabe sobre el suero. Tuve que contarle la verdad… —suspiró nuevamente, mirando en dirección de Tony—. Bueno, casi toda. No hablamos sobre ustedes. No supe cómo hacerlo. Steve parece… muy molesto contigo —Natasha le dio un codazo a James cuando Tony bajó la mirada.


—De todas formas, no te correspondía hacerlo —se colocó nuevamente el abrigo, tratando de no darle más importancia a las palabras de Bucky. Estaba decido a resolver la situación el mismo—. ¿Dónde está?


—Está con su padre —Tony lo observó con una expresión desconcertada —. Lo siento, a pesar de todo Steve sigue siendo el mismo. Dijo que necesitaba pensar y ordenar algunas cosas.


—Ya no necesito tu escolta, Romanoff.


—¿Estás seguro? No conozco al papá de Steve, pero…


—Lo sé—dijo mientras se colocaba un gorro de lana—. Pero esto solo nos concierne a Steve y a mí — dijo con convicción—. Gracias —sonrió, agradeciéndole a James por primera vez desde que se conocían —y, sin despedirse, salió del apartamento.


Aún no sabía cómo lo haría, pero solucionaría la situación. Ya no le importaba si Steve jamás lo recordaría, necesitaba que supiera que, a pesar de todo, ellos se amaban. Necesitaba que Steve entendiera que debía estar a su lado, aunque sonara como un acto egoísta.


Mientras daba parada a un taxi,  se convencía que podía hacerlo. Debía hacerlo porque no tenía opción. Tenía que volver con Steve o resignarse a pasar  el resto de sus años como muerto en vida. 


 


Cuando el taxi finalmente se detuvo, observó pos algunos segundos la casa que había creído no volver a visitar.  Respiró profundo y se bajó del vehículo, dirigiéndose directamente hasta la ventana que sabía era de la habitación que antes ocupaba Steve, deseando que este se encontrara en ese lugar porque no deseaba, y tampoco debía, encontrarse con el señor Rogers.


Se agachó en el césped cubierto de nieve, buscando entre las plantas congeladas y la nieve algunas  rocas pequeñas. Cuando finalmente encontró su objetivo, se irguió y lanzó una de las rocas a la ventana, pero esta no se abrió. Sin desanimarse, lanzó la segunda, pero obtuvo el mismo resultado. Sin embargo, cuando estaba a punto de lanzar la tercera roca, la ventana se abrió, mostrando el rostro de Steve.


—Necesito que bajes —dijo sin rodeos ante la atenta mirada del rubio, esperando que este no le complicara las cosas.


—Creí que había sido totalmente claro contigo —respondió después de algunos segundos, con un tono de voz tan frío como la nieve que empezaba a caer.


—Solo será un momento —decidido, decidió ignorar la sensación que le provocó el tono que estaba utilizando Steve—. Baja… por favor—su tono de voz era tan humilladamente suplicante que, si no fuera porque estaba decidido a que lo escuchara, se hubiese avergonzado de sí mismo.


—Vete… —en ese momento Steve pareció vacilar, pero, girando el rostro hacia un lado, continuó la oración: —y no vuelvas.


—Steve… por favor—no quería llorar en la calle, pero la actitud de Steve era muy hiriente y sus sentimientos en esos últimos días estaban hechos totalmente un caos. Aunque tratara de evitarlo, estaba seguro de que en cualquier momento empezaría a llorar—. Solo quiero…


No pudo terminar de expresarse porque la ventana se cerró.


Pasó el envés de su mano de forma furiosa por su rostro cuando sintió algunas lágrimas bajándole por las mejillas. No le importaba si Steve realmente no quería verlo, no se rendiría.


—¡Steve, por favor! —Más lágrimas bajaron por sus mejillas al ver que incluso la cortina fue corrida—. ¡Baja! —Lanzó dos rocas más sin obtener ningún resultado—. Si crees… —su voz se cortó por un sollozo—.¡Si crees que me iré sin hablar contigo, te equivocas! —confiaba, quería creer que Steve bajaría por él—. ¡Hasta que no bajes, no me iré, anciano!


 


Dentro de la habitación Steve  se colocó unos auriculares y subió el volumen de la música lo más alto que pudo. Después de hablar con Bucky y su padre, había decidido que seguiría con su vida donde la había dejado sin preocuparse por lo que había sucedido después del accidente. Su decisión también involucraba olvidarse de Anthony. Estaba decidido a que no dejaría que volviera a importunarlo.


Sin embargo, inconscientemente  giró el rostro en dirección a la ventana. Por una brecha pequeña que había dejado, podía percatarse de que había empezado a nevar más fuerte.


—“Tuvo que haberse marchado ya


Suspiró y, decidido a no darle más importancia al asunto desde ese momento, cerró los ojos, dejándose llevar por el ritmo de la música que escuchaba.


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Abrió los ojos de forma perezosa, mientras se quitaba los auriculares. Se había quedado dormido sin percatarse.  Detuvo la música y se levantó, dirigiéndose a la cocina. Cuando bajó la escalera, se detuvo frente a la ventana, observando hacia fuera.


Aún nevaba, y las luces en la calle empezaban a encenderse, eliminando la oscuridad que dejaba atrás el día. Lo cual le indicaba que había dormido más de lo que había creído inicialmente.


Sin darle mayor importancia, prosiguió su camino.


Después de prepararse algunos sándwiches y chocolate, subió nuevamente.  Se sentó en la cama dispuesto a comer, pero como si necesitara asegurarse de algo, su mirada se dirigió hacia la ventana. Sin ser consciente, se levantó y apartó la cortina. Sin embargo,  al distinguir la figura sentada en el andén que parecía temblar, sus dedos se apretaron instantáneamente sobre la tela y, sin pensarlo sus pies se movieron con agilidad hacia el exterior, casi llevándose la tela consigo en el proceso.


Inmediatamente abrió la puerta, una ráfaga fría golpeó su rostro y, sin ser consciente, apresuró más el paso. Lo torturaba saber que Tony había soportado esa temperatura por muchas horas mientras él se comportaba como un idiota.


Cuando llego frente a la figura temblante, se percató de  que ni siquiera se le había ocurrido traer un abrigo y, además, se encontraba descalzo. Actuando por instinto, lo envolvió entre sus brazos.


—Bajaste… —la voz de Tony fue apenas un susurro, pero sonreía por su presencia, mientras lo observa con ojos cristalizados.


—¿Por qué? —lo pegó más a su cuerpo al percatarse de que estaba helado aun más.


—Solo… —un pequeño estornudo lo interrumpió, por lo cual, a pesar de los brazos que lo rodeaban, se apartó —, solo quería que me acompañaras a un lugar…—lo observó fijamente, colocando una mano fría sobre la mejilla de Steve—. Acompáñame, por favor —suplicó con voz suave e intentó levantarse, pero su cuerpo casi cae nuevamente en el asfalto si Steve no lo hubiese sostenido nuevamente.  


—Vamos adentro —sin esperar respuesta, lo cargó de forma nupcial—,  después iremos a donde quieras.


Pensó en llevar a Anthony hasta su habitación, pero este se encontraba helado y muy pálido, por lo cual decidió ducharlo.


Al ser Tony incapaz de mantenerse en pie, se metió también en la regadera sin dejar de abrazarlo.


—Abre los ojos, por favor —suplicó  mientras le acariciaba el rostro—. Tony… por favor.


—Steve —sus párpados se abrieron un poco—. Lo siento. —Dijo en un susurro lastimero, mientras  algunas lágrimas salieron de sus ojos—. No me odies… por favor.


En ese momento, se sintió como la persona más horrible que existía en el universo. Anthony estaba en ese estado por su culpa… y a pesar de eso, se disculpaba.


—No, no estoy enojado contigo… jamás podría estarlo —simplemente lo dijo. Cada palabra que Tony  le había dicho dolía, pero, a pesar de que lo intentó, no pudo enojarse verdaderamente con él, y eso era lo que realmente le molestaba—. Lo siento… No volveré a dejarte.


Tony pareció estar satisfecho con aquella respuesta porque sonrió, antes de cerrar los ojos nuevamente.


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Cuando Tony abrió los ojos, no pudo evitar acurrucarse más a la fuente de calor que tenía en su espalda, dejándose llevar por la sensación de calidez que le brindaba. Cerró los ojos nuevamente, dispuesto a dormir.  Pero los recuerdos del día anterior llegaron todos a su cabeza, la mayor parte de lo que había sucedido. Bajó una de sus manos y, después de buscar sobre su propio cuerpo, encontró un brazo.


Se giró lentamente, sin salirse del abrazo que la otra persona le daba y, cuando abrió los ojos, allí estaban los ojos más hermosos que había visto observándolo.


—Lo siento —se apresuró a decir—,  estabas helado y no sabía cómo hacer que ganaras calor…— un  rubor suave apareció  sus mejillas—, juro que no vi nada o te hice algo raro —aunque había sido una tarea titánica, había desnudado y cambiado a Tony con los ojos cerrados. Sabía que era ridículo, ya que ambos eran hombres y ya lo había visto desnudo antes, pero sentía que verlo sin vestiduras era algo indebido y no se sentía capaz de poder hacerlo nuevamente sin sentir cosas que  debía olvidar.


Al finalizar su explicación, Steve intentó levantarse, creyendo que Tony se molestaría nuevamente por dormir de esa forma con él. Sin embargo, Anthony  llevó su mano hasta la del rubio, entrelazando sus dedos con los contrarios, evitando así  se levantara.


—Un poco más… Extrañaba tu olor —dijo con una sonrisa, mientras se volvía a acurrucar en el cuerpo de Steve—. Gracias por salir —cerró nuevamente los ojos cuando finalmente las extremidades contrarias volvieron a envolverlo, decidiendo dormir nuevamente antes de que lo embargaran los malestares matutinos.


Anthony estaba feliz. Finalmente podía descansar porque estaba rodeado por los brazos que jamás debieron soltarlo.


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