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Buscando la belleza por OldBear

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Capítulo 36. Los lobos y los corderitos.

Domingo 5:25 pm.

Clint se estiró ligeramente en el sofá sintiendo los musculos agarrotados. Sus hijos estaban en el suelo sobre unos almohadones viendo un programa animado, mientras el bebé jugueteaba en el suelo en su alfombra de seguridad.

Se sentía cansado debido al fin de semana de mierda que había tenido, y todo debido a que él sábado se había reunido con Laura, y eso siempre le arruinaba los días. Tenían meses sin recibir un centavo de parte de Laura y ella solo se excusaba diciendo que no tenía dinero y que tenía muchas deudas por pagar. Aquello era completamente falso debido a que le acababa de regalar el último iPhone a su novio junto con un costoso reloj. Barton lo sabía por qué el muchacho posteaba todos los regalos que Laura le hacía en redes sociales, y eso le hacía enojar aún más.

—Nuestros hijos tienen gastos, maldición. —le había dicho a la quien fue su esposa —. Tengo que pagar lo de su educación y Cooper tuvo que ir al dentista. ¿Acaso crees que ellos no comen? No quiero tu dinero para mí, es para ellos.

Laura le había dicho que por el momento no tenía nada y que quizás podría darle algo la próxima semana. Tambien le pidió de favor que le firmara los papeles de divorcio, pero Clint no los firmó y salió del lugar furioso. Quizás era la única forma que tenía de vengarse: no dándole el divorcio de forma sencilla.

Debido a eso se pasó lo que restó del sábado y el domingo con un terrible dolor de cabeza que no parecía mermar. Eran alrededor de las cinco de la tarde y su humor no mejoraba.

Sin prestarle demasiada atención a la cerdita rosa de la pantalla escuchó el sonido de la notificación de WhatsApp, revisó su teléfono y vio que el mensaje venia de Pietro.

Pietro: ¿Estás listo?

No había sabido del chico desde el viernes. Pietro le había llevado desde Shield un par de veces a su casa y le escribía constantemente cosas triviales. Barton frenaba en cierta forma cuando el modelo intentaba hacer algún comentario sugerente o acercársele demasiado, y en verdad no entendía por qué se esforzaba tanto cuando ya le había dejado en claro que no lograría nada. El más joven se había tomado muy enserio lo de forjar una amistad con él, aunque no sabía cuanto más podría durarle el interes.

Respondió el mensaje con un ¿Listo para qué?, pero Pietro no le contestó, y en cambio escuchó un toque en su puerta pasados dos minutos. Se levantó dejando a sus hijos en la sala y, al abrir la puerta, no pudo ocultar su sorpresa al ver de quien se trataba.

— ¿Qué haces aquí? —le preguntó Clint a Quicksilver, quien estaba de pie en su puerta con una radiante sonrisa.

El chico era guapo y eso era innegable. Estaba vestido con unos pantalones negros y una camisa gris desabotonada de la parte superior. Su cabello plateado despeinado le daba un aire aún más atractivo, y Barton se volvió a preguntar que hacia ese chico parado en la puerta de alguien como él que lo había rechazado varias veces.

—Te dije que los llevaría a comer helado. —Respondió entrando a la casa sin esperar invitación y viendo a los niños— ¿Quién quiere helado?

— ¡Quicksilver! —gritaron Lila y Cooper al mismo tiempo, levantándose del suelo para saludar al amigo de su padre.

En una de esas que Pietro llevó a Clint a casa luego del trabajo, aprovechó para conocer a sus hijos. Y fue lógico que el encanto natural del modelo encantara a los hijos de Clint, quienes lo llamaron rápidamente por su apodo.

Clint recordó que Pietro le había comentado que quería salir algún día con él, por supuesto que “como amigos”. Barton le dijo que era algo difícil pues no podía dejar a sus hijos solos, y que quien cuidaba a su bebé en la semana estaba ocupada los fines de semana. Si bien aquello no era mentira, Clint usó eso más como una excusa para no tener que salir con el chico, ya que realmente no creía sentirse cómodo saliendo solo con él.

Pero Pietro, quien no se rendía tan fácil, le dijo: “Pues salgamos con ellos. A tus hijos les caigo bien, ellos me caen bien a mí, supongo que eso elimina cualquier problema ¿cierto?”.

Clint no se esperó que Pietro hablara en serio.

—Yo no creo que…

—Vamos Clint, no seas aguafiestas. —Le cortó y se giró para dirigirse a los niños —, estoy muy seguro que Cooper y Lila quieren ir por un helado ¿verdad niños?

Cuando a una niña de cinco años, y a un niño de ocho se les pregunta si quieren helado, es obvio que dirán que sí y saltaran de la emoción. Eso lo sabía muy bien Pietro, quien le sonrió triunfalmente a Clint sabiendo que se había salido con la suya.

Clint lo miró con los labios apretados, indeciso entre si reírse por tan maravillosa jugada, o enojarse por aquella manipulación, pero desistió pensando que ir por un helado no le haría daño a nadie, y de esa forma él mismo podría distraerse del tema de Laura.

 

 


 

 

Bruce se pasó el fin de semana de forma tranquila. Asistió a sus clases de los sábados las cuales quizás no eran la gran cosa, pero representaban un avance, ya que no pensaba ser mensajero durante toda su vida. Los domingos en la mañana asistía a un grupo de ayuda para personas que tenían problemas con el alcohol. Si bien el ya no era un “paciente” precisamente, asistía para ayudar a otros a superar aquella situación, así como lo había hecho él.

Despues del grupo de autoayuda su domingo pasó tranquilo, hasta que pasadas las seis de la tarde su celular sonó. Estaba tirado en su cama y tuvo que estirarse para alcanzarlo de la mesilla de noche. El nombre que aparecía era el de Natasha, y sonrió al saber que la chica lo estaba llamando.

Pero no era Natasha al otro lado de la línea.

— ¿Bruce?

— ¿Leonid? —preguntó, reconociendo la voz del niño.

Ven a mi casa, por favor —dijo el niño y Bruce notó que estaba ligeramente alterado.

— ¿Qué sucedió? —Preguntó sentándose en la cama— ¿Dónde está Natasha?

—Está gritando—respondió Leonid, y fue obvio que estaba llorando —. Está peleando con mi abuelo y están gritando. Están haciendo mucho ruido. Mi abuela está llorando.

Bruce se asustó y se levantó de la cama tan rápido como pudo para vestirse y salir en su moto. Había terminado con la camiseta al revés y con el pelo bastante despeinado, pero poco le importaba. Lo último que Leonid le dijo antes de que le colgara fue que Natasha le había encerrado en la habitación antes de que comenzara la pelea, y Bruce pensó que ella había hecho aquello para protegerlo de la furia de su abuelo.

No era un secreto para Banner el hecho de que Dimitri Romanoff, además de insultar y gritar a Natasha, también la golpeaba cuando se embriagaba o molestaba lo suficiente. Y recordando eso aceleró tanto como pudo, apenas respetando las señales de tránsito, con gran necesidad de llegar a la casa de los Romanoff.

En casa de los Romanoff había un caos. A Natasha apenas le había dado tiempo de encerrar a Leonid en la habitación antes de que su padre comenzara a maldecir y a romper cosas a su alrededor. Ella no recordaba qué, exactamente, había desencadenado aquello. Pero no importaba, Dimitri no buscaba excusas muy reales para tratarla mal e insultarla sin escrúpulos. El problema principal resultaba en que aquel día estaba bebiendo —demasiado— y se había enojado tanto que tomó el atizador para golpear a su hija. La amenazó con que se largara de la casa y le dejara a Leonid, diciéndole que de todas formas ella era una mala madre.

Natasha intentó enfrentarlo, pero él era más fuerte. Sasha, su madre, lloraba intentando apelar con palabras a su esposo, pero él la empujó diciéndole que no se metiera en sus asuntos. En algún punto Natasha logró escaparse de su padre y entró en la habitación que compartía con Leonid poniéndole pestillo a la puerta. Dimitri quería entrar y seguía gritándole obscenidades desde fuera, pero ella lo ignoró en pos de empacar unas cuentas ropas del niño y de ella en una mochila.

Tenía un brazo ensangrentado junto con una herida en la barbilla. Además de un ojo golpeado que en poco se tornaría morado, pero no se detuvo ni un segundo a ver sus heridas.

—Busca tu oso de peluche —le dijo ella al niño —, vamos a salir.

No sabía a donde irían, pero ya no podía quedarse más tiempo en aquella casa.

— ¡Tú puedes irte de aquí prostituta! —gritaba Dimitri al otro lado de la puerta — ¡Pero al niño lo dejas hija de puta! ¡él es mío!

— ¡Él es mi hijo y me lo llevó a donde me dé la gana! —le gritó ella, cerrando la mochila. No sabía cómo saldrían de la habitación con Dimitri esperándoles fuera, pero necesitaba pensar en algo rápido.

Sasha Romanoff lloraba detrás de su marido intentando hacer que se calamara, pero él no le hacía caso. Tocaron la puerta principal con rabia y de forma repetida, y ella corrió a abrir de forma desesperada, rezando para que fuera alguien que los pudiera ayudar. Y entre lágrimas dio gracias al ver a Bruce Banner al otro lado de la puerta.

— ¡Llévatela de aquí! — Le gritó Sasha a Bruce — ¡Llévatela de aquí o la matará!

Bruce entró a la casa rápidamente sin decirle nada a la mujer y corrió hasta la habitación que sabía era de Leonid y de Nat. Ella había abierto la puerta, dispuesta a empujar a su padre —aunque eso significara recibir otro golpe— y escapar cargando a su hijo.

Banner vio todo aquello, el momento en que ella salía con sangre en su ropa, el momento en que Dimitri levantó el atizador para asestar otro golpe y el momento en que Leonid salía detrás de su madre. Bruce actuó rápido y detuvo la mano del hombre para empujarlo contra una pared. Dimitri era un hombre en forma y logró mantener el equilibrio tras aquel empujón, tan solo chocando contra la pared.

—Si le vuelve a poner la mano encima lo mato—le dijo Bruce a Dimitri, con rabia desbordando por cada poro de su piel y los dientes apretados casi al punto de romperlos. Sus amigos bromeaban con él diciendo que cuando se enojaba, parecía transformarse en otro hombre lejano al amable y tranquilo Bruce —. No me importará acabar con alguien como usted.

Dimitri lo amenazó pero a Banner poco le importó. Tiró de Natasha con una mano y a Leonid con la otra para sacarlos de aquella casa.

Los subió a ambos a su moto pues, si bien no era muy seguro, no tenían opción. Los llevaría a su casa en un primer lugar, ya después verían que hacer.

 

 


 

 

Eran las nueve y media de la noche del domingo cuando Steve suspiró tomando su celular. Sharon se estaba duchando y el aprovechó ese momento para alejarse de la habitación y marcar el número de su amigo. Lo había pensado todo aquel fin de semana y, aunque no podía decir que estaba del todo convencido, no encontraba salida a su situación.

Confiaba en Tony, sí, pero no en Stephen Strange y en lo que pudiese hacer para convencer a su asistente de entregarle la empresa. Así que, con un suspiro atorado, esperó a que Bucky contestara la llamada para decirle:

—Hagamos el plan.

Y Steve no tenía idea de todo lo que eso cambiaria en su vida.

 

 


 

 

Lunes.

El cielo estaba iluminado aquella mañana del lunes, con el sol brillando en todo su esplendor; y a Steve le pareció que el cielo se burlaba de él, porque parecía estar demasiado feliz ante su penosa situación. Bucky le había explicado que tenía un plan para poner en marcha el enamoramiento, y le indicó que actuara como normalmente lo hacía hasta que llegara la hora, que sería en la noche, y que se mantuviera relajado.

¿Pero cómo podría relajarse sabiendo lo que iban a hacer?

Al contrario, estaba incluso más nervioso que el día del lanzamiento de su primera colección. Y eso era mucho qué decir.

Decidió pasarse casi toda la mañana en producción y así no tener que estar en su oficina, de esa forma no tendría necesidad de ver a Tony. Porque, cada vez que lo veía, no podía evitar mirarlo completamente de arriba abajo, intentando encontrar algo que le atrajera de su asistente para que le fuera más sencillo enamorarlo; pero no encontraba nada. Casi arrastró a Bucky fuera de la oficina a la hora de comer para ir a un restaurante y, a eso de las tres, cuando ya no podía seguir paseando en Shield pues necesitaba firmar unos papeles, se los llevó todos a la oficina de vicepresidencia y ocupó aquel espacio como si fuese suyo.

—Debes de tranquilizarte Steve, no puedes estar nervioso o sospechará que algo malo pasa.

—Es que no puedo evitarlo, Bucky. Me he pasado todo el día viéndolo, intentando internalizar lo que voy a hacer. Pero es que no puedo, simplemente no puedo. No me atrae en lo más mínimo.

Bucky apoyó su barbilla en una mano y el codo en el escritorio, sabía que eso sería un problema que necesitarían resolver con mucho alcohol.

— A eso de las cinco vamos a hacer una reunión en la sala de juntas con él, para hablar del avance y eso, la retrasaremos lo más posible y cuando sea algo tarde diré que deberíamos salir a comer algo, para despejarnos y seguir trabajando.

— ¿Pero a comer algo en dónde? —preguntó Steve irritado —. No podemos ir a uno de nuestros restaurantes donde nos conoce todo el mundo.

— Lo tengo todo planeado. —Aseguró con una sonrisa de suficiencia —, Es un bar que conozco de poca monta, nada fino. De esos que están tan oscuros que apenas puedes ver con quien estás hablando y la música no te deja escucharlo. Beberás lo suficiente hasta que su cara se torne borrosa y las luces no te dejen distinguirlo, pero no demasiado para que te enredes con las palabras. Diré alguna excusa para irme y dejarlos solos. Y ahí haces lo que tienes que hacer.

—Tu plan es maravilloso. Me deja a mí el 90% del trabajo sucio.

— ¿Qué quieres que haga? No creo que él quiera besarte conmigo presente. No creo que sea del tipo exhibicionista.

Steve suspiró con pesadez, sabiendo que aquello era cierto. Tenía que comenzar a internalizarse que aquella noche besaría a Tony Stark.

 

 


 

 

Tony le dio un mordisco a su dona, pausando un momento en su trabajo para pensar. Estaba preocupado por Natasha. Supo de la pelea que tuvo con sus padres y de que ahora estaba con su hijo en casa de Bruce. No podía imaginarse lo que sería eso. Si bien su padre era bastante controlador, jamás le había dicho un insulto y, mucho menos le había puesto un dedo encima. Por lo menos Bruce había llegado en el momento oportuno, y quien sabe, quizás Romanoff terminaría aceptando los sentimientos que todos veían que tenía.

También había otra cosa que lo tenía pensando: eran alrededor de las tres de la tarde y podía decir, sin temor a equivocarse, que aquel lunes había sido extraño, demasiado extraño. Y toda aquella extrañeza podía adjudicarse a su jefe, Steve Rogers. En la mañana al llegar lo saludó, pero este le devolvió una mirada extraña, casi como si lo estuviera escaneando de arriba a abajo y salió de la oficina alegando que necesitaba ir a producción. Se lo cruzó nuevamente a eso de medio día y nuevamente Steve lo miró de la misma forma que en la mañana, con una expresión indescifrable, para alejarse de él de forma rápida con Bucky luego de un rápido asentimiento a su petición de que necesitaba su firma en unos papeles. Sabía que los estaba firmando en la oficina de vicepresidencia, y no entendía del todo por qué parecía estar actuando tan extraño.

— ¿Habrá sido mi imaginación? —se preguntó al tiempo que terminaba su dona.

Su celular vibró en ese momento, revisó la pantalla y vio que era Stephen quien lo llamaba.

— ¿Cómo está el amigo más lindo del mundo?

Tony bufó, sabiendo que Strange no lo halagaba sin pedir algo.

— ¿Qué me quieres pedir Stephen?

— ¿Por qué crees que quiero pedirte algo? —Su voz sonó ofendida, pero luego se rió— Olvídalo, sí quiero. ¿Puedo usar tu computadora? No sé qué le pasó a la mía y necesito enviar un correo.

—Sí, no hay problema. Creo que mamá esta en casa y sabes que ella te deja subir sin problemas.

—María me adora, sabe que yo soy una buena influencia para ti. Oye, también te llamé para avisarte que el abogado me está preguntando qué vamos a hacer. Ya sabes, es un poco extraño el que tengamos un embargo preventivo sobre una empresa millonaria y no hagamos algún movimiento todavía.

—Lo sé, lo sé. Pero supongo que mis jefes querrán seguirlo manteniendo de forma preventiva por más tiempo.

— ¿Puedes preguntarle a tus jefes? Le dije que te llamaría para confirmar cualquier movimiento y le informaría esta misma tarde.

—Sí, te llamó en unos minutos.

Tony colgó la llamada y con el celular en mano se puso de pie para ir a la oficina de vicepresidencia, sabiendo que aquel tema era importante y a sus jefes no les molestaría que los interrumpiera para preguntarle acerca de aquello. Vio a Sam concentrado en una llamada y tocó la puerta. Ante el “entre” de Bucky, ingresó.

Barnes estaba tras el escritorio y Steve de pie, parecía estar caminando alrededor de la oficina. Ambos lo vieron de una forma extraña —al igual que todo el día.

—Disculpen, —se excusó, entrando completamente en la oficina—. Pero hay un problema.

— ¿Qué sucede? —preguntó Bucky.

—Es el abogado—explicó Tony —. Ha estado preguntando si procede con el embargo o si seguimos esperando. Me imagino que prefieren seguir esperando, pero quise preguntarles para confirmar.

— ¿Estabas hablando con él? —preguntó Steve viendo el teléfono de Tony en su mano.

—No, con Stephen, él se ha estado comunicando con el abogado.

Rogers mantuvo a raya el rictus de desagrado que le supuso escuchar ese nombre. Barnes lo notó, y fue él quien habló para evitar que Steve dijera algo indebido.

—Dile que vamos a mantener el embargo preventivo, que no haga ningún movimiento. —Tony asintió y antes de que se fuera, Barnes agregó algo más —. Tony, hay algo que queremos informarte, a las cinco los tres vamos a ir a la sala de juntas para discutir el movimiento de la semana pasada. Quizás tengamos que quedarnos hasta tarde, sabes que es mucha información.

—De acuerdo, tendré todos los balances listos para esa hora. —respondió, saliendo de aquella oficina y cerrando tras de sí.

Steve solo esperó un segundo después de ver la puerta cerrarse para acercarse al escritorio con furia. Tenía los puños apretados y caminaba en el espacio reducido de aquella oficina como bestia enjaulada.

— ¡¿Pone a su noviecito a negociar con el abogado y quiere que me crea que no son novios?!

Bucky suspiró sabiendo que mientras más tiempo pasaba, más peligro corría de que Stephen envolviera a Tony en sus manos.

—Calma Rogers, ¿ves por qué debemos hacer esto? Y debemos hacerlo hoy, no podemos perder más tiempo.

 


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