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Futatsu ni hitotsu! (¡Es uno o es otro!) por Marbius

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21.- Conflictos de varios flancos.

 

A mediados de octubre, el otoño se dejó sentir con ganas. Por una vez, Katsuki estuvo agradecido de la chaqueta de su gakuran, pues temprano en las mañanas el clima podía ser helado y también molesto. Más una creatura del calor y del verano, Katsuki tenía por delante el prospecto de lidiar con un invierno que ya los medios habían presagiado de gélido ese año por sólo Kami-sama sabía qué condición meteorológica especial en el océano.

Cualquiera que fuera la explicación, Katsuki no le había prestado mucha atención, y sólo tenía claro que debía surtir su guardarropa con calcetines mullidos, bufandas y guantes si es que quería sobrevivir.

Por fortuna para él, se las ingeniaba para salir adelante, y de la mejor manera posible: Saliendo a correr con Izuku 3 veces por semana alrededor de un parque cercano. La propuesta ya había estado hecha, y de ahí que acompañara a Izuku a comprar zapatos deportivos para correr, pero nada le resultó más glorioso a Katsuki que de pronto levantarse una hora más temprano de lo usual y reunirse con el nerd en la esquina designada para empezar con su entrenamiento.

Katsuki se ejercitaba seguido, pero salir a correr nunca había sido su prioridad porque le aburría en largas distancias. Incluso la recomendación de llevar consigo su reproductor le había fallado, así que nunca incluyó el cardio en su rutina hasta que Izuku se lo sugirió. Y como por arte de magia, la perspectiva de salir a correr (pese a la obvia desventaja de perder una hora de sueño cada mañana) era de pronto la ansiedad de las noches previas en que dejaba sus ropas listas al lado de la cama y la felicidad de saber que Izuku ya estaría esperando por él mientras hacía ejercicios de calentamiento.

Poco a poco, de no verse en casi 3 años, pasaron a hacerlo casi a diario. Aparte de los 3 días que se veían en la mañana para salir a correr, estaban esas 2 tardes en las que acudían a Wings y trabajaban codo con codo. Eso sin contar con las salidas ocasionales en su grupo de amigos, y algún fin de semana en que visitaban el centro comercial, salían a comer ramen, o simplemente les apetecía quedarse en casa pero charlando vía videollamada.

De haber tenido alguna vez una relación formal, Katsuki habría descubierto antes que lo que hacían era casi una rutina de pareja. Sin proponérselo, incluso habían caído en la costumbre de enviarse mensajes a primera hora en la mañana (nada romántico, sino más del tipo “no te quedes dormido, nerd” y “te espero en la pista, hoy correremos 2 kilómetros más”) y en la noche antes de dormir (“duerme bien o mañana no podrás con el entrenamiento” y “descansa o tus músculos lo resentirán”, respectivamente), lo que en su opinión era de lo más inocente, algo que un par de amigos de la infancia tenían derecho de hacer sin tener que dar explicaciones de ningún tipo, pero claro... No iba a ser el caso.

Katsuki podría no haberse enterado, o pasado por alto lo que ocurría, pero ese habría sido su yo del pasado, demasiado egoísta como para considerar que las personas que le rodeaban eran seres de carne y hueso con sus propios problemas de importancia variable y no simples extras de su vida. El Katsuki tenía una mejor noción de la realidad, y fue por ello que se percató cuando de pronto en su presencia Izuku sacaba más el móvil y respondía mensajes con gesto adusto, o peor, contestaba llamadas que lo obligaban a buscar un sitio privado y volvía siempre con expresión ceñuda.

Ignorante de su era su lugar o no el preguntar qué ocurría, Katsuki tuvo la primicia cuando una mañana después de correr se detuvieron unos minutos a recobrar el aliento y el teléfono de Izuku comenzó a vibrar en sus pantalones de deporte.

Izuku se limitó a sacarlo, ver quién llamaba, y con un suspiro mandar la llamada directo a buzón.

—Es molesto cuando desde temprano las compañías de telemarketing llaman, ¿no? —Tanteó Katsuki el terreno, pero Izuku no estaba de ánimo para ese juego de gato y ratón.

—Era Shouto.

—Ah.

—Está molesto y no quiero hablar con él.

—¿Pelearon ayer?

—No.

—¿Entonces cómo sabes que está molesto?

—Porque lo está los días en que tú y yo salimos a correr. Mi rutina es dar vueltas a este parque y la suya enfurruñarse.

—Ah.

Sin detenerse mientras caminaban hacia la fuente de agua, Izuku arrastró los pies y se rezagó un par de pasos atrás de Katsuki.

—Si... —Rompió Izuku el silencio, y Katsuki lo miró por encima del hombre.

—¿Qué?

—Si estuvieras en mi lugar... ¿Serías tu amigo?

—¿A qué te refieres?

Izuku volvió a caminar y le adelantó. Confundido, Katsuki fue detrás de él.

—A que Shouto encuentra extraño que podamos volver a ser amigos considerando, uhm, la historia que compartimos. Él piensa que yo soy demasiado blando al perdonarte, porque él en mi lugar no lo haría. Y Ochako dijo lo mismo cuando se lo planteé. No es como si pudiera consultarlo con alguien más porque sólo ellos dos conocen la historia completa, pero... Te lo pregunto a ti. —Llegando a la fuente de agua, Izuku levantó el rostro, y tras mordisquearse el labio inferior con saña, miró directo a Katsuki a los ojos y volvió a preguntar—. Si tú fueras yo, y todo lo que ocurrió en primaria y secundaria te hubiera ocurrido por mi culpa... ¿Me perdonarías? ¿Volveríamos a ser amigos como ahora lo somos?

Cansado, sudoroso, corto de aliento porque se habían exigido más que de costumbre esa mañana, Katsuki encogió un hombro.

—No lo sé. Probablemente no. Tú tienes un corazón mucho más grande que el promedio. Esa es una de tus mejores cualidades, y no me atrevería a decir que mi capacidad de perdonar es igual a la tuya porque eso sería pretender que soy mejor persona de lo soy en realidad, y... Aquí el único que merece ese título eres tú.

Izuku proceso sus palabras y asintió para sí. —Ya veo...

—Odio admitirlo, pero... Puede que tu novio tenga razón. Tal vez yo no merecía tu perdón y estoy abusando de mi suerte al intentar recomponer el pasado, pero si incluso a ratos siento mucho miedo de que cambies de opinión, el resto del tiempo sólo puedo sentirme agradecido. Por tu amistad. Por esta segunda oportunidad.

—Han sido muchas más oportunidades que ésta, Katsuki —dijo Izuku en voz baja, mostrando una sonrisa trémula y que en las comisuras cargaba amargura—. Te perdoné a diario todos esos años que me lastimaste, y no tan seguido como podía en el tiempo que no nos vimos...

—Izuku...

—Pero eso está en el pasado. Y que has cambiado —afirmó éste con convicción—. Incluso si Shouto y Ochako no pueden percibirlo, yo sí, y con eso me basta.

—¿Lo dices en serio?

—Tengo toda mi fe puesta en ti, Kacchan —dijo Izuku, y le guiñó un ojo—. No me decepciones.

Que si era una broma o la manera que tenía de quitarle hierro al asunto, Katsuki se juró cumplirlo.

 

Los conflictos entre Izuku y Todoroki fueron escalando a lo largo de esa semana y la siguiente. Katsuki habría preferido no enterarse, si acaso porque en su interior bullía un extraño sentimiento de satisfacción imposible de controlar cada vez que Izuku le confiaba los problemas de pareja por los que estaban pasando ahora que sus horarios estaban llenos de actividades y apenas tenían tiempo para verse. No era como si Katsuki se regodeara del sufrimiento de Izuku, pero saber que su noviazgo con el idiota bicolor naufragaba por los celos infundados de éste último le convencía más y más de... cosas que ni muerto se atrevería siquiera a pensar para sí por miedo de revelar más de su alma de lo que él mismo podía tolerar.

En ese limbo en que sentir pero no pensar era su único consuelo, Katsuki se confió con Izuku respecto a sus propios problemas.

Aprovechando que Tokoyami estaba reunido con Hawks en su oficina y de momento habían llegado a un impasse con su investigación, Katsuki sacó la hoja vocacional que sin falta tenía que entregarle a Aizawa-sensei el próximo lunes y en la que no había rellenado ni una opción para su futuro, mucho menos las 3 que el formulario pedía como mínimo para ser procesado.

—Oh, yo entregué la mía casi desde inicio de año —dijo Izuku tras examinar la hoja—. ¿Sigues indeciso a qué universidad aplicar?

—Universidad, carrera o futuro en general —reveló Katsuki con pesadumbre, apoyando un codo en la mesa y su mentón en la mano—. Mi profesor de aula me dio como fecha límite el primer día de noviembre y... sigo sin tener nada para escribir ahí. ¿Es normal?

—Bueno... —Izuku alisó los bordes arrugados de la hoja—. Cuando éramos pequeños tú siempre decías que ibas a ser toda clase de cosas. Creo que una vez hasta dijiste plomero, pero te retractaste en cuanto supiste en qué consistía ese trabajo.

—Seh... —Katsuki recordaba eso. La niñez, en la que las responsabilidades de la vida adulta como tener un empleo y ganar dinero por ello no terminaban de ser del todo claras.

—Imagino que habrás hecho algunos cuantos tests vocacionales.

—Más como una docena.

—¿Y?

—Tengo aptitudes para todo, e interés por nada. Eso es.

—Oh.

—Tal vez sólo debería rendirme, abandonar cualquier esperanza e irme a vivir debajo de un puente como un jodido vagabundo.

—Eso sería difícil en invierno; más, considerando cuánto te desagrada el frío —dijo Izuku, tomando sus palabras no como la broma autodespectiva que era, sino preocupado en verdad—. ¿Has revisado las carreras de las universidades locales? ¿Considerado una carrera técnica? ¿Aprender un oficio? Y escuché por ahí que tomar un año sabático también ayuda a poner las cosas en perspectiva.

—Ugh... —Fastidiado, Katsuki se mordió la palma de la mano.

—No hacer nada es parte del problema, Kacchan.

—¡Lo sé! ¿Ok? ¡Lo sé! Es sólo que... No lo tengo claro. En lo absoluto. Porque probablemente me gradúe como el primero de mi clase y no sé qué haré la mañana después de la graduación, pero hasta un idiota como Sero que ha tomado clases de verano cada año sin falta porque no deja de reprobar al menos 3 materias por semestre sabe cuál será su siguiente paso. Es... frustrante.

—Lo será todavía más si no haces nada al respecto y descubres que el tiempo se te ha escurrido de las manos —dijo Izuku de lo más pragmático—. ¿Tienes que entregar esta hoja el lunes? Pues vale, haz una lista de posibles empleos que te gustaría tener.

—Ninguno me interesa particularmente —masculló Katsuki con apatía.

—Entonces un top de 10 que no te molestaría demasiado tener. No tienen que ser tu pasión, pero basta que sea algo que te veas haciendo por al menos unos años sin volverte loco. Después puedes cambiar de idea o mejorarla, pero se empieza así.

A regañadientes, Katsuki arrancó un trozo de papel de uno de sus cuadernos, y porque sólo tenía ocho renglones a su disposición, empezó a enumerar:

 

1.- Pastelero.

2.- Entrenador deportivo.

3.- Vagabundo.

4.- Amo de casa.

5.- Alpinista.

6.- Catador de picantes.

7.- Empleado de supermercado.

8.- Superhéroe.

 

Con apatía, Katsuki le entregó la lista a Izuku, que no dudó en tachar la opción número 3 en el acto.

—¿Qué, vagabundo no pero sí amo de casa? —Intentó bromear Katsuki, pero Izuku le dio una respuesta honesta.

—Porque con esa cara y ese cuerpo es todavía una posibilidad nada desdeñable. Y por tus intereses, yo diría que la 1, 5, 6 y 8 con las más viables.

—¿Superhéroe te parece viable? —Inquirió Katsuki sin poder evitar ponerle los ojos en blanco—. Qué tontería.

—Superhéroe es una categoría que engloba muchos otros trabajos. No se ciñe a la fantasía de All Might, sino a ayudar a las personas, a ser tu mejor versión. Si te interesa una carrera que se le parezca, policía es una opción.

—Claro, tú detective y yo policía. Seguro que seríamos un dúo que pondría las calles y el crimen a temblar.

—Si te lo vas a tomar a burla... —Izuku exhaló por la nariz—. La número 1 tampoco está tan mal. Te gusta cocinar y lo haces bien. Ser pastelero no puede ser demasiado diferente.

—Mmm, ni idea. Sólo he preparado un par de pasteles y no soy quién para juzgar. Lo mío es más el picante.

—Como el número 6 —confirmó Izuku.

—Exacto.

—Chicos —interrumpió Tokoyami su charla cuando entró de pronto a la sala de juntas y encendió el televisor—. Tienen que ver esto.

Con expresiones atónitas y mandíbulas desencajadas, los tres contemplaron la escena frente a ellos donde un reporte especial desde un helicóptero captaba una imagen de devastación absoluta en pleno centro de Musutafu. Entre los escombros de uno de los edificios más conocidos de la ciudad, Katsuki reconoció un par de tiendas en las que había estado no muchos días atrás, y un desagradable dolor en la base del estómago le recordó que él no era el único que solía visitar esas tiendas con frecuencia. También sus amigos lo hacían.

—¿Pero qué ha ocurrido? —Musitó Izuku, pues desde la vista área no había audio más allá del de las aspas del helicóptero girando y sofocando cualquier otro sonido.

—Ha estallado una bomba —dijo Dabi, que no tardó en unírseles—. O una serie de bombas. Eso se sabrá a detalle más tarde.

—Pero... ¿Por qué? —Preguntó Katsuki por todos en la habitación, y Hawks les dio la respuesta cuando un par de minutos se sumó el grupo y los contó lo que sabía.

—El inspector Tsukauchi tenía una orden de aprehensión contra Shigaraki y el muy bastardo hizo explotar su oficina al enterarse que iban por él. El edificio donde estaba localizada se vino abajo, y los servicios de emergencia están intentando buscar sobrevivientes.

—¡Bastardo! —Siseó Katsuki con desprecio, y Dabi coincidió con él.

—Es impensable creer que ha muerto en la explosión.

—De momento sus cuentas bancarias están congeladas y la orden de búsqueda y captura de su persona sigue en pie hasta encontrar un cuerpo. Esto va para largo, chicos, y no pueden hacer nada por ayudarnos —dijo Hawks al dirigirse a sus internos—. Por hoy pueden retirarse a descansar.

—¡Pero-...! —Intentó Izuku replicar, pero una mano de Katsuki en su hombro puso fin a sus protestas.

—Esto sólo les compete a los profesionales. Lo único que haríamos sería estorbar.

A regañadientes, Izuku accedió a marcharse, y ya con sus pertenencias en las mochilas y listos para volver a casa, Hawks pidió tener con Katsuki una pequeña charla privada.

—5 minutos nada más —dijo a Izuku, que entrecerró los ojos antes la deferencia que Hawks mostraba para Katsuki.

Entrando a la oficina privada de Hawks, éste no le ofreció asiento ni Katsuki lo pidió. En cambio aguzó cada uno de sus sentidos a la espera de instrucciones.

—Estoy con Dabi: Shigaraki sigue vive y va a esconderse a menos que se lo impidamos. Pero ese es el trabajo de los adultos involucrados. Quiero que tú, Tsukoyomi y Deku se mantengan alertas, pero que no hagan ningún movimiento. En especial tú. Vigila a Tomura. Es de esperarse que él y Shigaraki se mantengan en contacto, así que si llegas a ver algo que remotamente te resulte sospechoso, no dudes en comunicarte conmigo, ¿de acuerdo?

—Vale.

—Cuento contigo, Kacchan —dijo Hawks al ponerle una mano en el hombro y apretar.

Un apodo que en cualquier otras circunstancias le habría crispado los nervios, pero que por la seriedad de Hawks, Katsuki tomó justo por lo que era: Un voto de confianza.

 

El incidente en Musutafu y la desaparición de Shigaraki se manejaron en los medios como una explosión de gas. Al menos de momento se pretendía controlar la filtración de información, y aunque tarde o temprano saldría a la luz que aquella táctica que ya le había costado la vida a 37 ciudadanos inocentes, de momento la policía mantenía un estricto control respecto a cualquier dato que compartieran con los medios.

—Es realmente una tragedia —comentó Masaru a la hora de la cena ese mismo día. A lo largo del día, el televisor se había mantenido encendido y los canales de noticias no tenían otra nota más que esa.

Con la cabeza gacha y picoteando su comida, Katsuki gruñó una afirmación.

—¿No era Shigaraki el tutor de aquel chico con el que te juntabas en primaria y secundaria? El de... —Mitsuki se llevó los dedos a los ojos, pues Tomura sufría de una afección de la piel que hacía que esa zona de su rostro luciera ajada y reseca.

—No quiero hablar de eso —gruñó Katsuki de vuelta, y sus padres intercambiaron miradas entre sí.

Casi 3 años atrás, Katsuki no había dado mayores explicaciones de su vida al volver a casa apaleado y todavía sangrante de un par de heridas salvo que su amistad con Shigaraki se había terminado, y con Deku también. De nada había servido que sus padres insistieran en llevarlo al hospital para evaluar su estado o que Mitsuki tocara a su puerta sin parar exigiendo una mejor explicación, porque Katsuki se había encerrado en sí mismo durante aquellas vacaciones de invierno y después había actuado como si nada.

Ni Masaru o Mitsuki eran ciegos, pero habían confiado siempre en Katsuki para tomar sus propias decisiones desde que era muy pequeño, y aquella vez no fue una excepción. Salvo por una corta conversación en la que en realidad Masaru sólo se cercioró de que Katsuki estaba bien y no quería presentar cargos de ningún tipo, habían pasado página y continuado con normalidad como si nada de eso jamás hubiera ocurrido.

—Somos tus padres —dijo Mitsuki, por una vez en voz baja y modulada, sin reaccionar con el mismo carácter explosivo que había heredado a Katsuki—, sabes que puedes confiar en nosotros, ¿correcto?

—Ya tengo 18 años —les recordó Katsuki con fastidio.

—Pero sigues siendo nuestro hijo, igual que lo eras a los 5 años y lo seguirás siendo a los 50 mientras tu madre o yo estemos aquí para ayudarte en lo que podamos —dijo Masaru al retirarse las gafas y limpiarlas con el borde de su camiseta—. Tan sólo pido que no lo olvides.

Con la garganta reseca, Katsuki así lo confirmó.

—No lo haré.

—¿Lo juras? —Insistió su madre, y Katsuki asintió.

—Sí, lo juro.

 

A la mañana siguiente del siniestro, la población de alumnos en Aldera se dividió en dos grupos fácilmente reconocibles: Aquellos que pensaban que Tomura Shigaraki estaba obteniendo lo que merecía, y los otros que a pesar de todo sentían lástima por él. Por su cuenta, conformaba un tercer grupo conformado sólo por él mismo, donde el único sentimiento que albergaba por Shigaraki era el de cautela.

Lo conocía mejor de lo que él mismo quisiera, porque no en balde habían sido compañeros primero de travesuras y después de vandalismo, y Katsuki tenía claro que igual que un animal herido, Shigaraki era peligroso, inestable, y no dudaría en defenderse. Estaba en alerta, y no había que ser un genio para notarlo cuando lo veía en los pasillos de Aldera con las manos en los bolsillos y analizando su entorno con ojos críticos.

La falta de esbirros sobre quiénes escudarse era también notoria, y Katsuki contenía el aliento esperando la confrontación cuando valiéndose de eso, alguna de las muchas víctimas pasaba a su lado y lo empujaba tomando su venganza tardía.

En cada ocasión se mantuvo impávido Shigaraki, pero Katsuki apreciaba como nadie más señales. El temblor de sus dedos, el tic nervioso de rascarse el cuello, la voz que se volvía cada vez más y más metálica...

De cerca lo siguió por varios días en sus cambios de aula, escapándose de clase de deportes para cerciorarse de su paradero, e incluso eligiendo mover su batería un poco a la ventana para desde ahí tener una vista de su persona en la esquina de los terrenos escolares.

Katsuki había asumido que su labor de observación había pasado desapercibida por Shigaraki, seguro más preocupado por los rumores que corrían de él y su tutor todavía desaparecido que por el entorno que lo rodeaba, pero no podría haber estado más equivocado.

Rezagado porque al finalizar el ensayo de esa tarde tenía que devolver su batería a su sitio, Katsuki salió del edificio ya cuando las sombras de la tarde pintaban largas líneas en el patio escolar. Con las manos en los bolsillos y distraído por nada que no fuera la cita que tenía con Izuku en 15 minutos en la entrada de Aldera, Katsuki no vio la figura desprenderse de uno de los pilares hasta que fue demasiado tarde.

—Bakugou, tiempo sin vernos, ¿eh? —Le saludó la inconfundible voz de Shigaraki, que se le pegó echándole un brazo encima de los hombros y sonriéndole de una manera terrorífica, todo dientes y locura.

—¡Pero qué-...! —Reaccionó Katsuki demasiado tarde, pues en su cuello sentía la afilada punta de una navaja presionando contra su carótida.

—No te muevas, vamos —dijo Shigaraki en tono casi cantarino—. Sólo quiero conversar contigo, como viejos amigos. Quizá hasta tomar el té, ¿qué te parece?

Katsuki tragó saliva buscando ganar tiempo, y hasta ese simple movimiento resultó doloroso cuando la punta afilada que Shigaraki tenía contra su piel le hizo recordar lo frágil que podía ser la vida humana.

—¿No? Eso supuse. Pero todavía podemos hablar, ¿verdad? —Dijo al guiar sus pasos lejos del sendero principal, y desviarlos a ambos a la sombra de un árbol cercano.

Ahí había una banca, y magnánimo le indicó Shigaraki a Katsuki sentarse.

—Es un buen clima el que tenemos hoy, ¿eh? —Confirmó con éste, y Katsuki respiró con dificultad cuando la presión de la navaja en su cuello disminuyó, pero la mano de Shigaraki se clavó a su alrededor en un agarre casi asfixiante—. Puedes responder.

—J-Jódete —articuló Katsuki con rebeldía, y los dedos de Shigaraki apretaron todavía más sobre su tráquea.

—¿Escuché bien? ¿Qué me... joda? ¿Es eso?

—¿Acaso estás sordo?

Shigaraki chasqueó la lengua. —Modales, Bakugou. Siempre los pasaste por alto.

Dispuesto a cavar su propia tumba si era necesario, Katsuki consiguió a duras penas contener ese deseo casi autodestructivo que le instaba a antagonizar a Shigaraki así le costara la vida. Pero no, su instinto de supervivencia se impuso a cualquier otro que bullera en su interior, y poco a poco logró calmarse y con ello garantizar un segundo más cada vez el mantenerse indemne.

—Debes creer que eres muy listo... —Dijo Shigaraki cerca de su rostro, su aliento estrellándose contra la piel de su mejilla igual que el de una bestia a punto de saltar en su presa—. Pero olvidas que yo lo soy más.

—Los resultados en el tablero de clasificaciones del último semestre dicen lo contrario —rebatió Katsuki. No en balde los dos habían estado entre los primeros 5 puestos, pero Katsuki había estado un sitio por encima de Shigaraki y eso era lo que contaba.

Con un bufido que pretendía ser risa, Shigaraki apretó fuerte su cuello y Katsuki vio negro por unos segundos cuando el flujo de su carótida se vio reducido a casi nada antes de que éste lo soltara de vuelta.

—No intentes ser gracioso... —Le advirtió Shigaraki, y Katsuki requirió de toda su entereza para mantenerse erguido y no demostrar cuán mareado se sentía de pronto—. ¿Crees que no lo sé, uh? ¿Que no estoy al tanto de tu repentina alianza con Hawks? ¿O que no estoy al tanto de quiénes están contigo? Dabi nunca me dio confianza, pero ahora que con sus acciones nos han traicionado por completo...

—Jódete —repitió Katsuki con rebeldía—. E-Estás aca-cabado —articuló Katsuki con dificultad, y Shigaraki volvió a apretarle el cuello hasta hacerle sentir que la cabeza le iba a reventar.

—¡APÁRTATE DE KACCHAN!

La sacudida fue lo único que Katsuki registró en primer lugar. Luego los dedos que se apartaban de su cuello, y casi caer de la banca en la que se encontraba. El ruido de hueso contra hueso era inconfundible, pero Katsuki apenas si pudo enfocar los ojos para encontrarse con Izuku, o mejor dicho, su espalda. Y frente a él Shigaraki, en el suelo y limpiándose un chorro de sangre que le salía de la comisura de la boca.

—Midoriya —dijo Shigaraki, reconociendo a su contrincante. Pese a todos los insultos y vejaciones por las que lo había hecho pasar en secundaria, Shigaraki jamás lo había llamado Deku, y Katsuki sólo podía estar agradecido por esa pequeña misericordia.

—Te romperé cada dedo de la mano si vuelves a tocar a Kacchan —dijo Izuku en voz baja y peligrosa, su apostura revelando una determinación total en pelear, defender y ganar que nunca antes había visto Katsuki en él.

Incluso en las contadas ocasiones en las que Izuku había intentado protegerse, jamás había hecho nada más que levantar los puños y llorar. Ahora en cambio mantenía las piernas en posición de ataque, listo para una patada, en tanto que con sus manos retaba a Shigaraki a probar el fruto de su entrenamiento.

Sin embargo, ni Shigaraki era tan idiota como para pelearse en terrenos escolares ni tampoco Izuku iba a atacar sin antes recibir el primer golpe. En ese punto muerto que habían alcanzado, el único sonido era la respiración agitada de Katsuki y (al menos para éste) el zumbido que le taladraba los oídos.

—Harías bien en no amenazar si no estás dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias —dijo Shigaraki al reincorporarse despacio y con cautela limpiarse el polvo del uniforme. Sus ojos se convirtieron de pronto en dos carbones ardiendo—. Esto no se quedará así...

Y tras un último vistazo por encima de su hombro, les dio la espalda y se marchó cojeando hasta el edificio principal.

 

—Eso fue... —En la cafetería de Wings y tras haber hablado con Hawks de la escena que habían protagonizado y de las amenazas de Shigaraki, Katsuki e Izuku hacían una vez más una recapitulación del momento que habían vivido y del que apenas ahora podía apreciar como suerte el desenlace por el que habían pasado.

Pese a tener bien claro que Shigaraki le había apuntado con un arma blanca al cuello para someterlo, Katsuki había perdido noción de la navaja hasta después de la pelea. Sólo entonces le había revelado Izuku que al impacientarse porque Katsuki no estaba en el punto de reunión se había asomado al interior de Aldera para buscarlo, y en su lugar había encontrado que Shigaraki tenía una mano sobre su cuello, y con la otra empujaba el filo de su cuchillo contra las costillas de su amigo. Katsuki ni siquiera podía recordar eso. Para él la urgencia del momento había sido otra y jamás se percató de la navaja entre sus costillas, pero debía ser cierto a juzgar por el diminuto hoyo que ahora afeaba su uniforme justo en el punto que Izuku le había señalado. Además, Katsuki había recuperado la prueba del suelo: Una navaja mariposa que en el mango tenía grabadas las iniciales: TS.

—Supongo que no será tan complicado demostrar quién es su verdadero propietario —había dicho Izuku durante la reunión con Hawks, pero éste había denegado con la cabeza.

—Ningún juez o autoridad competente la tomaría jamás como prueba sin testigos.

—¿Y nosotros que somos? ¡Yo hasta soy la víctima! —Resopló Katsuki, pero no habían conseguido mucho más de ese encuentro que nervios y ansiedad, o en el caso de Katsuki, una recién descubierta admiración por Izuku y una estúpida navaja de mariposa que ahora tenía en el bolsillo con planes de devolver con el tiempo a su verdadero dueño.

Modesto por el papel que había jugado en defensa de Katsuki, Izuku había sido quien sugiriera bajar a esas horas a la cafetería vacía de Wings y beber un poco de té antes de marcharse. Con el estómago comprimido hasta el tamaño de una nuez por un nudo invisible que le atenazaba desde la garganta en el mismo punto en el que Shigaraki había puesto sus dedos (y dejado una huella de color violáceo que más tarde tendría que explicar a sus padres con una mentira), Katsuki no se sentía con ánimos de beber té, pero complació a Izuku por la simple razón de que no quería apartarse de su lado. No todavía al menos.

—Espera... —Pidió Izuku un momento al sacar su móvil, y tras corroborar de quién se trataba, volver a guardarlo sin molestarse en responder.

Katsuki no tenía que preguntar de quién se encontraba al otro lado de la línea. Bastaba con ver las marcas de tensión en el rostro de Izuku para deducirlo correctamente.

—Debe estar preocupado por ti —dijo Katsuki muy a su pesar.

Por recomendación de Hawks, Katsuki e Izuku habían compartido con sus amigos una versión más simple de su encuentro con Shigaraki para servirles de explicación para tener cautela si es que se topaban con él. A esas alturas, ninguna precaución era excesiva, especialmente para aquellos alumnos que fueran a Aldera con Katsuki, o los amigos de Izuku que podrían verse involucrados tras su participación.

Su relato había carecido de los matices que Katsuki había experimentado en el momento. En lugar de la versión larga y pormenorizada que le habían dado a Hawks, sus amigos tuvieron que conformarse con los hechos simples de que Shigaraki había atacado a Katsuki con una navaja e Izuku había intervenido para detenerlo. Que estaban bien y que de momento no iban a involucrar a las autoridades o a la escuela, pero que todos debían mantenerse alertas.

Por supuesto, sin estar empapados como ellos del tema que era ahora la familia de Shigaraki y la Liga, la mayoría los tachó de imprudentes por negarse a presentar cargos o tomar cartas en el asunto. Yaoyorozu incluso se ofreció a hablar con sus padres y ejercer presión en la escuela para exigir la expulsión definitiva de Shigaraki, pero Katsuki la mandó callar, y en un comportamiento totalmente diferente a su yo de siempre, le pidió confiar en él y no verse envuelta en sus problemas.

Ver a Katsuki asumiendo un papel sosegado que usaba su labia para convencer a sus amigos de no entrometerse sólo sirvió para caldear más los ánimos en el grupo, pero al menos consiguió éste su promesa solemne de dejarlo actuar por su cuenta porque sabía lo que hacía.

Los amigos de Izuku no le habían dado a éste la misma confianza, insistiendo en que si la dirección de U.A. tenía noticias de que se había visto envuelto en una pelea con un alumno de otra escuela podría enfrentar cargos irreversibles para su carrera, pero éste habló por turnos con Uraraka e Iida para hacerles saber que si confiaban en él como él lo hacía con ellos, estarían bien.

Para mal que el caso de Todoroki fue distinto, con éste furioso declarando en el grupo que Katsuki era un imbécil redomado por permitir que Izuku se viera involucrado en sus problemas y no aceptando la garantía de éste para protegerlo como buena. Desde entonces no había parado de enviarle mensajes a Izuku y llamando sin conseguir jamás que la línea conectara.

—Ahora mismo no puedo hablar con Shouto —admitió Izuku su impotencia para manejar una situación que lo superaba y con creces—. No sabría qué decirle, y en todo caso, él tampoco me escucharía. No realmente.

—Lo siento.

—¿Por qué? Tú mismo lo has dicho antes: Eres la víctima. Y las acusaciones de Shouto son... Es casi como si estuviera convencido de que es tu culpa, y te acusara por algo que en realidad no ocurrió.

—Pero... tiene razón. En parte —admitió Katsuki en voz baja, contemplando su reflejo en el vaso de papel en el que su té descansaba—. Corrimos con suerte. Esta vez.

—Y las que sigan también, Kacchan. —Izuku lo pateó debajo de la mesa en un gesto juguetón—. No es propio de ti tener dudas.

—Ya. —«Tampoco lo es de mí tener miedo, pero lo tuve», pensó Katsuki con inquietud, pero entonces Izuku colocó su mano sobre la mesa con la palma hacia arriba y pudo ver sus profundas cicatrices a mejor detalle.

Tal vez era un recordatorio, tal vez era su manera de decirle que Shigaraki no iba a ganar, pero Katsuki lo interpretó a su manera colocando su mano sobre la de Izuku y entrelazando sus dedos en un agarre desesperado que fue recíproco.

En silencio, bebiendo su insípido té en vasos de cartón, continuaron tomados de la mano un buen rato más.

 

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