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119. El Precio de Wheesung (09) por dayanstyle

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Se sentó en el estacionamiento en el sedán prestado. Sólo pedía prestado un coche cuando realmente lo necesitaba. No le veía sentido a tener un coche propio, porque vivía a una cuadra del trabajo y la variedad de negocios en Villa Kim satisfacía todas sus necesidades. Pero a veces, como ahora, necesitaba pedir prestado uno.

Mientras los limpiaparabrisas funcionaban a toda velocidad, debido a la tormenta, miraba fijamente al imponente edificio que se cernía como un oscuro centinela en el cielo nocturno. No, el lugar no era espeluznante en absoluto.

—Sí, claro. Entonces, ¿por qué no has entrado todavía? —Se preguntó, mientras se retorcía las manos en su regazo. No había visto a su madre en años, pero con esa presencia que lo atormentaba, necesitaba algunas respuestas. Necesitaba saber en qué clase de locura se había sumergido su madre.

¿Había sentido una presencia? ¿Había oído que la hablaban? ¿Fue eso lo que la llevó a la locura? Nunca había preguntado lo que la había sucedido porque se aferró a la negación, como a una mullida manta.                   

Miró las ventanas con barrotes del manicomio, sus ojos recorrieron las habitaciones iluminadas. No había estado aquí desde hace tanto tiempo, que se había olvidado de cuál era la suya.

—Si no te mueves, se terminará la hora de visita—Una parte de él, en realidad, estaba esperando eso. Si estaba deslizándose por esa pendiente de locura, no quería enfrentar la dura verdad.

Pero tenía que descubrirlo. Necesitaba conocer su destino. Agarró la manija de la puerta, listo para salir del automóvil, y luego la soltó.

Acunó la cabeza entre sus manos. —No puedo hacer esto.

Algo rozó su mejilla. Levantó la cabeza, pero no había nadie en el coche con él. Eso sólo hizo que las lágrimas fluyeran más fuerte. Realmente se estaba perdiendo, y hablar con su madre no iba a decir lo contrario. Además, ella probablemente estaba demasiado desequilibrada para siquiera recordar por qué enloqueció en primer lugar.

Llevando las palmas sobre sus mejillas, se secó las lágrimas. Puso el coche en marcha y condujo del estacionamiento, dejando el manicomio en el espejo retrovisor, mientras hacía el largo camino de regreso a casa. La lluvia caía tan fuerte que tuvo que recorrer las carreteras secundarias con mucho cuidado.

 

 

Su corazón latió con fuerza, cuando el agua comenzó a acumularse fuertemente en la carretera. Estuvo tentado de acelerar, pero sabía que eso sólo empeoraría las cosas. En su lugar, condujo despacio, orando porque la carretera no se inundara.

—Esta fue una mala idea —murmuró para sí mismo, mientras daba las luces largas y trataba de ver a través de la cortina de lluvia. —¿Por qué no podía tener mi crisis en una noche que no hubiera decidido diluviar? Al menos, no arriesgaría mi seguridad por respuestas que nunca quise conocer.

—No estás loco.

Su pie golpeó a fondo el pedal del freno, cuando la suave voz le susurró en el coche. La parte trasera del sedán derrapó y se desvió violentamente a la derecha, mientras agarraba con fuerza el volante, y luego se hundió. Sabía que se había metido en una zanja. Esa era su suerte. Estaba en medio de la maldita nada. No había la menor posibilidad de que alguien pasara por allí para ayudarlo. No en el corto plazo.

—¡Se acabó! —Golpeó la cabeza contra el volante. —Sólo, quien quiera que seas,  muéstrate,  por  favor,  por  favor.   Estoy  lo  suficientemente   cerca  de volverme loco, como para poder llevar mi trasero de regreso al manicomio y registrarme en un acogedora celda acolchada.

—No estás loco. —La voz era más fuerte ahora.

Levantó la cabeza y se quedó sin aliento. Sentado a su lado estaba... Hombre, el tipo era un maldito dios. Su oscura e intensa mirada estaba fija en él. El hombre tenía el pelo largo y negro, y una barba y bigote bien recortados. Era incluso más sexy que Johnny Deep y él adoraba a ese actor. El extraño llevaba jeans y una chaqueta de cuero, y sólo se podía describir como sensualidad presentada en una exótica envoltura.

—¡Oh, infiernos, no! —Agarró la manija de la puerta, pero al salirse de la carretera había golpeado un árbol contra la puerta del conductor. Estaba atrapado. Giró e intentó trepar por el asiento. Escaparía por la puerta trasera del pasajero. Vivía en el mundo sobrenatural y sabía que existían seres que podían entrar y salir de lugares, pero estaba en una carretera desierta, estaba oscuro, y el extraño –aunque sexy como el infierno –emitía una vibración que lo asustaba hasta la médula.

—Para.

 

 

Esa sola palabra, detuvo todos sus movimientos. Se encontraba inclinado sobre el asiento del conductor, su culo colgando en el aire, mientras giraba la cabeza y miraba al hombre. Quería desesperadamente salir del auto, pero su cuerpo no cooperaba.

—Siéntate.

Su cuerpo se deslizó hacia abajo, por el asiento y giró hasta que estaba de frente al parabrisas. —¿Có- Cómo hiciste eso?

Se encogió, cuando el desconocido le rozó con los dedos su frente. Su corazón comenzó a latir a un ritmo normal y el terror que había sentido hacía unos segundos, desapareció como polvo en una tormenta.

—Soy—El hombre pasó una mano por la barba de su mandíbula. —Llámame tu ángel guardián.

Su voz era tranquila, gruesa y calmada. Era una voz hecha para el sexo. Pero el esto era lo último en su mente. Agarró el volante con fuerza.

—Entonces, ¿por qué todo el drama fantasmal? Si eres mi hada padrino, ¿Por qué no te mostrabas? —No es que creyera una sola palabra de lo que el hombre    dijo. ¿Ángel guardián? Por favor. Difícilmente. El tipo se parecía más a un malvado diablo, que se encontraba aquí para robar su alma. Pero le seguiría el juego, hasta que pudiera encontrar la manera de salir de este lío.

—Sí, en efecto, sigue el juego.

Entrecerró los ojos. —¿Lees mis pensamientos?

El malvado diablo, le guiñó un ojo. —Incluso los traviesos. —Se inclinó más cerca y el fuerte y sensual aroma a cuero, lo envolvió como la caricia de un amante. —Pero sé que nunca antes has estado con un hombre.

Si juntaba todas las veces que se había sonrojado en su vida, todavía no alcanzaría el intenso calor que asaltó sus mejillas. Incluso sus orejas estaban en llamas.

—Te ves muy lindo, cuando te ruborizas. —El hombre asintió con la cabeza y luego se recostó. —Me gusta mucho.

—¿Qué eres? Y no me digas que una maldita hada. Me sería más fácil creer que Santa es real. —Aunque técnicamente podría ser un demonio. Existían, y también las hadas. Pero su instinto le decía que este extraño, no era ninguno de los dos.

 

 

Algo se movió tras esos ojos oscuros y misteriosos. No tenía ni idea de qué emociones eran, pero sintió que no eran unas felices.

—Soy quien soy.

—¿En serio vienes con eso? —Negó con la cabeza, tratando de comprender lo que estaba sucediendo. —Bien, guarda tu secreto de hadas.

—No soy un hada.

—Lo eres, a menos que me digas la verdad, hada—Por la forma en que acababa de reaccionar, al tipo claramente no le gustó que lo llamara así. Qué lástima. A él no le gustaba sentarse en un coche con un completo extraño, que no le decía lo que era. Quería saber con qué estaba tratando, y si el tipo no se lo decía, entonces no debería quejarse cuando hacía una conjetura –incluso ante una improbable.

El hombre se lanzó hacia adelante y él chilló y se inclinó hacia atrás. Las facciones del extraño se habían oscurecido, sus ojos eran aún más oscuros.

—Ten cuidado a quien provocas, conejito. Podría tenerte como mi próxima comida.        

De acuerdo, podría haberse hecho un poco de pipí en sus pantalones. Se hizo un ovillo contra la puerta, cuando el extraño se recostó en su asiento, su aura amenazante desapareciendo tan rápido como había surgido.

—El nombre de Wheesung bastará.

—Por favor, sólo quiero irme a casa—No le importaba suplicar por su vida. Era demasiado joven para convertirse en guiso de conejo. Temblaba, mientras tragaba exageradamente. Tenía la garganta seca y su corazón latía violentamente de nuevo.

La expresión de Wheesung estaba llena de preocupación, cuando se le acercó, pero él negó con la cabeza. —No, por favor. No me toques.

—¿Prefieres estar ahí sentado, con miedo?

—Preferiría que dejaras de asustarme, en primer lugar.

Wheesung bajó la cabeza, su melena fluía alrededor de sus hombros. —Parezco tener ese efecto en las personas, lo quiera o no.

Estudió los pómulos esculpidos de Wheesung, su nariz romana, sus labios carnosos, y luego sus ojos. Wheesung era verdaderamente aterrador, pero también sintió una especie de tristeza por él.

—¿Por qué no me dices lo que eres? —Preguntó. —Sabes lo que soy, y eso me deja en desventaja.

—Es mejor que no lo sepas —dijo Wheesung.

—Está bien, entonces ¿por qué me perseguiste durante más de cuatro meses, antes de mostrarte? —Se encogió de hombros. —Quiero decir, si eres mi protector, ¿No deberías haberte mostrado enseguida?

Una compleja serie de emociones, invadió el rostro de Wheesung. Deslizó los dientes sobre su labio inferior, mientras miraba por la ventana delantera. La luna llena lo iluminaba desde atrás, dándole a Wheesung un resplandor misterioso.

—Tengo muchos enemigos, Ung Jae. Enemigos que venderían sus almas, para poder tener algún poder sobre mí.

Escuchar a Wheesung decir su nombre, hizo que se estremeciera. Estaba igualmente aterrado y fascinado con el hombre. —¿Entonces nadie puede saber lo que eres para mí?

—No, nunca debes contarle a nadie sobre mí. —Ahí estaba esa triste mirada de nuevo. —Pero si alguna vez me necesitas, no tienes más que susurrar mi  nombre y abriré las entrañas del infierno para llegar a ti.

Wow. Esa fue una poderosa promesa que nunca esperaba usar. —¿Por qué no las puertas del cielo?

—¿Se puede cruzar esas puertas, si no se posee un alma?

No tenía ni idea. Además, era ateo. No creía en el proverbial cielo o infierno, pero la elección de las palabras de Wheesung, le hizo sentir curiosidad.

—¿Por qué siento que te conozco? —La sensación fue repentina, como si hubiera estado ocultándose detrás de su miedo.

Una sonrisa suave, se expandió sobre los labios de Wheesung. —Fui yo quien desapareció de esa sala médica.

Recordó la noche en que Sandra Lee ingresó. Había visto a muchas personas en la sala, algunas que no deberían haber estado allí, pero cuando asomó la cabeza por la puerta, había captado la imagen borrosa de alguien antes de que desapareciera.

—¿Eras tú?

Wheesung asintió. Sintiéndose algo aliviado, se recostó en su asiento. —Todavía estoy bastante enojado, de que te hayas escondido de mí. Pensé que me estaba volviendo completamente loco.

—¿De ahí la visita improvisada a tu madre?

Se puso tenso. No le gustaba hablar de ella, especialmente con un extraño.

Ángel guardián o no. —Eso no es de tu incumbencia.

El rostro de Wheesung se oscureció una vez más. Era como si tuviera un maldito anillo, que cambiaba su estado de ánimo. —Todo acerca de ti, es asunto mío.

—¿Por qué, porque dices que eres mi protector?

—Exactamente —siseó.

—Bien, entonces si puedes aparecer sin más en este auto, transpórtame a casa—dijo. —Por favor —añadió, para que Wheesung no pudiera decir que no lo había pedido cortésmente. —No quiero quedarme atrapado en esta carretera secundaria, toda la noche.

—¿Y el coche?

Mierda. —¿Puedes transportarlo, también? Lo tomé prestado del Dr. Alex y quiero devolvérselo.

—¿El Dr. Sexy? —La voz de Wheesung tenía un toque de celos.

Miró boquiabierto a Wheesung, mientras sus cejas se elevaban. —Cómo? No importa. Necesitamos arreglar una cosa, hada. No tienes permiso para fisgonear en mi cerebro, a menos que te dé permiso expreso, ¿entendido?

Gritó cuando Wheesung le agarró los brazos, apretando con la suficiente fuerza como para llamar su atención, pero sin lastimarlo.

—Te advertí acerca de provocarme.

Cada uno de sus músculos se tensó de puro terror, hasta el punto del dolor. Cambió a su forma de conejito y se escabulló lo mejor que pudo bajo el asiento del conductor, aunque el espacio era estrecho y su trasero sobresalía. Rasguñó la moqueta del suelo del coche, tratando de meterse completamente bajo el asiento, pero no pudo introducirse por completo allí.

Un fuerte gruñido resonó en el interior del coche, antes de que fuera agarrado y llevado a volandas hasta el regazo de Wheesung. Una fuerte mano se deslizó por su espina dorsal. —Nunca te lastimaría, mi pequeño conejito. Puedo enojarme tanto como para escupir clavos, pero nunca debes temerme.

 

 

Eso era fácil de decir para Wheesung. ¿No había amenazado con comerlo para la cena? Se revolvió para escabullirse por los musculosos muslos de Wheesung, pero una mano fuerte lo mantuvo en su lugar.

—Calma.

Y sin más, se relajó. Se sintió momentáneamente mareado, antes de que el brillo de las luces de la calle iluminara el coche. Cuando levantó la vista, vio su edificio de apartamentos.

Wheesung había transportado el coche entero.

¿Qué infiernos era este hombre?

Con un roce de su mano, Wheesung lo obligó a volver a su forma humana. Se sentó en el regazo del hombre, completamente desnudo. La mayoría de los shifters no tenían ningún problema con la desnudez. Era parte de sus vidas. Pero él era extremadamente tímido y se moría de vergüenza por estar con el trasero desnudo, en el regazo del hombre.

Cuando trató de alejarse, Wheesung lo sostuvo firmemente por la cintura. —¿Por qué estás tan avergonzado? Tu cuerpo es impresionante.                  

Se tapó la entrepierna con las manos. —¿Puedes por favor, llevarme a mi apartamento?

Wheesung suspiró. —Si eso es lo que deseas.

Gritó cuando aterrizó en su cama. Wheesung caminó por la habitación, las manos por detrás de la espalda, mientras inspeccionaba su estantería.

Cuando Wheesung se volvió para mirarlo, elevó una de sus oscuras cejas.

—¿Pasas tu tiempo libre, leyendo novelas románticas de fantasía?

—Como si no las hubieras visto cientos de veces—Envolvió la manta alrededor de su cuerpo, mientras se dirigía a la cómoda. —Llevas meses acechándome. Me sorprende que no te sepas de memoria los títulos.

—He leído en la Antigua Biblioteca de Alejandría. Pude ver cómo fueron escritas las páginas de la Biblia. Fui incluso lo suficientemente afortunado como para escuchar la filosofía de Aristóteles, mientras hablaba de ella.

—¿No alardeas demasiado? —Se puso unos pantalones de chándal y estiró los brazos por encima de la cabeza, para ponerse una camiseta, aliviado de que su cuerpo finalmente estuviera cubierto.

 

—Sólo estoy indicando, las diferencias en nuestro material de lectura—Wheesung frunció el ceño. —¿Por qué has cubierto tu hermoso cuerpo?

—Nombra tu cita favorita de Aristóteles —le dijo.

—En todas las cosas de la naturaleza, hay algo maravilloso. —La mirada oscura de Wheesung, le recorrió el cuerpo, de la cabeza a los pies. —Estoy totalmente de acuerdo.

—Eres mi ángel guardián. No soy tu niño juguete. Deja de mirarme como si quisieras arrojarme a la cama y montarme. —Lamentó decir esas palabras tan pronto como las dijo. La imagen provocó que sus rodillas se debilitaran y su polla se sacudiera. Había querido ser grosero –y así sacudirse la creciente necesidad que se estaba construyendo dentro de él –pero el ardiente deseo que reflejaban los ojos de Wheesung, le dijo que su intento había fracasado estrepitosamente.

—Disminuye la velocidad—Levantó las manos y retrocedió, cuando Wheesung avanzó hacia él. Quedó atrapado entre la pared y el ardiente cuerpo musculoso de Wheesung.

Pero las facciones de este se ensombrecieron, robándole cualquier deseo que sintiera hacia el hombre, bipolar con esteroides. —¡Si alguna vez piensas en ofrecerte a otro hombre, voy a desatar mi ira sobre la pobre alma, lo suficientemente estúpida como para tratar de tomar lo que es mío!

—¡No te pertenezco! —Trató que su voz sonara tan contundente, como la de Wheesung, pero salió temblorosa. —No soy un adorno para ponerme en tu bolsillo. No te pertenezco.

—Sigue diciéndote eso—Wheesung puso las manos contra la pared, a cada lado de su cabeza. —No tienes idea de qué soy capaz. No sólo eres el ser más protegido en el universo, sino que eres propiedad del hombre más celoso. Flirtea, batea las pestañas, o sonríe cariñosamente a otro hombre y el infierno se desatará sobre la tierra. Levantaré un ejército de condenados para mantenerte a salvo, pero no toleraré cualquier forma de falta de respeto. Ahora, ¿ha quedado claro, niño juguete?

—Eres un idiota. —Inclinó la barbilla desafiantemente, aunque unos ligeros temblores sacudieron su cuerpo y ardientes lágrimas de ira, se derramaron por sus mejillas. —Un completo y absoluto idiota.

—Ese soy yo.

 

 

Gritó cuando Wheesung hundió los colmillos en su cuello y tomó grandes sorbos de su exquisita sangre. Empujó a Wheesung, pero fue como intentar empujar una pared de ladrillos.

Wheesung lamió la herida antes de alejarse. El blanco de sus ojos estaba inyectado en sangre, finas venas rojas se ramificaban hacia sus irises marrones. Los colmillos más largos que había visto jamás, se extendían desde la boca del hombre. La piel de Wheesung cambió de un bronce perfecto al color de los arándanos maduros, como si el profundo tono azul violáceo transmutara justo bajo su piel.

Sus ojos rodaron hacia atrás, mientras se derrumbaba, la habitación desvaneciéndose en la oscuridad.

 

 Continuara...

 


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