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Futatsu ni hitotsu! (¡Es uno o es otro!) por Marbius

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13.- La redención no es un camino recto.

 

La soledad era una vieja amiga de Katsuki.

Para bien y para mal, había sido su infatigable compañera en ese miserable periodo de su vida a finales de tercer año de secundaria, durante vacaciones de invierno y hasta el comienzo de su nueva etapa preparatoriana en Aldera. Por aquel entonces Katsuki había cortado sus lazos con Shigaraki y si pandilla, por no mencionar que Deku se había apartado de su lado hasta desaparecer, dejando a Katsuki sólo y rodeado de compañeros de aula que le temían demasiado como para acercarse voluntariamente.

Su ingreso a la preparatoria no había estado pronosticado para ser demasiado diferente. Después de todo, muchos de sus compañeros de secundaria también habían escrito Aldera como una posibilidad en su educación media superior, pero Katsuki había hecho su elección basándose en el hecho de que era también la sede para otras secundarias a la redonda, y sus esperanzas no habían sido en balde cuando el primer día de clases descubrió que ni siquiera un cuarto del alumnado en su salón era de su misma secundaria. El resto eran virtuales desconocidos, personas que no estaban al tanto de su pasado. No eran los extras del pasado, como Katsuki solía llamar a todo aquel que no tenía utilidad alguna en su vida, sino compañeros de aula con los que quizá podría trabajar amistad... Pero mejor no ilusionarse.

Katsuki no había abrigado demasiadas esperanzas de reinventarse para preparatoria. Había quienes aprovechaban para tener un cambio de look, o esforzarse por cambiar su personalidad tímida y forzar un nuevo yo extrovertido que tomara el control. Katsuki no. A él le bastaba con controlar su lengua y mantener a sus costados las manos que alguna vez había cerrado en sendos puños y castigado con ellos a quienes osaban entrar en la categoría de ‘desafiarlo’.

Así que Katsuki no se había reinventado, pero Kirishima sí, y desde el primer día de clases llamó la atención de todos con su estridente cabello color rojo que los profesores dieron por imposible y se guardaron de enviarlo a detención. Después de todo, Aldera era una preparatoria en la que se reconocía la personalidad de los individuos y se promovía la libre expresión dentro de los límites del decoro. El cabello rojo de Kirishima entraba dentro de los perímetros de lo que en Aldera se consideraba prudente, y de esa manera se convirtió casi desde el primer día de clases en un compañero que se hacía notar.

Ni en un millón de años habría supuesto Katsuki que Kirishima llegaría a convertirse en su autoproclamado mejor amigo. Ni él, ni tampoco el grupo de idiotas (aunque con buenos sentimientos y divertidos) con los que se había rodeado en las primeras dos semanas de clases, pero quiso la suerte que Kirishima demostrara ser un caso perdido en química, y que después de su primer examen de evaluación obtuviera la nota más baja de la clase. Desde su posición con la calificación más alta (un perfecto 100 en la esquina de la hoja), Katsuki había sido designado como tutor de Kirishima, y su amistad había florecido a lo largo de esa semana en la que se reunieron primero en la biblioteca después de clases para estudiar, y después en las bancas del jardín cuando los gritos de Katsuki terminaron por espantar a la anciana bibliotecaria que no toleraba ruidos, ni mucho menos palabrotas frente a sus queridísimos libros.

Katsuki había dado por sentado que después de que Kirishima consiguiera un decente 87 de calificación en la reposición de su examen de química acabaría por despedirse de él, pero no podría haber estado más equivocado. Porque no sólo Kirishima se presentó con un regalo (una lata de té negro de la máquina dispensadora; el favorito de Katsuki), sino que además le contó al resto de idiotas con los que se juntaba de lo generoso que había sido Katsuki con sus conocimientos (y también con sus golpes de mollera para hacerle entrar las fórmulas más básicas de química) y estos perdieron cualquier miedo subyacente que tuvieran por su persona y se acercaron a conocerlo mejor.

En algún punto durante ese primer semestre de preparatoria, Katsuki terminó rodeado por Kirishima, y los idiotas a los que pronto conoció mejor y que resultaron ser Kaminari y Sero. Mina se unió más tarde cuando su grupo de amigas le jugó una cruel trastada y no fue otro más que Katsuki el que las encaró y protegió a la chica que apenas conocía, pero de la que Kirishima nunca se callaba. Así quedó conformado su grupo nuclear de amigos, a los que no tardaron en sumarse de la otra aula Jirou, Tokoyami y Yaoyorozu.

En un inicio, guardó Katsuki sus distancias con Kaminari cuando éste mencionó conocer a Mineta, pero cuando se hizo evidente que su trato hacia él no había cambiado, bajó la guardia. Y eso dio pie a que Kaminari lo invitara a hacer audiciones para la banda que él y unos amigos del otro salón estaban formando. Katsuki rechazó su oferta, pero cedió bajo las provocaciones de Sero, que insistió en que él no sabía tocar la batería como había afirmado, y que volvió a repetir su jugada cuando Katsuki se negó a formar parte como miembro oficial y lo retó a ser al menos temporal mientras alguien mejor llegaba.

Para el caso, Katsuki se hizo de amigos, y para el primer verano de ese año apenas si podía creer la suerte con la que contaba y que por descontado no merecía.

Que lo mismo podía decir cuando ese tercer año de preparatoria se encontró de pronto avergonzado de por las confesiones que había hecho ante ellos de su pasado, y se retrajo sobre sí mismo por el resto del mes.

Kirishima sobre todo insistió en que nada había cambiado entre ellos, pero Katsuki creía detectar en su otrora grupo de amigos una cierta cautela en la que se le escudriñaba a él, sus acciones y palabras por igual, en búsqueda de cualquier señal de agresión que les previniera de algo peor. Porque Katsuki nunca había sido una convencional monedita de oro muy del agrado del resto, pero su actitud hacia él era más precavida que nunca, y él detestaba caminar sobre cáscaras de huevo esperando a en cualquier momento cagarla y empeorarlo todo.

Así que huyó. Y salvo por los momentos que pasaban en clase y durante los almuerzos, además de las dos sesiones semanales de ensayos con la banda, poco o nada se le vio en su tiempo libre.

Nuevamente se refugió en la soledad de su habitación, y esta vez de nada sirvió cuando Kirishima lo abordó una mañana de camino a la escuela y le cuestionó directamente si los estaba evitando.

—No. —Que era una mentira con todos los dientes.

—Pues parece que lo haces —insistió su amigo, pero Katsuki no le dio oportunidad de meter más el dedo en la llaga.

—¿Y qué si lo hago? No es como si... —«Como si a alguno de ustedes les importe lo que una basura como yo haga o no haga con su vida», pensó Katsuki, pero como siempre, sus criterios eran mucho más severos que los del resto.

—Somos tus amigos, Bakugou —dijo Kirishima, acelerando el ritmo de sus pisadas para alcanzar a Katsuki, que a grandes zancadas buscaba alejarse de él y del mundo—. Si te preguntas si estamos preocupados por ti, pues sí. Lo estamos.

—Como si el resto-...

—Puedo hablar por todos en este asunto —le interrumpió Kirishima con terquedad—. Que yo sea el que se acerca a ti no es porque sea el único al que tienes preocupado, sino porque el resto sabe que yo soy el que tendrá más éxito a la hora de hacerte entender que seguimos contigo, ¿ok?

—Bah.

—Eso que contaste el otro día... No es nuevo.

—¿De qué hablas? —Se frenó Katsuki a mitad de la calle, y Kirishima chocó contra su espalda.

—Pues a que... lo sabíamos. O en mi caso, lo sospechábamos. Había bastantes rumores en torno a ti cuando recién entramos en primer año. Rumores para nada halagüeños de tu persona...

«¿Cómo podrían serlo?», pensó Katsuki. Un buen número de alumnos de su escuela secundaria estaban también en Aldera, así que era de esperarse que los registros de sus fechorías hubieran llegado con él hasta ese punto de su vida. Igual que un tatuaje, la marca sobre su frente que lo tachaba de maleante era imposible de borrar por mucho que enmendara su conducta. Estaba para quedarse, para catalogarlo de lo que muy dentro de sí, cuando dejaba ir sus inhibiciones, podía llegar a convertirse.

—¿Y si ya lo sabías entonces por qué-...? —Formuló Katsuki antes de que un automóvil hiciera sonar su claxon y les recordara que pararse a mitad de la calle era irresponsable, por no mencionar lo peligroso.

—¡IDIOTAS! —Gritó al conductor al bajar su ventanilla, y Katsuki le levantó el dedo medio en respuesta antes de moverse de la calle y tirar a Kirishima con él.

—Mira, no mentiré diciendo que no me molesta lo que hiciste en el pasado —dijo Kirishima, resumiendo su paso con Katsuki—. Si la mitad de los rumores que cuentan de ti es cierta, entonces... Eres un tipo de cuidado.

—Lo soy.

—Pero eso no cambia que en estos casi 3 años que tengo, que tenemos de conocerte —se corrigió Kirishima como portavoz de su grupo de amigos— no has sido sino una persona honesta y que no duda en hacer lo que es correcto.

—Ahora.

—¿Y qué si antes no lo hacías? Has cambiado. Al menos eso quiero creer.

—Ya...

—Nadie es perfecto, Bakugou. Pero ahí está la gracia; es el deseo de cambiar el que te distingue del resto.

Girándose en redondo para enfrentar a Kirishima, Katsuki golpeó a éste con su propio pecho y lo hizo retroceder un paso al perder el equilibrio, sin dejar de mirarlo a los ojos, preguntó:

—¿Alguna vez has golpeado a alguien hasta hacerlo llorar?

—Uh...

—¿Y después continuado como si nada?

—Bak-...

—¿Has hecho vomitar a alguien a base de un puñetazo en el estómago? ¿O hecho que se desmayen al sujetarlos con el brazo alrededor del cuello? ¿Imaginas siquiera lo que es limpiarte la sangre de los nudillos, sangre que no es ni tuya, en la camisa de alguien más?

Kirishima contuvo el aliento, pero no rompió la conexión de sus miradas.

—Eso pensé —gruñó Katsuki—. Y eso es sólo una muestra de lo que le hice a Deku...

—Pero él... Él te...

Katsuki soltó una risa amarga. —¿Me qué? ¿Habla conmigo? ¿Acepta salir cuando sabe que estaré presente? ¿Actúa como si nada? Así es él. Tiene un corazón demasiado grande y cero instinto de autopreservación. Éramos amigos de infancia desde el jardín de niños, y es casi mi vecino, ¿no te pareció nunca extraño que decidiera estudiar en U.A. cuando Aldera era la opción más lógica?

Con la vista desenfocada, fue como si Kirishima de pronto estuviera atacando cabos y haciendo encajar las últimas piezas de un rompecabezas hasta tener la imagen completa.

—Mina dice que Uraraka te odia...

—Y con justa razón —confirmó Katsuki aquella línea de pensamiento—. Izuku le contó todo, y es lo menos que podía hacer. Ella sí es una buena amiga para él. No como yo.

Kirishima exhaló con lentitud, y sus siguientes palabras fueron bien calculadas. —Pienso... Y espero no equivocarme... Que también eres un buen amigo para Deku. Lo eres por el simple hecho de intentar serlo, y porque quieres enmendar sus maneras del pasado. Al menos eso creo...

Katsuki bajó la mirada, y después giró la cabeza para no mostrar su turbación, pero parte de su cuello y rostro había adquirido un delator tono sonrosado.

—No está mal que te permitas avanzar y tratar de ser diferente —dijo Kirishima, extendiendo su mano y colocándola en el brazo de Katsuki. En otra situación, éste se lo habría sacudido de encima con impaciencia, pero no hoy.

Hoy Katsuki necesitaba ese contacto humano para recordarse que no estaba solo. Sin importar que a veces se sintiera como tal, o inmerecedor del afecto que sus amigos le habían demostrado sin parar por medios de palabras, gestos y acciones, era hoy cuando necesitaba una confirmación, y Kirishima se la dio.

—Ya eres lo bastante hombre por el simple hecho de reconocer tus errores y tratar de enmendarte. ¿Es por eso que buscaste a Deku, no? Quieres disculparte y dejar el pasado donde debe estar.

—Algo así —musitó Katsuki.

El conflicto con Izuku era todavía demasiado confuso para pretender que lo único quería de él era la aceptación de sus disculpas. Katsuki todavía se debía a sí mismo el reflexionar de aquel asunto, y tenía claro que postergarlo para después era simplemente alargar su sufrimiento, pero también que no podía apresurarse o corría el riesgo de empeorar las cosas. En ese doloroso limbo, Katsuki no había esperado además tener que explicarse frente a sus amigos, mucho menos de la manera forzosa en la que aquella madeja se estaba desenvolviendo.

—Puede que no lo creas todavía —dijo Kirishima con convicción—, pero eres una gran persona. ¿Ves a Shigaraki? Él tomó la decisión de continuar siendo el matón de la escuela y asociándose con individuos que comparten sus retorcidos ideales. Se requiere de un tipo de valor muy especial para romper los viejos patrones y enmendar tus errores. Al menos eso pienso yo, y es por eso que estoy contigo, Bakugou. Que estamos contigo.

Katsuki se sorbió la nariz. —No hables así por el resto por el resto de idiotas.

—Vaya que sí somos idiotas, ¿uh? —Confirmó Kirishima con buen humor—. Pero si es así es porque has demostrado la materia de la que estás hecho y hemos considerado que eres un enorme y afilado cactus.

—¿Pero qué diablos, Kirishima? —Recriminó Katsuki con una mueca al mirarlo de vuelta, pero su amigo sonreía abiertamente tras su ocurrencia.

—¡Es porque lo eres! Grande y repleto de espinas, imposible de acercarte, pero por dentro estás repleto de valiosa agua.

—Tu estúpida analogía no sirve de nada...

—Puede que no sepa explicarme como es debido —dijo Kirishima, y en un arranque de emoción se lanzó sobre Katsuki y lo rodeó con ambos brazos en un fuerte abrazo que le sacó el aire—. Pero eres mi amigo, y los amigos están en las buenas y en las malas.

Katsuki gruñó, pero con todo, le dio a Kirishima unas palmaditas en la espalda.

—Ya. Se hace tarde —masculló Bakugou, y Kirishima se separó de él empujándolo por los hombros.

—¡Oh no! Y tenemos clase con Aizawa-sensei a primera hora. ¡Vamos!

Y tirando a Katsuki por la mano (pese a las protestas de éste) se dirigieron corriendo a la escuela.

 

Así como Kirishima fungió como el puente entre Katsuki y los amigos que tenía en su misma aula, Yaoyorozu cumplió la misma función cuando esa misma tarde fue la única en estar en la sala de ensayos a pesar de que era la hora correcta.

—Los demás vendrán media hora más tarde —explicó Yaoyorozu, que había servido dos tazas de té y con una indicación de su mano, le indicó la silla adyacente a la suya para sentarse—. Así tendremos tiempo de conversar tú y yo.

—Si esta es la manera elegante que encontraron para expulsarme de la banda-... —Empezó Katsuki, pero Yaoyorozu negó con la cabeza y su largo cabello oscuro recogido en una coleta hizo un frufrú enérgico.

—Nada más alejado de la realidad. Pero... —Enfatizó con una exhalación—. Todos coincidimos con que primero debíamos hablar contigo de algunos asuntos que quedaron pendientes entre nosotros.

—¿Y te designaron su portavoz oficial o qué? —Repantigado en su silla y con los brazos cruzados en actitud indolente, Katsuki estuvo a punto de rechazar la taza de té que la chica le ofrecía, pero el aroma que emanaba en volutas de vapor le hizo cambiar rápidamente de opinión y la cogió.

—Sólo pensamos que estarías más cómodo en un tête à tête que todos en grupo y fastidiándote con nuestra charla insulsa.

—No es... insulsa —gruñó Katsuki por lo bajo—. Es sólo que a veces hablan demasiado rápido, todos a la vez, y en voz alta.

Yaoyorozu rió entre dientes, y se cubrió la boca con el dorso de la mano. —Menos mal que no has dicho que era el simple hecho que de habláramos el que te molestaba.

—No soy tan imbécil como para pensar eso.

—Mmm, es bueno saberlo. —Dándole un sorbo a su taza (sin lugar a dudas, proporcionada por ella para su club de música, a juzgar por la delicadeza de su estructura y elegancia en el asa y estampado de flores diminutas), Yaoyorozu cambió su mirada despreocupada por otra que claramente indicaba negocios serios.

La mayoría (Katsuki incluido) tendían a confiarse frente a Yaoyorozu por la simple razón de que era una chica, y muy femenina. Además, heredera de los Yaoyorozu, vicepresidenta de su clase, primera en notas de la clase B, y esos eran apenas algunos de sus atributos. Nadie habría pensado jamás que ella estaría en una banda que sobre todo trasteaba experimentando con sonidos rock y combinados con pop y punk, pero se había acoplado bastante bien con sus habilidades en el piano, transformando las interminables sesiones de música clásica de su educación por un sintetizador en el que los nuevos ritmos le daban ese toque especial a su rudimentaria banda escolar.

Oh, pero Katsuki había aprendido su lección con Yaoyorozu cuando a inicios del segundo año de preparatoria el director anunció que los clubes necesitaban de al menos 6 miembros para seguir en funciones. Su primera reacción de desaliento había sido bien justificada al ser ellos sólo 5 integrantes, y Katsuki ya había hecho planes de marchar a la oficina del director para reclamar su derecho de asociación (no que jamás fuera admitir cuánto le relajaba estar con la banda y lo mucho que la echaría de menos si acaso es que el club se disolvía), pero Yaoyorozu se le adelantó, y poniendo a prueba sus habilidades diplomáticas y de persuasión había primero convencido a Aizawa-sensei de permitirles continuar con el club, y al director de hacer una excepción por ellos que sólo eran 5 y daban buen uso de las instalaciones.

El que lo consiguiera sin hacer uso de la violencia o los gritos había quedado en la memoria de Katsuki como una lección de la persona a la que aspiraba él a convertirse y... Puede que sus compañeros estuvieran al tanto de ello, porque Katsuki podía chocar cabezas con Kaminari y Tokoyami, discutir abiertamente con Jirou, pero era a Yaoyorozu a la que dejaba hablar y a la que se dirigía en condición de iguales.

—¿Cómo está el té? —Preguntó Yaoyorozu, iniciando el diálogo con las maneras amables y discretas que había aprendido.

—Bien.

—Es de menta y jazmín.

—Rara combinación.

—Puede ser. ¿Pero no crees que es increíble lo bien que se mezcla? —Yaoyorozu exhaló—. Justo como tú.

—¿Uh?

—Hablamos de ti en tu ausencia, Bakugou. Lo siento mucho por eso, ha sido descortés de nuestra parte, pero somos mayoría y teníamos que asegurarnos de estar en sintonía, tanto cuando tocamos nuestros instrumentos como cuando no lo hacemos.

Katsuki apretó la taza de té con ambas manos, y una fuerte opresión en el pecho le hizo esperar con angustia sus siguientes palabras.

—Coincidimos en que eres nuestro amigo, y que no has demostrado ser nada más que eso —dijo Yaoyorozu—. Kaminari incluido...

—No veo por qué —gruñó Katsuki—. Mineta era su amigo. Y yo...

—Tengo entendido que a quien más molestabas era a Deku-san.

Katsuki exhaló sobre la superficie de su té, y el vapor se alejó de él. —Sí.

—¿Te has disculpado con él?

—Algo así.

El silencio se extendió entre ambos como tinta en el agua. Yaoyorozu era buena en sus tácticas para hacer que los demás hablaran, y Katsuki no fue la excepción. Incapaz de tolerar el ruido del reloj de pared, el roce de sus ropas o el ocasional sorbido de té, acabó abriendo la boca y también la tapa de su corazón.

—Me he disculpado, es sólo que... Todavía no como yo considero adecuado.

—¿Y eso es?

—Hice demasiado daño como para que un simple ‘lo siento’ cubra todas las áreas que mi conducta estropeó.

—¿Has pensado en hacer una lista?

—¿Una qué?

Yaoyorozu tamborileó sus dedos sobre la cerámica en sus manos. —Una lista de cada cosa, por pequeña o grande que sea, de la que quieras disculparte.

—Nunca terminaría de escribirla...

—Pero te serviría para hacer un recuento, y si tus disculpas son sinceras, para reflexionar de tus acciones y buscar cómo enmendar cada una. Quizá un ‘lo siento’ no parezca mucho, pero si resulta que en realidad son, digamos, ¿15?

—Más como 2000 —masculló Katsuki, lanzando un número al azar pero seguro quedándose corto. No en balde él e Izuku habían estado juntos casi desde el nacimiento, y de que tenía memoria desde el jardín de niños. Al menos 10 años de agresiones diarias, y nunca menos de una docena por día...

—Bueno, el viaje de 2000 disculpas empieza con la primera —dijo Yaoyorozu, modificando un refrán conocido por ambos—. Es sólo una sugerencia. De cualquier manera, eres una persona decente, y ya encontrarás la manera de arreglar tu pasado con Deku-san.

—Eso espero —musitó Katsuki, apurando su té aunque con ello se quemara la lengua.

Pero Yaoyorozu no había terminado con él.

—No mentiré, Bakugou —dijo Yaoyorozu con la espalda recta y el mentón alzado—, puedes provocar miedo. Tu actitud a veces podría catalogarse de podrida.

—Ya. Gracias —dijo éste sin humor.

—Pero también tienes suficientes cualidades como para que la decisión de cortarte de raíz como a una mala hierba sea imposible. Trabajas más duro que nadie, tienes una ética intachable, eres honesto aunque brusco, y sobre todo conoces la definición de amigo. Es eso último lo que nos hizo considerar que si incluso tú no nos consideras a los miembros de la banda tus amigos, tú sí lo eres para nosotros.

—Ah. —Agachando la cabeza y mirando el suelo, Katsuki no tenía gran cosa por decir—. Ustedes también... Yo...

—Lo sé —le facilitó Yaoyorozu la ayuda—. Jirou nos contó una historia interesante de ti...

—¿A qué te refieres exacta-...? Oh. —Como si un interruptor se hubiera activado en su cerebro, Katsuki lo supo.

En realidad, no eran la gran cosa. Sólo que en primer año, cuando los miembros de la banda apenas se conocían entre sí y tanteaban sus límites, Katsuki había presenciado (e intervenido) en una situación incómoda para ambos. Con intenciones de reemplazar sus baquetas porque las anteriores tenían la punta despostillada, Katsuki había ido a una tienda nueva de música cercana a la escuela con la firme convicción de conseguir un par de reemplazo antes de clase, sólo para encontrarse ahí a Jirou buscando comprar un set de cuerdas para su bajo y siendo acosada por el vendedor. Cualquier otro habría dado media vuelta al descubrir a aquel hombre que fácilmente le doblaba la edad a su compañera arrinconarla contra el mostrador y a todas luces intentando hacer un avance en ella, pero no Katsuki.

Sin necesidad de mediar ninguna clase de pensamiento, Katsuki había pateado a aquel individuo en la espalda y lo había mandado directo al suelo con un grito de “Abuelo, véndeme unas baquetas” que rompió la atmósfera y facilitó la transacción. Jirou se había quedado petrificada, así que Katsuki arregló ‘un trato’ para ella en el que salió de la tienda no con un paquete sino dos de las cuerdas que había acudido a comprar totalmente gratis, y juntos salieron con sus compras en una bolsa con el logotipo de la tienda.

—Uhm, gracias por lo de antes, Bakugou —dijo Jirou apenas salieron del establecimiento, y Katsuki le lanzó sus paquetes de cuerdas.

—Sé más cuidadosa la próxima vez —gruñó Katsuki—. Hay una tienda cerca de la estación que atiende una anciana. Será mejor si vas ahí de ahora en adelante.

—Gracias.

Y eso había sido todo.

Ni Jirou había vuelto a hacer mención de aquel incidente y Katsuki ya lo había olvidado. Hasta hoy.

En realidad no le había dado importancia, pero claro, ninguna buena acción queda sin pagar.

—Si Jirou pone las manos al fuego por ti y no es la única, al resto sólo nos queda reconocer que debajo de tu tosca apariencia y bruscos modales-...

—¡Hey!

—... hay una persona que vale la pena conocer y tener como amigo. Es todo.

—¿Es todo?

—Ajá —confirmó Yaoyorozu al revisar la hora en su reloj de pulso—. Los demás no tardarán en llegar, y seguro les aliviará saber que podemos dejar el pasado justo donde pertenece.

—Como si fuera así de fácil.

—Lo es, Katsuki Bakugou —dijo Yaoyorozu al inclinarse en su asiento y ponerle una mano en la rodilla. Con un leve apretón—. Tienes que creer que así es.

—Ya...

Que si lo hacía o no, era algo que Katsuki iba a descubrir después por su cuenta.

 

Con una sesión en la banda que resultó ser mucho más satisfactoria de las que habían tenido en la última semana, Katsuki se despidió tarde de sus amigos y marchó con paso ligero a casa mientras analizaba las palabras que Yaoyorozu había intercambiado con él.

No la parte en la que cita a tomar té se ponía sensiblera, sino el en apariencia inofensivo consejo de su parte por hacer una lista de todas aquellas cosas que le había hecho a Deku y por las que Izuku merecía un digno ‘lo siento’ que les fuera a juego.

«Jodida lista, podría acabarme un cuaderno completo en ello», pensó Katsuki al patear una piedrecilla en su camino y hacer que rebotara contra una abandonada cabina telefónica. Con las manos en los bolsillos, Katsuki chasqueó la lengua por su torpeza, pero el pensamiento del cuaderno no abandonó su cabeza. Quizá, porque en un pasado había arruinado docenas de cuadernos y libros de Deku al vaciar su mochila al piso en el mejor de los casos, y en el peor, en la fuente o en un retrete.

Agobiado por la pesadumbre de tantos cuadernos rotos, pisoteados, escupidos, con páginas arrancadas, o simplemente arruinados, Katsuki obedeció a un repentino instinto que nació dentro de sí al encontrar una papelería abierta en su camino y entrar para comprar un bolígrafo y un cuaderno.

—Uhm, que la tinta sea verde —dijo Katsuki cuando la anciana tras el mostrador le mostró las variedades a elegir—. Y, erm, que el cuaderno sea Campos —pidió Katsuki la marca que recordaba como la favorita de Izuku. Algo tenía que ver el espacio de sus márgenes (reducido, para agrupar el mayor número de información en sus renglones) y la solidez de su estructura.

Katsuki pagó justo, y al salir aferró el bolígrafo con una mano y con ese mismo brazo el cuaderno pegado a su pecho.

El camino a casa le resultó largo como nunca, y una vez dentro Katsuki se sacó los zapatos sin mucho cuidado de acomodarlos en la repisa del genkan y subió las escaleras de dos en dos.

—¿Eres tú, Katsuki? —Llamó Mitsuki desde la cocina, pero más allá de un gruñido afirmativo, éste no dio señales de prestarle atención.

Una vez en su habitación, Katsuki lanzó su mochila a los pies de la cama, y jalando la silla de su escritorio, se sentó y colocó el cuaderno y el bolígrafo en la superficie. Con una profunda inhalación que presagiaba su ruina, Katsuki abrió la primera página y escribió:

 

Lista de las razones por la que yo, Katsuki Bakugou, me disculpo ante Izuku Midoriya por mis palabras, gestos y/o acciones que pudieran haber ocasionado cualquier daño mental, físico o psicológico hacia su persona.

(No en orden cronológico):

1.- No saber cómo corresponder tu amistad de manera recíproca.

2.- En el jardín de infancia, cuando mi paleta de hielo se derritió y te culpé frente a la profesora de hacer que se me cayera para que me diera otra.

3.- Jugando futbol, cuando me negué a tenerte en mi equipo y te llamé inútil.

4.- Por llamarte Deku y permitir que ese estúpido apodo te persiguiera hasta U.A.

 

Firme en su propósito de enumerar todo lo que se le viniera a la mente, Katsuki llenó con facilidad una primera hoja de ese cuaderno con su irregular letra y utilizando esa tinta verde que le quemaba los ojos y a la vez le recordaba tanto a Izuku.

Una a una fue llenando las líneas de la segunda página (Deku tenía razón; esos cuadernos Campos tenían los márgenes perfectos para organizar información) hasta llegar a una tercera, y sólo entonces se tomó un respiro para soltar el bolígrafo y estirar los dedos acalambrados. La yema de su dedo medio se había aplastado de forma irregular por la presión de la pluma, pero eso sólo sirvió para que Katsuki se negara a cejar en su empeño de escribir todas y cada una de las razones por las que se disculpaba frente a Izuku.

Ignorando los varios llamados que hizo su madre para que bajara a comer, Katsuki no volvió a alzar la vista sino hasta la octava página y cuando Masaru tocó a su puerta sin encontrar respuesta para luego asomar la cabeza y preguntarle qué hacía.

—Estoy ocupado —gruñó Katsuki mientras escribía “por provocar esa cicatriz que tienes en el codo izquierdo” y que le llevó apresurado a otro renglón más “lanzarte aquel cohete en la cabeza que por poco estalló cerca de tu ojo en aquel festival de verano al que fuimos antes de que cumplieras 8 años”.

—Tu madre preparó hamburguesa y ensalada —dijo Masaru sin dejarse amedrentar por el sombrío estado de ánimo de su hijo.

—No tengo hambre.

—Igual deberías comer. —Una pausa—. ¿Estás haciendo tus deberes?

—No.

—¿Pero es algo importante?

—Mucho.

—Ok. —Masaru exhaló un suspiro—. Le diré a tu madre que deje tu porción sobre la mesa. No olvides al menos cenar, hijo.

Katsuki se ahorró la contestación, escribiendo una línea más: “Burlarme de que en las barras de ejercicios no pudieras hacer ni una flexión.”

Por espacio de un par de horas más, Katsuki escribió hasta que la mano se le acalambró y las yemas de sus dedos perdieron sensibilidad. Sólo entonces tomó noción de las 13 páginas que tenía en su poder, y que en una simple hojeada, parecían ni siquiera englobar una décima parte de todo el daño infligido sobre Deku.

Todavía tenía un arduo trabajo por delante, concluyó Katsuki al cerrar el cuaderno y colocar el bolígrafo encima, pero... Parecía ayudar. La loza que por años había recubierto su corazón con pesadez de pronto tenía un resquicio por el que se asomaba la luz, y la llegada de aire fresco en su interior exhumó el esqueleto de la persona que había sido y que ya no quería ser más.

—Mierda —gruñó Katsuki al tallarse los ojos, y con malhumor comprobar que era tarde. Casi las 10. Por lo general, a esas horas él ya se habría duchado y estaría en cama listo para dormir, pero el tiempo se le había escurrido entre los dedos sin siquiera notarlo, y la consecuencia era que todavía tenía puesto el uniforme y su estómago le exigía comer.

Sin la chaqueta y la camisa de su gakuran, Katsuki bajó descalzó a la cocina. En la planta baja las luces ya se habían apagado, y sólo bajo la puerta del dormitorio de sus padres y en el pasillo encontró iluminación.

Fiel a su promesa, Masaru se había asegurado de dejarle la comida sobre la mesa cubierta con una servilleta de papel, y aunque helada, su hamburguesa todavía se veía apetitosa.

En soledad, Katsuki se sirvió té y se sentó a comer, sacando su móvil con intención de tener cualquier tipo de distracción.

En las últimas horas había recibido tanto mensajes grupales como individuales de sus amigos, y a simple vista era una vuelta a la normalidad a la que estaba acostumbrado, pero a la vez no. Katsuki no podía olvidar que uno de sus secretos mejor cuidados había sido expuesto y que ahora sus amigos estaban al tanto de quién era en realidad y qué era lo que había hecho como amigo de Shigaraki, y aunque el perdón le había sido otorgado y todos iban a hacer un esfuerzo consciente por superar aquel traspiés, esa noche no se sentía con ánimos de fingir borrón y cuenta nueva.

Indeciso entre proyectar algún video o entrar a cualquier foro de noticias, la ayuda llegó justo de la persona que menos esperaba pero de la que más necesitaba.

 

IM: Buenas noches, Kacchan.

IM: ¿Estás despierto?

IM: Si no es así, olvida mi mensaje y ya hablaremos después.

KB: No. De hecho estoy cenando.

IM: ¿Algo rico?

KB: Hamburguesa.

IM: ¿De la tía Mitsuki?

KB: Ajá.

IM: ¡Delicioso!

KB: ¿De qué querías hablar conmigo?

IM: ¿Seguro que no es una molestia?

 

—En lo absoluto —murmuró Katsuki para sí, cortando un trozo de su carne y llevándose a la boca, mientras que con su mano libre escribía de vuelta.

 

KB: Nah. En estos momentos la compañía es buena.

IM: ¿Incluso la mía?

KB: Sobre todo la tuya.

IM: Vale. Hay algo de lo que quería hablar contigo...

 

Y fue así como Katsuki se enteró de los planes que Izuku tenía para celebrar su próximo cumpleaños la semana entrante. Planes, que dicho sea de paso, lo incluían en un eje central.

 

/*/*/*/*

Notas finales:

Katsuki no tiene los medios más pragmáticos para disculparse, pero hace su esfuerzo personal. Obvio que la Bakusquad sabía gran parte de su pasado, pero querían que fuera él quien les contara su versión. Cuando dije angst iba en serio :)

Graxie por leer, nos vemos el lunes (con comentarios) o el próximo sábado (sin)~!


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