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06.
Conocía una manera de hacer cambiar la forma de una llave, para poder abrir cualquier puerta. Mi expectación estaba en saber si ahora que los ánimos estaban calmados podría lograr sincronizar con el anillo de Daw. No es que dudara de mí, pero tal vez se necesitaba condiciones más extremas.
Tomé un respiro y me hinqué sobre el piso, quería estar lo más cómodo posible. Introduje la llave en el cerrojo, al tiempo que apretaba su anillo con mi mano izquierda. Cerré los ojos en espera de que me llegara ese silencio, ese donde solo existía yo y las conexiones, era confuso, pero logré encontrar el camino al anillo de Daw. Era como dejarse llevar por una corriente. Puse tanta concentración a ello que apenas noté cuando la forma de la llave comenzó a cambiar, la indefinida sustancia llenó todos los huecos del cerrojo y cuando lo sentí listo abrí mis ojos, y el silencio acabó.
En situaciones así, perdía la noción del tiempo. Sentía tan adoloridas las rodillas, solo por tenerlas contra el suelo que temí haber gastado todo el tiempo que tenía antes de que fuera hora de levantarse.
Giré la llave suavemente, esta me acompañó el movimiento haciendo pequeños chillidos, hasta que completé la vuelta y sonó un clic. Funcionaba perfecto, el pomo quedó libre. Las puertas eran antiguas, robustas y pesadas, exactamente el tipo de puerta que uno espera que rechine, pero en vez de eso se desplazaron hacia delante como si flotaran, solo se escuchaban mis pisadas.
Su camilla estaba ligeramente iluminada, las cortinas tenían dibujada la sombra de su cuerpo postrado. Mientras tomaba la cortina en mis manos una extraña ansiedad se apoderó de mí. Que pasaba si se despertaba. Cómo iba a poder verlo a la cara.
Quizás la Srta. De Janes tenía razón y él no recordaba nada, pero yo si recordaba, y me resultaba extraño, repulsivo, el tener que aguantar su mirada sabiendo el daño que le había hecho.
Apreté mis labios y corrí la cortina bruscamente. Daw seguía dormido. Su rostro parecía escapar a todo lo que le había pasado, se veía en paz y eso solamente acrecentó la ansiedad en mí.
Me senté en una sillita que había al lado de su camilla. Una vela encendida en su velador iluminaba ligeramente el ambiente. Me permitió ver su anillo en toda esa oscuridad. A pesar de que había estado conmigo todos esos días no me di el tiempo de verlo como correspondía. La piedra era pequeña, de bordes angulosos, y un color celeste pastel casi transparente, era un anillo muy delicado. Exactamente la clase de anillo que toda chica espera que le toque, pero era suyo, y yo lo tenía. Era tan contrario a como era el mío. Por un momento sentí un rechazo tremendo al hecho de ocupar el anillo de alguien más, sobre todo el suyo. No porque fuera él, sino porque era yo.
Tomé su mano para devolverle el anillo. Mis ojos pasaron rápidamente por su dorso, pero algo que no había visto antes me dejó intrigado. Le faltaba gran parte del dedo anular. Supe de inmediato que no era por mi ataque, era una herida vieja, el muñón estaba sano. Lo toqué sin pensarlo, era suave. De pronto pensé que lo que estaba haciendo era muy raro, no podía estar tocándole un muñón mientras él estaba inconsciente. Me sentí tan estúpido. Dejé apresuradamente el anillo en su índice y salí de la enfermería casi corriendo.