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Seven Deadly Sins por LuchoDigimon20

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Notas del capitulo:

Mini-resumen: Takato y Kouichi conocen a Takeru Takaishi. Los hermanos hablan con Takuya. Takato es presionado, con consecuencias poco agradables.

Hola a todos y bienvenidos.

Aca les entrego otra actualización de este pequeño fic, esperando que sea de su agrado, tanto como lo es para mi escribirlo.

Kouichi acompañaba a Kouji recién empezada la noche, cuando aún se permitían visitantes. Ambos permanecían en silencio mientras se dirigían a una tumba en particular, una bastante parecida a todas las demás y sin algo en especial, más allá del nombre distintivo que estaba gravado en la lápida: “Osamu Ichijouji. Amigo, hermano e hijo amado”.

El epitafio no era más que una cruel mentira de lo que había sido su vida. Una vida llena de abuso y abandono por parte de las personas que deberían ser más cercanas a él, su familia.

Kouichi conocía esa historia bien puesto que su hermano la había contado. Recordaba la rabia y la impotencia que había sentido en aquella ocasión, aun sabiendo que no había sido testigo oficial. De modo, que no podía imaginarse como realmente se sentía Kouji al respecto.

Para Kouji, Osamu parecía ser un amigo muy importante, incluso más que sus otros amigos: Takuya, Zoe, Junpey o Tommoky. Fue ese simple hecho que recibir la noticia de su muerte tuvo un impacto devastador. Eso había ocurrido hace dos años y, aun hoy en día, persistían las secuelas.

Por supuesto, Osamu tenía otro amigo y, ese amigo, era Takuya Kambara. Takuya, la persona que lo había visto por última vez con vida. Takuya, la persona que parecía tener un secreto que ocultar. Takuya, la persona de la cual se había enamorado por primera vez.

Y ahí estaba, al pie de esta tumba, con una mirada pensativa.

“Takuya”, Kouichi saludó dudativo.

El aludido, en reacción, se sobresaltó. Al parecer, no esperaba a nadie más en ese lugar.

“Kouichi, Kouji”, el pelicastaño respondió. “¿Qué hacen aquí?”.

“¿Qué haces tú aquí?”, Kouji preguntó, hablando por primera vez en bastante tiempo.

Kouichi pudo ver la sonrisa amarga en Takuya. “Él era mi amigo”. Pero había algo más que pudo identificar al instante. ¿Era culpa?

Su mente le regresó a ese pensamiento que había asociado a Takuya durante los últimos años. Takuya, la persona que tenía algo que ocultar. Takuya, la persona que vio por última vez a Osamu con vida.

“¿Qué me estas ocultando, Takuya?”, Kouichi miró a su amigo inquisitivamente, decidido a sacar las respuestas que necesitaba.

Aun no podía sacarse de la cabeza lo que su hermano había dicho. La voz que lo perseguía y que quería a Takato para un fin en específico. La voz que pretendía torturas a Kouji, reabriendo viejas heridas.

Por Dios. Tal vez estaba exagerando, pero el pánico en su interior se acrecentaba cada vez más. Takato, Kouji, las personas más importantes en su vida peligraban.

“Dime Takuya”, Kouichi dijo inexpresivamente. “¿Siempre visitas esta tumba en las noches? ¿O hay algún motivo en especial?”

El rostro de Takuya revelaba muchas cosas. Pánico, desconcierto, arrepentimiento. Había sido atrapado.

“Lo sabía”, la furia de Kouichi iba en aumento. El desconcierto, las mentiras y los secretos habían puesto una muralla entre él y Takuya, ya hace mucho tiempo. Murallas que se derribarían esa noche en una explosión. “Solo háblame. No tienes que ocultarlo más”.

La furia provenía de un ruego desesperado por recuperar algo tan sagrado. No podía soportar el silencio.

“¡Vamos, Takuya!”, Kouichi gritó, sobresaltando a su ya temeroso hermano.

“Kouichi, tienes que calmarte”, Kouji intentó razonar, queriendo evitar el eventual conflicto.

Takuya simplemente se tapaba la boca en respuesta con sus dos manos, siendo incapaz de mantener contacto visual. Podía apreciar como temblaba, como lágrimas caían de sus ojos. Parecía a punto de estallar también.

Kouichi, sin mediar media palabra, se acercó a Takuya y le tomó fuertemente de los hombros, sacudiéndolo con fuerza y obligándolo a verlo directo a los ojos.

“Por favor”, Kouichi rogó. “Ya han pasado dos años desde esto, necesito saberlo. Mi hermano necesita saberlo”.

Y, entonces, Takuya se quebró al fin.

“Lo siento”, el pelicastaño exclamó adolorido. “Lo siento. Lo siento. Lo siento. Ellos me obligaron a ocultártelo”.

Una nueva sensación calaba lentamente en el interior de Kouichi. Ya no había solo ira o desolación. Había surgido el miedo.

“¿Qué tenías que ocultar?”, en el fondo, sabía esa respuesta. Lo que no sabía era el por qué.

“Osamu no murió ese día”.

Inmediatamente, Kouji y Kouichi quedaron en shock.

“Ellos lo encubrieron todo, le hicieron creer al mundo que se trataba de un suicidio. Me hicieron prometerles que nunca le contaría eso a nadie, ni siquiera a ustedes”.

“Takuya. ¿Quiénes son ellos?”, Kouji preguntó esta vez con voz temblorosa.

“Nuestros padres. Realmente, ninguno de nosotros los conocemos en verdad. De las cosas de las cuales ellos son capaces”.

“¿Nuestros padres?”, Kouichi pensaba, buscando que la noticia no fuese más que una mala broma que estuviese a punto de revelarse. Sin embargo, el tono y la actitud de Takuya indicaban lo contrario. Por primera vez, en mucho tiempo, había verdad y esa verdad era aterradora.

Kouji cayó sobre sus pies, derrumbado por su propio peso. Kouichi veía como ocultaba su rostro entre sus manos, en un intento vano por controlarse a sí mismo.

Kouichi se sintió atrapado en una mala conspiración. Quería golpear a Takuya por haberle ocultado algo como eso, un secreto tan delicado que era capaz de dañar de esa manera a su hermano. Por Dios, un secreto que amenazaba con dañar a Takato.

Pero Kouichi no podía dañar a su querido amigo. Sabía que Takuya no lo había hecho por maldad. Takuya estaba destrozado, al igual que Kouji.

“¿Qué paso realmente?”, Kouichi preguntó, esta vez, con mucho más tacto.

“Osamu cambió”, Takuya respondió sombríamente. “Ya no es la persona que yo y Kouji conocimos hace dos años. Cambió para peor, se convirtió en algo malo”.

“Oh, por Dios”, fue lo único que Kouichi pudo decir, aunque no conocía el alcance de las declaraciones de Takuya. “Takuya, escúchame. Tenemos que encontrar a Osamu. Tenemos que encontrar una manera de detener todo esto hasta que sea demasiado tarde”.

Takuya asintió, sonriendo levemente. “Lo sé. Antes de que llegaras, estaba pensando precisamente en eso. Por lo menos, me alegra que ya no tendré que hacerlo solo”.

“¡Nunca estarás solo!”, Kouichi exclamó, atrapando a su amigo en un abrazo muy necesitado. “¡No tenemos que enfrentar esto solos!”.

Los tres iban a necesitarse, ya que lo peor estaba por venir

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Osamu había perdido el rastro de su presa. Había estado tan cerca de lograr su objetivo y, así, lograr lo que tanto deseaba antes de regresar al mundo de las maravillas, como él lo llamaba. De no haber sido por la intromisión de su querido padre, estaría ocupado atendiendo a sus deseos. Tendría que recordarse asesinarlo más tarde.

Sin embargo, no todo había sido decepcionante. No con aquel descubrimiento tan interesante que había hecho.

Su cuerpo solo temblaba al recordar la terrible opresión que Takato había creado en tan solo unos instantes. La mirada fría e inhumana, característica de un ser de otro plano de la realidad. Sus movimientos gentiles pero mortales. La sensación de la muerte y el dolor indescriptible emanar de la palma de su mano.

Simplemente era increíble, Osamu nunca antes había sentido tal emoción, no desde que conoció a esa persona. El ser que abrió sus ojos ante una nueva dimensión de placeres y maravillas más allá de la imaginación del hombre promedio. Aquel que lo había enviado a esa aburrida Tierra para que buscara a su niño. Finalmente, podía comenzar a entender el interés de su maestro.

Quería sentir esa opresión de nuevo, quería obligarlo a desatar al monstruo interno aun en contra de su voluntad para su propio disfrute. Pues Osamu no tenía miedo a la muerte ni al dolor. Solo existía el placer y la libertad desenfrenada. Y, con esa idea en mente, persiguió al joven como un lobo hambriento de carne humana, ignorando por completo el desastre que había dejado atrás.

Pero, cuando finalmente lo había alcanzado, Takato solo desapareció.

Osamu se encontró en el último lugar donde Takato había estado, su presencia aún era fuerte y su intuición le decía que aún permanecía con vida. Quien quiera que haya sido su captor, procuraba mantenerlo con vida. El propósito, por supuesto, lo ignoraba y no es que le importara en absoluto. Tarde o temprano, Osamu lo encontraría y continuaría con su cita, por decirlo de alguna manera. Lo quebraría antes de arrastrarlo al mundo de las maravillas y lo dejaría a disposición de su amo, quien tal vez le permitiese satisfacer sus necesidades durante más tiempo con Takato.

Solo era cuestión de tiempo.

Pero…

¿Por qué no divertirse primero?

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Ken caminó a lo largo de un pasillo estrecho, de color blanco e uniforme, hasta llegar a una puerta de color negro. Golpeó con el dorso de su mano y esperó pacientemente, entrando apenas pudo escuchar un ‘adelante’ seco. Entonces, abrió la puerta, encontrándose con un par de sillas y un escritorio delante de ellas.

Al frente suyo, un hombre de ojos azules y cabello rubio lo miraba con frío interés, una atención que causaba una desagradable sensación de revoltijo en su estómago. Era una sensación helada y desesperanzadora, todo lo contrario, a lo que había sido su niñez.

“Takeru”, Ken saludó, usando su máscara inflexible.

“Ken, en su gusto”, el aludido sonrió. “Debo felicitarte por el trabajo que has hecho”.

Era una sonrisa vacía, una helada sonrisa de un ser metódico y astuto. Una sonrisa de un ser que obtiene todo lo que quiere, sin importar las vidas que aplaste en el camino.

“El objetivo escapó. Sinceramente, no veo porque recibir reconocimiento”.

Con Takeru, siempre había un motivo oculto, una maquinación perversa, objetivos poco claros.

“El vástago de tu hijo resultó ser de mucha utilidad”, el hombre de ojos azules comenzaba a explicar. “Con su ayuda, logramos presenciar un poco de las capacidades del joven Matsuda. Y ahora, el chico está en nuestras manos”.

Ken quedó en estado de shock. “¿El objetivo no era asesinarlo?”, ni siquiera era capaz de decir su nombre en voz alta. Otra prueba más del fiasco de padre que había sido.

“Él morirá, eventualmente. No tendrás que preocuparte nunca más porque tu familia se infecte del pecado originado del Mundo Digital”. No lo parecía, pero su intención era golpear una vieja herida y hacerla sangrar nuevamente.

Con los años, Ken descubrió que Takeru parecía disfrutar de herir a los demás.

“Sinceramente, me gustaría matarte yo mismo”, Ken realmente quería decir eso.

Por lo menos, con su muerte, se haría justicia a su antiguo ser. Un ser más bondadoso, más gentil, que ya no existía más.

¿Cuánto había cambiado?

¿Cuánto habían cambiado todos?

“Tal vez se te presente la oportunidad, pero ahora hay trabajo que hacer”, Takeru recalcó. “Recuerda que hacemos esto para salvar el mundo”.

“Pensé que él no se vería involucrado en todo esto”. Ken recordó a Takato, esa vez en el interior del parque Shuo. Recordó la expresión en su rostro, la cual gritaba inocencia ante las atrocidades del mundo.

“Supongo que no eres el único que ha fracasado, ¿verdad?”. Takeru le dice con una expresión difícil de descifrar.

Era extraño. Era como si pudiese ver al viejo Takeru por primera vez en mucho tiempo. Una ilusión que no demoraría en desvanecerse.

Tal vez, Takeru si era capaz de sentir arrepentimiento. Como él, lo enmascararía tras una dura muralla y, así, seguiría adelante. Como él, Takeru se dirigía lentamente a su perdición, con un pie al borde del abismo.

Takeru, como Ken, seguiría el camino que el destino trazó. Sin titubear, sin importar cuanto han sacrificado en el pasado y sin importar cuanto sacrificarán en el futuro. Incluso cuando al final de camino no había más que desolación y vacío. Después de todo, había un mundo que salvar.

“Iré a hablar con sus padres”, Takeru suspiró. “Su hijo no podrá ir a casa por un tiempo”.

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 “Que divertido giro de acontecimientos, al parecer nos atraparon”.

Takato recién despertaba, encontrándose a sí mismo en el interior de una habitación de color blanca y viendo directamente a su doble oscuro, de pie mientras le observaba. El chico sintió temor al instante, cerró los ojos y deseó que desapareciera. Esto solo tenía que ser una jugarreta de su cabeza, nada más que eso.

Cuando los abrió, la entidad ya no estaba para atormentarlo. Entonces, Takato suspiró aliviado. Sin embargo, era una lástima no ser capaz de eliminar su insidiosa voz que taladraba su mente.

“No podrás deshacerte de mí”, el doble oscuro advirtió. “No importa cuánto me rechaces, siempre estaré ahí, esperando”.

Takato se estremeció. Se esforzó y, finalmente, pudo acallar a la voz, aunque por poco tiempo. Cansado y adolorido, empezó a analizar su situación. ¿Por qué rayos se encontraba en un lugar como ese? Lo último que podía recordar era que se encontraba huyendo de una persona, si es que se le podía llamar persona.

Hasta el momento, se encontraba acostado en una cama simple, de colchón duro y un par de sabanas. Además de eso, no había más que paredes blancas y una puerta. Takato, sin tener nada que perder, se levantó y caminó hasta esa puerta, solo para descubrir que había sido cerrada con llave. Por supuesto, lo cual tenía sentido.

La conclusión a la que llegó fue bastante simple, había sido secuestrado. El hecho no lo asustó tanto, así como el descubrimiento que se encontraba solo y aislado quien sabe en dónde. Ignoraba el propósito, pues cosas más raras le han sucedido. Era la soledad su terrible condena.

¿Por qué el mundo tenía que empeñarse en arrebatarle todo?

No estaban sus padres. No estaba Kouichi. No estaba Kouji. Ni siquiera recibía las visitas de Lucemon en sus sueños.

Takato regresó a la cama y se sentó, doblando sus piernas y cubriendo su cabeza detrás de las rodillas. Empezó a llorar mientras maldecía el flujo de emociones que lo sobrepasaban. No se había sentido tan mal desde hace dos años, incluso cuando estuvo a punto de terminarlo todo un par de meses atrás.

Ensimismado, apenas pudo darse cuenta cuando la puerta de su extraña celda fue abierta. La persona que la atravesó, extrañamente era una conocida.

“Señorita Mochizuki”, Takato exclamó sorprendido y avergonzado.

¿Qué hacía su terapeuta en un lugar como este?

“Creo haberte dicho que me llamaras por mi nombre, Meiko”, ella sonrió, acercándose a él y agachándose, con tal de quedar a su altura. Detrás de ella, un par de guardias de traje negro observaban desde el pasillo, con la puerta abierta. “¿Cómo te sientes?”.

Takato respiró, sintiéndose cohibido para contestar. Solo una expresión basta para que Meiko Mochizuki entendiera la señal.

“Muchachos, está bien”, ella se dirigió a los guardias. “Puedo manejarlo sola desde aquí”.

No hubo resistencia. Los guardias cerraron la puerta tras de sí y dejaron a la mujer de cabello negro y lentes a solas con el joven peli castaño.

“Me siento horrible”, Takato finalmente confesó. “No quiero estar aquí. Quiero irme a casa”.

“Lo sé, Takato”. Meiko lo abrazó. “Te conozco desde hace un tiempo, eres tan buen muchacho. Deseaba que no te vieras involucrado en nada de esto”.

“¿A qué te refieres?”, Takato preguntó, casi sin energías.

Meiko se separó un poco, para verlo directo a los ojos. Sin embargo, aún lo sujetaba de los hombros.

“Trabajo para una organización llamada la Cooperativa, quienes han estado muy interesados en ti desde hace algún tiempo. Ellos me contrataron para acercarme a ti como tu terapeuta”.

“¿Y tú les contabas todo?”, Takato preguntó con frialdad, evitando todo contacto visual. Se sentía absolutamente traicionado.

“Si, mi deber era informarles de tu situación. Sé que te he mentido cuando pasaste por mi oficina por primera vez, pero quiero que sepas que de verdad deseo tu bienestar. No era mentira cuando dije que merecías ser feliz, a pesar de todo lo que has soportado”.

Takato sintió las lágrimas escapar nuevamente de sus ojos. Por Dios, ¿alguna vez dejará de ser tan débil?

“¿Qué hago en este lugar?”, por lo menos se merecía una respuesta sincera, después de toda esa pantomima.

“Estas aquí porque eres especial, Takato, y la Cooperativa lo sabe”, Meiko respondió. “Quieren estudiar tus dones, así que te mantendrán por un tiempo”.

“No quiero estar aquí”, Takato replicó, escondiéndose aún más en sus piernas, si eso era posible.

“Solo será por poco tiempo. Cuando esto acabe, me aseguraré de que estés de nuevo en tu casa. Lo prometo”.

Takato no respondió. Desconfiando, cuestionándose si debía creer en las palabras de aquella mujer, a pesar de entender la sinceridad tras ellas.

“Ellos pronto iniciarán las pruebas”, Meiko habló con cierta dificultad, quizá tratando de esconder un estremecimiento. “No importa lo que pase, debes ser fuerte. No te rindas, ¿entendiste?”.

La mujer lo observó fijamente, incomodando a Takato. Probablemente, no se iría sin escuchar una respuesta. Él realmente deseaba que lo dejara solo, así que asintió, aunque no tuviese convicción en su respuesta.

“Debo irme”, el tiempo había terminado. “Solo recuerda lo que dije. Incluso si no lo haces por ti, hazlo por las personas que te aman”.

Las últimas palabras de Meiko quedaron grabadas en su mente. Pensó en Kouichi, y también en Kouji, por primera vez desde su despertar en las extrañas instalaciones.

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Kouichi había estado marcando al celular de Takato durante toda la noche y el transcurso de la tarde del día siguiente. Cuando sus llamadas llegaron a buzón de mensajes cada vez, fue cuando se preocupó aún más, considerando los eventos recientes.

Por consiguiente, se dirigió tan pronto como pudo a la panadería de los Matsuda, con el corazón en la mano. Lo que encontró apenas llegó a la entrada del negocio le heló la sangre y le hizo suponer lo peor. Miró a una desconsolada Mie Matsuda llorar en el regazo de su esposo.

La pareja se enfrentaba a un hombre de traje, de cabello rubio y ojos azules. Los tres conversaban, lo cual era un decir. Parecía que Takehiro gritaba ante el personaje inflexible, el cual no parecía inmutarse. De toda la escena, la mente de Kouichi se ocupó en una sola preocupación.

“Takato. ¿Dónde está Takato?”, Kouichi pensó angustiado.

“¿Dónde está mi hijo?”, escuchó al padre de Takato exclamar con ira y desesperación contenidas.

“No puedo revelar esa información. Sin embargo, su hijo está seguro con nosotros. Tan solo debe seguir con nuestro programa”.

Kouichi podía observar claramente la expresión de Takehiro que claramente rogaba liberar a una bestia interna y moler a golpes a ese sujeto. De hecho, también las sentía. ¿Por qué rayos estaba hablando de Takato como si se tratara de un criminal bajo fianza?

Las siguientes palabras que escuchó lo desgarraron por dentro.

“Por favor”, Mie decía entre llanto. “Él es un buen chico, amoroso y desinteresado que ha tenido que pasar cosas tan difíciles. No se merece pasar por nada de esto. Por favor, ten misericordia de mi hijo. Es mi hijo”.

La expresión del rostro del hombre de cabello rubio cambio, aunque solo por unos instantes, a una afligida. A pesar de eso, no volvió a mencionar palabra alguna y su actitud seguía siendo inflexible, sin ofrecer respuesta alguna. Kouichi entró en la misma desesperación que la mujer cuando el hombre empezó a alejarse de la pareja impotente.

Kouichi, sin embargo, fue notado por esa persona, a quien dedicó una mirada de odio absoluta. Susurró, cuando pasó por su lado, de tal manera que solo él pudiera escucharlo. “Si lo lastima, no dude en que lo mataré”.

Si tan solo Kouichi hubiese estado antes. ¿Habría hecho la diferencia si hubiese llegado a la panadería 30 minutos antes? ¿Una hora antes?

Por supuesto, sabía porque no había podido llegar antes. No podía descuidar a su hermano, quien no se encontraba en las mejores condiciones. Y por mucha urgencia que sintiera por salir y averiguar qué había sucedido con Takato desde la noche anterior, nunca se perdonaría abandonar a Kouji sin asegurarse antes de que estuviese a salvo.

Por ahora, Kouji se encontraba con Takuya, quien sin importar los problemas que hubiesen tenido en el pasado y/o presente, era la persona más confiable.

“Por el modo que me amenazas”, el hombre dijo con voz fría, a tan solo unos cuantos pasos de distancia. “Diría que estás enamorado de él, Kouichi Kimura”.

“Conoces mi nombre”, Kouichi dijo con desconfianza, mientras ocultaba el sonrojo en sus mejillas.

“Conozco a todos los que tuvieron contacto con el Mundo Digital. Por cierto, mi nombre es Takeru.”.

Takeru se alejó, dejando mil y un preguntas en la cabeza de Kouichi. Como si ya no tuviera suficiente con el hecho de que un ex amigo de su hermano quien había muerto seguía con vida y representaba un gran peligro. ¿Cómo todo se descontroló tan rápido?

“¿Dónde está Takato?”, Kouichi se atrevió a preguntar antes de que Takeru desapareciera de su vista.

El adulto lo encaró entonces con una sonrisa. “Eso no te lo puedo decir, pero si quieres puedo llevarte con él”.

Kouichi repitió las mismas palabras, sin dejar su desconfianza ante el extraño.

“Está contenido en una de las instalaciones de la Cooperativa”, Takeru explicó, acercándose al joven.

Kouichi recordaba lo que el nombre de Cooperativa significaba, de acuerdo a las palabras de Takuya. Lo supo en ese instante, esto no era bueno.

“Hay cosas en este mundo que los humanos no están preparados para enfrentar, cosas que provienen de otros mundos ajenos y que son extremadamente peligrosas. La tarea de la Cooperativa es confrontarlas y contenerlas, intentar mantenerlas fueras del ojo público”.

“¿Y qué tiene que ver Takato en todo esto?”, Kouichi preguntó molesto.

Takeru suspiró. “A veces, esas cosas de otros mundos son capaces de cambiarnos. Transformarnos en personas diferentes a las que solíamos ser. Podemos llegar a hacer mucho daño a los que amamos. Pero, antes de que pienses que tu amigo está en una prisión, estás equivocado. Está enfermo”, y Kouichi sintió nauseas. “Solo queremos ayudarlo a mejorar”.

No era un tonto, sabía que Takeru hablaba del Mundo Digital y de los Digimon. Recordó que Takato y Lucemon habían mantenido contacto por algún tiempo. Y se preguntó cuánto había influido el ángel caído en su querido amigo. ¿Había hecho lo correcto al haberlo salvado del precipicio esa noche?

No, no era momento de pensar de esa manera.

“Entonces, ¿vendrás a verlo?”, Takeru preguntó por última vez.

Kouichi supo que se trataba de una trampa. Según las palabras de Takuya, todas las personas que habían mantenido contacto con el Mundo Digital eran sujeto de interés para la Cooperativa. Takeru sabía que Kouichi había estado en el Mundo Digital, después de todo. Como a Takato, a él no se le permitiría irse tan fácilmente.

Sin embargo, era la única forma de llegar a Takato. Cabía la remota posibilidad de que fuese llevado a las mismas instalaciones. Si había esperanza, Kouichi se aferraría a ella. No abandonaría a Takato.

Pudo sentir la mirada de preocupación de los padres de Takato a sus espaldas. Él volteó unos momentos y los observó a los ojos con determinación. “Traeré a Takato a casa, lo juro”.

Kouichi había tomado su decisión y, nuevamente, la sombra que proyectaba en el suelo comenzó a moverse erráticamente.

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“Esto está mal”, Takuya exclamó con frustración.

Algo que no pasó desapercibido por Kouji y lo cual no ayudaba a calmar sus nervios. Después de todo, había pasado tiempo desde que su hermano lo dejó en su casa junto a su mejor amigo. Solos y lidiando con una crisis del pasado que resurgía y que los atormentaría.

“¿Qué sucede?”, Kouji preguntó, intentando mantenerse estoico.

“Tu hermano, no contesta mis llamadas”, Takuya respondió, caminando de un lado a otro.

“¿Crees que este bien?”.

En su interior, Kouji rogaba una y otra vez. Kouichi debía estar bien, ¿verdad? Necesitaba la confirmación con desesperación creciente. En estos momentos, Takuya representaba la autoridad en el tema. Takuya era el único que conocía lo que estaba pasando, de todos modos.

“Temo que haya hecho algo estúpido. No puedo quedarme aquí sin hacer nada”

“Espera, ¿a dónde vas?”, Kouji lo alcanza rápidamente, justo cuando Takuya empezaba a abandonar la habitación.

“Iré a buscar a Kouichi, ¿no es obvio?”, Takuya responde con irritación, y con miedo.

Ya era suficiente. No importaba lo asustado y herido que Kouji se sintiera en esos momentos. Kouji no abandonaría a su hermano. “No irás sin mí”, no importaba las negativas que pudiera recibir.

“No, Kouji. Le prometí a tu hermano que no saldrías de tu casa”.

No aceptaría un no como respuesta.

“¿Y crees que tomará bien el hecho de que te hayas marchado de la casa dejándome solo?”, Kouji replicó. “No estaré solo en esta casa. No porque tenga miedo de que algo pueda pasarme en tu ausencia, sino porque temo que algo les pase a ti y a mi hermano. Takuya, eres mi mejor amigo, no podría vivir con el hecho de que te sucediera algo. Ya no puedo perder a más de mis amigos”.

Eso era cierto. Desde lo que casi le ocurre a Kouichi en el Mundo Digital. Lo que le ocurrió a Osamu hace dos años, o lo que aparentemente le ocurrió. Toda su cordura dependía de que estuvieran a salvo las personas que amaba.

Afortunadamente, Takuya comprendía ese sentimiento. Claramente, era la razón por la cual buscaría a Kouichi.

“Está bien, pero entiende que será peligroso”, Takuya dijo, tomando su mano y mirándolo con tristeza. “Yo tampoco podría perdonarme si algo te pasara. Yo tampoco quiero seguir perdiendo más amigos”.

Ambos continuaban atrapados en su pasado. Un pasado que los alcanzaba y los afectaba, tal vez hasta el día de su muerte.

“Estaré bien mientras este contigo”, Kouji enredó la mano de Takuya con sus dedos, asegurando su agarre. “Solo debemos permanecer juntos”.

Vio como Takuya sonreía levemente. “Juntos”, parecía adorar esa palabra.

Kouji solo asintió.

“Tengo un presentimiento”, la expresión de Takuya se tornó seria. “Si algo sucedió relacionado a Osamu, la Cooperativa seguramente habrá intervenido. Eso me da una idea de dónde empezar a buscar”.

Nuevamente, trabajarían juntos. Kouji sonrió antes los buenos recuerdos, los tiempos en donde Takuya y él se apoyaban y luchaban juntos. Esperaba que Takuya pudiera sentir lo mismo.

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Takato fue empujado al interior de otra habitación blanca por un par de guardias que vestían trajes blancos. En el interior, había una especie de silla metálica conectada a un extraño mecanismo que ascendía al techo, una larga columna de cables y metal y, cerca de la cabecera de la silla, una especie de máscara.

Takato tragó saliva, sintiéndose en una ejecución. Pensó en escapar, pero seguramente los hombres a sus espaldas lo detendrían. Parecían ser mucho más fuertes que él. Y eso generó un fuerte sentimiento de impotencia. No importaba cuanto peleara, al final el resultado serial mismo.

Al final cedería. No importaba cuanto se resistiera.

Takato recibió otro empujón que lo acercaba a esa aterradora silla. La señal había sido clara, Takato debía sentarse en esa silla para iniciar las pruebas de las cuales se le había advertido. Dirigió una mirada de odio hacia un espejo de la habitación, totalmente consciente de que no se trataba de un espejo sino de una ventana. Ellos lo estaban observando.

Takato dio un último suspiro y se sentó en la silla. Aunque fuese inútil, se dio esperanzas. Una vez terminadas sus pruebas, él podría regresar a casa con su familia y sus amigos. Meiko se aseguraría de eso, ¿verdad?

Ella no lo abandonaría, ¿verdad?

Y si Meiko lo abandonaba, al menos su familia y amigos lo buscarían, ¿cierto?

Pero…

¿Y si ya lo habían olvidado?

Ese pensamiento insidioso se alojó en su cabeza con fuerza, haciéndolo sentir cada vez peor. Necesitaba salir de esto rápido. Quería estar en compañía de quienes amaba antes de que sus pensamientos se tornaran peores. En definitiva, no deseaba lidiar con la angustia que sus pensamientos generaban. Cualquier otra cosa sería mejor.

Sería mejor morir.

“Toma esto”, dijo uno de los guardias, el cual llevaba un vaso con agua y una pastilla azul.

Takato dudó por unos momentos, pero, finalmente, tomó la pastilla en su boca y la pasó a través de su garganta con la ayuda de un sorbo de agua.

Sus manos temblorosas fueron atadas al reposabrazos, su cuello era sujeto a la columna de cables y metal que se erguía al techo de la habitación blanca y su vista era nublada por la máscara que se cernía sobre su cara. A medida que pasaba esto, su respiración se agitaba.

Su visión había sido bloqueada, su cuerpo ya no podía moverse. Se encontraba asustado y desesperanzado. Estaba indefenso, se sentía débil. Odiaba sentirse así de débil y vulnerable.

Takato sintió una descarga recorrer su cuerpo tenso y, con ella, mucho dolor. No pudo evitar gritar. No pudo decir que se detuvieran a pesar de desearlo. Su mente estalló en una marea de recuerdos confusos y dispares, en un torbellino de información tumultuoso. Su cuerpo dolía, su cabeza dolía demasiado. No podía hacer más que gritar y rezar para que se detuvieran.

Ocurrió poco después. La descarga se había detenido. Takato agradeció ese breve momento de alivio. Deseo levantarse tan pronto como pudo, pero su cuerpo aún se encontraba sujeto. Rogo ser liberado, no quería volver a pasar por algo así.

“Resultados del primer estimulo”, escuchó a una voz decir. “Negativos”.

Takato sintió un escalofrío cuando supo que no se detendrían. Tercamente, comenzó a resistirse y forcejear para liberarse, pero era inútil. Sus captores se habían asegurado de mantenerlo estático.

“Iniciando segundo estimulo”.

Y la espalda de Takato se contrajo en un dolor indescriptible mientras la descarga pasaba por todo su cuerpo. Su mente se sumergió en la marea furiosa de recuerdos una vez más, algunos buenos, otros dolorosos, pero desordenados. Takato solo gritó, gritó y gritó.

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Takeru entraba en su oficina cuando fue interceptado por una palma furiosa. Meiko lo había alcanzado y lo había abofeteado antes de que el rubio pudiese reaccionar.

“¡No firme para esto!”, la mujer exclamó fuera de sí.

“Creí que sabías a que cosas tenías que enfrentarte cuando aceptaste este trabajo”, Takeru respondió, recuperándose de la conmoción ocasionada.

“Lo único que mencionaste es que estábamos aquí para ayudar, para salvar el mundo”, Meiko gritaba. “Esto no es ayudar”.

“¿Se puede saber a qué te refieres?”, Takeru preguntó fastidiado. Lamentándose la decisión de haberse asociado con la antigua compañera del difunto Meikoomon.

“Acabo de salir de la sala de control”, ella explicó en el mismo tono. “Vi lo que le estaban haciendo a mi paciente. Eso no era ayudar, eso era tortura”.

Takeru sabía a qué se refería. La sala de control era la habitación anexa a la sala de pruebas. Meiko debió presenciar el proceso de estudio del nuevo sujeto de pruebas.

“Escucha, nuestros métodos pueden parecer barbáricos, pero son la única manera de estudiar las capacidades de las personas que fueron tocadas por el Mundo Digital. Lo hacemos para saber de qué son capaces y así protegerlos de sí mismos, y a la sociedad de ellos. De no hacerlo, nuestro mundo pronto caería en anarquía”.

Takeru esperó que Meiko comprendiese y cediera, pero la expresión en su rostro indicó que la conversación no menguaría prontamente.

“Lo repites como un mantra, ¿verdad?”, Meiko respondió mordazmente. “¿Es así como logras dormir todas las noches?”.

La verdad, Takeru era una persona que sufría de pesadillas constantes. Lo cual era justificado a sus acciones, traumas y temores del pasado. Sin embargo, era un pequeño precio a pagar por la salvación de la mayoría.

“Es necesario. También es por su bien”.

“¿Entonces por qué no vas a presenciar tus pruebas en persona en vez de esconderte como una rata en tu oficina?”.

Y Takeru calló, sin argumentos, sin excusas. La verdad era simple, él no podía enfrentar al chico. No después de lo que le había hecho. No después de abandonarlo. No después de haber ordenado su captura.

Takeru siempre se había considerado mejor que Ken en muchos aspectos. Él no había querido conquistar el Mundo Digital en su juventud y había amedrentado a sus hijos en su adultez como Ken lo había hecho. Pero siempre se preguntó si hace diecisiete años habría hecho lo correcto para el chico.

“Pronto lo liberaré”, Takeru murmuró derrotado y sintiéndose culpable. “Una vez haya determinado la fuente de sus habilidades y la hayamos bloqueado, tú lo llevarás a casa. Lo ayudarás a recuperarse y a tener una vida feliz. Él y tú no tendrán que saber nada de mi otra vez”.

Meiko pareció suavizarse con él.

“¿Hay algo de lo que quieras contarme que aún no me hayas dicho?”, ella preguntó.

“No”.

Takeru no deseaba hablar de ese tema ahora. Ignoró cualquier otra protesta de la peli negra y se adentró en su oficina, deseando estar sólo. Meiko le dio una última mirada preocupada.

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Kouichi había sido llevado a una habitación blanca, con una simple cama y una mesa de noche. Por supuesto, no esperaría que aquel hombre no lo dejase ver a Takato a la primera oportunidad. Sin embargo, estaba en el mismo edificio que él, esperaba al menos. Eso era algo.

Ahora tendría que planear como escapar de su confinamiento y encontrar a Takato. Afortunadamente, Kouichi tendría un golpe de suerte. La puerta de su habitación se abrió, donde habría un guardia esperándolo, encontró a Takuya y su hermano.

Claramente, en un inicio no estaba feliz. Al contrario, se encontraba furioso.

“¿Qué haces aquí?”, Kouichi exclamó.

“Baja la voz”, Takuya replicó. “Nadie puede saber que te estoy sacando de tu celda. Además, ya sabes que estoy obligado a trabajar para ellos. Tengo ciertos permisos de acceso”.

“Está bien, está bien”, Kouichi dijo. “¿Pero por qué trajiste a mi hermano contigo?”.

Esta vez, Kouji intervino.

“No podíamos dejarte solo con esto”, respondió. “Tú mismo lo dijiste en el cementerio. La única manera en que superaremos esta mierda, es si trabajamos juntos”

Kouichi podía sentir que estaba de acuerdo con su hermano, sin embargo, eso no aminoraba la preocupación y la ansiedad que sentía en esos momentos. Había una y mil preguntas que sentía que debía hacer como, por ejemplo, la forma que había usado Takuya para dar libre acceso a las instalaciones del complejo a Kouji.

Aunque una parte de sí le dijo que podía cuestionarlos todo lo que quisiera en otro momento y otro lugar.

“¿Por qué demonios estás aquí?”, Takuya preguntó furioso, mientras entrecerraba la puerta y vigilaba el exterior.

“Esta gente, la Cooperativa, tienen a Takato”, Kouichi contestó. “Hice que me trajeran a este sitio para poder buscarlo y traerlo a casa”.

Takuya suspiró y asintió. Kouji mostró alarma en su rostro, dirigiéndole una mirada rápida a Kouichi y comunicándole algo que solo su hermano gemelo podía entender sin decir palabras. Kouichi supo que Kouji haría lo mismo si estuviese en su lugar, lo cual significó una oleada de alivio. Al menos no era el único que se arriesgaba a hacer tonterías.

“Escuché, apenas llegamos, que tienen a un nuevo sujeto en la sala de pruebas”, Takuya reflexionó. “Tal vez sea Takato”.

Kouji asintió, corroborando la información.

Kouichi sintió nuevamente malestar, preocupación y furia ciega. Escuchar que Takato pudiese estar siendo usado como un conejillo de indias para experimentos agitó su interior. Algo, desde dentro, le imploró salir y desgarrar todo aquello que se entrometiera en la felicidad de Takato. Algo que era sombrío, oscuro, fuerte y afilado.

“No podemos dejarlo en un sitio como este”, murmuró, apenas conteniendo su furia.

“Estoy de acuerdo”, Kouji dijo con seriedad. “¿Cuál es el siguiente paso, Takuya?”

“Síganme”, declaró el aludido.

Los tres jóvenes salieron del lugar, sin ser detectados. Tras de sí, una sombra larga se proyectó y dejó una marca distintiva. Una advertencia, en forma de rasguños largos y profundos en las paredes blancas.

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¿Cuántas descargas habían pasado por su cuerpo ya?

¿Diez?

¿Quince?

Qué sentido tenía contarlas. Su mente, de por sí, ya se encontraba débil como para llevar registro de ellas. Una nueva descarga lo sacudió, él gritó nuevamente y su cabeza se sumergió en un mar de recuerdos nuevamente, pero, esta vez, más profundo. Takato, lentamente, llegaba a un claro, un enorme campo de flores amarillas que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

Esperándolo, se encontraba un hermoso ángel de cabello rubio y ojos azules, vestido en toga y cubierto por sus cinco pares de alas blancas.

¿Esto era lo que querían conseguir esas pruebas?

Por lo menos, estaba agradecido de no encontrarse con esa extraña y perturbadora versión de sí mismo.

“Takato”, Lucemon exclamó con una gran sonrisa.

Era como esa primera vez, cuando ambos se vieron en el reino de los sueños. Había paz, había tranquilidad. Cosas que Takato no había sentido desde hace dos días.

“Lucemon”.

Sin embargo, Takato sabía quién era Lucemon y las cosas que había hecho. Lucemon había hecho daño a Kouji y Kouichi en el pasado y, sinceramente, el ángel no parecía muy arrepentido de sus acciones. Takato no podía dejar pasar eso por alto. De modo que respondió a su saludo con una actitud fría y cortante.

El ángel frunció el ceño. “¿Qué haces aquí? Yo no te he invitado. Aun no estás listo, aun no has aceptado quien eres en realidad”.

“¿Crees que estaría aquí por voluntad propia?”, Takato cuestionó mordaz, dejando salir toda su frustración. “¿Sobre todo después de escuchar todo lo que has hecho? Fueron ellos”.

“¿A qué te refieres?”, Lucemon preguntó con un tono peligroso emergiendo de su melodiosa voz. “¿Quiénes son ellos?”.

Takato solo quería llorar, recordando el dolor físico reciente que le habían hecho pasar, su encierro, su sensación de abandono. “Ellos y sus estúpidas pruebas. Querían estudiar mis dones. Querían obligarme a soñar de nuevo”.

Recordó la manipulación de Ken, apegando a su ego, que había traído como consecuencia la materialización de sus pesadillas y la situación actual en la cual se encontraba, además de la sensación de uso. Para ellos, Takato no era más que una herramienta a desechar.

Así sería ahora, cuando esas personas finalizaran sus pruebas, Takato sería desechado como basura. Era una burla cruel para el niño que había soñado y creado un Digimon original por primera vez, el niño que se fusionó con un Digimon antes que nadie más.

Takato se tensó cuando sintió un par de manos tomar su nuca y aprisionar su frente en un pecho semidesnudo.

“Es imperdonable”, Lucemon murmuró. “Tú, entre todas las personas, no deberías ser obligado a hacer la voluntad de los demás”.

Lucemon tenía razón. Lucemon lo comprendía mejor que nadie.

“Me engañaron y me alejaron de mi hogar, de las personas que amo”, Takato sollozó, permitiéndose ser débil con el ángel que ahora lo sostenía.

“No puedo verte así”, Lucemon exclamó con tristeza. “No se dan cuenta de lo grande que eres. Takato, eres un rey, alguien que merece admiración y obediencia, pero ellos no pueden ver eso. Esas personas solo ven una herramienta”.

“Quiero ir a casa”, gimoteo.

Quería regresar a sus padres, regresar a sus amigos.

“Entonces ve a casa”, Lucemon respondió consoladoramente. “Tú puedes levantarte e ir a donde desees. Si pudiste invadir mis dominios sin ser invitado, puedes hacer cualquier cosa”.

Su proposición era peligrosa. Lucemon ofrecía una solución en bandeja de plata a su predicamento. Solo debía liberar sus propias ataduras. Dejar que la voz surgiera nuevamente. Era un paso que no deseaba hacer, pero se sentía tan herido y quería lastimarlos tanto.

Takato se odiaría tanto a si mismo cuando toda esta locura terminara.

“Señor, estamos teniendo lecturas positivas”, dijo un científico desde la sala de control, ajeno al hecho de que Takato ahora podía escucharlos desde el otro lado.

“Registren todos los datos disponibles”, exclamó el científico en jefe con emoción. “No puedo esperar a realizar más pruebas y tomar más datos”.

En su euforia, ignoraron los hechos de su alrededor hasta que fue demasiado tarde. Takato aun podía escucharlos, pero ya no sus festejos acerca de su éxito en el experimento, sino gritos de dolor y horror puros, tan terribles como los que él había sentido. Takato no pudo evitar sonreír al infligir su castigo.

Pronto los gritos cesaron y Takato se vio liberado de sus ataduras físicas por entidades invisibles de otro plano. El chico se levantó de esa silla, esperando no volverla a ver nunca más y se dirigió hacia la puerta de salida, convenientemente abierta, de la horrenda habitación. A sus pies, se encontraban los guardias que lo habían traído en un estado catatónico.

Takato los miró por unos momentos y luego dirigió su mirada hacia el frente, decidiendo que no le importaba en lo más mínimo lo que les había hecho a esas personas. Seguramente, esas personas no le importaban en lo más mínimo lo que le estaban haciendo en esa silla. Takato solo abandonó el lugar, y hay del pobre diablo que se atreviese a cruzarse en su camino.

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Takeru salió de su oficina sobresaltado cuando las alarmas empezaron a sonar. Se dirigió a los pasillos del complejo, ahora iluminados por una luz roja centelleante. Podía observar a gran cantidad de su personal correr a su lado en dirección contraria al lugar donde él se dirigía, la sala de pruebas.

¿Qué demonios salió mal?

¿Las pruebas fueron demasiado invasivas? ¿A caso habían abierto la caja de pandora?

A medida que avanzaba, una sensación desagradable se instalaba en su pecho y dificultaba su caminar. Era la anticipación de un horror antiguo y primitivo que debía estar dentro de todos los seres humanos. Un terror que había obligado a los primeros homínidos a esconderse en la copa de los árboles durante las noches.

Se trataba del miedo a la oscuridad. El miedo a lo desconocido. Un miedo que volvería loco a cualquiera, sin embargo, Takeru no era cualquier persona. Él, como muchos otros, también había cambiado. Ergo, era el único que podía confrontar lo que sea que se hubiera desatado.

Y entonces lo vio a él, el chico que había sometido a las pruebas delante suyo, caminando libremente por el corredor. Takeru llegó a la realización que Takato había ocasionado un desastre, tan solo tenía que apreciar sus ojos vacíos e indolentes. A pesar de todo, parecía ido, poco consciente de lo que ocurría a su alrededor.

“Muchacho, quédate donde estas”, Takeru se acercó cautelosamente, queriendo evitar una confrontación desagradable. De hecho, deseaba no tener que luchar con Takato. No con Takato.

Por su parte, este no se movió y. más bien, parecía que lo evaluaba. Tampoco respondía. No hacía nada desde que vio a Takeru. Eso podría ser bueno, pero, por alguna razón, lo inquietaba de alguna forma.

“Eso es”, dijo con nerviosismo. “No quiero hacerte daño”.

“¿En serio?”, Takato habló por primera vez, ocasionando un sobresalto por el tono de su voz. Por fortuna, Takeru logró enmascarar sus emociones y continuó con su trayecto. Tan solo debía acercarse un poco más, solo lo suficiente.

“Así es, debes creerme. Lo último que quiero es lastimarte”.

“Que gracioso. Alguien me dijo lo mismo hace dos años”, Takato curvó sus labios en una sonrisa inquietante. “Al igual que él, solo estas lleno de mentiras. Todos en este lugar buscan hacerme daño, de otra manera no me hubiesen atado a esa silla”

Takeru volvió a sentir culpa, recordando las palabras recientes que Meiko le había dicho tan solo hace unos momentos. Las pruebas, por supuesto, eran dolorosas. Se habían arruinado tantas vidas en el pasado a causa de ellas, pero Takeru siempre se repetía que era por un bien mayor. Eran para que no se volviese a repetir lo que sucedió hace dos años con Osamu Ichijouji. Eran para que no se volviese a repetir lo que sucedió hace diecinueve años.

“La silla no buscaba herirte, solo queríamos estudiar tu capacidad y, así, poderte ayudar”, Takeru dijo.

“Me dolió”, el rostro de Takato se contrajo. “Aun me duele, mi cabeza. Quiero que se detenga, pero no puedo”

Sus palabras le eran familiares, dolorosamente familiares.

“Descuida, yo puedo ayudar a parar el dolor”, Takeru solo debía caminar otro par de pasos y lo conseguiría, sin embargo, eso no sería suficiente.

“¿Puedes detener esto?”, Takato levantó su mano derecha con rapidez, tratando de alcanzar el rostro de Takeru. En cuanto lo hizo, el hombre adulto sintió un estallido en el interior de su propia mente. Un dolor indescriptible que lo puso de rodillas al instante. “¿Puedes acaso comprender el dolor que siento?”.

En efecto, las pruebas habían sido un éxito. Habían logrado desbloquear las habilidades del chico una vez más. Las consecuencias, sin embargo, eran nefastas por no decir otra cosa. Takeru ahora lo experimentaba en carne propia.

¿Esto era lo que realmente sintió Takato durante las pruebas? ¿Este dolor?

Takeru nunca antes se había preocupado por eso, pero, ahora lo vivía. Ahora podía comprender el dolor de las personas que se sometían a las pruebas. Meiko tenía razón, esto no era ayudar, esto se trataba de una tortura.

Y Takato solo presionaba, y presionaba, y presionaba. Takeru sentía su ira, todo su odio concentrado en él. Tal vez era mejor de esa manera, se lo merecía de todas maneras. Takeru se había equivocado tantas veces, había cometido tantos errores en su vida.

Era algo poético que Takato se convirtiera en su verdugo, considerando la relación que ambos mantenían y que le chico desconocía por completo.

“Ustedes me hicieron esto”, Takato gritaba entre dolor y lágrimas.

“¡Takato!”.

Pero, de repente, todo se detuvo abruptamente. Takeru cayó al suelo, agotado y conmocionado, con pocas fuerzas para averiguar qué era lo que había sucedido. ¿Quién había gritado el nombre del chico? Y, sin embargo, lo intentó y lo vio. Había tres personas, de las cuales pudo reconocer a Takuya a duras penas.

Sus fuerzas fallaron poco después. Takeru se entregó al mundo de la inconsciencia.

Notas finales:

A medida que pasaran los capitulos, seguiré presentando a varios personajes de Adventure 01 y Adventure 02, los cuales apareceran en sus versiones adultas.

También aparecera Meiko, la personaje de Digimon Tri, aunque solo será un personaje secundario. No creo que le de mucho protagonismo.

No duden en dejar sus sugerencias acerca de la escritura o el trama. La verdad es que no soy un escritor ni nada por el estilo jejeje.

Nos vemos en el siguiente capítulo.


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