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A series of unfortunate rains por CrystalPM

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Londres, Primavera 1866


—¿Te falta mucho? — Gabriel, aún sin apartar la mirada del papel donde estaba transcribiendo las rimas que les había mandado aquel día el maestro de la escuela, tardó unos minutos en contestar.


—Un poco.


Aaron bufó y apoyó la cabeza en la fría madera de la mesa de la cocina. Sus pies se balanceaban nerviosamente mostrando su incapacidad de permanecer sentado y quieto por más de unos pocos minutos. 


—¿Por qué te gusta tanto hacer los deberes? — Gabe, sentado a su lado se encogió de hombros y siguió con la transcripción. Habría tardado mucho menos si no estuviese empeñado en conseguir una perfecta caligrafía, pero había algo en aquellos bonitos garabatos que hacían al menor querer dar su mejor esfuerzo—. Eres muy aburrido. 


El más pequeño de los dos alzó la cabeza, ofendido.


— ¡No lo soy!


Al presentir que pronto se iniciaría una riña entre los dos niños la madre del rubio decidió intervenir.


—Cariño, ¿por qué no dejas a Gabriel hacer su trabajo y me terminas de ayudar con la masa de las galletas? —La voz de Nancy sonó apagada debido al ruido del fuego y las ollas que estaba manejando en aquel momento en el otro extremo de la cocina. Aaron se apresuró a levantarse, contento de poder hacer algo que no fuese esperar.


—Sí, mami —Correteó hacia la encimera donde minutos antes su madre había mezclado los ingredientes para hacer unas galleta. Tuvo que acercar un taburete a la encimera para quedar a la altura necesaria para poder manejar las cosas a su antojo, pero luego, con una destreza sorprendente para un niño de su edad, terminó de remover la masa y colocó pequeños montones en una bandeja de hierro. Cuando acabó exclamó triunfal—. ¡Ya está! 


Nancy dejó el fuego unos instantes para acercarse a él y remover con cariño el cabello rubio de su hijo. El niño inclinó la cabeza con una sonrisa, facilitando así la caricia y dejó escapar un ronroneo que hizo sonreír a su madre.


—Gracias campeón, Ahora lo meto yo en el horno.


—¡Quiero hacerlo yo! 


Antes de que su madre le recordase por enésima vez lo peligroso que era acercarse al fuego la campana de servicio sonó, Mr. Henderson solicitaba la presencia de algún miembro del personal. Nancy arrugó ligeramente el entrecejo y echó una ojeada al fuego aún encendido indecisa ¿Dónde se habría metido Molly? Con un rápido cálculo mental estimó que si acudía a la llamada con rapidez podría volver de nuevo a la cocina antes incluso de que la sopa terminase de hacerse.


—Tengo que ir a ver. Aaron, no toques nada hasta que vuelva —Tras despeinar un poco más a su hijo y, de camino a la puerta, hacer lo mismo con Gabe, la mujer se marchó, dejando a los dos pequeños solos. 


Gabriel habría seguido sumergido en su trabajo si no fuese porque un ruido de metal llamó su atención. Despegando sus ojos del pergamino observó a Aaron, que se las había ingeniado para bajar del taburete con la bandeja en las manos y se dirigía a la puerta del horno. Esperó en silencio, consciente de que su amigo no podría hacer nada sin una tercera mano que abriese la puerta por él. Aaron no cayó en la cuenta de aquel hecho hasta que estuvo en frente del aparato. Se quedó unos instantes mirando la puerta impasible, tal vez esperando que se abriese por arte de magia, luego, cuando comprendió que un milagro así no ocurriría se volvió hacia Gabe, con ojos expectantes. El de cabellos rizados suspiró.


—Nancy te ha dicho que esperases —Aunque ya sospechaba que aquel recordatorio caería en saco roto se vio obligado a decirlo. Aaron negó con la cabeza.


—Si consigo hacer esto sólo podré aprender a hacerlas yo y así má no tendrá que trabajar tanto ella sola —Gabe meditó aquella respuesta unos minutos, al final bajó de la silla en la que se encontraba con un pequeño salto y se acercó hasta el rubio. 


—Coge uno de esos trapos, má siempre los usa para abrirla —Con cuidado el más pequeño de los niños siguió las instrucciones del mayor y pronto habían conseguido su cometido sin el menor percance. Aaron dejó escapar una sonrisa llena de orgullo al ver que habían sido capaces de hacerlo ellos solos.


—Gracias —Gabriel hizo un pequeño gesto con la cabeza a modo de respuesta, pero en seguida volvió a su sitio, incomodo con aquellas muestras de agradecimiento tan sinceras que solía hacer Aaron. Con movimientos delicados volvió a coger la pluma que había sobre la mesa, pero no llegó a escribir con ella, de repente le habían venido a la mente ciertas dudas que no le dejarían centrarse en el poema.


—Aaron...¿De verdad Nancy es tu mamá?—Su amigo le miró confuso.


—Claro que es mi mamá ¿Por qué lo preguntas? —Gabriel se mordió el labio, un poco avergonzado por sus propios pensamientos.


—No sé, parece más tu hermana. No es ... vieja.


—¿Vieja? —Aaron se sentó de nuevo en la silla a su lado y se intentó imaginar a su madre más mayor, incapaz de eso acabó por encogerse de hombros—. No sé, má siempre ha sido así...¿Y tu madre?¿Cómo es la señora Miller? —Gabriel dejó escapar una mueca, ofendido.


—La señora Miller no es mi madre. Los Miller no son mi familia —Aquella respuesta pareció confundir a Aaron enormemente.


—Si la familia Miller no es tú familia ... ¿Dónde está tu madre? —El tono de Aaron era inseguro, temeroso de meterse en un terreno que pudiese incomodar al pequeño, pero para su sorpresa Gabriel se mostró tremendamente tranquilo al dar la respuesta.


—Está muerta —Aaron era demasiado pequeño para captar que aquel tono lúgubre y serio no era algo propio de un niño de apenas seis años y solo se limitó a abrir los ojos con sorpresa e intentar saciar su curiosidad.


—¿Y tu papá? —Gabe se removió en la silla hasta quedar de cara al muchacho


—No tengo padre —Aaron encarnó una ceja.


—Todo el mundo tiene un padre—afirmó como quien dice una obviedad. Gabriel le imitó, sintiéndose repentinamente mosqueado por el tono del mayor.


—Yo no y Peter me ha dicho que tú tampoco — añadió, motivado por el orgullo infantil que le impedía ver lo cruel en sus palabras.


—¡Claro que tengo un padre! —exclamó Aaron ofendido, en un tono tremendamente pueril. Su compañero se cruzó de brazos y le miró desconfiado.


—Si tienes un padre, entonces ¿Dónde está? —insistió Gabe, demasiado cabezota para retractarse de sus palabras. Ante aquella pregunta Aaron pareció empequeñecer, frunció aún más el ceño y permaneció unos minutos abstraído en su propio mundo, tal vez dando vueltas a un asunto que nunca había pasado por su mente. Al final, infló pecho con una pose improvisada.


—Mi papá es un capitán de barco y se ha ido a capturar monstruos marinos —Gabe se mantuvo con los brazos cruzados y la mirada fija en los ojos desafiantes del rubio, demasiado perplejo por la evidente mentira que salía de los labios de su amigo, de nuevo el orgullo infantil habló a través de él.


—Mientes.


—¡No miento! También es un arqueólogo famoso y con su barco viaja a países muy lejos y descubre tumbas y salva vidas porque es un médico —Gabriel bufó.


—¡No puede hacer tantas cosas a la vez! —Aaron no dio su brazo a torcer, demasiado metido en sus fantasías heroicas.


— ¿Y tú cómo sabes lo que mi papá puede o no hacer? —preguntó apunto de soltar un berrinche y con los ojos vidriosos. Gabriel no contestó, alucinado por aquella entereza que mostraba el rubio al soltar todas esa sarta de mentiras una tras otra y de cómo las defendía hasta el final. Antes de darse cuenta ya se estaba riendo a carcajadas ante un Aaron que le miraba receloso, preguntándose si se estaría burlando de él. A pesar de ser el menor de ambos fue el de ojos castaños el que decidió actuar como un adulto y hacer una tregua. 


—Vale, tu padre es un capitán de barco —El rubio le miró unos instantes dudoso, incapaz de comprender el repentino cambio de parecer de su amigo. Con rapidez se pasó una manga por el rostro, ocultando cualquier signo del inicio de llanto con el cual amenazaban sus ojos e intentó esbozar una sonrisa. 


En aquel momento escucharon unos pasos apresurados que dieron por finalizada la conversación entre los dos niños. Nancy entró en las cocinas con aire distraído e inmediatamente volvió a los fogones. Mientras comprobaba que todo parecía estar normal recordó su segundo cometido y se volvió hacia los pequeños.


—Gabriel, el señor Henderson me ha pedido que te diga que subas a su despacho —El niño sintió un escalofrío al oír aquellas palabras.


—¿Yo? ¿Por qué? —El temor reflejado en la voz del pequeño enterneció a la joven, que le dedicó una sonrisa que intentaba transmitir tranquilidad. 


—No te preocupes, no has hecho nada malo. Parece que los Miller han pedido que vuelvas a casa por unas semanas, tienes que asistir al bautizo de tu nueva hermana.


Aquella noticia no tranquilizó a Gabriel, pero Nancy no lo notó, demasiado ocupada en retirar la cacerola enorme del fuego para evitar que se quemase. 


—¡Bien, esto ya está! —Exclamó con un suspiro de alivio retirando el sudor de su frente con el dorso de la mano. Llena de orgullo la rubia echó un repaso a la cocina con la mirada, solo para fruncir el ceño con desconcierto—. Un momento, ¿dónde están las galletas?


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