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Las puertas que no deben abrirse, no pueden cerrarse por BocaDeSerpiente

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"Si Draco se entera…"

Era de noche ya. Hermione se marchó cuando les dijo que iban por Rose y Hugo para cenar, porque estaban en casa de su abuela, y Ron tiró de las mejillas de James, hasta que su esposa lo regañó para hacer que la siguiese.

Malfoy le había dicho que él se encargaba de la cena, si distraía a los niños. Lily los instó a jugar charadas mágicas, y aunque él no entendió gran cosa, quedó en primer lugar junto a Cissy, y terminó chocando los cinco con su hija mayor. Por el umbral que daba a la cocina, podía divisar cacerolas que levitaban, cucharones que se movían solos; por supuesto que usarían magia en las tareas, se recordó, eran adultos ahí.

La imagen se le hizo tan similar a la que daba la señora Weasley, que tuvo que contener la risa al ser consciente de que acababa de ver a Draco Malfoy, acaudalado sangrepura, echándose el cabello hacia atrás para inclinarse sobre una estufa y comprobar su estado, dándole golpes sin fuerza con la punta de la varita, para llevarlo a la temperatura adecuada.

Cenaron en el sofá, en un enredo de extremidades, cubiertos y porciones, con Lily en su regazo, Cissy en medio de ambos, y James en una silla que arrastró frente a ellos, peleándose por un emparedado de calabaza con su hermana, hasta que Draco rodó los ojos y lo picó en dos, dándole una a cada uno.

—¿Qué les he dicho sobre pelear en la hora de comida? Es válido incluso si no estamos en la mesa —Aclaró, con una mirada dirigida a Cissy, que la hizo sonreír de lado, y dejaba en claro que era el punto que ella estaba por rebatir cuando lo mencionó.

Cuando terminaron, un par de besos y un tono demasiado suave para que fuese justo usarlo en una petición, hicieron a Harry derretirse contra su voluntad y aceptar recoger y limpiar por Malfoy, que sonrió altivo y se llevó a los niños arriba, indicándoles quién se bañaba primero, quién se cepillaba los dientes, y dónde estaban las pijamas.

Quizás porque no tenían prisa alguna, no se formaba el mismo desastre que durante la mañana. Harry iba de un lado a otro, arrastrado por los impulsos de su versión adulta y la rutina a la que tendría que estar acostumbrado.

Que Lily no tenía su gorrito rosa para mantener el cabello seco en la ducha, pero no quería utilizar el violeta de Cissy ni el verde de James, sino el azul de Draco. Que Cissy no sabía deshacer su trenza sola. Que James no encontraba la parte de arriba del pijama, cuando se suponía que estaba doblado pulcramente en la peinadora. Que Lily -de nuevo-, le pedía que revisase si había un ghoul en el armario, porque por culpa de Ron y una historia que le contó, ahora tenía miedo de que hubiese uno y tuviese mucho calor o estuviese encerrado y necesitase ayuda.

—Voy a tener una seria conversación con Weasley —Escuchó mascullar a Malfoy, cuando estaba metido dentro del armario, y Harry se encargaba de dar vueltas alrededor y tocar el mueble con la varita, fingiendo un conjuro, bajo la atenta mirada de su hija menor—, es la quinta vez que le mete esas ideas en la cabeza. La otra semana seguro me preguntará si el monstruo del Lago Ness se atoró en el inodoro.

Tuvo que apretar los labios para no reírse, porque debía parecer que trabajaba, por Lily. No iba a arruinar sus fantasías de ese modo, y para su sorpresa, Draco tampoco pensaba hacerlo.

—¿Y tú qué le vas a decir?

—Que a Nessi lo soltamos en mar abierto hace tiempo —Replicó, en un tono de obviedad que causó que lo observase boquiabierto, cuando se asomó por un costado del armario con una sonrisa y un guiño.

Antes de darse cuenta, se estaba riendo, mientras Malfoy protestaba de forma exagerada sobre los monstruos de niños, las criaturas mágicas, y la mala costumbre que tenían de usar los armarios de los niños pequeños. Ambos recibieron cumplidos y abrazos de Lily cuando terminaron.

Cuando creyó que era la hora de enviarlos a dormir, se dio cuenta de que James también había entrado al cuarto de las niñas, y Draco se subía a una de las camas, con una floritura de varita que sólo pudo reconocer como un Accio.

—¿Papi? —Lily, tras subirse al colchón también, con la ayuda de su hermana, estiró los brazos en su dirección e hizo un puchero— ¿no vienes?

Y así fue cómo Harry terminó en medio de ese peculiar grupo. Malfoy le entregó el libro, se recostó entre el mar de almohadas y peluche, y le 'recordó' la parte en que se habían quedado 'la última vez'. ¿Aquello era recurrente?

Para el momento en que abrió el libro de cuentos -de los que nunca había oído hablar-, Cissy estaba acostada, con la cabeza apoyada contra el estómago de su padre, y las piernas encima de las de James, que también estaba tumbado en el colchón. Harry estaba sentado junto a él, y Lily se había hecho un espacio en su regazo, deslizándose bajo el libro, para apoyar la espalda contra su pecho.

—…papi —Interrumpió, tan pronto como empezaba a leer, y bajó la cabeza un poco, para encontrarse con que su hija había levantado la suya y aun hacía pucheros—, ¿y las voces? Tienes que hacer las voces del señor Beedle, o no es el señor Beedle.

Miró alrededor en busca de auxilio. Draco arqueó una ceja hacia él, Cissy estaba distraída susurrándole algo. Fue James quien captó su atención con un gesto.

—El señor Beedle tiene gripe en ese capítulo —Indicó, luego girándose hacia los otros dos para decirles "papá siempre tan distraído", haciendo reír a sus hermanas.

Sin que los demás se percatasen, musitó un agradecimiento sin sonido para el niño, que se encogió de hombros y se abrazó a su padre, para, igual que las niñas, oír la historia, a la que le añadió una voz que pretendía imitar el tono de alguien resfriado.

Cuando terminó el capítulo, Lily cabeceaba contra él, y aplaudió despacio, dejándose mover y recostar. Le besó la frente al arroparla. Malfoy, a su vez, alzaba a Cissy, que bostezaba, con un leviosa, transportándola a la otra cama, donde le acarició la cabeza y le deseó buenas noches.

James, que tenía los párpados pesados y no dejaba de tallárselos, permaneció sentado en una orilla de la cama, hasta que su padre se desocupó, le tomó la mano y lo guio hacia su propio cuarto. Escuchó los murmullos de sus voces cuando se alejaban conversando por el pasillo y se perdieron dentro de otra habitación.

Harry, con un suspiro de puro alivio por no haber sido descubierto -otra vez-, dejó el libro en una de las mesas de noche de las niñas, y se dispuso a caminar hacia su propio cuarto. Quizás no debió celebrar tan pronto haber superado el día.

Un rato más tarde, Malfoy entró, llevándose un dedo a los labios para indicarle que se mantuviese callado, y cerró la puerta sin hacer el más mínimo ruido; apenas pudo distinguir el breve destello de magia que producía, como si tuviese un encantamiento de cerradura o protección de algún tipo. Apartó la vista de golpe, sin embargo, cuando el hombre empezó a desabotonarse la camisa, de camino al armario, de donde supuso que sacaría la pijama.

Oh, no, él tenía sus límites. No pensaba ver a este Malfoy medio desnudo, porque con la mala suerte que tenía, posiblemente después fuese lo único en lo que iba a pensar al encontrarse con el otro Malfoy. Y no, en definitiva, no tenía planeado tener esa imagen dentro de su cabeza, no la necesitaba, muchas gracias.

A él, y al universo mismo, por supuesto, no le importó demasiado la opinión que Harry pudiese tener al respecto.

—¿Y bien? —Le oyó decir, luego de un momento de silencio, que sólo se rompió por el débil rechinido de la puerta del armario y algunos roces de tela— ¿me vas a decir o no?

—¿Decirte qué? —Por reflejo, había girado el rostro para contestar, arrepintiéndose al instante.

Harry se echó hacia atrás, cayendo de espaldas sobre la cama, y se llevó una mano a la boca para no hacer ningún ruido que lo delatase más de lo que ya lo había hecho de por sí. No vi nada, no vi nada, se dijo. Prefirió quedarse con los ojos puestos en el techo, por muy extraño que pudiese ser (porque lo era, ¿cierto?), que crearse algún trauma innecesario con su rival del colegio.

Podía escuchar la ropa desplazándose, siendo doblada, otro rechinido de la puerta. Aquello no contribuía a disminuir los cosquilleos a los que era sometido, por reacción de su versión adulta. Carraspeó e intentó concentrarse en otro asunto, el que fuese, que evitase que su piel se empezase a calentar con una emoción burbujeante que le daba ganas de permanecer justo ahí.

Ojalá alguien hubiese podido decirle que no era lo que él temía que fuese, porque saber que sintió eso, con Malfoy a unos metros de distancia, era más de lo que podía soportar. Psicológicamente hablando, al menos.

—Has tenido algo todo el día —Le replicó, en un tono que no sonaba a pregunta, sino a una afirmación muy bien considerada—. Sabes que no me gusta presionarte, Merlín me libre de ser una pareja insistente con estas cosas, pero se me hace raro que no me hayas dicho. Normalmente, ya me habrías contado.

Harry no encontró qué contestarle. ¿Era momento de una excusa, quizás? ¿Inventarse una historia? ¿Algo como eso?

—No- no es na…

Era perfectamente consciente de que se interrumpió por un sonido muy poco digno, que de ser posible, prefería no volver a hacer por el resto de su vida. El ardor en el rostro no era consecuencia de su versión adulta, sino enteramente suyo.

Se forzó a tomar una profunda bocanada de aire, al tiempo que el peso repentino en su regazo, se movía para dar con una postura que debía convencerlo. Parpadeó hacia Malfoy, que se había acercado de una forma demasiado sigilosa para ser justa, y se sentó a horcajadas sobre él, ahora en una de esas pijamas de seda que le quedaban a la medida.

Y sí, iba a necesitar un Obliviate si quería volver a toparse con el Malfoy de su época, sin enterrar el rostro entre las manos o salir corriendo.

—¿Entonces? —Continuó, inclinándose hacia adelante para acercarse. Le acomodaba los brazos, flexionados, a la altura del pecho, cómodamente recostado encima de su cuerpo, y Harry intentaba, en serio intentaba, no ver la franja de piel que se exponía en el cuello de su pijama, que hacía estallar demasiado calor e inquietud de su versión adulta, y cosas alegres y unas demasiado perturbadoras para relacionarlas a Malfoy—. ¿Harry?

Murmuró su nombre, demasiado bajo, demasiado suave. Y lo único que atinó a hacer fue removerse, igual que alguien que es aplastado por una fuerza superior a cualquier cosa que pudiese hacer. Era una buena forma de describir lo que sentía.

Malfoy, con el ceño fruncido en una expresión leve, de preocupación, diferente de cualquiera que le hubiese visto a su versión adolescente alguna vez, intentó acercarse más para quedar en su campo de visión, mientras él batallaba por evitarlo. Le pareció que estaba a punto de decir algo más.

Entró en pánico. Lo siguiente que sabría es que lo había empujado a un lado y se arrastró lejos, y en un parpadeo, se caía de la cama con un ruido sordo y un latigazo de dolor por todo el cuerpo, y Malfoy estaba derribado en el colchón, sentándose con los ojos muy abiertos y confundidos puestos en él.

—¿Harry? —Titubeó, haciendo ademán de aproximarse desde la cama. Él balbuceó algo, que pretendía ser una explicación, y trastabilló al ponerse de pie.

Lo escuchó llamarlo cuando echó a correr hacia el baño, la puerta cerrándose con un azote detrás de él. Presionó la espalda contra esta, asegurándose de que estuviese bien cerrada, y se dedicó a inhalar con fuerza durante varios segundos, a la vez que se deslizaba hacia abajo, hasta quedar sentado.

Por Merlín, ¿qué era todo eso?

Harry, literalmente, temblaba. Estaba hecho un desastre de colisiones emocionales y sensitivas, impulsos que debía refrenar porque cada mínimo sonido de Malfoy, al otro lado de la puerta, hacía que estuviese a punto de ceder a lo que fuese.

Quería reír, y quería abrazarlo, y quería que le siguiese hablando, y a su mente volvía la vista desde debajo de Draco, acomodándose en su regazo y llamándolo con voz tersa. También quería correr, esconderse, volver a su tiempo, gritar. Sentimientos contradictorios se superponían, hasta el punto en que ya no estaba muy seguro de qué era suyo, qué era del otro Harry, qué compartían.

Apoyó la cabeza en la puerta, apretó los párpados, y esperó. Sus lentas inhalaciones y exhalaciones por la nariz, apenas eran interrumpidas cuando había movimiento más allá, en el cuarto, y unos nudillos le daban suaves toques a la superficie de madera, haciéndolo retorcerse en un estallido de anhelo y desesperación del que tampoco distinguía nada.

—¿Harry? ¿Estás bien? —La voz le temblaba al final, una punzada de lo que sólo pudo llamar remordimiento se le acrecentó en el pecho con fuerza—. Si hay algo…si pasa algo…sabes que puedes decirme, ¿cierto?

No, no puedo.

No se imaginaba diciéndole un "sí, Malfoy, lo que pasa es que soy el Harry veinte años menor que tu esposo, no tengo idea de qué sucedió, llegué aquí por error y ahora tampoco sé regresar. Ah, por cierto, se supone que te odio, pero desde hace poco ya no estoy tan seguro ni siquiera de eso."

Oh, no. ¿Acababa de admitir que no estaba seguro de odiarlo?

Estaba enloqueciendo. Definitivamente estaba enloqueciendo. Iba a pedir un Obliviate apenas viese a su amiga, y tal vez necesitase más que eso.

Malfoy continuó llamándolo y pidiéndole que saliese, en voz suave. Pidiéndole, sin la pedantería obvia de creerse mejor que él o con la capacidad de darle órdenes. Incluso con lo que ya había visto, se sintió sorprendido.

Después de largo rato de ignorarlo, minutos completos que no paraban de transcurrir, el silencio reinó, y Harry se permitió cavilar un poco, hasta llegar a la conclusión de que no tenía idea de qué haría todavía. Luego de darle vueltas y vueltas, y más vueltas, a la situación, se enderezó, llevándose las manos a los bolsillos para buscar el fajo de papeles del otro Harry, sólo para descubrir que no estaban.

Que debían habérsele salido cuando se cayó.

Fue como si hubiesen presionado un interruptor dentro de él. Músculo a músculo, su cuerpo se tensó, y contuvo la respiración, preguntándose qué tan probable era, preocupado como Malfoy sonaba (¡Malfoy preocupado por él, ya de por sí era una muestra de esta locura!), que hubiese dado con las indicaciones, y aún más, que él saliese, las alcanzase y pudiese escabullirse fuera de su campo de visión, antes de que lo encontrase. No tenía ninguna excusa que sonase creíble para lo que acababa de ocurrir, la situación era la misma en líneas generales.

Pero era un Gryffindor, ¿no? Coraje y todo eso, se supone que tenía mucho de ello. E impulsividad. ¿No era siempre impulsivo? Sólo iría, lo tomaría y resolvería sobre la marcha.

Se puso de pie de un salto, convencido de que la nueva resolución a la que había llegado era la mejor y la única opción, y ya que no se oía ni el menor sonido procedente del cuarto, abrió la puerta sin cuidado.

Y sólo dio un paso fuera cuando se topó con ojos de gris acero, entrecerrados en su dirección. El pensamiento de emprender la retirada, aunque lógico, no se le pasó por la cabeza. Fue como si le hubiese clavado los pies a ese punto exacto del suelo, y un peso invisible, instalado sobre los hombros, no le dejase reaccionar en lo más mínimo.

Malfoy estaba sentado en la orilla de la cama, con las piernas cruzadas, uno de los pies descalzos balanceándose adelante y atrás en el aire. Sobre el regazo, apoyaba un fajo de papeles que aún no estaban en orden, al que sostenía con una mano.

Harry tragó en seco.

—Interesante lectura, ¿no? —Al percatarse de que la estupefacción no lo dejaría hacer ni decir nada, agitó las cuartillas, ganándose una mirada desesperada de su parte—. ¿Por qué no hablamos de esto?

Boqueó, balbuceando una respuesta vaga a duras penas. Malfoy apoyó un codo en su rodilla y la barbilla en su palma, los ojos grises no dejaban de examinarlo.

—¿Qué dices? No te entiendo.

Con el ceño fruncido, se aclaró la garganta y se obligó a soltar algo, más o menos, entendible.

—Eso, eso- eso no- no es lo que crees, no sé si lo leíste o algo, es sólo...yo…

Malfoy arqueó una ceja. Una repentina oleada de vergüenza lo hizo disminuir el tono de voz, hasta que llegó al punto de quedarse callado por completo.

—¿Harry?

El mencionado hizo un ruido frustrado y se pasó las manos por el cabello, desordenándolo. Malfoy no dejaba de observarlo. ¿Por qué no parecía molesto? ¿Dónde estaba el hechizo que se habría esperado, por pretender engañarlo? Había visto lo rápido que sacaba la varita cuando tenían visitas, ¿en serio no haría lo mismo frente a él, que ocupaba el cuerpo de su esposo, o era sólo que esperaba que se relajase, para tomarlo con la guardia baja?

Se preguntó qué podría hacer para defenderse, si no tenía idea de a dónde estaba su varita.

Lo que él quiso encontrar antes, para su pesar, descansaba en esas cuartillas que el otro hombre sujetaba con ligereza, y la indicación era incluso más concisa que las anteriores.

"En caso de que Draco te descubra, por nada del mundo, intentes negarlo o mentirle. Él lo sabrá, no tiene sentido."


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