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Errores duraderos por 1827kratSN

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—¿Qué tal si jugamos un poco?

—¿Jugar? —la sonrisa extraña de Francia le dio mala espina—. ¿A qué te refieres?

—Voy a amarrarte para…

El rostro confundido y un poco asustado de UK detuvo sus palabras. A veces olvidaba lo difícil que era tratar esos temas con su esposo, de lo conservador y aburrido que era.

Era desesperante tener que lidiar con eso cada vez que quería experimentar un poco.

—No es nada malo.

—Pero quieres amarrarme.

—Es un juego de parejas, te va a gustar. El sexo de esa forma es…

—Prefiero no intentarlo.

Un suspiro largo y cansado, una plática apagada, y un bufido que terminaba en dos personas compartiendo el lecho, pero sin tener un mínimo de relación entre sí. Porque después de que la negativa se daba, el francés no quería hacer más que hundirse en sus sueños y buscar un poco de relajación o diversión en un mundo imaginario.

—Descansa, querido.

Sin respuesta.

No hubo caricias ni palabras dulces.

Y Reino Unido no entendía por qué.

No entendía por qué ya nada era como antes.

Francia solía recitarle un poema, jugar con sus manos, mirarlo entre besos o juegos en los que reían al rodar sobre las sábanas. Fueron tiempos agradables, de ensueño, cálidos, y a UK le gustaban…, pero poco a poco aquello fue desapareciendo.

Hasta que ni siquiera le correspondían a los buenos deseos antes de dormir.

.

.

.

—¿Hice algo malo? —quería reivindicar cualquier error.

—¿Qué?

—Francia… Te estás… —no era fácil hablar de eso—. Cambiaste.

—Claro que no.

—¿Hice algo malo?

—No.

—Entonces ¿por qué no me abrazas en las noches? —no lo entendía—. Me evitas las pláticas en el día… y no intentas tocarme tan seguido como antes… ¿Qué pasó?

—¡Oh! —sonrió ampliamente—. ¿Quieres que te toque?

—No me refería…

—Bien, puedo volver a eso, mon chéri.

Risas que poco a poco volvían, experiencias que se dieron porque a uno de ellos parecieron gustarle… y porque el otro no quería que su amado lo ignorara.

Todo estaba regresando a la normalidad y eso alivió un poco el alma de quien quería ser ciego y no aceptar que algo había cambiado tras tantos años.

Y pasó.

Llegaron sus hijos, lo hermoso de su matrimonio, lo más importante entre tanta miseria. Emocionados todos, apogeo en época de descubrimientos, el salvavidas perfecto para algo que se estaba rompiendo de a poco y que se disfrazaba entre las vastas tareas que cada uno tenía bajo su mando.

—El comportamiento es importante —UK siempre quiso darles lo mejor—, corrige tu postura y no coloques los codos en la mesa.

—Sí, papá.

—Deja de agobiarlos —Francia solo observaba y desautorizaba—, son niños, tienen que ensuciarse.

—Francia, por favor.

—Bien, bien… —suspiraba de forma pesada—. Haz lo que creas mejor.

—¿De nuevo te irás?

—Sí… Regresaré mañana.

—Pero…

—Tengo cosas que hacer.

.

.

¿Volvió a empeorar?

Así pareció, porque mientras UK se enfocaba cada vez más en la enseñanza de sus hijos, en ser el mentor, en cuidar de su familia para que su esposo estuviera orgulloso… Francia parecía más alejado de aquel hogar.

Y, aunque el inglés intentara por todos los medios volver a lo que tenía con Francia, de hablarlo, de darle el tiempo que le sobraba, de sonreírle cada mañana y dedicarle palabras dulces… había algo mal.

Y se sentía tan frustrado…

Porque no podía preguntarle a alguien…

No cuando le exigían ser la viva imagen de la perfección y disciplina…

Tantos años fue aquel francés su apoyo, el que escuchaba sus pesares, con el que compartía pláticas animadas sobre sus acciones… Pero ahora era Francia el que le generaba miles de preguntas que no podía expresarle por miedo a que fuesen tomadas a mal… o que fuesen ignoradas como ya lo fueron tantas otras veces.

Dolía ser dejado de lado por nimiedades.

Dolía escuchar excusas para no pasar tiempo juntos.

Dolía tanto…

.

—¿Te irás? —no quería solo mirar e intentaba.

—Tengo conflictos que atender —ya ni se veían en largos periodos de tiempo y al francés parecía no importarle.

—Puedes descansar aquí unos días y luego…

—No —un suspiro cansado, pesado—. Debo irme.

—La suerte te acompañe, amado mío.

.

Sin darse cuenta los años se acumularon, sus frustraciones se acrecentaron, y sus sonrisas se fueron apagando a la par que ocultaba su desesperación tras una maraña de reglas estrictas aplicadas a sus colonias…, a sus únicas entidades que ligaban su existencia con un hermoso recuerdo junto al francés.

UK supo que el momento en que todo estallara llegaría.

Y no pudo evitarlo…

Y cuando quiso enmendarlo… Ya fue tarde.

Uno de sus hijos se fue en medio de peleas, dolor, y guerra.

Y Francia ya no estuvo a su lado para afrontarlo juntos, ni siquiera se tomó la molestia de visitarlo para ver qué sucedía, ni aunque le envió decenas y decenas de cartas llenas de letras cursivas y firmes que disfrazaban su desesperación por volver a tener a su adorado amor a su lado.

Cometió errores porque ya ni sabía que eran errores.

Nadie se dio el tiempo de escuchar sus dudas.

Y falló.

.

.

—Francia, por favor… Vuelve a mi lado. No sé qué hice mal…, pero puedo cambiar.

Lloraba en medio de esas noches heladas y crueles que hacían a sus inseguridades brotar. Se aferraba cualquier recuerdo que Francia le hubiese dejado. Perdía compostura.

—Papá, ¿con quién hablas?

—Con el viento —sonrió hacia su hijo.

—¿Estabas llamando a papá Francia?

—Sí —abrazó al vestigio más parecido a su gran amor—. Es porque lo extraño.

—Tranquilo, père… Yo me quedo contigo.

Peleas, discusiones, una lejanía dolorosa. Ya no había más unión ni cariño, solo había egoísmo, envidia, avaricia, y desamor.

Aun así… tuvo esperanzas.

Porque seguían casados.

A pesar de todos los problemas, a pesar de todos los conflictos, aun lo estaban.

UK se daba fuerza cada que miraba el anillo en su dedo, porque representaba el inmenso amor que le profesaba al francés ausente.

Aun suspiraba de amor ante recuerdos, aun mencionaba su nombre con cariño y respeto.

Y lo hizo hasta el día en el que fue invitado a una reunión formal… Cuando ilusionado se vistió con sus mejores galas, guardando en su bolsillo el pañuelo que el propio francés bordó para él…, sonriendo tanto como en antaño…, apurado para respetar el horario.

Porque iba a ver a Francia. Por fin.

Y lo vio…

Tan galante, hermoso y altivo.

A lo lejos…

Lo vio…

Lo vio del brazo de otra representación, sonriendo como muchos años antes hizo con él, susurrando una frase cariñosa, besando aquella mano ajena, y seduciendo con sus gráciles movimientos.

Ni siquiera pudo pronunciar el nombre de su gran amor… Ya no…

Porque se quitó la venda de sus ojos.

Y certificó que los rumores eran verdaderos.


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