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Mariposas y leones por BocaDeSerpiente

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—…oh, sí, han ganado. Qué bonito —Decía la voz de Luna, desde el puesto de la narradora del partido—, sí, muy bonito. Sabía que ganarían —Y empezó a saludar con una sonrisa soñadora a los chicos del equipo de Gryffindor, que descendían con diferentes velocidades detrás de Harry, el que sostenía la snitch en alto, para dejarle en claro a los Ravenclaw que el partido era todo suyo, y posiblemente, lo sería también la Copa dentro de unos meses.

—¡Bien hecho, capitán! —Se volvió, a tiempo para ver a Draco disminuir la velocidad, aunque permaneció en la escoba.

Alrededor, los demás se arremolinaban. Ron le daba una palmada en la espalda, consciente de su distracción. Podía oír felicitaciones, pero era algo distante, vago. No despegó la mirada de él, hasta que lo notó jugar con el bate que tenía en una mano, recargado sobre un hombro en una pose presumida.

Uno de los Cazadores del equipo contrario tendría que ir a la enfermería en ese momento, y al Buscador, le tenían que brindar atención médica por un golpe especialmente brusco en la pierna. Era lo que pasaba cuando se jugaba contra Draco Malfoy y Ginny Weasley, los Golpeadores de Gryffindor desde hace años. Sabía que la responsabilidad caería en él, como Capitán que era, y se limitó a sacudir la cabeza y volver a fijarse en sus compañeros, a los que felicitó, indicándoles que fuesen hacia los vestidores rápido, si no querían perderse la celebración en la Sala Común que Seamus y Dean, como de costumbre, estarían organizando mientras hablaban.

Hubo vítores, preguntas, alabanzas, apretones de mano. No habría dudado que los muchachos eran capaces de cargarlo, si los dejaba creer que le agradaría.

Y en medio de aquello, Harry dio un brinco, el grito ahogado en su garganta, cuando sintió una nalgada.

—Cuando alguien te felicita, tienes que contestar, Potter —Malfoy se burló, dando una vuelta alrededor de él desde la escoba. Los demás se apartaban, ya fuese porque distinguían la mirada de rabia de Harry, o porque se dieron cuenta de que aún llevaba el bate, y sí, era un peligro con esa cosa. Al parecer, no sólo dentro del juego.

—¿Qué mierda, Malfoy? —Masculló entre dientes. Él le guiñó.

—Supongo que hay quienes no aprenden por las buenas…

No fue lo bastante rápido en apartarse. Dio un paso lejos, Draco volvió a rodearlo en un vuelo veloz y fluido, y sintió otro golpe del bate. Esa vez, sí hubo un grito.

Cuando se giró para asestarle un puñetazo, Draco ya estaba a varios metros, hacia el vestidor, sin bajarse de la escoba. La reprimenda, el insulto, o ambos, se volvió a quedar atascado en su garganta, cuando sintió otro golpe idéntico.

Al girarse, con el ceño fruncido, se percató del borrón de color rojo que era Ginny al pasarle volando por un lado. Se rio de camino al vestidor unisex. Ella también tenía el bate todavía.

—Compañero —Ron hacía un esfuerzo admirable por contener la risa, a tal punto de tener el rostro por completo rojo, por la dificultad que le presentaba para respirar—, ¿debería….preocuparme?

Harry le dirigió una mirada desagradable, porque de abrir la boca, iba a desquitarse con él, y eso no sería justo. Su amigo lo hizo increíble como Guardián ese día. Decidió dejar que lo celebrase, con Hermione, con Lavander, o con quien fuese la admiradora de turno; no era asunto suyo.

Se abrió paso en medio de los Gryffindor contentos, ajenos a la rabia que le hacía bullir la sangre, y alcanzó el vestidor, justo cuando una risita de los dos culpables de su mal genio, lo empeoraban.

—…me gusta cómo se ve con esta luz —Comentaba Ginny.

—Bueno, debe ser por los colores —Le contestaba él, en un tono suave, que distaba del desdeñoso, burlón o fingido que solía escucharle. Harry se detuvo bajo el umbral de la entrada, sin saber por qué lo hacía en realidad—, se verán diferentes en cada ambiente, creo.

—No sé, me gusta, es muy tú —Ambos se rieron—. He pensado en hacerme uno, pero no de ese tamaño.

—¿Quieres que hable con ella para que te haga un diseño?

Ella. El supuesto "buen amigo" era una mujer. Harry frunció el ceño.

¿Quién podía ser?

—Lo puedo hacer yo sola —Ginny bufó—. Pero acompáñame si decido hacerlo, Drac.

—Tú tranquila, no duele, y no te va a llevar mucho, si lo haces de tamaño normal.

Normal. ¿El suyo era grande? Harry no se explicaba cómo es que no lo había notado todavía.

Se sintió como si hubiese estado espiando (cosa que no era cierta), cuando escuchó un traqueteo, la puerta de un casillero que se cerraba, y luego los pasos aproximándose. Se quedó congelado, y ahí, bajo el umbral, todavía sudado, en el uniforme cubierto de grama y barro, por la casi-caída de la escoba, fue que ellos lo encontraron.

Intentó dar con su voz, idear una razón para estar parado ahí, sin hacer nada más que mirar en la dirección en que la estuvieron antes, como si no fuese el vestidor, como si él no tuviese el mismo derecho de estar ahí, porque, de pronto, se le había olvidado que así era.

Boqueaba cuando ambos se detuvieron frente a él. Ginny cargaba los bates de los dos en una mano, lo que era señal de una travesura que estaba próxima y tendría que haberla reprendido, y decirle que lo dejase donde le correspondía, guardado con el resto de la indumentaria, pero tampoco recordó que aquello fuese importante, algo que era capaz de hacer. Draco, en cambio, tenía el rostro humedecido todavía, estaba cambiado, y el cabello le caía, suelto, varios centímetros por debajo de los hombros, en una cascada de rubio platinado.

Y no, Harry, en definitiva, no encontraba que aquello fuese atractivo, ni interesante. Ni sabía por qué motivo se fijó en eso, a decir verdad.

—Sé que quieres admirar mi belleza cada segundo que te sea posible, pero estás atravesado, Potter —Ginny rio cuando Draco avanzó e hizo chocar la cadera contra la suya, apartándolo de golpe y enviándolo contra el marco de la puerta, a causa de la sorpresa, más que por la fuerza que aplicó, porque no hizo ninguna en realidad.

Los dos caminaron fuera del vestidor, en una plática de un volumen tan bajo, que le fue imposible distinguir más que el débil tono de reprimenda de la chica, fuese lo que fuese que hubiese pasado ahora.

Él se puso a unir los puntos, mientras entraba y se cambiaba sin prestar mucha atención a los movimientos, que eran mecánicos para ese entonces, igual que cada vez que terminaba un partido importante y se sentía molido.

Draco tenía un tatuaje, bien. Era un dato comprobado.

No estaba en las manos, y no creía que estuviese en los brazos, o lo habría notado cuando se ponía los guantes. Y no, no es que Harry lo viese cuando se cambia, era sólo que tenía que cuidar que no hiciese alguna estupidez o fastidiase al resto del equipo, como de costumbre.

Era grande, ¿no? Hablaban del tamaño, debía serlo si le llevó un considerable tiempo. ¿O algo pequeño y detallado? Pero, de ser así, no se diferenciaría bien, ¿cierto? ¿Y qué sentido tenía un tatuaje que no podía distinguirse a simple vista?

Descartó la idea. Era grande.

¿Cómo es que no había visto algo grande, pues?

Draco no era, en realidad, alguien que se le ocultase. Y él tenía que saber. Debía saber, porque era su rival, se peleaban, y tenía que mantener su base de datos actualizada, o si no, no tendría sentido, ¿cómo más iba a responder a sus ataques, si no sabía qué le afectaba?

Y en ese juego absurdo que tenían, Harry no estaba dispuesto a perder.

Tenía una nueva resolución cuando se juntó con los demás Gryffindor, a excepción de sus Golpeadores, y caminaron entre vítores a la Sala Común, que ya contaba con bebidas, bocadillos, música y guirnaldas por doquier. Era increíble lo rápido que esos dos se organizaban, o tal vez fuese que siempre lo tenían preparado, y no era más que cuestión de sacarlo y utilizarlo, quién sabe.

Localizó a Draco en uno de los puestos junto a la chimenea, esos que tanto le gustaban, y que él le quitaba a propósito, porque lo sabía. Y de nuevo, destacaba la importancia de conocer al otro. Sí, era por ello el interés de Harry, ¿qué más podía ser?

El chico tenía las piernas cruzadas sobre el mueble, por debajo de él, y Ginny estaba metida en el espacio entre estas, sentada en el piso, porque le desenredaba el cabello con un peine, y mantenían una charla, de la que sólo podía escuchar el zumbido familiar del muffliato. Acostumbraban usarlo. Fuese lo que fuese de lo que tanto hablaban, no querían que alguien se enterase, ¿y cómo se suponía que tenía que reaccionar Harry a eso? ¿No sospechar? ¿Fingir que no se daba cuenta de nada?

Por Merlín, era Draco Malfoy. Por supuesto que sospechaba. Por supuesto que se traía algo entre manos. Por supuesto que algo pasaba. Él era lo peor.

Sólo que, a veces, cuando no actuaba como él, cuando era un poco menos el odioso cretino, se quedaba sin fachada, y estaba ahí, como en ese momento, inclinándose sobre el hombro de su amiga, riéndose de las bromas compartidas-

Ahí, quizás, Harry pensaba que podía llegar a soportarlo.

Después hacía o decía una estupidez, como lo que acababa de ocurrir en el campo (¡sentía que el rostro se le enrojecía de sólo pensarlo!), y volvía a ser un insoportable al que quería maldecir, regresaba a ser el Draco Malfoy de gestos falsos, el que quemó el dosel de su cama, con él dentro en el quinto año (por accidente, claro, así lo justificaron frente a McGonagall, para que no los castigase más severamente, porque se batieron a duelo por una tontería, y Harry intentó utilizar la tela de escudo, con nefastos resultados).

El encanto se perdía rápido, por suerte. En esa ocasión, cuando Malfoy usó un encantamiento zancadilla en Ron, por alguno de sus comentarios sobre su hermanita y que tenía que dejar de buscar un novio tras otro, y ambos se enzarzaron en una discusión sin sentido, que podía terminar por llegar a las varitas y arruinar la celebración, si alguien no se metía en medio a detenerlos. Y Harry estaba ahí, así que se armó de paciencia y se dirigió hacia ellos.

De cierta forma, pensaba, era bueno que Draco volviese a ser el idiota que conocía y odiaba, porque cuando actuaba de otra forma, no tenía idea de cómo reaccionar.

Era lo mejor para ambos, sí.


Draco acababa de sentarse en uno de los bancos disponibles, regados por las esquinas de la Sala Común, a beberse su cerveza de mantequilla, de esa manera en que sólo un adolescente que bailó con medio salón, estaba sudado, y era consciente de que su equipo se llevó una victoria bien merecida, podía hacerlo. Sí, de a tragos largos.

Apenas logró zafarse de Ginny, que era con la que más bailaba, cuando no jalaba a otra de las chicas, en especial las menores, o fastidiaba a uno de esos chicos que se le quedaban viendo como los crup frente a un hueso. No es que se quejara, aunque la verdad era que prefería esa mirada en unos ojos muy diferentes, que en cambio, optaban por no verlo la mayor parte del tiempo.

Iba a enloquecer, un día de esos. Apuró la bebida, le hizo pucheros a Dean para que le diese otra, aun cuando se suponía que había un límite por persona, y esa también se la bebió de a prisa.

Harry estaba sentado en el extremo opuesto de la sala. Él juraría que no se trataba de ninguna coincidencia. Hablaba, se reía, y bebía sin complicaciones. Y sin dirigirle ni una maldita ojeada.

Bien, la estupidez humana estaba al acecho, de nuevo.

Desde que Weasley había salido por ahí, con Lavander, el más cercano al lugar que ocupaba Harry, era Seamus. Draco quería rodar los ojos sólo de fijarse en la escena.

Seamus tenía un flechazo por él desde hace unas semanas. No es que pudiese culparlo, se tenía que ser ciego para no prestarle atención a Potter. Lo que le fastidiaba, y a sus no correspondidos sentimientos también, para qué negarlo, era la cara de imbécil que tenía que poner por estar sentado a su lado, con una sonrisa amplia y floja, y unos enormes ojos de cachorro, brillantes, atentos a cada mínimo gesto, señal, lo que fuese.

No había necesidad de lucir así. No tenía que ser tan obvio, tan transparente.

Recordaba que, cuando fue sorteado Gryffindor, lo primero que hizo fue escribir una carta a sus padres y dejarla con un elfo, para que llegase de inmediato. Lucius fue claro al respecto; podía ser tan Gryffindor como quisiera, hacer lo que le daba la gana, pero no aceptaría que fuese un idiota.

Y era lo que había cumplido esos seis años.

Sin embargo, en ese instante, con Harry riéndose de algo que Seamus le mencionaba, y el muy idiota, con esa expresión tan complacida, que uno creería que le iban a dar la Orden de Merlín Primera Clase, se preguntaba si era lo correcto. Si no valdría la pena, por una vez, dejarse ver también, mostrarse. Revelarlo.

Si él viese a Potter así, si le enseñase que, en el fondo, se sentía como si fuese la razón de la existencia de la magia, el que ponía las estrellas en el cielo cada noche, el que opacaba a todos con luz propia, ¿entonces cómo reaccionaría? ¿Qué haría?

¿Lo odiaría?

¿Lo vería con buenos ojos, de saber cómo se siente por él?

No, se dice, no. Se mantendría alejado de ese hilo de pensamientos. Lo había hecho por años, ¿no? ¿Qué tan difícil sería retener esa creciente interminable, que eran los sentimientos en su pecho, buscando una salida para fluir con libertad, sólo por un poco más? Al final, cuando saliese de Hogwarts, cuando ya no tuviese que verlo a diario, ¿no se le quitaría? ¿No lo superaría, por las buenas o por las malas?

Pero, cuando creía que estaba por alcanzar una resolución, la estupidez humana estaba ahí, para atenazarlo bajo el pinchazo traidor de los celos porque, maldita sea, ¿Potter tenía que dejar que Seamus le tocase el brazo de ese modo?

No era necesario y no era un contacto de amigos. Por Merlín, lo que daría él por tocar eso, y más, mucho más.

Claro, no es que el idiota se diese cuenta de que era un pedazo de gloria para Seamus, regalado sin merecerlo. No es que él se diese cuenta de nada, y punto.

Sí, Potter sabía que Draco era gay, no porque lo hubiese notado, no. Durante el cuarto año, cuando llevó a Ginny al baile de Yule, Ron intentó pelearse con él por 'salir' con su hermana, así que Draco, fastidiado, agarró del cuello a uno de los chicos altos y severos de Durmstrang y lo besó, frente a tres colegios de magia completos, hasta que les faltó el aire, y de seguir, habrían dado cabida a una escena inapropiada para el público más joven. Ahí quedó claro que sólo eran amigos, y siempre lo serían.

Todavía recordaba a Potter, entre la multitud, con una expresión que se contraía en un ceño fruncido y la boca abierta, y las ganas que tuvo de decirle "no, no sabes todo sobre mí, y si me dejases, te besaría así y mil veces mejor, porque es lo que más quiero en el mundo".

Pero, como bien sabía y su padre era tan amable de recordarle año tras año, era un Gryffindor y un Malfoy; lo primero no lo haría un idiota impulsivo, lo segundo le daba cierta dignidad que tenía pensado conservar.

Ni siquiera Potter le iba a quitar eso.

No, en especial Potter, no le iba a quitar eso, así doliese, así esa estupidez humana con la que lidiaba al despertarse y pensar en él, y al dormirse y soñar con él, le exigiese lo que no podía ofrecerse a sí mismo, porque necesitaba de aprobación de la otra parte, y sólo obtenía más odio.

Se terminó la otra bebida cuando se le hizo insoportable seguir ahí, consumido por ganas de maldecir, de gritar, de ir hacia él y zarandearlo, rugir como el león que representaba su Casa, lo que fuese. Se puso de pie, comprobó que no estaba ebrio y mantenía el equilibrio, y caminó hacia Ginny.

No pudo importarle menos la mirada desagradable que le dio el chico de turno, quien sea que fuese el idiota, cuando le rodeó la cadera con un brazo, la apartó, y ocultó el rostro en su cuello. Ella entendía. Ella era la única que lo hacía.

No necesitaba decírselo para que lo supiese, bastaba con oírle la voz, con ver su postura. Así de bien lo conocía.

—Hagamos lo que planeamos, Gin.

Necesito distraerme.

—Es un buen momento.

Ahora, vamos a hacerlo ahora, que me duele tanto, y necesito algo que me evite enloquecer.

—Les gustará.

Potter estará mirando. Quiero que Potter esté mirando.

Una caricia en la cabeza, discreta, le decía que Ginny captó el punto. Un momento más tarde, se perdían por las escaleras al dormitorio de chicas, para ir a buscar su equipo.

Tenían una forma de celebrar e iban a llevarlo a cabo.

Tomaron las escobas, los bates, los guantes de Quidditch, y los sacos. Intercambiaron miradas al alistarse y subirse, dieron un pisotón para elevarse. Sonreían.

Estaba bien, esto era bueno. Esto alegraría a los chicos de la Casa. Esto distraería a esa estupidez humana y le sacaría a Potter de la cabeza.

¿Qué podía ser mejor?

Con un asentimiento, volaron hacia afuera, alcanzaron la Sala Común, y dieron vueltas en sentidos opuestos. Suscitaron murmullos enseguida, sabía que los Prefectos se preparaban para lo peor.

Ese día, no.

Ese día, eran buenos leones.

—¡Ahora!

Abrieron los sacos a la vez. Aunque pudiera parecer sencillo, tenían que mantenerse equilibrados con la pura presión ejercida por las piernas, sostener el bate en una mano, conservar el saco sobre la escoba, y sacar las cápsulas mágicas dentro. Y sincronizarse, además.

Ambos sacan las esferas hechizadas, las alzan para mostrarlas a todos, las arrojan, y las golpean con el bate cuando aún están en el aire. Son disparos perfectos, potentes, que dan contra las paredes. Las cápsulas se desvanecen sin rastros y estallan los colores, ilusiones, figuras que se tomaron el tiempo de hacer cuando estaban aburridos.

Mariposas. Primero van las mariposas. Miles de ellas, de todos los colores y tamaños, que se despliegan desde ambas esferas, en un océano mágico que arrasa con la Sala Común.

Las chicas ríen cuando se dan cuenta de que no les hacen daño, algunos chicos se mofan. Se esfuman al intentar capturarlas, no se dejan rozar, pero les gusta acercarse a las personas de las que sienten también el aura magia. Fue intencional; Ginny dice que se parecen a él.

Sacan otra cápsula, la arrojan, golpean, estalla.

Leones. Un montón de leones, manadas completas, machos peleándose, crías jugando a perseguirse, en tamaños miniatura, que se corretean alrededor de los divertidos Gryffindor.

Otra vez. Luciérnagas mágicas. Hay rojas y doradas, llenan el techo y paredes, se posan en las cabezas de los estudiantes. Ellos ríen, encantados.

¿Harry lo hacía, también?

¿Harry lo vería?

¿Harry pensaría, aunque fuese por una milésima de segundo, que no todo en él estaba mal? Que había pasado. Que podía ser y hacer más.

Podía hacer cosas buenas, a pesar de que él fuese especialista en lo que estaba mal. Podía transformarlas a su gusto.

Podía convertir todo, absolutamente todo lo que quisiera, para satisfacerlo, si Harry fuese capaz de darse cuenta y pedirlo.

Él sabe que no está siendo listo.

Él sabe que no está pensando con claridad.

No es la bebida, no es el cansancio. O tal vez sí. El cansancio de eso, de los sentimientos, del mundo.

De Harry Potter.

Hay una lluvia de escarcha que los cubre a todos, y Draco sabe que tiene los ojos cristalizados y escocen, y la presión del pecho es asfixiante.

Ha llegado el momento que temía. Ha cruzado el límite.

Ha tocado el fondo, en el abismo de esos sentimientos que nunca verán la luz del día, porque no serían bien recibidos.

Hay un último estallido, que crea ilusiones de escobas con jugadores de Quidditch y una réplica de un partido de prácticas, y todos aplauden y lo disfrutan, y están atentos a las imágenes doradas y rojas. Ginny lo llama, pero él desciende casi en picada y se desvía hacia los dormitorios, porque es el final.

Porque el amor no correspondido está colapsando dentro de él, y duele. Ni siquiera Draco puede ignorarlo.

Cuando está por perderse en los cuartos, echa una mirada por encima del hombro. Quiere asegurarle a Ginny que está bien, que sólo necesita un momento para reponerse; quiere ver las expresiones satisfechas que, por una vez, su esfuerzo ha causado; quiere tanto.

En cambio, su traicionera mente localiza a Harry.

A Harry, que tiene sus ojos muy, muy verdes, puestos en él por fin. Ahí, en ese momento. En ese estado.

Y cuando Draco gira el rostro y se pierde en el cuarto, de pronto, descubre lo que es la peor noticia que podrían darle.

No le basta.

Ahora, con que él lo mire, no le basta.


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