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Harry Potter y el profeta de plata por MikaShier

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La quinta vez que Draco evitó ser golpeado por una gragea, Blaise se volvió hacia los agresores gritando a susurros que se detuvieran. Las cosas no estaban siendo nada sencillas. El rubio habría pensado que tras su innegable acierto en el asunto del troll y su alerta al jefe de casa de Gryffindor sobre un trío de idiotas combatiendo el mal, todo iría bien. No habrían más burlas, ni miradas de pena. 

 

Cuán equivocado había estado. 

 

Al parecer de innegable no había nada. Estaba en su sala común y sus agresores venían del tercer año de Slytherin, cuchicheando sobre él a la distancia y probando su puntería usándolo a él como blanco. ¿Qué había pasado? 

 

Entre las otras casas se murmuraba una mentira que crecía con fe: hay un troll en las mazmorras. Palabra clave: mazmorras. Ergo, Slytherin. Ellos estaban sumando dos más dos, intentando que el resultado fuera cinco y creyendo firmemente en eso. Porque sí, los profesores se desenvolvían en halagos y gracias, joven Malfoy. Pero los alumnos se negaban a dejar la idiotez de lado. Mazmorras igual Slytherin. Lo que obviamente quería decir que los Slytherin eran malos perdedores y de alguna manera lograron meter a un troll en sus mazmorras con el único fin de darle credibilidad a su supuesto héroe. Porque claro, todo el colegio tenía al niño que vivió. ¿Qué tendría Slytherin? Y al parecer hoy en día todo era posible. Harry Potter sobrevivió a la maldición asesina, ¡obviamente los estándares se actualizaban! 

 

Así que Draco había tenido razón, sí, porque había sido algo planeado entre serpientes para que todos pensaran que él era el alabado profeta que inclinaría la balanza en una guerra que obviamente ya pasó. Además, nadie tenía pruebas de la profecía. Convenientemente solo había cinco personas que la escucharon, dos estaban muertas y un tercero era Severus Snape. Nada creíble.  

 

Una gragea más rebotó en la pasta de su libro, el cual cerró de inmediato con fuerza innecesaria. Blaise ya estaba levantándose cuando Draco lo cortó, alejándose a paso calmado del sofá. 

 

—Estudiaré en la biblioteca, no pierdas tu tiempo. 

 

Se escucharon algunas risitas y los murmuros se hicieron más notorios mientras emprendía el camino a la salida. Intentaba no tomarle importancia, pero era inevitablemente doloroso. Cuando al fin salió de la sala común, se tomó un instante para suspirar. Al levantar la mirada, sin embargo, se congeló. 

 

No, por favor —rogó, permitiéndose hacer una pequeña pataleta.  

 

Las mazmorras se veían más tétricas de lo común, extendiéndose con absurda frialdad hacia los costados y luciendo interminables, en completo silencio. Debía ser una de sus visiones. Una pequeña nube de vaho escapó junto a un suspiro mientras Draco decidía explorar por esa presunta visión, dirigiéndose hacia las escaleras. 

 

Dragón —escuchó. El susurro se perdió en el aire, dejándole un escalofrío antes de repetirse—. Aquí. Es aquí, dragón. 

 

La voz le parecía conocida, pero no lograba traerla al presente del todo. Esta vez lo que sintió fue nostalgia que le envolvía el alma, como un recuerdo muerto. Una voz más reemplazó a aquella, que Draco juraba pertenecía a una mujer. Esta nueva voz sonó casi divertida. 

 

«No envidio a quien le toque el colacuerno. Su parte trasera es…» 

 

Draco alzó la ceja, comenzando a subir con rapidez los escalones de la Gran Escalera en cuanto llegó. Las voces comenzaron a llegar con rapidez, aunque no alcanzó a distinguir todas ellas ni a entender si estas venían de los cuadros o de la nada. 

«¡Es insensato! ¡¿Por qué has hecho eso?!» 

 

«… nuestro lado, Lily. No tenemos muchas más opciones.» 

 

«Niño, ¿qué estás haciendo? ¡Mira por dónde vas!» 

 

«Están muertos, Draco. Deja de aferrarte a fantasías y enfrenta el destino como viene.» 

 

«No eres un peón, Malfoy. Estas son tus…» 

 

Su respiración ya estaba agitada para entonces. Solo quería que todos se callaran y no volver a tener una estúpida visión nunca más (si es que era una visión). Continuó subiendo con rapidez, incluso mientras las escaleras se movían. 

 

Sin embargo, fue su propia voz la que le hizo perder el paso, tropezando con el escalón, cayendo al vacío y apenas sosteniéndose del barandal mientras en su mente, en el aire, resonaba. 

 

«¿Crees que eres el heredero? ¿Te crees capaz de hacer todo eso?» 

 

«Compararlo con un juego no te hace más inteligente, Granger. No si juegas contra mí... Ya lo he perdido todo.» 

 

Miró hacia abajo, donde parecía solo haber oscuridad. ¿Habría algún hechizo contra caídas? ¿Sería el primero en morir gracias a su estupidez? ¿Por qué había escaleras como estas en un colegio lleno de niños? Intentó no soltarse, de verdad que lo intento. Pero entonces escuchó una nueva voz, una que jamás había escuchado, pero por alguna razón reconocía. 

 

«Solo tómalo en cuenta, niño Malfoy. Tus padres ya estaban de mi lado. Su muerte no me traería ningún beneficio.» 

 

Alzó la mirada, sintiendo sus ojos anegarse en lágrimas. Casi al instante vio a los cuadros girarse para mirarlo mientras el lugar se llenaba de humo gris. Arriba, mucho más arriba, una serpiente atravesó la mandíbula de un cráneo y se enroscó en la nada. 

 

«Mortífago.» 

 

«Mortífago.» 

 

«Es un mortífago.»  

 

«Sus padres también lo fueron.» 

 

Solo entonces, Draco se soltó y fue tragado por el vacío. 

 

Cuando abrió los ojos se percató de que estaba en la enfermería y no tenía ni idea de si seguía siendo sábado por la mañana. Sin embargo, se sintió mucho más viejo. Se sentó, creyéndose solo, y se talló la mejilla con pereza.  

 

—Estabas tirado en el tercer piso —escuchó. Draco siseó en voz baja antes de mirar a Harry Potter, sentado cerca de la camilla con actitud preocupada—. Ellos dijeron que estabas bien, solo te desmayaste. No se los dije. No les dije que estabas en el tercer piso. 

 

—Tendrías que haber explicado qué hacías tú ahí, ¿no? —Harry abrió la boca, luego la cerró. 

 

—Podría haber estado siguiéndote, ¿sabes? No me faltan excusas. Solo quería que supieras... Yo no te delaté. 

 

—Te enviaré una lechuza agradeciéndote, ¿feliz o qué más? 

 

—No me estás entendiendo —miró alrededor y se acercó a Draco, haciéndole retroceder—. Ellos lo saben. Saben lo que estabas haciendo, pero no fui yo quien te delató. Malfoy, tienes que… 

 

Se sentó de repente y abrió los ojos, esta vez de verdad. El corazón le latía con fuerza y había un par de manos sosteniéndolo por los hombros. Distinguió los verdes ojos de su amiga, que lucía asustada y quizá perturbada. 

 

—Draco, ¿te encuentras bien? —ella apartó las manos y se acomodó el cabello— ¿Te lanzaron algún hechizo? Debemos ir con el profesor y… 

 

—No… no, estoy bien. Solo… creo que me quedé dormido —miró alrededor, sus libros estaban desparramados en el piso. 

 

—Eso no explica por qué estás estudiando en el pasillo —Pansy suspiró, más calmada, y recogió los libros esparcidos—. Si no le vamos a decir a Snape, entonces hay que hacer algo al respecto. 

 

Draco distinguió determinación en la mirada de su amiga. Sonrió un poco y asintió. Él podría ser huérfano, podría ser el triste fruto de un par de mortífagos y todo lo que les viniera en gana. Pero también era el último de los Malfoy y nadie iba a despreciarlo con la simple excusa de ser idiota. Ignoró todas y cada una de sus visiones.  

 

Nadie podía obligarlo a participar en una profecía. 

 

El bullicio en Hogwarts había empezado con el inicio de las vacaciones de invierno, con todos los niños preparándose para regresar a casa con sus padres o tutores y celebrar cualquier cosa que celebrasen. Draco no tenía muchas esperanzas ni ganas de volver a la casucha de su padrino, y se alegró silenciosamente cuando este le comunicó que, en efecto, pasaría ese periodo de tiempo en Hogwarts. 

 

Antes de partir, Pansy le plantó un par de besos en cada mejilla y Blaise le hizo doblarse de dolor con un abrazo fuerte, casi mal intencionado. 

 

—Nuestra edad ya es para tener músculo —aseguró, dándole un golpe pequeño en el hombro. 

 

—Te escribiré y te mandaré un obsequio, te lo juro —Pansy alzó la mano simbólicamente, con los ojos verdes centellando de diversión—. Y tienes que escribirnos, Goyle escuchó que Potter y Weasley se quedan también. Sígueles la pista. 

 

Draco asintió quedamente, aunque los tres sabían que era por educación. En las últimas semanas, el niño no había querido meterse demasiado con estudiantes de otras casas, a pesar de responder todas las pullas que le hacían. 

 

—Ya váyanse, no es como si se fueran por tanto tiempo.

 

Con algunos reproches y palabras burlonas, Pansy y Blaise terminaron por marcharse. Draco se hundió en el sofá de la sala común de Slytherin y cerró los ojos, disfrutando del tenue calor que la chimenea emanaba. Muy pocos de sus compañeros de casa se habían quedado esta navidad, y de esos pocos la mayoría era de grados superiores. La buena noticia era que los de quinto hacia arriba solían ignorarlo. Y entre aquellos nadie lo culpaba por las tontas creencias acerca del troll.

 

Estiró una mano hacia la mesita al lado del sofá y se dedicó a leer por el resto del día, sin preocuparse por ir a tomar sus alimentos.

 

El desayuno de la mañana siguiente fue ciertamente incómodo. En el gran comedor todos se habían reunido en una sola mesa, ya que eran pocos los alumnos que quedaban. Aún con el ambiente helado del día, Draco tuvo que ingerir sus alimentos bajo la aún más fría y amenazante mirada de su padrino.

 

Apenas daba un sorbo a la chocolatada caliente cuando los murmullos empezaron. Harry Potter se sentó frente a él y el nido de pájaros que osaba llamar cabello atrajo toda su atención. Casi parecía imposible tener un peinado como aquél, le daba escalofríos solo pensar que él podría lucir igual de indecente con una ventisca.

 

A partir del día siguiente, Draco usaría gomina.

 

—Buenos días, Malfoy —murmuró Potter, estirándose para tomar un bollo y chocolate caliente. Draco le dio un suave sorbo a su taza, ignorando al gryffindor por completo—. Yo y Ron…

 

—Weasley y tú.

 

—Hicimos una apuesta —continuó, dirigiéndole una mirada de fastidio por la corrección. Harry ya soportaba a Hermione todo el día, no aguantaría mucho por un Malfoy—. Nadie de Gryffindor cree que Snape sea de esos que celebran navidad. Mi papá dice que siempre ha sido amargado, pero que como tú eres su hijo ahora quizá haya cambiado un poco.

 

A pesar de la mirada insistente y atenta que el Potter estaba dirigiéndole, Draco solo pasó de página en su libro y continuó leyendo. Harry volvió a intentar.

 

—Así que me quedé aquí para ver si ustedes celebrarían navidad también. Ron dijo que no lo harían, que antes espera ver tu cabello teñido de rosa —dio una mordida a su bollo, mirando al rubio fruncir levemente la nariz—. Yo dije que Snape te dará regalos y todo eso.

 

Los ojos grises del rubio vagaron por la mesa, que se encontraba en silencio y notoriamente expectante. Draco casi se sintió en la obligación de insultar a Potter, a pesar de que le daba terriblemente igual. Harry, por otra parte, estaba intentando algo más que ganarse la mesada de su mejor amigo. Quería probar que Hermione tenía razón, que Draco realmente no los odiaba.

 

Draco cerró el libro con suavidad y enfrentó la mirada de Harry, manteniéndose en silencio unos segundos más. Lo suficiente para poner nervioso al otro niño.

 

—Nada… —empezó, sintiéndose molesto de pronto— Nada es más patético que desperdiciar las vacaciones con tu familia quedándote en un estúpido castillo mágico para ver si al niño huérfano de tutor amargado le dan regalos en navidad.

 

—No es eso, Malfoy, yo… —Draco se levantó del asiento y guardó su libro en su mochila— Solo quería hablar contigo y no sabía como…

 

—No te mereces esto —Draco se estiró sobre la mesa y tomó el chocolate caliente ajeno, silenciándolo—. Y déjame en paz.

 

Harry vio a Draco abandonar el gran comedor con su taza de chocolate. Por algún motivo, las risitas que soltaban los demás terminaron por contagiarle y las siguió. Reconocía que había sido un poco ofensivo, ya que él y Draco no eran amigos. Continuaría intentando, remediando sus acciones y volviéndose amigo del Slytherin.

 

Después de tomar un vaso de jugo y comer un poco más, se marchó a su sala común. Tomó sitio en una de las mesas para estudiar y desenrolló un pergamino, comenzando a escribir con rapidez.

 

 

“Hola, papá.

 

Hoy pude hablarle y no salí muy mal parado. Aunque creo que me dijo que soy patético. Al principio creí que estabas loco, pero luego Hermione me recordó algunas cosas y hoy lo pude comprobar. Malfoy es medio estirado, pero creo que es buena persona. Me dijo que no merecía tomar chocolate por lo que le dije (no fui muy agradable, perdón), así que tomé jugo. ¿Crees que eso le haga ver que tengo buenas intenciones? Porque tengo buenas intenciones, ¿verdad?

 

Papá, tu siempre tienes buenas ideas. Aunque a Ron no le parece divertido hacerse amigo de un Malfoy. Pero de verdad quiero saber por qué tengo que ser su amigo. Ya sé que dije que es buena persona y eso, bueno, parece, pero yo de verdad no creo que me caiga bien.

 

Por cierto, ¿Canuto pasará la navidad contigo? Por favor, dile que”…

En las mazmorras Draco estaba armando una especie de fuerte de almohadas con los límites de su cama, procurando que estuviese calientito y lo suficientemente espacioso para él y sus cosas. Una vez acomodado entre las mantas, alzó su varita y susurró un lumos antes de abrir su libro y continuar con su lectura previa a Harry Potter.

 

Sin embargo, pronto se vio interrumpido por el sonido de la puerta al abrirse y cerrarse, seguido de unos pasos que se detuvieron junto a su cama. Severus se asomó en su fuerte, evaluándolo desde dentro.

 

—Se caerá —comentó. Draco paseó la mirada, buscando lo mismo que su padrino había visto, pero Severus solo alzó la mano y acomodó una de las esquinas. Un movimiento de varita después, Draco sintió que su fuerte era más cálido—. No le hagas caso a Potter.

 

— ¿Me darás regalos de navidad, entonces?

 

—No —Draco vio la comisura de los labios de Snape alzarse un poco, casi imperceptiblemente. Aquello le hizo sonreír, aunque solo se re acomodó entre sus cojines.

 

—Vale.

 

El mayor le dirigió una última mirada y después dejó una caja mediana a los pies de Draco, dentro del fuerte. Le revolvió el cabello en un gesto algo frío para luego simplemente marcharse. El rubio no se movió hasta que escuchó la puerta cerrarse nuevamente, solo entonces se lanzó hacia la caja que Snape no le había regalado. Frunció el ceño cuando la abrió, dos pares de ojos claros devolviéndole la mirada. Draco no los reconoció al instante, hasta que encontró las palabras talladas en el marco. Lucius y Narcissa Malfoy. ¿Esos eran sus padres?

 

Mucho ignoraba Draco sobre el mundo mágico, sobre las señales e indirectas. Por ello no se percató de la verdad implícita en las suaves líneas de pintura sobre el cuadro inmóvil.

 

Ignorar las señales era equivalente a desatar una guerra.

 

 

 

Notas finales:

Gracias por leer, nos vemos pronto.~


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