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Las puertas que no deben abrirse, no pueden cerrarse por BocaDeSerpiente

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Notas del capitulo:

Atención a los saltos en el tiempo.

"La Bestia del sueño…"

James era un bebé encantador. Risueño, juguetón, con la piel de un tono rosáceo permanente, los ojos más grises, brillantes y curiosos del mundo, y una mata de cabello negro, imposible de domar, cortar o disimular de algún modo. Los Weasley lo amaban, Narcissa Malfoy lo amaba. No creía que hubiese una persona en el mundo capaz de no quererlo después de que hubiese capturado uno de sus dedos, se riese, y lo viese hacer burbujas de saliva o redescubrir (descubrimiento que hacía a diario, por cierto) que tenía una nariz, hecho por el que luego se pasaba un rato tocándose la cara y riéndose de sí mismo.

Sí, James era un bebé adorable. Excepto cuando se despertaba.

Draco decía que era la sangre Black, un resto de los antepasados mágicos, que sólo se tornaba más fuerte debido a que la mitad de su herencia provenía de un mestizo, lo que no solía ocurrir en la familia. Él nunca lo había visto en acción, porque cada vez que llegaba en la mañana al cuarto de James, su hijo ya se removía entre los brazos de Draco, contento, y listo para otro día de travesuras que le harían pensar que los iba a enloquecer antes de llegar a la adolescencia.

Ese día, en uno de los momentos en que se decía que debía ser un buen esposo, dejó a Draco dormir más, se deslizó fuera de la cama de forma sigilosa, digna de un Auror de la mejor categoría, y lo arropó sin moverlo. Salió del cuarto sin hacer ruido y se fue a hacer un café, y alrededor de cinco minutos más tarde, se le ocurrió pasar por el cuarto de su hijo, un espacio todavía demasiado grande para la cuna mágica, que se mecía de lado a lado por sí misma; Draco había insistido en que necesitaba aprender a dormir en su propia habitación, a pesar de que tenía sólo año y medio y Harry se sentía mal de dejarlo ahí, pero él no mostraba signos de ser afectado, y si tenían pensado tener otro hijo, era cierto que lo mejor sería que James, como el mayor, pudiese dormir solo.

Harry se aproximó a la cuna y se apoyó sobre uno de los bordes de la barandilla, lo que detuvo el movimiento perpetuo hasta entonces. El bebé estaba en medio de un montón de cobijas de diferentes grosores y peluches, obsequios de amigos y familia. Dormía con la boca abierta, una de las pequeñas manos aferraba la oreja de un conejo rojo oscuro, que George le regaló diciendo que parecía un Weasley y eso haría al niño más Weasley y menos Malfoy.

Estaba fascinado, preguntándose, como de costumbre, si no sería imposible que ese tierno ser llevase su sangre. Por supuesto que no, se decía luego, nada más tenía que ver su cabello, bajo los efectos Potter, y el tono tostado que la piel adquiría de a poco, tras los paseos a media mañana en que lo exponían a algo de luz solar.

Después James abrió los ojos.

Lo siguiente que supo fue que hubo un sollozo aturdidor, agudo, y él salía despedido hacia una de las paredes. Sintió el impacto en la espalda, el latigazo de dolor, y luego se deslizaba hasta el piso, sin tener idea de lo que acababa de pasar.

James lloraba con fuerza, los estantes recién instalados se sacudían, amenazando con desprenderse de donde los tenían empotrados, y la lámpara pegada al techo parecía a punto de soltarse. Un momento más tarde, Draco entraba corriendo al cuarto, amarrándose la cinta de una bata, y no le dirigía ni una mirada, hasta después de tomar al bebé en brazos.

Por un instante, creyó que la oleada de magia también lo iba a golpear. Después los sollozos se convirtieron en ruidos bajos y lastimeros, se quedó sin lágrimas, y Draco se balanceaba de lado a lado, y en giros, en una especie de vals que se asemejaba al movimiento de la cuna mágica.

—…mira que ya amaneció, hoy los pajaritos cantan. La luna ya se durmió…

Cuando terminó de tararear, James emitía risas y gorjeos, e intentaba capturar la cadena de plata de Draco, en que llevaba una placa rectangular con el nombre de Harry y la fecha de la boda.

Su esposo le dirigió una mirada desagradable en cuanto el bebé se calmó. Él tragó en seco.

—Yo- yo no hice…nada…—Alzó las manos, en señal de paz. Draco bufó.

—No, eso es obvio. Recoge la lámpara, Jaimie y yo vamos a comer —Se cambió de posición al niño, dejándolo recargado sobre un hombro y el pecho, y lidió con los tirones de cabello que le daba, al salir del cuarto. Harry se quedó con las palabras en la boca, dispuesto a preguntar qué iba a recoger, cuando la lámpara cayó sobre la cuna con un estruendo, apenas se perdieron por el pasillo.

Se prometió que no volvería a dudar de la palabra de los Malfoy, por muy loco que le pareciera lo que le explicaban.


"La Bestia del hambre…"

—¡Tenemos hambre! —Guiaba Cissy, con un golpeteo sin ritmo en el borde de la mesa.

—¡Queremos comer! —Entonaron sus hermanos, imitándola.

Harry sentía que los párpados le pesaban. Arrastró los pies, y uno a uno, subió a sus hijos a las sillas de seguridad mágica para bebés, mientras disimulaba bostezos y se tallaba los ojos. No tendría que haberse quedado hasta tan tarde con Draco, si sabía que ese era el resultado.

—¡Tenemos hambre!

—¡Queremos comer!

—¡Tenemos hambre!

—¡Queremos comer!

Puso la olla sobre la hornilla, le dio un toque en el costado con la varita, y aguardó. Sabía que Draco se enojaría por darles lo que no era, ya se lo había dicho varias veces; James estaba listo para sólidos en pequeñas cantidades, si lo vigilaba bien, Cissy todavía necesitaba comida suave y papillas, ¿a Lily le estaban creciendo los dientes? ¿O era al revés?

Sacudió la cabeza. Tenía sueño y Draco lo reprendería, ¿qué podía hacer peor esa mañana?

Cuando escuchó los pasos apresurados que se acercaban, supo que se avecinaba otro problema.

Draco llevaba una túnica, que no se parecía en nada a la ropa que usaba en casa, cuando apareció por el umbral del comedor. Besó las cabezas de los niños, susurró algunas palabras para ellos, y se acercó a Harry en un torbellino de movimiento y un revoloteo de tela.

—Ya me voy —Presionó un beso en sus labios, que sólo lo dejó más atontado, y como si le hubiese leído el pensamiento, comenzó a enumerar y señalar los envases que tenía a un lado—. Jaimie puede comer sólidos, Cissy necesita el suplemento vitamínico en el jugo, Hermione dice que aquel viene con un hechizo, para que a Lily le duelan menos las encías. Encárgate. Te amo.

Y salió con la misma velocidad. A Harry, que se quedó parado en el comedor, observando el punto donde se alejó con la boca abierta, le llevó un momento recordar que le había dicho algo sobre una emergencia en la botica e ir a primera hora de la mañana.

—¿Papi? —La voz de Lily lo sacó de su ensoñación. Parpadeó, se preparó para continuar con el desayuno, y sólo se detuvo cuando ella volvió a llamarlo.

Al girarse, notó que James había bajado de la silla con dificultad, y Lily batallaba por hacer lo mismo, sosteniéndose del borde y estirando las piernas, pero temerosa de caer, ya que no alcanzaba el suelo. Se acercó para ayudarla a bajar y alternó la mirada entre uno y el otro.

—¿Qué pasa? ¿Por qué bajan? ¿No…?

Lily se abrazó a una de sus piernas y señaló hacia atrás. James se pegó a él, del otro lado.

Una fracción de segundo después, la mesa volaba hacia el otro lado de la cocina, se estrellaba con la pared y caía. Y en la silla, balanceando los pies y con un puchero, Cissy lo observaba ceñuda.

—¿Ci-Cissy? —Por reflejo, abrazó más a los otros dos niños, en caso de que algo más saliese volando.

—Te-Tengo hambre —Y la pequeña comenzó a llorar.

¿Es que todos sus hijos estaban afectados por la porción de sangre Black?


"Y luego está Lily"

Parecía que, por suerte, Lily no lo estaba.

Era la menor, así que si hubiese alguien que recibía una mayor cantidad de mimos, probablemente, fuese ella. Solía tener un permanente buen humor, curiosidad, y asustarse por las cosas más extrañas, como una rama que golpeaba la ventana de noche o el excusado, en lugar de tener miedo por el ghoul en La Madriguera, o uno de los dragones miniatura de Louis, que no escupían fuego y necesitaban de un permiso del Ministerio para criarlos; al ghoul, quería tocarle el pelaje, y al dragón miniatura, abrazarlo.

Draco decía que era preocupante que fuese tan manipulable e intentaba fomentarle un carácter más fuerte. Harry, tal vez, lo arruinaba al consentirla siempre que podía y restarle importancia, pensando que apenas tenía tres años, y una niña no necesitaba carácter a esa edad.

Ambos estaban equivocados. Terriblemente equivocados.

Cuando Harry estuvo acorralado en el cuarto de las niñas, bajo tres miradas de idéntica regañina lo supo. Lily decidió que quería jugar a la fiesta de té, y estaban instalados en una mesa baja, llena de objetos rosa pastel y bocadillos comprados a unas calles; Draco estaba sentado en un cojín, Cissy compartía una manta con su hermana, e incluso James, alejado de su escoba de juguete, estaba ahí, bebiéndose su respectiva taza de té.

Él estaba cansado, después de una tarde arrastrado por Ron de un lado al otro, en busca de un regalo apropiado de San Valentín para su esposa. Sólo había dicho que quería descansar.

No esperaba que Draco lo mirase como si fuese a maldecirlo por negarse a la petición, ni que Cissy y James se cruzaran de brazos pocos después. Lily tenía un puchero y los ojos llorosos, y gimoteaba acerca de que "papi" no quería jugar con ellos.

Si hubiese sido Narcissa, o incluso James, habría pensado que era una jugada para ponerlos en su contra y que aceptase. El problema era que, tratándose de Lily, decía justo lo que pensaba y todos lo sabían.

Y de pronto, Harry entendía que Lily poseía algo mucho, mucho peor que el carácter, porque tenía dos hermanos mayores, protectores, a los que esto les sobraba a tan temprana edad.

¿Y quién era el que la consentía entonces, eh?


"Dile a Draco. Siempre, dile a Draco…"

—¿…le vas a decir que me avise apenas llegue?

Harry emitió un sonido afirmativo y vago. Estaba inclinado sobre un conjunto de cuartillas, en el escritorio, porque necesitaba terminar la primera, que dejó para el final al no recordar lo que decía.

Esa era la noche en que el Harry de quince años viajaba hacia allí. Lo sabía, lo sentía en el aire. Estaba en esa edad, llevaba la vida que observó cuando fue su turno de viajar, y desde hacia una semanas que se ocupaba de recopilar algunos datos, justo como el otro Harry adulto hizo para él en un tiempo diferente. Era un círculo interminable, si quería que saliese bien.

Y él lo quería.

—Cuando yo viajé, el Harry adulto intentó que lo disimulara…—Se interrumpió con un bufido de Draco, y tuvo que encogerse de hombros. Ambos sabían que no era bueno para eso.

Draco era consciente de lo que ocurriría, mas no podía asegurarle en qué momento lo haría. Le habló del viaje hace mucho, incluso antes de casarse, con detalle, y justo en ese momento, lo rodeaba con los brazos y se recargaba en su espalda, leyendo con atención lo que escribía por encima de su hombro, como había hecho con el resto. Él había añadido detalles que nunca se le hubiesen pasado por la cabeza, en caso de que la situación no fuese la misma para el Harry joven que iba hacia allí, porque no sabían bien cómo funcionaba todo aquello.

—A él le irá mejor si te lo dice a ti —Sentenció, convencido de que podía dejarle el resto a su esposo.

—Olvidas que, a los quince años, tú no habrías confiado en nada de lo que yo hubiese dicho, adulto o no, viaje en el tiempo o no.

—Tendrá que confiar. Yo lo hice, ¿no? Mira qué bien resultó —Le sujetó los brazos, para que le dejase espacio suficiente para girarse y levantarse, y después fue su turno de rodearlo, además de reclamarle los besos que se merecía por organizar todo aquello con tiempo, y por el período de dos días que no podría besarlo. Una verdadera tortura, si le preguntaban.

Sí, estaba seguro de que funcionaría. Su versión joven terminaría por ver en Draco y los niños, lo mismo que él veía a diario.

Si algo sabía Harry, era que una vez que hubiese abierto esa puerta en el Departamento de Misterios, no podría cerrarla. Nunca ignoraría las posibilidades que le presentó.

Y eso le aseguraba que siempre terminaría con su familia, justo como debía ser.


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