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Los ojos del Alma por Liesel Meninger

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Capítulo II: Sentimientos fantasmas.


Una semana. Una eterna semana había transcurrido y aún no lograba que Rogers decidiera, por cuenta propia, marcharse de la habitación. O lograr disuadir a Peggy de que lo cambiara de lugar.


Había llevado a cabo algunos de los planes, pero hasta ese momento ninguno parecía haber funcionado. O, por lo menos, no de la forma en que había esperado, ya que, a pesar de hacerle la vida miserable a Steve, no parecía querer salir de la habitación. Había incluso llegado a modificar la cerradura, dejándolo  durante la noche en el pasillo y encontrándolo, para su sorpresa, a la mañana siguiente, durmiendo recostado en la pared de la habitación. Sin embargo, su plan se vio arruinado cuando su tía cambió la cerradura y prohibió que le suministraran cualquier objeto que pudiera utilizar como herramienta.


Cuando finalmente concluyó que su plan no resultaría, decidió que necesitaba ayudada extra y, después de haber logrado canjear una llamada con un enfermero, se comunicó con Jarvis.   Pero no había resultado tan fiel como esperaba, ya que le confesó su plan a sus padres, por lo cual tuvo que eliminar esa opción.  Finalmente, había decidido llevar a cabo su último recurso, pero, lamentablemente, las cosas no habían resultado como lo esperaba…  Nuevamente por culpa de su padre.


—Anthony… —su tía se quitó las gafas, dejándolas sobre el escritorio, cuando los enfermeros lo ingresaron a su oficina—… Si sigues haciendo cosas de este tipo, tendré que ordenar que te seden la próxima vez


—No tengo la necesidad de estar en este lugar, lo sabes —se soltó del agarré de uno de los  enfermeros y le quitó  su morral al segundo—. Si firmaras mi orden de salida no tendrías estos pequeños inconvenientes


Peggy hizo un movimiento con la cabeza y los enfermeros se retiraron.


—Aceptaste  permanecer  internado hasta que pudieras recordar todos los sucesos ocurridos antes del accidente


—Pero no en estas circunstancias… Me tratan como a un prisionero  —dijo visiblemente indignado, a pesar de ser consciente de que su comportamiento lo había hecho merecedor de todas las restricciones que poseía en ese momento—. Ni siquiera he podido hablar con mi madre… Estoy seguro de que ella no aprobaría las condiciones a las que me están sometiendo


—Ella también está enojada por lo que hiciste, Anthony. Le habías prometido que te quedarías hasta que te fuera permitido salir. No comprendo en que estabas pensando cuando decidiste hackear el sistema de seguridad; en el ala C existen pacientes peligrosos, no solo pusiste tu integridad física en peligro —dijo, mirándolo de forma reprobatoria—. Si no hubiese sido por el programa que creó tu padre no hubiésemos podido restablecer el sistema


—No me dejaron opción —dijo indignado, cruzándose de brazos—. Ustedes rompieron el trato primero… Si  no me obligaran a convivir con alguien que detesto no lo hubiese hecho


—Tony…


—Ya no soporto estar en este lugar —dijo, interrumpiéndola—. He estado aquí por un mes y no he recordado absolutamente nada


—Si aceptaras mi propuesta…


—Es ridículo


—El método ha demostrado ser efectivo; estadísticamente es viable —lo miró fijamente—. Sé que te aterra recordar, pero ya no puedes seguir evitándolo


Tony dejó el moral en el piso y se sentó en una de las sillas que se encontraba frente al escritorio, observando sus pies moverse.


—Lo sé, pero… —no pudo concluir su oración. Sabía que lo que decía su tía  era cierto, pero desde que había llegado al centro, cada día, le daba más terror recordar. No quería recordar sus sentimientos y confundirse aún más


—Tony…


—Háblame sobre… él —levantó la mirada al no obtener una respuesta. Peggy simplemente lo observaba—. Te estoy pidiendo algo simple, tía Peggy. Si lo haces prometo no volver a intentar escaparme  y tratar de llevarme mejor con los demás pacientes… —respiró profundo, tratando de no reflejar desagrado por lo que diría—… incluyendo a Rogers


 Peggy bajó la pantalla del computador en el que minutos atrás trabajaba.


—Cuando intenté hablarte de él, dijiste que…


—Sé lo que dije, pero… —se pasó una mano por el rostro, tratando de encontrar las palabras correctas para continuar sin tener que decirle la verdad. A pesar de la confianza que le tenía, no quería que supiera lo que realmente le estaba sucediendo. No quería que la situación se complicara por sentir cosas que sabía no tenía permitido—. Creí que mantenerlo alejado era lo correcto… Tenía miedo de verlo y no poder reconocerlo… O no sentir todo lo que mi madre me contó  —miró nuevamente hacia abajo, observando el movimiento que realizaban sus piernas, mientras jalaba la tela de su chaqueta roja—. Creo que es injusto seguir postergando nuestro encuentro… Mi madre dice que él me ama, pero… No lo sé… Desperté hace meses y me he negado a verlo. Ni siquiera sé si es uno de los chicos que  dijeron ser  mis amigos


—¿Qué cambió?


—¿Eh? —Tony levantó la mirada, observándola, sin saber exactamente a qué se refería.


—Una semana después de que despertaste, María intentó hablarte sobre tu prometido, pero te negaste… Incluso le entregaste el anillo que, hasta entonces, había reposado en tu dedo —dijo, provocando que Tony mirara la marca que aún era visible en su dedo—. Te negaste siempre porque querías hablar con él solo cuando tu cerebro pudiera recuperar todos los momentos que viviste a su lado… Por esa razón ingresaste a este lugar, ya que tu inconsciente parece negarse a recordarlo


—No quiero seguir en una relación con alguien al cual, probablemente, jamás podré recordar. Esta situación no es justa para ninguno de los dos… Tiene derecho a rehacer su vida


—No tienes daños neurológicos. Tu amnesia es reversible —se levantó, rodeando el escritorio, y se sentó al lado de Tony—. Sé que es difícil para ti, pero no debes tomar decisiones de este tipo de forma apresurada. No lo conocí personalmente, pero la forma en que te expresabas de él… —sonrió, posando una mano sobre la mejilla del chico—… Realmente parecía que te burlabas de él, incluso que llegabas a insultarlo, pero tus ojitos jamás engañarían a nadie que te conociera, cariño.  A pesar de que no lo recuerdes lo amas… y él también lo hace


—Pero… —miró hacia abajo. Una de las razones por la cual se había negado a que le hablaran sobre su novio era el hecho de que, a pesar de que todos coincidían en que podía ser un poco indiferente con él en público, lo amaba—… en este momento no lo hago. No puedo cumplir una promesa que no recuerdo


—Aunque lo hayas olvidado, sé que aún lo amas. Solo debes recordarlo


Tony  se quedó observando sus zapatos, meditando sobre lo que realmente sentía y lo que todos, incluyendo a su tía, le decían que tenía que sentir por su novio. 


—¿Y si…—jaló un poco más la tela de su chaqueta, mientras sus piernas se empezaron a mover un poco más rápido, a pesar de que trataba de controlar la ansiedad que la situación y ese tema le generaban—…sintiera cosas por otra persona?


Peggy intentó responderle, pero de su boca no pareció poder salir ningún sonido por algunos segundos. Trataba de elegir las palabras correctas para no alterar a Tony. Era consciente de que, a veces, sus emociones como tía, enmascaraban su papel como su psiquiatra, pero quería tanto que volviera a ser el mismo chico de antaño, que no pudo negarse al pedido de María, a pesar de saber que, probablemente, terminaría olvidando muchas veces el rol que debía ejecutar. 


—En este caso es normal que situaciones como esta ocurran—dijo finalmente, logrando que Tony la observara nuevamente—. No debes sentirte culpable por ese hecho. No estás traicionándolo. Cuando estos casos se presentan, los sentimientos desaparecen cuando los pacientes recuperan sus recuerdos


—Lo siento, tía Peggy —mencionó, cuando finalmente pudo tranquilizarse.


—Prometiste no volver a hacerlo —acarició su mejilla, mientras sonreía, antes de levantarse—. Sabes que no tienes que esperar cada semana para conversar conmigo, ya sea como tu psiquiatra o tía


Se sentó nuevamente al otro lado del escritorio, antes de proseguir.


—Anthony,  ¿te gusta tu compañero de habitación?, ¿por esa razón has actuado de forma reprochable? —dijo—. Lo pregunto cómo tu psiquiatra. ¿Esa es la razón por la cual no quieres seguir compartiendo habitación con él?


—¡Por supuesto que no! —respondió inmediatamente, fingiendo  una expresión de desagrado—. Rogers es un idiota, se viste y comporta como anciano. Jamás podría fijarme en alguien como él, estoy seguro de ello… Es…—giró el rosto hacia un lado, ya que no quería que su tía siguiera sospechando—… otra persona… El médico  que me atendía, pero ya no me atrae como antes  —tomó una de las tazas que estaban sobre el escritorio y se sirvió un poco, bebiendo su contenido, tratando de calmarse e ignorar la mirada de su acompañante. Pasando por alto el hecho de que no era café, si no té.


—He de reconocer que es muy apuesto, aunque un poco mayor para ti. ¿Quieres hablar sobre él?


—No trates de desviar nuestro tema de conversación —dijo, colocando la taza sobre el pequeño plato que reposaba en el escritorio—. Necesito que me hables de, quien se supone es, mi prometido —dijo, de forma sería, indicándole que no se marcharía sin obtener respuestas.


—Bien, lo haré —dijo, mientras se colocaba nuevamente los anteojos—. Pero solo si te sometes a una hipnosis o me narras las partes de los sueños que te niegas a comentarme siempre —levantó la pantalla del computador y, mientras escribía, agregó:— Tienes hasta nuestra  próxima sesión para  pensarlo. Dependiendo de tu respuesta, abarcaremos el tema. Debes tener claro que, sin importar lo que hagas o digas, no cambiaré de opinión.


Se quedó observando a la mujer trabajar por algunos segundos, hasta que, sin más opción, se levantó, saliendo de la habitación.  Tenía que decidir si aceptar la propuesta de su tía o buscar otra forma infalible de salir de ese lugar sin la necesidad de revivir todas las escenas que le atemorizaban.


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Después de llevar sus cosas a la habitación, decidió ir a cenar, pero, inmediatamente ingresó, recordó porque había decidido utilizar esa hora para escapar. Estaba todos los pacientes de esa ala y el personal.


Después de recibir la bandeja con sus alimentos, caminó por entre las mesas, buscando un lugar, ya que, por su comportamiento, tenía prohibido salir con cualquier objeto. Pero, para su mala suerte, solo había una mesa que podía ocupar. En un rincón, estaba Steve cenado acompañado de otro paciente.


Giró en dirección al personal, encontrando a su tía en una de las mesas principales, observándole. Miró nuevamente hacia el rincón y, después de respirar profundo, se dirigió a paso firme hacia el lugar.


Colocó la bandeja sobre la mesa, esperando que Steve se percatara de su presencia, retándolo silenciosamente, cuando lo miró,  a que le pidiera que se retirara. Pero Steve le dio más importancia el cerrar la libreta que usaba. Fingiendo no darle importancia a su presencia, se sentó frente a él.  Posteriormente, empezó a comer, respondiendo, de vez en cuando, alguna pregunta que el otro paciente le realizaba.


Steve, por el contrario, simplemente movía el tenedor sin atreverse a probar bocado, tensándose aún más, cuando el tercer individuo se marchó. Tony le observaba de soslayo, notando la libreta que descansaba al lado de la bandeja del contrario, recordando que le había mencionado que le gustaba dibujar. Pero, el sonido de una bolsa abriéndose, captó su atención. Ese día habían entregado, junto a la cena, una dona a todos los pacientes, excepto a él, a modo de castigo. Y, a pesar de que sabía que Steve no tenía la culpa, lo miró de forma irascible, provocando que dejara el pequeño envoltorio nuevamente en la bandeja, como resultado de la incomodidad que le situación le generaba, y se levantó. Pero, cuando intentó tomar la bandeja, la libreta cayó al piso, abriéndose y dejando escapar una hoja.  


Los dos miraron en la misma dirección, encontrándose con la misma escena. La hoja  mostraba un retrato suyo.  Levantó la mirada, observándole, pero Steve solo estaba ahí, sin perder de vista la hoja, mientras apretaba la bandeja que aún mantenía en sus manos.


—Tú… —dio un paso hacia atrás cuando Steve finalmente lo miró. De su rostro  parecía brota sangre.


—Lo… siento… Yo  no… —ni siquiera era capaz de pronunciar una frase completa y sus manos parecían temblar. Al ser consciente de que no podría disculparse adecuadamente en ese momento, intentó recoger la hoja y marcharse, tratando de no seguir con tan bochornosa escena, pero Tony, intuyendo sus intenciones, se hincó y agarró la hoja. 


Observó por algunos segundos el dibujo y, después de mirar nuevamente a Steve, arrugó la hoja.


—¡No vuelvas a hacerlo!


Se levantó, dejando su comida, y salió del comedor. Caminando al ritmo de los latidos que su corazón emitía, sin darle mayor importancia si se tropezaba con alguien en su marcha.  Finalmente, llegó al jardín y, después de sentarse en una de las bancas, desarrugó la hoja, observando el perfecto retrato que Steve había realizado. Y, para su vergüenza, sus mejillas se ruborizaron.


—Eres un idiota —mencionó, sin saber realmente si se lo decía a Steve por hacer ese tipo de cosas ridículas, o a él por sonrojarse y emocionarse por cosas tan simples.


Cuando creyó que Steve estaría dormido, decidió regresar a su habitación. Ingresó tratando de no hacer ruido y, después de observar en la dirección que su compañero dormía, sacó de su chaqueta la hoja y la metió debajo de su almohada,  cubriendo a  la única foto que había llevado consigo.   Después, sacó de un pequeño armario una pijama azul con algunos bordados de color rojo e ingresó al baño. Pero, al regresar, notó algo que antes había pasado desapercibido ante sus ojos. En uno de los extremos de la cama había un pequeño envoltorio, l mismo que le había visto a Steve una hora atrás. Giró hacia la cama contraria y, en esa ocasión, mientras apretaba el pequeño paquete contra su pecho, confirmó que él era el idiota… Solo uno podría avergonzarse  por  de detalles  sin importancia.


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Los siguientes días, sus pesadillas se volvieron más frecuentes y, aunque su tía no le creía, estaba seguro de que se debía a que estaba en ese lugar, siendo obligado a permanecer en contra de su voluntad. Cada día eran más intensas y realistas. Sin embargo, aún no podía recordaba las escenas con claridad.  A consecuencia, había tomado el hábito de usar  pastillas, que su tía le autorizaba, para poder  descansar en las noches. Pero, en la última semana, no parecían funcionar, razón por la cual dormía pocas horas.


Sin embargo, los días de insomnio no lo molestarían si no hubiese sido por el hecho de haber escuchado, cada una de esas noches, a Steve llorar. Era un sonido muy bajo, pero podía distinguir con exactitud desde el momento en que iniciaba hasta que finalizaba, mientras él lo acompañaba silenciosamente, sin atreverse a reconfortarlo, a pesar de que deseaba hacerlo.


Algunas  noches, incluso, lo escuchaba cantar. También lo hacía en un tono muy bajo, pero lo suficientemente alto para que lo escuchara. Pero lo que lo sorprendía no era que lo hiciera, si no la canción que recitaba. No podía creer que alguien con gustos anticuados y conservadores, se supiera una canción que le agradaba. O que su voz  lo  relajara.


Al ser  finalmente  consciente de que las sensaciones que Steve le generaba no eran de desagrado, decidió alejarlo, ignorándolo. Pero él no parecía comprenderlo. Siempre lo miraba en silencio, sin atreverse a hablarle, después del incidente en el comedor. Situación que le facilitaba su cometido. O eso trababa de pensar.


Cuando estaba a solas en la habitación, observaba, por varios minutos, las dos imágenes que escondía debajo de su almohada, tratando de encontrarle sentido a los sentimientos que le embargaban.  La primera, era una fotografía tomada algunos días antes del accidente, el veinticuatro de Diciembre. Vestía un suéter rojo con bordados dorados y, en su cabeza, unas pequeñas astas de reno. Se veía feliz, pero algo parecía haberlo avergonzado, ya que sus mejillas estaban sonrojadas.


Siempre que veía esa imagen se preguntaba cual de los tres chicos que estaban a su lado había logrado que se ruborizara; cual de los tres era el hombre que antes había amado.


Bruce, Clint y Stephan, eran los tres rostros que siempre repasaba, tratando de encontrar algún recuerdo que le indicara con cuál de ellos  había mantenido una relación.  A los otros  hombres que aparecían en las fotos los descartaba, ya que sabían que tenían sus respectivas parejas.


Cuando  finalmente se cansaba de tratar de recordar, se quedaba observando el arrugado papel donde se encontraba el retrato que le había realizado Steve. E inmediatamente se daba cuenta de que no debía hacerlo, no debía mantener esa hoja maltrecha como si de un pequeño tesoro se tratase. No debía conservarla cuando era consciente de que él lograba, lo que estaba seguro, en la foto le pasaba.


Llevó una  mano a su pecho, sintiendo los pequeños latidos que se aceleraban y acompasaban, para su desgracia, siempre que pensaba en él.


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—¿Aún estas en el instituto o ya te graduaste?  —el día anterior, después de disculparse nuevamente, justificándose en el hecho de que lo dibujaba porque, de todos los pacientes, era uno de los pocos que tenia facciones armoniosas,  Steve había empezado a hablarle nuevamente, a pesar de que seguía ignorándole—. Por las ecuaciones que tenías en la libreta pude notar que eres muy inteligente… Aunque soy mayor que tú, no comprendí absolutamente nada… En el instituto los números no fueron mi fuerte —a pesar de que nunca obtenía una respuesta, siempre proseguía con su conversación unilateral, probablemente porque, en ese lugar, no tenía nada mejor que hacer. O esa era la teoría que Tony manejaba—. Había iniciado en la milicia… No lo recuerdo, pero mis amigos me hablan sobre las cosas que hacía y las que me gustaban


Cerró los ojos cuando, supuso, la conversación había finalizado por esa noche. A pesar de que jamás realizaba algún comentario, siempre lo escuchaba atentamente. Abriéndolos, después de algunos minutos, cuando una libreta cayó sobre su regazo. Giró el rostro por reflejo, encontrándose a Steve de pie frente a su cama.


—Siento… haber arruinado tu libreta de notas —dijo, casi susurrando, antes de girarse, dirigiéndose nuevamente hacia su cama—. Descansa… Anthony


Giró nuevamente hacia la pared y, después de echar un vistazo hacia atrás, asegurándose de que no era observado, abrió la libreta. Había varios dibujos de escenarios del hospital y de paisajes naturales.


—Eres un idiota, Rogers —abrazó la libreta y cerró los parpados, cediendo finalmente a sus deseos de descansar.


Esa noche, como todos los días anteriores, lo escuchó llorar. Pero, a diferencia de las noches preliminares, no pudo soportarlo.


—Cállate, Rogers, o dormirás en el pasillo —dijo con fingida irritación, logrando que se callara.


—Lo siento —mencionó, después de algunos segundos, con un tono aún más grave—. No puedo evitarlo


Tony se giró despacio, tratando de no hacer ruido, distinguiendo su figura en la oscuridad. Y nuevamente, sin poder evitarlo, habló, a pesar de que solo había pretendido observarlo en silencio.


—¿Por qué lloras? —quiso ahogarse con su almohada, mientras se repetía que a  él no le debía  importarle nada que tuviera que ver  con Rogers. Pero, antes de que pudiera retractase, Steve le respondió.


—No lo sé… No recuerdo absolutamente nada —dijo—. Cuando desperté no sabía ni siquiera mi nombre… Me explicaron que algunas zonas de mi cerebro se habían visto seriamente afectadas… Con terapias pude recuperarme físicamente, pero… jamás podré  recuperar  mi vida anterior. Sin embargo, existe algo de esa vida que no puedo olvidar totalmente… Lo paradójico es que tampoco podré recordarlo jamás


Apretó la sabana que lo cubría aún más a su cuerpo. No le gustaba lo que escuchaba y, la tristeza con la que Steve hablaba, lo acongojaba.


—¿Por qué lloras tú? —preguntó Steve, después de permanecer por casi un minuto en silencio—. Aunque lo haces muy bajo, siempre te escucho —dijo, evitando  cualquier replica por parte del contrario.


Tony, sintiéndose descubierto, se cubrió totalmente con la sabana, como si con esa acción pudiese desaparecer, o protegerse de los ojos de él.   Pero, cuando Steve creyó que jamás le respondería, su voz rompió el silencio.


—Tampoco lo sé —dijo finalmente. Y aunque no quiso que su voz sonara melancólica, no pudo evitarlo. Y, mientras la sensación de tener un nudo en la garganta se acrecentaba,  afianzó más fuerte la libreta que aún mantenía  contra su pecho.


Nuevamente  esa noche Steve cantó aquella canción. Y aunque quiso ignorarlo, no pudo hacerlo. Como todas las noches la escuchó hasta que se durmió. Y esa noche, precisamente, se percató de que solo cantaba cuando notaba que él lloraba.


Esa noche, a pesar de haber podido descansar más horas,  tuvo otra horrible pesadilla. La peor de todas.


—No puedes dejarme. Lo prometiste —dijo, aún dormido, entre sollozos, aferrándose al cuerpo que descansaba a su lado.


—Jamás podría hacerlo  —aquella voz, en la lejanía, lo reconfortó.


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La luz que entraba por la ventana lo obligó a abrir los ojos, pero los cerró nuevamente, tratando de aferrarse a la sensación de calidez que le invadía. La noche anterior, después de la pesadilla, había podido descansar de todas las imágenes que lo atormentaban, por esa razón,  pesar de verse obligado a despertar, se rehusaba a hacerlo. El suave latido debajo de su oreja le hacía una tentadora invitación a seguir en su posición. Pero su almohada se movió un poco, mientras  su sabana le acariciaba suavemente a la altura de la cintura, provocándole un escalofrió.


Frunció el ceño, sin abrir los ojos, recordando  el hecho de que las almohadas no emitían latidos,  se movían o emitían calor, y las sabanas no se movían sobre el cuerpo que cubrían. Abrió los ojos, percatándose de que lo que estaba debajo de él era un cuerpo y lo que acariciaba su  perfil  era una mano, que se unía a un brazo mucho más grueso que los suyos. En reflejo, trató de  levantarse pero los brazos que apresaban su cuerpo no se lo permitieron.  Intentó calmarse, no queriendo  ser presa del pánico,  pero cuando escuchó una serie de, a su parecer, ronroneos y gemidos, mientras olfateaban su cabello y la mano seguía bajando por el costado de su cuerpo, eliminando el pequeño espacio que aún quedaba entre sus cuerpos, el pavor se apoderó de su cuerpo, provocando que gritara sin pensarlo.


—¿¡Qué demonios crees que haces!? —el contrario se sobresaltó, por lo cual abrió los ojos, mirando alrededor algo desorientado—. ¿¡Qué pensabas hacerme!? —aprovechando  el estado de Steve,  se soltó, tomando una almohada con la cual empezó a pegarle—. ¡Responde, degenerado!


—Espera, yo…


—¿¡Qué me hiciste!?¡Maldito enfermo! —Steve intentaba justificarse, pero Tony no se lo permitía—. ¡Intentabas…! —le lanzó la almohada y se giró, buscando un objeto con el que pudiera defenderse—. ¡Anciano degenerado! —agarró una caja de lápices que encontró en la mesita de noche y se la lanzó, logrando darle en la frente—. ¡Si me hiciste algo juro qué…!


—¡Basta! —en un rápido movimiento Steve le quitó  almohada, que nuevamente había tomado, lanzándose hacia él y apresándolo bajo su cuerpo, silenciándolo por la forma extrañamente agresiva en la que actuaba—. ¿¡Podrías dejar de ser un maldito histérico por  lo  menos cinco segundos!? —Tony intentó responderle, pero se vio incapaz de hacerlo—.  Esta es mi cama. No sé en qué momento te pasaste para aquí… Si alguien quiso aprovecharse fuiste tú. Fuiste quien me buscó


Miró alrededor, comprobando que Steve le decía la verdad. Pero, saber que él lo había  buscado, lo altero más y, cuando finalmente la mirada de Steve empezó a suavizarse, pudo hablar.


—No sé como sucedió, pero estoy seguro de  que es tu culpa —intentó liberarse del agarre, pero no pudo hacerlo—. ¿Qué  estás haciendo? —intentó levantarse, pero Steve no se movió—. Suéltame —empezó a moverse, tratando de soltarse, pero su fuerza era inferior.


—No lo haré —dijo, con una calma que le erizó la piel. Se veía y comportaba de una forma totalmente diferente a como lo hacía  normalmente.  Su olor, incluso, era ligeramente diferente.


—¡He dicho que me sueltes, idiota! —trató de mostrarse sereno, pero su cercanía le perturbaba.


—No —Steve acercó  su rostro hasta casi rozar sus narices—. Responde antes ¿qué tienes en mi contra?


Tony, a pesar de saber que sería en vano, intentó soltarse nuevamente. El olor de Steve lo estaba afectando.


—¡Rogers, aléjate! —pero esta vez Steve ni siquiera se inmutó ante la orden, por lo cual, sin más remedio, cambió el tono con el cual se expresaba—. Suéltame… Tienes que hacerlo… por favor —pidió finalmente, en un tono  suplicante, cerrando los ojos. 


—Responde, ahora, Anthony


Su voz. El tono que había utilizado para mencionar  su nombre había sido suficiente para que una sensación sofocante  lo  envolviera, por lo cual, tratando de alejarlo, dijo lo primero que se le ocurrió.


—¡No te soporto! —giró su rostro hacia un lado, intentando no percibir directamente su olor—. ¡Odio tu voz, tus ojos… Tu olor me desagrada!. ¡Yo…! —no soportaba que él estuviera tan cerca. Su corazón parecía querer  escapar  de su cuerpo… Su cuerpo… Se suponía que todavía no era el momento, pero empezaba a  temblar—, ¡te odio!¡Tu sola presencia me irrita!


Como en cámara lenta, la expresión de Steve se transformó, reflejando lo mucho que aquellas palabras lo habían sorprendido y dolido. El agarre que mantenía se disolvió lentamente, pero ninguno de los dos se movió.


—Lo siento… Hablare con la doctora Carter hoy mismo —intentó apartarse, pero el cuerpo de Tony instintivamente se movió, reteniéndolo por un brazo. Giró hacia él, percatándose de la irregularidad en el ritmo de su respiración y del rubor que empezaba a esparcirse por todo su rostro—. ¿Estas…? —Intentó alejarse cuando fue consciente de lo que estaba sucediendo, sintiéndose culpable  al  pensar que probablemente lo había ocasionado, al enojarse, sin proponérselo. Pero Tony se aferró a su brazo con todas sus fuerzas, lacerándole la piel con las uñas.


—No… —no comprendía por qué razón pasaba, pero de sus ojos empezaron a salir lágrimas—. Nunca me hagas caso… No me dejes —no era consciente de lo que decía o hacia—. No te atrevas a dejarme —sintió una mano acariciar el área de su mejilla por donde corrían sus lágrimas y, antes de que Steve pudiera decir algo, se irguió y unió sus labios,  llevándolo, cuando finalmente se rindió,  consigo a la cama, entregándose en ese beso como si su vida dependiera de ello.


Y lo sintió.


Steve también fue consciente de ello.


Todo  aquel  remolino de emociones y sensaciones sentía que ya las había vivido y sentido. Todas esas sensaciones las había añorado, sin ser totalmente consciente de ese hecho. Eran tantas emociones las que lo embargaron que, a pesar de que todas le agradaban, también lo asustaban. Pero la sensación de calor que se arremolinaba en sus entrañas enmascaraba totalmente todas las sensaciones que lo atemorizaban.


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