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Don Thatch Tenorio por Elbaf

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Notas del capitulo:

Bueno esto ya empieza a tomar forma ^^

A partir de aquí ya empieza lo interesante, y he calculado que quedan aproximandamente dos capítulos más y, tal vez, suba un tercero que acabe con toda la tensión sexual entre Marco y Ace, creo que a los pobres se lo debo xD

Y, ya estoy cogiendo la costumbre, pero me gustaría dar las gracias a Rossile, Tashigi94 y a VinsmokeDSil, fieles lectoras y comentaristas xD

Me animáis mucho a continuar escribiendo.

Gracias, de verdad.

¡Espero que os guste!

Os ailoviu.

<3

Habían pasado ya unas cuantas horas, pero todos seguían en una de las tabernas del lugar, celebrando el cumpleaños de su padre. Pasada la medianoche, Vista se acercó a Haruta que, por suerte, había dejado de sentir los efectos del azúcar, pero se estaba quedando dormida en una de las mesas.

- Haruta… - susurró revolviéndole el pelo - ¿No crees que es hora de que te vayas a dormir, pequeña? – aquello despertó a la chiquilla, que tuvo que ponerse de pie sobre la mesa para poder encarar al gran hombre.

- ¿A quién llamas tú pequeña? ¿Eh? Lo… ¡Lo que pasa es que tú estás muy gordo!

Shirohige se carcajeaba de la reacción de la niña, mientras apuraba otra botella de sake.

- Quizá sí sea buena idea que te vayas a dormir… - dijo el capitán con su voz grave y paternal – Recuerda que mañana prometiste entrenar con Ace… - la niña miró al pecoso que estaba carcajeándose en la barra, al lado de Marco.

- No creo yo que Ace esté mañana para entrenar mucho, Oyaji… - el hombre del gran bigote no dijo nada, pero tuvo que darle la razón mentalmente.

- Bueno… - dijo retomando la conversación - ¿Y qué te parece si entrenas conmigo? – aquella frase hizo que el rostro de la niña se iluminase con alegría. Shirohige era el hombre más fuerte del mundo y, aunque ya apenas peleaba, pues para eso estaban sus hijos, seguía siendo uno de los piratas más temidos del mundo. Poder entrenar con él era, para la niña, algo mucho mejor que entrenar con Ace. Asintió varias veces, emocionada.

- ¡Claro! ¡Claro que sí! ¡Así te enseñaré todo lo que he aprendido! – el hombre se carcajeó con su característica risa.

- Desde luego, niña. Pero no creo que puedas enseñarme nada si te caes del sueño en mitad del entrenamiento, ¿no crees?

Y Shirohige supo que tenía a su pequeña mocosa justo donde quería. Si Haruta se dio cuenta, no lo mostró. Pero se levantó de la silla y miró a todos sus hermanos con la cabeza muy alta y el pecho henchido de orgullo.

- Me voy a dormir – dijo como si le costase pronunciar esas palabras – Pero me voy porque yo quiero, no porque me lo digáis vosotros.

Todos rompieron a reír mientras ella salía del lugar. Shirohige hizo un gesto con la cabeza a Jozu, que asintió y siguió a la chiquilla a una distancia prudencial. No es que no confiasen en su fuerza, pero era la más pequeña de todos y tenían cierto sentimiento fraternal de sobreprotección.

Poco a poco, el resto de comandantes también se fueron retirando, hasta que Shirohige se despidió de los únicos tres que aún quedaban en el bar.

- Marco – el aludido se giró a mirar a su padre – No regreséis muy tarde y… - desvió la vista a Thatch y Ace que seguían bebiendo sin control – Cuida de ellos, por favor.

Marco asintió y Shirohige abandonó la taberna en dirección al barco. El rubio miró a sus hermanos que se estaban partiendo de risa incluso más de lo que estaban haciendo hasta el momento.

- ¿Se puede saber qué mierdas os pasa ahora? – preguntó de mala gana, pidiendo otra ronda para los tres.

- No, nada, nada – dijo Ace, tratando de aguantarse la risa – Es solo que… bueno…

- Ya sabes… - continuó Thatch – Supongo que está en tu naturaleza – pronunció esa última palabra con cierto tonito que a Marco no le gustó lo más mínimo, pero se arriesgó a preguntar.

- ¿El qué se supone que está en mi naturaleza?

- Ser una mamá gallina – soltó Ace sin poder aguantar más mientras él y Thatch lloraban de la risa.

- ¡¡Pues a mamá gallina no le gusta un pelo que le toquen los huevos!! – gritó colérico, golpeando la mesa con el vaso de cristal, ya vacío.

- No te preocupes, Marco… - consiguió decir Ace, llorando – Pelo tampoco es que tengas mucho…

- ¡¡Pero siempre le puedes pedir a Oyaji que te deje el gorro con pelo que le ha regalado Jozu!!

Y los dos continuaron riendo como focas mientras Marco se rendía y volvía pedir otra botella más.

Al cabo de una media hora, el clima era ligeramente diferente. Ace se dormía cada pocos minutos, despertando a los segundos; Marco se quejaba continuamente de las bromas sobre pájaros y piñas; y Thatch había vuelto a entrar en modo conquistador.

- Es la mujer más hermosa que hay sobre la tierra. Mucho más que tú, Marco.

- ¡Yo no soy una mujer, imbécil! Además… el tal Izou tampoco lo es. Es un tío, Thatch, a ver si te enteras de una vez.

- Y esa voz… y esos ojos que resplandecían cual estrellas en el firmamento…

- ¿Pero me estás escuchando, pedazo de idiota?

- Thatch se ha enamorado… - canturreó Ace con voz infantil, alzando su copa y brindando consigo mismo en honor a su hermano.

- Si volviera a nacer la buscaría nada más llegar al mundo…

- Pffff pues no creo que sea muy romántico que tenga que andar cambiándote pañales nada más conocerte– dijo el pecoso con la cabeza sobre la barra.

- Me refiero, Ace, a que pasaría cada día de mi vida a su lado.

- Pero, ¿no te das cuenta que te ha rechazado? – intervino Marco – No le gustas, Thatch. Lo siento por ti, hermano, pero te lo dejó bastante claro, ¿sabes?

- Eso es porque no se declaró como dios manda – murmuró el pecoso – Es evidente que liarte a hostias con otro hombre delante de ella… o de él… no es el mejor método.

- ¿Por qué no? – repuso Thatch, ofendido – Le demostré mi fuerza y que estando conmigo estaría protegida. A cualquier mujer le encantaría eso.

- ¡¡¡Que es un hombre!!!

- Fuiste un maldito cavernícola, bro – repitió el pecoso – Tenías que haber sido más sutil, hombre. Haberle llevado unas flores a la salida, haber elogiado su actuación, su dulce forma de hablar, el grácil movimiento de su cuerpo al son de la música…

Marco y Thatch miraron a Ace con los ojos como platos.

- ¿Desde cuándo sabes tú tanto sobre cortejar a mujeres? – preguntó Thatch casi ofendido. Ace se encogió de hombros.

- Supongo que es lo lógico, ¿no? Es decir… Makino me dijo una vez… Si quieres enamorar a una mujer, haz todo lo que no haría un pirata.

En este punto de la conversación, Thatch había sacado una libreta y había comenzado a escribir en ella. Marco quiso golpearse la frente muy fuerte cuando, en la tapa de la libreta ponía “Cuaderno infalible para ligar de Thatch”.

- Soy todo oídos – le dijo al pecoso mientras su pluma se deslizaba velozmente por el papel. Ace se sintió envalentonado y se levantó del taburete con dificultad, acercándose a Marco que le miraba con curiosidad y algo de miedo.

- Es muy fácil, Thatch, mira. Tú solo te acercas a la chica en cuestión – dijo mientras se tambaleaba hacia Marco – Tomas su mano entre las tuyas con cariño y con suavidad la besas, sin dejar de mirarla a los ojos. Eso es muy importante, el contacto visual.

Marco en este punto se quería morir. El maldito pecoso estaba haciendo con él una explicación práctica muy convincente. De hecho, si no llevara las mejillas sonrojadas por el alcohol, estaba muy seguro de que se habría sonrojado por aquel beso y aquellos ojos. Quiso decir algo, pero se quedó sin palabras, mientras Ace continuaba su explicación sobre el ritual de apareamiento de un pirata. Para colmo, Thatch no les quitaba el ojo de encima, sin dejar de apuntar notas.

- Luego te acercas a ella un poco más, pero despacio, no se vaya a asustar. Es decir… parece que llevas un gato en la cabeza, es probable que se asuste – dijo como si fuera algo obvio. Thatch llegó a anotar “plantearme la posibilidad de un corte de pelo” – y, con lentitud le acaricias la mejilla con los dedos, no importa mucho si lo haces con las yemas o con el dorso, ella no va a dejar de mirarte los ojos.

Eso era, exactamente, lo que Marco estaba haciendo. Desde que posó la mano en su mejilla no había sido capaz de apartar la vista de sus ojos.

- Entiendo. Siempre mantener el contacto visual, de acuerdo – continuó Thatch, escribiendo como loco.

- Y, entonces, es cuando das el golpe de gracia – dijo con seguridad – Te acercas a su oído y susurras “Eres lo primero en lo que pienso cuando me dicen que pida un deseo, Marco” …

- Y susurro, ¿qué cosa? – dijo Thatch, que no había logrado escuchar nada, mientras se acercaba más a ellos.

- Ya sabes – respondió Ace, alejándose de Marco, que estaba en estado catatónico – Una de esas frases tuyas de amor incondicional – Thatch asintió, muy convencido, pero luego miró a Marco, confuso.

- ¿Y a ti qué te pasa, hermano? Parece que hayas visto un fantasma o algo así… - murmuró mientras agitaba la mano frente a su rostro, pero sin obtener respuesta, salvo una risita traviesa que se escapó de los labios de Ace y que, en ese momento, no supo interpretar.

La fiesta les duró apenas un rato más. Ace seguía dándole consejos a Thatch, que apuntaba frenético, mientras Marco bebía una copa tras otra, intentando recomponerse. No tardaron mucho en echarlos de allí, ya era de madrugada y la taberna debería haber cerrado hacía unas horas, pero bebían tanto que al dueño le había merecido la pena abrir un poco más.

Con pasos inestables, los tres decidieron emprender camino al barco, a dormir un rato. Pero, como aquel sitio era nuevo para ellos, terminaron callejeando y perdiéndose un par de veces, hasta que llegaron a la plaza central del lugar, otra vez. A Thatch casi se le salen los ojos de las órbitas cuando divisó, de nuevo, el teatro kabuki en el que había conocido al amor de su vida. Antes de que Marco o Ace pudieran hacer nada, salió corriendo hacia la puerta y comenzó a aporrearla con los puños, mientras gritaba:

- ¡¡Derecho de asilo!! – pero no terminaba de sonarle del todo bien, por lo que reformuló la frase – ¡¡Izou!! ¡¡Necesito verte!! ¡¡Por favor!!

Ace y Marco decidieron tomar asiento en la fuente que había justo frente al teatro. El pecoso nunca se había reído tanto en toda su vida, lleva así desde el punto de la mañana y el pobre Marco, estaba en un punto en que todo le ha desbordado tanto que, mientras Ace lloraba de risa, él lo hacía, también, pero de la depresión alcohólica que le había dado.

- ¿¡Por qué siempre pollos y piñas!? ¿¡Eh!? ¿¿Por qué?? – decía llevándose las manos al rostro.

- ¡Es envidia! – decía Ace palmeando su espalda con cariño - ¿A quién no le gustaría ser un pollo y una piña al mismo tiempo?

- ¡¡No soy un pollo, soy un fénix!!

- ¡¡Izou!! ¡¡Ya sé lo que tengo que hacer, que me lo he apuntado!! ¡Sal, por favor!

- ¿Los fénix no son pollos? – dijo confundido.

- ¡¡Soy un ave mitológica!! MI. TO. LÓ. GI. CA.

- ¡¡No sé no ser un pirata, pero puedo ser menos cavernícola un rato!!

- ¿Mitológica no significa que no existes?

- ¡¡Claro que existo!!  

- ¡¡Si no sales no puedo mantener el contacto visual contigo y eso es muy importante!! ¡¡Lo pone aquí!! – dijo señalando la libreta.

- Bueno, claro… las piñas sí que existen.

- ¡Que no soy una piña, Ace! Es solo… que tengo el pelo raro.

- ¡¡Izou!! ¡¡Cantabas con gracilidad y bailabas con voz muy bonita!! – gritó, tratando de leer sus propias notas.

- Pero… es… bueno, es parecido a una piña – Marco le miró con gesto derrotado – ¡¡Pero la piña sigue siendo mi verdura favorita!! – aquello le arrancó una sonrisa.

- Las piñas no son verduras, Ace… - repitió una vez más, igual que unas horas antes.

- ¡Te prometo que no volveré a darme de hostias con nadie a menos que vuelva a pasar!

Los gritos de los tres hombres llamaron la atención de algunos curiosos que vivían por la zona. Se asomaban a las ventanas y escuchaban con cierto asombro, especialmente las palabras del hombre del tupé, que no había dejado de aporrear la puerta en ningún momento.

Justo frente al teatro, al otro lado de la fuente, en una casa grande, un hombre con un kimono de seda observaba a Thatch con una suave sonrisa. Estaba apoyado una de las ventanas de la última planta y fumaba de una larga pipa con lentitud. Aquel hombre que no dejaba de llamarle a gritos era, definitivamente, la persona más intensa que había conocido en toda su vida como onnagata.

- Pero, Marco… - dijo alargando su nombre - ¿Por qué te molesta tanto?

- ¿Tú qué crees? ¡No es agradable que todo el mundo piense en piñas y pollos cuando me ve!

- ¡¡Lo del pelo tiene arreglo, Izou!! Te juro que no es un gato, que me dan alergia. ¡¡Me lo puedo cortar!! Aunque… no mucho, que es mi mayor atractivo.

- Tonto, Marco… Eso no es verdad – dijo dejando caer su cabeza sobre su hombro – Todos se sienten mejor cuando llegas tú. Eres el más fuerte, el más confiable. Eres el primer comandante, Marco… El que siempre nos guía a los demás. Todo esto, el cumpleaños de Oyaji y todo lo demás… No habría sido posible sin ti. Todos te admiran mucho… Yo te admiro mucho. Ojalá yo fuera la mitad de pollo y piña de lo que tú eres…

Marco le miró sorprendido y quiso responderle algo, lo que fuera, pero no pudo porque, una vez más, el maldito Portgas D. Ace tenía un ataque de narcolepsia que le hizo caer de espaldas… en la fuente.

Con agua.

Sin respirar.

Y algo en la cabeza de Marco hizo “click”.

Él también era un usuario, ni siquiera podía tocar el agua o acabaría como el pecoso. Se dio la vuelta sobre sí mismo con rapidez, buscando a algo o a alguien. Hasta que vio a Thatch.

¡Eso es! Thatch era uno de los mejores nadadores del Moby Dick. ¿Que la fuente apenas medía medio metro de profundo?, también era cierto. Pero estaba Marco como para ponerse a medir calados. De modo que fue corriendo hasta su hermano y le cogió de los hombros, tirando de él.

- ¡¡Thatch!! ¡Es Ace, tienes que ayudarme! – gritó desesperado. Su hermano solo se lo quitó de un gesto con el brazo.

- No me necesitas para nada, tú solo llévatelo a tu camarote y termina la faena.

- ¿¡Qué camarote, ni qué faena, imbécil!? ¡¡Que se está ahogando!!

Pero Thatch seguía en su mundo galleta personal, ignorando a Marco y llamando a gritos a Izou. El rubio se giró, dispuesto a tirarse en la fuente para sacar a Ace, cuando vio que alguien ya lo había hecho por él. Se lanzó hacia ellos y, sin mirar siquiera a quien le había ayudado, tomó el cuerpo del pecoso, que no dejaba de roncar.

- Gracias, muchas gracias… - dijo en un susurro a la persona desconocida mientras rodeaba el cuerpo del chico con los brazos – Idiota… Me has dado un susto de muerte…

Con una sonrisa, dejó al rubio con el otro chico y se acercó al hombre del tupé, poniendo una mano en su hombro.

- Disculpa…

- ¡Santa mierda! ¡Ya te he dicho lo que tienes que hacer, Marco! ¿No ves que estoy… ocu… pa… do…? – miró con la boca abierta a la persona que le sonreía con suavidad.

- Si estas ocupado… quizá deba dejarte a solas – susurró sin dejar de sonreírle.

- ¡NO! Es decir… No… Yo… Te estaba buscando, Izou. ¿Cómo has…? – dijo confundido, mirando de hito en hito a Izou y a la puerta del teatro, como si pensara que la había atravesado sin que él se diera cuenta.

- No vivo ahí dentro, es lógico – dijo divertido – Pero vuestros gritos se escuchan por todo el pueblo. Especialmente los tuyos… Y… si no hubiera bajado, tu amigo pecoso se habría ahogado en la fuente – Thatch buscó con los ojos a Ace, encontrándose a Marco reanimándole.

- ¡¡Podrías haberme dicho que se estaba ahogando!! – recriminó a su amigo, que le enseñó el dedo corazón.

- ¡¡Lo que puedo hacer es ahogarte a ti, idiota!!

Izou reía con suavidad, tapándose los labios con la mano. En ese momento, Thatch se dio cuenta de una cosa bastante significativa. Izou iba sin maquillar, tenía la piel totalmente limpia y, aun así…

- No sabía que aún pudieras verte más hermosa de lo que te ves en el escenario… - aunque aquello le hizo sonrojar, apartó la vista, murmurando una respuesta.

- Tu amigo tiene razón… No soy una mujer. No hay mujeres en el teatro kabuki. Soy un hombre, de pies a cabeza.

- Entonces eres el hombre más hermoso que he visto en mi vida… Y créeme que he visto unos cuantos… - susurró tomando su rostro y pegando su frente a la de él.

- ¿Eres consciente de lo que estás diciendo? – respondió tomando sus muñecas con suavidad. Thatch asintió.

- Puede que lleve una borrachera de órdago, eso no te lo voy a negar. Pero dicen que los borrachos siempre dicen la verdad… - Izou soltó una risita y apartó las manos de su rostro.

- Eres un bruto… - murmuró mirándolas – Te has destrozado los nudillos contra la puerta…

- Pero ha merecido la pena – dijo sonriendo – Al final has salido a verme.

- He salido a salvarle la vida a tu amigo… - respondió con una sonrisa ladeada.

- Y has salvado la mía de paso, porque si algo llega a pasarle a Ace, Marco me corta las pelotas, eso puedes tenerlo claro – Izou soltó una risa suave, casi delicada y, tirando de sus muñecas comenzó a conducirle a su casa - ¿A dónde me llevas?

- A mi casa… - Thatch sonrió como un niño – No te emociones tanto, don Juan, solo voy a curarte esas heridas. Si se te infectan vas a pasarlo muy, muy mal.

- Si llego a saber que necesito una herida para que me lleves a tu casa, me la habría hecho mucho antes.

Izou rodó los ojos, divertido. Definitivamente aquel hombre era imposible. Parecía que el mundo y su cabeza iban por caminos diferentes, pero eso era, precisamente, lo que más le maravillaba de él.

Entraron y le llevó hasta una habitación grande, que hacía las veces de salón. Le pidió que esperase un poco y al par de minutos regresó con algodón y desinfectante. Con suavidad, comenzó a pasarlo por sus manos, quitando los rastros de sangre y limpiando bien las heridas.

- Realmente no me importa que seas un hombre, Izou… Eso no es algo que me preocupe.

- Esto no se trata de lo que te preocupe o no a ti… - le miró alzando una ceja, formulando una pregunta silenciosa.

- Thatch. Me llamo Thatch – Izou sonrió al escucharle y siguió hablando.

- No soy un hombre libre, Thatch.

- ¿Estás casado? – preguntó sorprendido – Bueno, sería lógico… Lo raro sería que un hombre como tú no tuviera hordas de pretendientes bajo su ventana – Izou negó con expresión triste.

- No, no se trata de eso. He dicho que no soy un hombre libre. Y eso es exactamente lo que he querido decir – el pirata le miró sin entender – Tengo dueño, Thatch. Y uno muy poderoso. Es mejor para ti mantenerte alejado de mí.

- ¿¡Qué mierda es eso de que tienes dueño!? – dijo iracundo – No bromees con eso. ¡Tú no eres un esclavo!

- No en teoría, pero sí en la práctica. ¿Crees que yo estoy bien con eso? ¿Crees que para mí es agradable no poder hacer lo que quiera y cuando quiera?

- ¿Y por qué no lo solucionas? Manda a ese hombre a la…

- ¡Porque no puedo, Thatch! Ya te lo he dicho antes. Es un hombre muy poderoso. Es el metsuke, el censor del shōgun… Es su mano derecha y, con una simple petición tendría a todo el maldito ejército a su disposición. Eso es lo que obtendría si me rebelo. Pero, si sigo como hasta ahora, puede que a veces sea un poco desagradable… Pero tengo cama, comida, techo y disfruto con lo que hago…

- Nadie que diga pertenecer a otra persona puede disfrutar con su vida, Izou. Por fortuna para ti y para desgracia de ese tipo, soy un hombre muy cabezota. Y no voy a dejar las cosas así.

- ¿Todo esto es por… porque yo te gusto? – Thatch sonrió.

- Sí y no. Soy un pirata, Izou. Para mí, no hay nada en el mundo que tenga más valor que la libertad. Y quiero que tengas muy claro que voy a pelear con uñas y dientes por la tuya.

- ¡Pero él es un hombre…!

- Sí, sí, un hombre poderoso. Ya lo has dicho.

- ¿Y no tienes miedo de lo que pueda hacerte? – Thatch sonrió, confiado.

- No va a tener la más mínima oportunidad contra mí. Pero, si cometiera el terrible error de hacerme daño… - miró por la ventana, en dirección hacia el puerto y su sonrisa se amplió notablemente – Bueno, digamos que… Tengo una familia esperándome que se merendaría a su ejército en menos tiempo del que yo he tardado en enamorarme de ti.

Volvió a tomarle de las mejillas y se agachó hasta rozar sus labios con suavidad, tanto que Izou llegó a pensar que se lo había imaginado.

- Espérame, solo unos días. Te sacaré de aquí y, entonces, podrás elegir si seguirme o permanecer en este lugar. Pero siempre como un hombre libre.

Antes de que Izou pudiera asentir, el pirata había desaparecido del lugar y se dirigía con paso decidido al barco.

Al día siguiente hablaría con su padre.

- Oh, tal vez al siguiente de ese… - dijo sobándose la cabeza.

En el Moby Dick se hacían fiestas memorables, pero la resaca que iba a tener después de esa noche, estaba bastante seguro, que iba a ser de las mayores que había tenido jamás.

Notas finales:

Nos leemos en el próximo capítulo y en los comentarios.

Os ailoviu.

<3


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