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Futatsu ni hitotsu! (¡Es uno o es otro!) por Marbius

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2.- La (innecesaria) intervención de Ochako.

 

Katsuki tenía después de clases ensayo con la banda 2 veces por semana. Al menos había sido los años anteriores, casi siempre en martes y viernes o lunes y jueves. Todavía quedaba decidir para ese semestre cuáles días se complementaban con los horarios de todos, pero había dado por sentado que no habría ningún conflicto entre ellos a la hora de decidirlos.

Abstraído tras su set de batería y marcando el ritmo de una canción en la que había estado trabajando con ahínco durante las vacaciones, Katsuki había pasado por alto la hora durante 15 minutos, pero no más que eso cuando el resto de sus compañeros de banda llegaron al aula donde ensayaban, todos excepto uno.

—¿Y Kaminari? —Preguntó a nadie en particular—. ¿El muy idiota volvió a confundirse con el horario y el aula?

—Denki no vendrá —explicó Jirou, con nerviosismo tirándose del lóbulo de la oreja.

La familiaridad del trato entre ella y Kaminari obedecía a que los dos eran amigos íntimos desde el inicio de la banda, por lo que era justo la indicada para saber el paradero de uno de sus guitarristas.

—¿Por qué no? —Presionó Katsuki por una respuesta, y los restantes miembros de la banda le dedicaron una mirada casi de fastidio.

—¿No es obvio? —Replicó Yaoyorozu con una exhalación—. Está indispuesto.

—¿Indispuesto con qué? —Presionó Katsuki—. ¿Diarrea? Eso no es pretexto suficiente para faltar a uno de los ensayos.

—Mineta era su amigo —dijo Tokoyami como si eso lo explicara todo, y hasta cierto punto lo hacía, pero no era lo que Katsuki quería escuchar cuando deliberadamente estaba haciendo un esfuerzo por olvidarse de ese asunto.

—¿Y qué? —Gruñó Katsuki, pero hasta él sabía la importancia que había tenido Mineta para Kaminari.

Aquellos dos podían haberse considerado un par de amigos improbables. Kaminari era de la clase A, lo que implicaba que él y Mineta realmente eran amigos por gusto y no forzados por estar en la misma aula. A Katsuki todavía no le quedaba del todo claro cómo y cuándo se habían conocido, pero sí de que podían verse juntos en los descansos y cuando los dos tenían tiempo libre. Lo cual en el caso de Kaminari era mucho menos de lo que había sido para Mineta por estar en la banda.

En cualquier caso, habían conformado una dupla, pero ya no más.

—¿Y qué? —Repitió Yaoyorozu, que la mayoría de las veces prefería evitar confrontaciones directas con el más explosivo de sus compañeros de banda, pero no esa tarde—. ¿Es que no puedes ser un poco más empático, Bakugou? Una persona ha muerto.

—Fue su decisión —dijo Katsuki de lo más frío—. ¿Eso me obliga a sentir pena por él? ¿O la pena también está incorrecta en tu libro de emociones válidas?

—No fue eso lo que-... —Empezó Yaoyorozu a explicarse, pero Katsuki había tenido suficiente.

Para él las horas que pasaba con la banda y frente a la batería eran los momentos de mayor distracción en su cargado itinerario. Si ni siquiera ahí podía escaparse de los pensamientos que le atormentaban, entonces no tenía caso quedarse ni un minuto más en esa aula.

—¿A dónde vas? —Preguntó Jirou al verlo ponerse en pie y guardarse las baquetas en el bolsillo trasero de su pantalón.

Katsuki cogió su mochila con un movimiento brusco, y con esa misma furia contenida dio su respuesta.

—Fuera. Si no vamos a ensayar, entonces me largo.

—No tienes por qué hacer un berrinche, Bakugou —dijo Yaoyorozu, siempre la primera en dar reversa cuando las discusiones entre los miembros de la banda se tornaban en peleas.

A Katsuki no le importó pasar a su lado y aclarar que no había rencores de ninguna clase, pero también que ese día no tenía reserva alguna de paciencia y que se marchaba.

—Tiene cara de estar a punto de cometer un crimen... —Alcanzó Katsuki a escuchar de Tokoyami al cerrar la puerta del aula, y por un segundo lo consideró como una posibilidad viable.

Después de todo, tenía desde varios días atrás acumulando toda clase de sentimientos negativos en el pecho e ignorando las señales de alerta que en todas sus válvulas de presión anunciaban peligro inminente.

A la par que se sentía listo para pelear, Katsuki también tenía en los ojos una desagradable sensación de picor que sólo podía explicar como ganas de llorar, y al carajo con eso, él no iba a llorar ni una lágrima por ese idiota de Mineta Minoru.

Ni hoy, ni nunca.

Pero eso no implicaba que otra persona no lo hiciera en su lugar, como descubrió al bajar las escaleras y encontrarse a Kaminari sentado en los escalones y con el rostro oculto entre las manos. Sus hombros se convulsionaban en pequeños espasmos, y Katsuki no necesitó de más para comprender que Kaminari lloraba por la pérdida de su amigo.

Indeciso entre regresar sus pasos y bajar por la escalera al otro lado del edificio o simplemente pasar de largo, Katsuki al final optó por hacer sonar sus pisadas con fuerza en los peldaños, y Kaminari se apresuró a limpiarse el rostro con la manga de su chaqueta y esconder la cara contra el muro en el que se apoyaba. Seguro el muy idiota pensaba que si no llamaba la atención conseguiría salir de esa con la dignidad intacta. Pues mala suerte; Katsuki no le iba a otorgar esa concesión.

Bajando hasta el rellano y hacer que sus estaturas coincidieran con la diferencia de escalones, Katsuki chasqueó la lengua e hizo notar su presencia.

—¿Te crees que puedes faltar cuando te venga en gana a los ensayos?

Kaminari se sorbió la nariz. —Le comuniqué al resto que hoy no podría ir y estuvieron de acuerdo.

—¿Y el resto son todos menos yo o de qué me he perdido aquí?

—Sabía que no lo entenderías... —Masculló Kaminari por lo bajo, y fue el patetismo con el que lo dijo el que inflamó más a Katsuki.

—Qué hay que entender salvo que hay un idiota menos en el mundo y... —Katsuki se atragantó con sus palabras, y otra vez la cloaca en su pecho comenzó a borbotar pidiendo liberar su contenido.

A Kaminari no le pasó por alto el cambio en su expresión, y con ojos rojos e hinchados de tanto llorar, le dedicó una mirada que era mitad de pesadumbre pero también traía consigo algo más.

—Minoru alguna vez me contó que ustedes dos solían ser cercanos.

—Y una mierda. Nosotros jamás fuimos cercanos.

—No dijo que fueran amigos, sólo que... —Katsuki contuvo la respiración, listo para escuchar de boca de un tercero la clase de atrocidades que había cometido en el pasado en nombre de la diversión y de las que tanto había luchado para disociarse—. Da igual. Incluso hasta el final te perdonó, ¿sabes?

—No necesito su jodido perdón.

—¿No? Porque podrías haberme engañado. Vas por ahí actuando como si no te importara en lo absoluto, pero te vi.

Katsuki apretó la mandíbula y entrecerró los ojos. —No viste ni una mierda.

—Te vi —repitió Kaminari, limpiándose con el dorso de la mano bajo los ojos—. Estuviste en el velorio. Presentaste tus respetos y hablaste con su mamá. Te quedaste hasta el final. No esperaba verte ahí, pero nadie que supiera las historias que Minoru contaba de ti lo habría esperado.

Dispuesto a plantar cara incluso si no tenía derecho, Katsuki avanzó dos peldaños hasta casi colocarse frente a Kaminari y golpeó con su puño el muro en el que éste se recargaba.

—¿Por qué no cierras tu maldita boca de una vez por todas, uh?

—Seguro no estabas enterado —dijo Kaminari en lugar de reaccionar a sus provocaciones con la misma actitud agresiva—, pero el verano pasado Minoru no asistió ni una sola vez a las clases de natación. Al profesor le contó que una mentira creíble; en realidad, era mejor dar por buenas sus razones que asumir la realidad. Pero lo cierto es que no podía presentarse sin camiseta y mostrar las marcas que Shigaraki y su pandilla le habían hecho sin parar a cada oportunidad.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

Kaminari alzó la vista, y sobre sus pestañas inferiores aparecieron dos gruesas lágrimas que no tardaron en rodar por sus mejillas.

—Minoru creía que habías cambiado. Te mencionó en su carta de despedida.

Inhalando hondo, las aletas en la nariz de Katsuki se ensancharon, y éste echó la cabeza hacia atrás como expelido por un golpe invisible.

—Si alguna vez quisieras leerla... —Murmuró Kaminari, pero Katsuki ya iba en retirada.

—Me importa un carajo lo que tuviera que decir de mí o de nadie más —gruñó Katsuki, y Kaminari se limpió las mejillas con la orilla de su manga.

—Bueno, la oferta está ahí para cuando quieras aprovecharla. O no. Dependerá de ti si has cambiado en serio o sólo en la fachada.

Hastiado de sus palabras, del día y de esa semana que no parecía tener fin, Katsuki le dio la espalda, y en amplias zancadas se alejó lo más rápido posible.

De la escuela, de Kaminari, del fantasma de Mineta, pero sobre todo, de la culpa que arrastraba como un peso detrás de sí y que como una cuerda se le ceñía más y más al cuello.

Si se descuidaba, pronto seguiría los pasos de Mineta...

 

Katsuki pasó un fin de semana sin eventualidades en el que la rutina de su vida cotidiana volvió a su cauce.

Hizo sus deberes, salió a correr temprano por la mañana, vio su programa favorito, y desperdició unas cuantas horas navegando por sus redes sociales vacías de contenido pero que utilizaba por insistencia de sus amigos para mantenerse en contacto.

En gran medida se trató de un fin de semana en el que volvió a ser capaz de respirar con normalidad y refugiarse tras la comodidad de las cuatro paredes de su habitación le regresó a su estado habitual, pero todo volvió a desmoronarse cuando el lunes sonó la alarma de su despertador y la mera idea de tener que presentarse en clase le enfermó físicamente.

Tendido de espaldas y dejando pasar los minutos, Katsuki fantaseó con un par de escenarios en los que se fingía enfermo y faltaba ese día a clases. Quizá podía extender un poco más su ficticia enfermedad y ganarse un par de días de asueto, pero en algún punto tendría que asumir la realidad de su cobardía, y eso le ofendía casi tanto como hacer a un lado las mantas y prepararse para una semana más de colegio.

Su madre no tardó en aporrear su puerta para que se levantara, y Katsuki se alistó con lentitud y arrastrando los pies, bajando a desayunar con cara de pocos amigos y picoteando la comida que Masaru había puesto frente a él.

—Haz reservas para hoy, hijo —le dijo con una sonrisa, ajeno al maelström de emociones que acongojaban a Katsuki—. Cada día es una oportunidad para comenzar desde cero.

Katsuki toleró sus palabras con un gruñido, y se forzó a comer hasta lo último de su plato antes de agradecer con un desganado ‘gracias por la comida’ y después salir con rumbo a la escuela.

Todavía con tiempo suficiente para llegar a Aldera antes de la campana de inicio de clases, Katsuki caminó con las manos metidas en los bolsillos y un perpetuo ceño en la frente que se fue profundizando conforme el edificio aparecía en su campo de visión.  Otros alumnos con su uniforme le sobrepasaban con más prisa que la suya, y salvo unos cuantos que le desearon ‘buenos días’, la mayoría se mantuvo a segura distancia. Suponía él, porque su fama le precedía. No la que se había labrado en preparatoria a base de mucho esfuerzo, sino la ganada desde la infancia, porque al menos un 50% de los alumnos de Aldera habían estado con él en otros grados escolares previos.

Quizá era cierto, y un leopardo no podía deshacerse de sus manchas. Katsuki era la prueba de lo mucho que lo había intentado, pero si dentro de él la compasión por Mineta y lo que había hecho para ponerle fin a su vida no hacía más que frustrarlo en lugar de provocarle otra clase de sentimientos, entonces era porque quizá había llegado la hora de ponerle fin a su pantomima y ahorrarse la falsedad de querer ser quien no era.

Sin embargo, Katsuki tampoco se sentía con ánimos de volver a lo de antes. Juntarse con Shigaraki y su pandilla había tenido un cierto encanto en primaria y sobre todo en secundaria, pero Katsuki se había alejado por propia voluntad cuando todo se volvió demasiado. Ahora era esta vida apacible con amigos y buenas notas la que le irritaba, pero no tenía ni idea de cómo solucionarlo.

Presa de un instante de inspiración que lo trastocaría todo en su vida, Katsuki siguió de paso en la bifurcación en la que debía dirigirse a la izquierda, y en su lugar continuó caminando sin tomar en cuenta las posibles miradas que su conducta despertaba en otros alumnos. Al fin y al cabo, no sería el primero que se tomaba un día de pinta, y aunque Musutafu no era una ciudad grande en la que un alumno de preparatoria pudiera pasar desapercibido así como así en horas de escuela, Katsuki conocía el sitio perfecto para buscar refugio y protegerse de adultos entrometidos.

Ignorando los otros caminos que conducían por la ruta del pasado a su escuela secundaria y a la primaria, Katsuki se dirigió hacia el jardín de niños en el que probablemente muchos de sus recuerdos de infancia más felices se habían formado, pero en el último momento desvió sus pasos hacia un parque cercano y se refugió en las ramas de un árbol que ya había sido impresionante cuando él era pequeño, pero que ahora era masivo y le servía de perfecto escondite.

—Deku seguro que jamás se habría atrevido a subirse a un árbol como éste —masculló Katsuki para sí, oteando a través de las ramas el paisaje que se podía apreciar desde esa altura.

Katsuki había ascendido un par de metros en las ramas, y a lo lejos podía vislumbrar la ruta que había seguido para llegar ahí pero que no mostraba en su totalidad las locaciones que había evitado. En cambio, descubrió él que en dirección opuesta tenía la vista privilegiada de la montaña en la que U.A. estaba localizada. Si los Midoriya continuaban viviendo donde siempre, a Deku seguro le costarían buenos 30 minutos de caminata a paso vivo cada mañana para llegar hasta ese punto, y todavía tendría por delante subir aquella colina coronada por la escuela.

Intrigado de la clase de vida escolar que Deku llevaría ahí, Katsuki tuvo que hacer una recalibración de la imagen mental que tenía de él, porque el día en que se habían visto durante el velorio de Mineta, su mente había hecho un ajuste automático de reconocerlo como Izuku. Del Deku que había apodado así sin malicia durante la infancia y que después enarboló con ánimo de lastimar durante los años posteriores ya no quedaba nada. En su lugar había una persona a la que le costó reconocer incluso si su rostro y sus facciones eran idénticas a como las recordaba.

Bueno, salvo por unos cuantos cambios evidentes. El nuevo Izuku tenía consigo músculos con los que el anterior no contaba, así que al menos debía practicar un deporte o ejercitarse de alguna manera. También era un Izuku que se había desenvuelto de manera diferente frente a Katsuki; no acobardándose al verlo, incluso después de la despedida que habían tenido al finalizar la secundaria...

Con los pies colgando a una altura considerable y sumido en profundas reflexiones de las que poco tenía control, Katsuki se pasó las horas siguientes contemplando el edificio de U.A. y trazando planes descabellados que no pasaban de meras fantasías, pero que todos comenzaban igual con él yendo hacia esa escuela y confrontando a Izuku.

Por descontado que el guión de Katsuki cambiaba con cada fantasía. En unas se disculpaba por su comportamiento, en otras lo enfrentaba con agresividad. En un número aún más reducido de veces, Katsuki se atrevía a tomar la mano de Izuku, y sólo en una ocasión, la persona frente a él era el Deku de su tercer año de secundaria y lo besaba como tantas veces había hecho durante ese año.

—Ugh, soy patético —masculló Katsuki entre dientes para sí, y con hastío sacó el almuerzo de su mochila y se dedicó a comer despacio con la espalda apoyada en el tronco y las piernas laxas a cada lado de una rama

El clima no era ideal para una aventura de ese calibre. A pesar de ser abril y estar en pleno apogeo de la primavera, todavía quedaban resabios del viento frío de las montañas, y Katsuki agradeció cuando los rayos de sol comenzaron a calentar a través de las ramas.

Para esas horas, Katsuki ya podía bajar del árbol y volver a casa. En la escuela penalizarían su falta a clases con horas de detención limpiando alguna de las aulas de actividades extraescolares, y a sus padres simplemente les diría que se había sentido mal y había vuelto temprano a casa con una jaqueca. Katsuki era un alumno ejemplar, casi siempre de los primeros de su clase, así que no cuestionarían su historia pero... Él no quería volver todavía.

No cuando la visión de U.A. en la distancia lo llamaba como las sirenas a los marineros con intención de ahogarlos.

Terminando su almuerzo y empacándolo de vuelta en su mochila, Katsuki se dispuso a bajar del árbol, y una vez en el césped, se alisó las arrugas de la ropa con deliberada lentitud. Esos primeros pasos fueron dolorosos luego de haber pasado tantas horas sentado en un tronco, pero esos pensamientos se esfumaron cuando con un impulso clavó la vista en U.A. y emprendió la marcha.

Sin un plan en concreto de por qué hacía eso o qué pretendía conseguir, Katsuki consiguió hacer que el recorrido de 10 minutos que lo separaba de la escuela se convirtieran en el doble de tiempo, e incluso entonces era demasiado temprano para esperar toparse con el rostro conocido lo que llevaba ahí.

A Katsuki no le importó. Si ya había llegado tan lejos, entonces no se detendría hasta las últimas consecuencias, y con ánimo de esperar fue que de pasada se compró una bebida de té verde y se sentó en una banca en las cercanías de la entrada de U.A. a esperar. ¿Qué exactamente? No lo sabía, aunque sospechaba que era una especie de pregunta capciosa que más bien respondía a quién.

A diferencia de las horas que pasó en el árbol y en la que su humor estuvo más encaminado a la reflexión, alternando con momentos en que su mente se quedaba en blanco, sentado a las afueras de U.A. Katsuki se descubrió con el cerebro trabajando al doble de su capacidad y llevándolo a toda clase de escenarios que subían sus niveles de adrenalina y despertaban en él un instinto dormido de huir o pelear que siempre le hacía decantarse por la segunda opción.

Katsuki buscó distraerse y de paso matar el tiempo revisando su móvil, pero encontró demasiados mensajes de sus amigos preguntando dónde estaba, si llegaría a la segunda hora, si se encontraba bien, y por último, que diera señales de vida. Katsuki habría podido escribir en el chat grupal, pero corría el riesgo de una emboscada múltiple, así que le envió un mensaje directo a Kirishima para explicar su paradero.

 

KB: Estoy bien.

KB: No me apetecía ir hoy a la escuela.

KB: Nos veremos mañana.

EK: ¡Nos tenías preocupados, colega!

EK: ¿Seguro que todo está bien?

KB: De maravilla.

EK: Tus compañeros de la banda vinieron a buscarte durante el receso.

EK: Kaminari en especial se mostró insistente respecto a tu paradero, y no parecía creer que nosotros sabíamos lo mismo que ellos.

 

Katsuki escribió “que se joda”, pero lo borró luego de unos segundos. ¿Qué sentido tenía prolongar aquella estúpida pelea? Mañana lo hablaría a solas con aquel idiota y zanjarían sus diferencias por las buenas o las malas.

 

KB: Ya lo solucionaré mañana que vuelva a la escuela.

 

Y sin esperar respuesta de Kirishima, volvió a guardarse el móvil en el bolsillo.

Para entonces ya eran las 2, y sus nervios comenzaron a manifestarse en la forma de un tic que le obligaba a mover la pierna contra el piso igual que si bajo su pie tuviera el pedal de su batería y estuviera practicando un ritmo acelerado y preciso.

Hasta las 3 consiguió mantenerse en aquel estado de perpetua calma exterior, pero los siguientes 30 minutos fueron de tensión constante hasta que sonó el timbre de salida y los alumnos comenzaron a salir en tropel.

Katsuki se acercó a la entrada, y aunque su uniforme le hacía destacar entre los alumnos de U.A., ninguno cuestionó su presencia. Recargado contra el muro que rodeaba la escuela, Katsuki mantuvo un perfil bajo con las manos metidas en los bolsillos y la cabeza agachada, esperando ver entre la multitud una cabeza repleta de cabello oscuro y con tintes verdosos que sólo podía pertenecer a una persona.

Concentrado en la labor autoimpuesta que tenía entre manos, Katsuki se vio de pronto interrumpido por una chica que apenas le llegaría al hombro, y que parándose de puntitas le dio unos golpecitos en el hombro.

—¿Katsuki Bakugou, correcto? —Preguntó apenas tuvo su atención, y Katsuki entrecerró los ojos sin confirmar o denegar su identidad, pero al parecer la chica era tozuda y no iba a rendirse—. ¿Eres Kacchan sí o no?

—No me llames así —gruñó Katsuki, rompiendo su voto de silencio. «Tú no puedes, y nadie más que él tiene derecho de hacerlo», pensó apretando los dientes.

—Deku me envió —dijo la chica, colocando sus manos en jarras sobre las caderas y adoptando una posición que pretendía ser de amenaza y que Katsuki encontró ridícula por su estatura y nula posibilidad de vencerlo si es que tenían que llegar a eso.

—¿Te envió? —Recalcó Katsuki, y las mejillas muy redondas de la chica se volvieron dos manchones rojos. Como iluminado de pronto por la inspiración, Katsuki la reconoció en el acto—. Eres la misma chica que estaba con él en el velorio de Mineta.

—¡Bien, mentí! Deku no me envió —dijo la chica, alzando el mentón en actitud desafiante e incapaz de reconocer que estaba en desventaja—. Pero te ha visto a través de la ventana y se escondió en el baño para no tener que verte, así que es mi labor como su mejor amiga obligarte por las buenas o las malas a que te marches. ¿Así que cuál será?

Katsuki se giró por completo hacia ella, y cruzándose de brazos y con una ceja arqueada, lanzó su bravata.

—¿Ah sí? Inténtalo, cara redonda.

La chica enrojeció todavía más que antes. La punta de sus orejas que se asomaban a través de su cabello corto y una buena porción de su cuello se llenaron de manchas rojas, pero Katsuki le reconoció que a pesar de eso no se dejó amedrentar, y en cambio abrió un poco las piernas y adoptó una posición de ataque.

Katsuki rió entre dientes. —¿Qué? ¿Pretendes noquearme o-...?

Su contrincante se le adelantó golpeándolo en el pecho con su puño, pero Katsuki ni se inmutó. No en balde había estado en clases de kendo por varios años, y aunque había dejado el deporte al entrar a Aldera, todavía se mantenía en buena condición física ejercitándose varios días a la semana. El golpe dolió, eso por descontado, pero no le hizo ni siquiera perder el equilibrio.

Con reflejos hábiles que eran un resabio de su tiempo en el club de kendo, Katsuki sujetó la mano con la que la chica lo había golpeado y apretó su muñeca con fuerza suficiente para hacerlo esbozar una mueca de dolor, pero no tanto como para conseguir contrición de ella.

—No pienses que porque eres una chica tendré compasión de ti —dijo en una bravata—. Tú fuiste la que lanzó el primer golpe.

Con un chasquido de su lengua, la chica tiró de su brazo para zafarse pero sin éxito. —Justo lo que me esperaba de ti, Kacchan —enfatizó haciendo uso de ese apodo que Katsuki no había escuchado jamás de alguien que no fuera Deku. Con toda seguridad, de él era que lo había escuchado.

—Te dije que no me llamaras así —gruñó Katsuki al apretar más su muñeca antes de dejarla ir con desgana.

—Primero tendrás que vencerme a mí si quieres lastimar a Deku —dijo la chica, protegiendo el brazo que antes sujetaba Katsuki contra su cuerpo. Éste no creía haberla lastimado, pero tampoco era su intención.

Él sólo había acudido a U.A. en un capricho, y ahora que estaba ahí quería ver a Deku. Tan simple como eso. En sus planes no estaba enfrentarse a su autodesignada guardiana, ni mucho menos meterse en problemas con una pelea que podía terminar muy mal si cualquiera de los dos decidía ir en serio.

—¿Es que te escuchas siquiera? —Dijo Katsuki—. Y el asunto que tengo con Deku no es de tu incumbencia. Esto no te concierne en lo absoluto.

La chica amagó patearlo por lo bajo, pero Katsuki se apartó. —¡Joder! Deja eso.

—Te derrotaré, lo juro —replicó Cara Redonda con un segundo ataque, pero su técnica amateur no tenía oportunidad alguna contra Katsuki, que dejó ir su mochila y la interceptó a la mitad, sujetándola por el brazo hasta doblárselo por detrás de la espalda e inmovilizarla así.

—No quiero hacerte daño —gruñó contra la coronilla de su cabeza—, pero si no te estás quieta-...

—¡Ochako! —Gritó una voz que ambos reconocieron—. ¡Suéltala, Kacchan!

En el acto obedeció Katsuki, y la chica, Ochako, se apartó de él y se posicionó frente a Deku con los brazos extendidos al frente como si con ello pudiera protegerlo de cualquiera.

Deku estaba tal como Katsuki lo recordaba de días atrás, uniforme incluido. La diferencia estribaba en la mochila de un color amarillo chillón que llevaba a los hombros y que en uno de los cierres tenía colgando todavía un llavero de All Might.

Tanto él como Katsuki habían sido fans de aquel luchador enmascarado que aparecía en su anime favorito los sábados en la mañana, y juntos jugaban a turnarse para ser All Might o el villano en turno que perdía ante su inconmensurable poder. Había sido Katsuki quien le regalara justo ese llavero, y que Deku todavía lo conservara le daba esperanzas de que no todo estaba perdido entre ellos dos...

Sin embargo, su expresión hosca y el que se negó a esconderse detrás de su amiga hablaron por él cuando no Deku, sino Izuku le plantó cara y le exigió saber qué hacía ahí.

—Llamaré a uno de los profesores si no te marchas en este mismo instante —amenazó Ochako, pero Katsuki e Izuku la ignoraron mientras se miraban fijamente a los ojos y calibraban sus posiciones.

Katsuki no había acudido a U.A. con ánimo de buscar pelea. De hecho, sus intenciones no quedaban claras del todo ni para él mismo, y era esa incertidumbre la que le tenía quieto, a la espera de que fuera Izuku quien lanzara la primera piedra y les diera la pauta para continuar.

Las mismas apreciaciones que se había hecho Katsuki el día del velorio volvieron a aflorar una a una en su cabeza. Izuku había crecido varios centímetros desde la última vez que lo viera, pero Katsuki también había hecho lo mismo y la diferencia de estaturas entre ambos parecía no haber disminuido. En cambio era el cuerpo de Izuku el que había sufrido una transformación mayor. Su complexión jamás sería como la de Katsuki, que tendía a desarrollar músculo y perder todo rastro de grasa con el ejercicio, pero se le veía más fuerte que antes, más ágil, a juzgar por el modo en que el uniforme se le ceñía al cuerpo.

No es que estuviera en sus planes, pero Katsuki tenía la sospecha de que si ese Izuku fuera el mismo del pasado en una de sus peleas, él no lo tendría tan fácil para imponerse sobre él y le daría buena batalla.

—¿Y bien? —Inquirió Izuku con ojos fríos—. ¿Qué viniste a hacer aquí?

—Yo... —Con la lengua pegada al paladar y la mente en blanco, Katsuki fue incapaz de dar una respuesta coherente.

En su lugar, acudió a su mente la escena de la última vez que se habían visto. No el velorio de Minoru Mineta porque no contaba, sino la tarde en su dormitorio cuando Izuku se había vuelto a vestir despacio, recogiendo una a una sus prendas del suelo mientras Katsuki lo observaba desde la cama. Todo había estado dicho, todo había estado hecho, y ambos habían esperado a que fuera el otro quien rompiera ese silencio, que sólo había llegado en la forma de pisadas a través de la habitación de Katsuki cuando Izuku sujetó el pomo de la puerta y salió de su recámara, y también de su vida.

Hasta ese momento.

—No tengo nada que hablar contigo —dijo Izuku, y por primera vez desvió su mirada hacia un lado, justo como hacía cuando mentía—. Será mejor que no vuelvas.

—Pero-... —Y antes de que Katsuki tuviera oportunidad de refutar aquella orden implícita, Ochako entrelazó su brazo con el de Izuku, y tirando de él se lo llevó vereda abajo lejos de él.

Atrás quedó Katsuki sin fuerzas de ir detrás de ellos, irascible a la vez que resignado cuando por encima de su hombro Ochako le dedicó una última mirada y después aceleró su paso y el de Izuku para alejarse lo más de él.

Hasta cierto punto, Katsuki lo entendía, pero se negaba a aceptarlo.

 

Sin terminar de dilucidar sus propias motivaciones, Katsuki cogió por costumbre en esa semana el escaparse de la última hora de clases para cubrir el camino que llevaba a la preparatoria U. A. y aguardar en la puerta de por Izuku.

Pronto se volvió un espectáculo habitual entre los alumnos, de tal manera que ya ningún le dedicaba más que la ocasional mirada curiosa de verlo nuevamente ahí esperando sin entablar conversación con nadie.

Algunas veces consiguió Katsuki vistazos de Izuku al cruzar la verja de salida, pero Ochako iba con él y en cada ocasión lo apartó de su camino y le dirigió una mueca que dejaba bien en claro que si de ella dependía, Katsuki jamás iba a tener una oportunidad de abordar a Izuku.

Con una resignación impropia de él y su persona, Katsuki continuó así por espacio de todos los días de esa semana, tomando nota de que no podría continuar así por mucho más. Si bien su última clase del día era arte, sus notas no tardarían en bajar, por no mencionar que se había escapado de los ensayos con la banda y ya Jirou le había escrito preguntando el respecto.

Aguantándose la frustración por cómo nada parecía estar a su favor ese año escolar, Katsuki acudió el viernes de esa semana a las instalaciones de U.A. con el firme propósito de hacer que fuera la última vez. Lo dejaba en manos del destino, y que fuera lo que tuviera que ser.

Apoyando la espalda en el muro de siempre y con las manos metidas en los bolsillos mientras miraba la punta de sus zapatos y le robaba vistazos a los alumnos que salían en grupos después del timbre que anunciaba al final de las clases, Katsuki experimentó una especie de déjà vu cuando una mano le dio unos golpecitos bruscos en el hombro, y por inercia se preparó para recibir un golpe cuando al voltear descubrió a Cara Redonda mirándole con frialdad.

Ochako.

Su nombre era Ochako.

—Espero te sientas orgulloso —dijo Ochako, adoptando una posición beligerante con las manos apretadas en puños al frente— porque Deku ha accedido hablar contigo hoy a pesar de que es una pésima idea.

—Nadie te preguntó tu opinión —gruñó Katsuki—. Además, ¿qué haces aquí? Harías mejor en irte y no molestar.

—Pasa que soy la mejor amiga de Deku —declaró Ochako, y Katsuki puso los ojos en blanco.

—¿Y por eso lo llamas Deku? Qué gran amiga resultaste ser —ironizó con sorna.

Ochako entrecerró los ojos. —Debes de creerte muy listo, pero no. Sé la razón por la cual Deku tiene ese apodo. Fuiste tú el que se lo dio, ¿eh, Kacchan?

Entrecerrando por igual los ojos, Katsuki le lanzó una mirada sucia.

—Pero no importa, porque entre tu Deku y el mío hay diferencias. Tú lo único que pretendías era lastimarlo, y en cambio yo jamás tuve esa intención. Deku es ahora el apodo de él, no el tuyo. Lo ha hecho suyo, y harías bien en recordarlo

Sin comprender aquel galimatías que de igual manera no le importaba, Katsuki bufó. —¿Ya terminaste?

—No. Escúchame bien, tú... —Ochako se posicionó frente a él, y haciendo caso omiso de todas las señales de alarma que habrían hecho que cualquier otra persona cuerda mantuviera su sana distancia con Katsuki, le apuntó con el dedo índice y le dio un par de golpecitos admonitorios contra el esternón—. Por alguna razón que es incomprensible para mí, Deku aceptó hablar contigo hoy para cambiar de una vez por todas de página y seguir con su vida. Si lo que pretendes es lastimarlo más, yo lo sabré, y también el resto de los amigos de Deku, y puedes apostar a que juntos iremos a Aldera y te haremos pagar.

En otras circunstancias, Katsuki habría encontrado gracioso que una chica que apenas le llegaba al hombro parada de puntitas lo estuviera amenazando como miembro de la yakuza y se habría reído en concordancia con el momento, pero... Algo le impedía hacerlo. Quizá se debía al fuego que podía apreciarse en esos ojos castaños que no se acobardaban de posarse en los suyos, pero igual podía ser a la total determinación que se plasmaba en cada palabra suya, y que hacía de su declaración un juramento de guerra. Katsuki podía respetar eso, si acaso porque sus intenciones para acudir día tras día a U.A. para ver a Izuku no pretendían provocar más daño del que pudiera obtenerse removiendo el pasado.

—¿Me escuchaste? —Finalizó Ochako con un último golpe en su pecho, y Katsuki veloz sujetó su mano y se la apretó con fuerza. Cualquier otra chica en su posición habría hecho una mueca de dolor, pero no ella, y eso le sirvió para respetarla todavía más.

—No es asunto tuyo, pero —Katsuki aflojó su agarre y la dejó ir— Deku y yo sólo hablaremos hoy.

—¿Sólo eso? —Inquirió una voz a sus espaldas, y al girarse se encontró Katsuki con Izuku, que con expresión casi aburrida—. Menos mal. —Una pausa—. En marcha.

 

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Notas finales:

Ochako es protectora de Izuku, pero pueden apostar que él no necesita de su intervención para confrontar a Katsuki. Y dicen por ahí que el camino hacia el perdón empieza con un paso, pero Katsuki va a dar el suyo de rodillas y no conseguir mucho esta primera vez.
Nos vemos al domingo (si llega algún comentario) o el próximo viernes (si no), pero de que hay actualización, la hay :)


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