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Mariposas y leones por BocaDeSerpiente

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Harry no podía creer que se hubiese saltado el Banquete de Bienvenida. El muy idiota. Era increíble cómo ni la edad, ni los eventos, lo cambiaban a esas alturas.

Y era todavía más increíble que no le importase, porque mientras se abría camino deprisa, entre quejidos, ruegos y empujones, hacia el cuarto de los estudiantes de último año, tenía una sonrisa tonta plasmada en el rostro, y apretaba con fuerza la bolsa de papel en que llevaba un regalo, sin ningún motivo aparente, ya que no era una fecha especial.

O algo así.

Como Lucius Malfoy todavía no aceptaba que Draco no saliese con alguien de Slytherin, o al menos, sangrepura, apenas tuvo oportunidad de mantener contacto vía correspondencia con su novio, ni hablar de ir a la Mansión o que su suegro lo dejase pasar por Godric's Hollow; lo más cerca que llegaron, fue a hablar por flú. Y él habría jurado que enloquecería, antes de llegar al final del verano.

Pero ahí estaban. Harry lo perdió al bajar de los carruajes, y sabía que no era más que otro de sus juegos, una competencia de quién-consigue-a-quién, unas escondidas retorcidas para divertirlo, porque Draco sabía lo desesperado que estaba, y el gusto de fastidiar al otro era un mal hábito que no se les quitaba.

Abrió la puerta y no vio a nadie. Un dosel estaba cerrado, los baúles ordenados ya. Cerró detrás de él, y dejó sobre una cama libre, el regalo que llevaba, un juego de colgantes que eran la cosa más cursi del mundo y Lily y Remus lo convencieron de que le gustaría; según ellos, a cualquier chico de su edad le encantaría una placa con la razón por la que le gustaba, para que pudiese recordarla cuando quisiera, sólo con leerla. La suya sólo decía un "Me das vida", que nadie más que ellos podrían entender, pero que simbolizaba el verdadero comienzo de aquella relación desastrosa que los enloquecía a ambos.

—Maldición —Fingió un tono lastimero, mientras se dirigía con pasos lentos hacia la cama ocupada—, y yo que vine corriendo por mi novio…

Atisbó un ligero movimiento en un costado del dosel, no se detuvo.

Al alcanzarlo, sujetó la tela con fuerza, y jaló. Escuchó un grito ahogado, una carcajada y un ruido sordo, y un instante más tarde, Draco se le había escapado por el otro lado de las cortinas, estaba a unos metros, despeinado, riéndose, y le hacía burlas sobre cómo es que todavía era Buscador con esa lentitud y si le edad comenzaba a afectarlo.

Oh, amaba a ese idiota.

—Yo te traigo un regalo y tú sales corriendo —Sacudió la cabeza. Draco, adorable como de costumbre, le mostró el dedo medio, pero cuando extendió los brazos en su dirección, no dudó en volver hacia él y dejarse abrazar. Harry enterró la cara en su hombro—. Te extrañé.

—Ugh, deja que escupa el azúcar y…—Se quejó por lo bajo cuando lo codeó. Después lo envolvió también, Harry sintió un beso en un costado de la cabeza—. Yo también, yo también, no te lo tomes así.

—¿Tú también qué? —Lo pinchó, apartándose lo suficiente para verle el rostro, con la única intención de hacer que lo dijera.

Draco, que por supuesto lo notó, arqueó las cejas.

—Dije que también te tengo un regalo —Sonrió a medias ante la exagerada decepción de Harry, que quería oír que lo extrañó, y le pellizcó la mejilla, que después besó—, una sorpresa, más bien. Te va a gustar.

—Creo que a ti te va a gustar más lo que yo traje.

Volvió a elevar las cejas.

—¿Es un reto?

Fue el turno de Harry de sonreír.

—¿Una apuesta?

—Amor, amor, amor —Draco sacudió la cabeza—, vas a terminar haciendo mi tarea de Herbología por esto.

—Ya veremos —Bufó, cruzándose de brazos—, ¿qué es tan bueno, según tú?

—Es que…hablé con Luna Lovegood por lechuza —Él asintió. Luna era la Ravenclaw que le diseñó el tatuaje de la espalda, y la que le consiguió la tinta mágica—, y le pedí algo nuevo.

—¿Te hiciste otro? —Draco asintió, intentaba contener una sonrisa— ¿de qué?

Se jaló el cuello de la camisa, para que pudiese ver a una snitch que revoloteaba en la extensión de su clavícula y se perdía en dirección al hombro derecho. Harry contuvo el aliento por un momento.

—¿A dónde fue?

—Oh, no sé —Draco empezó a desabotonarse la camisa, con un sencillo encogimiento de hombros—, es tan inquieta como la verdadera, ¿sabes?

Ahí estaba. Los instintos de Buscador hicieron que le fuese imposible apartar la mirada del destello dorado y diminuto, que zigzagueó en torno a su pecho y descendió más, hacia el torso. Sentía la boca seca.

—¿Tú la controlas?

—Puede ser —Canturreó él, comenzando a moverse hacia atrás. Caminaba de reversa, lento, de manera que el dibujo de la pelotita se mantuvo a la vista para Harry en el trayecto.

—Es- —Se interrumpió para carraspear cuando la voz le salió más ronca de lo que debería. Draco tenía la camisa abierta por completo—, me gusta —Asintió varias veces—, me gusta mucho. Es muy tú.

—Me lo tomaré como un cumplido.

—Lo es.

La snitch acababa de perderse por uno de sus costados, reapareció con un movimiento errante, recorriendo el abdomen.

—Podría perdonarte por la apuesta que, obviamente, estás perdiendo, si la atrapas —Ofreció, con una expresión victoriosa, que no hacía nada por calmar cualquier impulso que Harry tuviese.

—¿Quién dice que perdí?

—Tu cara lo dice —Lo señaló, socarrón—, ¿vas a quedarte ahí y babear, o vas a atrapar la snitch, Buscador?

Estaba por contestarle con alguna ingeniosa y sarcástica frase, que sólo encubriría las ganas de ceder, cuando se percató de que el destello dorado se desvanecía, ahora, por deslizarse hacia una de las piernas. Draco se desabotonó el pantalón y dio un último paso hacia atrás, porque en cuanto sus rodillas chocaron con el borde de la cama, se dejó caer sentado en el colchón.

—¿Y bien? ¿Es que tienes miedo de una simple snitch, Potter?

Si hubiese temido a algo, habría sido, más bien, a las oleadas constantes de emociones que experimentaba por su culpa. Lo iba a volver loco un día, lo sabía; sólo era cuestión de tiempo.

Y a Harry le encantaría enloquecer, si era por ese tonto cretino y pretencioso.

—Para nada, ¿tú sí?

Draco extendió los brazos en su dirección, listo para recibirlo entre ellos.

—No —Le contestó.

—Bien.

—Bien.

—Más que bien, entonces —Él se echó a reír cuando Harry se subió a la cama y lo derribó en el colchón. Calló los quejidos de Draco acerca de tener 'la última palabra', capturando sus labios.

Tenía al chico, tenía su boca cálida. Ahora sólo restaba la bendita snitch, que atraparía, donde fuese que estuviese.


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