Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Un lugar como el hogar por Marbius

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

3.- “Es mi hija, ¿o no?”

 

Es un accidente. Ambos siempre fueron en extremo precavidos. Katsuki jamás olvidó los condones, de la misma manera en que Izuku jamás olvidó tomar sus anticonceptivos, pero... A veces los accidentes pasan, y lo único que queda por delante es tratar de sobrellevarlo.

La primera persona a la que Izuku se lo contó fue a Ochako, y la reacción de ésta fue preguntar cómo se sentía.

—Uhm... —Izuku esbozó una sonrisa insegura—. Abrumado, pero... ¿Feliz? No es lo ideal, pero sé que podemos salir adelante.

—¿Lo sabe Katsuki?

—Todavía no. Tiene por delante un mes más en Tokyo, y no quisiera arruinar su estancia allá ahora que por fin se ha adaptado a la ciudad. Además, esta clase de noticias son las que se dan cara a cara, y me niego a hacerlo por medio de una llamada.

—No deberías esperar demasiado. ¿De cuántos meses estás?

—Apenas 6 semanas —admitió Izuku, llevándose una mano al estómago todavía plano y sin señales de estar albergando vida—, pero lo supe casi desde un inicio. Todo en mí lo tenía claro. Nacerá en marzo...

—Un bebé de invierno.

—O de primavera —dijo Izuku, ensanchando un poco más su sonrisa—. En todo caso, un bebé mío y de Katsuki.

Pero de sus palabras no tardaría en desdecirse...

 

—¡Hora de levantarse, maldito mocoso! —Golpeó Mitsuki la puerta de Katsuki a las 7 en punto de la mañana, y éste gruñó de mala gana por verse arrancado del sueño.

No sólo había pasado una mala noche procesando toda la información del día anterior, sino que se había topado con que su cama ya no era como él la recordaba, y la estrechez de sus dimensiones comparada a la que tenía en su departamento de Tokyo era abismal. Lo que era peor, al haber regresado sin avisar antes se había tenido que conformar con sábanas y edredones que olían ha guardado, y el estado de su habitación tampoco era el idóneo con cajas por doquier y apenas espacio para moverse en su interior.

—No pienso repetírtelo, Katsuki —volvió su madre a la carga, aporreando la puerta de su dormitorio—. Levántate de una vez o vas a quedarte sin desayuno.

Con hombros caídos y profundas ojeras, Katsuki pasó al sanitario para orinar y lavarse la cara y los dientes antes de bajar.

En la cocina, Masaru se afanaba preparando un tradicional desayuno japonés de arroz, sopa miso y pescado y Katsuki masculló un ‘gracias’ cuando le sirvió una porción y se la dejó en la mesa.

—Al menos sírvete por ti mismo el té, ya eres mayorcito para eso, ¿o no? —Le regañó Mitsuki, ya con prisas por salir a su trabajo.

Taciturno por la hora de la mañana y lo caótico de su segundo día en Musutafu, Katsuki aprovechó unos minutos para ordenar sus pensamientos antes de dirigirse a su papá y preguntar un par de puntos que le intrigaban.

—¿Hoy también vendrán Izuku y, uhm, Eri a comer?

—No —explicó Masaru, sirviéndose para sí un poco de té—. Ayer fue una visita especial. Tu madre los invitó esperando que tú e Izuku tuvieran oportunidad de hablar.

Katsuki chasqueó la lengua. —Eso no salió como ella esperaba.

—Eso parece. En todo caso, hoy es jueves y Eri suele quedarse con nosotros el viernes saliendo de la escuela y hasta el sábado en la tarde.

—¿Qué clase de arreglo es ese? —Inquirió Katsuki. La habitación al lado de la suya y decorada justamente para una cría de seis años no dejaba de provocarle toda clase de preguntas, porque era obvio que su... que Eri se quedaba ahí de vez en cuando, aunque de la frecuencia o el tiempo en el que lo hacía era todavía un misterio.

—Izuku asiste a un seminario propedéutico que le permita postularse para el empleo de detective de la policía —explicó Masaru con calma—. Después de que Eri nació, necesitó de un año completo fuera de la universidad para aprender a sobrellevar los cambios y encontrar su orden. Hace dos años que por fin consiguió graduarse a pesar de los contratiempos, y desde entonces asiste a clases los fines de semana para conseguir esos últimos créditos que le permitan acceso a otro empleo.

—¿O sea que es policía?

Masaru sacudió la cabeza en una negativa. —No, de hecho no podría tener un empleo más opuesto. Ahora mismo trabaja por las mañanas en el mismo kindergarten donde tú y él estuvieron juntos. Eri estuvo en su clase el año pasado, pero ahora atiende a los más pequeños. Es bueno en lo que hace, pero la paga no es tan buena y él necesita pensar también en Eri y en su futuro. Si consigue aprobar la prueba escrita y física, ese nuevo empleo le permitirá vivir sin tantas preocupaciones monetarias.

—¿Es que no han pensado en ayudarlo? ¿O pedirme dinero a mí para apoyarlo? Carajo... —Masculló Katsuki, pero incluso antes de que Masaru se lo dijera, él ya lo tenía claro: Izuku era demasiado orgulloso como para pedir ayuda.

—Se lo ofrecimos, pero Izuku se negó. Nos prometió no permitir que nada le falte a Eri y a cambio que respetáramos su decisión, y la verdad es que ni tu madre o yo hemos podido objetar la manera en que cría a nuestra nieta.

—Qué estupidez.

—Pero es su hija, Katsuki —le recordó Masaru con suavidad—. Y él elige sobre su vida como padre, nadie tiene derecho a refutárselo. A tu madre y a mí nos basta con tener a Eri en nuestras vidas, y mientras Izuku siga siendo el mejor padre para ella como hasta ahora, no tenemos motivo de recriminarle nada.

Con la comida en su plato a medio consumir, Katsuki decidió que ya no tenía hambre y la empujó al frente en la mesa.

—¿Y qué? ¿Por qué hacerlo todo más complicado de lo que debería? Habría bastado una llamada para tener su buzón el cheque de la manutención. Eso si se hubiera molestado en informarme que también era padre de Eri y admitir que podía recibir un poco de ayuda sin la situación lo ameritaba.

—¿Y te habría bastado con enviar un cheque mes tras mes? —Preguntó Masaru, observando a Katsuki con calma a través de sus gafas cuadradas.

Nunca como entonces le resultó a Katsuki chocante observar a su progenitor ya no como padre sino como abuelo, esperando una respuesta en la que no velaba por su porvenir y bienestar, sino el de su nieta que le había robado el corazón.

—No —masculló a regañadientes—. Habría vuelto a Musutafu en el primer tren y...

—¿Y? ¿Después qué habrías hecho, Katsuki?

—Eso es lo que estoy intentando descifrar.

—Muy bien, es importante que actúes siguiendo a tu corazón pero que también escuches a tu cabeza. Salvo que eso es una situación hipotética, y esta la realidad. Estás a contrarreloj si planeas volver a Tokyo para continuar con tus compromisos.

—Eso está pausado. Indefinidamente —gruñó Katsuki—. Al menos hasta que arregle esta mierda.

Masaru suspiró. —Tal vez ‘esta mierda’, como lo llamas —enfatizó cansado con comillas en el aire—, no requiera de una solución. Puede que incluso ni de tu intervención, pero eso tendrán que conversarlo tú e Izuku pensando en el bien de Eri, ¿de acuerdo?

—Tsk, ¿y desde cuándo me hablas como si yo fuera el malo? Fue Izuku el que decidió esconder que habíamos sido padres y nunca hizo planes de compartirlo conmigo.

Masaru abrió la boca, pero tras un par de segundos, la cerró de vuelta y denegó con la cabeza.

—No me inmiscuiré más. Eres un adulto que vive por su cuenta y dicta las reglas de su vida. Sólo te diré unas palabras, y tómalas como advertencia antes que como consejo: No lo arruines más. Está en ti decidir qué camino toman tú e Izuku como padres, y tu madre y yo lo respetaremos, pero no pienses por un segundo que no intervendremos si Eri queda en fuego cruzado entre ustedes dos. Y estoy seguro que si te encuentras con Inko Midoriya mientras dure tu estancia en esta ciudad, ella dirá exactamente lo mismo.

Katsuki puso los ojos en blanco. —Bah, ¿por quién me tomas? Hablaremos. Los dos somos adultos. ¿Qué puede salir mal?

—Lo mismo que salió mal ayer, maldito mocoso —replicó Mitsuki al pasar detrás de su hijo y con presteza atizarle un golpe en la mollera. Luego se dirigió a su esposo—. ¿Listo, cariño?

—Sí, he terminado aquí —dijo Masaru, que con mucho más afecto que su esposa para tratar a su hijo pródigo al pasar le acarició su cabello rubio tan rebelde como desde el día de su nacimiento.

Katsuki los escuchó partir, y después, trazó un plan para su día.

 

Después de ducharse y vestirse para salir, Katsuki le envió un mensaje a Eijiro para corroborar un par de puntos que podrían jugar a su favor. Para su buena suerte, Eijiro continuaba saliendo con Mina, que daba la casualidad de seguir siendo una de las mejores amigas de Ochako (y si recordaba bien, ¿no había dicho Eri que así se llamaba su maestra?), así que podía confiarse de las migajas de información que éste pudiera proporcionarle de tercera mano.

 

KB: Hey, estoy en Musutafu.

KB: Sin resentimientos por la novedad de que soy padre y soy el último en enterarme.

KB: Necesito de tu ayuda.

KB: ¿Cuento contigo?

 

Fiel a su papel de mejor amigo autoproclamado, Eijiro no tardó en comunicarse con Katsuki, pero en lugar de escribir hizo una llamada.

—¡LO SIENTO TANTO, COLEGA! —Se disculpó casi a voz de grito, y Katsuki tuvo que apartarse el móvil de la oreja para no quedarse sordo—. Pero es que no imaginas la situación. Mina amenazó con terminar conmigo y después matarme si te contaba algo. Ochako igual. E incluso Izuku se sentó conmigo y me convenció de que era lo mejor para todos. Alguna vez pensé en que valía la pena el riesgo y ser un verdadero mejor amigo para ti, pero... No era mi decisión por tomar, ¿sabes? Izuku también es mi amigo, y traicionar su confianza de esa manera es, pues-...

—No pasa nada —masculló Katsuki, rompiendo el soliloquio de Eijiro—. Lo hecho, hecho está, y... Da lo mismo. Ahora estoy en Musutafu y dispuesto a arreglar las cosas.

—¿Volverás con Izuku?

Sentado en el genkan mientras se ponía sus zapatos para salir, Katsuki por poco dejó caer el móvil. Con una maestría que había obtenido a base de rozarse lo suficiente con la fama, moduló su voz para no dejar entrever cuánto le había sacudido esa pregunta.

—Sólo quiero hablar con él. Ayer-...

—Fue a comer a tu casa pero te marchaste —interrumpió Eijiro—. Lo sé todo. Izuku se lo contó a Ochako y ella a Mina.

—Malditos cotillas.

—¿Qué puedo decir? Musutafu es una ciudad pequeña y los amigos que quedamos aquí estamos unidos por el bien común —dijo Eijiro con cierto tono alegro, pero lo perdió apenas recordó la razón por la que Katsuki lo había llamado—. Mira, si quieres hablar con Izuku tu mejor plan sería interceptarlo a la salida de su trabajo. Este mes está trabajando sólo medio turno mientras Inko se recupera de su operación-...

—¡¿Operaron a Inko Midoriya?! —Explotó Katsuki, aturdido de su misma estupidez al no preguntar antes por ella.

—Tranquilo, sólo pasó por el quirófano para un cambio de rótula, pero como podrás suponer, Izuku se ha quedado sin una persona de confianza con quién dejar a Eri por las tardes. Con una cría de esa edad y sin posibilidad de salir de casa mientras se recupera, Izuku decidió que él se encargaría. Tsuyu incluso se ofreció a ayudarle un par de tardes a la semana cuando su horario en el hospital rota, pero Izuku nos aseguró que él puede encargarse sin problemas.

«Maldito idiota, siempre queriendo demostrar que es autosuficiente hasta las últimas consecuencias», pensó Katsuki. Si Izuku dependía sólo de su salario como maestro de kindergarten, entonces no era mucho el dinero que ganaba, y mucho menos si sólo asistía a jornada de medio tiempo para ahorrarse la niñera.

—Hazme caso —volvió Eijiro al tema que les atañaba—, espera a Izuku y a Eri a la salida del kindergarten. Es el mismo donde estuvimos todos, ¿ok? Y trata de mantener tu legendario carácter explosivo a raya. Tendrás la mitad de la batalla ganada con eso.

—Pf, ¿y la otra mitad? —Preguntó Katsuki con ironía, pero Eijiro probó una vez más el excelente material de amigo que era.

—Oh, para eso basta que lleves una manzana de caramelo. ¿Recuerdas las que vendían en la tienda cerca de tu casa?

—Ajá —replicó Katsuki no muy convencido, ya con los zapatos puestos y jugueteando con las cintas a enrollarse el dedo índice, apretar y luego soltar.

—Eri las adora. Izuku es del tipo de padre que no permite a Eri comer entre horas ni alimentos chatarra-...

—Justo como debe de ser. Un crío de esa edad debe cuidar bien de su alimentación.

—Pero hace una excepción por esas manzanas de caramelo —finalizó Eijiro—. Así te habrás ganado a Eri e Izuku accederá a darte una segunda oportunidad.

—¿De qué hablas? —Se exaltó Katsuki—. Sólo quiero hablar con Izuku.

—A eso me refería. No dejes que tu imaginación dé vueltas, colega —dijo Eijiro—. Izuku ha madurado. Es la misma persona amable y dispuesta a darle la mano a cualquiera que se lo pida, pero ahora antepone a Eri sobre cualquier otra cosa en su vida; a veces, incluso de su propio bienestar. Ganártelo de vuelta, y no hablo sólo de convencerlo para hablar ahora que has arruinado esa primera oportunidad, requerirá que primero llegues hacia él a través de Eri.

—Es mi hija, ¿o no? —Farfulló Katsuki—. Esa batalla debería estar ganada de antemano. A menos que Izuku no le haya dicho antes quién soy yo...

—Oh, créeme que lo ha hecho, pero...

—¿Pero? Seguro le ha dicho cosas terribles de mí.

—Por el contrario, ha sido más amable de lo que deberías darle crédito. Se ha guardado tus peores historias de la infancia, y a cambio ha hecho un retrato bastante fiel de ti, aunque visto a través de lentes de cristal rosa. Puede que porque todavía te eche de menos, o sólo no quiera que Eri se haga una mala idea de ti como él de su propio padre por haberlos dejado.

Ouch.

Eso había dolido. Porque no había dolor más profundo en el alma de Izuku que el abandono de su padre cuando él era pequeño. Con los años lo había conseguido superar, pero la cicatriz que seguro ostentaba como recuerdo siempre le había obligado a ser precavido. Y Katsuki ahora tenía en su consciencia haber vuelto a escarbar en esas amargas memorias con sus propias acciones.

—Hasta aquí puedo escuchar los engranes de tu cerebro trabajando a marchas forzadas —interrumpió Eijiro sus pensamientos—. Hazme caso: Compra esa manzana de caramelo y espera a Izuku afuera del kindergarten. ¡Esta vez no lo arruines, colega!

—No lo haré, carajo —respondió Katsuki como afirmación para Eijiro, pero una promesa para sí mismo.

Esta vez no iba a cagarla.

 

La mañana de Katsuki transcurrió con él yendo a la vieja tienda de barrio de los Tanaka a comprar la manzana de caramelo más grande y apetitosa que tuvieran en existencia, visitando el distrito comercial cuando el hambre de haberse saltado el desayuno le hizo rugir las tripas, y después curioseando por las tiendas mientras aguardaba a que diera la hora de salida del kindergarten.

Siguiendo la costumbre que tenía engranada en el cerebro después de todos esos años en Tokyo, Katsuki mantuvo su cabeza cubierta con un gorro, gafas oscuras y una bufanda, de tal modo que sólo eran porciones mínimas de piel las que exponía. E incluso así, la voz ya se había corrido de que el hijo de los Bakugou estaba de vuelta y tuvo que detenerse en más de una ocasión a saludar (con las personas mayores) y a firmar un par de autógrafos (con las de su edad o menores).

En condiciones normales, a Katsuki le habría irritado de sobremanera detenerse a charlar con personas a las que no veía desde hacía años para responder las mismas preguntas aburridas, pero ese día en particular tenía la mecha corta como nunca y se sentía a punto de estallar cada vez que alguien lo abordaba en la calle para charlar. Sí, estaba en una banda y le iba bien; no, no tenía planes concretos de mudarse a Musutafu; y claro, les pasaría el saludo de su parte a sus padres.

Incapaz de tolerar más de aquellas interacciones forzadas, Katsuki se dirigió al mismo parque que la tarde anterior, trazando para sí un plan en apariencia brillante, porque justo enfrente tenía el kindergarten y desde una de sus bancas tenía el sitio privilegiado para esperar a que Izuku y Eri salieran a eso de la 1.

Dispuesto a esperar la media hora que faltaba para ese segundo encuentro con Izuku, Katsuki se preparó con una lata de té dulce que compró en una máquina expendedora y se acomodó en una banca sin conseguir en ningún momento sentirse a sus anchas.

¿Cómo hacerlo si estaba a punto de enfrentarse a su ex y a la hija que había procreado con éste sin siquiera ser consciente de ello sino hasta poco más de 24 horas atrás? Era bastante por procesar. Izuku por sí mismo era una montaña de sentimientos confusos con los que jamás había hecho las paces y a los que Katsuki les había dado la espalda para no tener que enfrentarlos, pero Eri... Por sí misma era un problema de esa misma magnitud. Aunque Katsuki no podía llamarla problema, sino quizá inconveniente.

«Nah, eso suena a una agujeta desamarrada y... ella es más que eso. Mucho más», pensó Katsuki, retomando el hilo de pensamientos que la noche anterior le habían mantenido en vela hasta pasado de medianoche.

Vale, que saber que era padre había sido la noticia de su vida, un shock que sólo se equiparaba a los grandes momentos de su vida y que Katsuki podía repartir en dos categorías: Izuku Midoriya y Class A. Eri pertenecía a esa primera categoría, pues no de haber sido por Izuku la niña ni siquiera existiría, pero había más en ella que sólo ser un bebé no planeado por sus jóvenes e inexpertos progenitores.

No por primera vez desde su llegada a Musutafu, Katsuki se preguntó qué tipo de padre era Izuku y qué clase de niña era Eri. A Katsuki los niños le resultaban indiferentes. Ni se derretía al verlos o pedía cargarlos en brazos, pero tampoco los detestaba. Suponía él que era el efecto de ser hijo único, y hasta donde recordaba Izuku había sido igual que él. Excepto que quizá Izuku tenía mucha más paciencia para fungir de niñero que él. No en balde había cuidado del crío de los Kota, un mocoso repelente y grosero a morir que en su primer encuentro le había propinado a Izuku una patada en los testículos, pero que éste se había ganado lentamente hasta convertirse en una especie de hermano mayor para él.

Katsuki no. Él se había limitado a hacerse a un lado mientras esos dos interactuaban, y quizá por ello se había perdido Katsuki de asientos de primera fila para deducir qué era lo que podía haber atraído a Izuku a la idea de ser padre.

—Ah, ¿o debería pensar en él en términos de madre? —Masculló Katsuki para sí en voz baja. Después de todo, Eri había crecido en su interior y era el fruto de sus entrañas, aunque creía recordar que la mañana anterior lo había llamado papá frente a Ochako.

Una repentina imagen cruzó la mente de Katsuki al imaginarse con Izuku y Eri, los dos siendo papá. Aunque quizá Izuku podría convertirse en papi y...

—Mierda —maldijo Katsuki entre dientes, parpadeando para apartar aquella estúpida visión que no conducía a nada.

«Un paso a la vez, Katsuki», se recriminó a sí mismo, apretando las manos y con ello la lata a medio consumir que todavía tenía sujeta entre los dedos.

Dicha fuera la verdad, Katsuki había acudido a enfrentar a Izuku sin un plan concreto.

Era el mismo caso que la mañana anterior, cuando la simple necesidad, una urgencia imperiosa de seguir sus instintos le marcó el camino que debía tomar, y ahí estaba él. Igual de confundido que podría mostrarse Izuku una vez que lo viera esperando por él.

De si tenía sentimientos por Izuku y todavía lo amaba, Katsuki no tenía ninguna duda. Su amor no había languidecido con la rutina, y el tiempo y el espacio por el cual habían estado separados había convertido el fuego en rescoldos, pero su calor era todavía perceptible. Katsuki no había tenido espacio en su corazón y en su vida para otra pareja después de Izuku, y sus años en Tokyo habían sido sumamente solitarios con un par de relaciones que sólo paliaron su deseo sexual pero nunca consiguieron empañar el recuerdo inamovible de Izuku en su alma.

Así que Katsuki tenía dudas, inquietudes, nervios, mucho de todo bullendo en su pecho como un volcán a punto de hacer explosión mientras minuto a minuto la hora de la confrontación se acercaba, pero también convicción, y la suya era que mientras Izuku estuviera dispuesto a hablar con él, a escuchar y ser escuchado, y él también conservara las brasas del gran amor que habían compartido...

Quizá.

Sólo quizá...

Oh, ¿pero qué estupideces estaba pensando? Katsuki experimentó un momento de genuino pánico al ser consciente de que sus sentimientos por Izuku se mantenían intactos, y que él estaba a punto de hacer el ridículo de su vida si se presentaba frente a él y de buenas a primeras le hacía saber que todavía lo amaba y... ¿Qué? La lista de lo que Katsuki estaba dispuesto a hacer por una segunda oportunidad no tenía fin. Excepto quizá encarar a Izuku sin que la cara se le cayera de vergüenza.

A punto de abortar el plan que tan cuidadosamente había trazado, Katsuki se quedó congelado en su asiento cuando la campana de salida anunció el final de jornada en el kindergarten donde Izuku daba clases y Eri recibía las suyas. A las afueras del edificio se habían reunido ya un puñado de madres y unos cuantos padres listos para recoger a sus vástagos, y de nueva cuenta Katsuki se vio traicionado por su cerebro al imaginarse como uno más del grupo, extendiendo su mano hacia Eri y preguntándole cómo había sido su día mientras esperaban por Izuku.

Esa habría podido ser su vida. O puede que no. Las estadísticas raras veces estaban a favor de las parejas que tan jóvenes tenían un hijo (hija en su caso) por error, pero Katsuki tenía la impresión de que en su caso sí habrían conseguido hacer que funcionara. Habían tenido amor, el más grande del que eran capaces, y ese amor había engendrado una hija, incluso si lo que después en esa historia no podía considerarse como tal.

Katsuki esperó a que la mayoría de las madres con sus niños se retirara de la puerta principal antes de tirar su lata en la basura y acercarse.

Poco había cambiado de la estructura del edificio desde que él estudiaba ahí, pero sí los colores y la distribución del patio de juegos. Katsuki se tomó unos instantes para comprobar los cambios ocurridos, pero eso bastó para atraer la atención de Eri, que abandonó a dos niños en los columpios y corrió a su encuentro.

A través de la cerca y sin importarle todas esas convenciones sociales de los adultos, Eri le dio un tirón a la manga de su chaqueta de invierno.

—Uhmmm... ¿Puedo llamarte Kacchan? —Preguntó con inocencia, mirando a Katsuki con ojos grandes como los de Izuku, pero a diferencia de éste, con un llamativo tono rojizo que era herencia inapelable de los Bakugou.

Katsuki tragó saliva. —¿A-Al menos sabes quién soy?

—Oh, pero claro que sí —dijo Eri con una sonrisa que también era de Izuku—. Papá me lo contó todo.

—No lo creo.

—En serio, sé quién eres —declaró Eri con absoluta convicción—. He visto tus fotografías en la casa de los abuelos.

—Oh.

—Y papá todavía conserva uno de tus suétereres

—Suéteres —corrigió Katsuki la palabra—. Se dice suéteres.

Por lo bajo, Eri repitió la palabra hasta pronunciarla a la perfección, y después asintió para sí. —¿Viniste a ver a papá?

—Erm...

—¿O a verme a mí?

—Yo...

—¡Eri!

La salvación de Katsuki llegó en la forma de Izuku, que se mostró alterado al notar la ausencia de Eri, tranquilo una vez que dio con ella, e inseguro al descubrir quién la acompañaba.

—¡Es Kacchan, papá! —Dijo Eri, atenta a los cambios de humor en su progenitor y qué significaba cada una de sus expresiones—. ¡Vino a vernos!

Y porque no quedaba de otra más que admitir que así era, Katsuki encogió un hombro y se sacó del bolsillo trasero de su pantalón la manzana con caramelo que había comprado para Eri. Mostrándola como oferta de paz, se ganó el chillido emocionado de Eri al recibirla, pero también el suspiro resignado de Izuku para dedicarle un poco de su tiempo.

Hasta cierto, una victoria total para Katsuki.

 

Izuku pidió mantenerse en un territorio neutral para ambos y así evitar repetir la misma escena de ayer. De estar a solas, Katsuki habría sugerido una cafetería y sentarse en la mesa más alejada de la entrada, pero tenían a Eri, y ya que la niña quería ir al parque y el clima se prestaba para ello a pesar de estar fresco, escogieron precisamente la misma banca donde Katsuki estuviera sentado antes.

—Tiene bastante energía, ¿no? —Comentó Katsuki luego de un par de minutos en que ellos dos observaron a Eri columpiarse con fuerza.

—En ese aspecto se parece a ti, sí —confirmó Izuku, la espalda recta, vista al frente y las manos fuertemente entrelazadas sobre su regazo.

—Mamá mencionó varias veces lo mucho que se parece a mí.

—Sí, y... no. —Izuku apretó los labios—. Ciertamente heredó en apariencia más de ti que de mí, pero tiene su propia personalidad, ¿sabes? Es mucho más educada que tú a su edad-...

—Cualquier crío lo sería —masculló Katsuki.

—... pero no es del tipo que se guarde lo que piensa. No cuando ha tomado confianza, al menos. Solía ser más tímida de pequeña, pero asistir al kindergarten le ha ayudado a superarlo.

—Y... ¿Le va bien en las clases?

—De maravilla. Ya está aprendiendo a escribir en hiragana y katakana. También un par de kanjis, y... Leyó mal el de mi nombre, por supuesto —agregó Izuku con un dejó agridulce de melancolía—. Me recordó como nunca a ti, y eso fue apenas hace dos semanas. No pensé que llegaría a verte tan pronto.

—¿Casi 7 años te parecen pronto?

—El resto de mi vida me parecería pronto —murmuró Izuku, apretando más el agarre de sus dedos—. Esa era mi impresión cuando me planteaba confrontarte cara a cara y darte la noticia de que habíamos sido padres, pero... Ocurrió sin más, y fue como si un peso se levantara de mis hombros. Se sintió bien —sonrió a medias—; de haberlo sabido, lo habría hecho antes.

—Habría sido lo más decente.

—Oh, a la mierda contigo —dijo Izuku, girando la cabeza en dirección de Katsuki. A pesar de sus palabras, su tono de voz carecía de mordacidad—. No es como si te hubiera pedido ni un yen para ella o para mí en todos estos años. Tú vida no dio un giro drástico como la mía y la de las personas que estuvieron ahí para apoyarme.

—Yo también podría haber estado aquí —gruñó Katsuki—. Si tan sólo-...

—¿Si tan sólo qué, Katsuki? ¿Te lo hubiera contado por teléfono justo después de que decidieras quedarte en Tokyo hasta final de año para intentarlo en serio con la banda? ¿A tiempo para evitarte que me propusieras mudarme contigo y tratar de salir adelante juntos?

Cualquier otro habría impreso en su tono de voz la amargura de haber tomado esa decisión, pero no Izuku. Su voz no cambió, y la tensión en sus hombros pareció ceder un ápice.

—No me arrepiento de mi decisión —prosiguió Izuku, devolviendo la vista al frente y clavándola en Eri, que en esos momentos se mecía con ganas en su columpio, ajena a la charla que transcurría entre los dos adultos cuya existencia les debía—. Admito que en parte fue impulsada por mi cobardía, pero... Debes de creerme: También quería hacerte feliz. No iba a interponerme entre tú y esa oportunidad que sólo se presenta una vez en la vida, eso con suerte...

—Y lo fui —musitó Katsuki—. Fui feliz. —«Hasta que no lo fui más y tuve que regresar...»

—Eso está bien —asintió Izuku una vez—. No pienses ni por un instante que deliberadamente decidí ocultarte la verdad. Sólo... fue así como ocurrieron las cosas.

—¿Cómo exactamente? —Pidió Katsuki saber.

Izuku exhaló. —Lo usual. Me di cuenta que algo iba diferente conmigo y mi cuerpo a mediados de julio, y fue Ochako la que plantó la semilla de duda en mi cabeza. Siempre fuimos tan cuidadosos...

—Lo fuimos.

—Pero los accidentes pasan —dijo Izuku, y su vista se desenfocó, llevándolo al pasado de sus recuerdos—. Y las consecuencias no siempre son terribles...

 

Izuku no tiene ningún síntoma de los que son típicos del embarazo. Ni náuseas, cansancio o malestar generalizado. Pero basta un vistazo de Ochako para que ella intuya lo que llama “ese cambio en toda tu persona” para hacerle dudar de los múltiples anticonceptivos que ha empleado y con mucha vergüenza comprar en la misma farmacia donde su madre se surte de artículos de tocador una prueba casera de embarazo.

—Mejor tres —pone Ochako dos más frente a la cajera madura que les dedica una mirada de reprobación, no sólo porque Izuku y Ochako se ven mucho menores de lo que son en realidad, sino porque también conoce a sus familias (desventajas de una ciudad tan pequeña como Musutafu donde los asuntos de uno son los asuntos del resto) y se cree con el derecho de opinar.

Izuku paga las pruebas con el dinero de su primer salario en la tienda de conveniencia, y sigue a Ochako a la máquina expendedora para surtirse de líquidos y conseguir orina suficiente para las pruebas.

Al final terminan utilizándolas en los baños del parque, y Ochako tiene que entrar al baño de hombres para tocar a su puerta y preguntarle si todo marcha bien, porque Izuku se demora casi media hora ahí dentro, la cabeza sujeta entre dos manos mientras entre sus pies yacen 3 pruebas con idéntico resultado positivo.

Está embarazado.

Y son esas mismas palabras las que no consigue enunciar cada vez que Katsuki llama para contarle las últimas novedades de Tokyo.

Izuku escucha a medias de ensayos interminables, largas horas de práctica y una audición para una banda que todavía está en las primeras etapas de desarrollo, casi siempre con su mano dominante sobre su vientre todavía plano mientras Katsuki revela más con su tono que con sus intenciones lo mucho que le interesa lo que hace.

Por su cuenta, Izuku ya decidió que va a conservar al bebé, y lo que es más, que hará partícipe a Katsuki de la noticia una vez que vuelva de Tokyo. Una gran parte de sí lo hace para no arruinarle la diversión que es obvio está teniendo en la gran ciudad con una beca completa y nuevos amigos que comparten con él su interés por la música, pero también hay otra razón igual de poderosa y es su deseo de mirarlo a los ojos mientras le comparte la sorpresa. Izuku tiene fe en encontrar en el iris rojo de sus ojos la respuesta a la pregunta que día y noche lo atormenta, acerca de si un bebé los hará más fuertes o sólo los romperá, pero no tiene oportunidad.

Katsuki decide quedarse después de que sus tres meses de verano en Tokyo han llegado a su fin, y el plan que traza es tan coherente y tan racional para tratarse de un simple sueño de formar una banda y hacer que triunfe en un medio tan competitivo como es Tokyo, que Izuku no tiene para él más que frases de aliento.

—Me he dado un tiempo límite. Hasta el último día de este año. No desperdiciaré ni un minuto más que eso, Izuku. Te lo juro —dice Katsuki cuando le comunica la noticia a su novio, y éste se fuerza a denotar alegría en su voz.

—Está bien, Kacchan. Yo te esperaré...

—De hecho... —Agrega Katsuki, y hay incertidumbre en su voz—. Pensaba que podrías venir conmigo a Tokyo. Pedir un semestre sabático en la universidad y-...

—No —le interrumpe Izuku. Da igual si ya realizó ese trámite, porque con un bebé creciendo en su interior Izuku necesita primero pensar en su situación económica y trazar un plan para los restantes 9 meses de embarazo y 18 años de vida que ahora depende de él.

—¿No? ¿Así sin más? —Se endurece la voz de Katsuki, pero Izuku puede ser igual si no es que igual de tozudo cuando una idea anida en su cabeza.

—No. Yo tengo mi vida aquí, en Musutafu, y tú quieres empezar una nueva etapa en Tokyo. Será mejor... —Izuku aprieta los dientes, porque si no se controla, corre el riesgo de soltarse llorando—. Lo mejor será que lo veamos como una oportunidad para... para...

—Y una mierda —gruñe Katsuki—. Si quieres terminar sólo dilo. No inventes excusas. Eres terrible.

—¿Ah sí? —Se fuerza Izuku a decir, y con el dorso de la mano se limpia primero debajo de un ojo y luego del otro—. En ese caso... terminemos.

—¿Es lo que quieres?

—Es... lo que pienso que es mejor. Al menos de momento.

—Como prefieras.

Y sin imaginarlo siquiera, aquellas son las últimas palabras que intercambian durante ese año.

Y el siguiente.

Y el siguiente.

Y así hasta casi cumplir 7.

 

/*/*/*/*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).